martes, 31 de enero de 2017

El IX Duque de Medinacali: embajador, virrey y mecenas (Parte IV)

1. Retrato del papa Inocendio XI Odescalchi, obra de Giovanni Battista Gaulli "Il Baciccio". Galleria dell'Accademia di S. Luca, Roma.

Para orientarle de cómo debía gobernarse en el desempeño de su cargo, Cogolludo recibió una instrucción de carácter general y otra secreta. La primera glosa de forma general sobre los más diversos temas, desde cuestiones protocolarias y de comportamiento al análisis de la geopolítica italiana y la provisión de los obispados, recordándolo que su principal objetivo debía consistir en "ganarse la voluntad del papa, de sus parientes y de aquellos por cuya dirección corriesen los negocios del gobierno, pues este es el medio más seguro de que se encaminen los que pasasen por vuestra mano". En cambio la secreta se ocupa de algunos puntos más concretos: la forma de gobierno pontificio, el problema del cuartel (barrio) de la embajada, la dirección durante la sede vacante y la actitud ante la tregua o la paz con Francia (1).

En primer lugar, le advierten que el papa Inocencio XI Odescalchi era severo de condición y radical en sus dictámenes, de forma que su celo por la religión y el bien de la Iglesia hacía que tomase algunas decisiones más justas que convenientes; por ello debía actuar en las negociaciones con arte, maña y prudencia, presentando las súplicas con justificación y autoridad. Su máxima de gobierno consistía en conservar la paz en la Cristiandad, para lo que había condescendido con Francia "más de lo que hacía posible la razón de su natural y de su propia justificación". El hecho de no tener nepote y pretender publicar una bula para abolir este clásico sistema de gobierno papal, aunque era positivo para el bien de la Iglesia, no era tan conveniente para la Monarquía, porque los nepotes procuraban fundar casa y estados que igualasen en rentas y grandeza a las mayores de Italia, y como "no era fácil conseguirlo sin incluirse en mis dominios, había esta puerta por donde entrar a ganarlos y a que con atención mirasen a mis intereses". Por último, respecto al Cardenal Cybo, secretario de Estado, le indican que su concepto era mejor antes de entrar en el cargo que después, pero su sagacidad y el ministerio que desempeñaba obligaban a cuidar mucho la buena relación, no sólo por le presente sino también por el futuro porque tenía posibilidades de llegar al Pontificado.

En segundo lugar le informan de la situación del cuartel de la embajada, que el Papa había mandado allanar tras la marcha del Marqués del Carpio al virreinato de Nápoles, aunque el embajador de Francia lo seguía conservando, advirtiéndole que debía entrar en Roma sin pretenderlo, pero estando atento por sí se producía algún cambio en caso de sede vacante. Pues, si moría el Pontífice y el Duque d'Estrées lo mantenía, debía entrar en posesión del cuartel en la misma forma que lo tenía el embajador francés, "sin faltar ni exceder en nada de lo que él practicase, pues la igualdad de las coronas no permite que haya en esto ni en lo demás género alguno de diferencia".

En tercer lugar se centra en la posible sede vacante. En este punto se insta a Cogolludo a conocer a los cardenales, a la vez que le avanzan algunas notas sobre los purpurados Chigi, Altieri y Rospigliosi que eran las cabezas de las tres facciones existentes. El primero, de espíritu liberal y con máximas de príncipe más que de eclesiástico, siempre había sido afecto a la Corona. El segundo, que se llamaba Paluzzi degli Albertoni antes de que el papa Clemente X le declarase su nepote y cambiase su apellido por por el de Altieri en honor al Papa, era prudente y sagaz en los negocios políticos, y mantenía buena relación con Francia, aunque se podía dudar "si es afecto de disimulada política o concierto de una segura amistad". Y el tercero, sobrino de Clemente IX, estaba achacoso y retirado de los negocios, y aunque manifestado últimamente que tenía afecto a los intereses españoles era dudoso porque los suyos siempre habían apoyado a Francia. Le pide que confronte estas noticias con las que pudiera adquirir de todos los cardenales "manteniendo con seguridad a los de mi facción y a los que se juntaron a ellos en el cónclave último y los demás que se declarasen por servidores míos, y a todos en general y en particular", pues de ello dependía el buen acierto en el negocio que más importaba.

De acuerdo con las instrucciones recibidas, el Marqués de Cogolludo mantuvo buena relación con Inocencio XI, logró una solución airosa para el problema de la jurisdicción del cuartel de la embajada y procuró fortalecer el partido español con vistas a la próxima sede vacante, que se presentó el 12 de agosto de 1689 con la muerte de Inocencio XI. Reunido el cónclave, el Marqués pidió que se suspendiera la elección hasta que llegase el Cardenal de Goes con las órdenes del Emperador, como se había esperado a los cardenales franceses , pero el aviso solo sirvió para acelerar la elección del cardenal Ottoboni, apoyado por Venecia y Francia, y también por el embajador español, según indica el Marqués de Villagarcía, a la sazón embajador de Carlos II en Venecia. Pues le confiesa que, aunque los cardenales venecianos eran poco afectos a España, Ottoboni si que lo era. Por ello se muestra satisfecho con su elección, aunque confiesa que no podía adivinar su actuación como Papa.

CONTINUARÁ...
Notas:

(1) AGS, Estado, leg. 3142. "Instrucción que se dio al marqués de Cogolludo...", 1687.


Fuentes:

* Domínguez Rodríguez, José María: "Roma, Nápoles, Madrid. Mecenazgo musical del Duque de Medinaceli, 1687-1710". Ediciones Reichenberger, 2013.