viernes, 29 de abril de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE XIX)

El Cardenal-Infante don Fernando.

Tras la périda de Corbie, el Cardenal-Infante mandó a don Miguel de Salamanca, su confidente y después secretario de Estado y Guerra, a Madrid para concertar la estrategia para 1637 (1). Los duros reproches tras la caída de Schenckenschans habían impresionado a don Fernando y ahora que también se había tenido que abandonar Corbie, no podía esperar sino otra reprimenda. Al no ejecutar estrictamente las instrucciones del Rey, se exponía a las críticas, ya que si sus iniciativas no prosperaban, él era responsable. Por ello parece bastante fácil suponer que la misión de Salamanca tenía como objetivo evitar este tipo de riesgos y compartir la responsabilidad de futuros nuevos fracasos con Madrid, al pedir directivas claras.


Don Fernando presentó cuatro posibilidades a su hermano:


1. Una posición ofensiva en ambos frentes.

2. Una posición defensiva en los dos frentes.

3. Atacar a Francia y mantener una posición defensiva frente a la República.

4. Atacar a la República y mantener una posición defensiva frente a Francia.


De entrada, el Cardenal-Infante se declaró en contra tanto del doble ataque ya que incluso con tropas auxiliares, el Ejército de Flandes no tenía fuerza suficiente para ello; como de la doble defensa, ya que ésta excluía cualquier beneficio. Una ofensiva contra Francia tenía muchas ventajas. Había que golpear antes de que Luis XIII pasara al ataque y así conservar la iniciativa. Como ya se había visto en la campaña anterior, ello obligaría a París a sacar tropas de Lorena, Alsacia y el norte de Italia. Gracias a las muchas unidades de Caballería de las que disponía el Cardenal-Infante, se podría penetrar rápida y profundamente en el norte de Francia, lo cual causaría un gran tumulto entre la población gala, aumentaría el descontento contra Richelieu y le podría llevar a su ruina. El ataque contra Francia resultaría menos costoso ya que los fuertes en la frontera sur de la República estaban muy bien defendidos y los asedios costarían mucho tiempo y grandes esfuerzos. Las Provincias Unidas también se verían desfavorecidas por la ofensiva contra Francia, ya que París necesitaría de todos sus medios financieros para defenderse y no podría darles más subvenciones.


Sin embargo, a pesar de los muchos argumentos a favor del ataque a Francia, el gobernador general y sus consejeros se inclinaban por la cuarta opción. La lucha contra la República era lo que daba “mucha satisfacion a las provincias obedientes” y el territorio que se conquistase podría conservarse después de una eventual paz, contrariamente a lo que pasaría con lo conquistado a Francia. Parecía claro que aún en 1637, la concentración de los esfuerzos contra el enemigo neerlandés seguía siendo “mas de la inclinacion de Su Alteza”.


Inmediatamente después de haber expuesto las cuatro opciones, don Miguel de Salamanca se preguntaba si “en caso de hazerse la guerra ofensiva contra Francia” era indicado o no que don Fernando dirigiera en persona el ataque y cruzara la frontera con Francia. El enviado del Cardenal-Infante también citaba “mui urgentes razones”, entre las cuales figuraba que don Fernando sentiría “grande desconsuelo en o asistir a tan grandes ocasiones de mostrarse en el servicio de Su Majestad” ya que “pareze se cortara asi el curso de sus vitorias i de la fidelidad con que entro en Alemania y Flandes”. Además, Salamanca mencionaba las diversiones que las tropas alemanas podrían montar desde el Franco Condado y desde el Electorado de Tréveris contra Francia bajo la bandera del Rey Católico o del Duque de Lorena (ya no se contaba con la colaboración abierta del nuevo emperador Fernando III (2)), con posibles incursiones desde España. De esta forma, a través de las palabras de don Miguel de Salamanca, don Fernando, a pesar de declararse partidario de la ofensiva contra las Provincias Unidas, prefería la lucha contra Francia por encima de todo, esperando así un momento de gloria militar (3).


Felipe IV compartía esta opinión y ya a finales de diciembre le había escrito a su hermano que debía prepararse a hacer “una entrada grande” en Francia al año siguiente. Para ello se le prestaría el apoyo suficiente desde el mar, así como desde la Lombardía y el norte de España. Por su parte, Oñate y Castañeda deberían volver a insistir al Emperador para que éste también pusiera de su parte, y es que el gobierno de Madrid estaba molesto por la pasividad de Viena durante la anterior campaña y esperaba a que esta vez su apoyo no se limitara a vanas promesas y a que “no se hable al ayre y se obre de acuerdo y con seguridad de que se cumplira effectivamente lo que se asentare” (4). La conclusión unánime del Consejo de Estado, después de los expuesto por don Miguel de Salamanca, fue que, contrariamente a la preferencia de don Fernando (fuera o no fingida) por la ofensiva contra las Provincias Unidas, 1637 sería el gran año de la ofensiva contra Francia (5). Además, el Cardenal-Infante en persona debería dirigir las operaciones (6).


La reina madre de Francia María de Medici por Rubens (1622). Museo del Prado de Madrid.

Por otra parte, a finales de 1636 parecía que el díscolo hermano de Luis XIII, Gastón de Orleans, iba a pasarse una vez más al bando español. Después de la reconciliación con su hermano en octubre de 1634 parecía que una posible acción contra París utilizando a los malcontentos contra Richelieu se había esfumado, ya que Madrid estimaba que María de Medici no tenía la suficiente fuerza para montar una operación de tal envergadura. De esta forma, a don Fernando se le impuso la presencia de una huésped inútil pero muy cara (la Reina madre recibía del Rey Católico una pensión mensual de 10.000 escudos y ésta aún pedía más). Además, la colonia de descontentos franceses era un grupo demasiado revoltoso. María de Medici estaba reñida con la esposa de Gastón, Margarita de Lorena, y con la hermana de ésta, Enriqueta, Princesa de Phalsbourg. Por tanto, para el Cardenal-Infante no era nada fácil quedar bien con ambas partes. No podía ofender a las dos hermanas del Duque de Lorena, importante general a favor de España, ya que éste podría pasarse al bando de Richelieu, pero tampoco podía malquistarse con María de Medici. Así, cuando la rivalidad pública entre la Reina madre y la Princesa de Phalsbourg estalló, Olivares no se cortó la lengua en el Consejo de Estado al afirmar: “en Flandes hoi goviernan mugeres, o por lo menos tienen mas mano y entremetimiento de lo que conviene” y proponía “purgar algo aquella corte deste genero de gente, que no hay duda es muy dañosa al servicio de Vuestra Magestad” (7).


Sin embargo, parece que esta vez los malcontentos franceses iban a ser de utilidad. Los avances del Ejército de Flandes hacia más allá del Somme en 1636 habían causado gravés tensiones en el campo francés. Luis XIII y Richelieu habían decidido restructurar el ejército y degradar a los comandantes en jefe Soissons y Gastón de Orleans. Ambos juraron que nunca se lo perdonarían y decidieron acabar con el Cardenal. A mediados de octubre quedó frustrado un atentado contra el primer ministro. Temerosos de las consecuencias del descubrimiento eventual del malogrado plan, los dos huyeron. Gastón se dirigió al sur, a Guyenne, donde esperaba encontrar al Duque de Épernon, un poderoso noble y adversario declarado de Richelieu. Por su parte, Soissons huyó a Sedan y se puso inmediatamente en contacto con el Cardenal-Infante, María de Medici y su cuñado el Príncipe Tomás.


En Bruselas se veía con buenos ojos una alianza con Soissons ya que éste gozaba de una gran popularidad en el ejército francés. Una operación desde Sedan podía causar graves dificultades a Richelieu y hacerle desistir de un ataque a los Países Bajos (8). La noticia de la huída de Soissons también causó gran alegría en Madrid y, aunque a principios de 1637 el veleidoso Gastón ya se había vuelto a reconciliar con su hermano, esto no quitaba para que continuasen las negociaciones. Don Fernando recibió un poder para concluir una liga con Soissons y otros exiliados franceses, aunque Olivares no creía realizable la formación de un “partido de consideración”. Aún así, se incitó a don Fernando a mostrar aprecio por el valor demostrado por el Conde al dar este paso. Soissons era “de más cuerpo y sustancia de lo que suelen ser los otros franceses” (9). Las conversaciones finalizaron en un proyecto de acuerdo rubricado por el Cardenal-Infante y por María de Medici como representante de Soissons. Felipe IV se comprometía a no concluir la paz con Luis XIII sin que María de Medici y Soissons estuvieran implicados (algo parecido a lo que el futuro pasó con el Príncipe de Condé y la Paz de los Pirineros). Al Conde se le prometieron 200.000 escudos para mantener un pequeño ejército hasta el final de la campaña de 1637 y para estacionar una guarnición en Sedan a fin de proteger la ciudad. El Duque de Bouillon que tenía la amabilidad de poner Sedan en mano de los conspiradores, tendría una indemnización por la represalias que se podían esperar de París. María de Medici, por su parte, prometió solemnemente que, desde el momento en que Richelieu cayese en desgracia, haría todo lo posible por reconciliar a su hijo Luis XIII con Felipe IV y Fernando III.


Sin embargo, para desgracia de don Fernando, Soissons dejó de nuevo a la vista la legendaria veleidad de los malcontentos franceses, negándose a firmar el texto. Richelieu se había dado cuenta de que el paso al enemigo de Soissons podía significar un verdadero peligro para Francia (mucho mayor que el de Gastón de Orleans que carecía de credibilidad) y también le había hecho llegar alguna tentadora propuesta. Éstas, sumadas a un despliegue de poder militar, resultaron suficientes para propiciar la vuelta al bando francés de esta notorio descontento. Soissons se reconciliaba finalmente con Luis XIII en julio de 1637 (10).


Así, para la jornada de 1637, don Fernando no pudo contar con la ayuda de los malcontentos franceses. A mediados de abril, al intentar ocupar Hulst, Federico Enrique obligó al Ejército de Flandes a defenderse. El Cardenal-Infante pudo detener el ataque, después de lo cual el ejército de la República se concentró cerca de Vlissingen y se dispuso a hacer la travesía a Philippine para avanzar hacia Dunkerque siguiendo la costa. A su vez, los ejércitos franceses se disponían a iniciar el ataque, por lo cual gran parte de las tropas españolas se quedaron bloqueadas en la frontera sur de los Países Bajos. El ejército auxiliar de Piccolomini, prometido por Fernando III, se hizo esperar (11). El 19 de julio, de improviso Federico Enrique dio orden a sus tropas de desembarcar cerca de Bergen-op-Zoom y avanzó rumbo a Breda con 20.000 soldados de Infantería y 3.000 de Caballería. Don Fernando se vio enfrentado por primera vez con la pesadilla de cualquier general: la guerra en dos frentes en dos frentes estaba en marcha y carecía de los hombres necesarios para dar una réplica rápida y convincente a ambos enemigos a la vez. Desde Amberes reclamó con urgencia parte del ejército dispuesto contra los franceses para que se dirigieran a la frontera norte. La espera de los refuerzos y la falta de resolución en el mando supremo le hicieron perder un tiempo considerable, aprovechado inmediatamente por el Príncipe de Orange para instalarse sólidamente alrededor de Breda a partir del 21 de julio. Don Fernando partió de Amberes el 31 de julio; el 4 de agosto llegó con un ejército de liberación a Rijsbergen desde donde se organizó el contraataque. Mientras tanto, los franceses utilizaron a su vez la debilidad del ejército español en Henao y Artesia para tomar Landrecies, Maubeuge, Beaumont, Berlaimont y Saint-Pol. Sólo se pudo frenar su avance cuando Piccolomini llegó con unos 11.000 soldados cerca de Mons el 2 de agosto.



NOTA: últimamente blogger me da problemas y no me permite justificar el texto, perdón si éste no queda todo lo bien que debiera...intentaré solucionarlo.


Fuentes principales:


* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.


* Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Universidad de Córdoba, 2006.


Notas:


(1) Don Fernando a Felipe IV, 19 de noviembre de 1636 (SE 215, f. 408).


(2) Fernando II había muerto en febrero de 1637, siendo sucedido en el trono de los estados patrimoniales de la Casa de Austria por su hijo Fernando III, que era ya Rey de Hungría y Bohemia. Además, Fernando III sucedió a su padre en la dignidad imperial.


(3) Informe de don Miguel de Salmanca a Olivares, 8 de febrero de 1637 (AGS Estado, 2051, f. 225).


(4) Felipe IV a don Fernando, 16 de diciembre de 1636 (AGS Estado, 2243, s.f.).


(5) Consulta del Consejo de Estado, 25 de febrero de 1637 (AGS Estado, 2051, f.226).


(6) Felipe IV a don Fernando, 17 de marzo de 11637 (AGS Estado, 2244, s.f.).


(7) Consulta del Consejo de Estado, 23 de mayo de 1636 (AGS Estado, 2051, f. 42).


(8) Don Fernando a Felipe IV, 6 de diciembre de 1636 (SEG 215, f. 460-461).


(9) Poder a don Fernando, 4 de febrero de 1637 (AGS Estado, 2244, s.f.).


(10) Don Fernando a Felipe IV, 29 de julio de 1637 (SEG 216, f. 305-306).


(11) Según una relación de don Miguel de Salamanca, a principios de 1637 el Ejército de Flandes contaba en teoría con 65.000 hombres. En realidad, había como mucho 55.000 soldados, de los cuales se necesitaban 39.000 para ocuparse de los presidios. Los 16.000 restantes podían utilizarse para las campañas. Se proponía levantar a 12 o 13.000 soldados más. Informe de don Miguel de Salamanca a Olivares, 8 de febrero de 1637 (AGS Estado, 2051, f. 225).

sábado, 23 de abril de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE XVIII)

El Cardenal-Infante ecuestre, taller de Van Dyck. Museo del Louvre de París.

El 30 de septiembre de 1635, los embajadores españoles en Viena, Oñate y Castañeda, consiguieron un nuevo acuerdo con el Emperador, mediante el cual Viena, a cambio de cuantiosas subvenciones españolas, se comprometía a invadir Francia, daba permiso a Felipe IV para levantar tropas en el Imperio y finalmente también aceptaba que partes del ejército español establecieran sus cuarteles de invierno en territorio imperial. Todo parecía suponer que la invasión imperial de Francia, largo tiempo esperada, llegaría pronto. En marzo de 1636 el Emperador declaró la guerra a Francia a título personal, aunque al poco tiempo los problemas logísticos y financieros dejaron claro que la formación de un ejército de invasión iba a resultar muy difícil. Los constantes combates con los ejércitos franceses y protestantes en la Renania detenían a los efectivos disponibles. Para Viena, el Cardenal-Infante debía tomar la iniciativa de invasión de Francia y es que Fernando II no se atrevía a emprender dicha invasión con sus solas fuerzas, demasiado limitadas.


Estos hechos obligaron a Bruselas a reorientar la estrategia. Si a finales de enero de 1636, el Cardenal-Infante estaba totalmente convencido de que la ofensiva contra las Provincias Unidas era el único camino acertado (1), unos meses después cambió la prioridad. El residente español en Baviera, don Diego de Saavedra, no había conseguido convencer al duque Maximiliano de ceder tropas de la Liga Católica para atacar el flanco oriental de la República y Oñate hizo saber que el Emperador también descartaba esta posibilidad (2). A finales de abril, Felipe IV tenía la seguridad de que Schenckenschans estaba perdido (3) y que la invasión imperial de Francia, que debía evitar un eventual intento de Luis XIII de atacar los Países Bajos, se retrasaba considerablemente. Sin la asistencia del Imperio, con Schenckenschans en manos de las Provincias Unidas y sabiendo que las tropas neerlandesas en el Ducado de Cleves tenían fuerzas suficientes para hacerles frente, don Fernando se dio cuenta de que valdría más la pena reservar los planes de entrar en la Betuwe y la Veluwe. Pero también sabía que Federico Enrique necesitaba tiempo para recuperarse y que esta campaña no sería capaz de empezar una nueva ofensiva. Por todo eso, parecía más oportuno dirigir la mirada hacia el sur.


A lo largo del mes de mayo, don Fernando, asesorado por sus principales consejeros (4), decidió dar el paso: una parte de su ejército, bajo el mando del príncipe Tomás de Saboya, junto con los regimientos de Piccolomini, los de la Liga Católica bajo el mando de Jean de Werth y las tropas del Duque de Lorena cruzarían la fronteras francesa. El ejército aliado de invasión contaría con 43.000 soldados y consistiría en gran medida en unidades de Caballería. El Duque de Feria, maestre de campo general, se quedaría en los Países Bajos con 11.000 soldados de Infantería y 4.000 de Caballería a fin de poder detener un eventual ataque de las Provincias Unidas (5).


La invasión de Francia se hizo expresamente, no para conquistar territorios, sino para causar agitación, alimentar las disensiones internas y disminuir la presión francesa en el Imperio y en el norte de Italia, obligando a Luis XIII a utilizar sus tropas en defensa de su propio territorio.


Inicialmente, el confesor de don Fernando, fray Juan de San Agustín, no estimaba aconsejable que el Cardenal-Infante dirigiese personalmente la invasión. Tomando algunas plazas y fortificándolas, de modo que la Caballería pudiese hacer incursiones en territorio francés, se podría alcanzar plenamente el objetivo propuesto. La presencia del Cardenal-Infante en territorio francés provocaría un contraataque masivo de Luis XIII que resultaría en una confrontación franco-española a gran escala en el norte de Francia, muy cerca de los Países Bajos, cuando el objetivo era incitar a los ejércitos imperiales bajo el mando del Rey de Hungría a invadir Francia desde el este, mediante una operación española limitada (6). El objetivo final era la guerra total entre París y Viena.


Sin embargo, el ejército de invasión estaba constituido por unidades muy diversas y los soldados alemanes hicieron saber que no estaban dispuestos a aceptar el mando ni del príncipe Tomás ni del Duque de Lorena (7). Hacía falta, pues, una autoridad indiscutible para coordinar el ejército. Cuando a principios de junio se supo que un ejército francés al mando de Condé había empezado a sitiar Dole, hecho por el cual se podía perder todo el Franco Condado, el Cardenal-Infante, aconsejado por sus asesores, decidió no esperar el visto bueno de Madrid y cruzar él mismo la frontera encabezando la fuerza multinacional a fin de supervisar la salvación de Dole (8). Además, tenía el aliciente de seguir incrementando su gloria militar.


El 26 de mayo, don Fernando informó al Rey de su propósito, esperando que en Madrid se entendiera hasta qué punto las circunstancias habían cambiado (9). Sin embargo, lo que no pudieron entender de ninguna manera Felipe IV y Olivares fue la pérdida de Schenckenschans. Durante las sesiones del Consejo de Estado del 23 de mayo y del 17 de junio, el Conde-Duque, decepcionado, se quejó de la falta de esfuerzos, tanto por parte del mando militar supremo como por parte del propio gobernador general, por mantener el fuerte en manos españolas. Don Fernando y el príncipe Tomás ni siquiera se habían molestado en inspeccionar el fuerte, lo que era todo menos un estímulo para los soldados que tenían que defenderlo. Además, en muchas leguas a la redonda de la cabeza de puente no se habían realizado las obras de fortificación necesarias, a pesar de las órdenes repetidas y muy explícitas del Rey. Olivares afirmaba “aunque el señor infante se vee lo que ha hecho y lo que haze, su edad no sufre toda la aplicacion a las materias que alli penden de su govierno que seria menester” (10). En una carta personal a don Fernando, el Conde-Duque escribía: “no puedo negar a Vuestra Alteza que se me ha caido el corazon a los pies, mas que en quantas perdidas hemos hecho jamas, porque veo el sentimiento del rey muy de cerca, y no ay, señor, quien no llegue a Su Majestad con lisonja o con verdad a decirle que se perdio por esto y por lo otro, y es atravesarle una saeta el corazon”. Ahora que Schenckenschans había vuelto a manos de las Provincias Unidas se había “perdido la mayor joya que el rey nuestro señor tenia en esos estados para poder acomodar sus cossas con gloria” (11).


A mediados de junio el Rey seguía insistiendo en que se tenían que mantener a toda costa las posiciones en el nordeste, reconquistarlas si era preciso, y continuar la ofensiva contra la República (12). Pero al recibir, a principios de julio, los nuevos proyectos con una copia de los numerosos dictámenes emitidos, Felipe IV dio su consentimiento para invadir Francia. El Rey reconocía que la situación actual era muy distinta de cuando se había diseñado la estrategia nororiental. De esta manera, el Cardenal-Infante, de acuerdo con sus consejeros, había hecho bien en dejar de lado las órdenes superadas y el Rey esperaba que de ahora en adelante siguiese pesando así los pros y los contras de todas las directrices procedentes de Madrid (13). De hecho, la presión francesa sobre Milán se había hecho tan fuerte que tanto Olivares como Felipe IV pidieron con insistencia a don Fernando que la invasión de Francia se iniciase cuanto antes (14). Sin embargo, los proyectos para levantar también una fuerza de invasión en Cataluña para amenazar el sur de Francia quedaron en nada (15). La esperanza de la Corte se concentraba ahora en los esfuerzos de Bruselas y Viena.


A finales de junio, el ejército aliado se puso en movimiento. El príncipe Tomás de Saboya asedió el fuerte fronterizo de La Capelle que se rindió después de cuatro días y avanzó hacia el sur en dirección a Vervins. La ciudad, que no ofreció mucha resistencia, se tomó sin problemas. El 24 de julio, Le Catelet cayó igualmente en manos españolas. Por prudencia, se evitaron fortificaciones como San Quintín y Guisa, mejor defendidas por el Conde de Soissons a quien se había encargado la defensa del norte de Francia. A principios de agosto, el ejército aliado consiguió cruzar el Somme cerca de Bray. Los regimientos de Caballería de Piccolomini y Werth ocuparon Roye y a partir de allí pudieron emprender impunemente correrías por el campo circundante. La guarnición de Corbie se rindió al príncipe Tomás después de un asedio de nueve días. Amiens estaba al alcance de la mano. Incluso parecía abierto el camino a París, lo que causó un gran nerviosismo en la capital francesa y sus alrededores.


A pesar de la insistencia de los oficiales alemanes, el Cardenal-Infante, desde su cuartel general de Cambrai, decidió conformarse con su proyecto inicial no penetrar demasiado lejos en territorio enemigo (16). Debido a las disensiones continuas dentro del mando superior de los diversos componentes del ejército aliado y a la consiguiente falta de una actuación conjunta (eran sobre todo las tropas de Jean de Wetrth las que iban a su aire), hasta la fecha la campaña había estado llena de dificultades. Avanzar más lejos haría peligrar las líneas de aprovisionamiento y expondría las tropas a ser atacadas por la espalda. Además, el Rey de Hungría y su general en jefe Gallas no parecían dispuestos a atacar Francia desde el este, por lo cual don Fernando se vio obligado a mandar unidades bajo el mando del Duque de Lorena al Franco Condado con el fin de liberar Dole.


El sitio de Dole por parte de las tropas de Condé.

Mientras tanto, París hizo lo que pudo para tratar de detener el avance español. Se volvieron a llamar a los ejércitos al mando del cardenal La Valette y de Bernardo de Sajonia-Weimar y Condé recibió órdenes de abandonar el sitio de Dole. El retroceso de Condé corrió parejo al avance del duque Carlos IV de Lorena que el 15 de agosto entró triunfante en la capital del Franco Condado y después empezó la persecución del ejército en retirada. Cuando, a finales de agosto, los franceses abandonaron sus posiciones en el norte de Alsacia, disminuyendo así la amenaza en Renania, Gallas no parecía tener más motivos para seguir retrasando la invasión de Francia. A lo largo del mes de octubre, pero mucho más lentamente de lo que habría deseado el Cardenal-Infante, su ejército penetró en el Ducado de Borgoña, pero se limitó a atacar la pequeña ciudad de Saint-Jean-de-Losne, justo pasada la frontera al oeste de Dole. Cuando resultó que la resistencia era mayor de la esperada y que Condé se acercó con un ejército de liberación, Gallas se retiró el 3 de noviembre. Así, la invasión de Francia terminó casi antes de que hubiera empezado. Gallas volvió a cruzar el Rin y se refugió en el Imperio. Como la invasión desde el Imperio se hizo esperar, el ejército aliado del Cardenal-Infante tuvo que resistir una contraofensiva francesa durante la cual se hubo de abandonar Roye y Corbie. Después se retiró a los Países Bajos. Los franceses también cesaron las actividades bélicas. Las tropas de Federico Enrique, que casi no se habían movido en todo el verano, se retiraron a su vez a sus cuarteles de invierno en el mes de noviembre.


Así terminó la campaña de 1636. El Cardenal-Infante había perdido Schenckenschans y las posiciones avanzadas en el Ducado de Cleves pero había ganado La Capelle, Le Catelet y Vervins. Se había evitado la toma del Franco Condado. Luis XIII había tenido que abandonar algunas posiciones en Alsacia y no había podido mandar el apoyo suficiente a sus tropas que operaban en el norte de Italia, por lo cual se había detenido su avance en Lombardía. Los efectivos del Ejército de Flandes se habían mantenido en un nivel operativo, gracias también a la llegada reciente de nuevos refuerzos de la Península. El 1 de septiembre había atracado en Mardique una flota que había salido 12 días antes de La Coruña con 4.5000 soldados frescos y millón y medio de escudos a bordo, que había conseguido eludir los bloqueos neerlandeses. Cuando el Rey Católico e Inglaterra firmaron la paz de 1630, la ruta marítima volvió a estar disponible. A pesar de la amenaza persistente de buques de guerra holandeses, España cambiaba cada vez más a menudo ( y a partir de la caída de Breisach no le quedaría más remedio que hacerlo) el tradicional “Camino Español” por la comunicación marítima más rápida.


Considerada en su conjunto, el desarrollo de la campaña de verano no había sido tan desfavorable, pero tampoco esta vez se había producido el gran avance, ni contra las Provincias Unidas ni contra Francia. La presencia militar en Alsacia y las preparaciones de la Dieta Imperial de Ratisbona, en la cual el Emperador quería volver a intentar que su hijo Fernando saliera elegido Rey de Romanos, podían justificar un retraso de unos meses, pero, avanzado el verano de 1636, la amenaza francesa ya no constituía un impedimento. Y aún así, Gallas siguió tardando. El Cardenal-Infante se quejó de ello al Rey y al Conde-Duque que tampoco podían entender porqué Viena no había respetado los acuerdos (17). El embajador imperial en Madrid proporcionó la información necesaria. En diciembre declaró a Olivares que Gallas no había querido avanzar porque Oñate no había pagado las subvenciones acordadas por Madrid. Contrariamente a su colega Castañeda, Oñate, partiendo de su experiencia previa, era escéptico con respecto a las promesas imperiales de que, una vez en posesión del dinero español, se comprometerían activamente en la guerra contra Francia. El Conde, responsable de las finanzas de la embajada vienesa, desconfiaba y hasta que no viera progresar las preparaciones de la invasión, no estaba dispuesto a liberar los fondos necesarios. La actuación del diplomático causó irritación y retrasos en la ejecución de los planes y finalmente su remisión. Olivares estaba furioso por la forma de actuar arbitrariamente de Oñate y juró que no habría una segunda vez.


No cabe duda de que estas divergencias financieras tuvieron un papel clave en la renuncia a la invasión de Francia por parte imperial, pero resulta más que probable que las circunstancias internas del propio Imperio también fueron decisivas. La elección crucial del Rey de Hungría don Fernando como Rey de Romanos y, por tanto, como Emperador electo tendría lugar sólo el 22 de diciembre y en esta perspectiva Fernando II no quería arriesgarse en complicaciones suplementarias. La pacificación del Imperio seguía siendo demasiado frágil. Además, los príncipes electores se negaban a que el Imperio entrara en guerra con Francia: sólo querían apoyar las acciones cuyo objetivo fuese rechazar a los franceses en Alsacia y Lorena; una guerra ofensiva a gran escala contra Francia estaba fuera de toda discusión ya que podría poner en peligro el trabajo de años y se tardaría aún bastante en acabar con el enemigo sueco que estaba poniendo en marcha una nueva ofensiva en el otoño de 1636. Una vez más, el Emperador y los príncipes electores tenían prioridades diferentes a las del Rey Planeta.




Fuentes principales:


* Bouza, Femando: “Locos, enanos y hambres de placer en la corte de los Austrias”. Temas de Hoy, Madrid 1991.


* Sánchez Portillo, Paloma: “En torno a las Meninas: algunas noticias de Nicolás Pertusato”. Universidad Complutense de Madrid. Anales de historia del arte, 2002.



Notas:


(1) Don Fernando a Castañeda, 20 de enero de 1636 (CCE VI, nº 978). El 12 de marzo, Felipe IV volvió a repetir que el ataque combinado de la Casa de Austria contra el noreste de la República tenía prioridad absoluta (Felipe IV a don Fernando, 12 de marzo de 1636; AGS Estado, 2243, s.f.).


(2) Saavedra a Felipe IV, 14 de abril de 1636 (CCE VI, nº 990); Oñate a don Fernando, 29 de abril de 1636 (CCE VI, nº 991).

(3) Don Fernando a Felipe IV, 30 de abril de 1636 (SEG 214, f. 301).


(4) Roose no estaba de acuedo con la reorientación hacia Francia de los esfuerzos ofensivos. Según él, se trataba de un “desacierto”. A pesar de la pérdida de Schenckenschans, insistió en que se aprovechara la relativa debilidad de Federico Enrique para seguir amenazando la república.


(5) Don Fernando a Castel-Rodrigo, 2 de julio de 1636 (AHN Estado, libro 93, s.f.); instrucción al Duque de Feria, 2 de julio de 1636 (SE 215, f. 10-11).


(6) Voto de fray Juan de San Agustín, 18 de mayo de 1636 (SEG 214, f. 449-453).


(7) Don Martín de Axpe a Olivares, 21 de junio de 1636 (SEG 302, s.f.).


(8) Votos de fray Juan de San Agustín y el Duque de Feria, 28 de junio de 1636 (SEG 215, f. 57-64).


(9) Don Fernando a Felipe IV, 26 de mayo de 1636 (SEG 214, f. 445-447).


(10) Consulta del Consejo de Estado, 23 de mayo y 17 de junio de 1636 (AGS Estado, 2051, f. 42 y f. 25).


(11) Olivares a don Fernando, 25 de mayo de 1636 (BSM Codex Hispanicus 22, f. 17v-21v).


(12) Felipe IV a don Fernando, 13 y 15 de junio de 1636 (SEG 214, f.565; AGS Estado, 2243, s.f.).


(13) Felipe IV a don Fernando, 15 de julio de 1636 (SEG 215, f. 84-87).


(14) Felipe IV a don Fernando, 21 de julio de 1636 (SEG 215, f. 120).


(15) Elliott, J.H.: “La revuelta de los catalanes”, pp. 309-316.


(16) Don Fernando a Felipe IV, 10 de julio de 1636 (SEG 215, f. 50).


(17) Don Fernando a Felipe IV, 10 de octubre de 1636 (SEG 215, f. 280-281).

lunes, 18 de abril de 2011

¿NICOLASITO PERTUSATO O DON NICOLÁS PERTUSATO?

Las Meninas o La familia de Felipe IV de Diego Velázquez (1656). Museo del Prado de Madrid.

En 1724 Antonio Palomino facilitaba los nombres de los protagonistas de la más famosa obra de Velázquez, “Las Meninas”. A parte de los reyes Felipe IV y doña Mariana de Austria, y del propio pintor, aparecen retratados la infanta Margarita con las meninas María Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco y la enana Maribárbola, en segundo plano doña Marcela de Ulloa, señora de honor, conversando con un guardadamas y también “en principal término está un perro echado y junto a él Nicolasico Pertusato, enano, pisándolo, para explicar a el mismo tiempo, que su ferocidad en la figura, lo doméstico, y manso en el sufrimiento; pues cuando le retrataban se quedaba inmóvil en la acción, que le ponían; esta figura es obscura, y principal, y hace a la composición gran armonía” (1).

Palomino únicamente no daba el nombre de dos figuras, el del guardadamas y el de la persona que se incorpora a la estancia por la puerta del fondo, cuya identidad desveló Ceán Bermúdez (2) al afirmar que se trataba de José Nieto, aposentador de la Reina.

Si se fija mirada en el ángulo inferior derecho del lienzo, el espectador se encontrará con un dinamismo que rompe con el aspecto de instantánea de la pintura. En él se observa a un personaje diminuto jugando con el perro. Nadie duda de su identidad, Nicolasito Pertusato y, casi nadie, de su condición de enano.

Tanto los tratadistas de los siglos XVIII y XIX como los autores del XX, se refieren a él por tal condición, lo que justifica el diminutivo de su nombre. Sorprende, sin embargo, no encontrar en sus rasgos ninguna deformidad y el aspecto que se suele tener de un enano, sino que más bien parece un niño o un hombre, perfectamente proporcionado, pero diminuto, una característica que compartía con, al menos, otro de los enanos de Carlos II al que Madame de Villars describía de la siguiente forma: “nunca vi cosa tan linda como el enano del rey llamado Luisillo, nacido en Flandes; maravilla su pequeñez y está perfectamente proporcionado. Tiene linda cara, bonita cabeza y más talento del que pueda imaginarse” (3).

Detalle de Las Meninas donde se puede apreciar a Nicolasito Pertusato.

En 1939, José Moreno Villa (4) unifica dos personalidades hasta entonces individualizadas: la de Nicolás Portosato, enano de la reina doña Mariana de Austria y la de don Nicolás Pertusato, ayuda de cámara, hecho que fue admitido con ciertas reservas al resultar un poco chocante que un enano pudiese ser elevado a la categoría de ayuda de cámara. Sin embargo, ¿por qué el archivo del Palacio Real guarda dos expedientes diferentes, uno para el enano y otro para el ayuda de cámara? Lo normal, y el caso de Velázquez es un claro ejemplo, es que sólo haya un expediente por cada persona, independientemente del número de cargos que tuviera en Palacio.

La primera mención que se tiene del cuadro es en el inventario del Real Alcázar de Madrid de 1666, en cuya descripción no se incluye a ningún Pertusato; hecho que se mantiene en el inventario realizado a la muerte de Carlos II en el que, con el número 286 y ubicado en el despacho de verano del Alcázar, figura “una pinttura de quatro Varas y media de altto y tres y media de ancho Rettrattada la Señora Emperatriz Ynfantta de España con sus Damas y Criados y Una Enana Original de mano de Diego Uelazquez Pinttor de Camara y Aposenttador de Palaçio donde se rettratto a si mismo pinttando con marco dorado tasada en Diez mill Doblones” (5). Por tanto, en las primeras noticias del cuadro, a Nicolás Pertusato no se le cita por su condición de enano, sino que se le incluye entre los criados.

Nicolás Pertusato nació en Alessandria della Paglia, en el Milanesado (la actual Alessandria de la región italiana del Piamonte), en fecha que se desconoce. Moreno Villa afirma que murió en 1710, según sus cálculos, a la edad de 65 años (6), de lo que se deduce que debió de nacer en 1645, sin explicar en qué se basa para tal afirmación pero, de ser así, supondría que en 1656, cuando Velázquez pinta “Las Meninas”, tenía 11 años por lo que el personaje representado más que un enano sería un niño. No obstante, Paloma Sánchez no cree factible que la fecha de nacimiento dada por Moreno Villa sea correcta, pues implicaría que con tan sólo cinco años ya estaba sirviendo en Palacio (edad que le parece en exceso temprana), donde está documentado desde 1650.

Por su parte, el Catálogo del Museo del Prado indica que “murió antes del 20 de junio de 1710, de setenta y cinco años” (7) adelantando con ello su nacimiento a 1635 lo que significaría que en la fecha de realización de “Las Meninas” tenía 21 años. De ser esto cierto, el personaje representado sería, efectivamente, un enano. No obstante, Sánchez afirma que esta información debe ser considerada con reservas, ya que en ninguno de los documentos por ella consultados figura ni la fecha de su nacimiento ni la edad que contaba a su muerte y en el citado Catálogo no se indica de dónde procede la noticia.

Nada se sabe nada de su familia pero, o bien pertenecía a una clase social elevada o bien se sirvió de su cercanía a la familia real para encumbrar a sus parientes, puesto que en 1703 su hermano Lucas formaba parte del Consejo de su Majestad, siendo Presidente del Supremo Senado de Milán, según se desprende de su testamento.

La primera noticia que se tiene de su presencia en Madrid se remonta al 26 de junio de 1650, fecha en que se le concede una ración ordinaria, apareciendo en el documento como Nicolás de Portosato, enano de la Reina (8), por lo que es posible que pudiese llegar a España formando parte del séquito de doña Mariana de Austria.

De hecho, se sabe que tras la ceremonia que tuvo lugar en la Catedral de Milán el 17 de junio de 1649 y la celebración de diversos festejos que se desarrollaron en los días sucesivos, siguió doña Mariana su viaje con la comitiva nupcial hacia la corte de Madrid y “a onze del corriente [agosto de 1649] comió su Magestad en Castelferriol, 10 millas de Castelnovo y fue a tener la noche tres más adelante en la Ciudad de Alexandría de la Palía ... detúvose la Reyna nuestra señora el día siguiente 12 de Agosto y a 13 por la tarde se partió para Casin de Estrada” (9) llegando al Palacio del Buen Retiro el jueves cuatro de noviembre de 1649, a las cinco de la tarde (10).

Es decir, en el transcurso de su viaje desde Viena a Madrid para casarse con Felipe IV, doña Mariana permaneció dos días en Alessandria della Paglia, ciudad natal de Nicolás Pertusato, estancia durante la cual es más que probable que éste se incorporase al servicio de la Reina.

El 17 de septiembre de 1665 moría Felipe IV, asumiendo doña Mariana la regencia durante la minoría de edad de Carlos II, que en aquel entonces aún no había cumplido los cuatro años. Pocos días después, el 28 de septiembre, la Reina concede a Nicolás Pertusato una ración de cámara “demás de lo que oy goza (11), en considerazión de su continua asistencia y servicios” (12). Dicha merced consistía en enfermería y ración de criada de cámara, a lo que se añade, por decreto de la Reina del 3 de octubre, los mismos gajes que gozaba una criada de cámara, lo que, traducido a dinero, le suponían unos ingresos de 114.533, 30.415 y 39.615 maravedís anuales respectivamente.


La reina madre doña Mariana de Austria por Claudio Coello.

El favor de doña Mariana hacia don Nicolás Pertusato (13) se mantuvo durante toda su vida: el 8 de enero de 1675 la Reina decreta se le haga merced “de plaza de Ayuda de Cámara del Rey nuestro señor, la qual juró en manos del Excmo. Señor duque de Medinaceli, Sumiller de Corps de su Majestad en nueve del mismo mes de henero próximo pasado que es desde quando ha de goçar de los gajes, reconpensa, casa de aposento y demás emolumentos que pertenecen a la dicha plaça” (14). Quizá la Reina quería situar a su fiel sirviente cerca de Carlos II cuando éste asumiese sus funciones de Rey al alcanzar la mayoría de edad el 6 de noviembre de 1675.

En 1677, don Juan José de Austria se hace con el poder y la Reina se ve obligada a abandonar la Corte, retirándose a Toledo, donde residiría hasta que la muerte de su rival político, el 17 de septiembre de 1679, le permita regresar a Madrid. Por lo que respecta a don Nicolás Pertusato, fiel a su señora, la acompañó en su exilio toledano, cesando en su cargo de ayuda de cámara.

En un documento referente a la etiqueta de la servidumbre en Toledo de doña Mariana de Austria, en el que se indican los nombres de las personas que la acompañaron, y los puestos que ocuparon: dueñas de honor, damas, azafatas, etc., y tras las doce criadas de cámara se añade que, además, “Nicolás Pertusato goçaba una razión entera de cámara con los gajes que a ella corresponde, y una gallina más en cada un día” (15).

Todo esto hace pensar que, efectivamente, el enano Nicolás Portosato y don Nicolás Pertusato son la misma persona. El que existan dos expedientes en Palacio puede estar justificado, según Paloma Sánchez, tanto por el cambio de grafía del apellido como porque el enano estaba al servicio de la Reina mientras que el ayuda de cámara era un criado del Rey, lo que quizá explique el que en el segundo caso reciba el tratamiento de “don”. Por otra parte, si bien no era muy corriente el que un enano llegase a ser ayuda de cámara, también Manuel Gómez obtuvo este cargo, siendo un bufón (16).

A su regreso a Madrid, la reina doña Mariana, por decreto del 29 de julio de 1680, ordena no sólo que se le restituyan todos los gajes y mercedes que disfrutaba sino que, además, se le paguen por el tiempo en que estuvo a su servicio en Toledo. El 12 de noviembre de 1691 se le concede una merced añadida de cuatro libras de nieve diarias (17).

La relación entre ambos no se rompió hasta el fallecimiento de la Reina el 16 de mayo de 1696. Un día más tarde, don Juan de Larreas comunica al Conde de Benavente, sumiller de corps de Carlos II, lo siguiente: “Su Magestad me manda diga a V.E. que esta tarde, antes de las quatro, esté V.E. en su real quarto, adonde han de concurrir a la misma hora los señores Govemador del Consejo, Mayordomo Mayor y un ministro de la Cámara para la función de abrir el testamento de la Reyna madre nuestra señora (que esté en Gloria), en la conformidad que está dispuesto por real etiqueta” (18).

Por desgracia, no se ha podido localizar el testamento de doña Mariana de Austria, sin embargo, se sabe que una de las cláusulas mandaba a sus testamentarios que pagasen a don Nicolás Pertusato la cantidad de 432 doblones y medio de a dos escudos de oro que le debía (19) y que le entregasen “una joya rredonda de oro y diamantes, con su copete de lo mismo, y dos sortijas y quatro botones correspondientes a ella”, que él a su vez legará a su hermano “no tanto por su valor quanto por haver sido manda que me hizo la Reyna madre nuestra señora doña Mariana de Austria, que está en Gloria, en su testamento y por esta razón, digna de que se conserbe en el dicho señor mi hermano y en sus subcesores”, según se desprende del testamento de don Nicolás Pertusato.

El 1 de noviembre de 1700 moría Carlos II y el 18 de febrero de 1701 el nuevo rey Felipe V hacía su entrada en Madrid. Los años sucesivos fueron sumamente inciertos y Nicolás Pertusato quizá fue apartado de la Corte, tal vez por su conocida adhesión a la fallecida reina doña Mariana, firme defensora del príncipe-elector José Fernando de Baviera como sucesor de Carlos II, aunque nada hace pensar, como en ocasiones se ha afirmado, que regresase a Italia en 1700 (20). De hecho, está documentada su presencia en Madrid el 11 de septiembre de 1703, cuando otorga su testamento cerrado ante el escribano Sebastián Navarro, por el que se sabe que vivía en la calle del Estudio (en casa de don Francisco Hugón) (21) que tenía cinco criados a su servicio y que, aparte de varias joyas, poseía un efecto de 418.000 reales de capital sobre la villa de Madrid, de la renta del tabaco y nueva sisa de la nieve, que producía una renta anual de 16.720 reales. En dicho testamento nombra como heredera a doña Paula Esquivias, que le había asistido durante más de cuarenta años, legándole de forma vitalicia los intereses de dicho efecto cuyo capital, a su muerte, se repartiría entre el Colegio de niñas del Refugio y Piedad, de cuya Hermandad era miembro, y el Hospicio de pobres del Avemaría y San Fernando.

Poco tiempo después, el 13 de abril de 1705, Felipe V afirmaba que “por los especiales motivos que concurren en don Nicolás Pertusato, Aiuda de Cámara que fue del Rey mi tío (que haya Gloria), he resuelto se le restituya al entero goze, exercicio y antigüedad de esta ocupación” (22), a lo que se le añade “lo que tocava a la porción que tenía en gastos secretos [4 reales de ayuda de costa al año]” (23).

Nicolás Pertusato murió el 21 de junio de 1710, procediéndose a la apertura de su testamento, que fue protocolizado por el escribano Baltasar de San Pedro Acevedo y, siguiendo sus deseos, fue enterrado ese mismo día en la iglesia de Santa María la Real de la Almudena, de donde era parroquiano y miembro de su real congregación.

Casi 300 años después de su muerte, su imagen, inquieta y vivaracha, en el ángulo de un cuadro, hoy convertido en paradigma universal de la pintura, le han permitido vivir a lo largo de estos siglos. No es común que un servidor palaciego salga de su anonimato pero, gracias a que Velázquez le inmortalizó en “Las Meninas”, se conoce su identidad y los historiadores se han preocupado por conocer su vida y avatares. Sin embargo, según Paloma Sánchez, esta no es la única imagen suya que se conserva: considerando que fue un fiel servidor de la Reina, a la que acompañó como si fuera su sombra, parece más que probable que sea uno de los representados en los retratos de “Doña Mariana de Austria, viuda” realizados por Juan Bautista Martínez del Mazo (1666, Casa-Museo del Greco de Toledo/National Gallery de Londres), al fondo de los cuales aparece, en una escena similar a “Las Meninas”, Carlos II niño con algunos criados y dos enanos.

Igualmente, por las mismas razones apuntadas, Sánchez cree que sería uno de los enanos sentados junto al balcón real en el “Auto de Fe de 1680” de Francisco Ricci (1683, Museo del Prado) y que, asimismo, fue incluido en el grupo de la familia real que Luca Giordano pintó en la bóveda de la escalinata principal del Real Monasterio de El Escorial (1692). Finalmente, y bajo mi punto de vista, Pertusato aparecería también en la escena de fondo del retrato de la infanta-emperatriz Margarita del Martínez de Mazo (1666, Museo del Prado).

Detalle del retrato de la reina regente doña Mariana de Austria por Martínez del Mazo (1666). National Gallery de Londres.

Detalle del Auto de Fe de 1680 por Francisco Ricci (1683). Museo del Prado de Madrid.

Detalle de la Apoteosis de la Monarquía Española de Luca Giordano (1692-1693). Escalinata del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Detalle del retrato de la infanta-emperatriz Margarita Teresa, obra de Martínez del Mazo (1666). Museo del Prado de Madrid.


Fuentes principales:

* Bouza, Femando:Locos, enanos y hambres de placer en la corte de los Austrias”. Temas de Hoy, Madrid 1991.

* Sánchez Portillo, Paloma:En torno a las Meninas: algunas noticias de Nicolás Pertusato”. Universidad Complutense de Madrid. Anales de historia del arte, 2002.


Notas:

(1) Palomino, Antonio:El museo pictórico y escala óptica” (1724). Aguilar, Madrid 1988, III, 248- 249.

(2) Ceán Bermudez, José Agustín: “Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España”. Imprenta Viuda de Ibarra (1800), facsímil París-Valencia 1996-1998, V, 172.

(3) Citado por Valdivieso, Enrique:El Niño de Vallecas: consideraciones sobre los enanos en la pintura española en Velázquez”. Fundación de Amigos del Museo del Prado/Galaxia Gutenberg, Barcelona 1999, 387.

(4) Moreno Villa, José: “Locos, enanos, negros y niños palaciegos. Gente de placer que tuvieron los Austrias en la Corte España desde 1563 a 1 700”. La Casa de España en México. Presencia, México 1939.

(5) Inventarios Reales I. Testamentaría del Rey Carlos II 1701-1703. Museo del Prado, Madrid 1975, 46.

(6) Moreno Villa, José: Op.cit., 128.

(7) Museo del Prado. Catálogo de las pinturas. Ministerio de Educación y Cultura, Madrid 1996, 421.

(8) A. P.: Expediente personal 843/50. En los tres documentos que contiene el legajo (1650-1660), figura con esta identidad.

(9) Lean Jarava, Fray Antonio:Real viaje de la Reyna Nuestra Señora Doña Mariana de AvstRia, desde la corte y civdad imperial de Viena hasta estos sus revnas de España”. Año 1649, 24v-25.

(10)Noticia de la entrada de la Reyna Nuestra Señora en Madrid”, 1 (impreso sin fecha ni lugar de publicación; existe un ejemplar en la Biblioteca Nacional).

(11) Desde el 10 de mayo de 1660 se habían incrementado con una gallina al día, además de la ración de que gozaba, concedida por orden personal de la Reina.

(12) A. P.: Expediente personal 82 7/22. En todos los documentos del legajo (1665-17 10) figura como Nicolás Pertusato, sin referencia alguna a que fuera enano.

(13) El primer documento en el que aparece con tratamiento de “don” es de fecha 28 de noviembre de 1672.

(14) A. P.: Expediente personal 82 7/22.

(15) A. P.: Reinado Carlos II, Caja 118/1.

(16) Bouza, Femando:Locos, enanos y hambres de placer en la corte de los Austrias”. Temas de Hoy, Madrid 1991, 85.

(17) A.P.: Expediente personal 82 7/22.

(18) A. P.: Fondo Carlos II. Caja 118/1.

(19) A. P.: Fondo Carlos II. Caja 118/1. 421. Gallego,

(20) Gallego, Julián: Manías y pequeñeces en Catálogo de la exposición Monstruos, enanas y bufones en la corte de los Austrias”. Museo del Prado, Madrid 1986, 22.

(21) Se trata de Francisco Hugón Samaniego, caballero de Santiago, que figura como testigo en las diligencias de apertura del testamento de Nicolás Pertusato.

(22) 27 A. P.: Expediente personal 827/22.

(23) Íbidem.