martes, 16 de octubre de 2018

El VIII Conde de Oropesa, una breve biografía (PARTE VII)

1. Retrato del príncipe electoral José Fernando de Baviera, obra de Joseph Vivien (1698). Königliches Schloss Berchtesgaden.

El 20 de septiembre de 1697, apenas dos meses después de la caída de Barcelona en poder de los ejércitos de Luis XIV, las coronas de España y Francia firmaban la paz en Ryswick. El monarca galo devolvía a Carlos II Barcelona (que fue desalojada en febrero de 1698) y el resto de la Cataluña ocupada (Gerona, Urgel, Palamós, Rosas...), así como el Ducado de Luxemburgo y las plazas de Charleroi, Mons, Ath y Courtrai. Carlos II por su parte cedía a Francia la mitad oriental de la Isla de Santo Domingo. 

En enero de 1698 llegaba a la Corte el nuevo embajador de Luis XIV, el Marqués de Harcourt, que tenía como misión crear un partido favorable a la sucesión borbónica de Carlos II usando para ello ingentes cantidades de dinero y favores, en oposición al partido pro-imperial comandado por el don Juan Tomás Enríquez de Cabrera, Almirante de Castilla y la reina Mariana de Neoburgo y a la posición intermedia defendida por Portocarrero y aprobada por el Rey en 1696: la sucesión en la persona del príncipe electoral José Fernando de Baviera.

En estos complicados momentos finiseculares es cuando se produce el retorno de Oropesa a la Corte. Fue la reina Mariana de Neoburgo, la principal culpable de su caída en 1691, la que ahora en marzo de 1698, con la recomendación del Almirante, volvía a reintegrarlo como Presidente de Castilla y Primer Ministro de facto. El partido imperial integrado, además de por la propia Reina y don Juan Tomás, por otros destacados miembros como el Conde de la Corzana, el Marqués de Leganés o el Conde de Cifuentes, quería contar con don Manuel Joaquín para oponer su fuerte personalidad y su larga experiencia gubernamental a los intentos de asaltar el poder por parte de los "francófilos".

A pesar de esto, lo cierto es que el nuevo gobierno del Conde de Oropesa fue el responsable de promulgar el segundo testamento de Carlos II el 14 de noviembre de 1698, en que coincidiendo sustancialmente con el primero dado en junio de 1696, se nombraba heredero al príncipe José Fernando de Baviera, hijo del elector Maximiliano II Manuel de Baviera y de la archiduquesa María Antonia de Austria, sobrina de Carlos II. Dada la minoría de edad del príncipe bávaro se nombraba Regente a su padre, a la sazón Gobernador General de los Países Bajos desde 1692. En el interregno se harían cargo del gobierno el propio Oropesa y el Secretario del Despacho Universal, Antonio de Ubilla. El Rey habría firmado el testamento el 11 de noviembre, solo un mes después de que se conociese el Tratado de Partición entre Luis XIV y Guillermo III de Inglaterra, y al parecer Oropesa y Ubilla lo llevaron en secreto para que ni la Reina, ni el Almirante, tuvieran conocimiento del mismo.

Para el profesor José Manuel de Bernardo Ares la posición del cardenal Portocarrero fue de disgusto hacia este testamento ya que temía el relevante papel que Oropesa iba a tener en la sucesión bávara. No obstante, Antonio Ramón Peña Izquierdo afirma que Portocarrero tuvo un relevante papel en las negociaciones del Consejo para decantar el voto hacia el testamento en la persona de José Fernando de Baviera y que existió un pacto Oropesa-Portocarrero para sacar adelante el testamento y oponerse al partido imperial liderado por la reina Mariana de Neoburgo, el virrey de Cataluña Darmastadt y el Almirante de Castilla. 

2. Muerte de José Fernando de Baviera en una ilustración del s.XIX.

Sea como fuere, en la madrugada del 5 al 6 de febrero de 1699, a los pocos meses de hacerse público el testamento, moría en Bruselas el pequeño José Fernando de Baviera a los 6 años de edad. Esta muerte rompía la vía intermedia y pacto por la sucesión entre los dos hombres fuertes de la Corte: Oropesa-Portocarrero, dejando solo dos posibles candidatos: el hijo segundogénito del delfín Luis y el segundogénito del emperador Leopoldo I, Felipe de Anjou y Carlos de Austria.

A partir de aquí y coincidiendo con una fase alcista del precio del pan, el Cardenal Primado maniobró para lograr la caída de Oropesa y de los afines a a la Reina, encabezados por el Almirante y la camarilla alemana. Para ello, según Ramón Peña Izquierdo, se propuso organizar un golpe de estado. Dicha conspiración tenía su centro de operaciones en la casa del Marqués de Leganés (sobrino del Cardenal). A estas reuniones acudían, entre otros, los Condes de Monterrey y Benavente. Paralelamente, el embajador francés Harcourt se reunía con el Conde de Monterrey en La Zarzuela planeando un levantamiento popular.

En 28 de abril de 1699, tras un incidente que tuvo lugar en la Plaza Mayor entre el corregidor Francisco de Vargas y una mujer a cuento del precio del pan, se inició un levantamiento popular que al grito de "pan, pan, pan" se dirigió hacia el Real Alcázar tratando de conseguir la presencia de Carlos II para asegurarse la promesa de bajar los precios. No pudieron ver al Rey pero sí al Conde de Benavente, Sumiller de Corps y unos de los conjurados contra Oropesa, que les dijo "que acudiesen al Presidente de Castilla (el Conde de Oropesa), que él les haría justicia". En este momento, la violenta turba se encaminó hacia el palacio del presidente Oropesa situado en la Plazuela de Santo Domingo al que cercaron al grito de "Viva el Rey y muera el mal gobierno" y "muera, muera el perro que nos ha traído esta miseria", al tiempos que se pedía por la baratura del pan y se exigía el nombramiento de don Francisco Ronquillo como nuevo Corregidor. Los congregados forzaron las puertas, lo asaltaron y lo saquearon. Los hombres de Oropesa respondieron abriendo fuego y causando varios muertos, lo que encendió aun más los ánimos.

Ante la gravedad de los hechos, el Gobierno se vio obligado a nombrar a Ronquillo como nuevo Corregidor, quien montando a caballo y con un crucifijo en la mano se dirigió a la residencia de don Manuel Joaquín consiguiendo sacar al Conde y su familia de incógnito, que se refugiaron en las casas del Inquisidor General Tomás de Rocabertí. Entonces Carlos II desde el balcón de Palacio, se dirigió a la muchedumbre, la cual dejó de gritar y le pidieron perdón. El Rey dijo "sí, os perdono, perdonadme vosotros también a mí porque no sabía de vuestra necesidad y daré las órdenes necesarias para remediarla". Por la noche continuaron algunos disturbios, pero los soldados acabaron despejando las calles y haciendo muchas detenciones. El médico real Geleen, en carta al Elector Palatino, escribía que pese a todo Madrid seguía llena de pasquines contra Oropesa y otros germanófilos como el Almirante o el Conde de Aguilar, así como contra la camarilla de la Reina.

Pocos días después, el 9 de mayo, Carlos II escribió al Conde de Oropesa con expresiones de estima y satisfacción de su persona exonerándole de la Presidencia de Castilla por sus achaques para que se retirase a descansar fuera de Madrid, dejándole el goce de sus gajes y emolumentos y, aunque don Manuel Joaquín, según informó el embajador imperial Harrach, solicitó con sumiso fervor ser restituido en su puesto, fueron vanas sus diligencias y se vio obligado a salir de la Corte el día 13 camino de sus estados. Aunque se ofreció la presidencia del Consejo de Castilla a Portocarrero, éste no la aceptó y se le otorgó a don Manuel Arias, Comendador de Malta, cercano al Primado y amigo de Ronquillo y Monterrey.

Días después, el 23 de mayo de 1699 Portocarrero consiguió que Carlos II firmase el destierro del Almirante, quien salió el día siguiente a las 11 de la mañana en un coche de Palacio. Permaneció en Aranjuez varios días cazando y recibiendo amigos y mensajes de la Corte para finalmente dirigirse a Andalucía.

Con los destierros de Oropesa y el Almirante, en los que permanecerían hasta la muerte de Carlos II, el partido imperial quedaría completamente debilitado al perder a sus dos principales cabezas, mientras que la reina Mariana de Neoburgo quedaba acorralada y prácticamente sola al verse obligada a deshacerse de su camarilla, conservando solo a su confesor Gabriel de Chiusa. De esta manera, el Cardenal Portocarrero se hacía con las riendas del poder, consiguiendo agrupar en torno a sí a todo un grupo de Grandes y Títulos, así como entrando en negociaciones con el embajador francés Harcourt, para predisponer al Rey hacia la sucesión en la persona del Duque de Anjou, nieto de Luis XIV, como así acabaría sucediendo en el último testamento de Carlos II del 2 de octubre de 1700.

Desde el sosiego que dan el tiempo transcurrido y desde la quietud de su destierro, Oropesa escribirá el 29 de diciembre de 1699 un largo y sentido memorial para lamentarse ante Carlos II de todo lo acontecido. En él no identificaba sino vagamente a los responsables últimos de la acción política contra él: "...no dejé de reconocer se movía alguna malicia para alterar los ánimos con el motivo del precio del pan...o que la ínfima plebe actuó "algo apoyada de un eclesiástico", sin apuntar a nadie en concreto. Alude "a los que instaron a V.M. a esta resolución (el destierro)" y añade "no será juicio malicioso el creer le atizaron (el tumulto) con la especie de que no era desagrado de V.M...". Pero nada más, ninguna acusación a nadie. Al revés, señala las altas cualidades de quienes concurrieron en el Consejo de Estado, pero no por ello deja sentir su incomprensión hacia el que desde hacía décadas había sido un fiel servidor.


CONTINUARÁ...



  • Bernardo Ares, José Manuel de: "Luis XIV Rey de España,de los imperios plurinacionales a los Estados unitarios (1665-1714)". Madrid, 2008.
  • González Mezquita, María Luz: "Oposición y disidencia en la Guerra de Sucesión española:el Almirante de Castilla". Junta de Castilla y León, 2007.
  • Peña Izquierdo, Antonio Ramón: "La Casa de Palma. La familia Portocarrero en el gobirno de la Monarquía Hispánica (1665-1700)". Univesidad de Córdoba, 2004
  • Ribot García, Luis A.y Enciso Recio, Luis Miguel: "Orígenes políticos del testamento de Carlos II, la gestación del cambio dinástico en España". RAH, 2010.

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