domingo, 23 de noviembre de 2014

El Príncipe de Vaudémont: de la pérdida de la Lorena a último gobernador español de Milán (Parte V)

Después de un largo parón, retomo la biografía del Carlos Enrique de Lorena, Príncipe de Vaudémont y último gobernador español de Milán, biografía enmarcada en la serie de los últimos virreyes de Carlos II en Europa, hombres que fueron testigos del cambio dinástico desde su privilegiada y delicada situación. Esta serie comenzó ya hace algunos meses con el Príncipe Jorge de Hesse-Darmastadt, virrey de Cataluña y continuará con el Duque de Medinaceli, virrey de Nápoles, y con el duque Maximiliano Manuel de Baviera, gobernador de los Países Bajos.

Antes de empezar esta nueva entrega os dejo el link a las entradas precedentes para quien quiera releerlas:




Parte 4

Retrato del Príncipe de Vaudémont, Palacio de Commercy (Francia)

Podemos decir que la primera fase del gobierno de Vaudémont en Milán fue el periodo de ostentación y de su sueño principesco, durante el cual estuvo claramente decantado hacia el bando austracista-imperial, y durante el cual mostró un comportamiento de príncipe que quería gobernar el Estado de Milán con grandeza, como si se tratase de su auténtico soberano. Lo extraño que le resultaba el ambiente milanés fue atemperado con un estilo muy personal. Las cenas e invitaciones a palacio y la integración de la ya articulada corte que lo acompañaba a su llegada con la de los nobles lombardos; entre los cuales, además de los Borromeo y los Archinto, estaban los Isimbardi, los Litta, los Príncipes de Trivulzio, el Conde Rossi, representante del Duque de Parma; encontraron la perfección en el mecenazgo teatral y artístico y, sobre todo, en la reestructuración del teatro de la corte, ya puesta en marcha en la primavera de 1699. Fue cada vez más evidente que Vaudémont pensaba a lo grande, y que no se contentaría con ser simplemente el gobernador, sino que deseaba comportarse como príncipe y que además pensaba quedarse allí. Un indicio concreto fue la decisión de no alquilar, como ya había sucedido en el pasado, la residencia de verano, sino adquirir una en la zona de Gorla-Prescotto y acondicionarla a su gusto y necesidades. Allí, en la villa conocida como La Berlingera, en una especie de pavillon adquirido por el conde Cristoforo Angiolini, casado con Maria Guerra, hija del gran canciller, Vaudémont había creado jardines en donde se celebraban las fiestas que, parece ser, "videro scene degne di quelli d'Armida e di Alcina".

Para todo esto eran necesarios grandes medios y, no de forma casual, el príncipe-gobernador pretendió un tratamiento especial en lo respectivo al salario, pidiendo que se le diera el sueldo extraordinario también en tiempo de paz. Por lo demás, los gastos para recepciones y fiestas, la reconstrucción del teatro, la organización de los espectáculos y obras musicales, y el restablecimiento de la corte constituyeron una de las claves de su gobierno y, aunque extremadamente recompensadas por lo que se refiere a la visibilidad, repercutieron profundamente sobre las arcas públicas. Por consiguiente, cada año el magistrado ordinario se vio obligado a dictar ordenes excepcionales para recuperar los fondos necesarios destinados a retribuir al Gobernador, el cual, no obstante, dejó a su marcha una enorme deuda cuyo valor ascendía a más de 30.000 escudos.

La segunda fase de su gobierno (1701-1705) fue en la que, inesperadamente, eligió la opción filo-borbónica y tuvo que organizar la guerra. Por tanto, se vio obligado a re-ordenar su propio gobierno intentando establecer contactos con la clase militar. Antes hay que aclarar el cambio de su posición política y el abandono del apoyo al Imperio. Incluso ya antes de la muerte de Carlos II, Vaudémont estaba entre los que defenderían una opción austracista para la sucesión del Rey, pero se hallaba ahora aislado de la corte de Viena porque, junto al Conde de Melgar, había apoyado la candidatura del príncipe electoral de Baviera José Fernando, este proyecto se vio después truncado por la muerte del pequeño príncipe en 1699 y por una nueva hipótesis sucesoria sustentada por el mismo Emperador, por el embajador cesáreo en Madrid, Conde de Harrach, y por el Marqués de Leganés, que optaban por la opción del archiduque Carlos.

Además de esto, no hay que olvidar que el 13 de marzo de 1700 Luis XIV había firmado en Londres (y después en La Haya el 25) otros acuerdos en los que se establecían los nuevos criterios de repartición de la herencia de Carlos II. Al Delfín de Francia le corresponderían el Reino de Nápoles y Sicilia, los Presidios de Toscana, el Marquesado de Finale en la costa ligur, Guipúzcoa y el Ducado de Lorena. Esto suponía que el Duque de Lorena, Leopoldo, perdería el Estado reconquistado sólo dos años antes, como ya vimos, y se le compensaría con el Ducado de Milán.

En los acuerdos no se hacía ninguna referencia explícita al Príncipe de Vaudémont, aunque es sabido cuánto anhelaba el gobierno del Milanesado y cuanto había luchado para recuperar sus títulos y territorios en Lorena. Por lo tanto, era evidente que no se quedaría de brazos cruzados sin intentar volver a entrar en juego. Puesto que al lado de la Casa de Austria no había obtenido nada y que su valedor en la corte de Madrid, el Conde  de Melgar (Almirante de Castilla desde 1691) había perdido su influencia, y dado que en las consideraciones políticas de Luis XIV, la Lorena y el Milanesado, eran consideradas monedas de cambio para resolver los problemas del equilibrio europeo, después de la muerte de Carlos II, Vaudémont optó por seguir fiel al fallecido monarca, y aceptar su testamento en la persona de Felipe V. La total dependencia del nuevo Rey de su abuelo, la figura política más poderosa de ese momento, hacían que éste fuese el único del que podía esperar un favor y el único que (dado a los asuntos pasados de su padre), el fondo, le debía algo.

Al día siguiente de la toma de posesión de Felipe V, las noticias de los preparativos de una invasión de tropas imperiales en el Milanesado obligaron a Vaudémont a ponerse en contacto con la Congregación del Estado para predisponer el Milanesado a acoger a los contingentes auxiliares que el Rey de Francia se disponía a enviar, lo que supuso grandes tensiones entre este órgano y el Gobernador por temas salariales y de tratamiento de dichas tropas.

La caída de su máximo apoyo en la Corte, el Almirante de Castilla, así como su en principio franco-fobia ponían a Vaudémont en una situación de debilidad de cara a Madrid y París, lo que hacía importante para él mantener un cierto equilibrio y buscar aliados en las instituciones. La cada vez mayor influencia de Luis XIV, ya no sólo en los asuntos madrileños, sino también en el gobierno milanes, hizo entender al Príncipe que de poco podían ya servir los antiguos lazos entre los asiduos de su círculo, o los viejos patronazgos, por lo que de repente se encontró solo para afrontar un escenario nacional e internacional en continuo transformación.

CONTINUARÁ...

Notas

Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Prevenir la Sucesión. El Príncipe de Vaudémont y la red del Almirante en Lombradía". Estudis: Revista de historia moderna. Nº 33, 2007.

* Cremonini, Cinzia: "El Principe de Vaudémont y el gobierno e Milán durante la Guerra de Sucesión Española", en "La pérdida de Europa. La guerra de Sucesión por la Monarquía de España" (ed. Antonio Álvarez-Ossorio, Bernardo J. García García y Virginia León). Fundación Carlos de Amberes, 2007.

4 comentarios:

  1. Eso se llama capacidad de adaptación para sobrevivir en un nuevo entorno. Camaleonismo político. Si no puedes con el enemigo, vete pensando en unirte a él.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Por motivos ajenos a mi voluntad han desaparecido algunos comentarios a mi última entrada del blog, entre otros el tuyo.. Me he puesto en contacto con el foro de ayuda de blogger para ver si logro recuperarlos. Mis disculpas.
    Recuerdo no obstante tu comentario.
    Te cuento: era una simple broma de esas que nos gastamos los que andamos con cosas de historia. Aunque sabes que no soy monárquico también sabes que prefiero a Felipe VI de Jefe de Estado que a sujetos de dudosa catadura moral como Felipe González o Aznar, por muy electos y engañabobos que hayan sido. Dicho esto, también digo que todos deberían estar sometidos a control.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Me temo que Vaudemont no tendrá más remedio, le guste a no, que cambiar su tendencia austracista por proborbónica, aunque durante la guerra muchas personalidades fueron cambiando de chaqueta o de casaca según las guerra fuera virando hacia uno u otro bando, como fue el caso de nuestro duque de Béjar. El caso de Vaudemont era distinto pues era la autoridad imperante en el Milanesado.
    Un beso

    ResponderEliminar
  4. Parece que en él primaba el interés por mantener su estatus, dando la impresión de que cambiaba de bando y sí, es posible, pero una frase del texto, muy importante, hace que su bandeo, sea mucho menos evidente: "Opto por seguir fiel al monarca fallecido y aceptar su testamento...", No sé si la política es el arte de algo, pero que Vaudemont parece tenerlo para sobrevivir es evidente. Aunque no adelantemos acontecimientos. Ya veremos...
    Un saludo.

    ResponderEliminar