domingo, 11 de enero de 2015

El Príncipe de Vaudémont: de la pérdida de la Lorena a último gobernador español de Milán (Parte VII y Final)

1. Retrato del Príncipe de Vaudémont. Palacio de Commercy (Francia).

Tras el fracaso borbónico a las puertas de Turín (14 de mayo - 7 de septiembre de 1706) se produce el derrumbe del frente lombardo que culmina con la entrada victoriosa del ejército imperial comandado por el príncipe Eugenio de Saboya en la ciudad de Milán el 24 de septiembre de 1706. El Príncipe de Vaudémont había huido días antes, dejando una guarnición en el castillo que aún resistiría un tiempo a la caída de la ciudad, así como numerosas deudas, lazos amistosos y, en el Carmelo de San Marco, muebles y carrozas, como si estuviera convencido que que podría volver tarde o temprano. Llevó consigo a su mujer y también a la joven esposa del Duque de Mantua. su cuñada, que también huía de aquel Ducado y de su marido. Todos ellos se refugiaron en Francia, estableciéndose en Commercy, cuyo señorío le fue cedido en 1708 por su hermana Ana, Princesa de Lillebonne En la ciudad lorenesa, una especie de enclave entre el Ducado Lorena y el Condado de Bar, Vaudémont vio pasar los últimos años de su vida, intentando mantener vivos los contactos y las amistades con muchos de los nobles que había conocido en Milán y que, en algunos casos, emprendieron el viaje para, en presencia del último gobernador español del Milanesado, quejarse de la nueva trayectoria impuesta por la restauración habsbúrgica y aprovecharse del acceso de Vaudémont al París de Luis XIV, donde el Príncipe a menudo permaneció. 

2. Vista del Palacio de Commercy en tiempos de Vaudémont.

Del mismo modo, también en Commercy el Príncipe de Vaudémont quiso dejar su huella, derribando, en un primer momento, el viejo castillo habitado en el Seiscientos por el Cardenal de Retz y confiándole en 1709 la reconstrucción (que duró alrededor de 10 años) al arquitecto Nicolás de Orbay a partir de los planos efectuados por Germain Boffrand. Se reorganizaron completamente las espacios internos y externos, dándole al complejo formas más principescas. La reestructuración arquitectónica incluyó también toda la instalación urbana de las aldeas circunstantes a la ciudad. Y, por supuesto, además de construir esa espléndida fachada, quiso también recrear aquella vida de corte, sin la que no podía siquiera concebir su existencia. Sin embargo, el sueño del Estado duró muy poco. Cuando en 1723 Vaudémont murió, tanto su mujer como su hermana lo habían precedido, y Europa entera ya había cambiado de forma permanente las posiciones políticas. Antes que se firmaran los tratados de paz de Utrecht y Rastadt (1713-1714), en su testamento de 1710, Vaudémont había decidido que quería ser enterrado en la iglesia de la cartuja de Bosserville en Nancy, donde deseaba que fueran llevados los restos mortales de su padre, enterrado en Coblenza. Nombró heredero a su bisnieto Leopoldo de Lorena, pero quiso dejar el usufructo de los bienes a su mujer, o en caso de muerte de ésta, a su hermana Ana. En cambio, después de disponer grandes cantidades de dinero para compensar a los servidores más merecederos y para celebrar en iglesias y monasterios misas por la salvación de su alma, quedaba muy poco, además de la simple propiedad de sus tierras y de los títulos ligados a éstas. Incluso el funeral no podía pagarse sin vender los muebles, que también tenían que servir para pagar a los acreedores. El eco de los fastos de los que se había rodeado, el prestigio y los reconocimientos que había anhelado toda su vida, quedarían grabados de forma permanente en el Palacio de Commercy, una especie de pequeña Versalles y última corte de un príncipe que había representado la identidad lorenesa, desde siempre en vilo entre la lealtad al Imperio y la Casa de Austria y a la alianza filo-francesa. Había entrelazado sus asuntos personales y dinásticos con los partidos y facciones ligadas al despertar de la idea imperial y a la necesidad de la sucesión española; un hombre que habría querido ser soberano, pero que lo había perdido todo, menos su identidad de príncipe.

FIN.

Notas

Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Prevenir la Sucesión. El Príncipe de Vaudémont y la red del Almirante en Lombradía". Estudis: Revista de historia moderna. Nº 33, 2007.

* Cremonini, Cinzia: "El Principe de Vaudémont y el gobierno e Milán durante la Guerra de Sucesión Española", en "La pérdida de Europa. La guerra de Sucesión por la Monarquía de España" (ed. Antonio Álvarez-Ossorio, Bernardo J. García García y Virginia León). Fundación Carlos de Amberes, 2007.

2 comentarios:

  1. Al final lo perdió todo, incluso la vida.
    Como diría Jorge Manrique:
    "Nuestras vidas son los ríos
    que van a dar en el mar, que es el morir;
    allí van los señoríos
    derechos a se acabar y consumir;
    allí, los ríos caudales,
    allí los otros medianos,
    y más chicos;
    allegados, son iguales
    los que viven por sus manos
    y los ricos."
    Un saludo.

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  2. Murió en un momento en que el panorama político en el que él había nadado se había trastocado en Europa y parecía que su papel en la obra de teatro del escenario diplomático y militar tocaba a su fin. Como buen noble de su época, siguió las formas del ars moriendi legando su fortuna y repartiéndola en favor de su alma y de sus descendientes, intentando que su labor quedase grabada a fuego en la memoria de la historia.
    Un beso

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