viernes, 26 de febrero de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XV)

Grabado alegórico de don Juan José de Austria por Joannes Blavet (1675). Biblioteca Nacional de España.

Desde Guadalajara don Juan formuló nuevas peticiones, en su mayoría de carácter político, referentes a la educación del Rey, a la disminución de los impuestos, a economías en los gastos y a la creación de una Junta de Alivios. Obtuvo satisfacción respecto, pero no así en su oposición al Marqués de Aytona (1), su personal enemigo, al inquisidor Valladares, partidario de Nithard, y a otros consejeros de doña Mariana.

El 8 de marzo, la Junta de Gobierno mandó a Guadalajara al General de la Caballería, don Diego Correa, para obligar a don Juan a que licenciase la escolta que había traido de Cataluña. Correa no pudo o no quiso obligarle a semejante licenciamiento así que la Reina cedió y nombró la Junta de Alivios, exigida por don Juan, componiéndola a su gusto (2). Esta Junta se cuidaba de repartir con equidad los tributos y no gravarlos sobre el pueblo solamente.

El 26 de marzo de 1669, la Junta celebró su primera reunión. Su principal objetivo era aliviar a los contribuyentes sin menoscabo de la Real Hacienda. La escasa liquidez del erario, sin embargo, no permitió cambios espectaculares pero sí una serie de mejoras que incidieron positivamente en la economía y que, según Castilla Soto (3), algunos historiadores como Maura Gamazo se han empeñado en infravalorar.

Desde su residencia de Guadalajara don Juan escribió una extensa carta a la Reina, quejándose por no haber entrado a formar parte de la Junta de Alivios a cuya dirección aspiraba. Antes de concluir el verano de 1669 la Junta había dejado de reunirse.

Recluido en Guadalajara se contentó con enviar misivas a la Reina, solicitando permiso para acercarse a la Corte. La respuesta fue siempre negativa. La Reina le devolvió el Gobierno General de Flandes, con todos sus títulos y honores tal y como los recibió de Felipe IV en 1643.

La creación de la Junta de Alivios y de la llamada Guardia Chamberga fue producto del miedo de la Regente y de la búsqueda de beneficios propios de la nobleza. De ahí su inoperancia y por consiguiente, su estrepitoso fracaso, ya que la Junta de Alivios nunca llegó a materializar sus propuestas y la Chamberga sólo sirvió para ocupar a nobles ociosos y generar una profunda crisis entre la corona y el pueblo de Madrid.

Dentro de la corte la Reina se vio asediada por las propuestas de los ministros, encaminadas a conquistar su ánimo. La formación del regimiento para defender la Corte podía ser muy beneficioso para aquellos nobles que deseaban ocupar su mando o algunos puestos de importancia en el mismo.

La Guardia Chamberga, que comenzó a funcionar a finales de mayo de 1669, nació de una primitiva idea de Nithard que reelaboró después el Conde de Peñaranda tras la expulsión del jesuita y las exaltadas reivindicaciones de don Juan José. El mando le

fue concedido al Marqués de Aytona y la principal razón aducida para su reclutamiento fue la de proteger a la Reina y a su hijo de posibles incursiones militares de rebeldes que pudieran poner en riesgo la legitimidad real. Mariana de Austria aceptó la sugerencia como medida perentoria de seguridad, sin embargo no supo calibrar las consecuencias de la imposición de un regimiento en la Villa y Corte. Madrid disfrutaba del privilegio de no alojar ni sufrir el peso de ninguna tropa, el fuero de la ciudad la excluía de soportar aquel contingente militar que pronto se distinguió por crímenes, saqueos y robos desmedidos a la población. El pillaje y los desórdenes fueron aumentando, siendo una afrenta la existencia de esta milicia, pues se ponía en cuestión la fidelidad del pueblo de Madrid.

A finales de julio de 1669 la situación era insostenible: mientras el Presidente de Castilla y el Marqués de Aytona trataban de convencer a la Reina de que sin el Regimiento perdería toda la fuerza y la autoridad, y que trasladar a la guardia a las fronteras como pedía el pueblo y algunos Grandes podía perjudicar al decoro real; el

nuncio papal y los Consejos de Castilla y el de Estado opinaban lo contrario: con la

Chamberga y sus tropelías desmesuradas, la Regente estaba perdiendo peligrosamente el respeto a favor precisamente de su mayor enemigo don Juan. Éste, gracias al desprestigio de la Reina por su empeño en mantener el regimiento, estaba recuperando viejos aliados: el pueblo, los Grandes y los mismos miembros de la Guardia Chamberga, pues parte eran “creature e dependenti dil signore don Giovanni” (3), así, cuanto más disminuía la causa de la Reina, más aumentaba la de don Juan. En la Villa de Madrid creció tanto el odio a la Chamberga, a la Reina y al Marqués de Aytona, que el pueblo llegó incluso a preferir al padre Nithard. La oposición era tal que el pueblo se enfrentaba a la propia guardia y todos los días llegaban a la corte noticias de soldados muertos o heridos por paisanos. Según el Nuncio, esta situación sólo podía beneficiar a don Juan José “contentisimo e con piena sodisfatione di que il Popoli stá a vedere questi sconcerti fatti in gran parte ad onta sua…”.


Don Guillén de Moncada, marqués de Aytona.

Don Juan constituía un serio peligro para el gobierno de Madrid, al menos así lo interpretó la reina doña Mariana que, como en ocasiones anteriores, decidió que la mejor manera de protegerse era apartar a don Juan de la Corte. Así, y con tal fin, el 3 de junio de 1669, la Reina se dirigió por carta a su primo, que como se ha dicho se encontraba aún en Guadalajara indicándole que había decidido nombrarle para el cargo de Virrey de Aragón, además de Vicario General de los reinos de la Corona de Aragón. Con ellos venía a conferirle la representación del Monarca en todos los territorios de dicha Corona, lo que venía a encumbrarle al más alto cargo de la administración en esos territorios. Don , a diferencia de lo que había hecho con anteriores propuestas, aceptó el cargo:

“…El Nuncio de Su santidad me acaba de avisar los motivos y fortuna y satisfacción con que Su Majestad se digna de mandarme que vaya a servir al Rey, nuestro señor, y a Vuestra Majestad en el gobierno de Aragón con el vicariato general de aquella Corona. Y cuando sobraba la menor demostración de que se pudiese inferir que Vuestra Majestad me ha restituido a su real favor y confianza para que yo conociese con cuan justas razones había puesto toda la mía a sus reales pies, no me quedará que decir en esta parte, si no postrarme a ellos con rendido silencio, y desear ser de algún útil al Rey, nuestro señor, en aquella donde Vuestra Majestad me destina” (5).

El 19 de junio, don Juan volvía a pisar las tierras de la Corona de Aragón, desde donde había iniciado unos meses antes su ya conocida marcha hacia la Corte, con el objetivo de provocar, como así fue, la caída del gobierno del padre Nithard. Resulta curioso observar que, al igual a como le había sucedido unos meses antes al jesuita, ahora era el propio don Juan el que también salía, al menos en cierto modo, alejándose de Madrid y marchando para tierras aragonesas en donde asumiría su nuevo cargo de Vicario General. Atrás quedaba una Corte donde continuaba imperando un sistema de gobierno tan vulnerable como lo había venido siendo en tiempos anteriores, y en donde todavía faltaban seis años para que el joven Carlos II adquiriese la mayoría de edad, conforme al testamento del difunto Felipe IV.


Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : Origenes, Ascenso y Caida De Un Duende De La Corte Del Rey Hechizado. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Vermeulen, Anna: A quantos leyeren esta carta… estudio historico-critico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668. Leuven University Press, 2003.

(1) El Marqués de Aytona, don Guillén Ramón de Moncada, Grande de España era por excelencia el militar de la Junta de Gobierno. Había iniciado su carrera en Flandes junto con su padre que muerto en las triunfantes campañas de 1635, recibió el honor tras su fallecimiento del mantenimiento de la Grandeza personal que ostentaba y que le fue transmitida a su hijo Guillén. El nuevo Marqués de Aytona siguió su carrera militar en el Norte para luego regresar a la Corte como protegido del Conde Duque de Olivares, siendo gracias a la intermediación de este cómo don Guillén recibió la Grandeza al linaje. Por lo que su título, sumamente reciente y de origen catalán, no podía competir con las familias más reputadas de la Vieja Castilla. Así al menos lo juzgaron aquellos que no estuvieron de acuerdo con este nombramiento como representante de la Grandeza de España en la Junta de Regencia. En 1667 recibió el título de Mayordomo Mayor de la Reina, puesto que disfrutó hasta su muerte en 1670.

En su último año de vida, el Marqués de Aytona se convirtió quizás en el personaje más influyente de la Corte; expulsado Nithard, la Reina buscó apoyos en la Junta y en sus servidores más cercanos, el Marqués de Aytona, en calidad de mayordomo y caballerizo logró acaparar la atención de la Regente mostrando su animadversión hacia don Juan José y fidelidad a la regencia, que le premió con el puesto de general de la Guardia Chamberga, un cuerpo militar creado en 1669 para proteger a la familia real de posibles atentados contra la autoridad. Seguramente, el Marqués de Aytona por su acumulación de cargos, sea el Mayordomo Mayor que recibió más mercedes de la Reina. Aytona despertó odios, recelos y envidias propias de aquellos que vieron en él al pseudo-sucesor del jesuita Nithard. Quizás la débil posición de la Reina inclinara a sus vasallos a pensar que la mejor solución política era la presencia de un hombre fuerte en la Monarquía, fuera éste el poco popular Marqués de Aytona o un príncipe como don Juan José. Lo que parece evidente es que don Guillén tampoco supo manejar aquel poder que según las opiniones de muchos había ambicionado tanto, sus propuestas políticas nunca fueron brillantes y su pronta muerte truncó sus esperanzas de afianzarse en sus puestos político-militares.

(2) En el futuro trataré en una específica entrada sobre dicha Junta de Alivios.

(3) Castilla Soto, Josefina: Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): su labor política y militar. Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, 1992.

(4) ASV. Libro 136. p. 437v. Correspondencia del Nuncio. 31 de julio de 1669.

(5) A.H.N., Estado, libro 1.009, pag.275.

jueves, 25 de febrero de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XIV)

El padre confesor Juan Everardo Nithard.

El impacto causado en el resto de España y en la Corte por la propaganda antinithardista de don Juan no resulta fácil de evaluar con precisión puesto que si, segun Maura, fue en conjunto un fracaso, en cambio, según las Memorias coetáneas de Guerra y Sandoval, un autor poco juanista, mientras que tuvo un eco negativo en algunas de las ciudades castellanas con voto en Cortes, en otras la repercusion fue positiva y aconsejaron a la Reina “se sirviese de mandar ejecutar lo que pedía el señor Don Juan por los inconvenientes que podían resultar de no hacerlo” (1). En el caso de las corporaciones valencianas, se sabe por la monografía de S. García Martinez que, si bien don Juan no obtuvo adhesión inmediata a su causa (2), posteriormente el 9 de enero de 1669 el Consell General de la ciudad de Valencia decidió escribir a la Reina apoyándole.

El 25 de noviembre los miembros de la Junta de Gobierno se manifestaron a favor de Nithard y acusaron a don Juan de perturbar la paz. El 3 de diciembre (3) y a través del Duque de Osuna, doña Mariana contestó en un tono conciliador “que se volviese a Consuegra o a otra parte que quisiese cerca de la Corte, desde donde se pudiese conferir negocio de tanta importancia”. El 11 de diciembre don Juan respondió negativamente, diciendo que se encontraba muy seguro en Cataluña, sobre todo después de haberle llegado rumores sobre las intenciones del jesuita de atentar contra su vida mediante el Conde de Aranda. Don Juan se dirigió también al Conde de Peñaranda y a la ciudad de Barcelona para volver a explicar las razones por las que no quiso dirigirse a Flandes.

Entretanto los adeptos a don Juan impulsaban en la Corte el proyecto de expulsar al padre confesor como mejor solución a la delicada situación. La Reina, sin embargo, seguía mostrándose reacia a admiitir esta solución. El 28 de diciembre, Juan Blasco de Loyola comunica a don Juan que la expulsión de Nithard se encontraba próxima. Los Consejos de Estado, de Aragón y de Castilla se mostraron partidarios de la salida del confesor. El Consejo de Estado se decantó el 21 de diciembre por la conveniencia de evitar una “guerra interna”. Y la Junta de Gobierno ratificó por mayoría, una vez recusado Nithard, el parecer de los otros Consejos de que se empleara a Nithard como embajador, fuera de España. Los acuerdos de los Consejos fueron ratificados por la Junta de Gobierno, el 30 de diciembre. Sin embargo, la Regente no hallaba motivo para la salida de su confesor.

A comienzos de 1669, y tras comprobar el amplio apoyo con el contaba, ratificado por los Consejos y la propia Junta, don Juan decidió regresar a Castilla. En una carta del 22 de enero don Juan comunica a la Reina su intención de volver con una escolta. Simultáneamente escribe al Papa que se marcha hacia la Corte. El 27 de enero doña Mariana pasó comunicación al Consejo sobre la determinación expresada por don Juan de viajar a la Corte.

El 30 de enero don Juan salió de Barcelona, acompañado por una amplia escolta compuesta por 300 soldados a caballo que según el Dietari del Consell de Cent estaba compuesta de “molta cavalleria de guarda y molts altros cavallers y titulars de la present ciutat que li acompanyaren, causant en tots lo desconsuelo se pot imaginar de sa ausentia” (4). La marcha sobre Madrid en un principio fue considerada como un gesto de buena voluntad y un acto de obediencia a la Reina, pero pronto se fue convirtiendo en una demostración de fuerza ya que la escolta fue aumentando a medida que se acercaba a la Corte. Don Juan no sólo contaba con el apoyo de la nobleza, que se había visto excluida del gobierno imperante, sino también con el de los frailes, debido a la rivalidad existente entre órdenes religiosas y a la hostilidad manifiesta hacia Nithard y su gobierno. Para los militares, don Juan era ante todo un compañero con el que hacín causa común. Pero la verdadera fuerza se encontraba en el pueblo, descontento con el gobierno del jesuita extranjero. Un pasquín (5) clavado en la puerta del Palacio Real de Madrid rezaba:

Para la Reina hay Descalzas
y para el Rey hay tutor,
si no se muda el Gobierno
desterrando al Confessor.


El 5 de febrero don Juan llegó a Lérida. La Reina se apresuró a ordenar al virrey de Aragón, Conde de Aranda, que no hiciera demostración oficial para recibirle, aunque a título personal cada cual podía recibirle a su modo. El mismo don Juan, enterado de la carta de la Reina, escribió al virrey que dado que sólo pasaba por ahí de incógnito no le permitía recibir agasajos. En las proximidades de Zaragoza, sin embargo, don Juan se encontró con un gran recibimiento (6). El 17 de febrero, antes de proseguir su viaje a la Corte, don Juan escrbió una carta cariñosa a los diputados de la ciudad de Zaragoza en la que no ocultaba sus constantes sospechas hacia Nithard.

Mientras tanto, en la Corte se realizaron las diligencias necesarias para prepararse ante la amenazante proximidad de don Juan. Para evitar posibles tumultos en Madrid se despachó a don Juan un correo, a instancias del Presidente de Castilla, con una orden de la Reina para que despidiese a su escolta. Don Jua hizo caso omiso de la orden.

Madrid aguardaba con temor la llegada de don Juan. Durante varios días no sólo los Ministros sino también particulares acudieron a los conventos para depositar dinero, alhajas y otros bienes. Desde Yunquera de Henares, a diez leguas de la Corte, don Juan envió cartas a la Reina, exigiendo la salida de Nithard.

El 23 de febrero de 1669 se presentó con actitud amenazadora en Torrejón de Ardoz, listo para emprender su marcha hacia Madrid con un regimiento de 300 hombres. Allí, a tres leguas de Madrid, se le unieron nuevos refuerzos. Recibió una carta de la Reina, instándole, de nuevo, a despedir a su escolta. El 24 de febrero, el Nuncio Federico Borromeo, que se había ofrecido como mediador en el conflicto, se encontró con don Juan per éste le dio una clara respuesta: “si el lunes no sale el Padre por la puerta, ire en persona el martes y lo echare por la ventana” (7).

El último intento de convencer a don Juan para que despidiera a su escolta y se alejara de la Corte, lo efectuaron el Carenal Moncada y el Duque de Alba. Se entrevistaron con don Juan pero éste no cedió. Su aproximación causó verdadero pánico en la Corte. Los partidarios de don Juan, Alba, Infantado, Pastrana, Maqueda, Heliche, Frijiliana y Castrillo comenzaron a agitar al pueblo de Madrid contra la Reina.

Efectivamente, la nobleza, unida en un grupo definido por la heterogeneidad y la disparidad de intereses propios, dio una amplia cobertura a la rebeldía de un personaje que estaba en condiciones de poder canalizar sus anhelos. Según Oliván Santaliestra, don Juan José, sin desestimar en ningún momento su carismática personalidad y su valía como estratega político, fue siempre un instrumento en manos de la nobleza, no obstante, a nivel personal no creo que fuera así, sino más bien al contrario, es decir, don Juan se valió de la gran nobleza para lograr sus objetivos sabiendo que en ella residía la fuerza social más importante.

La Regente doña Mariana de Austria con Carlos II al fondo.

La Reina, sintiéndose impotente para sojuzgar el sentimiento público y accediendo a las insinuaciones de los Consejos de Castilla y Aragón, y de la misma Junta de Gobierno, optó al fin, aunque entre protestas y lágrimas, por conformarse a la principal de las exigencias de don Juan, que era la separación y el alejamiento definitivo de España del padre confesor. El 25 de febrero firmó un decreto de expulsión de Nithard (8), contra su voluntad pero bajo la presión de la nobleza. La noticia también se comunicó a los ministros fuera de España. Juan Everardo Nithard fue nombrado embajador extraordinario en Roma abandonando Madrid en medio de los insultos y amenazas del pueblo.

La Reina conocía con creces lo que había perdido en aquellos meses de amenazas y rebeldías, sin embargo seguía considerando que todo había sido una gran injusticia y apeló a la gracia divina para su compensación: “Yo fio en la misericordia de Dios, que volverá por vuestra inocencia, y por mi autoridad” (9). El asunto “Nithard” había mermado su capacidad para ser obedecida, un peligroso antecedente que marcaría el resto de su regencia.

Tras la expulsión de Nithard se produjo una sensación de alivio generalizada en la corte de Madrid. Por fin el jesuita indeseado e indeseable había sido expulsado del lado de la Reina; la figura real por tanto, quedaba exenta de un valido considerado ilegítimo por la gran nobleza y odiado por un don Juan José ansioso por acceder a la gracia real. La reina se quedó desamparada espiritual y políticamente, sin embargo siguió adelante en su tarea por salvaguardar el trono y proteger al Rey niño de las ambiciones de grandes y bastardos. Esta soledad fue ahogada por la fuerte convicción de su dignidad real, dignidad que trató de preservar cuando el respeto a su persona ya se había perdido en los círculos “juanistas” de la Corte, donde se hablaba de la reina como si fuera una cocinera.

Don Juan, sin embargo, no supo aprovecharse de su triunfo. La expulsión de Nithard le brindó la gran oportunidad de alzarse con el poder, respaldado por el pueblo de Madrid y contando con el apoyo moral de multitud de provincias. Sin embargo, no lo hizo. El paso final hacia la gloria no lo supo dar o no se atrevió a darlo. Cuando su enemigo se encamina a la frontera de Francia, le deja libre el paso a la Corte. Don Jua tenía entonces cuarenta años, estaba en la plenitud de su vida. Pudo haberse hecho cargo de la regencia del enfermizo Carlos II, y acaso, si el Rey moría, con el mismo trono. Ésta fue también la opinión del entonces embajador francés en Madrid, que pensaba que si el bastardo hubiera entrado en la Corte al día siguiente de la salida de Nithard, no solo se habría hecho dueño del gobierno, sino tal vez hubiera podido hacerse proclamar Rey.

En vez de dirigirse a Madrid, se marchó de Torrejón de Ardoz a Guadalajara “para desde allí representar a V.M. lo que se me ofrece” (26 de febrero). En sus cartas había expresado en repetidas ocasiones que su único deseo era ver expulsado al padre confesor y que no actuaba en beneficio ni interés propio.

Antes de regresar a Guadalajara escribió un manifiesto programático en el que se presentó un esbozo de un programa de gobierno. Punto importante de este programa lo constituía la creación de una Junta de Alivios para mejorar la maltrecha economía. En el manifiesto que lleva la fecha del 4 de marzo pidió la Presidencia de Castilla y la Presidencia de la Junta de Gobierno. También quiso que entraran definitivamente en la Junta sua amigos, el cardenal Pascual de Aragón, el vicecanciller Crespì de Valldaura y el Conde de Peñaranda.

La Reina, por su parte, le pidió que se alejara de la Corte. En una carta del 1 de marzo de 1669 se lee: “os volvereis a distancia de diez o doce leguas de la Corte, al paraje que os pareciere”. Doña Mariana fue concediendo parte de las peticiones de su exigente primo. Accedió a los ruegos de don Juan, dando libertad a Bernardo Patiño, convicto y confeso del frustrado intento de asesinato de Nithard, y mandó activar la definitiva salida del confesor que todavía permanecía en el norte de España.

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Fuentes principales:

* Sánchez Marcos, Fernando: El apoyo de Cataluña a don Juan José de Austria en 1668-60, ¿La hora de la periferia?

* Vermeulen, Anna: A quantos leyeren esta carta… estudio historico-critico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668. Leuven University Press, 2003.



(1) B.N., Mss. 1506, Guerra y Sandoval, f. 47

(2) Ello fue debido, en parte, a la actitud adversa del virrey, Conde de Paredes.

(3) Según Maura el 1.

(4) D.A.C.B., XVIII, pag. 136.

(5) B.N.M. ms. 2582, fol.124.

(6) Véase el papel impreso “Relación verdadera del festejo y aplauso con el que el señor don Juan de Austria fuere recibido en la ciudad de Zaragoza del Reyno de Aragón”. B.N.M. ms. 5588, fols. 65-66; Semanario Erudito, T.IV, pag.137.

(7) B.N.M. R.2069 R.2933 R.7660 R.3437 R.23745 R.38033, fol.53.

(8) A.H.N. libro 1009, fol. 283.

(9) Biblioteca Mazarino. Institut de France. Impreso A-11047. Relation de la sortie d’Espagne du pere Nithard… 1669. pp. 28-29.

martes, 23 de febrero de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XIII)

Retrato del cardenal Juan Everardo Nithard, por Alonso del Arco (c. 1674). Museo del Prado (Madrid).


Don Juan aprovechó la indignación en la opinión publica y las disensiones en la Junta de Gobierno que provocó el caso Malladas para atraerse a las diversas facciones, mientras maquinaba un golpe de estado. El 25 de junio tanteaba en ese sentido a los miembros de la Junta de Gobierno menos afectos a Nithard: Peñaranda, el cardenal Pascual de Aragón y el vicecanciller Crespì de Valldaura, mediante una larga carta en la que se calificaba al confesor de la Reina de “tirano sin Dios ni Rey”. Pero éstos no le contestaron. Aunque poco amigos de Nithard, no se solidarizaron con don Juan y trataron de apaciguar la efervescencia que había originado el caso Malladas mediante una serie de fiestas populares y apariciones en público de la Reina y el Rey niño. Mediante el talismán del fervor monárquico se buscaba que el pueblo olvidase los excitantes acontecimientos cercanos, que podían hacer aflorar un descontento para el que había motivos justificados: “hambre en los cuerpos y un inmenso cansancio y desilusión en todas las almas por la inutilidad de los esfuerzos efectuados” (1).

Por la delación de uno de los presuntos conjurados, el militar Pedro Pinilla, y la confesión de don Bernardo Patiño, hermano del secretario de don Juan de Austria, la Reina y la Junta de Gobierno tuvieron conocimiento del plan urdido por el bastardo para apoderarse de Nithard (2). En consecuencia, la Junta de Gobierno acordó, el 19 de octubre, la detención de don Juan de Austria. Más cuando un pelotón de soldados de caballería, capitaneados por el Marqués de Salinas, se presentó en Consuegra para prenderle solo encontró una carta autógrafa suya dirigida a la Reina. El había huido camino de Aragón. En su carta don Juan en primer lugar justifica el haberse ausentado de su priorato de Consuegra, adonde la Reina le había confinado como consecuencia de su renuncia de ir a Flandes. Según sus propias palabras tuvo que “poner en seguridad” su persona ya que sintió amenazado por la “tiranía y la execrable maldad de Everardo” (3), tras la detención del hermano de su secretario y “otras diligencias y abominables voces contra él”. Reconocía además sus intentos de apartar de la Reina al jesuita, pero sin matarle “limitando a lo indispensable el escandalo y la violencia”.

Con esta famosa carta, ampliamente difundida muy pronto, y la extensísima contestación pergeñada por Nithard se inicio lo que Maura ha calificado de “una de las mas reñidas batallas de Prensa de nuestra Historia” (4).

Después se detuvo algunos días oculto en el Convento de las Carmelitas Calzadas, en la celda de un fraile “muy afecto a la parcialidad sel s[eñ]or D[on] Juan” (7). Se fugó de ahí al enterarse de que el virrey Conde de Aranda, leal a la Reina, trataba de echarle mano.

Tras estos primeros desplazamiento, sucedió lo que mas temían los Consejos de la Corte dominados por sus enemigos: don Juan se encaminó a Cataluña y alcanzó Barcelona, ciudad en la que contaba con numerosos amigos desde que estuvo allí como virrey en la década de los 50.

La presencia del hijo de Felipe IV en el Principado en el otoño e invierno de 1668-1669 fue considerada por los catalanes coetáneos un acontecimiento notable, a juzgar por la extensa información presente tanto en la obra de Feliú de la Peña, como el Dietari del Consell de Cent. La presencia del líder indiscutible de la oposición al gobierno de Mariana de Austria y Nithard en una provincia que solo 17 años antes estaba en guerra con Madrid y formaba parte de Francia podía desencadenar peligrosos acontecimientos.

A muchos quizás la situación de ahora les recordaría desagradablemente la tesitura planteada por la huida a Aragón de Antonio Pérez en tiempos de Felipe II. Y aún más próximo estaba el caso del príncipe de Condè quien, desde la provincia fronteriza de la Guyana, había organizado la rebelión de La Fronda contra el cardenal Mazarino el cual, como Nithard, era también un extranjero y valido de una regente extranjera, en este caso la reina Ana de Austria (tía de doña Mariana). Sus numerosos partidarios, en cambio, aplaudieron la jugada de don Juan de Austria que había sabido escapar en último extremo. Por todo ello, tanto en Madrid como Barcelona se habló y se comentó apasionadamente esta fuga y se esperaban con impaciencia las deliberaciones de las numerosas Juntas y Consejos de la Corte que estudiaron el problema.

La decisión de don Juan de Austria de acudir a Cataluña era razonable y probablemente no improvisada. Ya a principios de 1667 había solicitado ese virreinato (8), siéndole denegada su petición. Cuando, tras doce años de ausencia, regresaba a Cataluña como refugiado político, buscando seguridad para su persona y un posible apoyo en su lucha contra el padre confesor Nithard, hacía uso del ofrecimiento que los Consellers de Barcelona le habían hecho, cuando abandonó el Principado en 1656, de ayudarle en cualquier asunto. Además, en Cataluña don Juan de Austria podía contar no solamente con un sentimiento de gratitud ampliamente generalizado por su anterior gestión gubernativa de 1652 a 1656, sino también con la amistad personal y la adhesión de una buena parte de la oligarquía que el mismo había colocado, a través del control de las insaculaciones en el gobierno de la ciudad durante su virreinato y que todavía permanecía en las bolsas del Consejo de Ciento. De otra parte, don Juan conocía esa cierta tensión latente entre Barcelona y la Corte y podía esperar fundadamente que el hecho de llegar a Barcelona perseguido del gobierno central le confiriera a los ojos de muchos un considerable atractivo. En el peor de los casos, la frontera con Francia estaba cerca.

Ciertamente, en la élite política catalana y pese al control ejercido por la Corte desde 1652 sobre sus miembros, se había venido manifestando hasta entonces, junto a una fidelidad monárquica y una lógica actitud colaboracionista respecto a Madrid, ciertas tensiones, cierta desilusión y desencanto. Motivaron, éstos tanto la pérdida del Rosellón como la negativa de la Corte a devolver a Cataluña los pocos pero decisivos privilegios que Felipe IV se había reservado en 1652 y que habían sido demandados con insistencia.

Esa cierta tensión respecto a las autoridades dependientes de Madrid se agravó momentaneamente durante el virreinato del Duque de Osuna, que comenzó el 4 de agosto de 1667, por la falta de tacto de éste. Si no tomó mayores proporciones, se debió a las limitaciones del poder del virrey y al contrapeso que le hizo el Consejo de Aragón, mucho mas inclinado ahora que en 1652 a tener en cuenta los intereses y aspiraciones de Cataluña. Pero cuando don Juan de Austria llegó a Barcelona, en noviembre de 1668, todavía seguían en prisión los oficiales de la ciudad que habían sido encarcelados por orden del virrey.

El 9 de noviembre el virrey de Cataluña Duque de Osuna, antiguo subordinado de don Juan de Austria en la campaña de Portugal, acudió a San Feliù de Llobregat para entrevistarse con éste. Tras cinco horas de deliberaciones acordaron que el real bastardo residiría en la torre del mercader Llorenc Lladó (o Lledó), situada en Sarriá, cerca del antiguo monasterio de padres capuchinos de Santa Eulalia.

Las esperanzas de don Juan de Austria respecto a la acogida que encontraría en Cataluña no se vieron defraudadas. Tanto los “Anales de Cataluña” de Feliù de la Peña como en la obra de Maura, nada afecto ,al bastardo, se habla de la ,acogida francamente calurosa que le dispensaron todos los sectores sociales de Barcelona. “Llegando la noticia a Barcelona a 9 de noviembre –se puede leer en los Anales- visitole todo lo notable, eclesiástico y secular. Salió el pueblo contento solo por la vista de Su Alteza, concurrían a porfía, obligados todos de los agasajos que habían recibido de su grandeza ofreciéndole cuanto quiso admitir” (9). Y al extenderse por Cataluña la noticia de su llegada, acudieron a Barcelona para verle representantes de los pueblos y muchos particulares

A las corporaciones barcelonesas la presencia de don Juan de Austria en la ciudad les planteaba una cuestión embarazosa: ¿Hasta qué punto podían comprometerse dando oficialmente la bienvenida a un personaje que había huído para escapar a las órdenes de la Junta de Gobierno y del valido de la Reina? Lo delicado de la situación explica su cauteloso modo de obrar. Fue el Consejo de Ciento, una vez más, el que marcó la pauta, enviando el 14 de noviembre una embajada de bienvenida a don Juan de Austria, pero sólo después de que el virrey, ante la consulta previa de los Consellers al respecto, no expresara reparo a ello. En dicha bienvenida le manifestaron a don Juan las obligaciones que Barcelona tenía para con él por lo que había obrado “a la ocasio del major apreto de esta Ciutat (...) y molt en particular de aver la treta de la servitut de las armas francesas” (10) y los buenos deseos de la ciudad hacia él. Y siguieron al Consejo de Ciento el capítulo catedralicio y la Diputación.

Desde el día 13 al 17 de noviembre don Juan José se entregó a una febril actividad epistolar con fines de propaganda política. Buscando el apoyo de amplios sectores y corporaciones oficiales de la nación de cara a su enfrentamiento con Nithard, escribio desde Barcelona a los miembros de la Junta de Gobierno, a las ciudades de Castilla con voto en Cortes, a las Diputaciones de Valencia y Aragón y a otras muchas corporaciones de la Monarquía. El núcleo de estas cartas era el mismo: expresando su respeto por la autoridad de la Reina, justificaba la postura que había adoptado y pedía apoyo para la expulsión de Nithard, invocando razones de muy diversa índole. Dentro de esta amplia campaña a escala nacional se inserta la que don Juan de Austria desarroll6 para atraerse a los consistorios barceloneses. Siendo Barcelona, una de las más importantes ciudades de la Monarquía, la que en definitiva constituía su seguridad y la actitud de los catalanes una constante preocupación para la Corte, era lógico que el hijo de Felipe IV pusiese especial empeño en asegurarse, cara a la Reina y a toda la nación, el apoyo de Barcelona y con ella practicamente de toda Cataluña.

El 17 de noviembre (11) don Melchor de Sotomayor y Portocarrero, “Camarero mayor del Serenismo Señor Don Juan de Austria” compareció ante el Consejo de Ciento y entregó al Conseller en Cap de Barcelona tres cartas, que fueron leidas a continuación. En la dirigida específicamente al Consejo, fechada la vispera, don Juan atacaba fuertemente a Nithard y explicaba los motivos que le habían obligado a salir de Consuegra. Los más importantes, decía, “tocaban al servicio del Rey Nuestro Señor, conservación de sus reinos y reputación y honor de sus vasallos”, los otros, “miraban a mis (conveniencias) particulares” .En ella, prácticamente la misma enviada a otras corporaciones de la Monarquía, solicitaba, de los Consellers su intercesión ante la Reina. Otra de las cartas era copia de la que habia dirigido el día 13 a doña Mariana pidiéndole de nuevo hiciese salir de España a Nithard y, por último, que se pusiera en libertad al hermano de su secretario y a él se le restituyeran el honor y la reputación. En la tercera, copia de la enviada a los miembros de la Junta de Gobierno, solicitaba su ayuda para echar al jesuita y amenazaba con que se seguirían agraves inconvenientesa en ese empeño en caso de que no se lograra “doblegar la terca cerviz del padre Everardo”. Don Juan de Austria hacia también en ella protesta de desinterés personal en su actuación.

En ese dia 17 y el siguiente, don Juan hizo llegar esas mismas cartas, encabezamiento aparte, a la Diputació de la Generalitat, al Cabildo barcelonés, y al Brazo Militar de Cataluña.




Grabado en el se representa a Gaspar Téllez de Girón, V Duque de Osuna y virrey de Cataluña durante la estancia de don Juan José de Austria en aquel principado de 1668-69. Biblioteca Nacional de España.

La reacción del Consell de Cent en su sesión de 17 de noviembre fue de calma y de cautela. Considerando el problema grave, delegaron su estudio en una Junta de Setzena y en los Consellers, y decidieron ir cornunicando paralelamente sus decisiones al respecto tanto a don Juan como al virrey Duque de Osuna, como representante de la Corona. Siguiendo la propuesta de la Junta de Setzena, con la aprobación de Osuna y, por supuesto, de don Juan, el Consejo de Ciento acordó enviar una prudente misiva a la Reina intercediendo por el bastardo y excluir la más comprometedora posibilidad de mandar un embajador extraordinario a la Corte:
Señora: estando junto el Consejo de Ciento el día 17 del corriente parta tratar negocios de su administración llegó a él un caballero de la camara del señor Don Juan de Austria con una carta suya dirigida a los consejeros y Consejo de Ciento copia de la cua1 se presenta a V.M. y vista por el Consejo, y entendido lo contenido en ella resolvió dar inteligencia de ello al duque de Osuna, Lugarteniente y Capitán General, y deseando esta ciudad siempre lo de mayor servicio a V.M. y el consuelo y alivio del señor Don Juan, bajo de aquellos límites que son permitidos a la fidelidad y rendimiento de tan fieles vasallos, y en consideración de ser hijo del Rey nuestro señor (que goce de gloria), a los servicios hechos a la Monarquía y las muchas honras y mercedes, que por medio de él gobernando esta provincia alcanzó esta ciudad de la Majestad del Señor Rey Felipe IV (de feliz recuerdo). Por lo que, Señora, postrada esta ciudad a los Reales pies de V. M. y con todo el obsequio debido a la Real persona de V.M. atendiendo continuamente al mayor beneficio y aumento de la Real Monarquía suplica a V. M. por medio de esta carta, que por extraordinario se pone en las reales manos de V.M., sea del Real servicio de V.M. aliviar y consolar al Señor Don Juan con aquellas gracias y mercedes, que se pueden prometer de la Real grandeza de V.M. La Divina guarde las Catolicas y Reales personas de V.M. y del Señor Rey Don Carlos como ha menester la cristiandad toda y estos fidelísimos vasallos. Barcelona y noviembre de MDCLXVIII” (12).

Con esta carta, que sali6 de Barcelona el 22 de noviembre, en la que los Consellers conciliaban el apoyo a don Juan de Austria con su fidelidad a la Corona.


Fuentes Principales:

* Castillo Soto, Josefina. Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV) : su labor política y militar. Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1991.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : Origenes, Ascenso Y Caida De Un Duende De La Corte Del Rey Hechizado. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Sánchez Marcos, Fernando: El apoyo de Cataluña a don Juan José de Austria en 1668-60, ¿La hora de la periferia?

* Vermeulen, Anna: A quantos leyeren esta carta… estudio historico-critico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668. Leuven University Press, 2003.



(1) Domínguez Ortiz, A. Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, 1960, pagina 84.

(2) El 13 de octubre el capitán Pedro Pinilla declaró a la Reina que durante la campaña de Portugal, don Bernardo Patiño, hermano del secretario de don Juan, don Mateo Patiño, le había propuesto la entrada en una conjura contra el padre Everardo, urdida por don Juan. El 14 de octubre, se encarceló a don Bernardo Patiño, que acabó por confesar. Patiño fue acusado, no solo de conspirar contra el padre confesor, sino contra la misma Reina. Se le atribuyó el intento de recluirla en un convento, secuestrar al Rey-niño y entregar la regencia al bastardo.

(3) Don Juan emplea palabras poco respetuosas y muy injuriosas refiriéndose al padre confesor, al que llama por su nombre y no por sus títulos de Inquisidor General, Consejero de Estado, Ministro de la Gobernación o confesor de la Reina.

(4) Maura, G. Vida y reinado de Carlos II, t. I, Madrid.

(5) B.N.M., ms.8348, fol. I.

(6) Se refiere al Conde de Aranda, virrey de Aragón.

(7) B.N.M., ms.8348, fol. I.

(8) Maura, G. Vida y reinado de Carlos II, t. I, Madrid, 19542 pág. 131.

(9) Feliù de la Penya, N. Anales de Cataluña, v. 111, Barcelona, 1709, pág. 352

(10) Dietari Antich Consell Barceloni, XVIII, págs. 90-91.

(11) Según Anna Vermeulen asegura que tal fecha es el 16 de noviembre y no el 17.

(12) A.H.13.; Lletres Closes, 100, f. 60.

domingo, 21 de febrero de 2010

PRIMER PREMIO DE ESTE CAROLINO BLOG


Hoy querría darle las gracias a Madame Minuet por el premio del que me hace entrega, pero sobre todo por su dedicación y su trabajo en su blog "En la corte del Rey Sol" en el que nos acerca de una manera deliciosa la vida cortesana de Luois Dieudonné. De nuevo gracias por el premio y por seguirme.

Además me gustaría compartir este premio con CarmenBéjar de "Pinceladas de Historia Bejarana" por su excelente blog sobre la villa de Béjar tan cercana a mis orígenes familiares y a Cayetano de "La tinaja de Diógenes" por su animada manera de traernos la historia.

Un saludo para todos los que me siguen de una u otra forma.

martes, 16 de febrero de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XII)

Escudo de Armas de don Juan José de Austria situado en el castillo de Consuegra, capital del Priorato de San Juan en los Reinos de Castilla y León.


Como se dijo en la anterior entrada, el 15 de junio de 1667 la reina doña Mariana de Austria accedió a regañadientes a que don Juan de Austria entrase a formar parte del Consejo de Estado y a que éste pasase a residir en el Palacio del Buen Retiro. Sin embargo, y en un intento por alejar al bastardo de la Corte, la Regente emitió unos meses más tarde (14 de septiembre de 1667) un Real Decreto por el que se enviaba a don Juan a Flandes con el pretexto de que tomase las riendas del gobierno de auquellas provincias en esos difíciles momentos en los cuales se había producido la agresión de Luis XIV a las mismas alegando los derechos de su esposa María Teresa sobre el Ducado de Brabante, en el contexto de lo que pasaría a denominarse Guerra de Devolución (1667-1668).

El decreto no sorprendió a nadie ya que don Juan era el Gobernador y Capitán General de estos estados por nombramiento confirmado en el testamento de Felipe IV. Don Juan, consciente de la maniobra, puso una serie de condiciones para hacerse con el cargo. En una carta fechada el 15 de septiembre de 1667 (2) acusa “la estrecheza real y verdadera de los medios y la monstruosidad del gobierno presente (...) Termínese aquella, y mudase y componga éste, (...) yo iré a defender a Flandes”.

Y, sin embargo, don Juan aceptaría la propuesta, por más que ello viniese a provocar el mayor de los disgustos al Condestable de Castilla, que había sido previamente designado para esa misión. Al parecer todos esperaban que don Juan pusiera alguna de sus muchas y acostumbradas excusas a esta empresa, motivo por el cual también se ofreció el cargo al Condestable. Sin embargo, según la Reina: “ se ha resignado en mi voluntad don Juan de Austria, mostrando el gusto con que irá a servir su puesto de Gobernador y Capitán General, propietario de auquellos estados, cuya acción me ha parecido aprobar, y queda disponiendo su viaje...Madrid, 7 de febrero de 1668” (3).

La idea de mandar al regio bastardo fuera de la Península Ibérica se había convertido en una auténtica cuestión de Estado. Y es por ello que en ese anhelo de conseguir que don Juan se hiciera cargo de la defensa de los intereses de la Monarquía en tierras de Flandes, se llegaba a aceptar por parte de la Regente a ceptar las pretensiones del bastardo con respecto al estado de su Casa, que don Juan describía de la siguiente forma:

“Señora. Con indecible repugnancia tomo la pluma para hablar a Vuestra Majestades con materia que aunque indirectamente sean también del real servicio de Su Majestad, tienen la apariencia de solo interés mío, y tan necesarias cuanto contrarias a mi condición el tratar de ellos. Esto es señora, representar a Vuestra Majestad mi cortedad de medios, no solo para conservar en Flandes una decencia que sin tocar los términos de la superficialidad, no llegue a los de la miseria y deslucimiento, sino aun para poder hacer el viaje a aquellas provincias, llevar a ellas la posición de la familia que me hubiere de servir, dejar forma de sustento en la que quedare en España, y hallar en ellas una cama y un bufete, en que comer y dormir.

Las causas por las que me veo reducido a este estado, juzgo acreditan bastantem que no pondero esto a Vuestra Majestad con gana de venderme caro, ni ser de carga a la real hacienda, cuando mi verdad y mis obligaciones no desvariasen tanto, lo uno y lo otro”.

Pero a parte de ello, las peticiones de don Juan eran amplísimas, incluyéndose como condición para asumir dicho nombramiento concesiones que hasta ese momento nunca se habín planteado por otro que hubiese desempeñado el cargo de Gobernador General de los Países Bajos, tales como importantes medios materiales y humanos, así como poderes amplios. La idea no era otra que la que desestabilizar al gobierno de la regencia a cualquier costa. Con todo se hicieron por parte de éstos todos los esfuerzos con objeto de satisfacer dichas demandas, entre otras cosas por el deseo de Mariana de Austria de conseguir la salida de don Juan de tierras españolas.

Así, la presión ejercida por don Juan tendría su recompensa, ya que las concesiones recibidas fueron de gran magnitud: la autoridad para hacer la guerra y la paz, para otorgar títulos de nobleza, para disponer de un millón de pesos en efectivo y 780.000 escudos en título de crédito. Asimismo, se le asignaron unos emolumentos personales de 600.000 escudos, se prepararon los refuerzos y se dispuso un escuadrón naval, que esperaba en La Coruña (4).

Aquel esfuerzo económico sin parangón para financiar la campaña de Flandes, conforme a las peticiones de don Juan, unido a otros gastos adicionales para hacer frente a otras necesidades de la Monarquía, motivarían aquella carta, que en julio de 1668 enviará el presidente del Consejo de Hacienda, don Lope de los Ríos, a la Regente, en respuesta a cierta consulta de Mariana de Austria. En aquella no ocultaba la imposibilidad de poder hacer frente a las constantes demandas financieras que ante el Consejo que presidía se presentaban, singularmente desde que se hiciese cargo de la Presidencia de Hacienda, en donde ya halló enteramente distribuido el montante total del caudal de los años 1667 y 1668 (5).

En estos dramáticos momentos previos a los que iba a ser la marcha de don Juan a los Países Bajos, la ira del bastardo y sus partidarios hacia el padre confesor era terrible. Nithard se había convertido en un personaje que se interponía en los planes de don Juan, por lo que parecía no haber otra solución que eliminarlo físicamente. Para tal fin, por aquellas fechas se preparó todo lo necesario para acabar con la vida del padre confesor, en un complot donde se preveía fuese asesinado en las calles de Madrid a manos de los agentes de don Juan, o cuando menos secuestrado, tal y como el propio Nithard da cuenta a Mariana de Austria meses después:

“...en que el señor don Juan dispuso de darme muerte...De este cargo, que toca en mi muerte, intentada el 17 de febrero pasado, de que habla el señor don Juan como si no fuera a darme la muerte, sino otra cosa menos escandalosa...”

Continua afirmando que:

Lo primero, que habiendo tenido avisos de personas de mucha suposición, que aquel viernes 17 de febrero (que era del perdón de enemigos) me convenía estar en mi casa, y no salir por la tarde a la Junta de Gobierno; porque sin duda estaba dispuesta mi muerte al pasar por el convento de la Encarnación. Y aunque nunca m persuadía a temor, y fiaba en Dios Nuestro Señor sería servido de mirarme con ojos de piedad y guardarme todavía fueron tantos los que me dijeron que era tentar a Dios el exponerme a ese riesgo sin especial necesidad; y por esta razón, y otras de conicido y forzoso impedimento de mi ocupación no fui a la Junta, y a esto llama el señor don Juan de mi mala conciencia...” (6).

Así las cosas, don Juam enterró definitivamente las órdenes recibidas para que partiese cuando antes para la defensa militar de los Países Bajos. Para evitar problemas mayores, utilizaría una táctica que repitiría en otras ocasiones: el alegar tener mala salud. De este modo, el 27 de junio comunicaba la imposibilidad de acometer esa empresa asignada alegando un dolor continuo que bien podía ser una señal manifiestade que su vida corría peligro en caso de no ponerse en tratamiento, especialmente si viajase a los Países Bajos en donde el clima era especialmente frío y húmedo. Con la aparición de esta inoportuna enfermedad, don Juan se postraba “a los Reales pies de Vuestra Majestad y la pido excusarme de esta jornada” (7).

Comprendiendo la Junta de Gobierno que nunca partiría hacia Flandes, no tardó en ser sustituido en tal misión, indicándole la Regente que se trasladase a Consuegra (capital del Priorato de San Juan del que don Juan era Gran Prior) inmediatamente, sin pasar en ningún caso por la Corte (recuérdese que don Juan se encontraba en La Coruña), y que allí esperase sus instrucciones. Tras ellos don Juan fue sustituido como gobernador efectivo de los Países Bajos por el Condestable de Castilla.
Grabado en el que se representa al padre confesor Juan Everardo Nithard, valido de la reina regente doña Mariana de Austria.

Mientras todo ello ocurría, tuvo lugar el famoso Caso Malladas: cuentas las crónicas que el 19 de mayo de aquel año de 1668, mientras llevaban a un moribundo a su posada, antes de morir vino a confesar que le habían envenenado con una taza de chocolate, por haberse negado a la proposición que le hizo un tal Malladas para que aesinase al padre confesor, y que ese individuo era el que le había envenenado. Vino a a asegurar que dicha propuesta estaba instigada por el mismísimo don Juan de Austria.

José Malladas era un hidalgo de origen aragonés que había sido protegido durante cierto tiempo por el padre confesor. Sin embargo, su mala gestión en el empleo de recaudador de rentas que le habían conferido, así como la vida escandalosa que llevaba su esposa, al parecer con su consentimiento, hicieron que fuera cesado del cargo que ejercía. Más tarde, detenido el aragonés sin un motivo todavía claro, comenzaron a imputársele posibles motivos. En este sentido, en una de aquellas imputaciones, Nithard fue de la opinión de que en la muerte del Marqués de Saint Aunais nada tuvo que ver Malladas, sino que se trató de una más de las acciones detestables del que había muerto envenenado, siendo liberado Malladas.

Con todo, aquel asunto que en cierto modo pudo hasta llegar a engrandecer la figura del confesor de la Reina, como ser misericordioso y piadoso, no habría tenido mayor trascendencia, siendo incluso rápidamente olvidado, de no ser por lo ocurrido muy pocos días después. El 1 de junio el recién nombrado Presidente del Consejo de Castilla, Diego Sarmiento de Valladares, que era otro de los protegidos de Nithard, que incluso había usado de todo su poder para conseguir dicha designación, ordenó verbalmente a un alcalde de corte que detuviese a Malladas, en su casa ubicada en la Calle de los Judescos de Madrid. Conducido a altas horas de la noche a prisión y sin ningún tipo de procedimiento judicial, se le dio garrote en su misma celda en la madrugada del 2 de junio de 1668.

Enterados los partidarios de don Juan de aquella violación de los más mínimos derechos judiciarios de Malladas, además del propio hecho de la ejecución sumaria, organizaron un gigantesco escándalo en la Corte y fuera de ella. Madrid se llenaría de pasquines atacando a la Regente, al valido y a todos aquellos que compartían el poder con ellos, siendo considerados todos ellos por don Juan y sus partidarios como autores y cómplices de aquella atroz muerte.

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Fuentes principales:

* Castillo Soto, Josefina. Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV) : su labor política y militar. Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1991.

* Oliván Santaliestra, Laura: Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : Origenes, Ascenso Y Caida De Un Duende De La Corte Del Rey Hechizado. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Vermeulen, Anna: A quantos leyeren esta carta… estudio historico-critico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668. Leuven University Press, 2003.



(1) Recuérdese que don Juan había sido nombrado Gobernador y Capitán General de los Países Bajos de manera vitaliacia por Felipe IV en 1643.

(2) B.N.M., ms. 8345, fol.70.

(3) A.H.N., Frías, C.82, D. 45-55.

(4) Lynch, J., Los Austrias (1598-1700), pag. 321.

(5) Kamen, H., La España de Carlos II. Madrid, 2005; pag. 463.

(6) A.H.N., Estado. Libro 1.009, pp. 298 y ss.
(7) Maura, Gabriel: “Vida y Reinado de Carlos II”, pag. 101.


miércoles, 10 de febrero de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XI)


Grabado en el que se representa a don Juan José de Austria. Biblioteca Nacional de España.

Una de las claves del protagonismo que adquirió don Juan José como personaje opositor a la regencia, se encuentra en las disposiciones testamentarias que dejó Felipe IV para su hijo bastardo. Don Juan fue como algunos fieles ministros del Rey (Medina de las Torres), apartado del nuevo gobierno de Regencia, situación que le colocó en una posición de lucha por ganarse el dificilísimo favor de la nueva regente doña Mariana de Austria que desde el principio había dado muestras de querer seguir alejando a don Juan de la corte, pues además del miedo que le despertaba, no confiaba en él, como tampoco en muchos otros nobles. Felipe IV excluyó a don Juan de las instituciones más importantes de la Monarquía: el Consejo de Estado y la Junta que iba a formarse tras su muerte. Tampoco reconoció con honores su labor realizada al frente de Sicilia, Cataluña o en el campo de batalla portugués; únicamente espetó a la regente a que le siguiera encomendado misiones y a que le tratara como hijo natural y reconocido. Las razones de esta postergación, como acertadamente ha apuntado Graf von Kalnein (1), no hay que encontrarlas sólo en el enfado de Felipe IV con don Juan en sus últimos meses de vida. Más bien, aquel distanciamiento de la vida gubernamental del que fue víctima don Juan, se debió a una estrategia política del monarca para proteger la estabilidad de la minoría de edad. Don Juan era un peligro potencial para el desarrollo normal de un gobierno de minoridad pues presentaba dos poderosos inconvenientes que podían llegar a amenazar la tranquilidad de la regencia: era muy ambicioso y por sus venas corría sangre real.

El primer problema, el ansia por conseguir un puesto relevante en la Monarquía apuntaba directamente a la cuestión del valimiento. Precisamente una de las explicaciones que existen para la creación de la junta asesora de regencia fue la de evitar que un solo personaje pudiera acaparar las funciones de gobierno así como las redes clientelares formadas alrededor del monarca. También la ausencia de Medina de las Torres en el reparto de cargos del sistema de regencia se puede entender desde la perspectiva de la eliminación del valimiento, pues el Duque influyó de manera evidente en el monarca en los últimos años de reinado y seguramente, en vistas de la minorita real el Rey prefirió apartar de la esfera de la Junta a un personaje políticamente reconocido y que podía llegar a ser valido. Don Juan poseía ciertas dotes de mando y aunque no era experto en las artes de la persuasión o de la sutileza, bien podía suponer una amenaza para una minoría de edad en la que sólo cabía esperar el crecimiento del rey-niño. Don Juan, en la corte, podía hacer sombra al pequeño heredero legítimo y además, su presencia allí, nunca iba a ser aceptada por una reina cuya moral y costumbres se lo prohibían. Con su carisma y su don de gentes, ya demostrado en toda su carrera política, el bastardo podía erigirse en una especie de valido si sabía ganarse el apoyo de la gran nobleza, Felipe IV no vio posible aquella situación y decidió que su última voluntad fuese la postergación de su hijo natural.

La segunda barrera que inclinó a Felipe IV a tal decisión de “destierro” fue la condición de don Juan como príncipe de sangre real. El vínculo familiar con la Casa de Austria era algo intrínseco a su persona, en el mismo grado que lo era su condición “plebeya”. La paternidad de Felipe IV le imprimía de un carácter regio que no pasó desapercibida a sus seguidores; sin embargo, además de dotarle de aquella aureola de realeza, el ser hijo de rey también llevaba implícitos ciertos derechos reconocidos o no reconocidos, pero aceptados en la tradición política de la Monarquía. En tiempos de minoridad real estaban llamados al tutelaje del rey menor no sólo la reina madre o ciertos nobles elegidos por el monarca difunto, sino que existía otra figura importante: un pariente varón del rey, un príncipe de sangre real que con su ejemplo dirigiera los primeros pasos del heredero legítimo. Si Felipe IV no hubiera excluido a don Juan José del gobierno de regencia, éste se podría haber convertido, sustituyendo a doña Mariana, en el tutor de Carlos II en función de aquella cláusula que llamaba a los familiares varones al tutelaje y que en la edad media había funcionado como medio de solventar la crisis de las minorías reales.

Carisma regio, prerrogativas políticas…e hipotéticos derechos sucesorios a la Corona… don Juan, en el código de las Siete Partidas, como se ha atrevido a afirmar Sevilla González, tenía posibilidades legales para acceder al trono de la Monarquía en ausencia de los herederos legítimos. Pudiera parecer disparatada esta aserción pero lo cierto es que el fantasma de la sucesión en don Juan José persiguió en más de una ocasión a monarcas como Luis XIV o Leopoldo I. Y es que según el derecho castellano los hijos ilegítimos pero “legitimados” podían acceder a la sucesión en caso de la ausencia de hijos legítimos por lo que la plausible muerte de Carlos II y la renuncia a la Corona de las otras dos herederas legítimas (María Teresa y Margarita) posicionaría a don Juan José en el heredero universal de la Monarquía; al menos así podía suceder atendiendo al código de las Partidas que versaba así para este tipo de herederos: “el más propinco pariente que oviesse, leyendo ome para ello” (2). Sin embargo, en su testamento, Felipe IV se preocupó precisamente por esta peliaguda cuestión y excluyendo totalmente a don Juan José de la sucesión en las cláusulas 57 y 81, pasando aquellos derechos a los descendientes de la princesa Margarita y a otras ramas colaterales. Aún y todo y a pesar de que el testamento incapacitó jurídicamente a don Juan para ostentar la Corona, muchos creyeron ver en don Juan dotes merecedoras de una coronación mientras que otros sospecharon que su máximo anhelo era sustituir a su medio hermano en el trono.

Con la publicación del testamento y sus resoluciones, don Juan José pasó a engrosar la lista de descontentos con el estrenado sistema de regencia, listado que aumentó considerablemente con el hasta cierto punto inesperado ascenso de Nithard y la ineficacia burocrática e institucional de la Junta de Gobierno. La relegación de don Juan a la lista de nobles marginados del gobierno, así como la regalía regia practicada por doña Mariana de Austria y que no gustó a los descontentos, constituyeron el inicio del fenómeno “juanista”. Medina de las Torrres, el Duque de Montalto, el Duque de Alba, el Cardenal de Aragón… por distintos motivos y con intereses diversos se aglutinaron en determinados momentos alrededor de don Juan, personaje carismático, capaz de catalizar aquella disconformidad dotándola de un sentido político. Aquellos que por definición se consideraron contrarios al gobierno de la regencia y sobre todo, al valimiento del jesuita Nithard, se posicionaron de manera natural en el bando “juanista”, pues si Nithard se erigió en “cabeza de turco” por el contrario don Juan pasó a ser el “Mesías salvador”, arrastrando a dominicos (3) y pueblo a su singular, heterogéneo y versátil “partido”, compuesto por nobles, eclesiásticos y populacho de lealtad variable, coyuntural y veleidosa.

Por lo que se refiere a la Junta de Gobierno en sí, ésta parece que estaba destinada a tropezar con la frontal oposición de importantes sectores de la oligarquía aristocrática, de no surgir, como así ocurrió casi inmediatamente con la figura del padre confesor de la Reina regente, Juan Everardo Nithard, un nuevo favorito que se convirtiese en blanco de los descontentos de todos quello resentidos.

Cuando se abrió el testamento de Felipe IV, uno de los miembros de la Junta, el cardenal Baltasar Moscoso y Sandoval ya había fallecido, muerto sólo unas horas antes que Felipe IV. La Reina hubo de buscar soluciones y con la intención de dejar vacante el puesto de Inquisidor General, obligó a don Pascual de Aragón a ocupar el Arzobispado de Toledo. De este modo el puesto de Inquisidor General quedó libre para ser copado por su confesor, el padre jesuita austriaco Nithard.

Una vez conseguida la destitución de don Pascual de Aragón, el segundo paso fue naturalizar castellano al jesuita pues un extranjero no podía alcanzar el puesto de Inquisidor General, lo que consiguió después de complicadas negociaciones con las diferentes ciudades con voto en Cortes. Concluidas estas negociaciones que enfrentaron a la Reina regente con poderes religiosos y municipales, faltaba un único paso para sellar la empresa iniciada: Nithard, como padre jesuita y, por tanto, debido a las reglas de su compañía no podía aceptar cargo alguno sin el consentimiento del Sumo Pontífice: sólo la autoridad papal podía salvar esta última traba. La reina no dudó entonces en dirigirse al papa Alejandro VII, quien eximió a Nithard de su voto jesuítico, que le impedía ejercer cargos políticos, en la bula promulgada el 15 de octubre de 1666. Con este último acto el padre jesuita obtuvo el cargo de Inquisidor General que instantáneamente lo convirtió en miembro de la Junta de Regencia. De este modo se daba inicio a un nuevo valimiento, con todas las precauciones que este término implica. Por otra parte, la influencia del austriaco venía a suponer en cierto modo la reducción del papel y de las competencias de la Junta de Gobierno

No obstante todo, y a pesar de la aparición de un nuevo valido, que dirigiese los destinos de la Monarquía, pudiera parecer que aquella institución llegaba a su fin, sin embargo, la Junta de Gobierno siguió funcionando muchos años más siendo renovados sus cargos en diversas ocasiones (4).


Grabado en el que se representa a la reina regente doña Mariana de Austria. Biblioteca Nacional de España.
Mientras tanto, don Juan había perseguido obtener paulatinamente una serie de cargos públicos de relevancia con el ánimo de engrandecer su Casa, por un lado, y, por otro y más importante todavía, su presencia en los engranajes de la Corona. La idea que perseguìa era su inclusión en la Junta de Gobierno, o al menos, su incorporación al Consejo de Estado. En este sentido don Juan escribió un memorial a la reina doña Mariana en la que le hacía conocer su estado de prostración en el que había quedado tras su completa exclusión de todo cargo político:

"[...] que no se dirá contra lo más sagrado de mi intención si viesen que Su Majestad me cerraba la puerta que Su Majestad que Dios haya [Felipe IV] me abrió para concurrir en los bancos de un Consejo, que es la puerta del toque de la confianza, y el aprecio de los más relevantes vasallos, ¿acaso lo he desmerecido después acá con mi proceder, o se ha visto sombra o asomo que pueda oscurecerlo? No señora, ni esto ha sido, ni puede Vuestra Majestad permitir que me haga un disfavor de este tamaño” (5).

Por otra parte, en los inicios de la regencia y tras su alejamiento de la Corona, don Juan nunca pensó en capitanear un partido de oposición al gobierno de regencia, muy al contrario, su descontento lo inclinó a entrar en el juego cortesano, la vía más segura para obtener mercedes y cumplir ambiciones: su primer movimiento fue el acercamiento amistoso y cortés al padre Nithard, nueva cabeza coronada por la regente, y casi único personaje que le podía facilitar el acceso a la persona real, fuente de prebendas y honores. El 10 de octubre de 1665 don Juan se entrevistó con el padre Nithard para hacerle saber sus intenciones: don Juan quería contraer matrimonio con la hermana del Duque de Enghien (6), el posible sucesor de la corona polaca, con el fin de, en un futuro, poder sentarse él mismo en el trono de Polonia. Nithard le recomendó que se pusiera en contacto con el Barón de Lisola, embajador extraordinario del Imperio en Madrid el cual podía hacer valer su pretensión.

No se sabe si por influencias de Lisola o por propia iniciativa, don Juan dejó de lado el proyecto polaco. La decadencia y la falta de rentas de aquella monarquía debieron tener su peso en esta decisión que don Juan cambió rápidamente por otra: el matrimonio con la archiduquesa Claudia Felicitas (7), enlace con el cual pensaba podía acceder al gobierno del Tirol. Estas negociaciones que Lisola apoyó sin el consentimiento previo del emperador Leopoldo I y sin haberlas comunicado al embajador ordinario Eusebio Pötting, estaban respaldadas por la regente que quiso ver en aquel enlace el destierro perpetuo de don Juan. Es posible que el permiso que don Juan obtuvo de la Reina para presentarse en el Alcázar el 20 de noviembre ante ella y el Rey, significara la aprobación de la regente a las pretensiones del bastardo.

El emperador Leopoldo nunca vio plausible esta pretensión de don Juan por el feudo del Tirol, según él, no tenía potestad para ceder aquel territorio a un hijo bastardo y tampoco le sería permitido a don Juan por su sangre plebeya, contraer matrimonio con una archiduquesa; sin embargo y a pesar de estos insalvables inconvenientes, Leopoldo quiso atraerse a don Juan al partido imperial, por ello no desaprovechó la oportunidad de ganarlo para su causa cuando el hijo bastardo de Felipe IV inició una aproximación al Conde de Pötting con el fin de conseguir el apoyo imperial en su matrimonio con la archiduquesa. El 10 de mayo de 1666, el secretario de don Juan, Patiño fue a visitar a Pötting para concertar una entrevista con su amo. Dos días después el embajador imperial comunicó a la Reina las pretensiones de don Juan, doña Mariana, lejos de prohibirle entrar en tales negociaciones, le dio permiso y licencia para concertar la entrevista2. Mariana de Austria deseaba la lejanía de don Juan José, la presencia del hijo natural de Felipe IV en la corte podía perturbar la tranquilidad de una regencia que ya había nacido de la inestabilidad y la incertidumbre. Así el 2 de junio de 1666 don Juan y Pötting se entrevistaron de incógnito. Poco se sabes de los pormenores de aquella visita sin embargo es muy probable que trataran el asunto del matrimonio con la archiduquesa Claudia Felicitas, don Juan estaba muy interesado en ese casamiento que el Conde de Pötting sabía ya de antemano que era irrealizable por la imposibilidad que tenía el embajador para ceder el Tirol a don Juan en calidad de feudo por el hipotético matrimonio. Pötting hizo vanas promesas a don Juan con el fin de acercarlo al partido imperial: había recibido órdenes de Leopoldo para tratarlo con cautela “dando y al mismo tiempo negando”. Ante esta situación de promesas incumplidas el bastardo tomó otras direcciones: agotada la vía exterior, don Juan inició su camino hacia el gobierno. A partir de entonces la tensión en la regencia estaría asegurada. Su principal objetivo fue entrar a formar parte del Consejo de Estado, con el que ya se había relacionado en otras ocasiones. Sería en junio de 1667 cuando don Juan José obtendría el derecho a asistir a las sesiones del Consejo como un miembro más, aunque nunca plenamente reconocido por la Reina.


Fuentes principales:

* Castillo Soto, Josefina. Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV) : su labor política y militar. Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1991.

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Vermeulen, Anna: “A quantos leyeren esta carta… estudio historico-critico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668”. Leuven University Press, 2003.



(1) Kalnein, Graf von: “Juan José de Austria en la España de Carlos II: historia de una regencia”. Editorial Milenio, 2001.

(2) Partida II, XV, 2. Citado por Sevilla González, María del Carmen: “La Junta de gobierno de la minoridad del rey Carlos II”. En: “Los validos”. Ed. Dykinson. Madrid, 2005.

(3) Los dominicos mantenían un enconado enfrentamiento con la Compañía de Jesús, a la que pertenecía Nithard, sobre el tema de la Inmaculada Concepción de la Virgen, pero también por la primacia en el confusionario real.

(4) En próximas entradas trataré en profundidad sobre dicha junta.

(5) A.H.N., Estado, Libro 873.

(6) Enrique Julio de Borbón-Condè (1643 - 1709), Príncipe de la Cangre, además Príncipe de Condè, Par de Francia como Enrique III. Nació siendo el primer varón de Luis de Borbón-Condé, “el Gran Condè” y de Clara Clemencia de Maillé Brezé. Usó hasta la muerte de su padre el título de Duque de Enghien y desde 1686 el de Príncipe de Condé, siendo conocido por el título de “Monsieur le prince”. Fue educado en la carrera militar. En 1668 fue nombrado brigadier de caballería, marical de campo en 1672 y teniente general en 1673. Después de la muerte de su padre se instaló en el castillo de Chantilly.

(7) Se trataba de la hija del archiduque Fernando Carlos de Austria, conde del Tirol y de su esposa, Ana de Médici, hija del gran duque Cosme II de Toscana.. El 15 de octubre de 1673 se casó en Graz con el emperador Leopoldo I de Habsburgo.

domingo, 7 de febrero de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE X)


Grabado en el que se representa a don Juan José de Austria obra de Robert Nanteuil. Biblioteca Nacional de España.

El desastre de la campaña portuguesa había acabado con el ánimo y la moral de don Juan, y no es para menos ya que el resultado de todo ello fue que después de una larga y costosa guerra, y a pesar del apoyo de una importante fracción de la nobleza portuguesa, Felipe IV se vio incapaz de reincorporar a la Corona al sublevado reino luso. Con las derrotas sufridas por don Juan José y los otros generales españoles hasta la postrera que soportase el Marqués de Caracena el 17 de junio de 1665 en Villaviciosa (Vila Viçosa), se ponía fin al intento de unidad política de la Península Ibérica: el 18 de febrero de 1668 , y en virtud del Tratado de Lisboa, la entonces regente doña Mariana de Austria reconoció formalmente la independencia del Reino de Portugal.

Al respecto de la presencia y liderazgo en la campaña de Portugal, los enemigos políticos de don Juan tenían una opinión muy clara a la hora de presentarle como el gran responsable de aquel desastre:

“…La tercera jornada fue a la conquista de Évora, y a la vuelta, cargado de cautivos y despojos de otros impedimentos, pudiéndose retirar, y engrosar el ejército con la recluta de cinco mil hombres que había en Badajoz, contra el parecer de todos los expertos, y en especial el duque de San Germán, porfió en precipitarse con tal disposición que recabó ser vencido de quien ni esperaba ni quería vencer, ni supo su buena suerte hasta muchas horas después del suceso…Fugitivo de la batalla escribió desde Arronches al Rey una carta, tan injuriosa a nuestra nación, que repetidas veces la llamó nación infame, vituperándola con tales hipérboles de cobardía, infidelidad y vileza como si los españoles fueran la hez de todo el universo…” (1)

La grave crisis de la Monarquía vino a agravarse con la muerte, el 17 de septiembre de 1665, de Felipe IV a los 62 años de edad y tras 44 años de reinado. Tres días antes había recibido los últimos sacramentos y redactado su testamento. El día 15 habían acudido a visitarle sus ministros y consejeros. También tuvo tiempo para tratar algunos asuntos con su esposa, la reina doña Mariana de Austria, además de indicar que otorgaba el Toisón a su hijo Carlos, el cual fue llevado en presencia de su padre que lo abrazó y le expresó lo siguiente: “¡Hijo mío! Dios, por su divina misericordia os haga más dichoso que a mí”. El penúltimo de sus días lo pasaría en soledad. Aquella mañana se acercó un enviado de don Juan de Austria, solicitando que su hijo bastardo pudiese acercarse a su lecho. Luego seguirían dos más. Tras estos atosigamientos, el monarca protestó diciendo: “¿quién le mandó venir? Que se vuelva a Consuegra. Esta no es hora sino de morir”.

La muerte de Felipe el Grande dejaba a la Monarquía sin un heredero capaz de asumir directamente el poder, ya que el príncipe Carlos no contaba ni tan siquiera con 4 años de edad y, a tenor de lo estipulado en el testamento del difunto Rey, solo a los 14 años podría hacerse cargo del gobierno. El testamento de Felipe IV, aunque dejaba alguna duda interpretativa de determinadas voluntades allí contenidas, dejaba muy claro como debía desarrollarse el gobierno de la Monarquía hasta el momento en el que Carlos II pudiese ejercer el poder por si mimo. Éste debía ser ejercido por la reina viuda doña Mariana de Austria en calidad de regente:

Si Dios fuera servido que yo muera antes que el príncipe, mi hijo…tenga catorce años deseando como deseo para este caso proveer a la mejor gobernación de mis reinos y vasallos: nombro por gobernadora de todos mis Reynos estados y señoríos, y tutora del príncipe mi hijo, y de otro cualquier hijo o hija que me hubiere de suceder a la Reyna doña Mariana de Austria mi muy cara, y amada mujer con todas las facultades, y poder, que conforme a las leyes fueros, y privilegios, estilos y costumbres de cada uno de los dichos mis reinos, estados y señoríos…también le encargo que atienda mucho a las consultas de los consejos, y que estime, y las que hicieren las Juntas y los ministros particulares, y las consultas, memoriales y otros cualesquiera papeles sobre cualesquier materia, derechos y pretensiones, y las que tocaren a la justicia, y gracia, y gobierno, tratados de paz y guerra, confederaciones de paz y alianza, como de otros cualesquier negocios de cualquier calidad que sean, los remita a la Junta que quiero, y es mi voluntad, se forme…” (3)

Las razones que pudo esgrimir Felipe IV para la creación de dicha Junta de Gobierno (4) fue probablemente la búsqueda de una medida institucional que articulase la mejor de las soluciones a aquellos problemas que afectaban o, tras su muerte, pudiesen afectar a la Corona. La idea del Rey era que su esposa era la mejor garantía para la defensa de los intereses de su hijo Carlos, tanto de enemigos externos como internos. Por otro lado resultaba obvio el gran desconocimiento que la joven reina tenía sobre muchos asuntos de Estado. Por tanto, con dicha Junta se intentaba suplir la inexperiencia de la regente en los asuntos de Estado y evitar al mismo tiempo el predominio de una facción cortesana, causa del descontento seguro de las otras y, en consecuencia, de inestabilidad política.

Dicha junta estaría constituida por:

- * * El Conde de Castrillo, Presidente del Consejo de Castilla.

- * * Cristóbal Crespí de Valldaura, Vicecanciller del Consejo de Aragón.

- * * Baltasar de Moscoso y Sandoval, Arzobispo de Toledo.

- * * Pascual Folch de Cardona i Aragón, Inquisidor General.

- * * El Conde de Peñaranda, Consejero de Estado.

- * * El Marqués de Aytona, como representante de los Grandes de España.

- * * Blasco de Loyola, que actuaría como Secretario de la Junta.

Es destacar la ausencia de las más rancia aristocracia de la Monarquía, ya que esta institución estaba compuesta, como viene a recordar con ironía el Duque de Maura en su obra sobre el reinado de Carlos II, por “tres segundones, un hidalgo de gotera y un grande de nuevo cuño” (5). Puede que se tratase de una decisión tomada a conciencia por el difunto monarca, reforzando con ellos el poder regio frente a un hecho perfectamente perceptible: las pretensiones de la aristocracia de controlar de forma monopolista las instituciones de gobierno de la Monarquía, pero también, como bien indica Laura Oliván Santaliestra (6), como manera de evitar un posible valimiento por parte de los dos hombres políticos más importantes del momento: el Duque de Medina de las Torres y el mismo don Juan José de Austria.




Retrato del Duque de Medina de las Torres. Colección particular, Madrid.

Por lo que respecta a don Ramiro de Guzmán, duque de Medina de las Torres (7), yerno del Conde-Duque de Olivares y cabeza de la importante Casa de Guzmán, éste se había convertido tras la muerte de don Luis de Haro en 1661, y junto al Conde de Castrillo y al cardenal Baltasar de Moscoso, en el hombre fuerte del gobierno de la Monarquía. Medina de las Torres era un hombre versado en política, había sido virrey de Nápoles y era desde 1626 miembro del Consejo de Estado. En los últimos años había mantenido un enconado enfrentamiento con la facción de don Luis de Haro al que trató de contrarrestar desde su destacada posición en el Consejo. Sin embargo, Stradling afirma que a pesar de la evidente decadencia de la facción de Haro tras su muerte y de la inmensa fortuna persona del Duque, Medina de las Torres nunca gozó de un poder consolidado teniendo como principales opositores al Marqués de Caracena y al Duque de Medinaceli, y añade que su posición decayó aún más a finales de 1664 con el regreso de Peñaranda a la corte, de forma que Medina de las Torres nunca llegó a ser un valido ni un primer ministro, aunque mientras vivió el Rey tuvo un destacado papel en la política. No obstante, y pesar de lo afirmado por Stradling, es obvio que Felipe IV poseía una gran confianza en el Duque y que muchas veces dejó que fuese él quien organizase la gestión de los asuntos. Por tanto, atendiendo a la libertad e independencia de actuación, y a la confianza y amistad con el soberano, el proceder de Medina es propiamente el de un valido, o al menos el de algo muy parecido. A todo ello se añade la estrecha colaboración de Medina con el Rey y con el Consejo de estos años, así como intensa implicación en el gobierno, ya que ejerció de hábil representante del monarca ante la diplomacia extranjera, lo que le permitió tener un contacto mucho más próximo con la realidad de la Monarquía e intervenir directamente en todos los asuntos internacionales. Tras su relego del poder por su exclusión de la Junta de Gobierno se sumió en una gran melancolía que el acompañó hasta su lecho de muerte. A pesar de todo fue uno de los principales responsables de la firma del Tratado de Lisboa de 1668 que reconocía la independencia oficial de Portugal, además de cabeza de la llamada facción imperial que propugnada el acercamiento al Imperio, por sus buenas relaciones con el embajador imperial Conde de Pötting y el mismísimo emperador Leopoldo I.

Por lo que respecta a don Juan, y a pesar de ser este el más claro candidato para tomar las riendas del gobierno, quedó excluido de la Junta de Gobierno. Se encontraba en la curiosa posición de ser el general más distinguido de su patria, pero al que se le negaban todos los honores políticos correspondientes a su rango. Y es que con respecto a don Juan José de Austria, el testamento de Felipe IV, en su cláusula 60, simplemente se preocupar de demandar a la Reina viuda un trato de favor hacia su hijo bastardo:

Por cuanto tengo declarado por mi hijo a don Juan Joseph de Austria, que le tuve siendo casado, y le reconozco por tal, ruego y encargo a mi sucesor y a la majestad de la Reina…le amparen y favorezcan, y se sirvan de él como de cosa mía, procurando acomodarle de hacienda, de manera que pueda vivir conforme a su calidad, si no se le hubiere dado yo al tiempo de mi fin y muerte…”

A pesar de lo que pudiese parecer, la relación que mantuvieron padre e hijo antes de que ésta se rompiera bruscamente en la primavera de 1665, si no cercana, fue cordial, ya que Felipe IV mostró plena confianza en don Juan al encomendarle puestos de gran responsabilidad para el gobierno de la Monarquía. Sin embargo, debieron ser sumamente contradictorios los sentimientos del fervoroso católico Felipe IV hacia aquel hijo nacido del “pecado”. Los remordimientos de conciencia que le asolaron en los últimos años de su vida debieron torturar su conciencia. Felipe IV había oscilado toda su vida entre la concupiscencia y el arrepentimiento, entre el desenfreno sexual y los rezos obsesivos por el perdón de su pecado de lujuria. Cercana ya la muerte y entrando en los preámbulos espirituales de la misma, Felipe IV quizás no quiso saber nada del producto de su amoral comportamiento juvenil. Lo que sí es cierto que en la última entrevista que mantuvo con su hijo natural en Aranjuez la primavera de 1665, ocurrió un hecho que no citan todos los historiadores (Graf von Kalnein en su fundamental obra sobre don Juan José de Austria lo elude) y que en caso de suceder, indignó al Rey: don Juan cometió la osadía de presentar a su padre un provocador dibujo realizado por él mismo y en el que se dejaban translucir sus ambiciones. La miniatura presentaba a Saturno caracterizado como Felipe IV, en actitud de regocijo al contemplar el amor incestuoso entre Júpiter (representado como don Juan) y Juno, cuyo rostro era el de la infanta Margarita Aquella obra representaba no tanto que don Juan quisiera contraer matrimonio con una posible heredera al trono de la Monarquía (convirtiéndose así en más eficaz monarca de lo que pudiera llegar a ser su hermanastro) sino su deseo de ser reconocido como hijo con los mismos derechos que los de los hijos legítimos como la infanta Margarita o el príncipe don Carlos. En la mitología clásica los dioses tenían hijos ilegítimos…, cometían los mismos pecados que los mortales, estaban sujetos a las mismas pasiones y sus comportamientos no estaban sometidos al juicio moral; quizás don Juan quisiera dar una lección a su padre instigándolo a que lo amara sin tener en consideración que era fruto del pecado (inexistente por otra parte en la esfera mitológica). En realidad poco importa que fuera o no cierto que don Juan José regalara al Rey tal grabado, lo realmente significativo es que Felipe IV apartó a su hijo de su lado intuyendo que éste estaba cegado por las ambiciones y por ello podía ser un peligro para los delicados tiempos futuros.

Como ha sido ya dicho con anterioridad, en septiembre de ese mismo año, cuando Felipe IV estaba en la antesala de la muerte, don Juan intentó un último acercamiento a su padre con la intención quizás de figurar en su testamento; su conato de aproximación al monarca fue inútil, el Rey le negó la visita.

Fuentes principales:


* Castillo Soto, Josefina. Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV) : su labor política y militar. Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1991.

* Hermoso Espeso, Cristina: “Ministros y ministerio de Felipe IV (1661-1665): una aproximación a su estudio”. 2007.

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Vermeulen, Anna: “A quantos leyeren esta carta… estudio historico-critico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668”. Leuven University Press, 2003.

(1) (1) B.N., mss. 8.344.

(2)(2) Cláusula 25 del Testamento de Felipe IV.

(3)(3) Para más información sobre la Junta de Gobierno consúltese la entrada “La familia del Rey I: La reina madre doña Mariana de Austria (parte II)

(4)(4) Maura Gamazo, Gabriel de: “Vida y reinado de Carlos II”. Pp 29 y ss.

(5)(5) Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2001.

(6) (6) Para saber más sobre el Duque de Medina de las Torres consúltse: Stradling, R.A.: “Medina de las Torres and Spanish policy, 1639-1670”. The Historical Journal, 1976.