lunes, 25 de noviembre de 2013

El Príncipe de Darmstadt, de la fidelidad a la Casa de Austria al mito catalán (Parte II)

El sitio de Barcelona de 1697, con la flota francesa bloqueando el puerto de la ciudad. Grabado de la época, Biblioteca Nacional de Portugal.

A comienzos del año 1695, el Emperador llamó al Príncipe Darmstadt para encomendarle una importante empresa: comandar un ejército formado por unos 3.000 efectivos con el cual Leopoldo I quería contribuir a la defensa de Cataluña frente a los franceses en la recta final de la Guerra de los Nueve Años (1688-1697). El mes de agosto de 1695 Jorge de Hesse-Darmstadt desembarcaba en Barcelona al mando de los regimientos Sajonia-Coburgo, el imperial de Zweibrücken y el del Barón de Beckh, y pronto va a obtener el apoyo del Virrey de Cataluña, el Marqués de Gaztañaga, prueba evidente de las urgentes necesidades de defensa por las que atravesaba el Principado. Con el siguiente Virrey, nombrado en 1696, Francisco Fernández de Velasco, Conde de Melgar, las relaciones serán en cambio mucho menos cordiales.

El sitio francés sobre Barcelona en el verano de 1697 y la posterior ocupación de la ciudad durante cinco meses van a ser, sin menor duda, el evento militar más importante que va a afrontar el Príncipe Darmstadt en sus primeros años de servicio en España, lo cual le valdrá el reconocimiento oficial y una enorme popularidad entre las clases populares barcelonesas; el hecho que el Príncipe optara por la resistencia frente a la opinión del Virrey, partidario de la capitulación frente a las tropas francesas del Duque de Vendôme, van a convertirlo en una especie de héroe de la resistencia de Barcelona.

Representación moderna del sitio de Barcelona de 1697.
Ocupada Barcelona, sustituido Melgar por el Conde de La Corzana, y reunida en la ciudad holandesa de Ryswick una conferencia internacional para buscar un acuerdo de paz entre Francia, España, el Imperio, Inglaterra y las Provincias Unidas, el Príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt va a decidir viajar a Madrid para reunirse personalmente, por primera vez, con Carlos II. Presentado por el Almirante de Castilla, cabeza visible del partido austracista/imperial formado en la Corte, y con el apoyo de su prima la reina Mariana de Neoburgo y el embajador imperial en Madrid, el conde Ferdinando Bonaventura de Harrach, Jorge de Hesse-Darmstadt va a obtener del Rey la dignidad de Grande de España, la concesión del Toisón de Oro, una substanciosa pensión y, el mes de diciembre de 1697, el nombramiento como nuevo Virrey de Cataluña. El 4 de enero de 1698 el ejército francés abandonaría Barcelona como consecuencia de los acuerdos de paz firmados en Ryswick y Darmstadt volvería triunfante a la capital catalana.

La actividad militar desplegada por Jorge de Hesse-Darmstadt en Cataluña durante los años previos a su nombramiento como virrey van a estar acompañados de intensas labores diplomáticas en el Principado, en la Corte de Madrid y con diferentes agentes europeos, todas ellas con el objetivo de ir dando cuerpo a un partido imperial en la Corte cada vez más fuerte y con más capacidad de influencia sobre Carlos II. La presencia de tropas imperiales en Cataluña. la muerte de la reina madre Mariana de Austria (1696), férrea partidaria de la sucesión bávara, y la sustitución en la embajada imperial de Madrid del Conde Lobkowitz por el experimentado Conde de Harrach, abrían un escenario idóneo para el partido austracista, y en este contesto se va a situar la visita del Príncipe de Darmstadt a Madrid y las generosas concesiones con las que va volver a Cataluña. Esta etapa de claro predominio del partido imperial en la Corte de Madrid tendrá una vida efímera, sobre todo desde que la paz con Francia va a permitir a Luis XIV enviar, de nuevo, un embajador ante Carlos II, en este caso el Marqués de Harcourt. Esto, sumado a las reticencias del Emperador a enviar más tropas a España y a aceptar que su hijo el archiduque Carlos viajara a Madrid para dar fuerza a su candidatura a la sucesión, van a hacer que el partido francés comenzara a ganar posiciones.

Estando ya en Barcelona, y habiendo tomado ya posesión de su nueva responsabilidad como virrey, el Príncipe de Darmstadt recibe, en noviembre de 1699, notificación de la Corte imperial de haber sido nombrado mariscal de campo (Feldmarschal), la máxima graduación imperial, algo que podría obligarle a volver a Viena para pasarse de nuevo al servicio de Leopoldo I y asumir responsabilidades militares en otros frentes. Frente a la posibilidad de abandonar Cataluña, el mismo Darmstadt reconocería que, en relación con la cuestión sucesoria, quedaba muy poco por hacer, y se mostraba convencido de que finalmente el partido francés conseguiría sus objetivos. Como es sabido, sin embargo, el Príncipe, pese a sus nuevas responsabilidades militares, no abandonaría el Principado hasta después de la muerte de Carlos II.

Los poco más de 3 años de virreinato del Príncipe Darmstadt van a estar marcados, obviamente, por la cuestión de la sucesión de Carlos II. Por lo que respecta a la política interior del Principado, se van a tomar medidas de distinta importancia en el ámbito económico o de organización institucional, pero lo más interesante es la manera en la que Jorge de Hesse-Darmstadt va a aprovechar su privilegiada situación política para contribuir a la formación de un partido austracista/imperial en Cataluña y, al mismo tiempo, mantener una incesante actividad diplomática y correspondencia con Madrid y Viena.

Para hacerse una idea de la capacidad de influencia alcanzada por Darmstadt durante estos años, sólo hay que tener en cuenta que sumaba a su condición de virrey, la cual le permitía mantenerse al mando de una estructura piramidal de relaciones clientelares y políticas, el hecho de continuar siendo el comandante supremo de los regimientos alemanes con los cuales había llegado a Cataluña el año 1695. La presencia de tropas imperiales en el Principado generaba enormes problemas, especialmente aquellos derivados de su alojamiento y manutención, pero no hay duda de que este hecho acabaría produciendo nuevas relaciones de dependencia y fidelidad, de las tropas hacia su general, y también, de la población civil hacia dichas tropas. Todo esto puede, por tanto, considerarse el hecho que permitiría a Darmstadt, una vez iniciada la Guerra de Sucesión, hacer de Cataluña un territorio fiel a su persona y, por extensión, a los intereses de la Casa de Austria.

CONTINUARÁ...

Fuentes: 

*Alvareda Salvadó, Joaquim: "La Guerra de Sucesión de España (1700-1714)". Crítica, 2010.

* López i Camps, Joaquim E.: "El Príncipe Jordi de Hessen-Darmstadt i la Guerra de Succesió. Alguns apunts per una biografia necessària", en "L'Aposta catalana a la Guerra de Successió (1705-1707). Actes del congrés celebrat a Barcelona del 3 al 5 de novembre de 2005 al Museu d'Història de Catalunya". Generalitat de Catalunya, 2007.

* Ragon i Cardoner, Joaquim: "El último virrey de la administración habsburguesa en Cataluña: Jorge de Darmstadt y Landgrave de Hassia (1698-1701)". Pedralbes, Revista D'Historia Moderna (1982).

* Torras y Ribé, Josep Maria: "La Guerra de Succesió i el setges de Barcelona (1697-1714)". Rafael Dalmau Editor, 2007.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El Príncipe de Darmstadt, de la fidelidad a la Casa de Austria al mito catalán (Parte I)

El Príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt

El príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt nació el 25 de abril de 1669, siendo hijo del landgrave Luis VI de Hesse-Darmstadt (1) y de su segunda mujer, Isabel Dorotea de Sajonia-Gotha. El Príncipe de Darmstadt tenía dos hermanos mayores: Luis, hijo de la primera mujer de Landgrave, y Ernesto Luis, hijo también de la Princesa de Sajonia.

La muerte de Luis VI en 1678 llevó al hermano mayor, Luis VII, a gobernar el Landgraviato, pero su súbita muerte apenas unas meses después, convirtieron a su hermano segundo, Ernesto Luis, en nuevo Landgrave bajo la regencia de su madre. Precisamente, esta minoría de edad va a hacer que la regente Isabel Dorotea se marcara como objetivo fundamental buscar un buen futuro a su hijo menor Jorge, cosa que pasaba por completar su formación mediante la realización de un "Gran Tour" por Europa (algo muy común entre la aristocracia europea de la época), por enviarlo como voluntario en algún regimiento para familiarizarlo con las artes bélicas, y por comenzar a buscarle una esposa que permitiese alianzas familiares suficientemente rentables.

Con 16 años Jorge abandona por primera vez Darmstadt junto a su hermano Ernesto Luis para iniciar su "Grand Tour", que les llevaría, pasando por Estrasburgo, Basilea, Ginebra, Marsella y Lyon, a París, donde serán acogidos por el Duque de Orleans, hermano de Luis XIV, cuya mujer, Isabel Carlota del Palatinado, estaba emparentada con los jóvenes príncipes. De la mano de Felipe de Orleans, ambos serán recibidos en audiencia por el mismísimo Luis XIV, convirtiéndose más tarde en unos asiduos de los actos cortesanos celebrados en Versalles durante su estancia en París, que se prolongará durante casi un año.

De París a Darmstadt, y de Darmstadt a Viena, donde el emperador Leopoldo I, casado también en terceras nupcias con una prima-hermana del Príncipe, Leonor de Neoburgo, requería el concurso de tropas de todo el Imperio para mantener la guerra contra los turcos. Jorge de Hesse-Darmstadt, como voluntario en el regimiento de su primo, el Duque de Neoburgo, participaría en la campaña de 1687, estando presente en la decisiva Batalla de Mohács (12 de agosto), en la que los imperiales derrotaron a los turcos del Gran Visir Sari Süleyman Pasha, dejando al Imperio Otomano sumido en una gran crisis que se saldaría con la toma de Belgrado al año siguiente (1688) y la firma años después de la Paz de Karlowitz (1699), que sellaba la hegemonía de la Casa de Austria en el este europeo y los Balcanes, y su ascenso como nueva gran potencia continental.

Tras estos hechos, Jorge de Hesse-Darmstadt pasaría a Grecia enrolado en un regimiento de 1.000 hombres que su hermano el Landgrave de Hesse-Darmstadt había mandado en apoyo de la República de Venecia en su lucha contra los turcos en la llamada Guerra de Morea (1684-1699). El joven Príncipe de 19 años de edad sería ascendido a Oberst (Coronel), siendo herido durante el fallido sitio de Negroponte (julio-octubre de 1688).

Tras un breve paso por Darmstadt para recuperarse de sus heridas, el Príncipe volvió a enrolarse en las armas imperiales que combatían contra los franceses en el Rin durante la llamada Guerra de los Nueve Años (1688-1697) tomando parte en el Asedio de Bonn (1688), residencia del Elector de Colonia, ocupada por los franceses.

Poco después, el Príncipe se alistaría en los ejércitos del rey Guillermo III de Inglaterra, siendo enviado a Irlanda para contribuir en la pacificación de la Isla que se había levantado en armas contra el nuevo Rey tras la Revolución Gloriosa de 1688, sirviendo de base de operaciones de los fieles del depuesto Jacobo II Estuardo, los conocidos como jacobitas, apoyados por Francia, la llamada "Williamite War of Ireland" (1689-1691) Durante su estancia en la Isla, Darmstadt estableció fuertes vínculos con la nobleza irlandesa e inglesa que posteriormente serían muy importantes en la Guerra de Sucesión, convirtiéndose además por aquel tiempo al Catolicismo, probablemente más por interés que por convicción. 

Tras su aventura irlandesa, Jorge de Hesse-Darmstadt recibiría su reconocimiento definitivo por parte del Emperador al ser nombrado en 1692 "Generalfeldwachtmeister" (General Mayor) de un regimiento de coraceros que llevaría su nombre. Al mando de estas tropas continuaría participando en las guerras de Hungría contra los turcos, y también con estas tropas va a ser enviado a España en 1695.

Su madre y regente del Landgraviato de Hesse-Darmstadt había conseguido, por tanto, que su segundo hijo completará su formación en Europa, que conociera personalmente al principal monarca de su tiempo, Luis XIV, que se convirtiera en uno de los jefes militares de mayor confianza del Emperador y que mantuviera una continuada actividad militar que aportaba importantes ingresos a la familia. La única cosa que faltaba era encontrarle una esposa, y a este fin se va a dedicar durante meses tanto su madre como la mismísima emperatriz Leonor, aunque las gestiones no van a fructificar. Hay que tener en cuenta, que el Príncipe de Darmstadt era primo-hermano de la Emperatriz, y que las hermanas de ésta también van a realizar matrimonios de alto nivel: Sofia se casará con el rey Pedro II de Portugal y Mariana con Carlos II de España. Evidentemente, estos lazos familiares, que el Príncipe se cuidará en mantener a través de una actividad epistolar, tendrán un peso considerable en las relaciones de Darmstadt con los principales gobernantes europeos y, por tanto, contribuirán a convertirlo en una pieza clave del engranaje diplomático que empezaba a ponerse en marcha ante la pevisión de que Carlos II muriera sin hijos.

CONTINUARÁ...

Fuentes: 

*Alvareda Salvadó, Joaquim: "La Guerra de Sucesión de España (1700-1714)". Crítica, 2010.

* López i Camps, Joaquim E.: "El Príncipe Jordi de Hessen-Darmstadt i la Guerra de Succesió. Alguns apunts per una biografia necessària", en "L'Aposta catalana a la Guerra de Successió (1705-1707). Actes del congrés celebrat a Barcelona del 3 al 5 de novembre de 2005 al Museu d'Història de Catalunya". Generalitat de Catalunya, 2007.

Notas: 

(1) El Landgraviato de Hesse-Darmstadt fue en estado del Sacro Imperio nacido en 1567 como consecuencia de la división del Landgraviato de Hesse entre los cuatro hijos del landgrave Felipe I. La residencia del Landgrave se encontraba en la ciudad de Darmstadt, que daba nombre al territorio. En 1806 fue elevado a la categoría de Gran Ducado.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Los últimos pro-reges de Carlos II: fidelidad y autoridad en los territorios hispánicos


Entre 2013 y 2015 se celebran los 300 aniversarios de los decisivos Tratados de Utrecht (1713), Rastatt (1714) y Baden (1715) que pusieron fin a la Guerra de Sucesión Española (1701-1715) que enfrentó a las Casas de Borbón y Austria por el trono de España y los territorios que componían su inmensa Monarquía.

Sin embargo, la gestación del cambio dinástico en España, que no finalizaría realmente hasta la Paz de Viena de 1725 por la que el emperador Carlos VI reconocía a Felipe V como Rey de España, se inició mucho antes de las fechas citadas y podemos remontarlo hasta casi 1665 tras la muerte de Felipe IV y la subida al trono de Carlos II, cuya débil salud puso en alerta a los principales monarcas con derechos de sucesión al trono español, es decir, Luis XIV y el emperador Leopoldo I.

Aprovechando estas conmemoraciones, este blog va a centrarse durante esta nueva temporada en numerosos aspectos relativos a la sucesión de Carlos II, pero sin adentrarme nunca en el propio conflicto sucesorio, ya que ese hecho daría para otro blog y no es esta mi intención, sino la de conocer cómo y porqué se llegó a la sucesión en la persona de Felipe de Anjou en el último de los testamentos de Carlos II.

El primer aspecto en el que me centraré es en la biografía de los últimos virreyes y gobernadores nombrados por Carlos II, en concreto en la de los cuatro virreinatos y gobernaciones más importantes: Cataluña, Milán, Nápoles y los Países Bajos, tarea que será larga y tediosa ya que las fuentes no son abundantes y muchas veces están desactualizadas o están politizadas en exceso (véase el Príncipe de Darmstadt y su elevación a mito por el nacionalismo catalán).

Desde mediados de la década de 1690 y enmarcados en la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), Carlos II renovó uno por uno los gobiernos de cada uno de los territorios clave de la Monarquía, a saber, los dos principales teatros de operaciones bélicos, Cataluña y Flandes, la decisiva gobernación de Milán, puerta de acceso a Italia y paso decisivo de tropas y, por último, el más rico de los territorios de la Monarquía junto a Castilla, por aportación de dinero y hombres, el Virreinato de Nápoles. Pero ante el decisivo momento histórico que se vivía, falta de heredero y mala salud de Carlos II, y posición desfavorable en la guerra ante la presión francesa, contenida sólo por la gran alianza europea formada por España, el Imperio, Inglaterra, las Provincias Unidas y varios príncipes alemanes como Sajonia y Baviera, los elegidos para estos cargos fueron importantísimos personajes con amplia experiencia política y militar, que debían defender la autoridad real y la fidelidad a la Casa de Austria en los distintos gobiernos que les fueron asignados.

Entre los cuatro elegidos, cuyas biografías desgranaré una a una en sucesivas entradas como indicaba más arriba, se encontraban tres miembros de dinastías reinantes europeas y un Grande de España de primera clase:

1. El duque-elector Maximiliano Manuel de Baviera, casado con la archiduquesa María Antonia, hija del emperador Leopoldo I y de la infanta española Margarita Teresa (la famosa niña de "Las Meninas"), a quien se le asignó en 1692 el gobierno de los Países Bajos con poderes casi de soberano. El Elector de Baviera fue uno de los militares más afamados de su tiempo, héroe de Belgrado en 1688, además su figura fue de capital importancia en su tiempo al ser el padre del primer heredero de Carlos II, el príncipe elector José Fernando de Baviera, lo que le convertiría de facto, en caso de que su hijo subiese al trono de España, en el regente de la Monarquía Católica.

2. Un segundogénito del Landgrave de Hesse-Darmstadt, el príncipe Jorge de Hesse-Darmstast, quien tras luchar contra los turcos en el frente oriental y contra los jacobitas en Irlanda, llegó a Barcelona al mando de 2.000 soldados imperiales en 1695, y a quien Carlos II nombró Virrey de Cataluña tras la Paz de Ryswick (1697) por su heroica defensa de Barcelona. Precisamente su actuación en la defensa de Barcelona contra los franceses en 1697 y posteriormente su heroica muerte durante la toma de esta misma ciudad en 1705 por parte del archiduque Carlos (Carlos III de Austria), de quien se había declarado seguidor en contra de Felipe V, convirtieron rápido su figura en un mito del nacionalismo y las libertades catalanas.

3. Un hijo natural del duque Carlos III de Lorena, Carlos Enrique de Lorena, Príncipe de Vaudémont. Tuvo una dilatada carrera de servicio en el mando supremo de los ejércitos de Carlos II en los Países Bajos y el norte de Italia, alcanzando el grado de gobernador de las Armas del Ejército de Flandes. Finalmente, por influencia del hombre fuerte de la Corte de Carlos II en ese momento, el Almirante de Castilla, con quien mantenía una estrecha relación, así como la del emperador Leopoldo I (el hijo del Príncipe de Vaudémont, Carlos Tomás de Lorena, servía en los ejércitos imperiales a las órdenes de Eugenio de Saboya) y del rey Guillermo III de Inglaterra, con el que Vaudémont había coincidido en los campos de batalla de los Países Bajos luchando contra los franceses, Carlos II se decidió a nombrarle nuevo Gobernador y Capitán General del Milanesado en 1698.

4. Don Luis de la Cerda y Aragón, IX Duque de Medinaceli y Grande de España, era uno de los aristócratas más poderosos y ricos de Castilla. Hijo del que fuera primer ministro de Carlos II entre 1679 y 1685, el VIII Duque de Medinaceli. Don Luis fue embajador en Roma desde 1687 hasta que Carlos II le nombró Virrey de Nápoles en 1695. El IX Duque de Medinaceli fue uno de los mecenas musicales más importantes de su tiempo, siendo protector, entre otros, de los compositores Arcangelo Corelli y Alessandro Scarlatti.




viernes, 15 de noviembre de 2013

Entrevista a José Manuel de Bernardo Ares en ABC: "Estamos desnortados"


Hace pocos días ABC Córdoba publicó una interesante entrevista con el  catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Códoba José Manuel de Bernardo Ares, probablemente el mayor experto español y europeo sobre el tránsito del siglo XVII al XVIII y el cambio dinástico en España. El profesor Bernardo Ares es autor de libros como "Luis XIV, Rey de España. De los imperios plurinacionales a los estados unitarios (1665-1714)" o "El poder municipal y la organización política de la sociedad: algunas lecciones del pasado". Actualmente se encuentra centrado en un grupo de edición de la Universidad de Córdoba denominado SU.MO.HI (Sucesión Monarquía Hispánica) que él mismo coordina y cuyo periodo de estudio abarca principalmente desde la muerte de Felipe IV (1665) hasta el Tratado de Viena de 1725, por el que el emperador Carlos VI reconoce finalmente a Felipe V como Rey de España, es decir, el espacio temporal que determinó el cambio dinástico en España (reinado de Carlos II, subida al trono de Felipe V y Guerra de Sucesión). SU.MO.HI. ha publicado ya varios volúmenes, entre los que destacan:

1. "La sucesión de la monarquía hispánica, 1665-1725. Lucha política en las Cortes y fragilidad económico-fiscal en los Reinos" (2006).

2. "La sucesión de la monarquía hispánica, 1665-1725. Biografías relevantes y procesos complejos" (2007).

3. "El Cardenal Portocarrero y su tiempo (1635-1709). Biografías relevantes y procesos complejos" (2013).

Igualmente, el proyecto SU.MO.HI. tiene un brazo traductológico centrado en el estudio y traducción de las miles de cartas cruzadas entre las Cortes de Madrid (Felipe V/Maria Luis Gabriela de Saboya) y Versalles (Luis XIV/Madame de Maintenon) entre 1701 y 1715 y que ya cuenta con dos 3 estupendos volúmenes:

1. "La correspondencia entre Felipe V y Luis XIV. Estudio histórico, informático y traductológico" (2006).

2. "De Madrid a Versalles. La correspondencia  entre el Rey Sol  y Felipe V durante la Guerra de Sucesión" (2011).

3. "Las Cortes de Madrid y Versalles en el año 1707. Estudio traductológico e histórico de las correspondencias real y diplomática" (2011).

Pero volvamos a entrevista a Bernardo Ares en ABC que pasó a reproducir aquí íntegramente:


Cómo será de metódico este catedrático de Historia Moderna que nada más adentrarnos en su impoluto despacho ya nos pidió disculpas por el desorden. ¿Qué desorden? Los libros, los documentos, los bolígrafos, las carpetas, todo guarda una escrupulosa disposición en el departamento que ha ocupado durante décadas. «No somos expertos en sociología, ni en economía, ni en política, ni en cultura», reflexiona nada más comenzar la entrevista, «pero tenemos que saber de todo eso». «El derecho me gustaba mucho por la precisión», abunda, «y, como soy un poco idealista, la razón de hacer historia es que me daba una mayor visión de la persona humana en su devenir histórico».

-¿Qué es un idealista?

-El idealista es el que sabe que la vida es tremendamente conflictiva pero piensa que siempre hay una luz que te permite orientar el futuro.

-¿Se puede ser idealista con la que está cayendo?

-Yo creo que sí. Ser idealista es tener coraje para luchar por intentar salir de los conflictos.

-¿Y cuál es el reto del ser humano hoy?

-Las ciencias sociales tratan del ser humano y de cómo resuelve sus problemas. Hoy están muy descuidadas y ahí es donde está la salud cívica. La crisis bancaria es un problema gravísimo pero para un historiador es «pecata minuta». Con un buen reglamento y una buena actuación judicial se resuelve en un santiamén. Lo que no se resuelve en un santiamén son los valores. El mundo axiológico. Si no tienes responsabilidad, cultura del trabajo y ética no hay manera de resolver los problemas.

-¿De eso cómo andamos?

-Muy mal. Para mí, la crisis de nuestro tiempo es una crisis de valores. Estamos desnortados, todo vale, no hay respeto, no hay capacidad de diálogo, no hay esfuerzo personal.

-¿Y qué nos enseña la historia?

-La historia nos enseña el disparate del género humano en el pasado.

-La del hombre es la historia del disparate.

-Yo creo que sí. Por poner un caso: se utiliza que unos pobres niños han sido gaseados en Siria para resolver problemas de industria militar o estrategias de zona. Si los dirigentes tuvieran ética no harían esos disparates. Poder y corrupción son cara y cruz de una misma moneda.

-Para ser un idealista tiene una visión devastadora de la sociedad.

-No es devastadora, es una visión realista. El historiador conoce lo negativo y lo positivo, y tiene armas para poder buscar una salida.

-Para un idealista, ¿cualquier tiempo pasado fue peor?

-Lo que hay que vivir es el presente. Ahora que estoy cerca de los 70, le puedo decir que tengo las mismas ilusiones que cuando tenía 20 años.

-El paso del tiempo no le intimida.

-En absoluto. Dentro de poco me jubilaré y tendré la misma ilusión. Desde el punto de vista académico he alcanzado el cénit: ser catedrático. Antes y ahora he tenido la misma característica: trabajo, trabajo y responsabilidad.

Así, con esta vitalidad desbordante, arma un discurso a caballo entre la esperanza y una mirada particularmente severa sobre la historia del ser humano. Quizás porque la biografía de José Manuel de Bernardo Ares (Puentedeume, La Coruña, 1945) se cimentó sobre una familia de labradores que cultivaron su carácter con los valores del sacrificio personal. «Cuando manifesté que quería estudiar, mis padres objetaron que no tenían dinero. Entonces llegó una tía mía y dijo: «Este niño va a estudiar porque vamos a ayudar toda la familia». Eso ha sido para mí impagable. Me fui a Santiago a hacer el bachillerato y el primer año costaba 6.000 pesetas, pero a partir de los 14 tuve siempre beca. Yo tenía que devolverle a mis padres su enorme esfuerzo», sostiene. Y agrega: «En mi casa nunca vi una polémica. Toda la familia venía a contar sus problemas y aquí siempre encontraban diálogo. Eso lo he mamado desde los 4 años. Yo no entiendo la vida sin diálogo, sin afecto y sin respeto».

Posteriormente estudió en Salamanca y finalmente completó sus estudios de historia en Valencia, donde se concentraban los discípulos de Jaume Vicens Vives, uno de los grandes especialistas de los sesenta. Fue entonces cuando el profesor José Manuel Cuenca Toribio le sugiere que con sus condiciones académicas se adentre por el terreno de la investigación. En 1975 logra plaza en la Universidad de Córdoba, donde desde entonces ejerce de andaluz adoptivo con indisimulado orgullo. «Me gustó la capacidad poética del andaluz, su espontaneidad y su creatividad», declara.

-Dice usted que la historia es el análisis del pasado para comprender el presente y prever el futuro. ¿Qué nos espera, pues?

-El futuro ha tocado fondo en valores. El desconcierto es generalizado. Los que creen en Dios no entienden lo que es la caridad. Los que son inmanentistas no entienden la alteridad. En este mundo hay yo, después yo y siempre yo. Eso es una antropología suicida. Tenemos que cambiar la antropología del egocentrismo por una antropología del otro.

-El egocentrismo es un mal de siempre.

-De siempre. Por eso digo que tenemos que hacer una revolución antropológica. Ya está bien que yo me preocupe de mi ombligo.

-¿Qué dirá la historia de nosotros?

-Será una historia muy negativa. Estamos absolutamente desnortados: las instituciones, la política, la sociedad, todo. Tenemos que dar un viraje de 180 grados sin echarle la culpa al otro.

-Una percepción muy negativa de nosotros mismos en la España más democrática y acomodada de la historia. 

-Primero: no hay tal democracia. Hay una especie de clientela partitocrática. A los políticos les interesa el oficio, no el servicio.

-¿El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra de la historia?

-Tres y cuatro. La conciencia cívica no es posible sin conciencia histórica. 

-Usted ha estudiado la corrupción política en la Córdoba de Carlos II. Díganos, por favor, que hemos mejorado algo.

-En absoluto. Nada. Tan grave era la corrupción entonces que fuimos intervenidos por la chancillería de Granada. Mandaron a dos letrados y cancelaron toda la organización política.

-A ese nivel no hemos llegado todavía, ¿no?

-Sí, sí. Antes el servicio público era patrimonializado. El concejal compraba el oficio y estaba justificado que de alguna manera se beneficiara. Eso no existe ahora, por eso está menos justificado.

-Usted ha declarado que la Córdoba de hoy ha cambiado poco con respecto a la agraria y elitista de hace cuatro siglos.

-Muy poco. Sigue siendo una ciudad ruralizada. Los elementos básicos que implicarían una transformación sería una industrialización con aplicación de las nuevas tecnologías y Córdoba está a años luz.

-También ha dicho: «Tenemos mentalidad de señorío». Menudo repaso.

-Aquí entiendo el señorío no como una cosa negativa sino como realidad histórica. Dos tercios de Córdoba era tierra señorial. Ahora se ha vulgarizado negativamente: señorito, el que vive de rentas sin trabajar. Y desgraciadamente se encuentran señoritos hasta debajo de la manta de tu cama.

-El profesor de la UCO Enrique Aguilar declaró: «El senequismo cordobés es un mito». ¿Está usted seguro?

-La filosofía de Séneca era de aceptación del contrario pero no para cruzarte de brazos. No podemos decir esto es lo que hay y me conformo.

Sin educación

Está convencido del poder transformador de la educación. De su importancia vital para alcanzar una sociedad democrática plena. «Cuando Rousseau escribió el Contrato Social, le preguntaron si creía que podría aplicarse algún día. «No», contestó el filósofo francés. «Yo he escrito una utopía. Para que se exprese la voluntad general y haya democracia la gente tiene que estar educada», agregó Rousseau. «Y no lo está», puntualiza De Bernardo. «Aquí estamos en un ámbito universitario y la gente bien educada no supera el 5 por ciento. Incluyendo a profesores y alumnos. De qué me sirve saber mucha física si humanamente soy una piltrafa», se pregunta secamente.

-¿Nos gobiernan los mejores?

-En absoluto. Salvando excepciones, que las hay, a veces nos gobiernan los peores y me atrevería a decir que en un porcentaje del 80 por ciento.

-¿La democracia es el menos malo de los sistemas?

-Es el único que tenemos. El sistema educativo es la salud de un pueblo y es lo que menos se cuida.

-¿Qué es un buen sistema educativo?

-Los cuatro elementos del sistema educativo no funcionan: alumnos, profesores, sociedad y material de trabajo. No tenemos ni dinero para una botella de agua. El profesorado es un desastre: hay excelentes pero son los menos. Profesores que se van al médico en horario lectivo o no se preparan las clases. Generalizado. El alumnado no tiene cultura de trabajo ninguna. No escucha y poco. Y la sociedad dice que no es problema suyo: que es del profesorado. ¿Quién tiene más culpa? No sé.

-Por cierto, ¿los políticos mandan?

-Son intermediarios entre fuerzas poderosas que no dan la cara. El mundo económico es básico, absolutamente condicionante.

martes, 12 de noviembre de 2013

Iconografía de un Rey-niño XVI: el retrato de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla


Con precedentes históricos que se remontan a 1284, cuando los caballeros que acompañaron al rey santo Fernando III en la conquista de Sevilla constituyeron una Cofradía o Hermandad Caballeresca bajo la advocación de San Hermenegildo, la Real Maestranza de Caballería de Sevilla fue fundada por orden de Carlos II en 1670 como Corporación Nobiliaria para promover la práctica ecuestre entre sus miembros con voluntad siempre de servicio a la Corona en sus empresas militares. Aunque los mayores privilegios serían otorgados a la nueva corporación bajo el reinado de Felipe V, en especial, entre 1729 y 733, es decir, los años en los que el primer Rey Borbón residió en la capital hispalense.

Desde entonces hasta el presente, la Regia Corporación ha sabido adaptarse a los requerimientos de sus distintas etapas históricas, desplegando en la actualidad una amplia actividad en el fomento de la tauromaquia, la practica ecuestre, la cultura, la defensa y la preservación del patrimonio artístico de la ciudad de Sevilla y la solidaridad social.

Recientemente, y para honorar a su fundador, la Real Maestranza de Sevilla adquirió un retrato anónimo de Carlos II niño envuelto en todas las convenciones del retrato de aparato: toisón de oro, armadura,el león símbolo de la monarquía española, cortinaje, el orbe símbolo de su poder universal, laurel, bastón de mando y banda roja de general. Destaca también el broche dorado en forma de águila bicéfala que luce sobre su sombrero de flores, ya que no olvidemos que dicho animal heráldico era el símbolo de la Casa de Austria, lo cual enlaza perfectamente con el discurso dinástico que envolvió gran parte de los retratos de Carlos II.

En una sucesiva entrada trataré sobre los dos animales heráldicos símbolos de la Monarquía de los Austrias y que estuvieron continuamente presentes en los retratos de Carlos II.

Fuentes:

Mínguez, Víctor: "La invención de Carlos II. Apoteosis simbólica de la Casa de Austria". CEEH, 2013.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Tal día como hoy nacía Carlos II

1. Supuesto retrato de Carlos II recién nacido. Colección Stirling Maxwell (Pollock House, Glsgow), atribuido a Martínez del Mazo.

El príncipe Carlos José nació el domingo 6 de noviembre de 1661. La noticia corrió rápida por Palacio; una tensión enorme, apenas contenida hasta ese momento, se liberó, plena de alegría, por todas las estancias del Real Alcázar de Madrid. El embarazo de la reina doña Mariana había llegado felizmente a su fin, y esto era ya mucho, porque los días y meses anteriores habían sido terribles. El príncipe heredero de la Monarquía, el tan querido y cuidado Felipe Próspero, había fallecido apenas cinco días antes, el 1 de noviembre de ese mismo año de 1661, festividad de Todos los Santos (1). Se trató de una muerte trágica para Felipe IV y su esposa, que entonces se encontraba en un avanzado estado de gestación. La muerte del pequeño príncipe significaba que, otra vez, la Monarquía Católica quedaba sin un heredero masculino directo (2), lo que hizo que una inevitable sensación de pesimismo y fatalidad se extendiese por Palacio y por todas las ciudades y reinos de la Monarquía. Una muerte, la de don Felipe Próspero, niño de apenas cuatro años, que hirió como un puñal el corazón del envejecido Rey, que creyó, entonces ya con certeza, que Dios le había abandonado (3).

La reina doña Mariana, por su parte, no se sentía menos angustiada. Conocía muy bien los sentimientos de su real esposo. Había sido educada, desde su primera infancia, en las razones de Estado, y siempre supo lo que significaba la herencia dinástica (4), por eso entendía el dolor de su esposo, dolor providencial y político a la vez. Pero a todo ello había que unir también el dolor de un madre que había perdido ya a varios hijos y que se sentía sobrecogida por los dolorosos designios que el Altísimo le tenía reservados, designios que, sin duda, marcaron su áspero y rígido carácter. La muerte de Felipe Próspero, arrebatado tan pronto de la vida, no era sino el último episodio mortal de una larga sucesión de ellos, pues, en efecto, doña Mariana, había tenido una trágica experiencia maternal (5).

La noche de aquel trágico 1 de noviembre de 1661, un séquito armado de las guardias reales escoltó el traslado del cuerpo de Felipe Próspero hasta El Escorial. Lo encabezaban varios Grandes de España. Uno de éstos, el Duque de Montalto, dejó escritas sus tristes impresiones: “El desconsuelo grande en que nos hallamos por la muerte del Príncipe no es menor que el recelo del grave daño que puede ocasionar este accidente a la salud de Sus Majestades y al suceso del Preñado…” (6). Lo importante era precisamente esto último, el “preñado”, es decir, que transcurrieran bien los últimos días del embarazo de la reina doña Mariana y que el parto fuera bueno. Tan accidentados antecedentes ponían sobre aviso, mucho más cuando, probablemente, no hubiera otra oportunidad de conseguir descendencia, si se consideraba la avanzada edad del Rey, más de 56 años, pero sobre todo, su delicado estado de salud, cargado de achaques e inmovilizado del costado derecho. A toda esta terrible situación familiar y personal de Felipe IV, había que sumar además la situación de postración que vivía la Monarquía en aquellos años y que no hacía sino empeorar aún más el ánimo del monarca (hacía apenas dos años que se había firmado la famosa Paz de los Pirineros de 1659).

Por todo lo citado, los días que siguieron a la muerte de Felipe Próspero, el embarazo de la Reina, próximo a su desenlace, se convirtió en un asunto de primera Razón de Estado. El futuro de la Monarquía dependía de aquel suceso. El domingo 6 de noviembre todo parecía estar preparado. Los doctores y médicos, sobre aviso; el confesor de la Reina cerca de ella, y el Mayordomo Mayor de su Casa repasando con todo cuidado la disposición de los enseres de la cámara del natalicio. Para garantizar el éxito del mismo se habían dispuesto en orden todas las santas reliquias que se encontraban en Palacio y otras traídas desde El Escorial y otras partes. Allí estaba el báculo de Santo Domingo de Silos que la Orden de Santo Domingo había acercado, la cinta de San Juan Ortega, de la Orden de los Jerónimos; los cuerpos incorruptos de San Isidro y San Diego de Alcalá; la imagen de la Virgen de la Soledad y la tan venerada por la familia real Nuestra Señora de Atocha. Difícil encontrar un espacio tan santo y sacralizado. Todo, pues, estaba a punto, las cosas de la tierra dispuestas y en orden para implorar la complacencia de Dios.

Al mediodía, tras un almuerzo frugal, Felipe IV se retiró a sus aposentos. A la misma hora la Reina sintió molestias y se dirigió hacia su cuarto. La comadre, doña Inés de Ayala, y el protomédico de la Real Cámara, don Andrés Ordóñez, testigos ambos en 1634 del nacimiento en Viena de doña Mariana, la asistían ahora en su sexto parto, el más esperado de todos. Mariana de Austria tenía entonces 27 años. Dicen las crónicas que no hubo contratiempo alguno. Era la una de la tarde de aquel domingo, día de San Leonardo, cuando, según la Gaceta, “vio la luz de este mundo un príncipe hermosísimo de facciones, cabeza grande, pelo negro y algo abultado de carnes”. Era, desde luego, un comentario muy favorable, pero pronto corrieron por los mentideros de la Villa y Corte rumores en sentido contrario.

Aquel alumbramiento fue recibido con alborozo. A las tres de la tarde, cuando la noticia ya corría camino de todos los rincones de la Monarquía y de Europa, un Felipe IV, sobrio y elegantemente vestido de negro terciopelo, salía de su Cámara y, “acompañado del Nuncio, Grandes y Embajadores”, se dirigió hacia la Capilla de Palacio con toda la etiqueta cortesana. Allí, el cortejo real, presidido por el monarca, cantó un solemne Te Deum, comenzando así los festejos que, en honor del futuro Carlos II, ocuparon todo aquel mes de noviembre de 1661.

Días después, en todas las parroquias se celebraron misas y el bullicio popular se desató por ciudades, villas y lugares. Las celebraciones oficiales comenzaron de inmediato. Llegaron primero todos los Grandes, encabezados por dos Luis de Haro (7), el valido real, y presentaron su parabienes a los Reyes; siguieron los Consejos, luego los reinos, y la Villa de Madrid, con su corregidor y sus alcaldes de casa y corte. Fuera de Palacio, mientras tanto, la alegría popular organizaba una gran mojiganga para la tarde del domingo día 13. Presidió el Rey, desde Palacio, el desfile de carrozas, gozó con los juegos de disfraces, los requiebros graciosos y burlescos de las cuadrillas, etc. Un soneto decía: “es alegrías lo que llantos era […] y los que antes llevaban paso tardo/corren, saltan y bailan de contentos/sirviendo las campanas de instrumento”. El Rey, en medio de la algarabía, se asomó al balcón del Alcázar, mientras el pueblo le gritaba que bajase y, finalmente, con su coche en medio de la fiesta, recibió el reconocimiento de las gentes. Escribía así un poeta popular:


“…porque a su coche en medio le cogieron
todo allí se le postra y se le humilla
y rendidos aspectos le ofrecieron
y, sin faltar a nada en el decoro,
se fueron por la calle del Tesoro.” (8)

Por otra parte, cientos de hacedores de horóscopos pregonaban sus vaticinios. Los augurios aseguraban que el Príncipe llegaría a ser Rey. La mayor parte de las cartas astrales se mostraban entusiastas: Saturno era el planeta que enviaba sus mayores efluvios, un astro que se encontraba en el horizonte de la Corte de España, sin aspectos maliciosos, próximo a Mercurio y muy cerca del Sol. Todo eran signos positivos y el hecho, además, de haber nacido el día 6 lo ratificaba mejor todavía, porque este número era signo de “tantas y tan raras excelencias”.

Confianza, optimismo, y nuevo y recobrado entusiasmo Felipe IV trataba de controlar su regocijo, la etiqueta le imponía actitudes moderadas. Sabía bien que el Príncipe todavía se encontraba en período crítico y que las fiebres puerperales amenazaban, con frecuencia, en tales momentos. La experiencia del Rey en este punto era mucha. De salud del Príncipe poco se decía; que se encontraba bien y que gozaba de gran vitalidad, era la cantinela que se repetía constantemente, pero, con tantos y tan malos antecedentes, tales comunicados apenas significaban nada. Un gran secreto rodeaba el espacio central en el que el Príncipe iniciaba sus primeros días. Sólo se sabía que doña María Engracia de Toledo, marquesa viuda de los Vélez, había sido designada como su aya (9). A ella correspondía vigilar todas las tareas de aquella crianza, entre ellas asegurar que María González de la Pizcueta, natural de Fuencarral, y designada como primera nodriza de Carlos, alimentase al pequeño príncipe. Mientras tantos, crecían los rumores sobre la salud del niño.

2. El delfín Luis de Francia, hijo de Luis XIV, junto a su madre, la reina Maria Teresa de Austria, hermana de Carlos II. Obra de Charles Beaubrun (h. 1664).

El día 19 de noviembre se recibió en Madrid la noticia del nacimiento del delfín Luis, hijo de Luis XIV y la reina María Teresa, hija de Felipe IV, que había venido al mundo el día 1 de noviembre, es decir, en la misma fecha en que su tío, el príncipe Felipe Próspero fallecía, y apenas cinco días antes de que lo hiciera su otro tío, el futuro Carlos II. Luis XIV comunicó a Madrid, alborozado, la noticia del feliz nacimiento y mostró enseguida el deseo de enviar pronto un retrato del mismo para que su abuelo español pudiera conocer de primera mano la firmeza de la vida que surgía pujante del linaje del trono francés. Frente a actitudes tan provocadoras, en el viejo Alcázar, por el contrario, se optó por el silencio frío y cortés.

A modo de conclusión, es curioso señalar como en apenas cinco días de ese mes de noviembre de 1661 se fraguó el futuro de España y Europa con un fallecimiento y dos nacimientos que sellaron su historia, ya que recordemos que el Delfín Luis sería el padre del futuro Felipe V, heredero designado por su tío-abuelo Carlos II en su último testamento de 1700 y primer rey de la dinastía borbónica en España.


Fuentes principales:

* Conteras, Jaime: “Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la Corte del Último Austria”. Temas de Hoy, 2003.

* Maura y Gamazo, Gabriel: “Carlos II y su Corte”. 2 vols. Madrid, 1911.


Notas:

(1) Resulta curioso el hecho de que ambos hermanos, Carlos II y Felipe Próspero, que jamás llegaron a conocerse, murieran en la misma fecha. Para saber más sobre el desgraciado heredero, consúltese mi entrada: “La familia del Rey, los hermanos de Carlos II: el príncipe Felipe Próspero”.

(2) Recordemos que en la Monarquía Hispánica, a diferencia que en Francia, las mujeres podían reinar, lo que hacía que tras la renuncia de la infanta María Teresa, por su matrimonio con Luis XIV, y en espera del nacimiento de un posible hijo varón, la infanta Margarita Teresa pasase a ser nuevamente la heredera de la Monarquía, como ya lo había sido desde su nacimiento y hasta la muerte de su hermano Felipe Próspero. Para saber más sobre el tema consúltese mi entrada: “La familia del Rey, los hermanos de Carlos II: Margarita Teresa de Austria, infanta de España y emperatriz de Alemania”.

(3) Felipe IV siempre tuvo grandes problemas de conciencia debido a su vida pecaminosa, algo a lo que achacaba la ruinosa situación de la Monarquía. Esta desazón queda reflejada en su correspondencia con sor María de Ágreda, la monja que se convirtió en su consejera espiritual durante los últimos años de su reinado. La misma se puede consultar en el libro: “María de Jesús de Ágreda, Correspondencia con Felipe IV. Religión y razón de Estado”. Castalia, 1991.

(4) Sobre los primeros años de doña Mariana de Austria léase mi entrada: "La familia del Rey I: La reina madre doña Mariana de Austria (Parte 1)".

(5) Además de la muerte del príncipe Felipe Próspero, doña Mariana de Austria tuvo que sufrir la del infante Fernando Tomás (1659), la de la infanta María Ambrosia (1655) y la de otra niña que nació muerta en 1656.

(6) G. Maura y Gamazo: “Carlos II y su Corte”. Tomo I (1661-1669), pp. 30 y 31

(7) Don Luis de Haro moriría apenas 20 días después, el 26 de noviembre de ese mismo año.

(8) E. Salvador Esteban: “La Monarquía y las paces europeas” en José Alcalá-Zamora y E. Berenguer (coords.), “Calderón de la Barca y la España del Barroco”. Vol. II. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 2001. Pp. 222-224.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Tal día como hoy moría Carlos II


1. Muerte de Carlos II, grabado de Pieter van der Berge (c. 1700). Museo de Historia de Madrid.


UNA LARGA AGONÍA...

A finales de junio de 1699 se produjo una nueva recaída de Carlos II. Se decidió entonces el tratamiento con quina y recuperar los remedios tradicionales. El doctor Geelen (1) se mostraba muy preocupado por la salud del monarca y no creía que el tratamiento de los médicos reales fuese el más adecuado:

Los médicos no le dejan tomar más de una onza de vino aguado, con lo cual no se tonifica el vientre. He tratado de convencerles de su error proponiendo que se someta el caso a una Universidad, pero no lo he conseguido. En un verdadero crímen purgar y sangrar a cuerpo tan débil e hidrópico y negarle los elementos para robustecerse” (2).

La ligera mejoría experimentada en el final del verano, y que los frailes Díaz y Tenda atribuyen a las curas exorcísticas practicadas, permiten al monarca un ansiado viaje a El Escorial desde el 24 de septiembre al 24 de noviembre. Incluso se planteó un posible viaje al Monasterio de Guadalupe, ante el deseo de Carlos II de visitar su santuario y prolongar el regreso a Madrid, ciudad que acabó aborreciendo, pues le recordaba las numerosas situaciones críticas que había vivido a causa de su enfermedad. Se reunió la junta de médicos de cámara para deliberar sobre la posibilidad de tal viaje. Preguntado el catedrático de Prima del Real Colegio de San Lorenzo, fray Ventura de San Agustín, conocedor de las características del monasterio:

nos aseguró que la situación de él era áspera y montuosa, sin tener salida ninguna para la diversión, ni aún disposición para pasearse en el convento por ser unos callejones angostísimos y toda su vivienda muy lógebra y tan maltratada que por muchos que sean los reparos que Su Magestad mande poner no han de ser bastantes para la defensa de las aguas y aires. Y además de esto nos notició como en esta última feria (que siempre es de gran concurso) apenas hubo gente por el miedo de la gran epidemia en este lugar, señal de que los aires son impuros, poco ventilados y húmedos, por consiguientes enfermos” (3).

Finalmente, se desaconsejó al Rey el viaje a Guadalajara, pues no se encontraba en las mejores condiciones de emprender semejante trayecto en plena temporada invernal.

Desde el regreso del monarca a la Corte, en diciembre, se observó un retroceso considerable en su salud. El Conde de Benavente, jefe de la Real Cámara, pese a los fracasos de todos sus proyectos encaminados a recuperar a salud de Carlos II (4), decide intentar una nueva alternativa terapéutica. En septiembre de 1699, ante el fallecimiento de tres médicos de cámara que era de su completa satisfacción, decide entrar en contacto con el virrey de Nápoles, el Duque de Medinaceli (5), y pedirle informes sobre dos médicos napolitanos de gran reputación: Tommaso Donzelli (1654-1702) y Lucantonio Porzio (1639-1723). Previamente, Benavente había contactado con los virreyes de Aragón y Valencia, en el intento de buscar algún médico de prestigio, pero no había encontrado a ninguno de su plena satisfacción.

Donzelli y Porzio pertenecían a la Accademia degli Investiganti, de marcado carácter iatroquímico, lo que demuestra que Benavente, tras sus pasados escarceos alquimistas (6), decidía apostar nuevamente por la terapéutica renovadora.

Medinaceli se apresura a emitir sus informes. Sobre Lucantonio Porzio considera su gran reputación como científico en toda Europa ya que había ejercido en Viena, Roma y Nápoles, pero fallaba a nivel personal:

“…es un filósopho antiguo en su trato y desaliño, de pocas palabras, y ninguna exornación en ellas, y de tal sinceridad, que si el enfermo a quién asiste le pregunta, si le aprovechará el remedio que le aplica, le responde, que mal no le hará…” (7)

Tommaso Donzelli era descrito por Medinaceli como un hombre de grandes estudios y experiencia, con gran éxito profesional pues era el médico de gran parte de la alta aristocracia napolitana, entre ellos, el mismo Duque de Medinaceli y su familia.

Se recomienda finalmente a Donzelli, quien se mostró algo remiso a venir a España pues tenía muy buena situación en Nápoles y sabía las trabas que se ponían en la Corte a los sanitarios extranjeros, pero acudiría siempre y cuando se lo mandase el Rey, pues quería ser, ante todo, buen vasallo.

El Conde de Benavente eligió a Donzelli, aunque inicia gestiones para intentar contratar los servicios del también médico napolitano Lucca Tozzi, que servía como físico del Papa y que era considerado por Medinaceli como el mejor médico que ha conocido. Se encargó al embajador español ante la Santa Sede que informara a Tozzi sobre los deseos de Carlos II de tenerle a su servicio. El fallecimiento del pontífice se preveía inmediato, por lo que se habían tomado las medidas necesarias para que Tozzi se trasladase a Madrid tan pronto como le fuera posible.

En enero de 1700 se produce el nombramiento de Donzelli como médico de Cámara de Carlos II y se le insta para que venga a la corte madrileña lo antes posible, pero la llegada del médico napolitano se retrasa hasta julio, debido a la enfermedad de pelagra que sufría y a que hacía el viaje por tierra para su mayor seguridad. Dada la categoría de este nuevo médico, se le asignó un sueldo muy por encima del ordinario.

2. Alegoría de la inspiración divina de Carlos II, grabado de Jacobus Harrewyn (1700).

El proceso irreversible en la enfermedad de Carlos II se inicia en septiembre de 1700, coincidiendo con la llegada de Donzelli. Éste propuso un nuevo régimen terapéutico: sales de abstinio por la tarde y masajes de aceite en el estómago, pero la decadencia del monarca era total. Se conoce la opinión de Donzelli a través de una carta que el embajador imperial Harrach envió a Leopoldo I:

Su Majestad tuvo ayer fuerte vómito después de comer, pero no arrojó sino flemas, y nada de los que habíha comido, síntoma que preocupa al médico. Salió, no obstante, como de costumbre y ha salido también hoy, con lo cual no se puede decir que esté enfermo. Pero el famoso doctor napolitano Doncelli, que acaba de llegar, cree imposible que se prolongue su vida” (8).

Inicialmente, el tratamiento propuesto por Donzelli parecía eficaz pero a mediados de septiembre se produjo una nueva recaída, que los médicos reales se encargaron de atribuir al tratamiento:

La salud del Rey ha empeorado más porque tiene más vómitos que antes, lo cual se atribuye al tratamiento del nuevo doctor. Su majestad está afligidísimo y aprensivo como nunca” (9).

Desde entonces se retiró toda medicación y se impuso un régimen alimenticio estricto: nada de alimentos fuertes y agua con un poco de vino por la mañana.

Las diarreas eran constantes. Geelen, muy pesimista sobre la enfermedad del Rey, escribía:

“…lleva cuarenta días inapetente y, no obstante el flujo de vientre, que en otras ocasiones bastó para curarle, persiste la desgana absoluta. Está muy flaco, de palidez extraordinaria, débil, melancólico en extremo, como no lo estuvo jamás. Todos los alimentos, aún los más inocuos, se le descomponen, determinando evacuaciones frecuentes y pútridas. Se piensa en algún remedio general y heroico; por ejemplo, el acero; pero es muy de temer que no lo resista su estómago; razón por la cual nos hemos de contener con administrarle leche de burras y otros remedios igualmente suaves. Sabe Vuestra Alteza (el Elector Palatino) que fui siempre optimista, pero no puedo seguirlo siendo, porque únicamente un milagro retardará lo inevitable” (10).

A finales de septiembre, Carlos II no retenía ningún tipo de alimento ni medicina. El día 28 e le administró la extremaunción e hizo testamento el 2 de octubre a favor del Duque de Anjou (11), hijo segundo del Delfín de Francia. En la primera semana de octubre se observó una ligera mejoría, tal y como describía Benavente en carta a Medinaceli:

Nos hallamos de la conocida mejoría de nuestro Amo, que ha padecido lo que tú habrás sabido. Pero nuestro Señor, usando de su gran misericordia, ha mejorado las horas y al presente estamos fuera del cuidado en que nos había puesto su achaque, pues queda corregido casi enteramente y el Rey con nuevos alientos y con apetito a la comida y será su divina Majestad servido se continué con felicidad su convalecencia”(12).

El doctor Geelen era más preciso en la descripción:

Parecía imposible que resistiese el Rey, después de 250 cursos padecidos en diecinueve días; pero empieza a convalecer, se contiene la diarrea y mejora su materia; renace el apetito, y se atenúa el aspecto cadavérico, aunque no es raro que estas enfermedades adulen así antes de reaparecer con acometida más recia” (13).

Se iniciaron en ese momento los trámites para que viniese a Madrid Lucca Tozzi, pues Inocencio XII había fallecido a principios de octubres. Pero todo sería en vano. La supuesta mejoría de Carlos II no fue más que un espejismo. El 24 de octubre comenzó una agonía que se prolongaría hasta el 1 de noviembre, fecha en que se produciría la muerte del Rey. La descripción que del suceso hacía Geelen era sumamente breve:

Lleno de aflicción he de dar a Vuestra Alteza Electoral la noticia de la muerte del rey, acaecida el día de Todos los Santos hacia las tres de la tarde, después de cuarenta y dos días de flujo de vientre, agravados los últimos cuatro por una apoplejía” (14).

Mucho más detallada era la descripción del embajador de Luis XIV, Marqués d’Harcourt:

Una hora después de la salida del correo que envié a Vuestra Majestad, el Rey Católico mejoró algo. Le dieron leche de perlas y descansó un poco, aunque continuó la diarrea. A las seis, tomó un caldo y descansó hasta las dos de la tarde del 29, en que subió la fiebre. A las cuatro, le sobrevino un leve desmayo, respirando difícilmente, perdido el oído y con grandes dolores de vientre. Hubo consulta de médicos; se acordó ponerle cantáridas en los pies y pichones recién muertos en la cabeza, para evitar los vahídos; y se practicó así, hasta las nueve de la noche. Hace cuatro o cinco días se están sacrificando carneros, para aplicarle las entrañas humeantes aún sobre el estómago y a flor de piel, a fin de devolverle el calor natural. Pasó la noche del 29 al 30 delirando y en continua inquietud, acentuándose este síntoma hacia las diez de la mañana. Estuve en palacio al mediodía, como de costumbre, y me dijeron que agonizaba. No tenía apenas voz, según me comunicó el Nuncio, quién acababa de verle y bendecirle junto a su lecho; nadie creía posible que llegase a la noche; los médicos hacen cuanto pueden por prolongar su existencia y le dieron un líquido que se llama Agua de la Vida, que le hizo sudar cuatro horas sin interrupción, y le devolvió el uso de la palabra, casi perdida desde que le acometió un estertor continuo. A las diez de la noche de ayer estaba bastante tranquilo; no lo ha pasado mal, consiguiendo dormir y tomando tres caldos hasta las siete de la mañana. Se le creyó agónico hacia las once y se rezaron las oraciones por los agonizantes. A las diez había reaparecido la fiebre” (15).

El martes, día dos de noviembre, se procedió al embalsamiento del cadáver. Nos ha llegado una descripción del estado en que encontraron el cuerpo del monarca:

“…le han hallado todas las entrañas, hígado y bazo de tan mala calidad que era imposible vivir, sin sangre, con una piedra en la vejiga, y el corazón tan consumido y seco que ha manifestado bastantemente el trabajo que ha padecido Su Majestad” (16).

Fuentes principales:

* Contreras, Jaime: “Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la Corte del último Austria”. Temas de Hoy, 2003.

* Maura Gamazo, Gabriel de: “Vida y reinado de Carlos II”. Aguilar, 1990.

* Rey Bueno, Mar: “El Hechizado: medicina, alquimia y superstición en la Corte de Carlos II”. Ediciones Corona Borealis, 1998.


Notas:

(1) Médico flamenco llegado a la Corte de la mano de la reina Mariana de Neoburgo, ejerció una gran influencia en los años finales del reinado.

(2) Duque de Maura: “Vida y reinado de Carlos” (1990), pag. 577.

(3) A.G.P. SA, leg. 645.

(4) Para conocer la labor del Conde de Benavente véase la obra de Mar Rey Bueno: “El Hechizado: medicina, alquimia y superstición en la Corte de Carlos II”. Ediciones Corona Borealis, 1998.

(5) Luis Franccisco de la Cerda y Aragón, IX duque de Medinaceli (1660-1711). Fue virrey Nápoles de 1695 a 1702.

(6) Rey Bueno, Mar: “El Hechizado: medicina, alquimia y superstición en la Corte de Carlos II”. Ediciones Corona Borealis, 1998.

(7) A.G.P. SA, leg. 645.

(8) Duque de Maura, pag. 648.

(9) Íbidem, pag. 648.

(10) Íbidem, pag. 651.

(11) Este tema será tratado con mayor profundidad en futuras entradas.

(12) A.G.P., SA, leg. 645.

(13) Duque de Maura, pag. 667.

(14) Duque de Maura, pag. 670.

(15) Duque de Maura, pag. 669-670.

(16) Diario de la enfermedad del rey D. Carlos Segundo, y cosas sucedidas antes y al tiempo de su muerte. B.N., mss. 2272763, fol. 6vº.