domingo, 1 de marzo de 2020

Vida del último Almirante de Castilla (PARTE VIII)

1. Retrato del Cardenal Portocarrero en la Sala Capitular de la Catedral de Toledo. Siglo XIX.


En la madrugada del 5 al 6 de febrero de 1699, a los pocos meses de hacerse público el testamento de Carlos II, moría en Bruselas el príncipe electoral José Fernando de Baviera a los 6 años de edad. Este hecho rompía la vía intermedia y pacto por la sucesión entre los dos hombres fuertes de la Corte: el Conde de Oropesa y el Cardenal Primado Portocarrero. A partir de aquí y coincidiendo con una fase alcista del precio del pan, Portocarrero maniobraría para lograr la caída de Oropesa y de los afines a a la Reina, encabezados por el Almirante de Castilla. 

En 28 de abril de 1699, tras un incidente que tuvo lugar en la Plaza Mayor entre el corregidor Francisco de Vargas y una mujer a cuento del precio del pan, se inició un levantamiento popular que ha pasado a la historia como Motín de los Gatos y que fue utilizado por el Cardenal Primado, Francisco Ronquillo Briceño, antiguo Corregidor de Madrid; y el Conde de Benavente, Sumiller de Corps, entre otros, para lanzar a la masa enfurecida contra Oropesa, Presidente de Castilla, y el Almirante de Castilla, a los que responsabilizaban de sus miserias.

El 9 de mayo y ante la gravedad de los disturbios, Carlos II escribió al Conde de Oropesa con expresiones de estima y satisfacción de su persona exonerándole de la Presidencia de Castilla por sus achaques para que se retirase a descansar fuera de Madrid, dejándole el goce de sus gajes y emolumentos. La Presidencia del Consejo de Castilla a fue ofrecida entonces a Portocarrero, quien no la aceptó y se le otorgó a don Manuel Arias, Comendador de Malta, cercano al Primado y amigo de Ronquillo, que a sus vez había sido nombrado de nuevo Corregidor de Madrid durante los tumultos.

Días después, el 23 de mayo, Portocarrero consiguió que Carlos II firmase el destierro del Almirante, al que se le permitía elegir un lugar a treinta leguas de la Corte y se le ordenaba no acercarse ni volverse sin licencia por convenir a su servicio y "a la quietud que él le había pedido en varias ocasiones". Antes de salir de Madrid, el Almirante se reunió con el resto de componentes del partido austriaco y se decidió que el nuevo cabeza fuese el Conde de Aguilar. Don Juan Tomás Enríquez de Cabrera salió el 24 de mayo a las 11 de la mañana en coche de Palacio, permaneció en Aranjuez varios días cazando y recibiendo amigos y mensajes de la Corte para finalmente dirigirse rumbo a Andalucía.

Don Juan Tomás fue privado del oficio de Caballerizo Mayor, así como de los cargos de Teniente General de Andalucía y de General de Mar e incluso de  lallave dorada de Gentilhombre de Cámara, aunque se le mantuvo plaza de Consejero de Estado.

El alejamiento de Palacio suponía alejarse de su lugar privilegiado junto al Rey y el cese de su capacidad de influir en la voluntad regia. El Almirante se dejó contagiar entonces de un humor bucólico. Así se refería el 14 de julio de 1699 en carta al Príncipe de Vaudémont, Gobernador de Milán y hechura suya, desde la ciudad de Granada: "Mi ausencia de la Corte la motivó aquel ridículo motín de que no te hablo más largo por considerarte con distintas noticias de él. Yo no sé si me ha sido de más satisfacción que de disgusto".

El calor de Granada en pleno estío se mezclaron con la aparente resignación del patrón desterrado quien de nuevo a carta a Vaudémont 22 de septiembre escribía de este modo: "te gozarás de tenerme fuera de la Corte en un tiempo tan lleno de confusión, desbarato y sin decoro. Yo paso aquí la vida bien divertido en el paraje más ameno buscando el ejercicio y hallando la salud en el campo, pudiendo decirte con verdad que ha muchos años que no paso días tan sosegados, tan serenos y tan gustosos".

Meses después y con Carlos II al borde de la muerte, éste pidió el 2 de octubre de 1700 al Cardenal Portocarrero que redactara un documento en los términos en que su padre redacto el suyo, solicitó que todos se retiraran y se quedó a solas con el Primado quien requirió la presencia de don Manuel Arias para redactar los principales artículos del testamento asistido por don Sebastián Cortez. A pesar de mantenerse oculto a la Reina, parece ser que el Conde de Aguilar lo descubrió y junto a los partidarios de la causa imperial trató de impedir su firma. A pesar de todo el Rey rubricó el testamento y lo ratificó en un codicilio del 10 de octubre. El mismo rezaba así:

"declaro ser mi sucesor (en el caso que Dios me lleve sin dejar hijos) al Duque de Anjou, segundo hijo del Delfín; y como tal le llamo a la sucesión de todos mis reinos, y dominios sin excepción de ninguna parte de ellos".

La muerte del Rey se produjo el 1 de noviembre. El embajador imperial Harrach, tras escuchar la lectura del testamento, escribió a su padre: "Todo esto es consecuencia de la traición de la Reina y de sus lados".

Las noticias de la muerte del Rey y de su indulto sorprendieron al Almirante en Granada de donde pasó a Sanlúcar de Barrameda y luego a la Corte. La Real Chancillería que vino a saber de su viaje le pidió que suspendiera la marcha hasta que la provisión Real le fuera notificada, pero éste hizo caso omiso y cuando en Antequera le alcanzó el Alcalde Mayor que la llevaba excusó el cumplimiento escribiendo a la Chancillería el día 5 de noviembre que estaba dispuesto a cumplir lo que el Tribunal estimase del servicio del Rey pero que siendo ya público su deseo de pasar a Sanlúcar le sería satisfactorio se le permitiera ejecutarlo ya que no podían "que no podían dejar de estar muy en su reverente memoria las demostraciones con que la soberana grandeza del Rey había querido desde el primer día honrar su persona, casa y grados que se sirvió conferirle, con distinciones tan hijas de su Real benignidad e inerrable soberanía, como proporcionadas a su propio decoro y al  que piden los caracteres del ministerio en que tanto interesa el ser vicio de S. M.". Finalmente la Chancillería no sólo se autorizó la continuación del viaje, sino que se dieron órdenes para facilitarle auxilios y escolta si la necesitase.

Finalmente, el Almirante llegaría a Madrid el 6 de noviembre. Allí comenzó a hacer ostentación de su cargo de Caballerizo Mayor, con la librea y las carrozas del Rey. Esta actitud fue mal vista y le aconsejaron que moderara su presentación en público. No mantenía su buena relación con la Reina viuda y suponía que había sido sacrificado por ser incondicional de su servicio mientras que ella le recriminaba por haberle atraído el odio público por tenerle a su servició.

Como vimos, no parece que don Juan Tomás realizase en Granada actividades fuera de lo previsible, pero sí hizo viajes a sus posesiones y siguió preocupándose por las cuestiones políticas. En carta fechada el 30 de julio de 1700 escribía desde Medina de Rioseco al Duque de Medinaceli, Virrey de Nápoles, una premonitoria carta:

"Vine de Andalucía a estos terrones de Castilla donde se vive con alguna diversión de la caza y con más quietud de la que cabe en tan lastimosa hora...Por acá todos son discursos o lamento sobre la común ruina y viendo este tamaño mal aun es mucho mayor la infamia que la pérdida de todo y no se puede tener otra esperanza del remedio que la que pende únicamente de la providencia porque nuestros pasos son lentos o tan ningunos hacia las disposiciones necesarias que mirados de este retiro y desde el mayor desengaño lastiman no poco. Si tienes altar obligaciones que no dudo, tomarás las medidas que te debes a ti mismo, al honor de tan grande vasallo...te he de seguir en todo pues tus resoluciones son las que se encaminan a la honra, la obligación y acierto...en todo estoy contigo...Vencer o Morir. El Almirante".


CONTINUARÁ...



  • Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Prevenir la sucesión. El príncipe de Vaudémont y la red del Almirante en Lombardía", en Estudis: Revista de historia moderna, Nº 33, 2007, págs. 61-91.
  • Cremonini, Cinzia: "La parábola del Príncipe de Vaudémont, entre austracismos e intereses personales", en Espacio, Tiempo y Forma, Nº 31, 2018, págs. 103-121.
  • González Mezquita, María Luz: "Oposición y Disidencia en la Guerra de Sucesión Española. El Almirante de Castilla". Junta de Castilla y León, 2007.

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