jueves, 12 de diciembre de 2013

"España contra Cataluña", mentiras fundacionales del nacionalismo catalán


Llevamos ya unos días de polémica sobre el famoso simposio de la discordia "España contra Cataluña" organizado por el Institut d'Estudis Catalans, bajo el amparo de la Generalitat catalana presidida por Arturo Mas, y como parte por los fastos del 300 aniversario de la toma de Barcelona por las tropas borbónicas en1714, la conocida como Diada.

Parece claro ya con el título que el fin último de este simposio tiene poco de histórico y mucho de político. En este sentido, una de las voces más autorizadas, el hispanista inglés John H. Elliot (autor entre otros de "La rebelión de los catalanes (1580-1649)"), mostró su perplejidad al conocer el contenido de las jornadas y no quiso conocer ni la primera circular del programa: “No vale la pena ni hablar. Con ese título (España contra Cataluña) ya sé que no me interesa. Es muy poco histórico y no tiene rigor ninguno. Es un disparate”. Por otra parte, José Álvarez Junco, catedrático de Historia de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, afirmó tras leer la circular que el esquema previo no tiene nada que ver con un simposio histórico o debate científico porque ya se dan por predeterminadas las conclusiones. Y cita que el mismo prólogo ya da por sentado las relaciones “siempre represivas” de España hacia Cataluña o las “condiciones de opresión del pueblo catalán”. A juicio de Álvarez Junco, la obligación de un historiador es conocer el pasado de la mejor forma posible aunque no necesariamente debe ser aséptica. “Pero una cosa es conocer el pasado y otra utilizarlo para fines políticos”, afirmó. “Lo que hubo entonces eran guerras internacionales y de dinastías entre los Borbones y los Hasburgo, que tenían el apoyo de Inglaterra. Y eso no tiene nada que ver absolutamente con los catalanes”, cuenta.

A cuento de todo esto me gustaría recuperar una de mis entradas más populares y que, en su día, parece que levantaron alguna ampolla entre alguna personas con ciertas sensibilidades catalanistas y que por otra parte tiene mucho que ver con la biografía en la que estamos sumergidos en mis últimos posts, la del Príncipe de Darmstdt, de la que en breve publicaré una nueva parte:

LA DIADA O LA GRAN MENTIRA DEL NACIONALISMO CATALÁN

El 11 de septiembre de 1714 las tropas borbónicas comandadas por el Duque de Berwick, James Fitz-James, tomaban, tras un largo y doloroso asedio de casi un año, la ciudad de Barcelona, penúltimo reducto austracista en la Península (el último sería Cardona 5 días más tarde, mientras que Mallorca sería tomada en julio de 1715), poniendo prácticamente fin a la contienda sucesoria española entre Austrias y Borbones, iniciada en 1701 a nivel europeo y en 1705 en suelo peninsular.

Precisamente este hecho de armas, la toma borbónica del Barcelona el 11 de septiembre de 1714, constituye el mito fundacional del nacionalismo catalán. No me detendré a comentar la endeble afirmación de que Cataluña era una "nación" independiente hasta la toma de Barcelona por el Duque de Berwick, pues el hecho se cae por su propio peso. Baste sólo recordar el gran esfuerzo que la Corona hizo durante los reinado de Felipe IV y de Carlos II para defender la frontera catalana de las agresiones de Francia. Si acaso podríamos hablar de la efímera "República Catalana" proclamada el 17 de enero de 1641 por la Junta de Brazos presidida por Pau Claris, a raíz de los hechos del Corpus de Sangre de 1640, y que apenas duraría hasta el 23 de enero de ese mismo año, cuando la citada "República" se entregaría en régimen de vasallaje a Luis XIII de Francia. Cataluña, por tanto, formaría parte del Reino de Francia hasta la toma de Barcelona por parte de las tropas de Juan José de Austria en 1652.

Centrémonos pues en el momento sucesorio: el 1 de noviembre de 1700 moría Carlos II declarando como sucesor a su sobrino-nieto, el Duque de Anjou, Felipe de Borbón, hijo segundo del Delfín de Francia y nieto de Luis XIV. El nuevo rey, Felipe V, de tan solo 17 años de edad, entró en España el 22 de enero de 1701 por Irún, llegando a Madrid el 18 de febrero donde se alojaría en el Palacio del Buen Retiro, aunque la entrada oficial no tendría lugar hasta el 14 de abril de ese mismo año. Comenzaba el reinado del primer Borbón en España.

1. Felipe V, obra de Niccola Vaccari (Piacenza, Galleria Alberoni)

Se puede afirmar que el testamento de Carlos II fue aceptado de manera general en todos los reinos de la Monarquía de España, aunque también es justo decir que inicialmente existió una cierta reticencia por parte de los estados de la Corona de Aragón por el secular enfrentamiento contra Francia, en especial en el frente pirenaico-catalán (aún estaba demasiado reciente la toma de Barcelona por parte de las tropas francesas en 1697 tras un duro asedio), y que veían ahora entronizarse al nieto del que tanto sufrimiento había generado: Luis XIV.

Otro elemento fundamental para entender a la Cataluña de la época es la pujante burguesía mercantil que se había ido desarrollando en el Principado a lo largo del reinado de Carlos II y que había logrado poco a poco hacerse con el control político y económico del territorio en alianza con las estructuras y redes político-económicas anglo-holandesas, en especial durante el virreinato del Príncipe de Darmstadt (1698-1701), que como hemos visto en anteriores entradas, mantenía una estrecha relación con importantes personajes de la Plana de Vic y con agentes comerciales extranjeros, entre los que destacaban Francesc Macià y Mitford Crowe (futuro signatarios del Paco de Génova de 1705). Otros destacados personajes de este entramado político-comercial fueron Narcís Feliú de la Penya (1), Josep Narcís, Joan Kies, Arnoldo Jäger, Cristófol Lledó, Llorenç Lledó, Joan Llinàs, Onofre Sidós, Pau i Dalmases, Jaume Teixidor, Joan Bòria, Joan Lapeira, Amador Dalmau, Francesc Dalmau, Pere Dalmau, Joan Puigguriger, etc (2). Todos estos hombres tenían un claro perfil pro-austracista ya que consideraban que la llegada al trono español de un Borbón acabaría con sus privilegios comerciales en favor de Francia (comercio con las Indias, importación-exportación con la propia Península, acceso a los mercados italianos, etc)

Sin embargo, y a pesar de este lobby comercial catalano-anglo-holandés, la manifestaciones populares y oficiales catalanas en favor de Felipe V fueron generales y la literatura panegirista exaltó al nuevo monarca y a la nueva dinastía, salvando incluso el hecho de que Felipe V fuese francés. Así, el catalán Raymundo Costa escribía en su “Oración panegírica” (1701): “Felipe quinto para Cataluña no es extraño, sino patricio, Natural, y buen Catalán, quando la Sangre Real, que alienta sus venas ha salido de los cristales transparentes de esta perenne y clara fuente de Nobleza del Principado de Cataluña”. Por su parte, el también catalán Francesc Brú señala en su “Lamentación fúnebre” (1700): “el Rey es español por más que haya nacido en Francia. Porque los reyes toman la naturaleza de la Corona, no de la cuna; de los reinos en que mandan, no de las tierras en que nacieron [...] venga a España el serenísimo Felipe de Francia y será más español que nosotros, pues a nosotros nos hizo españoles la tierra, y a Felipe el Cielo, a nosotros la cuna y a Felipe la Corona”.

Desde la llamada “Acadèmia dels Desconfiats” (núcleo del austracismo), si bien se exaltaron las supuestas relaciones idílicas entre el Principado y el fallecido Carlos II, también se defendió al nuevo Rey. Los académicos aceptaron el Testamento Real como última muestra de fidelidad hacia el amado Carlos II. Este argumento de defensa del nuevo Rey se basaba sobre todo en el principio de la unidad e indivisibilidad de la Monarquía, que constituía el eje central del testamento carolino, pensándose que quién la podía defender mejor era la potencia más fuerte de ese momento, es decir, la Francia de Luis XIV, abuelo del nuevo Rey Católico. El punto de referencia de este austracismo catalán fue, por tanto, la exaltación de España. Paradójicamente sólo entre declarados filipistas, como Pellicer y Copons o Josép Aparici, se glorificó a Cataluña.

Una de las obras cumbre de la “Acadèmia” fueron las “Nenias Reales” que lloraban la muerte de Carlos II. En ellas, el anteriormente citado Raymundo Costa, escribía que Carlos II había dado la corona a Felipe de Anjou para que la conservase unida como “cuerpo uno y sin división de partes [...] cuerpo político, civil y místico de España” que está de acuerdo en esta Sucesión. Pero a añadía que tal “cuerpo natural” de España tenía tres cabezas: el rey legítimo español y catalán, Felipe V; las Cortes de los reinos y la Fe.

En este ambiente las principales instituciones de Cataluña (el Consell del Cent, la Diputación General de Cataluña, la Universidad,...) no cesaron en hacer llegar al nuevo Rey la necesidad de su pronta venida y la exhortación a celebrar Cortes, lugar donde Felipe V debía jurar a sus reinos y éstos prestar juramento a su Rey. Así todo quedaría conforme al Testamento de Carlos II y a las leyes, fueros y privilegios de Cataluña. Además, con la llegada de Felipe V a España los comunes catalanes exaltaron los buena nueva con celebraciones de todo tipo, destacando entre todas ellas las “Festivas aclamaciones” celebradas en Barcelona por los representantes de las instituciones catalanas junto al virrey Conde de Palma, sucesor en el cargo del Príncipe de Darmstadt, durante las cuales se leyeron romances, poemas, villancicos y letrillas de loa y alabanza a Felipe V.

Es en este contexto de regocijo por el nuevo Rey y de fidelidad hacia su persona, es cuando se produce la visita de Felipe V a Cataluña del 24 de septiembre de 1701 al 8 de abril de 1702, con el objetivo principal de la celebración de Cortes. Cataluña esperaba llena de expectación la primera visita del nuevo Rey, una visita especialmente sentida, pues hacía setenta años, desde la visita de su bisabuelo Felipe IV en 1632, que un soberano español no visitaba el Principado.

Felipe V debía hacer todo lo necesario para consolidar el trono recién heredado. Su abuelo Luis XIV le había aconsejado visitar inmediatamente los reinos de la Corona de Aragón para celebrar el preceptivo y recíproco juramento real en las Cortes. En la Corona de Castilla, tenida por más dócil, el día 8 de mayo se había realizado en la Iglesia de los Jerónimos de Madrid el juramento y pleito homenaje, pero se había evitado la reunión de Cortes, temidas como fuente de potenciales problemas y conflictos (recuérdese que no se celebraban Cortes en Castilla desde 1658). Pero en la vida política de Cataluña, Aragón y Valencia, las Cortes eran esenciales y resultaba conveniente celebrarlas, aun a costa de los habituales riesgos y dificultades. Felipe V salió de Madrid con destino a Barcelona el 5 de septiembre. En su viaje pasó por Alcalá, Guadalajara, Torija, Algora, Alcolea, Maranchón, Tortuera, Used, Daroca, Cariñena, Muel, Zaragoza, a donde llegó el día 16 y donde permaneció hasta el 20 de septiembre, para después partir de nuevo rumbo a Villafranca, Pina, Bujaraloz, Fraga y Lérida, donde juró los privilegios de la ciudad. De allí a Cervera, en que se repitió la misma ceremonia, y a continuación Bellpuig, Igualada, Piera, Martorell y Barcelona. Durante todo el camino el paso del carruaje real atrajo a mucha gente. Las autoridades y el pueblo acudían a contemplar al nuevo soberano y a rendirle homenaje.

A medida que el Rey se iba acercando a la capital catalana aumentó el número de personalidades que se adelantaban a recibirle y darle la bienvenida: Universidad de Barcelona, oidores del General de Cataluña, el Consell de Cent, destacando el discurso del Conseller en Cap:

Senyor, la Ciutat de Barcelona se postra humil als Reals peus de V.M. en protestació de son verdader rendiment, y ab expressió del imponderable jubilo ab que celebra lo feliz arribo de V.M. gloriantse de la ditxa li cap, que V.M. la favoresca ab sa Real presencia, y si be est tan rellevant favor, lo te sa innata fidelitat a agigantat […]”.

No faltaron tampoco las multitudes y las aclamaciones en el recibimiento dispensado al soberano, a lo largo del camino y en los alrededores de la ciudad. El relato publicado por la Diputació del General resaltaba las aclamaciones hechas a Felipe V cuando nada más llegar a Barcelona salió a saludar al balcón de palacio: “el numeroso concurso que llenaba la espaciosa plaza empezó en alegres y festivas afectuosas aclamaciones a repetir: “Viva, viva nuestro Rey Felipe Quinto” [...] y sobre las voces echaban los sombreros al aire” (3). Sin embargo, el momento culminante se produjo con la entrada triunfante y solemne de Felipe V en la ciudad el día 2 de octubre, día en que toda la capital catalana se engalanó y mostró todos los esplendores del arte efímero barroco para aclamar a su nuevo Rey.

El día 4 se celebró el doble juramento recíproco del Rey y de los representantes del Principado. Felipe V juró las Constituciones de Cataluña y los catalanes le juraron fidelidad y le prestaron homenaje como su rey y señor. Finalmente, el día 12 de octubre tuvo lugar la inauguración de las Cortes catalanas que eran muy esperadas por no haberse celebrado desde 1599, bajo el reinado de Felipe III, pues las de 1626 (continuadas en 1632), ya bajo el reinado de Felipe IV, no llegaron a cerrarse.

Las Cortes catalanas, inauguradas el 12 de octubre, estuvieron funcionando durante tres meses. Como era propio de las Cortes su funcionamiento consistía en una dura negociación, en que el Rey trataba de obtener los mayores recursos posibles a cambio de las menores concesiones y el Reino buscaba conseguir el máximo de leyes favorables a sus intereses políticos, económicos y sociales y el máximo de reparación de agravios cometidos, por el mínimo de donativo. Uno de los temas más calientes fue el asunto de las desinsaculaciones, por la que las Cortes reclamaban que Felipe V renunciara a la prerrogativa que, acabada la Guerra de Secesión Catalana en 1652 tras la toma de Barcelona por don Juan José de Austria, Felipe IV se había reservado, consistente en el poder de desinsacular sin juicio previo a los insaculados en las bolsas de la Diputació del General y del Consell de Cent. Se produjo un duro tira y afloja que tuvo como resultado la renuncia al tema de las desinsaculaciones por parte de las Cortes para salvar el resto de lo pactado con el Rey. A pesar de esto, el balance de las Cortes resultó muy positivo para Cataluña, sobre todo teniendo en cuenta que hacía casi 100 años que no se celebraban. Uno de los aspectos más interesantes de estas Cortes fueron las reformas económicas, encaminadas a favorecer la recuperación catalana, ya en marcha, facilitando las actividades comerciales. Tres medidas destacaban por su importancia: la autorización para erigir una casa de puerto franco en Barcelona, el permiso para enviar cada año dos barcos catalanes a América (se rompía así el monopolio castellano con las Indias, secular reclamación de la Corona de Aragón y de Cataluña en particular) y la creación de una junta encargada de proyectar y fundar una Compañía Náutica Mercantil y Universal. Se daba, por tanto, satisfacción a la importante burguesía mercantil catalana citada anteriormente.

En compensación de todas estas concesiones reales, las Cortes catalanas otorgaron a Felipe V un donativo de un millón y medio de libras. Además, para celebrar la conclusión de las Cortes y premiar los servicios prestados, así como para estrechar los lazos de los catalanes con la Corona, el Rey concedió una serie de gracias a numerosas personas (títulos nobiliarios, privilegios de nobles, nombramientos como ciudadanos honrados, etc). Podemos decir, sin duda, que tanto desde el punto de vista de Felipe V como desde el punto de vista de los catalanes el balance de las Cortes de 1701-1702 fue claramente positivo.

En el Principado se produjo también el encuentro entre Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, tras su boda por poderes del 11 de septiembre en Turín. Nuevas celebraciones por la llegada de la Reina engalanarían la ciudad condal.

El 8 de abril de 1702, y obligado por el inicio de las acciones bélicas, Felipe V dejaba Barcelona poniendo rumbo a Italia en medio de un clima general de fidelidad y amor al monarca, hasta el punto que Feliú de la Penya señalaba que jamás vio tales muestras de amor hacia un rey (4).

Se puede afirmar, por tanto, que tras las Cortes la popularidad de Felipe V en Cataluña se había incrementado hasta niveles altísimos. De igual modo, cuando el 20 de diciembre de 1702 Felipe V regresó de Italia y entró en Barcelona fue recibido mejor que cuando llegó a la ciudad por primera vez para celebrar Cortes (5). El ambiente general era, por tanto, de optimismo y esperanza en el futuro y solo la guerra europea que había estallado ya en Italia, ensombrecía la situación. Nada hacía presagiar el estallido del conflicto civil en 1705, o al menos abiertamente.

¿Qué hizo por tanto estallar el conflicto y la desafección catalana?

Aunque no hay duda de que el rencor a la Casa de Borbón que muchos catalanes guardaban aún como recuerdo de las últimas guerras contra Luis XIV o la fidelidad a la Casa de Austria fueron también destacados factores, hay que decir que fue el conflicto entre la camarilla reformista hispano-francesa de Felipe V y el “lobby” comercial catalano-anglo-holandés agrupado en torno a la figura del Príncipe de Darmstadt, que veía con recelo el predominio francés en la Corte, que podría poner en peligro sus intereses económicos personales y de grupo, el hecho que les llevó a romper con el felipismo reformista y a apoyar al archiduque Carlos de Austria que contaba, además, con el apoyo de las potencias marítimas, Inglaterra y Holanda, que como hemos visto habían tejido importantes redes clientelares y comerciales en territorio catalán, y que además se sentían traicionadas por Luis XIV, al no cumplir éste el último tratado de reparto de la Monarquía de España aceptando para su nieto la integridad de la herencia de Carlos II.

En 1704, el archiduque Carlos, proclamado públicamente 1 año antes en Viena como legítimo Rey de España con el nombre de Carlos III, desembarcó en Lisboa haciendo un llamamiento al pueblo español para alzarse contra Felipe V. Durante la segunda mitad de 1704 el soporte social del austracismo aumentó entre las élites sociales y políticas catalanas, valencianas y aragonesas e incluso en puntos de Castilla. Con la amplificación del ambiente austracista se extendieron las revueltas por Valencia y Cataluña, y los sediciosos fueron acercándose a Barcelona hasta sitiarla con la ayuda de la flota anglo-holandesa el 29 de agosto de 1705, hasta la capitulación el 9 de octubre de aquel año. Se iniciaba una guerra civil que habría de durar hasta 1715 con la caída de Mallorca.
                 
    2. Carlos III de Austria como Conde de Barcelona (Museu Palau Mercader dels Comtes de Bell-Lloc, Cornellà del Llobregat).

Podemos concluir, por tanto, que Felipe V fue aceptado mayoritariamente en Cataluña y que fueron, principalmente, los intereses económico-personales de la élite catalano-anglo-holandesa los que arrastraron al resto del Principado a la rebelión y a una de las más terribles guerras que jamás tuvieron lugar suelo hispano, unas causas bien distintas de las esgrimidas por el nacionalismo catalán desde finales del siglo XIX, cuando inició a conmemorarse la Diada, en aquel tiempo de los nacionalismo decimonónicos radicales surgidos de las Revoluciones Industriales y el odio hacia la inmigración y el control del Estado.

Tras conocer la historia podemos afirmar que fueron las propias élites proto-burguesas catalanas las que llevaron a Cataluña a perder sus libertades y todos los beneficios salidos de las Cortes de 1702 y a demonificar a un Rey que, sin embargo, había sido más generoso con ellos que ningún otro en la historia. Sin embargo, tras la caída de Barcelona en 1714, Felipe V no se mostró tan comprensivo como lo había sido Felipe IV tras la reconquista de 1652, y por ello no perdonó tal desafección y traición a su persona tras todo lo hecho por Cataluña en las Cortes de 1702 y su meses del estancia en el Principado durante los que tuvieron lugar tantos juramentos de fidelidad hacia su real persona … se imponía la Nueva Planta.

Como conclusión, hay que recordar también que, tras la Paz de Viena de 1725, en la que Carlos VI reconoció finalmente a Felipe V como Rey de España y que supuso la vuelta a la Península de muchos exiliados austracistas desde Viena e Italia, los hijos y nietos de aquellos que se habían alzado en armas contra "El Animoso" acabarían poco a poco integrándose en el nuevo estado borbónico formando una nueva burguesía comercial al abrigo de la Corona, que ya bajo los reinado de Carlos III y Carlos IV harían de Cataluña el gran centro económico-comercial de la Península.

Fuentes:

* Espino López, Antonio: “El frente catalán en la Guerra de los Nueve Años, 1689-1697”. Universidad Autónoma de Barcelona, 1994.

* Pérez Samper, Mª de los Angeles: “Felipe V en Barcelona: un futuro sin futuro”. Ediciones Universidad de Salamanca.

* Peña Izquierdo, Antonio Ramón: “El Cardenal Portocarrero y el primer gobierno de Felipe V. (1698-1705)”. Universidad Autónoma de Barcelona, 2005.

* Reglà, J. : “Els virreis de Catalunya”. Vicens-Vives, 1980.

Notas:

(1) Narcís Feliú de la Penya (o Narciso Feliú de la Peña) está considerado el ideólogo de este grupo mercantilista catalano-anglo-holandés con su obra “Fénix de Cataluña” (1683), aunque últimamente se está poniendo en duda la autoría del mismo.

(2) Peña Izquierdo, Antonio Ramón: “El Cardenal Portocarrero y el primer gobierno de Felipe V. (1698-1705)”. Universidad Autónoma de Barcelona, 2005.

(3) Festivas demonstraciones, pag. 19.

(4) Pérez Samper, Mª de los Angeles: “Felipe V en Barcelona: un futuro sin futuro”, pag. 104.

(5) Albareda, J: “El catalans i Felip V”.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Encuentro con Sir John Elliott en la Biblioteca Nacional


Durante la tarde de ayer tuve uno de los honores más grandes que puede tener un amante de la Historia y, en concreto, del siglo XVII español como yo: estrechar la mano del que probablemente sea el hispanista más grande e influyente de nuestro tiempo, Sir John H. Elliott.

Fue durante la presentación de la nueva edición de su clásico "Memoriales y cartas del Conde-Duque de Olivares" en la Biblioteca Nacional de Madrid, en la que estuvo acompañado por los también historiadores Fernando Negredo (que colabora en el libro) y Fernando Bouza.

Del profesor Elliott poco más hay que decir: ostenta los cargos de Regius Professor Emeritus en la Universidad de Oxford y Honorary Fellow del Oriel College de Oxford y del Trinity College de Cambridge, Premio Príncipe de Asturias en 1996 por su contribución a las Ciencias Sociales; Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid, por la Universidad Carlos III, por la Universidad de Sevilla y por la Universidad de Alcalá; pero sobre todo, autor de obras claves para entender el siglo XVII español y que son ya clásicos y fuentes imprescindibles de consulta para cualquier estudiante de Historia, historiador profesional o simple afiicionado como "La España Imperial" (1963), "La Revuelta de los Catalanes" (1963) o la monumental "El Conde-Duque de Olivares" (1986).

Para el recuerdo esa dedicatoria en la primera página.

lunes, 9 de diciembre de 2013

El Príncipe de Darmstadt, de la fidelidad a la Casa de Austria al mito catalán (Parte III)

Retrato de Mitford Crowe, obra de John Smith (1703)
En ocasiones se ha señalado que la presencia del Príncipe de Darmstadt en la Plana de Vic durante los primeros años de servicio en Cataluña va a ser la puerta para establecer contactos con los que más tarde serían líderes de alzamiento austracista contra Felipe V. De ello, sin embargo, no debería deducirse que la formación de un partido imperial en Cataluña fuese fácil, al contrario, a partir de 1699 el desencanto y el escepticismo de Darmstadt crecieron. La indecisión de Leopoldo I para enviar a su hijo el archiduque Carlos a España al mando de un nuevo ejército imperial, los enfrentamientos de Darmstadt con su prima la reina Mariana de Neoburgo, la influencia de la condesa de Berlipsch en el aumento del anti-germanismo que se respiraba en Madrid o el cambio de bando de personajes influyentes como el cardenal Portocarrero, harían que el Príncipe confesara en diversas ocasiones su desconfianza en que Carlos II testara a favor de la Casa de Austria. Su correspondencia con el Conde de Harrach transmitía diversas preocupaciones: la falta de abastecimientos para los regimientos imperiales que continuaban en Cataluña, la debilidad del partido austriaco en la Corte, las amenazas de los ejércitos de Luis XIV, etc. A lo largo de la primavera del año 1700, Darmstadt recibiría noticias sobre en hecho de que en la Corte se estaba planeando la reforma de sus regimientos, lo cual significaba prácticamente su retirada del campo; de hecho, el Príncipe reconocería las enormes dificultades con las que se encontraba para garantizar la supervivencia de sus soldados, que se habían visto reducidos a poco menos de 1.000 hombres. En esta coyuntura, el mes de mayo de 1700, Darmstadt tendría noticia de que Luis XIV enviaba un potente ejército a la frontera pirenaica y 20 barcos de guerra a las costas españolas, y probablemente sería este hecho el que llevaría al Príncipe a buscar el apoyo de viejos conocidos de las comarcas septentrionales, entre ellos Francesc Macià i Ambert, conocido como Bac de Roda. En su carta a Bac de Roda el Príncipe Darmstadt lo llamaba a Barcelona para "comunicarle ciertos negocios secretos e importantes al real servicio que no se pueden fiar a la pluma", negocios que muy probablemente tendrían que ver con la amenaza francesa y con un proyecto de intervención imperial ideado por el propio Darmstadt, que lo había transmitido anteriormente a Harrach, al padre confesor y a la Reina.

La propuesta de Darmstadt consistía en que el Rey ordenara secretamente al Virrey de Sicilia, Duque de Veragua, que contratase 8 barcos  ingleses y holandeses, de los cuales, decía, había muchos en Mesina y Palermo, cifra suficiente para transportar unos 3.000 hombres que deberían reclutarse en el Imperio y embarcar en Trieste, por el ser el puerto más cercano a los países hereditarios (los territorios patrimoniales de la Casa de Austria). Los costes deberían correr a cargo de Leopoldo I, aunque el Virrey de Sicilia debería contribuir también al mantenimiento de las tropas durante el tiempo que durara el viaje. El proyecto también preveía que, si se encontraba la ocasión favorable, se embarcara al archiduque Carlos con las tropas, ya que el Virrey de Cataluña estaba convencido que la presencia del Archiduque en España reforzaría al partido austriaco en la Corte, condicionaría la opinión de Carlos II e incrementaría el apoyo popular a la sucesión en la Casa de Austria.

Pero al mismo tiempo que la propuesta de Darmstadt, la Corte imperial recibiría, el verano de 1700, el testo del último tratado de partición de la Monarquía Hispánica acordado entre Guillermo III de Inglaterra y Luis XIV; la negativa de Leopoldo I a suscribirlo, seguido de la ruptura del acuerdo por parte del Rey de Inglaterra, marcaría un punto de inflexión en las relaciones diplomáticas relativas a la sucesión y también en el posicionamiento de los grupos de poder en la Corte madrileña. Evidentemente, en esta coyuntura, el proyecto de Hesse-Darmstadt no recibiría respuesta por parte de la cancillería imperial.

Otro de los grupos de la Cataluña de fines del siglo XVII que más se implicaría en la cuestión sucesoria va a ser el de los hombres de negocio y, en concreto, el de los agentes comerciales holandeses e ingleses establecidos en el Principado (1). Entre estos personajes, muy influyentes por sus relaciones con la clase política catalana y, también, por sus contactos internacionales, se ha destacado la figura del inglés Mitford Crowe, que habría llegado a Cataluña en los años 1680 para dedicarse a la exportación de aguardientes y al aprovisionamiento de las tropas alojadas en el Principado.

Busto de Francesc Macià i Ambert, Bac de Roda, en la localidad de Roda de Ter (Barceona).
Crowe va a asumir un papel políticamente relevante en los años previos a la Guerra de Sucesión porque compatibilizaría su dedicación al comercio con la política activa en Inglaterra; ésto va a convertirlo en un importante agente internacional, hecho que sería convenientemente explotada por Jorge de Darmstadt incluso antes de ser nombrado virrey. Crowe era considerado por el Príncipe de Darmstadt como "el mejor de mis amigos, que en toda ocasión sin ningún tipo de apariencia de interés, me ha asistido en todo lo que pudo", una amistad que permitiría que los numerosos viajes que realizaba Crowe fueran aprovechados para hacer llegar cartas e informes a diferentes personalidades. La incesante correspondencia epistolar entre Jorge de Darmstadt y el embajador imperial en Madrid, Ferdinando de Harrach, es un buen ejemplo de este hecho: a partir de mes de marzo de 1697, poco tiempo después de la toma de posesión de Harrach como embajador en Madrid, Mitford Crowe se convertiría en el encargado de llevar las cartas e informes de Darmstadt a Madrid.

Durante los años 1701 y 1702 Mitford Crowe sería miembro del Parlamento británico, todo coincidente con el período en que, como se verá más adelante, el Príncipe de Darmstadt, después de haber abandonado ya España, sería enviado a Londres por el Emperador para preparar con Guillermo III la guerra contra Luis XIV y Felipe V. Probablemente, el reencuentro entre Crowe y Darmstadt en Londres va a influir en las negociaciones entre Inglaterra y el Imperio, y quizás fuera también durante este período cuando se va a plantear el que más adelante sería conocido como Pacto de Génova (1705).

El hecho que entre los signatarios del famoso acuerdo de Génova estuviesen, de un lado, Mitford Crowe, y de otro algunos personajes más relevantes de la Plana de Vic como Francesc Macià, Bac de Roda, ambos viejos conocidos y personas de la máxima confianza de Hesse-Darmstadt, llevan a la conclusión de que Jorge de Darmstadt no sólo estaría al tanto de estas negociaciones que se van a llegar a término, sino que, muy probablemente, va a ser uno de sus inspiradores.

CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Más sobre la influencia del lobby comercial catalon-anglo-holandés en el posicionamiento austracista de Cataluña en mi entrada: La Diada o la gran mentira del nacionalismo catalán.


Fuentes: 

*Alvareda Salvadó, Joaquim: "La Guerra de Sucesión de España (1700-1714)". Crítica, 2010.

* López i Camps, Joaquim E.: "El Príncipe Jordi de Hessen-Darmstadt i la Guerra de Succesió. Alguns apunts per una biografia necessària", en "L'Aposta catalana a la Guerra de Successió (1705-1707). Actes del congrés celebrat a Barcelona del 3 al 5 de novembre de 2005 al Museu d'Història de Catalunya". Generalitat de Catalunya, 2007.