miércoles, 31 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XXIII)


"Viage del Rey N°.S. don Carlos II a Aragón. Año 1677"

Dejando a parte las reformas de don Juan, de las que me ocuparé en una específica entrada, se puede afirmar que uno de los hechos más destacados del gobierno juanista fue la convocatoria de las Cortes del Reino de Aragón de 1677, con las cuales el bastardo pretendía cumplir con la obligación moral de recompensar el apoyo recibido por los regnícolas aragoneses durante tantos y tantos años de lucha contra la Regencia.

Sin embargo, como afirma la profesora Castilla Soto (1), la convocatoria de las Cortes aragonesas traería de su mano un enorme agravio comparativo frente a otros territorios, singularmente Castilla, Valencia y Cataluña.

Este viaje del rey Carlos a tierras aragonesas, a parte de la histórica obligación de los monarcas, tiene su origen en una embajada de aragoneses que vinieron a la Corte a solicitar la presencia regia en Zaragoza:

“...vinieron embajadores de Aragón, como consecuencia de que el Rey fuese a jurar sus fueros para poder ejercer jurisdicción en aquel reino. Hablan al Rey representándole sus razones con las cartas de creencia y memoria, pidiendo que se remita al Consejo de Estado...” (2)

El Rey, a través de la sugerencia de su hermano, y atendiendo a las peticiones de los diputados del Reino, tras la precedente consulta al Consejo de Aragón, mandaba convocar las Cortes del Reino para la primavera de 1677, a cuya apertura acudiría él mismo en persona para jurar observar sus fueros y libertades.

Fueron muchas las razones que abrazaban tal empresa. En primer lugar, la presencia del bastardo juntamente con la del Rey en aquellas sus queridas tierras aragonesas venía a generar el aplauso general de los regnícolas, los cuales veían en don Juan José a un defensor de sus fueros e intereses. Después de todo lo acontecido en tiempos pretéritos, el hecho de ver ahora al Rey convocar Cortes en Aragón, manifestando además a través de su expuesto interés para “pasar después de los demás reinos”, cuando se lo permitiesen, eso sí, los muchos trabajos universales de la Monarquía, provocaba en las gentes de aquella Corona un gozo generalizado.

Se pensaba, una vez más, que había llegado el momento tan ansiado de aquella anhelada armonía entre el absolutismo regio y el foralismo de los reinos periféricos, en donde del sangriento enfrentamiento de la Guerra de Secesión Catalana se pasaba ahora a una etapa de encuentro basado en el diálogo y el consenso (3).

Con todo, la llamada Jornada de Aragón, que se desarrollaría a lo largo de los meses de abril a junio de 1677, vino a configurarse como uno de los más significativos aciertos políticos de cuantos tuviese don Juan durante su gobierno, y en el que sin lugar a dudas consiguiría cimentar las relaciones entre la Corte y los territorios periféricos. Mientras, en Madrid, comenzaban el descontento y las críticas hacia su persona. Detrás estaban sus enemigos políticos, muchos de ellos circundando o asentados en la Corte paralela en que se había convertido la ciudad de Toledo, residencia de la Reina madre.

Con motivo de la Jornada de Aragón, doña Mariana pidió al embajador imperial en Madrid, Conde de Harrach que durante su “representación” con don Juan le hiciera la petición de encontrarse con su hijo antes de que éste emprendiera tan largo viaje del que podía regresar enfermo o incluso moribundo. La Reina sabía que era poco probable que le consintiera ver a Carlos, sin embargo, y a pesar de todo quería saber cómo había organizado su hijo el viaje y cómo iba a quedar el gobierno mientras tanto, pues durante aquella ausencia de don Juan y el monarca, podía ponerse en contacto con la Corte de Madrid y aprovechar la coyuntura para reforzar su partido, peligrosamente debilitado, pero que podía resurgir en cualquier momento si los planes políticoreformistas de don Juan José fracasaban.

Quedaba el gobierno de Madrid confiado al cardenal Pascual de Aragón, al presidente de Castilla, al Duque de Alba y al Conde de Medellín. El viaje hacia tierras aragonesas, que se se retrasó a causa de uno de los tantos episodios de malestar que experimentaba con frecuencia el joven monarca, permitió a Carlos II conocer de primera mano a quellos súbditos no cortesanos. En su trayecto visitaría los palacios de algunos grandes señores, como el de Guadalajara, perteneciente al Duque del Infantado; pernoctó en las casas cosistoriales de muchas localidades; le agasajaron los diputados de diversas jurisdicciones, visitó iglesias, conventos y monasterios. Un largo viaje en el que gozaría de su afición a los toros, de los ejercicios de equitación y de su pasión por el ritual de las ceremonias religiosas.

Nada mejor que seguir a Fabro Bremundán, criatura de don Juan, en su obra “Viage del Rey Nuestro Señor Don Carlos II al Reyno de Aragón. Entrada de Su Majestad en Zaragoza, juramento de los Fueros y principios de las Cortes Generales del mismo reino, el año de 1677” (4), para conocer el día a día de los lugares y paradas que realizó la regia comitiva, además de los fastuosos recibimientos que el Rey y sus acompañantes iban recibiendo de sus súbditos castellanos y aragoneses, tanto en el viaje de ida a tierras de Aragón, como en el de vuelta, sin olvidar un cambio de última hora como fue el trasladar la reunión, inicialmente prevista para la localidad de Calatayud, a la de Zaragoza.

Narra Fabro como el 21 de abril , según lo determinado (quedando ajustadas las jornadas en 9 de camino y una de descanso en las 50 leguas que hay de Madrid a Zaragoza) partió la comitiva de Su Majestad, a las 10 de la mañana por la puerta de palacio, aquella que era conocida con de la Priora, a fin de evitar el concurso popular, aunque no es menos cierto que una masa significativa de súbditos les acompañarían los primeros kilómetros de viaje.

El 25 de abril las Guardias del Reino de Aragón estaban apostadas cincuenta pasos adentro de la frontera con Castilla, encabezadas por su capitán Alberto Arañón y su yerno Sancho Abarca. Entre las seis y las siete de la mañana apareció el liberado rey Carlos, "muy contento a descubrir su Reyno de Aragon" para jurar sus fueros, junto al nuevo primer ministro Juan José de Austria. Las tropas rindieron honores a su Rey natural, los oficiales le besaron humildemente la mano. El ciclo se estaba cerrando.

Finalmente el Rey hacia su entrada triunfal en Zaragoza el 1 de mayo, acompañado de su séquito de cortesanos y de las autoridades de la ciudad y el Reino. Cabalgando a través de las decoraciones efímeras que la ciudad había dispuesto en honor de Carlos II, la comitiva se dirigió hasta la Iglesia del Salvador, más conocida como La Seo, Una vez dentro y tras un Te Deum, el Rey juró los Fueros:

“...Don Geronimo de Villanueva Fernandez de Heredia, Marques de Villalba, del Consejo de Su Majestad, y su Protonotario de los Reynos de la Corona de Aragon, leyò el Iuramento en voz alta, è inteligible, y como acabava de leer, bolviò Su Majestad el Estoque al Duque de Hijar, y se arrodillò en un Sitial, puesto delante del Trono, tocando el Misal, y la gran Cruz de oro de la Seo, dedicada a este ministerio, y el Iusticia de Aragon en piè, aunque inclinado para tener el Misal de la mano, dijo al Rey: Asi lo jura V.Majestad? A que respondiò en voz alta: Asi lo juro...”

Acto seguido, y respondiendo a sus obligaciones derivadas del cargo que ostentaban, el Protonotario de Aragón pidió licencia para hacer el correspondiente auto certificando el juramento, como también hizo lo propio don Juan Lorenzo Sanz, notario que era de las Cortes, para que de ellos constase al Reino. Tras ello, el 2 de mayo, los diputados se acercaron a dar las gracias por haber jurado los fueros, protocolo que también cumpliría un día después el cabildo metropolitano, además de los jurados y el concejo, como así mismo la asamblea de la religión de San Juan.

En este momento se va a producir, además, un importante cambio en cuanto a la reunión de las Cortes. Sobre ello nos relata Fabro: “habiéndose (como queda dicho a su lugar) intimado de orden del Rey, las Cortes, en Calatayud, y comenzando ya muchos de los convocados a obedecer su real mandado, sin embargo, atendiendo Su Majestad a las representaciones de Zaragoza y otros tribunales, apenas llegado, mudó la primera disposición en congregarlas, en esta última ciudad...para el día catorce del mismo mes de mayo”.

De esta forma, el 14 de mayo el Rey abría unas Cortes que se celebrarían en el salón de San Jorge de las casas de la Diputación y que se prolongarían durante nueve meses. Durante el transcurso de las mismas se trataron diversos temas de los cuales me haré eco en una futura entrada dedicada en específico a ellas por la importancia que revisten.

La estancia regia en la capital maña se prolongaría hasta el 2 de junio cuando acompañado de su comitiva se dirigiría de nuevo a Madrid.

Aquel viaje, a pesar de las pretensiones iniciales por parte de don Juan de evitar gastos superfluos, vino a significar un importante coste económico, contabilizado en 34.694 escudos de plata y 28.315 de vellón, importando ambas partes, reducidas a vellón, un total de 80.356 escudos de a diez reales que hacen 13.392 doblones y 40 reales de vellón que corresponden a 252 doblones al día, en los 53 que duró aquella jornada (5). Sin embargo y a pesar de todo, las Cortes supusieron un éxito para los partidarios de don Juan que recibirían multitud de mercedes reales, que consistieron en dos títulos, doce caballeratos, ventitres hábitos, cuarenta y cinco pensiones monetarias, cuatro plazas de gobiernos y dos encomiendas de Indias, una plaza futura de virreinato, tres oficios para la Casa del Rey o de Don Juan, plazas en Italia, mandos de compañías (6). De esta forma don Juan cumplía con su deber moral para con aquellos que le habían ayudado a llegar al poder.

Además esta celebración de Cortes hizo crecer las esperanzas de los otros reinos forales de la Corona (Valencia y Aragón) de ser premiados también con la presencia regia, hecho que, sin embargo, no se produjo y acabó creando en los mismo un ambiente de crispación con el gobierno juanista.

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Fuentes principales:
* Alvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: “Fueros, cortes y clientelas: el mito de Sobrarbe, Juan José de Austria y el reino paccionado de Aragón (1669-1678)”. Pedralbes: Revista d'historia moderna, ISSN 0211-9587, Nº 12, 1992.

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. “Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.



(1) Castilla Soto, Josefina: “Don Juan José de Austria, su labor política y militar”. Madrid, 1992, pp. 270 y ss.

(2) A.H.N., Estado, Libro 880.

(3) De aquí podemos decir que parte el discurso de la historiografía clásica sobre el llamado Neoforalismo del reinado de Carlos II. El concepto “neoforalismo” es un término que viene a significar la reactivación política de los territorios de la Corona de Aragón, en relación con las instituciones principales de la Monarquía, pero que ha sido bastante relativizado por la actual historiografía sobre el reinado. Un ejemplo en Antonio Alvarez-Ossorio Alvariño: “Neoforalismo y Nueva Planta: el gobierno provincial de la monarquía de Carlos II en Europa” .

(4) Haciendo click sobre el título podréis acceder a la lectura completa de la obra de Bremundán.

(5) A.H.N., Estado, Leg. 4.823.

(6) ACA, CA, 1.368. en “Fueros, cortes y clientelas: el mito de Sobrarbe, Juan José de. Austria y el reino paccionado de Aragón (1669-1678)” de Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio.

lunes, 29 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XXII)

Retrato de don Juan José de Austria por Juan Carreño de Miranda (h.1678), Staatliche Museen de Berlín.


Don Juan llegaba al poder con 48 años de edad, después de toda una vida de servicios a la Monarquía y tras más de diez años de lucha contra la Regencia por hacerse con las riendas del gobierno. Su principal objetivo en esos primeros meses de 1677 fue retirar a la Reina madre de la nueva partida de ajedrez que se estaba empezando a librar en el gobierno.

A mediados de enero, Carlos II, siguiendo las recomendaciones del Conde de Villaumbrosa, trasladó su residencia al Palacio del Buen Retiro con la intención acompañar a su hermano, quien se hospedaba allí desde su llegada a Madrid; organizar el gobierno y alejarse de las influencias de su madre, que quedó aislada en el Real Alcázar. El Conde de Villaumbrosa, presidente del Consejo de Castilla contribuyó así a los planes de don Juan y los conjurados porque resultaba vital para la consecución de los objetivos de los Grandes el alejamiento del Rey de su madre, a la que tenía un miedo reverencial, que no dejaba de suponer un peligro para el carácter indeciso y sumamente maleable del joven monarca.

La Reina intentó por todos los medios a su alcance, comunicarse con su hijo guardando la esperanza de que una única mirada, palabra o gesto en una breve entrevista, lograra enternecer de nuevo su corazón y así renunciar a la fidelidad que ahora rendía a don Juan. El hermano del Rey vetó cualquier contacto entre madre e hijo y tampoco accedió a mantener una audiencia con la Reina. El miedo de don Juan hacia doña Mariana era evidente. En ese sentido las tornas habían cambiado, en aquellos momentos era el bastardo el que, paradójicamente, desde el poder, demostraba y reconocía la poderosa influencia de doña Mariana sobre Carlos, así como su capacidad para atraerlo hacia sí y arrebatarle aquel control que tanto esfuerzo le había costado ganar. Ante esta situación don Juan optó por el remedio ya conocido y practicado en el pasado por la propia Reina: el alejamiento inmediato de la Corte, la custodia de su persona y la emisión de una propaganda política que tergiversara la realidad de un destierro obligado.

A tal punto llegaron los temores de don Juan José que el 3 de febrero, día de San Blas, suspendió la procesión de aquel santo a la que solía acudir con devoción la Reina madre. Su repentina aparición en un acto religioso de tal carga simbólica y el reencuentro espontáneo con su hijo, podían arruinar todos sus planes.

Finalmente, Carlos II, emitió el 17 de febrero de 1677, una real orden para que la Reina saliera inmediatamente de la Corte para fijar su residencia en el Alcázar de Toledo; el Rey arguyó para ello que tal retiro estaba registrado en el testamento de Felipe IV y que por tanto ninguna excusa era válida para desoír la voluntad del rey fallecido. Las razones oficiales que se adujeron para explicar su marcha a Toledo fueron por un lado la causa “legal”, es decir, su retiro estaba convenientemente estipulado en el testamento de Felipe IV (1), y por otro lado, la causa religiosa e histórica: la Reina, a imitación de otros soberanos como Carlos I en Yuste, elegía libremente un retiro espiritual para descansar su alma de los achaques del gobierno, de los que deseaba voluntariamente olvidarse. Estas fueron las dos razones que se plasmaron en la crónica elaborada bajo los auspicios del cardenal Pascual de Aragón para justificar aquella misteriosa e inesperada salida de la Corte de la reina doña Mariana, nada menos que la madre del Rey, viuda de Felipe IV e hija del emperador Fernando III.

La Reina, en el inútil intento por recobrar su arrebatada posición, mantuvo un asiduo contacto con el Monasterio de las Descalzas Reales, donde ilustres mujeres de la familia real profesaban en aquellas fechas: sor Ana Dorotea de Austria, hija natural del emperador Rodolfo y sor Mariana de la Cruz, hija del Cardenal-Infante don Fernando y prima de María Teresa de Francia habitaban el monasterio, tantas veces refugio de oración de reinas e infantas a la vez que reputado reducto de la política imperial. Doña Mariana, que tenía unas fluidas relaciones con sor Mariana y la abadesa del convento, desahogó su malestar por el alejamiento de su hijo intentando quizás recabar algo de apoyo para dar solución a aquel “desafuero” que en nada podía agradar al emperador su hermano, en unas religiosas “imperiales” protectoras de la legitimidad dinástica de la reina Habsburgo.

Sin embargo, el 25 de febrero aconteció un hecho que puso en alerta a la Corte: tras una visita a las Descalzas Reales, donde profesaba una hija de don Juan José, sor Margarita de la Cruz (2), habida por el bastardo en amores napolitanos con la hija de José de Ribera, “Lo Spagnoletto”, don Juan y su séquito recibieron unos disparos de unos enmascarados en su camino de regreso al Palacio del Buen Retiro. No apareció ningún indicio que relacionara el suceso con un intento de asesinato del nuevo primer ministro de Carlos II por parte de la Reina y su círculo de las Descalzas Reales, sin embargo todas las sospechas se dirigieron contra doña Mariana pues bien conocida era su estrecha relación con las religiosas y la red de poder imperial a la que éstas pertenecían y servían desde hacía décadas. La salida de la Reina se hizo entonces acuciante y como el Alcázar de Toledo no estaba aún dispuesto para recibir a la madre del Rey, se decidió trasladar a la reina al Palacio de Aranjuez a donde se dirigió el 2 de marzo de 1677. El 31 de marzo la Reina fue enviada finalmente a Toledo donde fue convenientemente recibida y agasajada tanto por el pueblo como por las autoridades municipales (4).

La Reina madre no sería la única víctima del nuevo gobierno juanista. Don Juan se emplearía con todas sus fuerzas contra el resto de sus enemigos políticos, así la nómina de los castigados resulta de lo más interesante: el Almirante de Castilla, desterrado a sus estados de Medina de Rioseco; Melchor de Navarra, destituido de su cargo de vicecanciller de Aragón; don Lope de los Ríos, cesado en la presidencia de Hacienda; el Príncipe de Astillano, desterrado y sustituido en la presidencia del Consejo de Flandes, a pesar de la protección de su suegro, el Duque de Alba; el Conde de Aguilar, teniente coronel de la Chamberga (cuyos soldados fueron enviados a servir en aquella sublevada Sicilia), desterrado en primer lugar a Orán y, posteriormente tras rebajársele la pena a Logroño; el Conde de Aranda, quien en su día fuese ese gran enemigo que don Juan tuvo en tierras aragonesas, sería cesado en el gobierno de Galicia; y el Príncipe de Parma, del virreinato de Cataluña.

Los tres capitanes de la Guardia Chamberga en 1675, cuando se produjo la mayoría de edad del Rey: el Conde de Cifuentes, capitán general de Granada, Félix Nieto de Silva, gobernador de Cádiz, y el Conde de Montijo, gobernador de Badajoz, fueron también cesados de sus cargos. Diversos amigos y colaboradores de Valenzuela corrieron la misma suerte y, además, fueron desterrados de la Corte. El confesor del Rey, y de Valenzuela, Ramírez de Arellano, fue sustituido por quien ya lo fuera hasta finales de 1675, fray Pedro Álvarez de Montenegro.

Gran sospresa causaría la destitución del presidente de Castilla el Conde de Villaumbrosa, llevada a cabo a finales de 1677, a quién habrían de suceder el Duque de Osuna y el Marqués de Móndejar. Don Juan trató también de procesar al Inquisidor General Valladares, pero, transcurridos los primeros meses de su gobierno, banadonó tal propósito.

A través de esta purga en el gobierno de la Monarquía don Juan pudo reforzar su posición, ubicando en aquellos puestos de responsabilidad a gentes de fidelidad reconocida hacia su causa.

Una vez finalizada la redistribución de los cargos de gobierno, don Juan se embarcaría en aquella política reformista que tantas veces había propuesto a doña Mariana de Austria.


Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

*Ruiz Rodríguez, Ignacio. “Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.



(1) En el testamento de Felipe IV se estipulaba que el retiro de la Reina sería voluntario: “y si quiere retirarse para vivir en alguna ciudad de estos reynos, se la dara el gobierno dellos y de su tierra con la jurisdicción y esto lo cumpla cualquier de mis sucesores”.

(2) No debe confundirse con la otra sor Margarita de la Cruz que vivió durante el reinado de Felipe III.

(3)En una próxima entrada trataré sobre la vida privada de don Juan y la posibilidad de que este “amor napolitano” no fuese una hija de Ribera, sino una sobrina.

(4) Suárez Quevedo, Diego: “Fiesta barroca y política en el reinado de Carlos II. Sobre el triunfal destierro a Toledo de Mariana de Austria (1677)”. En: Madrid, Revista de arte, geografía e historia. Número 3. 2000. pp. 69-71.

PREMIO BLOG EXQUISITO


Desde aquí mi más sentido agradecimiento a Magnolia de Mujeres de Leyenda por este premio que me concede. Os recomiento además a todos la exquista lectura de su blog.

viernes, 26 de marzo de 2010

Message to all my non-Spanish speaking readers.


A few days ago I added the google translator in various languages to facilitate the reading of my blog to all those who follow me and whose language is not Spanish. It is not the best but now it is really complicated for me to make a blog in two or more languages for lack of time.


A greeting to everyone.


Carolvs II

miércoles, 24 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XXI)

Retrato caligráfico de don Juan José de Austria, obra de Francisco Sánchez. Biblioteca Naciona de España.
Tras las caída de Valenzuela, Carlos II escribió una carta a su hermano en la que pedía su presencia en la Corte para que se hiciese cargo del primer ministerio de la Monarquía. En una segunda carta de la reina doña Mariana, ésta, seguramente con todo el dolor y la rabia del mundo, pero forzada por la situación, decía a don Juan que vería con agrado su presencia en la Corte, por la necesidad que el Rey tenía de una persona de su experiencia que le asistiese en los asuntos de gobierno. La hora en la que don Juan tomaría finalmente las riendas del poder universal de la Monarquía había llegado.

Quizás en ese momento, a diferencia de 1669 y 1675, don Juan José no viese con la misma actitud su llamada a la Corte. Con todo, y en secreto, inició los preparativos oportunos para poder dar una respuesta efectiva a aquel ofrecimiento procedente de Madrid. De ayuda le sería la posición que se había forjado en Aragón durante sus dos trienios en el Vicariato General del Reino como padrino de la nobleza y del tercer estamento. Empezó a reunir soldados y pertrechos, se hizo con el control de la línea postal entre Cataluña, Aragón y Madrid, y avivó su apoyo a los diputados del Reino.

También en el Principado de Cataluña la mayor parte de los soldados estaban de su parte. Estos jinetes, a las órdenes de don Gaspar Sarmiento representaban un importante refuerzo para las tropas que se iban aglutinando en torno a don Juan. Bajo su mando marcharán rumbo Oeste, en una contínua afluencia hasta la zaragozana localidad de Ariza, donde don Juan organizó sus unidades. Como ya sucediese en febrero de 1669, cuando don Juan se hospedó en la torres de Sanz de Cortes, tampoco ahora la elección del lugar era fruto de la casualidad. Señor del lugar y territorio era don Francisco de Palafox y Cardona, marqués de Ariza, hermano del que, en septiembre de 1676, había sido el embajador aragonés en Madrid y un decidido “juanista”.

Los datos que las distintas crónicas y autores aportan sobre el número real de efectivos con el que contaba el bastardo real discrepan a la hora de ponderar la fuerza y el número de tropas. Un cronista adverso le atribuye 3.000 soldados de infantería y 1.000 de caballería; 7.500 y 1.600 son las cifras aportadas por un seguidor del bastardo. En Madrid corrían rumores de que llevaba consigo hasta un total de 15.000 hombres, aunque poco después se decía que solo eran 1.000 soldados de infatería y 600 de caballería (1).

Con más o menos tropas, don Juan inició a recorrer los cientos de kilómetros que separaban las tierras aragonesas de Madrid agasajado por multitudes que permanentemente le aclamaban. Lo hacía lentamente saboreando aquel triunfo que ahora tenía de cara, y que en los años 1669 y 1675 se le había negado. Cuentan las crónicas como por el camino se le iban sumando gente sin cesar, engrosando las filas de lo que empezaba a ser un verdadero ejército, integrado por tropas regulares de caballería e infantería y por numerosos voluntarios procedentes, sobre todo, de Cataluña y de Valencia. Resulta curioso observar como don Juan había adquirido su fama preferentemente en territorios externos a Castilla, y sin embargo tenía en el pueblo de Madrid a uno de sus principales valedores.

Cuando cruzó la raya de Aragón y entró en tierras de Castilla algunas voces madrileñas, como he citado ya anteriormente, mencionaban que a su lado tenía no menos de 15.000 hombres y estaba rodeado de lo más granado de la nobleza castellana. Aquella nutrida milicia hacía parecer que don Juan no acudía a la Corte respondiendo a la llamada que el había hecho el Rey, sino que marchaba en son de guerra al mando de un nutrido ejército de gentes originarias, preferentemente, de los reinos periféricos. Es por ello que el Consejo de Estado recomendó al Rey el envío del cardenal Pascual de Aragón al encuentro de don Juan, antes de que directamente hiciese su aparición en la Villa Coronada. La idea era convencerle de que no entrase en Madrid con el grueso de sus tropas, por los inconvenientes de naturaleza diversa que ello podría causar:

Y porque es necesaria conveniencia autorizada para sentar los medios de la seguridad del señor don Juan, y conseguir de Su Alteza que no permita que se acerquen más las tropas que parece toca al cardenal de Aragón hacer a Vuestra Majestad este gran servicio, yendo a abocarse con el señor don Juan en la parte que citaren, insinuando no marchen entretanto tropas algunas a la cercanía de esra Corte por los irreparables daños que se pueden seguir de los contrario” (2).

En la madrugada del 23 de nero, a las cinco horas, el hijo bastardo del difunto rey Felipe IV “el Grande” hacía finalmente su entrada triunfal en la Corte con objeto de tomar el poder, a la vez que la práctica totalidad de las gentes de la ciudad del Manzanares comenzaban a movilizarse. Querían ver por fin juntos a los dos hijos del añorado Rey Planeta, de quienes muchos esperaban nacería la salvación de la Monarquía.

Su momento había llegado, don Juan fue recibido en Madrid como el libertador de España, surgiendo a través de su persona una nueva figura en el arte de gobernar. Si a lo largo de los reinados de Carlos I y Felipe II la figura del secretario había adquirido cierta relevancia política, con Felipe III surgía la del valido, cuya significación superaría a la del secretario y perduraría más en el tiempo. Ahora nos encontramos con una nueva figura, ya que con la toma del poder de don Juan observamos la plasmación de la idea de un primer ministro que no ostenta el poder como consecuencia de la amistad o del favor del Rey, sino que la llegada al mismo se ha conseguido fundamentalmente con el apoyo del favor popular, la presión política y militar, y la enemistad de las clases más poderosas con el pretérito valido.

El valido consigue el poder con amabilidad y astucia, incluso con servilismo, como es el caso del Conde-Duque de Olivares. La idea es ganar la voluntad del Rey que, como consecuencia directa de ello, le situará en el valimiento. El valido es el amigo del Rey, es aquella persona que goza de su entera confianza, y cuando deja de tenerla de produce su caída insexorable. Sin embargo, don Juan llega al poder de manera distinta, utilizando distintos elementos de presión sobre el monarca, ya sean políticos, propagandísticos, amenzas, etc. Y para ellos contará con el apoyo fundamental del pueblo, ya no sólo del más que importante de Madrid, sino que éste se propagará por todos los territorios de la Monarquía, singularmente de los territorios de la Corona de Aragón. Muchos incluso han querido ver en don Juan al primer dictador de la historia de España (3), o al menos algo muy cercano a los caudillos militares golpistas que protagonizaron los pronunciamientos del siglo XIX...como trataré de explicar en una no muy lejana futura entrada creo que esto no es correcto pues nos encontramos en dos etapas y situaciones históricas muy distintas...


Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

*Ruiz Rodríguez, Ignacio. “Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio.”Fernando De Valenzuela : Orígenes, acenso y caída de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.


(1) B.N., mss., 17.482, pp 72 y ss.

(2) A.H.N., Estado, Libre 881.
(3) Manescau Martín, María Teresa: “Don Juan José de Austria, ¿valido o dictador?”. En “Los validos”, coord. por Luis Suárez Fernández, José Antonio Escudero López, 2004, pags. 447-546.

domingo, 21 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XX)


Grabado de Giovanni Francesco Bugatti en el que se representa a don Juan.

Convencido de que finalmente había llegado su momento, don Juan se puso a preparar con sumo cuidado esa operación política que le diese definitivamente el poder. Con este fin sus agentes recorrieron los territorios de la Corona de Aragón en busca de apoyos, y los encontraron en múltiples lugares. Sobre Madrid planeaba, una vez más, el miedo a una confrontación armada o peor aún, a una guerra civil. Los Consejos iniciaron una actividad frenética, elevando consultas para encontrar un punto de acuerdo que permitiese una solución pacífica al conflicto. Las respuestas y recomendaciones que dieron los Consejos de Castilla y Estado fueron contundentes: proponían la prisión de don Fernando de Valenzuela y que se conminase a don Juan a no marchar con sus tropas sobre Madrid, amenazándole de acusarle, en caso de hacer lo contrario, de delito de alta traición.

Sin embargo, el devenir de los acontecimientos era frenético, y todas aquellas ideas resultaban impracticables. El hecho de que estos organismos se limitaran de nuevo a reaccionar, da cuenta del papel de segundo orden que en ese momento desempeñaban en la Regencia, y que los futuros acontecimientos se encargarían de poner de relieve. Pero en todo casi serían los propios aristócratas, con toda probabilidad en el ánimo de salvaguardar sus intereses y como respuesta a su clara indignación hacia el favorito, los que apelaron a las clases populares y los que dieron los pasos definitivos para acabar con el poder de Fernando de Valenzuela.

En la Corte se prepararon para los peores acontecimientos. Prueba palpable de ello fue la actividad desarrollada por el Almirante de Castilla (1), enemigo declarado de don Juan. Este noble era partidario de defender la capital de la Monarquía con las tropas que había en ella, ante un posible ataque de las tropas lideradas por don Juan. Mientras tanto, el clamor de la mayor parte de las clases populares del conjunto de reinos y señoríos de España, apoyaban esa idea de reemplazar al advenedizo primer ministro. El clamor unísono era acabar con ese gobierno que tanto daño estaba causando.

Por otro lado, en la semana anterior a Navidades, doña Mariana intentaría desesperadamente acabar con toda esa presión que se cernía sobre su persona y colaboradores. En este sentido ordenaba en reiteradas ocasiones al presidente del Consejo de Castilla que apresara a los cabecillas de la revuelta que se había iniciado contra su persona, y en donde habían adquirido un significado el Duque de Alba, el Duque de Osuna y el Duque de Medina-Sidonia. Desde una postura desafiante, los tres hicieron saber que presentarían resistencia a dicha orden.

Pero las horas del poder de la Regente estaban llegando a su fin, ya que hasta el presidente de Castilla, Conde de Villahumbrosa, se negaba ya a ejecutar sus órdenes. Con toda probabilidad, aquella negativa respondía a la enemistad que profesaba hacia Valenzuela, además del comportamiento expuesto por la Reina en el otoño de 1676.

Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, y tras el fracaso en su búsqueda de apoyo entre los linajes no firmantes del manifiesto y en la propia persona real, que debido a las circunstancias poco podía garantizar, Valenzuela decidió entonces ampararse en la jurisdicción eclesiástica del Real Monasterio de El Escorial, donde se presentó ante el prior y con Cédula Real la Nochebuena de 1676 (2): por orden expresa del Rey Valenzuela debía permanecer protegido bajo la jurisdicción eclesiástica del real monasterio; fue éste un respiro para el Marqués de Villasierra, que, sintiéndose acorralado, entró en El Escorial sabiendo que sus persecutores irían a buscarle tarde o temprano. Y, como era de esperar, antes de que se cumpliera un mes de la llegada de Valenzuela al monasterio, un contingente de quinientos soldados liderados por el primogénito de la Casa de Alba y por el Duque de Medina-Sidonia, se presentaron a las puertas de El Escorial solicitando la entrega inmediata de don Fernando de Valenzuela. Las negativas del prior y las amenazas de las penas que podían recaer en sus cuerpos y almas si se atrevían a profanar el templo, poco asustaron a los dos Grandes que, sin más miramientos y a pesar de la exposición del Santísimo Sacramento en la nave central de la Iglesia para contener una posible osadía, entraron armados en el templo y apresaron a don Fernando, que apenas intentó defenderse con un discurso recordatorio de sus antiguos favores a las Casas de sus dos captores. Valenzuela fue enviado a al Castillo de Consuegra por orden de don Juan José y poco tiempo después Carlos II le destituyó de todos sus puestos y títulos desterrándolo a Filipinas (3). Ante la violación de la protección de Valenzuela, el prior de El Escorial excomulgó a los dos Grandes profanadores del templo, castigo espiritual del que quisieron liberarse por medio de don Juan y a través del nuncio (4). Después de la violencia ejercida contra la jurisdicción eclesiástica del monasterio, del castigo y de las mediaciones del Cardenal de Aragón y del nuncio, los dos grandes serían absueltos, recuperando así sus almas (5), mientras que la de Valenzuela permanecería errante en lejanos parajes de los que nunca podría regresar.


Retrato de Fernando de Valenzuela por Claudio Coello. Real Maestranza de Caballería de Ronda.

Nunca en la historia de la Monarquía Hispánica la caída de un valido había sido tan violenta, ni tampoco se habían ensañado tanto los nobles contra el caído, a pesar de la ya conocida inquina que inspiraban en muchos de aquellos que habían ostentado el poder, en perjuicio de otros que creían tener más derecho a ello. Un Real Decreto tendría como objetivo básico arrebatar al caído Valenzuela su título de Grandeza:

Real decreto por el que se le deshonra de la grandeza y demás mercedes a don Fernando de Valenzuela. No habiendo concurrido en las mercedes, que consiguió don Fernando de Valenzuela, aquella libre y deliberada voluntad mía que fuera necesaria para su validación y permanencia, ni en los méritos y servicios personales, ni heredados que le pudiesen hacer digno para obtenerlas…” (6)

Inmediatamente se formaría un gobierno provisional compuesto por los ya pocos fieles de la aristocracia que le quedaban a doña Mariana, aunque su funcionamiento sería más bien escaso debido a la incompatibilidad de carácter que marcaba a cada uno de sus miembros, básicamente resignados a la pronta e irremediable entrega del poder a don Juan. Todas las miradas se dirigían hacia Aragón, donde don Juan se mantenía en una actitud expectante.

Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

*Ruiz Rodríguez, Ignacio. “Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : Origenes, Ascenso Y Caida De Un Duende De La Corte Del Rey Hechizado. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

(1) Juan Gaspar Enríquez de Cabrera (1625-1691), X Almirante de Castilla, VI Duque de Medina de Rioseco y IX Conde de Melgar.

(2) Carlos II enviaría una carta, de fecha 23 de diciembre, al padre fray Marcos de Herrera, prior del real monasterio, pidiendo que allí fuese recibido y acogido don Fernando de Valenzuela.

(3) Escudero, J.A.: “El destierro de un primer ministro: notas sobre la expulsión de Valenzuela a Filipinas”. En: Administración y Estado en la España moderna. Valladolid, 1999. pp. 621-635.

(4) AGS. Estado, legajo. 8817/32/33/34.

(5) En una futura entrada explicaré más detenidamente este acontecimiento y sus consecuencias, entre ellas la del famoso cuadro de Claudio Coello “La adoración de la Sagrada Forma por Carlos II”, presente en la sacristía de ese real monasterio.

(6) A.H.N., Estado, Libro 840, pag. 199 y ss.


viernes, 19 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XIX)

Don Fernando de Valenzuela, marqués de Villasierra por Juan Carreño de Miranda , Museo Lázaro Galdiano de Madrid.


Don Juan no podía dar crédito a las nuevas instrucciones recibidas, que sin lugar a duda procedían de la influencia que ejercían sobre el Rey de aquellos que se encontraban a su lado, en especial de su madre. Esa misma noche convocó a sus más cualificados partidarios para analizar la situación. Se planteó la posibilidad de dar un golpe de mano contra doña Mariana, con el claro convencimiento de contar con el apoyo de las clases populares.

Es muy probable que en tales circunstancias, al igual que como había ocurrido en los días anteriores a la caída de Nithard, el bastardo le hubiese resultado relativamente fácil hacerse con el poder. Sin embargo, por muy dolido y colerizado que se encontrase don Juan, aquella posibilidad fue deshechada por muchos de sus asesores ya que, por muy forzado que hubiese sido el ánimo del Rey, una acción de fuerza hubiese sido interpretada como un rechazo a la voluntad, no de Mariana de Austria, sino del monarca, o lo que venía a ser lo mismo, un auténtico golpe de Estado.

Al final, el parecer mayoritario de los que acudieron a la reunión fue asumir la obediencia debida al soberano, por encima de cualquier otra consideración, por lo que don Juan finalmente optaría por evitar la confrontación con la auténtica protagonista de este suceso, la Reina doña Mariana, y con ello una más que posible guerra civil que cubriese las tierras de Castilla de sangre. En este sentido don Juan salía de Madrid el 7 de noviembre tomando el camino no de tierras italianas, sino nuevamente del Reino de Aragón. Dos días después el cardenal Pascual de Aragón, el gran valedor de don Juan, volvía a su diócesis de Toledo sin haber conseguido sus objetivos.

La marcha de don Juan supuso además la opresión y arrinconamiento, cuando no la expulsión de la Corte, de muchos de sus partidarios. Así ocurriría con don Juan Francisco Ramos del Manzano, fray Pedro Álvarez Montenegro, o los Condes de Medellín y Talara.

Por lo que respecta a Valenzuela, tras el fallido intento de noviembre de 1675 de liberar al Rey, éste fue enviado a Andalucía primero a Málaga con el puesto de Capitán General de las Costas de Andalucía, para posteriormente trasladarse a Granada con el puesto esta vez de Capitán General de aquel Reino. Allí se instaló en la Alhambra e inició una desastrosa gestión que enervó a pueblo y nobleza; Valenzuela era un mal gobernante, soberbio, partidista, odioso… aquellos meses que pasó en Andalucía revelaron sus deficientes artes como gobernante y estadista. Al menos, durante ese tiempo el advenedizo estuvo apartado de la Corte, donde la crisis de poder, el descontento de los Grandes y la inoperatividad del gobierno eran cada vez más evidentes.

El turno de la Corona se había acabado, puesta a prueba en numerosas ocasiones sus oportunidades para demostrar eficiencia estaban agotadas: la nobleza de título, a principios de 1676, comenzaró un proceso de auto-convencimiento de su potencial político porque con razón eran parientes de reyes y príncipes: su sangre les capacitaba y les otorgaba derecho para dirigir los destinos de una monarquía sin cabeza que, cual barco a la deriva, amenazaba con su naufragio; sólo la gran nobleza podía evitar aquel desastre. Este fue al menos su discurso: pleno de voluntades pero vacío de proyectos. Panfletos y memoriales recogieron en sus jugosos párrafos los derechos aducidos por la nobleza junto con las llamadas de atención a don Juan José, el mesías salvador que debía aliarse con la alta aristocracia. Varios fueron los argumentos que utilizaron los Grandes para autoafirmarse como curadores de los males de la Corona: la sangre y el honor; las virtudes que concedía la sóla pertenencia a aquel estamento privilegiado, les capacitaban para tomar decisiones que afectaran gravemente al Rey. Como supremos servidores de la Corona debían defenderla, liberarla, asegurarla a su modo y en su propio beneficio, pues sólo esta era la causa más justa. Buenas intenciones pero falta de ideas y recursos. Los Grandes se habían acomodado en sus tierras o en los algodones de la Corte, lugares en los que podían vivir holgadamente de sus rentas o de la patrimonialidad de los cargos. Los ideales militares o la férrea voluntad de servir al soberano habían decrecido considerablemente a favor de un posicionamiento cada vez más ventajoso y tranquilo. El interés personal había calado hondo en este estamento que ya únicamente, aspiraba a ascender en la escala de cargos con facilidad, ayudándose de clientelas y grupos de poder: el estatus y los beneficios económicos que pudiera comportar pasaron a primer plano en una nobleza “personalista” que fue descartando como inútil el bien común y los ideales más caballerescos de sus antepasados. No en vano pasquines y panfletos habían tenido como blanco de sus críticas a los Grandes. A la altura de 1676, aguijoneados por la defensa de sus intereses más personales, se unieron para poner fin a un mal gobierno y liberar de sus cadenas a su Rey.

Además de la conciencia de alejamiento de ciertos Grandes de los puestos de la Monarquía, otras circunstancias aceleraron el curso de los acontecimientos. En abril de 1676 Valenzuela regresó a la Corte después del descontento provocado en Andalucía. La Reina recibió a su protegido con todos los honores y como una demostración de su triunfo sobre las rebeldías del pasado 6 de noviembre, lo colmó de prebendas. Valenzuela recuperó sus puestos cortesanos y en junio fue nombrado Marqués de Villasierra. Tales desacatos enfurecieron a una nobleza cada vez más consciente de sus responsabilidades políticas. Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue, sin duda, la elevación de don Fernando de Valenzuela, el 2 de noviembre de 1676, al rango de Grande de España por Carlos II durante el transcurso de una cacería. Aquel hecho inaudito, nunca antes conocido, provocó que los “magnates” se atrevieran a desobedecer a la autoridad real enfrentándose a un favorito sin linaje.

Don Juan José estuvo siempre en contacto con el grupo nobiliario descontento con el gobienro. No sorprende que tras su retirada en noviembre de 1675, siguiera al tanto de los movimientos políticos que se producían en Madrid desde su destierro en tierras aragonesas. Aparentemente, don Juan, sin títulos oficiales, se mantuvo al margen de los asuntos cortesanos refugiándose en Zaragoza con su círculo fiel de amistades. Allí empleó su tiempo en sus experimentos científicos y otras aficiones fuera del ámbito político, actividades que no le impidieron mantenerse al acecho frente al polvorín nobiliario de Madrid. Sin embargo, como bien indica Oliván Santaliestra, el hermano del Rey nunca se desvinculó de los asuntos madrileños en aquel año de 1676: en el mes de febrero llegó a la Corte un monje agustino desde Zaragoza que mantuvo contactos secretos con ciertos sectores nobiliarios, su expulsión despertó sospechas acerca de su vinculación con don Juan José. Similar a este episodio fueron las maniobras del padre Ventimiglia que a principios de septiembre también se vio obligado a volver a Zaragoza; en abril de 1676 los rumores sobre la cercanía de don Juan a la Corte tras el regreso de Valenzuela, se acrecentaron infundiendo los acostumbrados temores a la Reina. La sombra de don Juan José planeó constantemente sobre el cielo de Madrid hasta en los momentos en los que el bastardo parecía más alejado de la esfera cortesana.

Otra carta de don Juan José (1), viene a justificar las relaciones secretas del bastardo con el clan conspirador; la misiva fue escrita y firmada por el bastardo el 10 de agosto de 1676 y su contenido alude directamente a la conspiración nobiliaria que se estaba preparando. Dirigida a uno de los personajes más relevantes de la intriga de “gran sangre y obligaciones”, don Juan José aprueba los movimientos del noble para culminar la gran obra, se supone, de liberar al Rey de las malas influencias: “que v.e. siga en la obra, que tan celosamente a empezado lo apruebo mucho, que quizás Dios mudará en solida roca la arena sobre que v.e. dice fabrica”. Esta frase hace una referencia clara a la necesidad de unir los “cabos sueltos” representados por los diferentes personajes dispuestos a participar activamente en la liberación del Rey, sujetos de diversa condición e intereses, unidos únicamente por su deseo de formalizar un cambio de gobierno en el que con la “apropiación” del Rey, pudieran hacer valer sus ambiciones comunes o particulares. La carta finaliza con una advertencia: don Juan José pide encarecidamente a su receptor que escriba y envíe sólo las misivas que sean absolutamente necesarias, pues la gravedad de las materias hacía indispensable correr el menor riesgo posible en aquel intercambio epistolar. Los espías o las pérdidas eran peligros que acechaban: “escuse v.e. la frecuencia de sus cartas y así por no exponerlas a algún extravio como por la seguridad, que podemos tener de los interlocutores, de los quales entenderá v.e. ahora, y en adelante, lo que a mi se me offrece y offrecier”.

Como ha sido ya comentado, en septiembre de 1676 ocurrió un hecho que precipitó la evolución de los acontecimientos: Valenzuela, aquel advenedizo receptor de todos los odios nobiliarios que había recibido en junio de ese mismo año el título de Marqués de Villasierra, fue ascendido a Grande de España durante el desarrollo de una cacería con un suceso desafortunado. En el transcurso de tal ejercicio tan saludable para el débil monarca, éste logró cazar un fabuloso jabalí; con la emoción del aquel pequeño triunfo, el Rey disparó varios tiros al aire con tan mala suerte que uno de ellos acertó a dar en el pie de don Fernando Valenzuela, su fiel servidor. Carlos, azorado, quiso resolver el incidente con un gesto escandaloso que enervó a los nobles allí presentes: llamó a don Fernando y le pidió que “cubriese su cabeza” para nombrarle Grande de España, con derecho a compartir posición y privilegios con los más altos linajes de la Monarquía. Desacertado tiro para una altiva nobleza que a aquellas alturas ya venía rumiando el modo de apartar a Valenzuela del lado del Rey adolescente. Desde aquel bochornoso episodio, la gran nobleza, los cortesanos descontentos y don Juan, decidieron que había que agilizar las soluciones planteadas: Valenzuela debía ser expulsado de la Corte y con él la Reina madre, su gran valedora y defensora ente los ojos del Rey.

Al mes siguiente, en noviembre, la nobleza protagonizó un fenómeno que ha sido denominado acertadamente por Álvarez Ossorio como “Huelga de Grandes”(2), sin duda un preludio de los movimientos militares dirigidos por don Juan José para desbancar a Valenzuela del poder. Los Grandes se negaron en rotundo a incluir a Valenzuela en su selecto círculo, así, en un acto de desobediencia al Rey, 4 de noviembre, día de San Carlos, los Grandes dejaron a Valenzuela solo en el banco de la Capilla Real, reservado para las altas dignidades y, el día del 15 cumpleaños del Rey, el 6 de noviembre, sólo acudieron a la ceremonia del besamanos cinco de los Grandes de la Monarquía como protesta ante el reciente ascenso del favorito, hasta el fiel Duque de Medinaceli se disculpó por malestar físico en la audiencia pública de Valenzuela el día 10 de noviembre. Era éste un hecho sin precedentes en la Monarquía de los Austrias: por primera vez los nobles cortesanos manifestaban su descuerdo con la política regalista del monarca desatendiendo sus funciones y negándose a participar en el ceremonial cortesano, gran instrumento de domesticación nobiliaria y sin duda, la principal expresión del orden de la Monarquía. La ausencia justificada y consciente de los Grandes en tales actos ceremoniales de gran significación como el día del Santo o del cumpleaños del Rey, demostraban no sólo el disgusto lógico de un ascenso según ellos injustificado, sino también el desorden político-cortesano del momento: una guerra silenciosa dentro de la Corte, concretizada en conjuraciones secretas y finezas propias de una cortesanía llevada a sus extremos y que, en cierto modo, había fracasado: los intentos de convencer, persuadir y atraer la voluntad del Rey por medios no violentos en consonancia con la coerción y la contención de las pasiones propias del comportamiento cortesano, no resultaron efectivos, por lo que el recurso a la violencia casi “medieval”, se manifestó abiertamente en el “Manifiesto de los Grandes” (3) del 15 de diciembre de 1676, documento que certificó la rebeldía de la nobleza y su respaldo incondicional a las milicias de don Juan José que se dirigían hacia la Corte con un único objetivo: sacar a Valenzuela de la Corte, tal y como ya habían hecho en febrero de 1669 con Nithard.


Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.
* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : “Orígenes, ascenso y caída de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008


(1) Carta íntegramente hológrafa de don Juan de Austria, fechada y firmada en Zaragoza el 10 de agosto de 1676 y dirigida al presidente del Consejo. Fundamental para documentar el momento histórico en el que don Juan quiere apartar del gobierno a la reina doña Mariana de Austria y a sus consejeros y privado. AGS. Estado, leg. 8817/16.

(2) Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: “Ceremonial de la majestad y protesta aristocrática. La Capilla Real en la corte de Carlos II” en “La Capilla Real de los Austrias. Música y ritual de corte en la Europa moderna”. Fundación Carlos de Amberes. 2001.

(3) Los firmantes fueron los Duques del Infantado, Medina Sidonia, Alba, Osuna, Arcos, Pastrana, Camiña, Veragua, Gandía, Híjar, Terranova; los Marqueses de Móndejar, Villena y Falces y los Condes de Benavente, Altamira, Monterrey, Oñate y Lemos. Los únicos nobles importantes que no firmaron este manifiesto fueron el Marqués de Leganés, el Duque de Medinaceli, el Conde de Oropesa, el Almirante de Castilla, el Condestable de Castilla y los titulares de las familias Velasco, Moncada, Enríquez, Cerda y Zúñiga.

martes, 16 de marzo de 2010

MANIFIESTO A FAVOR DE LA PERMANENCIA DEL “GUERNICA” EN EL MUSEO REINA SOFÍA


Aunque no tiene nada que ver con el tema de mi blog, hoy quiero desde esta plataforma romper una lanza a favor de la permanencia SÍ o SÍ del Guernica de Picasso en el Museo Reina Sofía de Madrid.

Creo fervientemente que el trasladado al antiguo Museo del Ejército (Salón de Reinos del Buen Retiro) que de la obra pretende la ministra de cultura Ángeles González-Sinde es del todo equivocada. En primer lugar es obvio que la obra del genio malagueño constituye el eje inevitable de la colección permanente del Reina Sofía: “El Guernica supone ni más ni menos que un millón de visitas anuales”, asegura un ex director del Reina Sofía hoy en El País.

En segundo lugar, es también obvio que el ambiente justo es el de un museo de arte moderno y contemporáneo, un museo construido en torno a esta magna obra, un museo como el Reina Sofía que ofrece unas infraestructuras modernas y ejemplares en su campo muy difíciles de igualar por ningún otro museo a nivel mundial. De hecho, es realmente impresionante cuanto está cuidada la ambientación en torno al cuadro, con todos los dibujos preparatorios, las obras relacionadas, el arte durante la Guerra Civil y la recreación del famoso Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937 para el cual estuvo ideado y fue pintado el Guernica.

En tercer lugar, es obvio el delicado estado de salud del cuadro, que hace que cualquier manipulación o movimiento sea un auténtico peligro.

Desde aquí mi más férreo apoyo a la permanencia del cuadro en el Museo Reina Sofía como imprescindible principio y fin de la colección del museo.
Un saludo a todos los que me leen de continuo y nos vemos, tras este sentido paréntesis, en la próxima entrada dedicada a don Juan José de Austria.
Carolvs II.

PS: Aquí dejo el link al artículo de hoy del El País citado arriba: http://www.elpais.com/articulo/cultura/Ofensiva/defensa/Guernica/elpepicul/20100316elpepicul_1/Tes

sábado, 13 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XVIII)

Carlos II a los 14 años por Juan Carreño de Miranda (1675). Museo del Prado de Madrid.

Desde su “exilio” zaragozano, don Juan había acercado hacia su causa a aquellas personas más cercanas a su hermano. Estos personajes le presentarían ante el adolescente monarca como el único con capacidad, experiencia y méritos demostrados para sacar a la Monarquía del atolladero y estado de postración en la que se encontraba. Don Juan debió parecer ante una mente tan infantil como la de Carlos II como una especie de héroe capaz de las mayores proezas y de los más grandes sacrificios.

Aquella conspiración en toda regla dio, en un principio, los frutos apetecidos. En medio del forcejeo que el bastardo mantenía con la Corte sobre su partida, primero a los Países Bajos y luego, más tarde, a tierras de Sicilia, son Juan recibió secretamente instrucciones del joven rey Carlos, en donde le indicaba: “Día 6 [de noviembre de 1675], juro y entro al gobierno de mis Estados. Necesito de vuestra persona a mi lado para esta función y despedirme de la Reina, mi Señora y madre. Y así, miércoles 6, a las diez y tres cuartos os hallaréis en mi antecámara” (1).

Allí también venía a señalarle que en ningún caso partiese para Italia, y que aguardase en Zaragoza a la espera de recibir instrucciones suyas.

Don Juan lo dispuso todo para marchar desde Zaragoza a la Corte, y que su viaje fuese realizado en las condiciones más secretas dentro de los posible, en un mundo en donde los espías de unos y otros proliferaban por todas partes. Incluso así se lo haría saber el Justicia de Aragón, cuando le escribía el 13 de octubre de 1675 para comunicarle que su viaje no sería a Italia sino a Madrid, siguiendo órdenes expresas del Rey, el cual le había pedido que se pusiese a su servicio en el mismo momento en el cual se hiciese efectiva su mayoría de edad.

De este modo, y tal como se lo había pedido su hermano, se desplazó desde Zaragoza a Madrid, en la creencia de que por fin había llegado su hora de ocupar el gobierno de la Monarquía. Sin duda alguna en su mente estaba una Monarquía Hispánica en donde nominalmente reinaría su débil hermano Carlos, pero en donde a todos los efectos las riendas del poder se encontrarían en sus manos. Pero aquel pensamiento con toda seguridad se adivinaba por parte de sus presentes y pasados enemigos, entre los cuales obviamente se encontraba con Fernando de Valenzuela, un advenedizo que continuaba escalando hacia la cúspide del poder.

Mientras tanto en Madrid, Mariana de Austria, perfecta conocedora de la debilidad física y emocional de su hijo, pero también temerosa de los que podía suceder, realizaba numerosas gestiones que pudiesen materializarse en una prórroga de la minoría de edad de Carlos II. Estaba convencida de que lo mejor para la Monarquía y para ella y su hijo era continuar en la situación que se había mantenido desde el fallecimiento de Felipe IV, y por tanto, continuando ella con las obligaciones que hasta ese momento había venido asumiendo.

Todo ello, al menos en cierto modo, resultaría infructuoso, máxime cuando dos días antes de asumir su mayoría de edad el secretario de la Junta, el Marqués de Mejorada, presentaba al Rey un decreto que hubiese permitido prorrogar el sistema vigente hasta entonces por un período de dos años o más, y en donde se alegaba la manifiesta incapacidad del joven Carlos, y que este se negaría tajantemente a firmar. Fracasada aquella acción, la Reina se dirigió por escrito al Consejo de Estado, comunicándole que a partir de la proclamación de la mayoría de edad de su hijo todos los despachos habrían de hacerse a su nombre, y que sería a él a quién habían de remitírsele todos los asuntos propios de un monarca ya mayor de edad.

El día 5 de noviembre hubo una corrida de toros en la Plaza Mayor de Madrid (2), tras la cual Carlos informaría a su madre que había convocado a la Corte a su hermano don Juan. La última noche de doña Mariana como regente oficial, debió transcurrir para la regia señora en un duermevela de pesadillas, insomnios y fuertes jaquecas y, en los oscuros pasillos de palacio, creería ver dibujada, en las largas horas de la madrugada, la figura de don Juan.

Al día siguiente, 6 de noviembre, según lo acordado, don Juan fue trasladado al Alcázar por el Conde de Medellín. Rodeado de vítores y alabanzas del pueblo, el bastardo se presentó en Palacio a las nueve de la mañana. Pronto acudió a su cita, pues la entrevista con el monarca estaba fijada para poco antes de las once de la mañana. Conducido por Medellín a través de las habitaciones reales, entró en la cámara del Rey donde se produjo un emotivo encuentro en el que seguramente se intercambiaron palabras de agradecimiento y compromiso. La hora de la misa a la que iban a asistir todos los Grandes interrumpió la entrevista de Rey y bastardo; Carlos indicó a su hermano que se dirigiera al Palacio del Buen Retiro y que esperara sus órdenes. Acto seguido se dirigió a la Capilla de Palacio. La Reina, que no se encontraba allí, seguramente enferma por la mala noche pasada y los nervios de la llegada de don Juan José, se había excusado y recluido en sus habitaciones en espera de lo que pudiera suceder. Tras la misa y el “Te Deum”, don Carlos se dirigió hacia la cámara de su madre para recibir acaso la felicitación por su catorceavo cumpleaños…, no versó la conversación sobre aquel ya prosaico tema: la intriga de don Juan José había ensombrecido el fasto de aquel día a la Reina madre. Doña Mariana reprendió a su hijo por su comportamiento infantil y desobediente y Carlos, arrepentido, dio marcha atrás en su decisión de amparar a don Juan José abortando su propia conspiración.

El Rey, aturdido y sin saber cómo actuar al tener a su hermano esperando en el Retiro, se dirigió a su madre para que intercediera por él en tal embarazoso trance, sin embargo doña Mariana se negó a ayudarle respondiéndole: “no hijo, tu lo has llamado, tu has tambien de mandar que se vuelva” (3). El siguiente gesto de Carlos II fue el de firmar un decreto que ordenaba a don Juan José acudir al auxilio de Mesina aduciendo que ese era el mayor servicio que podía prestar a su real persona. La decepción de don Juan José debió de ser grande cuando recibió aquella misiva, sin duda, Carlos II se había dejado influenciar por su madre; poco podía hacerse tras aquel comunicado, pues en la voluntad del monarca empezaba y acababa toda esperanza política: don Juan y el resto de conspiradores se vieron obligados a salir de la Corte a la espera de otras oportunidades.

Al día siguiente, 7 de noviembre, todo volvió a la normalidad. Carlos II aceptó la continuación de la Junta y el asesoramiento de su madre, tal y como quedaba reflejado en una de las disposiciones del testamento de Felipe IV; y para certificar la legalidad de este deseo, el propio Rey emitió un decreto a través del Marqués de Mejorada (el secretario del despacho universal) en el que prometía gobernar atendiendo los consejos de los ministros de la Junta y de su madre (4). El monarca iniciaba su mayoría de edad amparado por el organismo de la Regencia, sin embargo, los avatares del día anterior, habían hecho comprender a la caterva de cortesanos y ministros que rodeaban a don Carlos, que éste era fácilmente impresionable, además de inestable y versátil, un carácter peligroso en vistas a nuevas intrigas palaciegas de tinte sedicioso. En un solo día, Carlos II había llorado de emoción junto a su hermano y de arrepentimiento frente a su madre… desde aquel momento tanto doña Mariana como el Presidente del Consejo de Castilla (el Conde de Villaumbrosa), comprendieron que se debía proceder a una exhaustiva vigilancia del comportamiento del Rey, encaminar sus decisiones y conducirlo a través de las tortuosas vías burocráticas del gobierno de la Monarquía. Cualquier movimiento en falso en la labor de controlar al Rey, podía acabar en fracaso, había por tanto que actuar con sutileza, convencer a Carlos de lo contrario que le habían hecho creer don Juan y sus secuaces: él y sólo él tenía en sus manos el gobierno de sus reinos, él era libre en dictaminar lo que le pareciere pues sólo tenía que rendir cuentas ante Dios; sin embargo, como todo Rey justo, no debía despreciar los consejos de sus fieles vasallos: la experiencia de su madre y la buena disposición de sus ministros podían ser útiles a su persona en el gobierno de tan grande Monarquía.

Había que reconvertir al Rey, acercarlo hacia los cortesanos leales a su madre, declarar que su potestad absoluta sólo era válida para el Reino si era supervisada por la junta de ministros y no por los rebeldes del bastardo. Había que atraer a Carlos II de nuevo hacia la facción de la Regente y de paso, contrarrestar las primeras inhabilitaciones panfletarias de Carlos II, al que ya se le acusaba de “rey niño” y por ende, incapaz de gobernar: “lo harían por él” (afirmaron estos papelones) “madre posesiva, consejeros ambiciosos y valido incompetente”. Y es que, efectivamente, a partir de diciembre de 1675 y más concretamente tras los acontecimientos del seis de noviembre, empezó a difundirse la idea del rey “niño” que a causa de su infantilismo, había abortado una rebelión legítima y sumamente esperada por el Reino. La imagen del rey niño comenzó a difundirse tras el bochornoso episodio de la fulminante llegada y salida de don Juan de la corte, ordenada por un don Carlos indeciso y sobretodo, apegado a las faldas de su madre. La publicística utilizó y abusó de este argumento para deslegitimar a un gobierno “manejado” por una reina “ambiciosa” que quería continuar ejerciendo el poder y unos nobles plegados a una liberalidad injusta, y ansiosos por aprovechar la coyuntura. Esta imagen apareció con claridad en “Libro nuevo Pérdida de España por Mariana”: “Ayer nació Carlos 2º el mayor Monarca del Mundo y a las seis de la tarde se declaró que era Niño” (5).

Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : “Origenes, ascenso y caida de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

(1) B.N. mss., 18.740, expediente 29, pag.5.

(2) El coso taurino por excelencia en Madrid era la Plaza Mayor, por muchos considerados el centro obligado para todas las celebraciones solemnes que se realizaran en la Corte, tanto las de carácter lúdico como las truculentas. Cuentas las crónicas que podía albergar hasta 50.000 personas.

(3) ÖStA. F. A. Harrach Handschriften, Kt. 6. Tagebuch. 6 November, 1675. Ferdinand Bonaventura. Tomo I. p. 396. v.

(4) AGS. Estado, legajo 8817. Copia del decreto del rey nuestro señor para el señor marqués de Mejorada. Madrid, 7 de noviembre de 1675.

(5) Consúltese al respecto el interesantísimo artículo de Álvarez Ossorio Alavariño, Antonio: “El favor real: liberalidad del príncipe y jerarquía de la república 1665-1700”. En: Mozzarelli, Cesare: “Republica e virtù…” en especial (Apartado del “rey niño”) pp. 409-410.


lunes, 8 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XVII)

Grabado alegórico en el que se representa a don Juan de Austria como espejo de virtudes. Biblioteca Nacional de España.

La presencia estable en Zaragoza de un príncipe de sangre real infundió sin duda un fuerte carácter a la corte zaragozana. Don Juan pretendió, y consiguió, ser un sucedáneo del auténtico monarca. No sólo por su sangre, que le convertía en el hermano del Rey (como gustaba le recordaran), sino también como patrón de una amplísima red clientelar que abarcaba gran parte de los territorios europeos de la Monarquía, reforzada por coaliciones con algunos Grandes de Castilla. Los nobles aragoneses encontraron en Don Juan un atajo para acceder a la Corte de Madrid y al gobierno universal de la Monarquía, más rápido que el tradicional cursus honorum de servicios militares en Flandes o la frontera catalana.

Al igual que en todas las grandes Cortes, no podían faltar en Zaragoza las celebraciones y fiestas. Muestra de ellas es la que se celebraron en navidad de 1670, varios meses después del asalto a la casa del virrey Conde de Aranda, que pueden servir como índices del grado de adhesión aristocrática que se concitaba en torno al Lugarteniente y Vicario General. Las fiestas, celebradas en “obsequio de Su Alteza” por ser el día de San Juan, consistían en las carreras de diferentes caballeros lanceando a un estafermo, muñeco giratorio con un escudo en un brazo y correa con bolas pendientes en la otra. Entre los campeones nobiliarios que participaron en tales empeños bélicos figuraban Balthasar Villalpando, el Marqués de Torres, Duarte Correa, Francisco Pueyo, Gaspar Agustín, Juan de Liñán, Gonzalo de Nueros, Josef y Diego Bracamonte, ... formando un nutrido grupo de jóvenes caballeros, muchos de los cuales engrosarán las tropas de don Juan cuando éste se encamine a Madrid para su definitivo asalto al poder.

Las armas convivieron con las letras durante estos años bajo el mecenazgo cultural de don Juan. Con todo, no se trataba sólo del simple altruismo de una “vocación pre-ilustrada”. Los tratados, libros, impresos, ... eran además para don Juan José instrumentos esenciales del combate político. Sus cartas a la Reina, que vendían impresas los ciegos en las calles de Madrid antes de que el correo llegase a palacio, son la parte más conocida de un entramado intelectual de gran calado.

El más destacado panegirista del Vicario General fue Francisco Fabro Bremudans, promotor de la Gazeta Nueva (1661-1663), la primera publicación periódica madrileña que difundía los éxitos militares de don Juan José en la guerra contra Portugal. Después le encargó a Fabro la redacción de las “Decadas de la vida de Su Alteza”, que relataban sus amplios servicios a la Monarquia Católica en un período en el que se le apartaba de la Corte y del poder político. Don Juan realizaba un seguimiento personal muy meticuloso de la elaboración de esta obra, cuya extensión final debía ocupar varios tomos (1). El acceso de don Juan al Vicariato de la Corona y Lugartenencia del Reino permite a Fabro, por entonces su oficial mayor de lenguas, acelerar sus trabajos, viendo a la luz en Zaragoza la “Historia de los hechos del Serenissimo Señor Don Juan de Austria en el Principado de Cataluña” (1673), dedicada no por casualidad al joven Carlos II, cuya corta edad y antagonista compañía le impedirían tener noticia de los logros de su hermano. Entre enero y septiembre de 1676 Fabro Bremudans publicar6 en Zaragoza los “Avisos ordinarios de las cosas del Norte y de Italia” (2).

¿Por qué tanto interés en Zaragoza por cada uno de los distintos avatares de la guerra con Francia? La reciente pérdida del Franco Condado (patria natal de Fabro), la revuelta de Mesina y las derrotas en Sicilia, junto con otros reveses militares de la Monarquía Católica en el escenario europeo, tenían una lectura subliminal evidente que diversos panfletos se encargaban de resaltar: la desintegración de la Monarquía era inevitable a no ser que don Juan tomase las riendas del gobierno universal y la suprema dirección de los ejércitos.

Siguiendo este breve retazo del mecenazgo cultural de don Juan José, cabe señalar que el encargo de su biografía épica se hizo con anterioridad al cronista aragonés José Pellicer de Ossau, pero su trabajo no fue admitido. Aún asi, Pellicer es autor de un “Anagrama al Real Nombre de Su Alteza Don Ioan de Austria” que estaría entre las alabanzas más enardecidas de las muchas que se dirigieron al Vicario General. La exaltación mitológica de don Juan, equiparado en sus trabajos con Hércules ("Hercules deste Siglo el Orbe os llama"), da paso a una oportuna reivindicación del general invicto que reincorporó tantos territorios amenazados:

"Tres Reynos se Miraron Desunidos / Desta Grande, i Excessa Monarchia, / I Casi en el Estado de Perdidos, / Politica Tirana los Tenia, /Mas Vos en la Obediencia Reducidos, / De los Tres enfrenasteis la Osadia, / Reuniendose por Vos a la Corona, / Parthenope, Trinactia y Barcelona".

La conclusión parece obvia, pues ¿quién mejor que don Juan para gobernar la Monarquía de Carlos II "De Cuyo Imperio sois Heroico Atlante"? Esta idea motriz inspirará asimismo diversos libros de sermones, entre los que destacan por su vehemencia los predicados ante don Juan José en la Capilla del Palacio zaragozano por Fray Manuel Guerra y Ribera durante los años de 1670 y 1671.

La vida cotidiana en la Corte de Zaragoza no se ocupaba ni mucho menos enterarnente con estos solaces encomiásticos, ni con el fragor de ejercicios caballerescos y de las fiestas de toros. Así, la regularidad sacramental del Vicario General, o sus viajes terapéuticos a los baños de Alhama (3), sólo eran pausas en el ejercicio del poder. Tras la expulsión del virrey Conde de Aranda, don Juan detentaba el gobierno superior del Reino como Lugarteniente y Capitán General. Presidía la Audiencia y, en general, ejercía una función arbitral entre las corporaciones gubernativas, eclesiásticas o gremiales que excede el ámbito teórico de sus competencias para dar medida de su prestigio y poder.

Por lo que respecto a la Corte en estos momentos, una nueva fuente de promoción vino a acaparar el interés de la gran nobleza de palacio haciendo olvidar a los Grandes aquellas urdimbres que habían llevado al desgraciado Antonio de Córdoba al cadalso. Había llegado el momento de iniciar las negociaciones para la formación de la Casa del Rey y en los pasillos palaciegos y estancias reales, se comenzaron a barajar los nombres de los posibles agraciados con aquellos puestos que aseguraban la disputada cercanía al Rey. Fernando de Valenzuela (4), un personaje de orígenes dudosos que se había ganado la confianza de la Regente, participó activamente en las negociaciones de la formación de la nueva Casa, contactos con la cúpula política de la Regencia que le valieron las primeras críticas de unos magnates ansiosos por obtener el beneplácito de doña Mariana.

Finalmente, en noviembre de 1674 se hicieron públicos los nombramientos de la Casa del Rey (Sumiller de Corps, Mayordomo Mayor, Caballerizo Mayor, nueve gentileshombres, treinta gentileshombres de boca, seis mayordomos más un sinfín de servidores) siendo los principales cargos ocupados por las casas de Medinaceli, Enríquez y Alburquerque. El octavo duque de Medinaceli, don Juan Tomás de la Cerda, ex-virrey de Nápoles, fue el elegido para ocupar el cargo de Sumiller de Corps, máximo puesto y galardón en el organigrama de la Casa del Rey, que permitía el mayor acceso al monarca y por ende, al patronazgo regio tan valorado en la política cortesana. Muchos se sintieron heridos en su honor al conocer el nombre del agraciado, pues a pesar de la indiscutible legitimidad y honradez de su linaje, era hombre de pocos méritos o, al menos así lo consideraron los nobles “desacomodados”. El puesto de Mayordomo Mayor le había sido reservado al duque de Alburquerque, don Francisco Fernández de la Cueva, personaje de alta cuna, de vocación y oficio militar y que había sido virrey de Nueva España. Finalmente la tríada de oro de la Casa del Rey se completó con el Almirante de Castilla, al que le fue otorgado el puesto de Caballerizo Mayor, hombre de poco carisma cuyo máximo favor había consistido en permanecer al lado de la Reina durante el proceso de la expulsión de Nithard. Seguidamente se presentaron los nombres de los gentileshombres: Duque de Sessa, Duque de Villahermosa, Montalto, Medina de las Torres, Conde de Luna, Saldaña, Melgar, Aguilar y Oropesa.

Nadie creyó por aquel entonces que estos nombramientos hubieran respondido a la justicia que debía regir la gracia real. Detrás de toda esta composición se adivinaba la intervención de don Fernando Valenzuela, al que los panfletistas más viperinos acusaron de haber recibido importantes sumas de dinero de los afortunados por suelección para formar parte de tan importante Casa.

La resolución de los nombramientos de la Casa del Rey generó un clima de gran crispación en la Corte; los nobles desplazados mostraron su indignación frente a una ofensa que no quisieron perdonar a la Regente y a ello se añadió el esperpéntico espectáculo del continuado ascenso de un pseudo-valido de bajos orígenes e impúdicos métodos lúdico-festivos, empleados para ganar el favor real.

Al ascenso de Valenzuela en la Corte, cabe unir el deseo de doña Mariana de Austria de alejar a don Juan aún más de la Corte, pues sabía perfectamente que aún en su “exilio zaragozano”, el bastardo continuaba siendo un potencial peligro para la estabilidad de la Regencia. De esta forma, trató de enviarle a los Países Bajos como Gobernador General de aquellas provincias, tal y como ya lo hiciese años antes, y que remplazar al Condestable de Castilla que en aquellos momentos ejercía el puesto. Sin embargo, la respuesta de don Juan sería tajante: rechazaba de plano el cumplimiento de una orden, cuyo objetivo básico no era otro que el de alejarle de la Corte, lugar en donde representaba una amenaza para los que ejercían el gobierno de la Monarquía. Para evitar reacciones enérgicas contra su persona, una vez más volvía a utilizar la excusa de su mala salud.

Desde la Corte no se aceptó el pulso planteado por don Juan ante el temor de enfrentarse a la opinión de una sociedad que apoyaba cada vez con más fervor al bastardo. Así las cosas el 5vde julio de 1670 doña Mariana aceptaba las excusas sobre las campañas en el norte de Europa, y le eximía de la obligación de tener que salir de España.

Don Juan permanecería, pues, en Zaragoza hasta que llegó la expiración del trienio de su mandato, que se le renovó sin dificultad por otros tres años más, lo que significaba que continuaría siendo Vicario General de Aragón entre los años 1672 y 1675.

A mediados de 1675 el clima político del Reino de Aragón y de la propia Monarquía comenzaba a enrarecerse a cada momento. La cercanía de la fecha en que Carlos II iba a entrar en el gobierno personal de sus reinos, tras cumplir los 14 años de edad que estipulaba el testamento de Felipe IV (6 de noviembre), creaba grandes incógnitas sobre la continuidad en el poder de la facción clientelar leal a la reina doña Mariana, encabezada por el advenedizo don Fernando de Valenzuela. Con el ánimo de conjurar siniestros presagios para su suerte, este partido hegemónico en Madrid prorrogó en junio por un tercer trienio a Juan de Austria como Lugarteniente y Capitán General del Reino de Aragón. Pero convenía alejarlo aún más de Madrid en aquellas fechas decisivas, para lo cual se le encargó el mando supremo de los ejércitos de la Monarquía para reintegrar a la Corona la sublevada Mesina, que se había alzado en armas, con el apoyo de Luis XIV, contra su rey señor natural, poniendo en peligro el dominio español sobre Sicilia, y, por tanto, sobre el Mediterráneo (5).

Mariana de Austria deseaba, por encima de cualquier otra cosa, que cuando llegase la fecha en la que Carlos II cumpliría los 14 años de edad, don Juan estuviese, no solo lejos de Madrid, sino también de España. Sin embargo, el bastardo, sabedor de los cambios que la mayoría de Carlos II iban a producir en el futuro rumbo de la Monarquía, deseaba estar los más posible cerca de esa Corte, para poder influir en el desenlace de los acontecimientos, y de paso ver realizados sus anhelos políticos.

Lo que muchos sospechaban, pero muy pocos sabían, era que don Juan estaba moviendo sus peones, en forma de agentes, misivas y otros instrumentos, para encontrarse en una posición de privilegio en ese decisivo momento.

Fuentes principales:

*Alvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: “Fueros, cortes y clientelas: el mito de Sobrarbe, Juan José de Austria y el reino paccionado de Aragón (1669-1678)”. Pedralbes: Revista d'historia moderna, ISSN 0211-9587, Nº 12, 1992, pags. 239-292.

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : “Origenes, ascenso y caida de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

(1) Las notas marginales de Don Juan en las cartas que le enviaba Fabro asi lo demuestran, indicando los acontecimientos que debía incluir en algunas Décadas, la localización de las fuentes escritas, ... BN, Mss. 2.045, "Correspondencia entre Fabro Bremudans y D. Juan de Austria, años 1665-1666.

(2) Estos Avisos fueron impresos por los Herederos de Diego Domer, como la mencionada “Historia de los hechos ...”, y gran parte de las obras dedicada a Don Juan. Sobre esta imprenta que sacó a la luz numerosos libros entre 1647 y 1698 veáse M. Jiménez Catalán, “Ensayo de una tipografia zaragozana del siglo XVII”, Zaragoza, 1925. pp. 43-45.

(3) Juan de las Hevas y Casado, “Venida del serenissimo Principe el Señor Don Iuan de Austria a los Baños de Alhama. Y cortejo de la Insigne Ciudad de Calatayud.” .., Zaragoza, 1675, donde se refieren las celebraciones en los lugares a su paso y las fiestas de toros en Calatayud (citado por Jiménez Catalán, op. cit., p. 343). Estas jornadas no eran en absoluto anecdóticas, perrnitiéndole a don Juan José entrar en contacto con los notables locales, que no dudarían en servirle en su jornada a Madrid y después obtendrían merced en Cones (ACA, CA, 1.368, expediente 2316, memorial de Juan Agustin Ximeno y Martínez donde refiere que "honró su cassa el Sr. Dn. Ju°. quando etuvo0 en Alama a tomar los Baños, y despues quando su Alteza fue a Madrid fue simiendo con alguna gente un hijo suyo", concediéndosele el caballerato que pide).

(4) No me detendré en explicar los motivos del ascenso de Valenzuela pues para él reservo una específica entrada.

(5) Para saber más sobre tal conflicto léase la colosal obra del profesor Luis Ribot: “La Monarquía de España y la Guerra de Mesina (1674-1678)”. Madrid, 2002.