domingo, 22 de marzo de 2020

Vida del último Almirante de Castilla (PARTE IX)

1. "Alegoría de la Vanidad", obra de Antonio de Pereda (1635). Fue una de las obras que el Almirante se llevó consigo a Lisboa. Considerada entonces como una de las obras más bellas de la pintura española. es seguro que don Juan Tomás al contemplarla desde el exilio encontraría mayor sentido a esta alegoría de lo efímero del poder terrenal.

Felipe V entró en Madrid el 18 de febrero de 1701. El Juramento y Pleito Homenaje del Rey y de los Reinos de Castilla y León se celebró, como fue costumbre bajo la Casa de Austria en el Real Convento de San Jerónimo de Madrid el domingo 8 de mayo. El Almirante de Castilla, como la enorme mayoría de Grandes y títulos, aceptó inicialmente al nuevo monarca Borbón prestándole juramento de fidelidad durante aquella ceremonia. 

Poco antes, tras tras la proclamación de Felipe V (24 de noviembre de 1700), el cardenal Portocarrero que ejercía como Gobernador del Reino hasta la llegada del nuevo Rey, reorganizó la Corte y destituyó al Almirante de su puesto de Caballerizo Mayor así como de otros cargos y honores que había disfrutado como Teniente General de Andalucía o General de la Mar y le retiró la llave de gentilhombre en ejercicio, aunque le mantuvo como consejero de Estado.

Cuando el embajador francés Conde de Marcin llegó a Madrid en el verano de 1701, tenía instrucciones muy claras sobre el Almirante: "que era Consejero de Estado; tiene mucha inteligencia, habla bien, afecta predilección por los hombres de letras...Lo peligroso sería colocarlo en los primeros puestos, pues se asegura que si se acercara al rey de España, difícilmente se libraría el príncipe de los artificios que pronto lo habían de conducir a resolver muchas cosas por su voluntad".

2. Detalle de la relación de Grandes y títulos que prestaron juramento e Felipe V el 8 de mayo de 1701 y en la que puede leerse el nombre de el Almirante, en "JURAMENTO Y PLEYTO OMENAGE QUE LOS REYNOS DE CASTILLA Y LEÓN, por medio de sus Capitulares y los Prelados, Grandes, y Títulos, y otras personas, hizieron el día 8 de Mayo de 1701 en el Real Convento de S. Gerónimo, Extramuros de la Villa de Madrid, A EL REY NUESTRO SEÑOR DON PHELIPE QUINTO [...]", escrita por el secretario don Antonio de Ubilla. Biblioteca Nacional de Madrid.

La posición preeminente alcanzada por don Juan Tomás en el reinado anterior, en la que había demostrado una clara inclinación hacia la causa austriaca ahora le pasaba factura. Un año después de la llegada de Felipe V, Marcin informaba que "el Almirante, viendo que desde principios del nuevo reinado se le tenía por sospechoso ha manifestado vivos deseos de venir a Francia en calidad de embajador. El Rey juzgó sería bueno no dejarlo en España". Por eso, Felipe V , poco antes de embarcar rumbo a Nápoles en abril de 1702, firmó el decreto que lo nombraba embajador extraordinario en la Corte de su abuelo Luis XIV para así tenerle alejado de Madrid, aunque no conviene olvidar lo dicho anteriormente: fue el propio don Juan Tomás quien solicitó dicho nombramiento, quizás como subterfugio para llevar a cabo su plan de huida a Portugal. De hecho, si atendemos a lo que cuenta Francisco de Castellví en sus "Narraciones históricas", el Almirante habría dado muestras de su intención de pasar a Portugal antes de su marcha. Así cuando Portocarrero le dijo "La embajada de V.E. será bien extraordinaria”, respondió “Sí, lo será muy mucho”, y “otro día, bajando de palacio diferentes personas le iban cortejando y se volvió hacia ellos, tomando el brazo del conde de la Puebla, que su apellido era Portugal. Les dijo no se cansen que tengo bastante con Portugal. Usó otros muchos términos equívocos sobre su embajada, que nadie penetró”.

Antes de partir el Almirante realizó diversas gestiones para reunir capital que se vieron perjudicadas por la degradación de la categoría de la embajada de extraordinaria a ordinaria, orquestada por Portocarrero, que supuso la reducción del sueldo de don Juan Tomás, quien usando este pretexto solicitó poder tomar 150.000 reales sobre su Casa y estados en Castilla. Por otra parte, solicitó permiso de la reina gobernadora Mª Luisa Gabriela de Saboya para llevar consigo una parte de las obras de arte que albergaba su Palacio situado en el Prado de Recoletos  y cuya colección de pinturas, 989 lienzos según el inventario de 1691 realizado a la muerte de padre, constituía una de las pinacotecas más importantes de Europa con destacadas obras de Tiziano, Rafael, Correggio, Rubens, Van Dyck, Tintoretto, Cambiaso, Veronese, etc (1). Finalmente, el 13 septiembre de 1702 el Almirante inició su viaje, en el que estaría acompañado por el Conde de la Corzana, su confesor jesuita padre Carlos Antonio Casnedi, el también jesuita y diplomático padre Álvaro Cienfuegos, todos ellos futuras figuras importante del austracismo; su sobrino don Pascual Enríquez de Cabrera (2), y un nutrido entourage de unas 300 personas que se desplazaban en 150 carros, 38 de los cuales contenían las algo más de 200 pinturas, 10 juegos de tapices y colgaduras, joyas y plata.

Al despedirse de la Reina pidió una carta especial de recomendación para Luis XIV. El correo que dejó dispuesto para que, corriendo la posta, le alcanzara en el camino la carta, le dio la oportunidad de despedirse de su hermano, don Luis Enríquez de Cabrera, Marqués consorte de Alcañices, que residía en Medina de Rioseco y sirvió de pretexto para desviarse y detenerse en Tordesillas. Cuando recibió el pliego de la Reina, tras tres días de viaje, manifestó contrariedad porque tendría que cambiar el rumbo y leyó a sus acompañantes otro que tenía preparado para esa ocasión haciéndolo pasar por una orden de Mª Luisa Gabriela para pasar a Portugal, en calidad de embajador extraordinario, con motivo de las negociaciones originadas por la presencia en Cádiz de la armada anglo-holandesa para así asegurar el apoyo portugués. Los mismos argumentos esgrimió en Zamora para explicar su presencia en la ciudad, pero éstos no fueron convincentes para el gobernador don Francisco Pinel y Monroy, quien despachó correo a la Corte pidiendo instrucciones.

El Cardenal Portocarrero y el presidente don Manuel Arias tuvieron dudas o pensaron que se trataba de una huida voluntaria que iba a librarlos de futuros problemas y no hicieron nada para evitar que el Almirante atravesara la frontera por Alcañices. Una vez en territorio portugués manifestó que no estaba en contra del Rey, pero consideraba oportuno alejarse hasta que Felipe V pudiera tener mejor información de su inocencia sin las tergiversaciones que recibía de parte de sus enemigos, declarando estar convencido que la embajada en Francia se la dieron para tenerle dominado y conseguir su ruina. A pesar de ello, dio libertad a sus criados para seguir con él o volverse a España. Su secretario, Miguel de San Juan, y algunos otros volvieron a España, sin embargo Cienfuegos, Casnedi y Juan Ignacio de Aguirre, comensal; el Conde de la Corzana; el médico de la casa, Gabriel Joli; su secretario particular; su mayordomo, caballerizos, etc, así como su sobrino don Pascual, continuaron el viaje junto a él.

3. Vista del Paço da Ribeira de Lisboa, residencia de los reyes portugueses, a comienzos del s.XVIII.


Finalmente, don Juan Tomás Enríquez de Cabrera, VII Duque de Medina de Rioseco y XI Almirante de Castilla, acompañado de sus más fieles, haría su entrada en Lisboa el 23 de octubre de 1702. Pasaría a residir en una casa de campo junto el río Tajo en Belém conocida como Quinta do Conde de São Laurenço. El 7 de diciembre sería recibido en audiencia privada en el Paço de Corte-Real por el rey Pedro II de Portugal y al día siguiente por la Reina viuda de Inglaterra, Catalina de Bragança. Días antes había escrito al Conde de Waldstein embajador extraordinario del Emperador, comunicándole su llegada al reino luso y mostrando su disposición a cumplir con sus grandes obligaciones con la Casa de Austria. Pedro II consideró que sería más prudente que el Almirante no declarara abiertamente los fines de su viaje. Así, don Juan Tomás mantuvo comunicación con el embajador imperial pero con la discreción necesaria para no molestar al Rey y para mantener ocultos los verdaderos fines de su viaje a Portugal.

Mientras tanto, el embajador de Felipe V en Lisboa, el napolitano Marqués de Capecelatro, tuvo conversaciones secretas con el sobrino del Almirante, el citado Pascual Enríquez, y lo ayudó para que volviera a España. La Reina lo aprobó con satisfacción y recibió una carta de agradecimiento del Marqués de Alcañices. La familia no le fue fiel a don Juan Tomás, la conveniencia fue más fuerte que las convicciones o los sentimientos de solidaridad familiar y eso les acabó repercutiendo de manera positiva en el futuro, permiténdoles reclamar los derechos como sucesores de su herencia, ya que el Almirante no tuvo hijos. Este argumento había sido parte de la justificación que Capecelatro hizo en su intermediación para conseguir el regreso del sobrino del Almirante. Para los Enríquez era fundamental mantener una buena relación con Felipe V ya que de ello dependía su propia subsistencia.

Una de las primeras cartas que había escrito don Juan Tomás desde Portugal fue el 13 de octubre para su hermano, el Marqués de Alcañices, quien le contestó el 6 de noviembre de 1703 en estos duros términos:

"Vista vuestra resolución y oydo vuestra carta quisiera daros a entender el dolor que crecio en semejante novedad teniendo por inciertas sus verdaderas noticias hasta que me las acreditais con unas frivolas disculpas en cuya inteligencia quisiera que las voces primeras de mi respuesta correspondieran al tratamiento de unas obras no hallando modo de empezar esta carta sino con pluma humediza del corazon en mis ojos escribe mi congoja, dicta mi pena y sella mi quebranto, pues si os llamo pariente, infamo mi linaje, si amigo me acuso de desleal, si Señor, desdoro mi grandeza, si para este fin comenzare por vuestro nombre, si porque ya vos sois vos".

Alcañices no ocultaba su temor a que la huida de su hermano a Portugal fuera perjudicial para los intereses de su Casa, pues ya el día 10 de octubre se había decretado el embargo y secuestro de todos los estados, bienes y rentas libres y de mayorazgo, así como de los papeles del archivo y contaduría del Almirante de Castilla. El 1 noviembre se notificaba ya que el embargo de los bienes de don Juan Tomás en las casas de los Mostenses y el Prado había finalizado y que se continuaría en las casas de San Joaquín, llamadas de don Pedro de Aragón.

CONTINUARÁ...


Notas:

(1) Cédula de la Reina Gobernadora permitiendo al Almirante sacar bienes del Reino. 12 de septiembre de 1702. Se le autoriza a “extraer de estos Reinos en 38 carromatos, una galera y 14 acémilas, diferentes cajones y cofres que llevan diez tapicerías y colgaduras, 22 arcas de agua y vino, 200 pinturas, su ropa y vestidos usados de su persona y mesa y la de los criados que van con él y la plata labrada de su servicio”.

(2) Pascual Enríquez de Cabrera (Madrid, 1682- id.1736), era hijo don Luis Enríquez de Cabrera Toledo, VIII Duque de Medina de Rioseco (desde 1705) y de doña Teresa Enríquez Enríquez, VIII Marquesa de Alcañices. Tras la muerte de su padre en 1713 se convierte en IX Duque de Medina de Rioseco, además de XII Conde de Melgar, IX Marqués de Alcañices y IV Oropesa, Señor de Aguilar de Campos, Bolaños, Castroverde, Mansilla, Palenzuela, Tamariz, Tarifa, Torrelobatón y Villabrágima. Fue además heredero de los bienes de su tío. Al volver a España fue perdonado por Felipe V y el 30 de abril de 1726 tomó posesión de la famosa huerta de Recoletos, que permanecerían poco tiempo en el patrimonio familiar, ya que 7 años después su hermana María Almudena Enríquez de Cabrera (†1741) la vendió al abogado y miembro del Consejo de Hacienda don Juan Brancacho, mientras que él ocupaba las casas de los Mostenses. Don Pascual murió sin hijos y al no poderle suceder su hermana ya que la sucesión estaba sujeta a agnación rigurosa, tras largo pleito el Consejo de Castilla dictamina el 23 de octubre de 1756 adjudicar la sucesión al Conde de Benavente, al tener el derecho por la línea de Alonso Enríquez, I señor de Medina de Rioseco, cuya hija, Leonor Enríquez, casó con Rodrigo Alonso Pimentel, II conde de Benavente.


Bibliografía:

  • Agüero Carnerero, Cristina: "El ocaso de los Enríquez de Cabrera. La confiscación de sus propiedades y la supresión del almirantazgo de Castilla". Tiempos modernos: Revista Electrónica de Historia Moderna, Vol. 8, Nº. 33, 2016.
  • Delaforce, Ángela: "From Madrid to Lisbon and Vienna : the journey of the celebrated paintings of Juan Tomás Enríquez de Cabrera, Almirante de Castilla". Burlington magazine, Vol. 149, Nº 1249, 2007, págs. 246-255.
  • González Mezquita, María Luz: "Oposición y Disidencia en la Guerra de Sucesión Española. El Almirante de Castilla". Junta de Castilla y León, 2007.
  • León Sánz, Virginia: "El fin del Almirantazgo de Castilla: don Juan Tomás Enríquez de Cabrera", en Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, 42. Madrid, 2003.

domingo, 1 de marzo de 2020

Vida del último Almirante de Castilla (PARTE VIII)

1. Retrato del Cardenal Portocarrero en la Sala Capitular de la Catedral de Toledo. Siglo XIX.


En la madrugada del 5 al 6 de febrero de 1699, a los pocos meses de hacerse público el testamento de Carlos II, moría en Bruselas el príncipe electoral José Fernando de Baviera a los 6 años de edad. Este hecho rompía la vía intermedia y pacto por la sucesión entre los dos hombres fuertes de la Corte: el Conde de Oropesa y el Cardenal Primado Portocarrero. A partir de aquí y coincidiendo con una fase alcista del precio del pan, Portocarrero maniobraría para lograr la caída de Oropesa y de los afines a a la Reina, encabezados por el Almirante de Castilla. 

En 28 de abril de 1699, tras un incidente que tuvo lugar en la Plaza Mayor entre el corregidor Francisco de Vargas y una mujer a cuento del precio del pan, se inició un levantamiento popular que ha pasado a la historia como Motín de los Gatos y que fue utilizado por el Cardenal Primado, Francisco Ronquillo Briceño, antiguo Corregidor de Madrid; y el Conde de Benavente, Sumiller de Corps, entre otros, para lanzar a la masa enfurecida contra Oropesa, Presidente de Castilla, y el Almirante de Castilla, a los que responsabilizaban de sus miserias.

El 9 de mayo y ante la gravedad de los disturbios, Carlos II escribió al Conde de Oropesa con expresiones de estima y satisfacción de su persona exonerándole de la Presidencia de Castilla por sus achaques para que se retirase a descansar fuera de Madrid, dejándole el goce de sus gajes y emolumentos. La Presidencia del Consejo de Castilla a fue ofrecida entonces a Portocarrero, quien no la aceptó y se le otorgó a don Manuel Arias, Comendador de Malta, cercano al Primado y amigo de Ronquillo, que a sus vez había sido nombrado de nuevo Corregidor de Madrid durante los tumultos.

Días después, el 23 de mayo, Portocarrero consiguió que Carlos II firmase el destierro del Almirante, al que se le permitía elegir un lugar a treinta leguas de la Corte y se le ordenaba no acercarse ni volverse sin licencia por convenir a su servicio y "a la quietud que él le había pedido en varias ocasiones". Antes de salir de Madrid, el Almirante se reunió con el resto de componentes del partido austriaco y se decidió que el nuevo cabeza fuese el Conde de Aguilar. Don Juan Tomás Enríquez de Cabrera salió el 24 de mayo a las 11 de la mañana en coche de Palacio, permaneció en Aranjuez varios días cazando y recibiendo amigos y mensajes de la Corte para finalmente dirigirse rumbo a Andalucía.

Don Juan Tomás fue privado del oficio de Caballerizo Mayor, así como de los cargos de Teniente General de Andalucía y de General de Mar e incluso de  lallave dorada de Gentilhombre de Cámara, aunque se le mantuvo plaza de Consejero de Estado.

El alejamiento de Palacio suponía alejarse de su lugar privilegiado junto al Rey y el cese de su capacidad de influir en la voluntad regia. El Almirante se dejó contagiar entonces de un humor bucólico. Así se refería el 14 de julio de 1699 en carta al Príncipe de Vaudémont, Gobernador de Milán y hechura suya, desde la ciudad de Granada: "Mi ausencia de la Corte la motivó aquel ridículo motín de que no te hablo más largo por considerarte con distintas noticias de él. Yo no sé si me ha sido de más satisfacción que de disgusto".

El calor de Granada en pleno estío se mezclaron con la aparente resignación del patrón desterrado quien de nuevo a carta a Vaudémont 22 de septiembre escribía de este modo: "te gozarás de tenerme fuera de la Corte en un tiempo tan lleno de confusión, desbarato y sin decoro. Yo paso aquí la vida bien divertido en el paraje más ameno buscando el ejercicio y hallando la salud en el campo, pudiendo decirte con verdad que ha muchos años que no paso días tan sosegados, tan serenos y tan gustosos".

Meses después y con Carlos II al borde de la muerte, éste pidió el 2 de octubre de 1700 al Cardenal Portocarrero que redactara un documento en los términos en que su padre redacto el suyo, solicitó que todos se retiraran y se quedó a solas con el Primado quien requirió la presencia de don Manuel Arias para redactar los principales artículos del testamento asistido por don Sebastián Cortez. A pesar de mantenerse oculto a la Reina, parece ser que el Conde de Aguilar lo descubrió y junto a los partidarios de la causa imperial trató de impedir su firma. A pesar de todo el Rey rubricó el testamento y lo ratificó en un codicilio del 10 de octubre. El mismo rezaba así:

"declaro ser mi sucesor (en el caso que Dios me lleve sin dejar hijos) al Duque de Anjou, segundo hijo del Delfín; y como tal le llamo a la sucesión de todos mis reinos, y dominios sin excepción de ninguna parte de ellos".

La muerte del Rey se produjo el 1 de noviembre. El embajador imperial Harrach, tras escuchar la lectura del testamento, escribió a su padre: "Todo esto es consecuencia de la traición de la Reina y de sus lados".

Las noticias de la muerte del Rey y de su indulto sorprendieron al Almirante en Granada de donde pasó a Sanlúcar de Barrameda y luego a la Corte. La Real Chancillería que vino a saber de su viaje le pidió que suspendiera la marcha hasta que la provisión Real le fuera notificada, pero éste hizo caso omiso y cuando en Antequera le alcanzó el Alcalde Mayor que la llevaba excusó el cumplimiento escribiendo a la Chancillería el día 5 de noviembre que estaba dispuesto a cumplir lo que el Tribunal estimase del servicio del Rey pero que siendo ya público su deseo de pasar a Sanlúcar le sería satisfactorio se le permitiera ejecutarlo ya que no podían "que no podían dejar de estar muy en su reverente memoria las demostraciones con que la soberana grandeza del Rey había querido desde el primer día honrar su persona, casa y grados que se sirvió conferirle, con distinciones tan hijas de su Real benignidad e inerrable soberanía, como proporcionadas a su propio decoro y al  que piden los caracteres del ministerio en que tanto interesa el ser vicio de S. M.". Finalmente la Chancillería no sólo se autorizó la continuación del viaje, sino que se dieron órdenes para facilitarle auxilios y escolta si la necesitase.

Finalmente, el Almirante llegaría a Madrid el 6 de noviembre. Allí comenzó a hacer ostentación de su cargo de Caballerizo Mayor, con la librea y las carrozas del Rey. Esta actitud fue mal vista y le aconsejaron que moderara su presentación en público. No mantenía su buena relación con la Reina viuda y suponía que había sido sacrificado por ser incondicional de su servicio mientras que ella le recriminaba por haberle atraído el odio público por tenerle a su servició.

Como vimos, no parece que don Juan Tomás realizase en Granada actividades fuera de lo previsible, pero sí hizo viajes a sus posesiones y siguió preocupándose por las cuestiones políticas. En carta fechada el 30 de julio de 1700 escribía desde Medina de Rioseco al Duque de Medinaceli, Virrey de Nápoles, una premonitoria carta:

"Vine de Andalucía a estos terrones de Castilla donde se vive con alguna diversión de la caza y con más quietud de la que cabe en tan lastimosa hora...Por acá todos son discursos o lamento sobre la común ruina y viendo este tamaño mal aun es mucho mayor la infamia que la pérdida de todo y no se puede tener otra esperanza del remedio que la que pende únicamente de la providencia porque nuestros pasos son lentos o tan ningunos hacia las disposiciones necesarias que mirados de este retiro y desde el mayor desengaño lastiman no poco. Si tienes altar obligaciones que no dudo, tomarás las medidas que te debes a ti mismo, al honor de tan grande vasallo...te he de seguir en todo pues tus resoluciones son las que se encaminan a la honra, la obligación y acierto...en todo estoy contigo...Vencer o Morir. El Almirante".


CONTINUARÁ...



  • Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Prevenir la sucesión. El príncipe de Vaudémont y la red del Almirante en Lombardía", en Estudis: Revista de historia moderna, Nº 33, 2007, págs. 61-91.
  • Cremonini, Cinzia: "La parábola del Príncipe de Vaudémont, entre austracismos e intereses personales", en Espacio, Tiempo y Forma, Nº 31, 2018, págs. 103-121.
  • González Mezquita, María Luz: "Oposición y Disidencia en la Guerra de Sucesión Española. El Almirante de Castilla". Junta de Castilla y León, 2007.