domingo, 12 de julio de 2015

Carlos II y el dogma de la Inmaculada Concepción (Parte IV y Final)

Fig. 1. Carlos II y Mariana de Neoburgo adorando a la Virgen de la Almudena, obra de Basilio de Santa Cruz Puma Callao (1698). Catedral de Cuzco (Perú).

El rechazo de Luis XIV disipó las esperanzas de lograr la definición del misterio. En marzo de 1700 la Junta aconsejó al Rey que el nuevo embajador en Roma, el Duque de Uceda, renovase sus instancias a favor de la declaración del dogma, aunque sus miembros eran conscientes del revés que suponía el posicionamiento de Luis XIV. El deterioro de la salud de Carlos II coincidió con el progresivo olvido de su causa. En vida del Rey no se llegó a culminar aquel particular servicio a la Reina del Cielo y tampoco el monarca obtuvo la singular merced de asegurar la sucesión mediante el nacimiento de un hijo.

En su testamento, cuya versión definitiva rubricó el 2 de octubre de 1700, Carlos II no olvidó la devoción paterna ni propia a la Inmaculada. En la cláusula segunda el Rey mostraba su confianza en la Virgen como abogada de los pecadores y medianera para obtener favor y gracia de la divinidad. Carlos II declaraba su devoción:

"al soberano y extraordinario beneficio que recibió de la poderosa mano de Dios, preservándola de toda culpa en su Inmaculada Concepción, por cuya piedad de hecho con la Sede Apostólica todas las diligencias que he podido para que así lo declare, y en mis reinos he deseado y procurado la devoción de este misterio y en conformidad de lo que ordenó el Rey mi señor, mi padre, la he mandado llevar en mis estandartes reales como empresa; y si en mis días no pudiera conseguir de la Sede Apostólica esta decisión ruego muy afectuosamente a los reyes que me sucedieren, que continúen las instancias que en mi nombre se hubieren hecho con grande aprieto hasta que lo alcancen de la Sede Apostólica".

Fig. 2. Estandartes Reales con la imagen de la Inmaculada Concepción.

Este artículo del testamento de Carlos II era muy similar a la declaración inmaculista que incluyó su padre en sus últimas voluntades.

El príncipe que heredase la Monarquía de España no sólo debía mantener su planta de gobierno y sus constituciones, y preservar su unidad; además, era el depositario de la "pietas hispanica" y recibía un legado de devoción eucarística y de fe en el misterio de la Inmaculada. Tras la muerte de Carlos II, los clérigos de su entorno recordaron a Felipe V esta obligación. En septiembre de 1702 Felipe de Torres escribía al Marqués de Ribas, secretario real:

"Hallándose el Rey Nuestro Señor (que está en el cielo) en su última enfermedad, me mandó instado de una Sierva de Dios acordase a Su Majestad de cuando en cuando pidiese a Su Santidad declarase por artículo de fe el misterio de la purísima Concepción de la Virgen Santísima Nuestra Señora concebida sin mancha de pecado original en el primer instante de su ser natural [...] habiendo heredado el Rey Nuestro Señor (Dios le guarde) no sólo su Reino sino también la devoción a esta divina señora, haciéndola su Abogada de que tan buenos principios se han visto en sus victorias".

Por ello concluía "que su Majestad ejecute lo que no pudo continuar Su Majestad (que está en el cielo)". Cuando Felipe V intentó impulsar la declaración del misterio en 1706 se encontró con dos obstáculos: por un lado, la Junta recordó al Rey que había sido su abuelo quien bloqueó la ofensiva inmaculista en 1699; por otro, el deterioro de las relaciones entre Felipe V y el Papa tras el hundimiento del partido borbónico en Italia convertía en inviables tales pretensiones,

El 1 de noviembre de 1700 fallecía Carlos II. Dejaba de ser el centro de la Corte católica y la cabeza del cuerpo de la Monarquía de España. En su testamento declaraba que fiaba su salvación en la mediación de sus abogados en la Corte celestial. La devoción del Rey estaba depositada en san Miguel Arcángel, el Ángel y Ángeles Santos de su guarda, los santos Apóstoles san Pedro, san Pablo, Santiago, patrón de España, san Carlos y san Felipe, santo Domingo, san Benito, san Francisco y santa Teresa de Jesús, "de quien me he mostrado con tan particulares demostraciones devoto, Santos mis abogados, y a todos los demás de la corte celestial, interceden por mí con Dios y Señor al mismo fin, y para que me dé gracias eficaz para que yo me duela de mis pecados de todo corazón y con todas las verás de él, ame a este Señor y Dios mío que tanto merece ser amado". La vida de Carlos II había transcurrido entre dos esferas cortesanas: la Corte del Rey, que había pretendido ser santa y era el corazón de la Monarquía de España, y la Corte celestial, en la que se juzgaban las almas. El monarca era un pretendiente cuya alma deseaba medrar antes la divinidad. Su devoción católica y los actos de piedad estaban orientados a ganarse el favor en la Corte celestial: la mediación de la Inmaculada y de los santos debería permitirle lograr la salvación eterna del alma en el cielo, y la sucesión al trono y la conservación de la Monarquía de España en la tierra.

FIN

PD: Felipe V invocaba a la Virgen como abogada y patrona de sus reinos y declaró a la Inmaculada patrona de la Infantería. En 1732 solicita al Papa la definición dogmática. Fundó la Universidad de Cervera y coronó su edificio con una imagen de bronce de la Inmaculada Concepción. Los documentos oficiales llevban también la imagen de la Virgen Inmaculada.

A instancias del rey Carlos III, el Papa Clemente XIII, por Breve de 8 de noviembre de 1760, confirma este Patronato de María en todos los dominios de España; manda que todo el clero, secular y regular, celebre la fiesta de la Inmaculada Concepción bajo el rito doble de primera clase. De 1761 es la Bula Quum Primum de Clemente XIII, sobre el oficio y misa de la Inmaculada. El rey, accediendo a los deseos manifestados por las Cortes, tomó como universal Patrona de toda la Monarquía a la Santísima Virgen en su Inmaculada Concepción.

Clemente XIII autoriza que en la Letanía lauretana, después de decir "Mater intemerata", se añada "Mater inmaculata". Más tarde el Romano Pontífice Gregorio XVI, a instancias del Cardenal Arzobispo de Sevilla, concedió que en la misma Letanía se diga "Regina sine labe original concepta".

En 1854 por la Bula Ineffabilis Deus Pío IX, define el Dogma de la Inmaculada Concepción de María. El Concilio Vaticano II confirma que la plenitud de gracia de la Virgen no se puede separar de su maternidad virginal: María es Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo. Dios la había elegido desde la eternidad para ‘encarnarse’ y por eso la santificó desde el momento de su generación por una especial cooperación del Espíritu Santo.

Fuentes:

* Álvarez-Ossorio Alavariño, Antonio: "La piedad de Carlos II" en Ribot, Luis (dir.) "Carlos II. El rey y su entorno cortesano". CEEH, 2009.

domingo, 5 de julio de 2015

Carlos II y el dogma de la Inmaculada Concepción (Parte III)

Fig. 3. Mariana de Austria entrega la Corona a Carlos II, grabado obra de Pedro de Villafranca (1672). BNE, Madrid. Sobre la cabeza del rey-niño se observa un cuadro o cartela con una Inmaculada y la inscripción "patrona hispaniae".
En noviembre de 1675 Carlos II alcanzó la mayoría de edad y comenzó en términos legales su gobierno personal según establecía el estamento de Felipe IV, aunque su madre continuó en verdad dirigiendo la Monarquía apoyada en el advenedizo don Fernando de Valenzuela. La Junta de la Inmaculada felicitó al soberano, asociando la promoción de la Purísima Concepción a la conservación de la Monarquía. A principios de 1677 el acceso de don Juan José de Austria al ministerio señaló una progresiva moderación en los conflictos con Roma por la pía opinión, manteniéndose las gestiones de forma discreta durante tres lustros hasta que la Inmaculada volvió a adquirir un papel clave entre las prioridades espirituales del Rey Católico.

Al igual que había ocurrido durante los reinados de su padre y su abuelo, los últimos años de Carlos II estuvieron encaminados a promover en Roma la definición dogmática del misterio inmaculista. La maltrecha salud del Rey, la ausencia de sucesión directa al trono y la guerra abierta con Francia en Europa propiciaron un nuevo impulso a la devoción mariana. Desde la perspectiva del entorno del Rey, la Inmaculada era la abogada de la Monarquía de España en la corte celestial. Si se obtenía la definición por el Papa, la Virgen María recompensaría este servicio mediando ante la divinidad para conseguir las ansiadas mercedes: el nacimiento de un heredero y la conservación de la integridad territorial de la Monarquía. Sucesión y conservación eran el norte de la piedad del Rey, el cual como un Nuevo Salomón multiplicaba sus actos devotos en exaltación de los misterios de la Fe Católica en las postrimerías de su reinado.

Fig. 2. Carlos II junto a su segunda mujer, Mariana de Neoburgo, y su madre, Mariana de Austria, adorando a la Virgen de la Almudena. Autor anónimo (h. 1690). BNE, Madrid.

Entre 1693 y 1699 la Inmaculada se convirtió en el eje de las instancias al Papado por parte del Rey de España. En 1693 la publicación de un breve de Inocencio XII en el que se disponía el rezo del misterio de la Concepción con octava de precepto con carácter doble de segunda clase en la Iglesia Católica avivó las expectativas de la familia real. En diciembre de 1695 Carlos II se implicó personalmente en el impulso a la definición dogmática. El Rey escribió al cardenal Luis Fernández de Portocarrero, presidente de la Junta de la Inmaculada y Arzobispo de Toledo, que:

deseando continuar el fervoroso celo con que los señores Reyes mi Padre y Abuelo (que están en gloria) solicitaron el mayor culto de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, para obligar por medio de su auxilio a que su hijo Santísimo mire con piedad las presentes necesidades de esta Monarquía, ordeno a la Junta de la Concepción me informe del estado que actualmente tiene este Soberano misterio, y de los medios de que se podrá usar para adelantarle hasta su última definición, esperando que no omitirá reflexión ni diligencia que conduzca a fin tan importante y de mi primera devoción.

En 1696 el interés del monarca y las gestiones del IX Duque de Medinaceli en Roma, obtuvieron nuevos logros. La Congregación de los Ritos aprobó la aplicación del título de "Inmaculada" a la Concepción de la Virgen. En la Corte pontificia se movilizaron los cardenales afectos a la Corona española, entre los que destacaba el cardenal Francesco del Giudice, que contrarrestaban la animadversión de los dominicos a la pía opinión.

Desde Roma, el febrero de 1698 el cardenal José Sáenz de Aguirre expuso al Rey la estrategia para conseguir la definición del misterio de la Inmaculada. Aprovechando la coyuntura de paz en la Cristiandad, el cardenal recomendó a Carlos II que escribiese a los reyes y príncipe de Europa para apoyar la definición de la Inmaculada:

de cuya poderosa asistencia y patrocinio dependen y han dependido siempre las mayores dichas de la Monarquía. Paréceme muy conveniente y aun necesario que Vuestra Majestad se declare por Jefe de esta tan piadosa pretensión, procurando con repetidas cartas instar a todos los reyes y príncipes cristianos. Y muy en especial al Señor Emperador y al Rey Cristianísimo para que le ayuden y asistan a solicitar con la brevedad posible esta gracia de Su Santidad, de cuyo feliz logro no puedo menos de decir (con gran confianza de Dios) que me parecen resultarían a Vuestra Majestad y a todos sus Dominios felicidades muy cumplidas, y la mayor de todas que María Ilustrísima sería la Medianera y Abogada para impetrar de su Omnipotente Hijo una dichosa sucesión sucesión a Vuestra Majestad con las demás prosperidades que pudiera esperar de tan Grande Señora.

En septiembre de 1699 la Junta informaba al Rey de que la causa estaba muy adelantada, debiéndose mostrar constancia para culminar el empeño, "asegurándose que Su Divina Majestad corresponderá alcanzando de su Santísimo Hijo toda la salud de Vuestra Majestad, la sucesión que tanto importa y que se consigan todos los efectos del acertado gobierno de Vuestra Majestad". En aquellos meses también se promovió el proceso de canonización de sor María Jesús de Ágreda, acción piadosa que se consideraba una nuevo servicio a la Virgen.

Fue desigual la respuesta de los príncipes de Europa a la llamada de un Rey que asociaba la definición dogmática del misterio de la Inmaculada con alcanzar el milagro de la sucesión. Las gestiones prosperaron con el Rey de Polonia y el emperador Leopoldo I, a quien se presentó la piadosa instancia como la renovación de la "continuada protección de la Reyna del Cielo" a los intereses de la Casa de Austria. Sin embargo, Luis XIV reaccionó de forma diversa. El Rey Cristianísimo había sido el inesperado fruto del matrimonio de Luis XIII y Ana de Austria, después de dos décadas sin descendencia. El nacimiento de "Louis-Dieudonné" se asoció a la mediación de la Virgen. Tras conocer el embarazo de la Reina, Luis XIII agradeció el favor divino realizando un voto perpetuo de consagración del Reino de Francia a la Virgen. Era manifiesta la "pietas mariana" de Luis XIV, expresada de forma pública en visitas regias a santuarios marianos como el de Cotignac. Sin embargo, en noviembre de 1699 el Rey de Francia escribió a Carlos II en respuesta a sus instancias para que los monarcas católicos de Europa pidieran juntos a Roma la definición del misterio inmaculista: Luis XIV rememoraba su conocida devoción mariana, aunque consideraba que era a la Iglesia a la que tocaba decidir. Teniendo presente la división entre teólogos en el seno de la Iglesia, quizás Dios deseaba mantener el misterio oculto a juicio del soberano galo. Por ello había decidido no aunar sus instancias a favor de la pía opinión, con el fin de no avivar disputas acabadas ni crear nuevas inquietudes en la Iglesia. En los últimos lustros de la centuria, Luis XIV había amortiguado su defensa de las libertades galicanas y se presentaba como Nuevo Constantino, capaz de expulsar a los súbditos hugonotes de Francia para rivalizar con el Emperador como cabeza del orbe católico, tras los éxitos imperiales frente a los turcos.

CONTINUARÁ...

Fuentes:

* Álvarez-Ossorio Alavariño, Antonio: "La piedad de Carlos II" en Ribot, Luis (dir.) "Carlos II. El rey y su entorno cortesano". CEEH, 2009.