martes, 27 de abril de 2010

PREMIOS TOISÓN DE ORO I


Con esta entrada me he decidido a crear la primera hornada de los Premios Toisón de Oro con Grandeza de Blog de Primera Clase y que en ésta, su primera creación, adornarán con dorados laureles las testas de los siguientes ilustres hombres y mujeres:

* CarmenBéjar por su blog "Pinceladas de Historia Bejarana", donde nos narra con exquisito verso el arte, la historia y los sucesos de su ducal villa natal de Béjar, provincia de Salamanca.

* MadameMinuet por su blog "En la Corte del Rey Sol", donde se nos narra de manera amena y extremadamente hermosa los sucesos de mi corte rival, es decir, la de Luis XIV, llamadoLouis-Dieudonné.

* PacoHidalgo por su blog "Arte Torreherberos", paladín del arte en todas en todas sus expresiones y corrientes capaz de realizar los más amenos y exhaustivos análisis artísticos.

* Cayetano de "Sociedades de Ayer y de Hoy", por sus locuaces entradas y sus divertidos juegos capaces de levantar la curiosidad de las más dormidas mentes.

* Dissortat por su blog "En el Bosque de la Larga Espera", por su ameno y curioso blog, pero también por su noble apoyo a ésta mi causa, que inunda con sus inteligentes y observadores comentarios, capaces de despertar las más saludables dudas y curiosidades.

* JavierTellagorri por su blog "Tellagorri Blog", por su ácida e inteligente visión de la realidad política vasca en particular, y española en general, caballero de honor y de valor.


A todos, y siguiendo el procedimiento de los hispanos reyes al designar un nuevo Grande, os digo: "¡CUBRÍOS!"


CAROLVS II, REX HISPANIARVM

GRACIAS TELLAGORRI

Iglesia de San Lorenzo de Torino
Desde aquí aprovecho para dar las gracias a su eminentísima Tellagorri que desde su blog me otorga el honor de Abad de San Lorenzo de Turín en su Iglesia de las Libertades de la Ilustración y de la Enciclopedia.

domingo, 25 de abril de 2010

LAS REFORMAS DE DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA (PARTE II)

Don Juan José de Austria en un grabado del s.XIX


Antes de continuar, me gustaría dedicar esta entrada a CarmenBéjar de “Pinceladas de Historia Bejarana” por las similitudes, tantas veces a ella comentadas, que muchas de las reformas económicas de don Juan tuvieron con las llevadas a cabo para la potencialización de la industria textil bejarana a finales del siglo XVII e inicios del XVIII, en especial la importación de artesanos extranjeros, flamencos en particular, animándola desde aquí a dedicar una entrada a tan interesante tema:

POLÍTICA ECONÓMICA:

A fines de 1677 se cursaron órdenes para el Duque de Villahermosa, gobernador de los Países Bajos, y para el embajador español en La Haya, don Manuel de Lira, con el objeto de que reclutaran artesanos ingleses y holandeses, especialistas en pañerías, para que se instalaran en la Península (1).

El 15 de enero de 1678 se envió a los corregidores, gobernadores y alcaldes mayores de las ciudades, villas y señoríos cabezas de partido, una Real Provisión con la orden de que en el plazo de cuarenta días enviaran cumplida información sobre el comercio e industria existentes en los distintos lugares de su jurisdicción y la evolución experimentada por dicha economía (2). De ese modo, la Administración contaría con un amplio repertorio de cada ciudad, villa o lugar.

Éstas y otras iniciativas quedaron canalizadas el 29 de enero de 1679 con la creación de la Junta General de Comercio (3), integrada en sus comienzos por don Lope de los Ríos (destituido del Consejo de Hacienda por don Juan y varias veces reclamado para presidirlo posteriormente con adversa fortuna), don Carlos Herrera Ramírez de Arellano (presidente de Hacienda bajo el gobierno del Duque de Medinaceli), don Francisco Centani (del Consejo de Hacienda) y don José Beytia (del Consejo de Indias). Tarea prioritaria de dichos miembros fue la de informarse sobre la situación del comercio y las manufacturas en España, al tiempo que se recababa información de los embajadores en las Cortes extranjeras (4).

Las primeras medidas adoptadas por la Junta fueron: el alivio de las contribuciones de comerciantes y fabricantes, la prohibición del uso de géneros extranjeros y el intento de traer técnicos de fuera que enseñaran a los hispanos el mejor modo de labrar los tejidos (5).

A pesar de la iniciativa emprendida por algunos técnicos llegados de Francia, Holanda, Roma, Países Bajos, etc. no se produjeron los efectos deseados si bien contribuyeron a estimular a los españoles en la elaboración de algunos productos.

En abril de 1680 la Junta de Comercio cesó en sus funciones debido a diferentes causas entre las que cabría citar la falta de resultados positivos inmediatos y los choques producidos entre la Junta y el sistema gremial; sin embargo, se sentaron las bases para su futuro desarrollo, reanudado el 25 de diciembre de 1682. Por otra parte, la inestabilidad de la Junta en la primera fase de su creación así como su carácter y composición, no fueron rasgos privativos de la Junta de Comercio creada en España sino que se dieron análogamente en otras Juntas semejantes creadas en Europa a lo largo del siglo XVII (6).

También durante el gobierno de don Juan se estudió una posible estabilización monetaria, ya que la emisión masiva de moneda de cobre durante los reinados de Felipe III y Felipe IV había propiciado la casi desaparición del oro y la plata del mercado monetario castellano.

En el mes de marzo de 1679, una Junta de Moneda emprendió la tarea de recabar la opinión de diferentes ministros y hombres de negocios sobre el delicado asunto de una posible reforma monetaria (7). Dicha Junta acordó, de forma mayoritaria, la devaluación de las monedas a la cuarta parte de su valor de modo que la pieza de ocho maravedís quedaba reducida a dos, mientras la de cuatro quedaba reducida a un maravedí.

Sin embargo, la moneda primitiva de ley quedaba con 1/3 más de valor que la de vellón grueso de forma que un marco equivalía a 102 maravedís de moneda primitiva y 70 maravedís de vellón grueso. Objetivo prioritario de dicha devaluación era la extinción de esta moneda en el plazo de unos meses.

En un principio, la puesta en marcha de esta medida se concibió para el otoño de 1679 por considerar que era la época más propicia ya que entonces se habría celebrado ya el matrimonio de Carlos II con María Luisa de Orleáns, habrían llegado galeones con plata y las cosechas estarían ya recogidas. Sin embargo, prevaleció la opinión del Duque de Medinaceli (8) por lo que la devaluación monetaria no llegaría hasta el 10 de febrero de 1680 (9) como el indudable testamento de don Juan (10).

La estabilización monetaria, planeada en 1679 e iniciada en 1680, puede considerarse como el punto de partida y la base para el desarrollo comercial posterior. Incluso, la fácil recuperación del país tras la Guerra de Sucesión dice a favor de un saneamiento estable y suficientemente profundo (11).

Continuando en cierto modo la línea emprendida por la Junta de Alivios, creada bajo la regencia de doña Mariana de Austria a instancias de don Juan tras su golpe de 1669, el bastardo se planteó dentro de su política económica la posibilidad de lograr un cierto saneamiento. Para ello siguió fundamentalmente tres vías: la obtención de tributos de los más pudientes, la reducción de la deuda consolidada representada por los juros y el recorte de las mercedes con cargo a la Real Hacienda.

Efectivamente, don Juan, aunque no se atrevió a imponer a los nobles unos cánones fiscales fijos, solicitaba con cierta frecuencia ayuda de los mismos en forma de donativo (12). Igualmente la solicitud de este tipo de ayudas se hizo extensiva a las provincias del Reino y a las ciudades cabeza de partido.

Respecto a los juros, en enero de 1677 tuvo lugar la anulación de grandes paquetes de juros utilizando como criterio la antigüedad de la adquisición de los títulos. La fecha utilizada a tal efecto fue la de 1635:

- Juros antiguos: adquiridos antes de 1635. El Estado anuló la mitad de su valor reteniendo además de la media anata de intereses, una prima subsidiaria del 5 por 100.

- Juros modernos: adquiridos después de 1635. También se suprimió la mitad de su valor elevando la prima a un 15 por 100. Se dio por hecho que esta remesa de juros había sido adquirida mediante prácticas especulativas (13).

De este modo, la deuda consolidada quedaba reducida en más de un 50 por 100.

También se llevó a cabo un recorte de las mercedes situadas sobre la Real Hacienda. En 1677 don Juan impulsó un Real Decreto con el fin de retener la media anata de todas las mercedes, iniciativa que se completó meses después con el descuento de un 25 por 100 sobre las mercedes que se gozaban de por vida.

Bajo el período gubernamental juanista se adoptaron otras medidas de índole económica de alcance desigual y resultados diversos:

- - El hecho de que el número de efectivos humanos se fuera estancando cuando no reduciendo, a lo largo del siglo XVII, provocó el agravamiento del problema suscitado por los despoblados, especialmente en Castilla. Ello llevó a la Administración a solicitar de los alcaldes y corregidores castellanos una puntual información sobre los despoblados existentes en sus respectivos pueblos (14) al tiempo que se invitaba a los habitantes de Burgos, Vizcaya, León, Asturias y Galicia a trasladarse a Castilla para repoblarla a cambio de obtener exención por diez años de alcabalas, cientos, moneda forera, servicio ordinario y extraordinario y demás Tributos (15).

- - Las escasas condiciones del Guadalquivir como vía navegable para unos buques que aumentaban lenta pero constantemente su tonelaje, hicieron que en 1679 se constituyeran definitivamente en Cádiz el Juzgado y el Tercio del tonelaje de la Flota, preparándose el camino para que al año siguiente Cádiz se convirtiera en cabecera de las flotas, conservando Sevilla sólo el aparato burocrático que ostentaría hasta 1717.

- - Bajo el gobierno de don Juan tuvo lugar la reforma de la Junta de Milicias para reducir gastos. Ésta, estaba constituida por tres miembros, siendo su presidente, el propio presidente del Consejo de Castilla. Sus reuniones se realizaban en función de las necesidades más urgentes y a través del sistema de “consultas” propio del Antiguo Régimen.

Este sistema organizativo evolucionó a lo largo de los años de modo que en 1677 surgió una nueva reglamentación cuyo objetivo primordial era la reducción de gastos. Pasó a desempeñar la labor de superintendente el propio gobernador del Consejo de Hacienda, entonces el Conde de Humanes. La Junta mantuvo sus tres miembros ordinarios, siendo su secretario el propio del Consejo de Guerra.

Las remuneraciones fueron recortadas y los caudales recaudados en provincias irían directamente a la tesorería general para ser guardados allí con total independencia (16).

A modo de conclusión, podemos decir que los escasos treinta y tres meses de don Juan al frente del Gobierno, truncados por su prematura muerte, resultaron insuficientes para que cuajaran muchos de sus proyectos; sin embargo, es justo reconocer que algunas de las tareas por él emprendidas marcaban, en sus comienzos, un buen tono de gestión. En este sentido resulta indudable que don Juan se encontraba en estrecha conexión con ideas ya manifestadas por otros políticos a lo largo del siglo XVII.

En muchos aspectos recogió la herencia del Conde-Duque de Olivares cuya personalidad política había desbordado a todos los demás personajes de la centuria. De hecho, algunos de los proyectos esgrimidos por Olivares (17) a través de sus Memoriales, Juntas de Reformación, etc., fueron de nuevo intentados por el bastardo. Para ello no tenemos más que recordar su intención de acabar con el lujo y la corrupción, su leve aproximación a la reforma fiscal haciendo tributar a la nobleza, si bien a través de soterradas estratagemas como eran los “donativos”, el establecimiento de la Junta de Comercio, las medidas repobladoras...

Y lo que es más importante, don Juan, con su deseo de reafirmar las regalías regias como medio de fortalecer el poder del Estado controlando abusos y evitando injerencias del poder espiritual en el temporal incluso con las armas utilizadas para su acceso al poder, dignas del periodismo moderno, el bastardo se anticipaba al siglo XVIII con las famosas luchas entre los ministros de Felipe V y la Santa Sede por reafirmar el absolutismo y la primacías regias sobre la Iglesia.

Por ello, como afirma la profesora Castilla Soto, no parece arriesgado afirmar que el gobierno de don Juan, con sus aciertos y sus fallos y a pesar de su escasa duración, constituye la primera antesala de la España reformista borbónica.

Fuentes Principales:

*Castilla Soto, Josefina: “El valimiento de don Juan José de Austria (1677-1679)”. Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Hf Moderna, t. 3, 1990, págs. 197-211

Notas:

(1)Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg. 2739. Carta del Rey al Duque de Villahermosa de 26 de diciembre de 1677.

(2) BNM, Mss. 4466. Real Provisión del 15 de enero de 1678. Dicha orden recuerda las Relaciones Topográficas que en su día encargara Felipe II.

(3) A esta famosa Junta General de Comercio dedicaré una futura y específica entrada.

(4) Larruga y Boneta, E., “Historia de la Junta de Comercio”, t. I, fol. 5. Madrid 1789.

(5) El 3 de agosto de 1679 se cursaron sendos despachos para el embajador de Venecia, Marqués de Villagarcía; el embajador en Genova, don Manuel Coloma, y el virrey de Nápoles, Marqués de los Vélez, entre otros, para que hiciera lo posible por enviar a la Corte artífices en tejidos de lana y seda (AGS, Estado, leg. 4129).

(6)Molas Ribalta, P., “La Junta General de Comercio. La institución y los hombres”, Cuadernos de Historia. Anexos de la Revista Hispania, IX, 1978, pág. 2.

(7) BNM, Mss. 18720, exp. 23. Consulta de la Junta de Moneda de 13 de agosto de 1679.

(8)” Por medio de la vaja no se consigue el fin de excusar la introduzión desta moneda pues siempre le queda ganancia al que la falsifica que no quedando en su valor intrínseco no saldrá la calderilla ni el vellón grueso, no se moderará la reducción de la plata ni el precio de las cosas que oy es mala conyuntura de qualquier novedad que la ocasión del feliz casamiento de V. M, Que cuando la vaja tiuviese de ejecutarse (no pasándose a la total extinción que es a la que se ynclina), havía de ser a tres o cuatro meses después del arribo de flota y galeones y que se aya difundido la plata que viniere” (BNM, Mss. 18720, exp. 23).

(9) AGS, Contadurías Generales, leg. 1792. Real Decreto sobre devaluación monetaria de 10 de febrero de 1680.

(10) Kamen, H., La España de Carlos II. Barcelona 1981, pág. 170.

(11) Collantes Pérez-Arda, E. y Merino Navarro, J. P., “Alteraciones al sistema monetario de Castilla durante el reinado de Carlos II”, Cuadernos de Investigación Histórica, 1, 1977, pág. 97.

(12) Así, el 6 de agosto de 1677 pidió un donativo a los hombres acaudalados de la Corte por vía de empréstito (BNM, Mss. 2289, fol. 158).

(13) Castillo Pintado, A., “Los juros de Castilla. Apogeo y fin de un instrumento de Crédito”, Hispania, t. XXIII, 1963, págs. 65-66.

(14) AHN, Consejos, lib. 1474, núm. 14. Pragmática de 14 de junio de 1678, sobre despoblados.

(15) AHN, Consejos, lib. 1510, núm. 7. Pragmática de 14 de junio de 1678, sobre repoblación.

(16) Bermejo Cabrero, J. L., “Aspectos jurídicos e institucionales del Antiguo Régimen en España”. Barcelona 1985, pág. 95.

(17) Sobre el Conde-Duque de Olivares consúltese la ingente obra del genial hispanista Elliott, J.H., así como la obra de don Gregorio Marañón.

jueves, 22 de abril de 2010

LAS REFORMAS DE DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA (PARTE I)

Alegoría de don Juan José de Austria como el nuevo Atlas de la Monarquía que debe soportar todo el peso de las tareas de gobierno, obra de Pedro Villafranca Malagón.


Después de unas vacaciones alargadas más de la cuenta, en mi caso con mucho gusto, por el famoso volcán islandés, aquí vuelvo de nuevo con mi actividad bloguera…


La tarea de don Juan José de Austria como primer ministro no se presentaba nada fácil dada la situación por la que atravesaba la Monarquía: catástrofes meteorológicas, alteraciones monetarias, presión fiscal, corrupción, derroche, conflictos internacionales... Todas las esperanzas aparecían depositadas en el hijo bastardo de Felipe IV (1).

Simultáneamente a los destierros de doña Mariana y de Valenzuela, hechos que habían constituido su labor principal nada más llegar al poder, don Juan comenzó a rodearse de aquellas personas consideradas más idóneas para el desempeño de los más importantes cargos de la Monarquía lo que supuso el destierro de algunos y la deposición de otros menos adeptos al nuevo gobierno (2).

Los buenos deseos del bastardo de desterrar la corrupción tan arraigada en el ámbito administrativo se plasmaron al inicio de su mandato en un decreto enviado a los Consejos en el que se invitaba a los funcionarios a practicar la limpieza desterrando inmoralidades (3). Tan loable iniciativa fue comunicada posteriormente, aunque en diferentes términos, a virreyes, prelados, etc. para que administraran justicia correctamente, defendiendo siempre a los menos favorecidos (4).

Además, don Juan emprendió una remodelación en algunos Consejos con el objeto de reducir plantillas para minorar los gastos producidos por los salarios, sin menoscabo de una ágil resolución de los expedientes. En este sentido, los Consejos más afectados fueron los de Estado, Hacienda e Indias.

Respecto al Consejo de Estado, el 4 de febrero de 1677 se dictó Real Decreto por el que se introducía una reforma sustancial en el procedimiento que hacía previsible el logro de un mayor número de aciertos en la resolución de los asuntos más preocupantes para la Monarquía (5).

Asimismo, mediante Real Decreto de 6 de julio de 1677 se produjo una reducción en el número de consejeros del Consejo y Cámara de Indias. El Rey solicitaba, además, la presentación de candidatos por parte de la Cámara de Castilla para la provisión de dichas plazas, con el fin de que fueran ocupadas por personas experimentadas en los asuntos de Indias (6).

Respecto al de Hacienda, el 12 de julio de 1677 se publicó un Real Decreto que establecía una reforma en la composición, tanto del Consejo como de la Contaduría Mayor de Hacienda. Se pretendía con ello una reducción de la plantilla aunque incidiendo en la mayor cualificación de sus ministros (7). Esta reducción se mantuvo sólo durante algunos meses ya que el 15 de febrero de 1678 se emitió un Real Decreto incrementando la plantilla de la Contaduría Mayor de Cuentas al verse desbordados sus ministros por la realidad hacendística imperante (8).

El pretendido saneamiento hacendístico intentado por don Juan fue más allá de la simple reducción de plantillas, alcanzando también los propios salarios de los ministros y consejeros así como la tan extendida venta de oficios.

Respecto a los salarios, en la primavera de 1677 un Real Decreto disponía que ningún ministro gozara más de unos gajes, independientemente de que asistiera a diversas Juntas. Ello llevaba aparejado la prohibición expresa de percibir propinas ni luminarias así como la devolución de la parte correspondiente al Tesoro público en caso de haber cobrado por más de una vía (9).

En cuanto a la venta de oficios cuya práctica estaba poco menos que institucionalizada por la Corona como fuente de ingresos, el 9 de mayo de 1679 se emitió una Real Cédula que remitiendo a otra promulgada el 29 de mayo de 1669 instaba al consumo de todos los oficios creados desde 1630 (10). Precisamente una de las causas que más contribuyó a alargar la práctica de la venta de oficios era el importante desembolso que se veía obligada a realizar la Real Hacienda para satisfacer a los propietarios. Sin embargo, también es cierto que los ex propietarios dejaban automáticamente de estar exentos de pagar impuestos con lo que, dejado el oficio, pasaban a tributar de nuevo al erario público.

El interés puesto por el gobierno de don Juan en desterrar dicha práctica se pone de manifiesto en el hecho de que dos meses después de la muerte del bastardo se emitiera un decreto en el que se disponía queconsiderándose que el principal remedio de los desórdenes que se cometen en las Casas de Moneda consiste en reintegrar en el Fisco los oficios de ellas, he resuelto que se execute asi, dándose satisfacción a los que los hubieren comprado(11).

POLÍTICA ECLESIÁSTICA

En materia eclesiástica, bajo el gobierno de don Juan hubo un claro intervencionismo estatal para tratar de introducir reformas en el estamento clerical cuyo problema fundamental derivaba de su desbordante amplitud, fruto de las propias normas impuestas por la sociedad estamental.

Pertenecer el estamento eclesiástico suponía, además de una mayor oportunidad de movilidad social, la seguridad, exención tributaria e inmunidad eclesiástica para delincuentes, parados, etc.

Recién llegado al poder, don Juan emprendió una reforma del clero. El 23 de mayo de 1677 llegó al Consejo una extensa consulta encaminada a establecer cambios sustanciales en el estamento eclesiástico (12). En particular, se discurrió sobre tres cuestiones:

1. Modo en que se llevaba a efecto la jurisdicción eclesiástica, abusos de sus ministros y remedios que contra ellos podían establecerse.

En este sentido, se acordó el envío a los corregidores de una orden para que se encargaran de controlar posibles abusos por parte del clero en la cobranza de aranceles propios de los servicios eclesiásticos así como injerencias en la jurisdicción real.

Incluso, recabando el concurso de las “regalías” de la Corona, se ordenaba la retención de Bulas, Breves..., si perjudicaban los derechos públicos.

2. Relajación de costumbres en el estado eclesiástico motivada por el excesivo número de clérigos y conventos.

En este punto se exigían responsabilidades a los obispos, encargados de admitir sujetos para las órdenes, tanto mayores como menores, y de la concesión de licencias para la fundación de conventos.

3. Daños ocasionados a la Causa Pública por la desordenada adquisición de bienes raíces por parte de las comunidades eclesiásticas. En especial, resultaban discutibles aquellos bienes adquiridos al margen de fundaciones, dotaciones de los Reyes y donaciones de particulares, ya que podían constituir bienes de realengo bajo el “dominio directo y absolutodel Rey.

En este mismo año de 1677 se emitió también un Real Decreto dirigido a los obispos para recordarles, dentro de su labor pastoral, la obligación de reunir los sínodos diocesanos según las prescripciones del Concilio de Trente. El 7 de marzo de 1678 se envió una circular a los obispos para que informaran sobre los sínodos celebrados en sus respectivas diócesis. Ante

la pésima respuesta del obispado (13), el 2 de noviembre de 1678 el Rey transmitió de nuevo a la Cámara de Castilla la conveniencia de que los obispos celebraran sínodos todos los años como un medio de lograr mayor moderación en las costumbres de los eclesiásticos (14).

No estuvieron ausentes tampoco en el gobierno de don Juan los enfrentamientos con la Santa Sede derivados de la falta de delimitación entre los ámbitos espiritual y temporal en el siglo XVII. Sin embargo, justo es reconocerlo, la tensión Iglesia-Estado se producía en el plano político-administrativo, nunca en el dogmático.

Las tensiones se iniciaron en 1677, con motivo de la actuación del Marqués del Carpio, embajador de la Monarquía hispana ante la Santa Sede, quien contraviniendo órdenes papales llevó a cabo levas de jóvenes en Roma para trasladarlos a Nápoles (15). Don Juan se inclinó por una solución discreta que llevara al del Carpio a castigar a los principales promotores de

las levas, como medio de lograr la reanudación de audiencias entre el Papa y el embajador español

Bajo el gobierno del bastardo no hubo, en cambio, demasiados problemas a la hora de recabar ayuda económica de la Iglesia para que prosiguiera contribuyendo a las arcas estatales.

Así, la Santa Sede propició la renovación periódica de la concesión de las llamadas “tres gracias”. Además, pretextando una guerra contra los infieles, ya que Tánger, Ceuta y Oran habían recibido fuertes ataques por parte de los moros, don Juan encargó al embajador en Roma la obtención de un Breve de imposición de décimas a todos los beneficios eclesiásticos.

Aunque Inocencio XI se negó, en un principio, a concederlo, el 5 de septiembre de 1677 llegó dicho Breve que comprometía a los eclesiásticos a abonar 490.000 ducados en cuatro plazos anuales, a partir del primero de enero de 1679, destinados a la guerra contra los infieles (16).

Antes de finalizar este gobierno se produjo un importante enfrentamiento entre el nuncio Millini y el Consejo de Castilla que recabó la mediación tanto de don Juan como de la Santa Sede en un singular tira y afloja, significativo de los choques jurisdiccionales latentes entre el poder espiritual y el temporal. Dicho enfrentamiento estuvo propiciado por el Capítulo provincial

de los carmelitas celebrado en la primavera de 1678. Las divisiones internas de la Orden llevaron a la congregación de obispos regulares a decretar que la reunión capitular estuviera presidida por el nuncio (17), mientras que el vicario general de la orden, más partidario de la autoridad real que de la romana, hizo intervenir en el capítulo al Consejo de Castilla. El

enfrentamiento entre el nuncio y el consejero provocó la suspensión del Capítulo.

Tras largas negociaciones, contando, además, con la intervención papal, Millini consiguió que el Consejo de Castilla reconociera su jurisdicción.

Sin embargo, el mayor incidente entre la Santa Sede y el gobierno de don Juan estuvo propiciado por la celebración del Capítulo de los clérigos menores donde apareció de nuevo el enfrentamiento entre el nuncio y el Consejo de Castilla con motivo de la presidencia del mismo.

El 24 de septiembre de 1678 el Consejo de Castilla se reunió en sesión plena, presidido por don Juan de la Puente y Guevara, y acordó la imposición al nuncio de una multa de mil escudo (18). Tanto don Juan como el Consejo de Estado reconocieron la validez de la sentencia mientras que las órdenes religiosas se ponían, mayoritariamente, del lado de Millini.

Estos sucesos causaron enorme malestar en Roma donde eran concebidos como un ataque frontal a la jurisdicción pontificia. La exigencia de satisfacciones por parte del Papa desembocó en el perdón de la deuda impuesta al nuncio y en la condena a don Juan de la Puente y Guevara, presidente del Consejo de Castilla, a abandonar su cargo y cumplir destierro fuera de la Corte.

Resulta indudable que los conflictos entre don Juan y la Santa Sede estuvieron, en su mayor parte, motivados por los intentos de aquél de obtener una reafirmación del poder temporal frente al espiritual de la Iglesia, reforzando con ello el regalismo del Monarca Católico. De ahí

también el apoyo que don Juan prestó a la labor reformista del inquisidor general, don Diego Sarmiento de Valladares, en el seno del Santo Oficio, la cual implicaba una limitación jurisdiccional de la Inquisición frente a la revitalización de las instituciones estatales (19).

Fuente Principal:

* Esta serie de entradas estará basada íntegramente en la obra de la profesora Josefina Castilla Soto “El valimiento de don Juan José de Austria (1677-1679)”. Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Hf Moderna, t. 3, 1990, págs. 197-211.

(1)Todo era esperanza en la Corte; esperavan todos con igual suspensión, pero con distintos fines; el pueblo, el esperado y tan ofrecido alibio de las contribuciones y moderación de precios en comercios; los Señores y Ministros, neutrales, la restauración de la Monarchía con deseo y la caída de sus puestos con temor; las milicias, rios de oro en los exércitos; los señores coligados de Castilla y los sequaces de Aragón, premios condignos al servicio”... (BNM, Mss. 9399, fol. 66).

(2) Sobre la "clientela" de que se rodeó don Juan, BNM, Mss. 2034, fols. 124 y 125; Semanario Erudito. Madrid, 1787, vol. V, pág. 75; BNM, Mss. 9399, fols. 73 y ss.; BNM, Mss. 2289, fols. 53, 102; CODOIN, vol. LXVIl.

(3) BNM, Mss. 2289, fols. 55-56. Decreto de 10 de febrero de 1677.

(4) BNM, Mss. 4466. Real Cédula de 20 de abril de 1677.

(5)Considerando lo que conviene mirar con madurez los negocios de Estado, particularmente aquellos cuya gravedad pide mayor inspección, he resuelto que los de este grado no se voten el mismo día que se vieren en el Consejo sino que se discurra sobre ellos por vía de conferencia, para que por este medio se perfeccionen y concuerden los dictámenes al mayor acierto, y que el día siguiente, aunque no sea de Consejo, se pase a votarlos, escusando en cuanto fuere posible los votos particulares, cuando formalmente no se aparten del común del Consejo y assí se ejecutará”. Cabrero Bermejo, J . L., “Estudios sobre la Administración central española (siglos XVI y XVIII)”. Madrid 1982. Apéndice Documental, pág. 215.

(6) BNM, Mss. 2289, fols. 135 y 136. Real Decreto de 6 de julio de 1677 por el que las Secretarías del Consejo y Cámara de Indias pasaban a estar constituidas por un presidente, ocho oidores, un fiscal, dos secretarios, un oficial mayor, dos segundos, dos terceros y dos entretenidos.

(7) Sánchez Belén, J . A., “La política fiscal castellana en el reinado de Carlos II”, tesis doctoral inédita. Madrid, UNED, 1985, págs. 334 y 335.

(8) Ibídem, pág. 335.

(9) BNM, Mss. 2289, fol. 113.

(10) AHU, Consejos, lib. 1474, núm. 16. Reales Cédulas de 29 de mayo de 1669 y 9 de mayo de 1679.

(11) Decreto de 29 de noviembre de 1679 citado por Domínguez Ortiz, A., “Política fiscal y cambio social en la España del siglo XVII”. Madrid 1984, págs. 181 -182.

(12) AHN, Consejos, llb. 1474, núm. 8. Órdenes para el estamento eclesiástico de 23 de mayo de 1677.

(13) AHN, Consejos, leg. 15272. Un obispo decía haber celebrado el sínodo, otro lo estaba celebrando, tres lo habían hecho muy recientemente, quince estaban dispuestos a celebrarlos y diecisiete no parecían demasiado proclives a ello.

(14) Ibídem.

(15) En septiembre de 1677 el Papa ordenó expresamente al marqués no recoger más soldados, e hizo publicar un edicto que prohibía las levas en todo el estado eclesiásticos. En este sentido, ver MARQUÉS, J . M., obra citada, pág. 28.

(16) “Haviéndome Su Santidad concedido una Décima de ochocientos mil ducados sobre el estado eclesiástico de estos Reynos e Islas adjacentes y concordándose con el de Castilla y León que por la parte que le toca pague cuatrocientos y noventa mil ducados, en la forma y con las condiciones que se contiene en la escriptura inclusa, que sobre ello ha otorgado el Procurador general de las Iglesias, mando que por la Cámara se despache la Cédula que se

acostumbra en su aprobación(AHN, Consejos, leg. 15272. Orden de 16 de noviembre de 1678).

(17) AHN, Consejos, leg. 15272. Órdenes de la Cámara de Castilla para que el nuncio presida el Capítulo del Carmen, fechadas el 26 de mayo de 1678.

(18) BNM, Mss. 18211, fol, 10.

(19) Martínez Millán. J., La Hacienda de la Inquisición (1478-1700). Madrid 1984, página 55.

miércoles, 14 de abril de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XXVII...FIN)

Detalle del retrato anónimo de don Juan José de Austria situado en el Aula de la Columna de las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca (h.1680).

En el último de sus años de vida, 1679, cuentan las crónicas que en la tradicionalmente fastuosa procesión del Corpus, don Juan, a diferencia de lo exhibido en el año anterior, portaba en opinión de los que le vieron un semblante agotado, además de sentirse afectado por la soledad del poder, por más que su capacidad de acción continuase siendo grande. En efecto, desde que a finales de 1676 apareciese ante muchos como el cerebro e instigador principal de la caída de Valenzuela y el exilio toledano de la reina madre doña Mariana de Austria, don Juan ostentaba un poder casi infinito. Pero es que además don Juan contaba como elemento básico a su favor con el apático carácter de su hermano el rey Carlos, inhabilitado para mantener todo criterio personal, en cualquier acto que supusiera pasar el filtro de la recia personalidad de su hermano.

Carlos II sentía auténtico pánico cuando se le obligaba a fijar la atención en un asunto concreto y, seguramente por ello, aborrecía lo tedioso de los asuntos de gobierno. Además, la bondad infantilizada de su persona y la irascibilidad caprichosa de su temperamento le empujaban a estar siempre asitido y acompañado. Y eso precisamente fue lo que hizo siempre don Juan desde aquel mismo instante de la mañana del 23 de enero de 1677 cuando el bastardo se presentase en el Palacio del Buen Retiro para sumir el poder, proclamándose allí mismo, y ahora de manera efectiva a diferencia de lo acontecido en 1675, la mayoría de edad del Rey al librarle de las influencias de su madre y de aquella camarilla de gentes que liderase don Fernando de Valenzuela.

En todo caso, y como se venía exponiendo, en la procesión del Corpus de 1679, el envejecimiento de don Juan resultaba evidente. Y si Carlos II portaba elegantes bordados y tafetanes, y orgulloso de la famosa perla Peregrina (1), mostrándose exultante, feliz, como un adulto capaz de asumir sus responsabilidades como Rey; su hermano don Juan carecía ya del brío necesario para lucir su magnífico traje. Quedaban ya lejos los tiempos en los que don Juan se paseaba por media Europa en busca de aquel lugar al que por su origen creía pertenecer (2).

En este momento don Juan aparece y se siente más frágil que nunca, observa la vida con relativo desprendimiento, las miradas entre agresivas y torvas de aquellos que no mucho antes le alababan hasta el infinito, y percibe de primera mano la fragilidad de la ambición que antaño parecía indestructible.

Cuentan las crónicas que el verano del año que vio morir a don Juan fue fresco. En ese sentido nos relata Maura en su obra sobre el reinado de Carlos II, como el hijo bastardo de Felipe IV, en ese intento de acompañar al joven Rey hasta casi en los momentos más íntimos de su vida, ante el temor de que su frágil carácter se viese expuesto a cualquier perturbación por parte de terceros, y con ello perder su afecto, continuaba a su lado a pesar de no hallarse en buen estado de salud.

Ese notable afán por acompañar al joven Carlos II, en ese intento por controlar su voluntad, le acarrearía a don Juan no pocas críticas por parte de sus adversarios políticos. Así rezan numerosos pasquines que circulaban por aquel Madrid que le vio desarrollar sus tareas de gobierno:

colocado Don Juan en el alto ministerio, no pudo corresponder a los buenos deseos, ni a las esperanzas de la Nación. Se le censuró que se ocupara más de procurarse las distinciones de su empleo, que en buscar la felicidad de los pueblos ya que las desgracias que padecía la Monarquía en su tiempo eran todavía mayores que las que habían padecido en los años antecedentes” (3).

Pero su salud seguía empeorando. En este sentido, el jueves 24 de agosto de 1679 sintió don Juan a su regreso de sus habituales paseos campestres, una ligera destemplanza acompañada de un dolor de cabeza, retirándose a su habitación para descansar. Ya al día siguiente no pudo levantarse, debido a continuar con su recuperación.

Cuenta un texto de la época, que ya el 27, a las dos de la tarde, le repitió un crecimiento manifiesto con leve frío en los extremos y algún quebranto en todo el cuerpo, que terminó después de ocho horas de calentura con un sudorcillo universal, quedando libre todo el día siguiente, en el cual se le sangró, precediendo la seguridad del vientre. Ya nunca más volvería don Juan a recuperar la salud por completo, continuando en ese trance cuando el 31 de agosto se celebrase la ceremonia de juramento de las paces entre las Coronas de España y Francia.

Poco tiempo después, el 7 de septiembre, y a la vista de que su enfermedad continuaba agravándose por momentos, don Juan decidió realizar testamento (4), en donde dictaba sus últimas voluntades. Cuenta Maura que se hallaba atormentado por los cirujanos con purgas, sangrías, sajas, sedales y “cuentas puertas fueron posibles para dar éxito a tanta y tan maligna materia”. La cosa se agravó cuando el lunes 11 del mismo mes hizo mella en su espalda y tórax una erisipela, que vino a durarle dos días. A partir del día 13 no cesaría su situación de delirio, repitiéndose constantemente ataques compulsivos.

El sábado 16 de septiembre de 1679 don Juan se encontraba agonizando en su lecho, muriendo al día siguiente, exactamente 14 años después de que lo hiciese su padre, el Rey Felipe IV. Tenía don Juan la edad de cincuenta años.

A tenor de los resultados de la autopsia del cuerpo de don Juan, algunos de sus partidarios vinieron a atribuir su fallecimiento al veneno, como si aquel intento que años antes protagonizara el Conde de Aranda o el Marqués de Aytona ahora se hubise manifestado nuevamente. En este sentido los forenses, tras analizar su cadáver proporcionan datos relevantes:

halláronse en la vejiga de la hiel dos piedras blancas, redondas y leves como piedra pómez: la una del tamaño de una nuez de especia, la otra del de una avellana; ésta tapaba el ducto o vena por donde se expurga la cólera en su estado natural, y se halló muy enviscado t teñido el hígado de este humor y difundido por la masa de la sangre. Ha causado admiración el no haber en el hábito del cuerpo ni en la orina (que siempre estuvo natural) señal de ictericia, y no menos el haber hallado gangrenado por lo interno del tórax, en correspondencia de la irisipela, sin haber precedido dolor ni dificultad de respiración. En las venas de la cabeza se halló la sangre concreta, mucha hubo extravsada en los ventrículos y demás espacios”.

Mientras tanto, Carlos II, como si la cosa no fuse con él, seguía su actividad ociosa, incluso se dice que no se acercó a su lecho a lo largo de toda su enfermedad o, tras ésta, a su ataúd. Don Juan murió solo y olvidado por muchos que en otras épocas aprovecharon su poder. El Rey había alegado temores de contagio.

Un día después de la muerte de don Juan, al mismo tiempo que su cadáver era embalsamado conforme a los mandatos del propio Carlos II, un correo portaba un billete del Rey para su madre doña Mariana de Austria:

Madre y señora mía: ayer no pude escrbirte por la muerte de don Juan, que se le llevó Dios a las dos, y ahora te despacho con este aviso, y después de él responderé a tus cartas. Tu hijo que más te quiere, Carlos”.

Se acercaba la hora de que la antaño regente regresara a la Corte desde su destierro dorado en el Alcázar de Toledo. Esa misma noche contestaba a su hijo dándole a entender sus pretensiones: “Hijo mío de mi vida: no he querido dilatar el responder a tu carta, que recibí poco ha, con el correo que me despachastes avisándome de la muerte de don Juan. Dios le haya dado el Cielo, que nada se le podía desear mejor. Me avisarás si haces alguna demostración or su muerte, para que haga yo lo mismo, pues no quisiera errar en nada...

Hijo mío: con el cariño de madre que te tengo, no puedo dejar de decirte que, ya que Dios ha permitido la muerte de don Juan, y tu por ti mismo puedes ya entrar en conocimiento de todo, estoy con grande confianza que has de reconocer lo que por malos consejos e intención me han hecho padecer tan sensiblemente después que me aparté de tu compañía, que estoy con tan segura confianza de que te he de deber mi restauración en todo y por todo, que em pongo en tu voluntad para que dispongas lo que fuere de tu mayor gusto y servicio, que ése será el mío siempre, como has podido reconocer siempre; y obrando por ti, pues tienes tanta capacidad y conocimiento en todo, Dios te asistirá con su claridad para tus aciertos”.

Carlos II esperaría al día siguiente del entierro de don Juan para salir al encuentro de su madre, anunciándolo así el mismo día del entierro del bastardo: “madre y señora de mi vida: he recibido tu carta, de ayer, y no dudando de que te habrá causado todo el gusto que dices la noticia de habernos de ver tan presto, puedo asegurarte que no es menor que el mío. Yo llegaré a esa ciudad, queriendo Dios, mañana a las once, y no tienes que salir de casa, sino aguardarme en ella, y si hubieras de responder me enviarás la respuesta a Aranjuez, donde dormiré esta noche”.

En este sentido, el martes 19 de septiembre sus restos mortales, excepto su corazón que volvería a sus amadas tierras de Aragón para que encontrase su cobijo en la basílica de El Pilar de Zaragoza, serían introducidos en una caja de plomo, y ésta en otra de madera forrada en brocado rojo, metiéndose en la bóveda abierta bajo el coro del convento de las Descalzas Reales de Madrid.

Llevaba su cuerpo el manto capitular de la Orden de San Juan, además de bastón. Esa misma noche partirían sus restos mortales en dirección al monasterio de El Escorial, para depositar su cadáver en el pudridero, siendo acompañado en este si último viaje por sus más fieles partidarios.

Hoy día podemos acercarnos a visitar los restos de este gran militar y político a ese magno monasterio escurialense. En su tumba, situada detrás del mausoleo del primer don Juan de Austria (hijo bastardo del emperador Carlos V), se puede leer “Philippi IV filius notus”.

(FIN)

Con estas 27 entradas finaliza la biografía general de mi gran ídolo histórico, éste gran hombre que marcó la vida político-militar de los reinados de los dos últimos reyes de la Casa de Austria con sus éxitos y fracasos. Su figura, pese a su capital importancia para comprender ese período clave de la historia española, europea y mundial, no ha sido tratada al mismo nivel que los otros grandes políticos que le precedieron en ese siglo XVII (el Duque de Lerma, el Conde-Duque de Olivares, don Luis de Haro,…). Valgan estas entradas para darle a conocer y honrar su figura.



Fuentes principales:

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. “Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : “Orígenes, ascenso y caída de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008



(1) Esta perla llamada la Peregrina fue pescada en el Mar de Sur en 1515, perteneció a un antepasado de los Condes de Puñonrostro, luego a doña Isabel de Bobadilla, de la Casa de Chinchón, y, finalmente, a la emperatriz Isabel, mujer de Carlos V, que la incorporó al patrimonio de la Corona. Pesaba 52 quilates y 3 gramos.

(2) Baste como ejemplo recordar la descripción que de don Juan hiciese una dama de la Corte francesa cuando éste volvía a España tras los desastres de los Países Bajos: “Vino vestido de camino con grueso traje gris, coleto de terciopelo negro y botones de plata, todo ello a usanza francesa. El príncipe nos pareció pequeño de estatura, pero bien formado. Tenía rostro agradable, cabellos negros, ojos azules llenos de fuego; sus manos eran bellas y su fisonomía inteligente”.

(3) B.N., mss., 18.206.

(4) “Testamento que ordenó el serenísimo señor don Juan de Austria, segundo de este nombre” y “Testamento del serenísimo señor don Juan de Austria (segundo de este nombre) y fervoroso acto de amor de Dios, que antes de recibir el divino Sacramento, hizo Su Alteza y el despedimiento amoroso de su hermano don Carlos Segundo, con las demás particularidades que verá el curioso lector”. Ambos en la Biblioteca Nacional de Madrid.