martes, 28 de junio de 2011

La colonización de las Islas Marianas

El Océano Pacífico con las Islas Marianas en el Theatrum Orbis Terrarum de Abraham Ortelius (1589).

Si bien Magallanes fue el descubridor de las Islas allá por 1521, cuando las bautizó como Islas de los Ladrones, no sería hasta 1565 cuando la Corona enviaría una embarcación cuyo fin sería asentar la soberanía del Rey Católico sobre las mismas. Iba al mando Miguel López de Legazpi, quien se limitó a tomar posesión sin llevar a cabo una ocupación efectiva de las islas. El principal motivo que llevó a su abandono momentáneo fue que el territorio no ofrecía ninguna ventaja económica frente a las mercancías que podían obtenerse en Manila como centro del mercado oriental, no había sedas, ni especias, ni porcelanas. El comercio oriental y los fuertes ingresos procedentes de las Indias satisfacían sobremanera los intereses de la Corona. Ello explicaría el porqué no se realizaron asentamientos durante todo el siglo XVI. Habría que aguardar hasta la segunda mitad del XVII para que se estableciera la primera misión en las islas.


Durante la primera mitad del seiscientos, la Compañía de Jesús se había extendido a lo largo de todas las posesiones españolas en América y Filipinas. A ella pertenecían los primeros misioneros que llegaron a la Micronesia y el principal artífice de la evangelización de las Ladrones, el padre fray Diego Luis de San Vítores (o Sanvitores). Hijo del hidalgo Jerónimo de San Vítores y de doña María Alonso de Maluenda, San Vítores nació en Burgos el año de 1627. Aunque su padre intentó que su hijo siguiera el camino de las armas, el joven Diego tomó el hábito y en 1662 partió como misionero hacia las Filipinas, pasando por la Nueva España.


En su camino hacia Manila, San Vítores hizo una escala en la Isla de Guam (o Guaján) en junio de 1662. Allí pudo comprobar el estado de abandono en el que se encontraba la población indígena. En ese momento decide hacer todo lo posible para regresar y ocuparse de ellos. Su vida se transformaría entonces en una lucha contra las autoridades para obtener los permisos necesarios para establecerse en Guam (1). El 18 de julio de 1664 escribiría una carta a Felipe IV solicitando permiso para establecer una misión en las Ladrones (2). Sin embargo, su petición fue denegada por tres razones: que había más almas que salvar en las Filipinas que en las Ladrones, que no había más dinero para una nueva misión y que todos los buques que pretendían partir de Manila con rumbo a las Ladrones se habían suspendido. Lejos de desanimarse, San Vítores escribió una nueva carta en la que instaba a establecer una misión en las Ladrones con la mayor brevedad (3). Para ello, hizo uso de sus conexiones familiares en la Corte, escribiendo a su padre, que era administrador del Tesoro Real de Sevilla. Éste hizo un llamamiento al confesor de la Reina, el padre fray Everardo Nithard, perteneciente a la Compañía al igual que su hijo. Finalmente, y a través de la intercesión de la reina doña Mariana de Austria (previamente convencida por su confesor), Felipe IV firmó una real cédula el 14 de junio de 1665 autorizando a fray Diego Luis de San Vítores a establecer una misión en las Islas de los Ladrones. En gratitud por la ayuda de la Reina, San Vítores rebautizaría a las Ladrones como Islas Marianas (4).

Para su misión en las Islas Marianas, fray Diego Luis de San Vítores reclutó a 19 indios devotos de las Filipinas y a 12 españoles. Los indios, compuestos por tagalos, pampangos y visayas, estaban encabezados por Juan de Santa Cruz, un noble nacido en Indang, Cavite. Santa Cruz trajo consigo a su mujer, su hermana y su sobrino, llamado Pedro Juan de la Cruz (5).


Los indios filipinos eran Francisco de Mendoza y Esteban Díaz, que iban a servir como intérpretes; Pascual Francisco, tejedor; Andrés Ysson, campesino; Juan Santiago y Felipe Tocsan, ambos cantantes y Andrés de la Cruz, un niño soprano; Domingo de la Cruz, Juan de los Reyes, Domingo Mindoro, Damián Bernal, Nicolás Figueroa, Pedro Calungsod, Hipólito de la Cruz, Gabriel de la Cruz, Agustín de la Cruz, Felipe Sonsón y un tal Ambrosio (6).


El 7 de agosto de 1667, fray San Vítores se embarcó en Manila rumbo a Nueva España para conseguir dinero y otras cosas necesarias para su misión. Finalmente, el 23 de marzo del año siguiente partía de Acapulco rumbo a las Marianas a bordo del patache San Diego. Con él viajaban otros cinco jesuitas: fray Luis de Medina, fray Tomás de Cardeñoso, fray Pedro de Casanova, fray Luis Morales y el hermano Luis Bustillo.


El 15 de julio de 1668 el San Diego llegaba a la Isla de Rota, para posteriormente dirigirse a Guam, la mayor de las Marianas. Al día siguiente se llegó a las Islas Alupat, frente a la bahía de Agaña (capital de Guam). El capitán del patache, Bartolomé Muñoz, ofreció dejar a unos cuantos militares como escolta, sin embargo, los misioneros rechazaron la oferta. Muñoz finalmente les dio dos mosquetes para que los utilizasen como autodefensa.


Quipúha, el jefe principal de aquellos insulares conocidos como chamorros, acogió favorablemente a San Vítores. Éste fue bautizado y se le dio el nombre de Juan. La primera Iglesia fue dedicada al Dulce Nombre de María, inaugurándose el 2 de febrero de 1669; igualmente, se cristianizaron los nombres chamorros de las islas.

Muerte de Diego Luis de Sanvítores en un grabado de la "Istoria della conversione alla nostra Santaa Fede dell'Isole Mariane", obra de Francisco García. Nápoles, 1686.

No obstante, y a pesar del éxito de los jesuitas en sus primeros intentos por cristianizar el archipiélago, pronto comenzaron a surgir conatos de rebelión contra la presencia española, principalmente dirigidos por Choco, un chino radicado en las islas que poseía un gran ascendiente sobre los chamorros (7), y que veía cómo la nueva religión iba calando poco a poco entre los indígenas. En esta primera revuelta Choco argumentaba que el agua bautismal estaba envenenada y que, por tanto, todos los niños que fueran bautizados morirían irremisiblemente


El primer problema serio que se les planteó a los jesuitas sucedió seis meses después de su llegada, cuando en octubre de 1668 en la Isla de Tinian un grupo de rebeldes seguidores de Choco atacó la misión allí establecida hiriendo al Padre Morales y asesinando a sus dos compañeros. Poco después, el propio San Vítores se dirigió a la Isla, que rápidamente fue pacificada.


En estos primeros momentos, y como superior de la misión, San Vítores tenía autoridad en asuntos espirituales, políticos, civiles y eclesiásticos, si bien el ramo militar quedaría en manos de los comandantes militares nombrados por el Gobernador General de Filipinas. En este sentido, el capitán Juan de Santa Cruz había tomado posesión del cargo de comandante de las Marianas el 16 de junio de 1669, siendo el primer gobernante militar del archipiélago.


Las Islas de los Ladrones pasaron a denominarse, como quedó dicho más arriba, Islas Marianas, en honor a doña Mariana de Austria, quien fundó la Obra Pía de San Juan de Letrán, dotada con 3.000 pesos al año; dicha concesión la había dado la Reina en 1663 siendo un dinero procedente de las Cajas de México. Con esta dotación económica se puso en marcha un sistema educativo que perdurará durante toda la presencia española, siendo fundado en 1669 el colegio masculino de San Juan de Letrán, donde se impartirían religión, trabajos manuales y música. En la escuela de niñas, radicada primero en Fina y poco después en Agalla, comenzó enseñándose religión y tareas domésticas.


Como resultado del impacto de la llegada de los nuevos colonizadores, en 1671 estallaron las llamadas “guerras chamorras” que en Guam se prolongaron hasta la ofensiva española de 1684, mientras que en el resto de las islas del norte se prolongarán hasta 1695. La razón se debe al menor interés en las islas del norte por parte de las autoridades españolas, centradas prácticamente en la principal isla del archipiélago. La situación no era de guerra continua sino de levantamientos puntuales de oposición a una progresiva dominación española que acabaría imponiéndose.


Los hechos se suceden rápidamente: en 1671 es asesinado en Saipán el padre Luis de Medina, retirándose los españoles de las islas del norte hasta las nuevas ofensivas de 1680, cuando José Quiroga fue enviado a las Marianas como comandante de la guarnición (8).


El 2 de abril de 1672 es asesinado San Vítores por un noble indígena llamado Matapang, que le acusaba de haber bautizado a su hija en contra de su voluntad, si bien este hecho habría que enmarcarlo en el descontento generalizado en contra de los españoles. En mayo tomaba posesión el nuevo comandante del archipiélago, el capitán Juan de Santiago, quien desempeñará el cargo durante dos años, siendo sucedido el 16 de junio de 1674 por el último de los comandantes militares, Damián de Esplana, un criollo peruano, nombrado por el Gobernador General de Filipinas, Manuel de León. Al frente de un pequeño ejército, estableció en las islas un gobierno militar.


Llegado a bordo del Galeón de Acapulco, el capitán Francisco de Irisarri, tomó posesión de su cargo el 10 de junio de 1676 para detentarlo durante dos años. Éste inauguró la época de los gobernadores militares como máximas autoridades de las Islas Marianas. Sin embargo, será el teniente de maestre de campo, Antonio de Saravia, el primer gobernador nombrado directamente por la Corona por cédula real de 6 de agosto de 1679 (9). En esa misma fecha, el Consejo de Indias estableció la jurisdicción administrativa de las Islas Marianas bajo el Virreinato de Nueva España y la Audiencia de Filipinas.


Antonio de Saravia partió de Cádiz y vía México, llegó a las Marianas en junio de 1681, estableciendo un gobierno político-militar en las islas. Desde entonces, quedó establecido el situado que el virrey de Nueva España debía remitir anualmente a las Marianas para pagar a los soldados y gobernadores y, en definitiva, para mantener las islas.


Fallecido Saravia en 1683 por enfermedad en las islas del norte en su visita a las mismas para pacificarlas, será sucedido por Damián de Esplana el 3 de noviembre de ese año, que será el responsable de poner fin a las guerras chamorras, inaugurando una nueva etapa en las Islas Marianas.



Fuentes principales:


* González Enríquez, María de la Cerca: “Guam: Recuerdos del 98”. Anales del Museo de América, 1998.


* Pozuelo Mascaraque, Belén: “Presencia y acción españolas en las Islas Marianas (1828-1899)”. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid, 1997.


* Viana, Augusto V. de: “Filipino natives in seventeenth Century Marianas: Their role in the establishment of the Spanish missions in the islands”. Micronesian journal of the humanities and social sciences. Vol. 3, nº 1-2. 2004.


Notas:


(1) Según Francisco Coello en su obra “La conferencia de Berín y la cuestión de las Carolinas” (Madrid, 1885), la intención de San Vítores era mucho más vasta. Su deseo era evangelizar las Marianas, el Japón, las Carolinas hasta llegar al sur a las Salomón y Australia.


(2) AHN (Archivo Histórico de la Nación, México). Diversos, legajo 385, fol. 99.


(3) AGI (Archivo General de Indias). Fil. 82, 2-15-37.


(4) AGI Fil. 82-2-29, Memorial de Fr. San Vitores a la Reina, julio de 1667.


(5) RAH 9/2676 Doc. No. 5, Carta de Fr. Pedro Casanova a Fr. Gabriel Guillen, San Juan, Marianas, 17 de junio de 1668.


(6) RAH 9/2676. Requerimientos de la misión a las Marianas dictadas por Fr. Sanvitores.


(7) La figura de Choco ha sido destacada por numerosos autores, coincidiendo en que fue el primero en oponerse al poder de los jesuitas. Ver Sánchez, Pedro C.: “Guaijan- Guam. The history of our island”. Agaña, Sánchez Publishing House, 1991, p. 38.


(8) Para más información consúltese Morales, Luis de: “The Great Spanish-Chamorro War”, Pacific Profile. Guam, 1964.


(9) En otras fuentes consultadas la Real Cédula sería del 13 de noviembre de 1680. En Coello de la Rosa, Alexandre: “Colonialismo y santidad en las Islas Marianas: los soldados de Gedeón (1676-1690)”. HISPANIA. Revista Española de Historia, 2010, vol. LXX.

miércoles, 22 de junio de 2011

Minivacaciones

Me voy de puente a disfrutar de mi otra gran pasión, la música. Hasta el lunes no podré responder a vuestros comentarios ni comentar en vuestros. También la semana que viene andaré algo ausente porque estaré por Italia por temas de trabajo.

domingo, 19 de junio de 2011

La cuestión del matrimonio de la infanta Margarita Teresa con el Emperador

La infanta Margarita Teresa, obra de Gerard du Chateau (h. 1665). Kunsthistorisches Museum de Viena.

El asunto del matrimonio de la infanta Margarita Teresa, hija primogénita del matrimonio de Felipe IV con doña Mariana de Austria, era de suma importancia para el futuro de la Monarquía, pues en el testamento del Rey la herencia de las infantas era una facultad casi inalienable. A diferencia de lo que sucedía en Francia, el derecho castellano no excluía a las mujeres ni de la línea sucesoria ni de los derechos de heredabilidad y esta circunstancia tuvo importantes consecuencias en la formulación del testamento de Felipe IV (en cambio hay que tener en cuenta que en la Corona de Aragón sí regía la Ley Sálica). Aún así, los derechos sucesorios primaban al varón sobre la mujer, por lo que el príncipe solía destinarse al trono mientras que las infantas, unidas en matrimonio con otros monarcas o con el Emperador, generalmente tenían que renunciar a estos derechos que ostentaban casi en igualdad de condiciones con sus hermanos.


La situación dinástica que dejaba Felipe IV complicó sumamente la sucesión de la Monarquía: la variabilidad de situaciones que podían producirse a lo largo de la minoridad de Carlos II obligó al Rey Planeta a tomar muchas precauciones. Podían producirse diversas circunstancias: la muerte de la Reina regente, de Carlos II o la de ambos. La más importante, sin duda, era la segunda: el fallecimiento del heredero universal, lo cual conducía al nombramiento de otros herederos que venían dictaminados a través de las mujeres de la Casa de Austria, preferentemente de la rama austriaca. La infanta María Teresa, casada ya con Luis XIV (desde 1660) y la infanta Margarita Teresa podían ser, según las directrices del derecho castellano, las herederas de la Monarquía. Felipe IV instituyó en su testamento la exclusión de los derechos de María Teresa, a los que ya había renunciado la Infanta al casarse con el monarca francés, sin embargo, este matrimonio no anuló totalmente las facultades de María Teresa para heredar la Monarquía Hispánica, ya que Felipe IV contempló la posibilidad de que su primogénita pudiera enviudar y concebir un nuevo vástago tras contraer un segundo matrimonio, lo que le facultaría para transmitir a este supuesto hijo, sus capacidades sucesorias.


Sin embargo, y a pesar de los privilegios de María Teresa, la principal candidata considerada por Felipe IV para heredar la Monarquía en caso de morir Carlos II fue la infanta Margarita Teresa, destinada desde su nacimiento a casarse con el Emperador. Durante el reinado de Felipe IV, el matrimonio de Margarita Teresa con Leopoldo I sufrió unas continuas demoras que se explican por la difícil política internacional del momento: una previsible minoría de edad complicada, una posible muerte prematura de Carlos II, y el jugoso “sorteo” de una herencia territorial con demasiados aspirantes. Además, la conclusión de las nupcias con el Emperador nunca fue algo seguro, simplemente respondía a un línea tradicional de acción política pero en ningún caso fue percibida desde Madrid como una obligación ineludible, de hecho se llegó a pensar en casar a Margarita con Carlos II de Inglaterra con el fin de evitar que este monarca se desposara con Catalina de Braganza, hija del rebelde “Duque de Braganza” (Juan IV de Portugal).


En 1665, en el testamento de Felipe IV no se hacía ninguna mención al matrimonio entre la infanta Margarita Teresa y el emperador Leopoldo I, lo cual reafirma el hecho de que Felipe IV dilató intencionadamente esta promesa nupcial con la esperanza de que, en caso de primera necesidad, su hija heredara el trono de la Monarquía. De este modo, el Rey habría querido evitar este connubio para asegurar los derechos de su hija y solventar el gran problema que habría supuesto la prematura muerte del débil príncipe don Carlos. Pero además de la falta de alusiones al teóricamente cerrado matrimonio de Margarita, se añade otro dato más que confirma esta idea: Felipe IV, en la cláusula 21, dejó entrever que le podía suceder tanto un hijo como una hija. Aludiendo a los poderes de la regente doña Mariana de Austria, Felipe IV suscribió lo siguiente: “para que como tal tutora del hijo o hija suyo y mío que me sucediere [referencia directa a Margarita], tenga todo el gobierno y regimiento de todos mis reinos en paz y en guerra hasta que el hijo o hija que me sucediere tenga catorce años cumplidos para poder gobernar” (1). Como se puede comprobar en estas líneas, la infanta Margarita Teresa, hija “suya y mía [de Mariana de Austria y de Felipe IV]” estaba destinada, tras una posible muerte de su hermano Carlos, a heredar la Monarquía.


Existen más pruebas que demuestran el retraso intencionado del matrimonio de la Infanta: las siguientes palabras de Felipe IV indican que desde 1657, fecha en la cual se prometió a la infanta María Teresa a Francia en caso de sellar la paz con la Monarquía Hispánica, éste consideró a la infanta Margarita Teresa como su única heredera en caso de que su esposa no concibiera un heredero varón y así lo hizo saber a Leopoldo I: “Al emperador he dado cuenta de este intento, y también de que pienso hacer jurar en estos reinos a la infanta mi hija para en caso de faltar yo sin dejar hijo varón” (2), una intención que no se llevó a cabo en vida de Felipe IV por el nacimiento de sucesivos varones de salud precaria que, si bien impidieron que el Rey jurara a Margarita Teresa como su heredera universal, también le disuadieron de entregar la mano de la Infanta al Emperador, debido a la posible muerte prematura de los príncipes. Recuérdese que el príncipe Felipe Próspero nació en 1657 y murió en 1661, y que el infante Fernando Tomás, nacido en 1658, murió en 1659.


Pero mientras en Madrid, Felipe IV retenía a su hija ante un posible agravamiento del problema sucesorio, en Viena, a Leopoldo I le urgía el casamiento con Margarita por tres razones: por un lado necesitaba un heredero, pues su línea sucesoria se encontraba agotada; por otro, deseaba asegurar su candidatura a heredar la Monarquía Hispánica en caso del fallecimiento de Carlos II, pues Luis XIV, su gran rival, había conseguido contraer nupcias con la primogénita de Felipe IV, lo cual convertía al monarca francés en el máximo competidor del Imperio en la cuestión sucesoria. Y, finalmente, el matrimonio con Margarita Teresa afianzaba unas acostumbradas relaciones que estaban sufriendo un ligero enfriamiento iniciado ya a mediados de aquel siglo XVII. Los retrasos en la jornada de Margarita hacia el Imperio fueron justificados desde Madrid con excusas vanas que no satisficieron las impaciencias de Leopoldo I. Felipe IV alegó más de una vez que su hija era demasiado joven o que la estancia en Milán (parada obligatoria) en invierno podía resultar demasiado gravosa para las arcas reales.


El Emperador debió desesperar en más de una ocasión temiendo que la Infanta no llegara nunca a su destino. Fue precisamente en esta situación de gran temor ante la posibilidad de que el matrimonio no se produjera, en la que se deben encuadrar unas negociaciones de reparto de la Monarquía Hispánica en la temprana fecha de marzo-abril de 1664. El Conde de Peñaranda había interceptado cierta información (brindada por el gobernador de Milán) según la cual el Imperio había iniciado negociaciones con Francia para repartirse los territorios del Rey Católico en caso de que se produjera la muerte de Carlos II sin descendencia. Luis XIV reclamaba únicamente los Países Bajos y el Reino de Navarra, mientras que el Emperador podría quedarse con el resto. El embajador imperial, Conde de Pötting, escribió con celeridad a Leopoldo I para confirmar la noticia de la que no había sido advertido y que había puesto en circulación el Príncipe de Auersperg (3). Se desconoce si la notificación era cierta o no, quizás se rumoreó un posible acuerdo con Francia con respecto a la cuestión sucesoria de España ante el hecho que no se formalizara el matrimonio de Leopoldo I y Margarita, pero al margen de que el testimonio fuera verdadero o no, lo que realmente importa son las consecuencias que tuvo la recepción del mismo en la corte de Madrid: los recelos hacia el Imperio aumentaron, por lo que Pötting y el Duque de Medina de las Torres, un pro-imperial convencido, vieron acrecentadas sus dificultades para tramitar el matrimonio de la Infanta. Y mientras el embajador imperial presentó ante Felipe IV un memorial para agilizar los preparativos de la boda (4), el Conde de Peñaranda, cuyas simpatías hacia el Imperio eran nulas, trató de convencer a Felipe IV del error de la boda de la infanta con Leopoldo I, demostrando así su inclinación hacia Francia.


Cuando doña Mariana de Austria accedió a la regencia en septiembre de 1665 tras la muerte de Felipe IV, Leopoldo I y sus consejeros quisieron ver en ella uno de los principales baluartes de la política exterior del Imperio. La Reina regente, por sus lazos de sangre (era hermana del Emperador), se erguía como una reina de ajedrez en el tablero político europeo. Cualquier movimiento suyo podía beneficiar al Imperio, sobre todo en las cuestiones relativas al pago de subsidios para financiar las guerras defensivas sostenidas por Leopoldo I. Temas dinásticos y económicos vinieron a unirse en las sucesivas peticiones imperiales a la Regente: el matrimonio de Leopoldo I con su sobrina, la infanta Margarita Teresa, costó numerosos sinsabores al embajador imperial Conde de Pötting, que, en esta misma línea de apoyo dinástico, trató de articular una red de poder imperial favorecedora de los intereses del Imperio para la herencia española.


Leopoldo pensó que con doña Mariana en el poder se agilizarían los trámites de su matrimonio pero no fue así. El hecho de que Felipe IV no hubiera citado su compromiso con Margarita en su testamento, le obligó a desplegar todas las estrategias diplomáticas posibles para agilizar la salida de la Infanta de la Corte destino a Viena. Además de su embajador ordinario, el Conde de Pötting, Leopoldo I envió a Madrid al Barón de Lisola (5) como embajador extraordinario para negociar este asunto. Refuerzo diplomático al que se sumó el Conde de Harrach como agente temporal en octubre de 1665.


El Leopoldo I y la emperatriz Margarita Teresa con vestimentas teatrales, obra de Jan Thomas (1667). Kunsthistorisches Museum de Viena.

Todos estos refuerzos por parte de Leopoldo I no parecieron afectar a la Reina, pues no se tradujo en una mayor rapidez en la preparación de la partida de la Infanta, es más, la cuestión se descuidó de tal manera que en el despacho que el secretario don Blasco de Loyola entregó a Pötting el día 19 de noviembre sobre la jornada de Margarita Teresa hacia Viena, a la futura esposa del Emperador se la nombraba como “la infanta”, cuando lo más adecuado habría sido llamarla “la emperatriz”, y en vez de “Jornada”, palabra al uso para el viaje de una novia imperial, se hablaba de la “salida de aquí” (de la corte de Madrid) sin ninguna formalidad ni respeto hacia un compromiso nupcial tan importante para el Emperador (6). Pötting se apresuró a contestar a Leopoldo I que la informalidad de los despachos no era infrecuente en la secretaría de Madrid, aún así el Emperador temió ya no sólo que su matrimonio se retrasara sino que no se llegara a celebrar.


Las razones que se adujeron desde Madrid para postergación hasta límites preocupantes de los desposorios del Emperador y la Infanta, fueron la urgencia en la solución de otros problemas más acuciantes en los inicios de la Regencia, e incluso el descuido no intencionado de doña Mariana de Austria. Sin embargo, existían otras motivaciones menos inocentes, ya que la infanta Margarita, en caso de muerte prematura de Carlos II, era la llamada a heredar la Monarquía Hispánica. Este retraso en la entrega de la prometida se debió a una importante cuestión dinástica: había que esperar prudencialmente a que el Rey-niño diera indicios que certificaran su capacidad de supervivencia. Otra razón que se esgrimió desde la corte de Madrid para calmar los ánimos del Emperador fue la falta de recursos. El Barón de Lisola contestó al tema de la escasez de medios asegurando que con esa demostrada pobreza peligraba la reputación de la Reina y la palabra real (7). Las intrigas de los ministros también vinieron a demorar el matrimonio de la Infanta: tras la negativa del Duque de Cardona para aceptar el puesto de acompañante de Margarita a Viena y después de que la candidatura del Duque de Montalto se desestimara por efecto de ciertas intrigas (8), la Reina eligió al Duque de Alburquerque. Pero, a pesar de las demoras justificadas e injustificadas, todo acabó finalmente en matrimonio.


En enero de 1666, el Emperador nombró al Marqués de Castel-Rodrigo, fiel colaborador en la corte de su hermana, su representante en los esponsales con la Infanta (9). La partida de Margarita Teresa, fijada para 22 de marzo de ese mismo año se volvió a retrasar y a concertar de nuevo para el 10 de abril, finalmente los desposorios se celebraron por poderes el día de Pascua 25 de abril de 1666 en la corte de Madrid (10). Doña Mariana no pudo defraudar al Emperador. La paciencia de éste era limitada y parece que en 1666 ya no fue posible prolongar la delación del matrimonio por más tiempo, pues se llegó a correr el riesgo de convertir un teórico aliado en potencial enemigo.



Fuentes principales:


* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.


Notas:


(1) BNM. Mss. 11040. Copia del testamento de Felipe IV. Cláusula 21.


(2) Valladares, Rafael: “La rebelión de Portugal 1640-1680. Guerra, conflicto y poderes en la monarquía hispánica. Ed. Junta de Castilla y León. Valladolid, 1988. p.194.


(3) “Diario del conde de Pötting”, 18 de junio de 1664, Pötting al Emperador. nNta 102. pp. 39-40.


(4) “Diario del conde Pötting”. Nota 110. vol. I


(5) Franz Paul von Lisola, nacido en Salinas en 1613, estudió derecho y se trasladó a Viena donde el Emperador le encargó varias misiones diplomáticas: Inglaterra (1640-1645) y España en 1667, después fue enviado a Londres, Bruselas y a La Haya, fue uno de los artífices de la Tripe Alianza en 1668. Bély, Lucien: “L’Invention de la diplomatie. Moyen Age-Temps modernes. Ed. Presses Universitaires” de France. París, 1998.. pp. 225-226.


(6) “Diario del conde Pötting”. Nota 238. p. 163. Carta fechada el 25 de nov de 1665. Leopoldo I a Pötting.


(7) HHStA. Spanien Diplomatische Korrespondenz. Karton 49. El Barón de Lisola al Duque de Medina de las Torres. 1665.(8) HHStA. AB 108/16. Spanien Hofkorrespondenz. Fasz. 18. Correspondencia de Lisola. 11 de septiembre de 1665.(9) “Diario del Conde de Pötting”. vol 1. nota 298. Carta del Emperador a Pötting 6 de enero de 1666.(10) Ibídem. Ceremonia descrita por el Conde de Pötting. 25 de abril de 1666. p. 197-198. vol.1.

miércoles, 15 de junio de 2011

La Casa de Austria y la cuestión sucesoria española a comienzos del reinado de Carlos II

Felipe IV

La cuestión sucesoria de la Monarquía Hispánica comenzó a gestarse tras la muerte del príncipe don Baltasar Carlos en 1646 y no se cerraría definitivamente hasta la Paz de Utrecht de 1713. La larga supervivencia de Carlos II (39 años), que casi nadie esperaba, sólo retardó la solución de un problema que, con intervalos intermitentes, permaneció abierto en Europa durante varias décadas. En contraste con la época de Felipe III, el reinado de Felipe IV estuvo marcado por los sobresaltos sucesorios. Cuando murió la reina Isabel de Borbón en 1644, sólo quedaban vivos, como hijos legítimos de Felipe IV, el príncipe Baltasar Carlos y la infanta María Teresa. El Consejo de Estado advirtió al Rey acerca de los peligros que implicaba tener un único heredero varón, pero Felipe IV prefería buscar una candidata para su hijo. La elección recayó en la archiduquesa Mariana, hija del emperador Fernando III y de su hermana María, una decisión conservadora que estrechaba los lazos familiares. La muerte de Baltasar Carlos en 1646 convertía a la infanta María Teresa en la única heredera de la Monarquía. El Rey decidió entonces casarse con su sobrina Mariana, con la que hasta 1657 no tuvo un hijo varón. Hacía 1647 se habló de la posibilidad de casar a María Teresa con el heredero del “rebelde” Juan IV de Portugal, lo que habría permitido la reunificación peninsular en caso de ausencia de hijos varones de Felipe IV (1). Sin embargo, el Rey Planeta parecía más inclinado hacia Austria y ofreció la mano de María Teresa a Fernando III para su hijo Leopoldo, pero al fallecer el Emperador pocas semanas después, se pospuso el matrimonio hasta que se produjera la elección imperial y al fin no se realizó. Durante los dos años siguientes Felipe IV tuvo dos hijos varones en quienes confiar su sucesión, el príncipe Felipe Próspero (nacido en 1657) y el infante Fernando Tomás (nacido en 1658) y, aunque no vivirían mucho, allanaron las negociaciones con Francia que condujeron a la Paz de los Pirineos de 1659 y a concertar el matrimonio de la infanta María Teresa con Luis XIV. Aún así, Felipe IV puso obstáculos y dilaciones al matrimonio francés de su primogénita. De ahí las cláusulas de renuncia que exigió y que Mazarino condicionó al pago de una dote de 2.000.000 de escudos, aunque al final esa cantidad quedó cifrada en 500.000. En cualquier caso, se suponía en Francia que el difícil estado de la hacienda de Felipe IV le impediría pagar la dote y se mantendrían los derechos sucesorios de María Teresa al trono de España. El acuerdo entre las cortes de París y Madrid para el matrimonio de María Teresa supuso un claro revés para el emperador Leopoldo I. Felipe IV no tuvo más salida que ofrecerle la mano de su otra hija, la infanta Margarita Teresa, nacida de su segundo matrimonio con doña Mariana de Austria y, por tanto, sobrina del Emperador.


El testamento de Felipe IV preveía una posible sucesión no lineal de la Monarquía Hispánica y respondía a la opción claramente dinástica adoptada en aquellas fechas. En el se establecía que en caso de morir sin descendencia el futuro Carlos II, que había nacido en 1661, los derechos sucesorios recaerían, por este orden, en la infanta Margarita Teresa y sus sucesores, en los descendientes de su hermana, la emperatriz María, casada con el emperador Fernando III y, por último, en la descendencia de la infanta Catalina Micaela, duquesa de Saboya, hija de Felipe II. La cláusula 15 excluía explícitamente a los descendientes de la unión de María Teresa con Luis XIV. Pero ni el rey francés ni sus consejeros tomaron en serio la renuncia, y desde el principio consideraron el matrimonio con la infanta María Teresa como la medida más acertada para fortalecer los derechos a la sucesión española, de ahí que la renuncia no se registrara en el Parlamento de Paría y que incluso se paralizase la solicitud del pago de la dote de María Teresa a la corte española durante algún tiempo. La diplomacia francesa se habituó a referirse durante años a la muerte de Carlos II como el acontecimiento “que cambiaría en un instante el aspecto de los asuntos del mundo”. Pero el que éste viviera más de lo esperado obligó a retrasar los planes de Luis XIV. El monarca francés aparecía ya por entonces ante los ojos de Europa dispuesto a adoptar el papel hegemónico que había desempeñado durante un siglo y medio la Casa de Austria. Es interesante observar como en los escritos de los publicistas españoles de los primeros años del reinado de Carlos II ya es posible detectar una progresiva admiración hacia la monarquía francesa que iría tomando cuerpo en Castilla a lo largo del último tercio del siglo XVII, hasta adquirir, como ha señalado Gómez-Centurión, tintes mesiánicos en los meses que precedieron a la muerte de Carlos II.


El emperador Leopoldo I.

En el espacio de 20 años (1646, muerte de don Baltasar Carlos y 1665, muerte de Felipe IV y del archiduque del Tirol Segismundo Francisco) la Agustísima Casa vio desaparecer poco a poco a casi todos sus herederos varones, ya sea por culpa de matrimonios consanguíneos o por los celibatos justificados por la ocupación de sedes eclesiásticas en el Imperio: en 1654 moría súbitamente el rey de romanos Fernando IV (prometido no oficial de la infanta María Teresa), lo que abría el camino sucesorio a su hermano menor, el archiduque Leopoldo Ignacio (futuro Leopoldo I), hasta entonces destinado a la carrera eclesiástica; en 1659 moría el infante Fernando Tomás; en 1661 el príncipe Felipe Próspero; en 1662 el archiduque Leopoldo Guillermo, antiguo gobernador de los Países Bajos y Obispo de Passau, entre otros; ese mismo años fallecía el archiduque del Tirol Fernando Carlos; en 1663 lo hacía el archiduque Carlos José, hijo menor del emperador Fernando III, habido de su segundo matrimonio con María Leopoldina del Tirol y, por tanto, medio hermano de doña Mariana de Austria y Leopoldo I. Finalmente, como queda dicho en 1665 morían Felipe IV (17 de septiembre) y el archiduque Segismundo Francisco (25 de junio), último representante masculino de la rama tirolesa de la Casa de Austria. Por tanto, a la muerte del Rey Planeta, los únicos varones con los que contaba la Casa de Austria eran el emperador Leopoldo I, que debía desposar a la infanta Margarita Teresa y el rey-niño Carlos II, de apenas 4 años de edad y físico débil y enfermizo. Además, se podría citar a don Juan José de Austria que, aunque reconocido, no fue nunca legitimado ni le fue otorgado el título de infante, lo cual le privaba de derecho sucesorio alguno.


El rey-niño Carlos II.

En las cortes europeas preocupaba una cuestión fundamental: el agotamiento biológico de la Casa de Austria y el problema consiguiente que se abriría en Europa en torno a la sucesión de la Monarquía Hispánica. La debilidad física del pequeño monarca español ha sido tradicionalmente atribuida a la consanguinidad de su linaje (2), una práctica que tenía una particular valoración en la mentalidad y la cultura de los hombres del siglo XVI y XVII. El hecho de no mezclar su sangre con otros linajes fue para los Austrias un motivo de orgullo. La endogamia no sólo constituía una estrategia para mantener unidos y a salvo de disgregación los patrimonios familiares, sino que era también el medio más adecuado para preservar las virtudes y cualidades que adornaban a sus individuos y que entonces se consideraban ligadas a la herencia biológica. Los Austrias nunca ocultaron su satisfacción respecto a ciertos rasgos físicos que se transmitían de generación en generación, como su famosa mandíbula. Pero esta política de alianzas matrimoniales que pudo, o no, determinar el progresivo debilitamiento de la dinastía, al menos limitó y condicionó las alternativas sucesorias al trono de España durante la segunda mitad del siglo XVII, conduciendo a Francia y a Austria, o mejor dicho, a las Casas de Austria y Borbón y a sus aliados, al enfrentamiento armado tras la muerte de Carlos II.


Fuentes principales:


* Fernández Albadalejo, Pablo (ed.): “Los Borbones. Dinastía y memoria de nación en la España del siglo XVIII”. Marcial Pons y Casa Velázquez, 2002.


* León Sánz, Virginia: “Carlos VI. El emperador que no pudo ser rey de España”. Ediciones Aguilar. Madrid, 2002



Notas:


(1) Valladares, Rafael: “La rebelión de Portugal. Guerra, conflicto y poderes en la Monarquía Hispánica (1640-1668)”. Valladolid, 1998. Pp. 98-100.


(2) Recientemente varios investigadores españoles de la Universidad de Santiago de Compostela y la Fundación Pública Gallega de Medicina Genómica publicaron en la revista Plos ONE un estudio sobre la endogamia de Carlos II y sus consecuencias, haciendo público que el Rey contaba con un coeficiente de endogamia del 25 %, que equivalía a un incesto entre hermanos o entre padres e hijos.

domingo, 12 de junio de 2011

Premio Sunshine


Mi amigo Paco Hidalgo del blog Arte Torreherberos ha tenido a bien otorgarme este premio, galardón que "fomenta la unión y los nexos de contacto entre los blogueros de la blogosfera".

Aunque la bases del premio me "obligan" a compartirlo con otros 12 blogs amigos, el hecho de que otros colegas lo hayan recibido también prácticamente hace que ya no me queden blog de calidad a los que premiar, así que con el permiso de Paco se lo dedico a todos los blogueros amigos y lectores de este humilde blog. Pero como recompensa os dejo con un temazo de uno de mis grupos favoritos, Soundgarden. La canción, "Birth Ritual". ¡Que disfrutéis!

PD: si queréis leer mi última entrada dedicada al príncipe Baltasar Carlos podéis pinchar aquí.

jueves, 9 de junio de 2011

La familia del Rey, los hermanos de Carlos II: el príncipe Baltasar Carlos

El príncipe don Baltasar Carlos por Velázquez (1639).

* Nota inicial: esta entrada está basada, con mejoras y correcciones, en el artículo que yo mismo escribí sobre el príncipe Baltasar Carlos en Wikipedia.


El príncipe don Baltasar Carlos nació en Madrid el 17 de octubre de 1629 (apenas unos meses después de que lo hiciera don Juan José de Austria). Era hijo Felipe IV y de su primera esposa, Isabel de Borbón, hija del rey Enrique IV de Francia. Fue bautizado el 4 de noviembre de 1629 en la madrileña Parroquia de San Juan (1). Los padrinos fueron la infanta doña María, reina de Hungría, y el infante don Carlos, tíos del recién nacido, a quien llevó en brazos doña Inés de Zúñiga y Velasco, Condesa-Duquesa de Olivares, esposa del todopoderoso valido del Rey, en una silla de cristal de roca, que se dice era la alhaja más preciosa que hasta entonces se hubiese visto (2). La propia Condesa de Olivares, que también era camarera mayor de la reina Isabel, ejerció como aya del Príncipe (3), lo que dio lugar a comentarios sobre el control que el Conde-Duque de Olivares ejercía sobre el heredero al trono.


El 7 de marzo de 1632 fue jurado ante la nobleza y las Cortes de Castilla como “Heredero de su Majestad” y “Príncipe destos Reinos de Castilla y León, i los demás de esta Corona a ellos sujetos, unidos, e incorporados, i pertenecientes” (4) en una ceremonia que tuvo lugar en el Monasterio de San Jerónimo el Real de Madrid (5).


Pronto se iniciaron gestiones diplomáticas encaminadas a buscarle una futura esposa. La elegida fue la archiduquesa Mariana de Austria, hija del emperador Fernando III y de su tía y madrina, la infanta María de Austria, y, por tanto, prima hermana suya (6).


Tras la revuelta catalana de 1640 Felipe IV trató de ganarse a los demás reinos de la Corona de Aragón con el objetivo de conseguir dinero y hombres para el nuevo frente de guerra. En primer lugar, Felipe IV hizo jurar a Baltasar Carlos en el Reino de Aragón, frontera del Principado de Cataluña (7). El juramento se realizó el 20 de agosto de 1645, cuando el Príncipe contaba con dieciséis años de edad, en La Seo de Zaragoza (8). Por su parte, el 13 de noviembre de ese mismo año, Baltasar Carlos fue jurado heredero por las Cortes de Valencia (9)


El príncipe don Baltasar Carlos por Juan Bautista Martínez del Mazo (h. 1646). Museo del Prado de Madrid.

En abril de 1646, deseoso Felipe IV de que su hijo fuese jurado también heredero por los navarros (10), se trasladó junto a éste a Pamplona, donde, después de reconocerse los fueros del Reino de Navarra, se celebró solemnemente aquella ceremonia el día 3 de mayo (11). Finalizado el acto, la familia real, se trasladó a Zaragoza. El día 5 de octubre, víspera del segundo aniversario de la muerte de la reina Isabel de Borbón, Felipe IV y Baltasar Carlos asistieron a las vísperas y nocturno en su memoria. Aquella misma tarde el Príncipe se sintió enfermo y al día siguiente, sábado 6 de octubre, tuvo que quedarse en cama mientras el Rey acudía al funeral. La enfermedad, viruelas (12), fue fulminante. Así, el martes 9 de octubre, a las ocho de mañana, el Arzobispo de Zaragoza, Juan Cebrián Pedro, le administraba el viático. Se dice que el Santísimo se expuso hasta las tres de la tarde, cuando se hizo una procesión general al Convento de Jesús, a donde se había llevado a la Virgen de Cogullada y se la trajo procesionalmente al altar de La Seo donde se rodeó de velas y oraciones (13). A las nueve de la noche de ese mismo día 9 de octubre de 1646, moría el príncipe Baltasar Carlos. Sus restos permanecieron en Zaragoza hasta la noche del 16 de octubre (14) cuando fueron trasladados al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.


La muerte del Príncipe dejó a Felipe IV sin un heredero varón directo, lo que ocasionó una grave crisis dinástica al quedar como única heredera al trono la infanta María Teresa (15). Este fatal suceso sumió al Rey en una profunda desazón como se observa en una carta escrita a su consejera espiritual, sor María Jesús de Ágreda:


Las oraciones no movieron el ánimo de Nuestro Señor por la salud de mi hijo que goza de su gloria. No le debió de convenir a él ni a nosotros otra cosa. Yo quedo en el estado que podéis juzgar, pues he perdido un solo hijo que tenía, tal que vos le visteis, que verdaderamente me alentaba mucho el verle en medio de todos mis cuidados [...] he ofrecido a Dios este golpe, que os confieso me tiene traspasado el corazón y en este

estado que no sé si es sueño o verdad lo que pasa por mí” (16).


Fuentes principales:


* Apraiz, Angel de: "Vista de Pamplona. Pintura de un aurresku atribuida a Velázquez".



* Arellano Ayuso, Ignacio y y García Valdés, Celsa Carmen: “El poema "Jura de el Serenísimo Príncipe don Baltasar Carlos", de Quevedo”. La Perinola: revista de investigación quevediana, 2001.


* Bouza Álvarez, Fernando Jesús: "La herencia portuguesa de Baltasar Carlos de Austria. El Directorio de fray António Brandúo para la educación del heredero de la monarquía católica".


* Elliott, John H.: "El Conde-Duque de Olivares : el político en una época de decadencia”. Crítica, 2004.


* Floristán Imízcoz, Alfredo:"Integración y renovación de un reino: Navarra en la Monarquía española (s.XVI-XVII)”. Militaria, revista de cultura militar, 2000.


* Gelabert, Juan.E.: “Castilla convulsa, 1631-1652”. Ediciones Marcial Pons, 2001.


* Gómez de Blas, Juan: "Relacion del iuramento de los Fueros de Aragon, que hizo el Serenissimo Principe D. Baltsar Carlos, en la Iglesia Metropolitana de la Ciudad de Zaragoça, en veynte de Agosto, de 1645." Sevilla, 1645.


* Guzmán, Bernardino: "Segunda y mas verdadera relacion del bautismo del Principe de España nuestro señor, Baltasar Carlos Domingo, con todos los nombres de los Caualleros, y titulos que yuan en el acompañamiento". Madrid, 1629.


* Hurtado de Mendoza, Antonio: "Convocación de las Cortes de Castilla y juramento del Príncipe, nuestro Señor D, Baltasar Carlos, primero de este nombre, año 1632".


* Maiso González, Jesús: “Baltasar Carlos y Zaragoza”. Cuadenor de investigación: geografía e historia, 1975.


* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid, 2006.


* Orduña Portús, Pablo Miguel: "El juramento de fidelidad del príncipe Baltasar Carlos en Pamplona. Interpretación, estructura, imágenes, fin", Actas del V Congreso de Historia de Navarra. Pamplona, 2002.


* Sampedro Escolar, José Luis: "La numeración de los Príncipes de Asturias", Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, Madrid, 2004.




Notas:


(1) Guzmán, Bernardino de: “Segunda y mas verdadera relacion del bautismo del Principe de España nuestro señor, Baltasar Carlos Domingo, con todos los nombres de los Caualleros, y titulos que yuan en el acompañamiento”. Madrid, 1629.


(2) Maiso González, Jesús: “Baltasar Carlos y Zaragoza”, Cuadernos de investigación: Geografía e historia. Tomo 1, Fasc. 2, 1975. pag. 2.


(3) Gelabert, Juan E.: “Castilla convulsa, 1631-1652”. Marcial Pons, 2001. Pag.77.


(4) Íbidem pag.78. Además, es de reseñar que para cuando se celebró, en San Jerónimo, la Jura de Baltasar Carlos, se optó por denominarlo sencillamente como “Príncipe destos Reinos”, y no como Príncipe de Asturias, posiblemente como intento de homogeneizar la estructura de los antiguos reinos peninsulares, fin perseguido por el Conde-Duque de Olivares (Sampedro Escolar, José Luis: “La numeración de los Príncipes de Asturias”, Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, Madrid, 2004).


(5) Hurtado de Mendoza, Antonio: “Convocación de las Cortes de Castilla y juramento del Príncipe, nuestro Señor D, Baltasar Carlos, primero de este nombre, año 1632”.


(6) Como es bien sabido, tras la muerte del joven príncipe en 1646, Mariana de Austria casaría con el padre de éste, el rey Felipe IV.


(7) Maiso González, Jesús: “Baltasar Carlos y Zaragoza”, p. 2.


(8) Gómez de Blas, Juan: “Relacion del iuramento de los Fueros de Aragon, que hizo el Serenissimo Principe D. Baltsar Carlos, en la Iglesia Metropolitana de la Ciudad de Zaragoça, en veynte de Agosto, de 1645”. Sevilla (1645)


(9) Boix, Vicente: “Apuntes históricos sobre los Fueros del antiguo Reino de Valencia” (1855) en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


(10) Apraiz, Angel de: “Vista de Pamplona. Pintura de un aurresku atribuida a Velázquez”, p.2.


(11) “Juramento que hizo el serenissimo principe don Baltasar Carlos, principe natural heredero deste Reyno de Navarra nuestro señor por su persona, en presencia del rey don Felipe sexto su padre nuestro señor, en la iglesia catedral de esta ciudad de Pamplona. Y el que en sus reales presencias prestaron a S.A. los Tres Estados deste Reyno estando junto en sus Cortes generales el año 1646”. en “El corpus legislativo de Navarra en la etapa de los Austria (siglo XVI-XVII)” de Ostolaza Elizondo, María Isabel, p. 35.


(12) Véanse los pormenores de la enfermedad y muerte de Baltasar Carlos en “Relación de la enfermedad del Príncipe Nuestro Señor, escrita por el Padre Fray Juan Martínez, confesor de Su Majestad, para el Doctor Andrés de Uztarroz”. Zaragoza, 1646.


(13) “Muerte de príncipe de España" (1646) en “Baltasar Carlos y Zaragoza” de Jesús Maiso González, p. 4.


(14) Maiso González, Jesús: “Baltasar Carlos y Zaragoza” (pag.5).


(15) A pesar de que muchos autores han pasado por alto este hecho, la infanta María Teresa se convirtió, hasta el nacimiento del príncipe Felipe Próspero en 1657, en la heredera universal de la Monarquía Hispánica, ya que en los reinos españoles no existía la Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres, como bien indica Laura Oliván Santaliestra en su tesis “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII” (Universidad Complutense de Madrid, 2006). No obstante, María Teresa, presunta heredera durante años, no fue jamás Princesa de Asturias, por no ser jurada como tal, pese a las peticiones que se hicieron a su padre por parte de los procuradores castellanos, lo cual se comprueba consultando las actas de las reuniones de las Cortes de la época así como lo dicho por Barrionuevo en sus “Avisos”. El numerarla como Princesa de Asturias es un error del Padre Risco, quien escribió cien años después de los hechos narrados, siendo un cronista copiado unánimemente por los autores que han tratado sobre esta materia con posterioridad. El citado Padre Risco dice que la infanta doña María Teresa fue jurada en 1655, y, extrañamente, da toda clase de detalles acerca de una ceremonia que jamás tuvo lugar (Sampedro Escolar, José Luis: “La numeración de los Príncipes de Asturias”, Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, Madrid, 2004. P. 5).


(16) Carta de Felipe IV a sor María de Ágreda de octubre de 1646, tomada de “Crisis de la hegemonía española, siglo XVII” de Suárez Fernández, Luis,;y Andrés Gallego, José.