martes, 31 de marzo de 2015

El Viernes Santo de 1679

1. "Relation du voyage d’Espagne" de Madamme d’Aulnoy. Paris, 1691.

La literatura de viajes es sin duda una fuente histórica de primer orden para reconstruir la sociedad y costumbres de la época, aunque siempre se debe tratar con cuidado ya que se adapta el punto de vista subjetivo del observador. Entre los viajeros que recorrieron la España de Carlos II y que dejaron reflejada su impresión sobre nuestro país se encuentra Marie Catherine Le Jumel de Barneville, Condesa d’Aulnoy (1650-1705) que dedicó dos obras a dicho viaje: las "Mémoires de la cour d’Espagne" (1690)  y, sobre todo, su "Relation du voyage d’Espagne" entre 1679 y 1680. Esta última obra tuvo mucho eco en Europa, pues contó con muchas ediciones en Francia (la primera en 1691) y en Holanda, y con traducciones al inglés, alemán y holandés. No se publicó traducida al español hasta 1891.

Con destino a Madrid, Madamme d’Aulnoy cruzó la frontera franco-española por Irún en febrero de 1679, pocos meses después de la firma del Tratado de Nimega (agosto de 1678) que ponía fin a la guerra entre España y Francia, para luego, atravesando las provincias vascas y Castilla, llegar a la Corte del Rey Católico. Tras un viaje tranquilo, en Madrid, lugar en que permaneció durante la mayor parte del tiempo instalada en la casa de un familiar, casi dos años, fue donde tuvo oportunidad de observar la vida cotidiana de los españoles, que intentó reflejar en sus cartas publicadas, y tal vez escritas, diez años después, aunque muchas veces impregnadas de esa mutua tirria e incomprensión que españoles y franceses profesaban por las continuas guerras.

2. Fotogramas de la serie de TVE "Memoria de España" dedicada al reinado de Carlos II, en los que vemos al Rey acompañado de don Juan José de Austria y el resto de la Corte.

Entre los rasgos caracterizadores de los españoles estaba el de ser religiosos. Nadie pasaba por una cruz o retablo callejero, que no faltaban en casi ninguna esquina o cruce de caminos sin saludarlos y santiguarse. El derecho de asilo de lugar sagrado era considerado inviolable. Además los grandes hitos de la vida pública y privada iban acompañados de celebraciones religiosas. Entre éstos tenía un lugar especial la Semana Santa. A continuación la narración que del Viernes Santo de 1679, pocos meses antes de la muerte de don Juan José de Austria, nos hace Madamme d’Aulnoy:

reunidos todos, forman parte de la única procesión que recorre las calles de la villa, y a la cual asisten todas las parroquias y todas las Órdenes. [...] La procesión sale a las cuatro y a las ocho muchas veces no ha terminado todavía. Me sería imposible mencionar a las innumerables personas que acuden a formarla, desde el Rey, don Juan de Austria, los cardenales, los embajadores y la nobleza, hasta los últimos dignatarios de la Corte y de la Villa. Cada uno lleva un cirio en la mano [ver figura 2] y le acompañan muchos de sus criados con antorchas. Todos los estandartes y todas las cruces van cubiertos con una gasa negra. Multitud de tambores, también enlutados con gasas, redoblan lastimeros. La Guardia Real [...] llevan sus armas enlutadas y abatidas hasta el suelo. Hay grupos de imágenes que representan los ‘Misterios’ de la vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Las figuras son bastante malas, mal vestidas, y pesan tanto que a veces no bastan cien hombres para llevar una plataforma sobre la cual se ostenta el Misterio”.

En el siguiente vídeo, a partir del minuto 14:20, pueden ver una escena muy similar a la narrada por d'Aulnoy:


martes, 24 de marzo de 2015

VOLVEREMOS EN BREVE...

Portada del álbum "Lateralus" de Tool (2001), obra del genial artista psicodélico estadounidense Alex Grey, representando la anatomía mística del ser humano.


...y mientras tanto os dejo esta espectacular versión en vivo  de la canción "Lateralus" de la mítica, misteriosa y casi mesiánica, para muchos, banda Tool, procedente de su homónimo disco (Lateralus, 2001). A parte del propio mensaje de la canción, lo que más llama la atención de "Lateralus" es que fue escrita siguiendo los principios de la sucesión o espiral del matemático italiano del siglo XIII Fibonacci, sucesión tendente al número áureo griego que explica la composición misma de la naturaleza y de todo aquello que nos rodeo, formado, si nos fijamos bien, por espirales áureas (las flores, las nervaduras de las hojas, los troncos, los caparazones de los crustáceos, etc).

La sucesión comienza con los números 1 y 1 y a partir de estos, cada término es la suma de los dos anteriores, es la relación de recurrencia que la define:

1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, etc

Os recomiendo que veáis el vídeo hasta el final, especialmente la parte "épica", a partir del minuto 09:35


En este vídeo podréis ver la explicación matemática y el mensaje de la propia canción explicado:

martes, 17 de marzo de 2015

Los retratos dobles de Mariana de Austria y Carlos II (PARTE I)

Fig. 1. Doña Mariana de Austria, obra de Juan Bautista Martínez del Mazo (h. 1666). National Gallery de Londres.

El reinado de Carlos II supuso una transformación constante en lo que se refiere a la representación real. Cambio que se observa a lo largo de toda su vida con el surgimiento de nuevas tipologías retratísticas articuladas en torno a Carlos II y a su madre, la reina regente doña Mariana de Austria y nacidas por las particulares circunstancias que caracterizaron el reinado del último representante de la Casa de Austria en España.

En efecto, al morir Felipe IV se producía una situación anómala en un doble sentido que generaba una fuerte inestabilidad política: por un lado, se hubo de instituir una regencia femenina que recaería en manos de su viuda, la reina doña Mariana de Austria, considerada inexperta en asuntos de gobierno por lo que habría de estar asesorada por una Junta de Gobierno, formada por altos nobles y eclesiásticos curtidos sobradamente en tareas de Estado. Precisamente se instituía dicha regencia porque el heredero, y éste es el otro factor de esa especial situación, por primera vez durante la dinastía de los Austrias era un niño que en 1665 apenas contaba con cuatro años de edad y cuya salud era muy delicada.

Doña Mariana de Austria, aunque sin formación para ello, asumió su nuevo papel con entrega y lo ejerció de manera extremadamente proteccionista hacia su hijo, que permanecería durante toda su vida bajo la influencia materna. Las relaciones de la regente con la Junta de Gobierno que debía asesorarle en cuestiones de gobierno, no fueron todo lo cordiales que hubiese sido deseable. Por eso, ésta se apoyó cada vez más en su confesor jesuita alemán, padre Juan Everardo Nithard, hasta el punto de que le otorgó la naturaleza castellana como para que pudiese ser nombrado Inquisidor General, algo que se materializó en septiembre de 1666. y que le permitió entrar en la Junta de Regencia, lo que de hecho supuso entregarle el poder o lo que es lo mismo, otorgarle el valimiento. Esto provocó un gran malestar en la alta nobleza que veía como un extranjero acaparaba gracias y mercedes y les apartaba de los órganos de gobierno. Tras la caída de Nithard, forzada por la intervención de don Juan José de Austria (25 de febrero de 1669) y la creación de la Junta de Alivios, doña Mariana buscó el descargo en otro valido, don Fernando de Valenzuela, un hidalgo de baja extracción, que de nuevo encrespó aún más los ánimos entre los Grandes que le consideraban como un advenedizo indigno de ocupar su privilegiado puesto. Su caída de nuevo fue impulsada por la nobleza (Manifiesto de los Grandes, 15 de diciembre de 1676) y capitaneada de nuevo por don Juan José de Austria, que no sólo supuso el fin político de Valenzuela, sino también el exilio de la Reina Regente  (17 de febrero de 1677) y la toma del poder por parte de medio hermano de Carlos II, que sería nombrado primer ministro de la Monarquía.

Ante esta conflictiva situación, doña Mariana hubo de articular una serie de mecanismos destinados a contraatacar a sus enemigos, en especial a don Juan José de Austria, entre los que las estrategias representativas y el uso de la imagen como instrumento de poder y propaganda juegan un destacado papel. Entre ellas despunta el fenómeno interesantísimo y fascinante de los retratos dobles, cuya frecuencia, ciertamente escasa, deja claro su propia particularidad y resulta muy significativo del momento histórico en que aparece, convirtiéndose en ejemplo evidente de los nuevos lenguajes iconográficos empleados a lo largo de todo el reinado.

Como se ha visto, fue principalmente don Juan José de Austria quién capitaneó las voluntades en contra de la Regente y sus validos, desplegando una implacable campaña de acoso, desprestigio y desgaste. Ante esto, doña Mariana tuvo que poner en marcha el resorte de la retratística regia ingeniando los recursos propagandísticos necesarios para hacer frente a dichas críticas, y utilizando hábilmente la imagen oficial que se proyectaba de sí misma y del Rey, su hijo, dando lugar a una novedosa iconografía, inexistente hasta ese momento.

En primer lugar, el inusual papel político de la Regente y sus nuevas funciones de gobierno, hacían inválido y obsoleto el modelo habitual de representación de las reinas consortes de la Casa de Austria en pie, generalmente de cuerpo entero y, en menos ocasiones, de tres cuartos; vestidas lujosamente y luciendo riquísimas joyas, con un abanico, pañuelo, guantes o libro de horas en la mano y situadas normalmente junto un sillón sobre el que apoyan una mano o, más raramente, un bufete cubierto de terciopelo, o incluso un perro que a veces es sustituido por un enano; y desde luego sin alusión alguna a las tareas de gobierno. Se hacía imprescindible encontrar otra fórmula que diera cabal solución a las nuevas necesidades representativas derivadas de esa situación y que, al mismo tiempo, respondiera de manera contundente a las críticas contra la legitimidad y autoridad de su poder, su persona y su labor de gobierno

El primer paso en la creación de esa nueva iconografía de doña Mariana, lo había dado ya Juan Bautista Martínez del Mazo en la serie de retratos que tienen como prototipo el de la National Gallery de Londres (fig. 1) y del que se conserva un magnífico ejemplar en el Museo del Greco de Toledo; posteriormente será Juan Carreño de Miranda quién profundice y consagre ese modelo, añadiendo sutiles elementos simbólicos que reforzarían el mensaje propagandístico que ya se pretendía con los retratos de Mazo.

El retrato de Mazo se dispone en dos escenas complementarias. La reina doña Mariana aparece retratada en primer plano, vestida con tocas de viuda, vestimenta con la que será representada invariablemente hasta su muerte. Está sentada en un sillón tapizado de terciopelo negro y porta un documento o petición en su mano derecha. A sus pies, se sitúa un perrillo y en la parte superior cierra la composición un cortinaje. Se halla situada en el Salón de los Espejos del Real Alcázar de Madrid, lo que se deduce por la sala que se abre al fondo de la composición, la pieza Ochavada, contigua al salón. Allí, en una escena inspirada directa y conscientemente en las Meninas de Velázquez, se observa al rey niño Carlos II, atendido por una serie de sirvientes, una carroza en la que parece que se le trasladaba a causa de su debilidad y una de las estatuas que decoraban aquel significativo recinto. Estos personajes han sido identificados con el aya del rey, doña María Engracia de Toledo, Marquesa de los Vélez, la hija de ésta que sería quién le ofrece un búcaro, otra viuda de la Casa de la Reina y dos enanos, uno de los cuales podría ser Maribárbola y el otro tal vez Nicolasito Pertusato, a cuya figura ya me referí en una entrada de este blog, ambos retratados también en las Meninas.

En este retrato nada está dejado al azar, todos los elementos, espacios, disposiciones y actitudes que lo configuran, se presentan como complementarios y estrechamente interrelacionados entre sí, formando una unidad significante que permite “descifrar” el elevado contenido simbólico del retrato y su uso y función, que tiene sentido en un momento determinado y en relación con las ideas de fortalecimiento del poder, re-afirmación de la autoridad y reforzamiento de la legitimidad de la Regente.

CONTINUARÁ...

Fuentes: 

*Pascual Chenel, Álvaro: "Retórica del poder y persuasión política. Los retratos dobles de Carlos II y Mariana de Austria". Goya: Revista de arte, nº 331 (2010).

*Pascual Chenel, Álvaro: "El retrato de Estado durante el reinado de Carlos II. Imagen y propaganda". Fundación Universitaria Española (2010).

domingo, 8 de marzo de 2015

Doña Mariana de Austria, mujer y reina

1. Retrato de doña Mariana de Austria, obra de Juan Bautista Martínez del Mazo (h. 1666). Colección Miguel Granados.


Para celebrar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, quiero recuperar una entrada que hace algún tiempo dediqué a la reina regente doña Mariana de Austria y a su condición de Mujer y Reina como tutora y curadora de su hijo Carlos II, y sobre cómo este hecho, poco común en una Europa dominada por los principios de una sociedad patriarcal, fue aceptado y justificado.


Reinas por derecho propio y regentes se sucedieron entre los siglos XVI y XVII en las monarquías de la Europa moderna. Mujeres en el trono que, en circunstancias de excepción como la falta de herederos varones o minoridades reales, ocuparon el trono con plenas facultades gubernamentales. Ante tales fenómenos políticos, los contemporáneos formularon numerosos discursos en los que trataron de clarificar la naturaleza de tales gobiernos femeninos, abriendo el debate sobre la capacidad de la mujer al frente del gobierno. Sin embargo, entre las apologías y las difamaciones panfletarias, discurren problemáticas de mayor enjundia interpretativa: el secreto del gobierno de la mujer en la Edad Moderna descansa en la naturaleza jurídica de su condición de Reina. En el siglo XVII, en una sociedad estamental donde la diferenciación de los individuos estaba marcada por el estatus jurídico, la dicotomía del género (muy arraigada por el patriarcalismo imperante), quedaba subordinada a esta posición socio-jurídica.

Por tanto, el poder por encima del género parece ser la clave explicativa de la asunción femenina del trono. “Rex animo non sexu”, la fórmula política que apareció en un emblema anónimo de la “Galerie des femmes fortes” en París (1647) en referencia a la regencia de Ana de Austria, ilustra a la perfección la interpretación sobre la legitimidad del poder femenino en el siglo XVII (1). Merece la pena detenerse en el significado de este imperativo (“el rey carece de sexo”) que se toma como ejemplo. La cláusula acompañaba a una imagen en la que la abeja “reina” se encontraba en el centro de su enjambre, organizado y dirigido en torno a ella. Bettina Baumgärtel ha sugerido la posibilidad de que el texto y la imagen lanzaran dos mensajes contradictorios y no complementarios, como en un principio cabría esperar: “Rex no animo sexu” implicaría la igualdad de sexos mientras que la colonia de abejas organizadas en torno a la reina (la imagen) indicaría la superioridad de ésta frente al sexo masculino.

Al margen de la interpretación de Baumgärtel, Laura Oliván Santaliestra ofrece otra traducción de “Rex animo non sexu”: la realeza carece de sexo y, por ende, de género, por lo que supera a cualquier diferenciación sexual. Esta tesis es sin duda polémica, pues ha suscitado agrias críticas desde algunos sectores de la Historia de las mujeres. Una aplicación ortodoxa del “Rex animo non sexu” ignoraría todas las críticas a los gobiernos femeninos que subyacen en esta época y que se explicitan en los panfletos y discursos políticos, donde las mentalidades atacan o contradicen a una teoría política en el que la “reina” es antes que la “mujer”. Y es que el patriarcalismo fue un rasgo consustancial a las sociedades de la Europa moderna. Es cierto que la reconocida superioridad masculina operó en todos los ámbitos del siglo XVII pero también, al menos en la misma medida, lo hizo el estamento: su fuerza jurídica actuó de manera “positiva” imponiéndose categóricamente al género en el caso del poder de la mujer. La Reina, la mujer noble, por su condición privilegiada, disfrutó de más resortes de poder que cualquier varón del tercer estamento. Las mujeres nobles o damas, en muchas ocasiones, actuaron como las más fieles aliadas y corresponsales políticas dentro de las facciones. Su condición y talento, amparados por las estructuras de poder cortesanas, les permitieron acceder a estos resortes políticos asociados por la historiografía tradicional al clan masculino. Por supuesto, este discurso interpretativo observa sus fisuras con las críticas a la mujer que encarna o representa ese poder monárquico; y, junto a ellas, la preferencia del varón a la mujer en la línea sucesoria o la ley sálica en Francia, resaltan el patriarcalismo imperante, marcando a la par, la paradoja existente entre el gobierno factual de las reinas y los límites impuestos al ejercicio de su poder. Sin embargo el debate en torno a si el rango era superior al sexo en las mujeres de las dinastías reales, estuvo presente en los escritos políticos a lo largo de toda la Edad Moderna.

Otro de los debates que ha suscitado controversia en los últimos años ha sido la aplicación a las reinas de la teoría de los dos cuerpos del rey, formulada por el historiador polaco Kantorowicz en 1957 (2). ¿Se podría hablar de los dos cuerpos de la Reina? ¿Tendría la Reina cuerpo político-místico? Como en las demás consideraciones del gobierno femenino, habría que estudiar cada caso particular con especial cuidado y precaución. Quizás la figuración y el desglosamiento de un cuerpo político sólo se podría observar, en principio, en algunas reinas propietarias, excluyendo así a las reinas regentes y por supuesto, a las reinas consortes. En Francia, la ley Sálica, impediría cualquier formulación de un cuerpo místico para las reinas de esa monarquía. Sin embargo muchas excepciones vienen a resquebrajar esta rígida división entre reinas con doble corporalidad y reinas con un único cuerpo natural o físico.

El caso de Isabel I de Inglaterra parece ser claro: Reina por derecho propio, mujer con un poder monárquico plenamente reconocido y aureolado por los juristas de la época, la reina Isabel supo construir alrededor de su figura femenina, un cuerpo místico-político representado por ella misma, una mujer, con las “debilidades” propias de su sexo. La feminidad de la Reina, al menos en la Inglaterra del siglo XVI, sólo sería un defecto del cuerpo mortal e imperfecto que contendría al poder real eterno, por lo que el ser “hombre” o “mujer” (como encarnaciones genéricas de lo perecedero) no afectaría a aquella aureola mística de la realeza, representada por la persona real. En definitiva, el género no se presentaría como un inconveniente para el mantenimiento de la dignidad y respeto de la Corona y, el cuerpo femenino, en calidad de continente, sería aceptado por teóricos y juristas como adecuado para representar el cuerpo místico de la monarquía. Por tanto, el cuerpo político y el natural de las reinas serían inseparables.

Si para el caso de las reinas propietarias podría aceptarse la teoría de los dos cuerpos, no podría afirmarse lo mismo para las reinas consortes. A pesar de que éstas recabaron mucho poder y llegaron a ejercer una gran influencia a través de múltiples mecanismos, su doble corporeidad no es perceptible desde el momento en que su cuerpo natural está subordinado a un monarca varón, al que le corresponde ostentar el cuerpo político. Aún y todo, reinas por matrimonio, las consortes disfrutaron de un amplio poder.

En cuanto a la regencia de Mariana de Austria (1665-1675), ésta se presta a un profunda reflexión con respecto a la doble corporeidad de la Reina regente. ¿Podría una regente contener el significado abstracto del poder monárquico y ser éste reconocido en su cuerpo femenino? Desde el momento en que Carlos II, con apenas cuatro años, fue proclamado Rey tras la muerte de su padre en septiembre de 1665, el cuerpo místico e inmortal de la Corona habría pasado directamente de su padre a sí mismo, convirtiéndose de este modo en el representante del poder con mayúsculas de la realeza. La proclamada debilidad de su cuerpo mortal no fue en un principio, inconveniente para que el cuerpo político recayera en su figura, sin embargo el ejercicio de aquel poder político fue depositado en su madre, una reina que por sus propios derechos podía ostentar tal potestad: la autoridad, el poder oficialmente reconocido. Por tanto ¿sería legítimo pensar en la doble corporeidad de la reina regente? Un cuerpo femenino como el de Mariana viuda ¿podría representar la autoridad política que emana del cuerpo místico? La respuesta es compleja…


Fuente principal:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid, 2009.

Notas:

(1) Baumgärtel, Bettina: “Is the King Genderless? The Staging of the Female Regent as Minerva Pacifera”. En: Dixon, Annette (ed.): “Women who ruled. Queens, Goddesses, Amazons in Renaissance and Baroque Art”. Ed. Merrell in association with the University of Michigan Museum of art. Michigan, 2002. p. 97.

(2) Kantorowick, Ernst H: “The King’s Two Bodies. A Study in medieval Political Theology”. Ed. Pricenton University Press. Pricenton, 1957. Para más información lease mi entrada “Los dos cuerpos del Rey”.

lunes, 2 de marzo de 2015

Carlos Fernando de Austria, canónigo de la Catedral de Guadix e hijo de Felipe IV (Parte IV y Final)

1. Catedral de Guadix (Granada).

Aunque tras redactar el testamento podría parecer que Carlos Fernando de Austria fuese a fallecer en la ciudad de Córdoba, una Real Cédula con fecha 6 de diciembre de 1690 iba a dar un inesperado giro final a su vida. En dicha Real Cédula se le otorgaba una canonjía vacante en el cabildo de la Catedral de Guadix (Granada).

Muy posiblemente dicha cédula fuera consecuencia de las influencias que don Antonio de Benavides Bazán, Arzobispo de Tiro y Patriarca de las Indias, de quien ya hablamos en anteriores entradas, tenía en la Corte y en el propio Guadix, con fuertes vínculos familiares. Ante tal nombramiento, Carlos Fernando otorgó un poder con fecha 23 del mismo mes de diciembre de 1690, designando al arcediano de la Catedral de Guadix, doctor don Francisco Delgado, para que en su nombre tomase colación y posesión de la prebenda que le había concedido el Rey, su hermano. Entre tanto y hasta su instalación definitiva en Guadix, pasaron los meses de invierno en los que se detendría en cerrar los diferentes asuntos que le tuviesen ocupado al tiempo de la recepción de dicha Real Cédula.

El día 7 de marzo de 1691 Carlos Fernando de Austria, acompañado de su hija Mariana, llegaba finalmente a su nuevo destino. Unos días más tarde, el 19 de marzo, tomaba posesión de su canonjía en el cabildo catedralicio, donde desempeñaría sus funciones con gran diligencia, como por ejemplo su mediación ante los orfebres de Córdoba para la adquisición, por parte del cabildo, de la Custodia para la festividad del Corpus Christi, que había sido diseñada por Alonso Cano. En tiempos de su llegada a Guadix, la Catedral estaba aún en construcción, si bien la importancia de dicha sede episcopal era y es máxima, por tratarse de la primera diócesis de España, fundada por San Torcuato en la antigua Acci en tiempos de los siete varones apostólicos, de los que él era el primero de ellos, durante el siglo I d.C. Circunstancia que tal vez influiría para decidirse a venir a la diócesis “primada” de España.

Tres años después, el 20 de febrero de 1694 su hija Mariana casaría en la Catedral con Juan Manuel de Cea Carvajal, nacido el 13 de mayo de 1658 en la misma ciudad. De este matrimonio nacería una hija, Francisca de Cea, venida al mundo en 1701, cuatro años después de la muerte de su abuelo Carlos Fernando de Austria, cuya descendencia llega aún hasta nuestros días.

Carlos Fernando de Austria fallecería 31 de marzo de 1696 en Guadix, siendo su cuerpo inhumado en la cripta de la Catedral. En su acta de defunción se puede leer: “fue muy ajustado sacerdote y de ejemplar vida y costumbres”, y en el acta de entierro se lee: “En dos de abril de mil seiscientos noventa y seis años. Falleció en esta parroquia mayor de la Ciudad de Guadix don Carlos de Austria canónigo de esta Santa Iglesia. Recibió todos los Santos Sacramentos, testó ante don Gabriel de Freile, dejó trescientas misas, le acompañó su cuerpo el Ilustrísimo y Reverendísimo el Sr. Fray Pedro de Palacios (Obispo) y el Deán y Cabildo. Fue sepultado en sepultura propia, dejó por sus albaceas al Sr. Francisco de Estudillo racionero de esta Santa Iglesia y a Antonio de Molina y a Juan Manuel de Cea, herederos: doña Mariana de Austria, su hija. Firma Licenciado don Juan de Freyle, cura”.  

Finalizaba así la vida de un hombre estigmatizado por su bastardía real que sin embargo, y con muchas dificultades, supo salir adelante por sí mismo y con esa pesada carga que era en este caso su sangre real.

2. "La espada de Miramolín"

A modo de curiosidad citaré que la interesante novela histórica "La espada de Miramolín" de Antonio Enrique (Roca Editorial de Libros, 2010) recrea el período que el canónigo vivió en Guadix:

Así entra en la ciudad, a siete de marzo de 1691, un carruaje que lleva los faroles encendidos.  Va un hombre adentro y también una mujer. Ésta de veinticuatro años, es su hija. Adentro sólo reluce el espeso cabello entrecano del señor. La señora, sentada a contramarcha, es un bulto cóncavo hacia el hombre, pues parece que departen. Por el contrario, el señor, que es muy obeso y algo corpulento de talla, se le ve tan fatigado a través de la ventanilla que incluso bosteza. Tiene si reparamos bien, las mejillas largas y lasas con carrillos amplios y salientes, que hacen asemejar su cara al morro tristísimo de un hipopótamo. Y sí, da la impresión de que la dama va diciéndole algo. Se la oye, o cree escuchársele, más bien por cómo adereza las vocales con su boca. La cerró mucho, como para besar, luego la abrió hasta mostrar sus dientes, y por fin rozó con la lengua los incisivos, mientras estiraba hacia atrás las comisuras de los labios, como prolongando un resoplo: Gu-a-di-x, había proferido, por este orden


Fuentes:

* Miranda Rivas, Marcelo Fernando: "Nuevas luces acerca de Carlos Fernando de Austria". Revista "Nieve y Cieno", opúsculo anual, Guadix, nº 61, año 2015. ISSN: 1697 - 1647

* Rodríguez Sánchez, Sergio Antonio: “Un canónigo de la Catedral de Guadix era hijo de Felipe IV”. Revista “Nieve y Cieno”, opúsculo anual, Guadix, nº 46, año 2001, págs. 111-112.