domingo, 15 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (IV PARTE)

Todo parece indicar que don Fernando de Valenzuela, nombrado conductor de embajadores en 1671, se había ya ganado el afecto político y personal de la Reina hacia 1672.

El mote con el que don Fernando fue bautizado en Palacio, el “duende”, encierra el misterio de su favor frente a la Regente. Parece ser que fue su facilidad para averiguar y transmitir a ésta todos los secretos y medias verdades que circulaban por el Alcázar y aún por la Villa y Corte, lo que realmente cautivó a doña Mariana. La facultad del espionaje se convirtió en la principal razón de sus continuados ascensos. Aunque, según Oliván Santaliestra, sería posible justificar el encumbramiento de Valenzuela por el miedo general de la Regente a un entorno hostil: el temor a la gran nobleza encabezada por don Juan José de Austria, al desprestigio real o incluso a la soledad. La reina, a la altura de la década de los setenta, sintió un profundo aislamiento del que hizo responsable a la gran nobleza: ella siempre había desconfiado de los nobles que la rodeaban y en esos momentos, más que nunca, el distanciamiento se acentuó dejándola en una soledad que quiso solucionar con un personaje que pudiera suministrarle toda la información que en la Corte no le era comunicada. Doña Mariana sintió una imperiosa necesidad de conocer todas las intrigas que se sucedían a su alrededor, ya que, encerrada en sí misma y alejada de la nobleza, no podía llegar a las fuentes de información referentes a los movimientos de los grupos cortesanos o a las críticas efectuadas contra su gobierno. La Reina vivía en un constante temor, y saber lo que acontecía a sus espaldas era de sumo valor para la conservación de su poder, por ello confió tanto en Valenzuela, que tenía esa habilidad de descubrir los más insospechados “secretos”.

Fuera por este o por otros motivos, el caso es que Valenzuela se ganó la voluntad de la Reina aunque ésta no fue lo suficientemente suspicaz como para frenar un ascenso, que sólo contribuyó a minar su poder. Sin duda, todas las medidas adoptadas por la Reina para paliar el temor que la abrumaba, fracasaron, y aún empeoraron la situación al desprestigiar irremediablemente su figura.

El advenimiento y vertiginoso ascenso de Valezuela provocaron una nueva campaña de opinión pública en la que los panfletos volvieron a inundar las calles de Madrid ridiculizando al favorito. Aquellas hojas volanderas contenían críticas contra un cortesano cuyo principal crimen era el haber escalado puestos sin méritos aparentes. De nuevo la nobleza y un sector del clero volcaron sus frustraciones políticas sobre un valido vez de porte presumido y política criticada como demagógica, pues la celebración de fastuosos espectáculos teatrales y taurinos fue su magistral fórmula para aplacar los ánimos populares y mantener al joven rey entretenido. Sin embargo, todo este boato de corte en unos momentos de crisis financiera, trató de satisfacer tanto las necesidades de reputación de una monarquía en constante competencia con los lujos de las cortes europeas, como las propias aspiraciones personales de un Valenzuela que quiso integrarse en un mundo de fuertes envidias políticas haciéndose partícipe de la cultura de los más altos magnates de la corte de Madrid (1). Sin embargo, el favorito de bajos orígenes fue duramente vilipendiado por aquellos Grandes de los que con tanta ansia esperaba una aceptación.

Estos ataques no se limitaron a la política de congratulaciones festivas con el rey: su programa de venta de cargos para aliviar las deudas reales, unido a su escandaloso ascenso ante el abismo existente entre su condición social y los cargos obtenidos, actuaron como una ofensa difícilmente perdonable por la alta nobleza.

Sin embargo, Valenzuela no tuvo fracasos sonados y tampoco ejerció un poder político inusitado como se ha querido ver. Si Valenzuela cobró protagonismo fue por convertirse a finales de la regencia, en la representación en persona de lo que los nobles consideraban una injusta repartición de mercedes por parte de la persona real.

En 1674 y ante la cercana mayoría de edad de Carlos II, estipulada por Felipe IV a los 14 años y que llegaría en 1675, se formó la Casa del Rey, cuyos nombramientos enervaron aún más a la gran nobleza.

Conforme se acercaba se acercaba la fecha de la mayoría de edad del Rey Carlos (6 de noviembre de 1675) crecía la tensión política que se vivía en la Corte, donde todo el mundo tomaba posiciones. Mariana de Austria deseaba por encima de cualquier otra consideración, que cuando llegase ese momento el hermano del Rey, don Juan José de Austria, estuviese lejos de Madrid y, si ellos fuese posible, de tierras ibéricas.

La Regente era consciente de que las grandes limitaciones de Carlos seguramente iban a impedirle gobernar con su propio discernimiento: su hijo podía ser una fácil víctima de aquellos nobles ambiciosos de los que doña Mariana. Además en aquellas fechas comenzó a percibirse en el comportamiento de Carlos II cambios, unidos sin duda a la adolescencia, que no tardarían en manifestarse en una abierta rebeldía del mismo contra la autoridad materna.

Mientras todo esto sucedía, estaba comenzando a dar sur frutos una trama urdida por los "descontentos" que, amparados y apoyados por don Juan José de Austria, que era quien en realidad movía todos los hilos de la conjura, querían ganarse la voluntad de Carlos II y, con el pretexto de liberarlo del cautiverio de su madre, poner fin a los desagravios e injusticias que el gobierno de la Regente había cometido contra ellos. La mayoría de edad del Rey era la única esperanza para cambiar el rumbo de una política cortesana de abusos, basada en un patronazgo ilegítimo y mal administrado. Sólo la voluntad del monarca que ahora iba asumir sus funciones podía corregir los desvíos de una madre excesivamente protectora: los conjurados ofrecían a aquel adolescente en plena edad de la rebeldía liberarse de las ataduras de una madre posesiva.

Don Juan había acercado hacía su causa a aquellas personas más cercanas a su hermano. estos personajes le presentarían ante Carlos II como el único con capacidad, experiencia y méritos demostrados, para sacar adelante a la Monarquía. Don Juan debió aparecer ante la infantil mente de Carlos II como una especie de héroe.

En este ambiente, doña Mariana trató de encontrar la manera legal de seguir asesorando a su hijo después del cumplimiento de su mayoría de edad; así el día 4 de noviembre de ese año de 1675, dos días antes del esperado cumpleaños del Rey, el secretario de la Junta emitió un decreto a Carlos II por el que ésta se auto-prorrogaba dos años más en sus funciones ante la falta de capacidad del Rey para gobernar. Pero Carlos, aquel adolescente testarudo, y ahora moldeado por los discursos de los conjurados, asombró a todos por su rebeldía y se negó a firmar. Don Juan José ya había recibido por aquel entonces una orden de su hermano Carlos II solicitando su presencia en la corte el día seis de noviembre, día de su cumpleaños: "Día seis, juro y entro al gobierno de mis Estados. Necesito de vuestra persona a mi lado para esta función y despedirme de la Reina, mi Señora y madre. Y así miércoles, a las diez y tres cuartos os hallaréis en mi antecámara, y os encargo el secreto" (2)

El 6 de noviembre don Juan, según lo acordado, llegó al Alcázar entre los vítores y alabanzas del pueblo. Pronto acudió a su cita, pues la entrevista con el monarca estaba fijada para poco antes de las once de la mañana. Conducido por el conde de Medellín a través de las habitaciones reales, entró en la cámara del Rey donde se produjo un emotivo encuentro en el que seguramente se intercambiaron palabras de agradecimiento y compromiso. La hora de la misa a la que iban a asistir todos los Grandes interrumpió la entrevista de rey y bastardo; Carlos indicó a su hermano que se dirigiera al Palacio del Buen Retiro y que esperara sus órdenes. Acto seguido se dirigió a la Capilla de Palacio. Doña Mariana, que no se encontraba allí, seguramente enferma por la mala noche pasada y los nervios de la llegada de don Juan José, se había excusado y recluido en sus habitaciones en espera de lo que pudiera suceder. Tras la misa y el “Te Deum”, Carlos se dirigió hacia la cámara de su madre para recibir la felicitación por su catorceavo cumpleaños. Doña Mariana reprendió a su hijo por su comportamiento infantil y desobediente y al final de la reunión entre madre e hijo, con claros síntomas en el rostro de la tensión vivida y de las lágrimas vertidas, Carlos II dió marcha atrás en su decisión de amparar a su hermano don Juan y, por recomendación de su madre, le ordenó que marchase con destino a Mesina (Sicilia) aduciendo que ese era el mayor servicio que podía prestar a su real persona. La decepción de don Juan José debió de ser grande cuando recibió aquella misiva, sin duda, el Rey se había dejado influenciar por su madre; poco podía hacerse tras aquel comunicado, pues en la voluntad del monarca empezaba y acababa toda esperanza política: don Juan y el resto de conspiradores se vieron obligados a salir de la corte a la espera de otras oportunidades.

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(1) Sobre las intenciones políticas de don Fernando de Valenzuela a través de la celebración de grandiosos espectáculos teatrales véase Sanz Ayán, Carmen; "Pedagogía de reyes : el teatro palaciego en el reinado de Carlos II. Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia".

(2) Sobre esta instrucción secreta consúltese la obra de Gabriel de Maura: "Vida y reinado de Carlos".

Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Fernando de Valenzuela: orígenes, ascenso y caída de un Duende de la Corte del Rey Hechizado". Universidad Rey Juan Carlos. 2008


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