martes, 20 de diciembre de 2016

El IX Duque de Medinacali: embajador, virrey y mecenas (Parte III)

1. Fiesta frente a la embajada de España en Roma por el nacimiento del futuro Carlos II, obra de Willem Reuter (1662).


El cursus honorum del Marqués de Cogolludo prosiguió en 1686 cuando fue designado como embajador de Carlos II en Roma. Parece que el nombramiento del nuevo embajador se estuvo decidiendo en otoño de 1686, y estuvo determinado por la bula que prohibía las franquicias de los "quartieri" (o barrios de las embajadas), publicada por el papa Inocencio XI el 14 de mayo de 1687. Inicialmente el candidato de Carlos II para el puesto fue el Conde de Melgar, pero éste renunció desobedeciendo la orden del Rey y volviendo a Madrid sin permiso, por lo que fue apresado.

Inmediatamente se nombró como embajador a don Luis, que a la sazón se encontraba en España, puesto que tras el incidente con Pignatelli en Nápoles se vio obligado a salir de la ciudad. En febrero de 1687 el Marqués de Cogolludo preguntó si había inconveniente en que hiciese el viaje por tierra, pero le respondieron que lo realizase mejor por mar para evitar los inconvenientes que podían surgir en la actual coyuntura política, y se dio orden para aprestar tres galeras que le llevasen a Italia. Cogolludo se trasladaría de Madrid a Cartagena para iniciar la travesía, pero los temporales le obligaron por dos veces a refugiarse en Alicante. Por fin pudo hacerlo en tres bajeles ingleses y pidió al Rey que le abonasen el flete de las embarcaciones y los gastos del viaje, comenzando a correrle el sueldo desde el primer día de enero. A principios de mayo llegó a Nápoles y escribió a Francisco Bernardo de Quirós, agente diplomático y encargado de la embajada de Roma en el interín, para que entregase una carta al Cardenal Cybo, secretario de Estado, dejase libre el palacio de la embajada en la Piazza di Spagna y le informase de la situación en Roma, adonde esperaba encaminarse lo antes posible. Quirós le respondió que ya había abandonado el palacio y que el Cardenal le había dicho de parte del Papa que si iba a Roma con la pretensión del cuartel no le recibiría, "conforme a diversas veces se había escrito al nuncio para que lo participase a V.M. y sus ministros, y también al mismo Cogolludo, como el nuncio comunicó haberlo ejecutado".

Cogolludo declaró que no pretendía cuartel, como lo habían tenido sus predecesores, se embarcó en la escuadra del Duque de Tursis con su familia y desembarcó en Ostia el 3 de julio, donde le recibieron el Condestable Colonna con sus hijos (el mayor de los cuales estaba casado con la hermana de don Luis), los Marqueses de los Balbases, los Duques de Sesto, el cardenal Pompeo Azzolino, el Marqués Bongioanni. Monsignor del Giudece, los dos auditores de la Rota y Bernardo de Quirós. Entró en Roma a las dos de la madrugada, al día siguiente le visitaron los cardenales nacionales por la puertecilla y el 9 por la tarde fue a besar los pies del Papa, "que se detuvo con él más de cuatro horas con mucho agrado". Al no poder ponerse en público por cumplir la orden del Rey, comenzó a visitar a los miembros del Sacro Colegio de incógnito y en la misma forma le devolvieron la visita, incluso el Cardenal Cybo. El maestro de ceremonias, Agustín Nipho, no ocultó su satisfacción por la presencia del nuevo embajador, cuya alcurnia le permitía codearse sin desdoro con los príncipes romanos, y que muy pronto provocó el asombro de los romanos por el lujo y la ostentación de que haría alarde.

La decisión de Carlos II de mantener al nuevo embajador de incógnito durante los nueve años que duró su embajada, con las diferencias con el Papa respecto al cuartel, implicaba no celebrar la ceremonia de la entrada pública y ciertas diferencias de etiqueta en su actividad pública, como recibir a los embajadores y cardenales por la puertecilla y ser recibido por ellos del mismo modo. Pero tenía la ventaja de no tener que disputar la precedencia a otros ministros en caso de conflicto. De todas formas el hecho de estar de incógnito no suponía ocultarse ante la gran nobleza romana y los cardenales, y Cogolludo utilizó la música y las fiestas como poderoso instrumento de propaganda y relación.

Don Luis, al no poder hacer entrada pública por estar de incógnito, utilizó las celebraciones festivas para presentarse públicamente ante la Corte romana. El 26 de julio puso luminarias y una gran máquina de fuegos artificiales sobre la fuente de la Barcaccia para celebrar la onomástica de la Reina madre, y el 25 de agosto hizo una gran serenata en la Piazza di Spagna para festejar el cumpleaños de la reina María Luisa de Orleans. El Marqués concibió la serenata como una estrategia para burlar la condición de ingógnito que le había impuesto la Corte de Madrid por la cuestión del quartiere y hacer su presentación pública, exaltando la figura de la Reina y declarando simbólicamente ante la Corte romana que sería ella quien asegurase la fortaleza de la Monarquía dando al Rey un heredero.

CONTINUARÁ...
Fuentes:

* Domínguez Rodríguez, José María: "Roma, Nápoles, Madrid. Mecenazgo musical del Duque de Medinaceli, 1687-1710". Ediciones Reichenberger, 2013.


domingo, 23 de octubre de 2016

El IX Duque de Medinacali: embajador, virrey y mecenas (Parte II)

1. Don Luis Francisco de la Cerda y Aragón, Marqués de Cogolludo, obra de Jacob-Ferdinand Voet (h.1684). Museo del Prado.

Tras el nombramiento de su padre, el VIII Duque de Medinaceli, como Primer Ministro por influencia de al reina María Luisa de Orleans, el 22 de septiembre de 1680, la carrera del Marqués de Cogolludo fue rápidamente in crescendo. En 1682 fue nombrado capitán de las costas y galeras de Andalucía, mientras que en 1684 fue designado para dirigir las galeras de Nápoles. siendo virrey del reino partenopeo su tío, don Gaspar de Haro, VII Marqués del Carpio. El nombramiento estaba ya decidido en septiembre de 1684. Su llegada a la ciudad se produjo el 25 de enero de 1685, siendo acogido de manera calurosa por Carpio. Sin embargo, no todo fueron rosas en la relación entre tío y sobrino: Confuorto, diarista de la ciudad, recoge el incidente entre Cogolludo y Carpio al saltarse el primero la pragmática sobre el lujo publicada por el Virrey y presentarse en los "spassi di Posillipo" en julio de 1685 a bordo de una suntuosa faluca. También es conocido gracias a Confuorto otro altercado entre don Luis Francisco y el Duque de Santo Mauro, Giulio Pignatelli, a la salida de la comedia degli Armonici, el 7 de enero de 1686: es probable que se tratase de la comedia "Olimpia vendicata" estrenada en diciembre de 1685. La documentación permite matizar las afirmaciones de algunos libelistas que acusaron al Marqués de Cogolludo de salir del generalato de las galeras de Nápoles "porque se mareaba y porque su odioso trato no le había conciliado los ánimos de aquellos naturales". Es dudoso tal mareo; de hecho, a finales del otoño de 1685, las galeras realizaron su habitual viaje a Génova, desde donde don Luis Francisco escribió varias veces a Carpio pidiéndole instrucciones. A mediados de diciembre el general estaba ya de vuelta en Nápoles, por lo que con toda seguridad asistió a los festejos del carnaval de aquella temporada.

Precisamente de sus años de general de las galeras de Nápoles podría proceder el que quizás sea el retrato más famoso de don Luis Francisco de la Cerda. Hablamos del retrato que alberga el Museo del Prado de Madrid y que ilustra esta entrada, obra del pintor flamenco Jacob-Ferdinand Voet.  Para José María Domínguez Rodríguez el yelmo que reposa sobre la mesa y la vista del mar con barcos en un segundo plano parecen reforzar la teoría sobre la procedencia del lienzo de sus años de generalato. Sin embargo, otras evidencias apuntan, sin embargo, que el retrato pudiera haberse realizado una vez que don Luis Francisco había tomado posesión del virreinato napolitano (1695). Esto explicaría la utilización de determinados símbolos que en la retratística tradicional europea se asocian a la majestad y la justicia, como, por ejemplo la mesa, la columna y el cortinaje, de difícil explicación en caso contrario. El bastón de mando y el yelmo tienen perfecto sentido como alusiones a la autoridad del Virrey y al poder guerrero que implicaba el puesto de Capitán General parejo al cargo de Virrey.

2. Retrato de don Gaspar de Haro, VII Marqués del Caprio, obra de Arnold Van Westerhout. BNM.

Un aspecto destacable del cuadro es la moda francesa en la vestimenta, que no es de extrañar teniendo en cuenta que Francia había unificado la indumentaria de toda Europa desde mediados de siglo. La corbata francesa, los tacones altos, las medias, la casaca y las "mangas de bota" o "mangas de pagoda" junto con la peluca son elementos preeminentes en el retrato de Medinaceli. El referente francés será una constante a lo largo de su carrera: la petición de pelucas "muy pulidas y de la moda" al embajador español en Londres y la apertura de una Academia Palatina en Nápoles según el modelo académico establecido por Luis XIV, son otras manifestaciones de esta tendencia que, sin embargo, no afectará a su gusto musical, ámbito en el que la música italiana era sinónimo de buen gusto.

El retrato de don Luis Francisco de la Cerda transmite la imagen de una personalidad de genio capaz de saltarse la etiqueta del país al que representaba para estar a la vanguardia de las modas y elevar la representatividad de su corte con el fin de igualarla al resto de cortes italianas. Pudiera parecer extraño que el modelo de etiqueta que adoptó para sí ya desde época temprana fuera tan contraria a la tradición cortesana española. Pero no lo es si se piensa que los dos referentes y modelos para él fueron la corte napolitana de su tío el Marqués del Carpio, de la que el mismo formó parte como acabamos de ver y, por otra parte, la del Condestable Colonna en Roma, que estaba culminando un largo proceso de reivindicación del reconocimiento de su status como príncipe soberano. En ese proceso la imagen simbólica de su corte se convierte en una influencia fundamental. En el caso de Carpio son conocidos los cambios de identidad cortesana en función del escenario y los protagonistas del lugar donde se halló en cada momento, de tal manera, que su modelo de corte en Madrid tuvo muy poco que ver con el que "aprende y aprehende en Roma, o el que conoce en Nápoles". En consecuencia, la huella madrileña que se percibe en Carpio al principio de su embajada romana (1677-1683) se va diluyendo en los modelos imperantes en Italia. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió con su tío, el modelo de corte de Medinaceli, sus gustos y el consiguiente reflejo de todo ello en las ocasiones representativas apenas sufrieron variaciones durante los 17 años que permaneció en Italia.

CONTINUARÁ...


Fuentes:

* Domínguez Rodríguez, José María: "Roma, Nápoles, Madrid. Mecenazgo musical del Duque de Medinaceli, 1687-1710". Ediciones Reichenberger, 2013.

domingo, 16 de octubre de 2016

El IX Duque de Medinacali: embajador, virrey y mecenas (Parte I)

1. Posible retrato de don Francisco de la Cerda de niño. Colección Duque de Medinaceli.

Don Luis Francisco de la Cerda y Aragón nació el 2 de agosto de 1660 en el Castillo de San Marcos de El Puerto de Santa María. Era hijo de don Juan Francisco de la Cerda Enríquez de Ribera, VIII Duque de Medinaceli (1637-1691), y de doña Catalina Antonia de Aragón Folch de Cardona (1635-1697). La línea paterna lo entroncaba con el primogénito de Alfonso X el Sabio, el infante don Fernando de la Cerda, mientras que por línea materna lo hacía con el rey Alfonso I de Aragón. En efecto, la la figura de don Luis Francisco llegó a ser glosada como descendientes de varias estirpes reales.

Su padre, el VIII Duque de Medinaceli, fue uno de los cortesanos más importantes de la primera mitad del reinado de Carlos II, llegando a ser Primer Ministro tras la muerte de don Juan José de Austria, entre 1680 y 1685. La estrategia matrimonial del VIII Duque para sus hijos estuvo claramente orientada a afianzar su poder e influencia política, coadyuvando en ello los intereses de otros nobles como el condestable de Nápoles Lorenzo Onofrio Colonna, por entonces virrey de Aragón, que acordó con el Duque el casamiento de su primogénito Filippo con con una de las hijas de don Juan Francisco, Lorenza Clara de la Cerda, como parte de la búsqueda de su reconocimiento como príncipe soberano sobre el estado de Paliano. De sus otras nueve hijas, siete casaron con otros tantos nobles principales: el Marqués de Guevara, el IV Marqués de los Balbases, el III Marqués de Solera, el X Duque de Alburquerque, el VII Duque de Medina de Rioseco, el XII Marqués de Astorga y el VII Marqués de Priego fueron cuñados de don Luis Francisco.

Siendo el único hijo varón del VIII Duque que sobrevivió, no es de extrañar que la educación del Marqués de Cogolludo (título con el que don Luis Francisco sería conocido hasta la muerte de su padre en 1691) estuviera dirigida a gestionar la mayor expansión de la historia de la casa ducal. A los estados de Medinaceli heredados por vía paterna, había que sumar los de Aragón que llegaban por vía materna. El elenco de títulos (cuatro de ellos con grandeza de primera clase) y honores que confluyeron en el que sería IX Duque de Medinaceli eran abrumadores.

Don Luis Francisco contrajo matrimonio con una hija del V Duque de Osuna, doña María Teresa de las Nieves Téllez Girón. El entronque de Medinaceli con la Casa de Osuna a través de matrimonio del heredero era la contrapartida española al casamiento de Lorenza Clara con el heredero de la casa romana de los Colonna. Tanto Filippo Colonna como María de las Nieves eran los herederos de una generación de príncipes que habían consolidado el cambio de estilo de vida noble, desechando el ejercicio de las armas en favor de las letras. Otro noble cuyo comportamiento cumple esta misma pauta fue don Gaspar de Haro y Guzmán, VII Marqués del Carpio, que además de ser tío de Luis Francisco, sería su modelo político.


CONTINUARÁ...


Fuentes:

* Domínguez Rodríguez, José María: "Roma, Nápoles, Madrid. Mecenazgo musical del Duque de Medinaceli, 1687-1710". Ediciones Reichenberger, 2013.

* Frutos, Leticia de: "Una española en la corte de los Colonna. Lorenza de la Cerda (1681-1697) y los cambios en la visibilidad de las mujeres en Roma". Pedralbes, 34 (2014), 205-233.

lunes, 3 de octubre de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte XV y FINAL)

1. Vista de la Plaza Mayor de la Ciudad de México, obra de Cristobal de Villalpando (1695). Corsham Court Museum.

Sin que nada hiciese presagiar su muerte, Fernando de Valenzuela hizo testamento en el mes de noviembre de 1691 declarando heredero universal a su único hijo legítimo don Fernando de Valenzuela y Ucedo. De igual forma, y entre otras medidas, enviaba a Lorenzo Pagsaligan, natural de Manila, la cantidad de 3.000 pesos. Y asignaba 1.000 pesos a Fernando Magno, un niño de ocho años natural de Cavite, que podría tratarse de su hijo natural.

El dinero enviado a Fernando Magno quedaría bajo la custodia de fray Manuel de la Cruz, presidente del Hospicio de Santo Tomás de Villanueva de la Ciudad de México, perteneciente a la Orden de Ermitaños de Nuestro Padre San Agustín y sujeto a la Provincia del Santo Nombre de las Islas Filipinas, hasta que el niño fuese adulto o tomase estado. Bajo la responsabilidad del religioso quedaban también la guarda y educación del infante.

De igual manera, Valenzuela otorgaba poder conjunto a favor de su esposa y del Conde de Galve, para que pudieran hacer su testamento según lo dispuesto en una memoria firmada de su nombre y dada en la Ciudad de México el 10 de noviembre de 1691.

El 30 de diciembre de 1691 un accidente ocurrido en su casa mientras trataba de domar a un caballo le dejó seriamente herido, muriendo a causa de la coz que le propinase el corcel en el bajo vientre el 7 de enero de 1692.

En sus últimas voluntades, el que fuera Marqués de Villasierra había expresado su deseo de ser enterrado de forma definitiva en la capilla que poseía en la Parroquia de San Pedro en la localidad toledana de Talavera de la Reina y mientras esto era posible pedía ser sepultado en el agustiniano Hospicio de Santo Tomás de Villanueva de la capital mexicana. Todo el sepelio debía de hacerse sin ostentación, e incluso de noche y en secreto, muestra del deseo de muchos que al morir deseaban alejarse de las glorias del mundo.

No fueron seguidas estas voluntades y todas las campanas de los templos de la ciudad tocaron a duelo en señal de respeto y sus honras fúnebres tuvieron lugar en medio de una gran solemnidad el 9 de enero en el Convento de San Agustín, donde fue sepultado, en presencia de las más altas autoridades y personalidades del Virreinato encabezadas por el virrey Conde de Galve. Pasados unos días, el 16 de enero, fueron celebradas nuevas honras, con igual suntuosidad y preclara asistencia.

No era casual la elección de su lugar de enterramiento. Su vinculación a la Orden de San Agustín queda de manifiesto en las siguientes palabras:

Declaro, que por bula del reverendísimo General de la Orden de nuestro Padre San Agustín, estoy incorporado en ella; y así, en fallecimiento, pido y suplico á todos sus religiosos se compadezcan de mi alma, y me comuniquen los sufragios acostumbrados á los tales hermanos. Y á mis albaceas, tengan cuidado de avisará mi fallecimiento a todos los conventos de dicha religión, para que ejerciten su caridad, y ella logre tanto bien”.

Su muerte dejaba planteados varios problemas relativos a la sucesión de las mercedes incautadas. De este modo su viuda siguió buscando el ver devueltas a su casa honores y rentas. Hasta donde se sabe, como ha sido ya comentado, doña María Ambrosia solo vio restituidas la jurisdicción y rentas de sus villas de San Bartolomé de los Pinares, del Herradón y de otros lugares propiedad de don Fernando y algunos bienes.

Doña María Ambrosia de Ucedo, en su testamento, fundó un mayorazgo a favor de su hijo Fernando de Valenzuela y Ucedo. Esta facultad le había sido concedida a la viuda por Real Cédula dada en Madrid, a 22 de septiembre de 1698. Se cumplía de este modo el deseo de don Fernando expresado en sus últimas voluntades de 5 de enero de 1692.

En el caso de extinguirse la línea de varón descendente de su hijo legítimo, eran varios los llamados a suceder en la titularidad del mayorazgo. Así, y entre los posibles herederos se encontraban Gaspar Vázquez de Mondragón y sus descendientes (1). A fines del siglo XIX recaían aún en un miembro de este linaje, José Vázquez de Mondragón y Acuña, los derechos a la titularidad del mayorazgo de don Fernando de Valenzuela y doña María Ambrosia de Ucedo.


Notas:

(1) Gaspar Vázquez de Mondragón y Salazar había nacido en la ciudad de Ronda (Málaga) el 30 de mayo de 1651, siendo hijo de Francisco Vázquez de Mondragón, regidor y alguacil mayor de Ronda, y de Juana Luisa Muñoz de Salazar y Padilla; y nieto de Juan Valenzuela y de Beatriz Vázquez de Mondragón. Éstos datos están extraídos del pleito de Hidalguía de Miguel Vázquez de Mondragón y Topete, nacido en Ronda, el 29 deagosto de 1733, caballero de la Orden de Calatrava, coronel de Infantería, capitán del Regimiento de Reales Guardias Españolas y maestrante de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, nieto de don Gaspar; pleito que fue tramitado ante la Real Chancillería de Valladolid.

Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Castillo Soto, Josefina: "Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): Su labor política y militar". UNED, 1991.

3. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

4. Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Don Juan José de Austria en la Monarquía Hispánica. Entre la política, el poder y la intriga". Dykinson, 2007.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte XIV)

1. Retrato de don Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, Conde de Galve y Virrey de Nueva España (1690). Anónimo. Museo Nacional de Historia de Castillo de Chapultepec, Ciudad de México.

Pasados los diez años de su destierro en Filipinas, Fernando de Valenzuela fue liberado por cédula de 7 de junio de 1687, lo cual se le comunicó el 24 de septiembre de 1688. No obstante, no se le permitiría regresar a la Península, como hubiera sido su deseo, sino que debería permanecer en Nueva España.

Para entonces don Juan José de Austria ya había muerto (17 de septiembre de 1679), el nuevo hombre fuerte en la Corte era el Conde de Oropesa, primer ministro desde 1685 como sucesor en el puesto del Duque de Medinaceli, ambos antiguos conocidos de Valenzuela. Por otra parte, la reina madre doña Mariana de Austria se había reconciliado con su hijo y trasladado de nuevo a Madrid, circunstancia que se apunta como razón principal del permiso para salir de las Filipinas. Que el ansiado retorno a la Península no se llegase a producir parece que fue debido a la intervención de Jerónimo de Eguía, a la sazón Secretario de Estado, y antiguo enemigo de Valenzuela, aunque no hay que descartar que Oropesa interviniese también para evitar la vuelta de un potencial rival político.

La lucha constante de su esposa en la Corte hizo que el Rey dispusiese, por Orden de 15 de enero de 1689, devolver a doña María Ambrosia de Ucedo la jurisdicción y rentas de las villas de San Bartolomé de los Pinares (Villasierra), del Herradón y de otros lugares propiedad de don Fernando, que habían sido secuestrados por la Real Hacienda por decreto de 21 de agosto de 1677.

En una carta escrita por Valenzuela y dirigida al Rey, fechada el 4 de octubre de 1688, solicitaba el permiso para ir a morir a España, y más concretamente al lugar que había dado nombre a su Título de Castilla: San Bartolomé de Villasierra. Asegurando “(…) a V. M. que mi edad, achaques y desengaños de lo peligroso, falaz e inquieto de las cortes, están para apetecer ni desear otra cosa”.

Valenzuela partió de Manila a bordo del galeón Santo Cristo de Burgos el 28 de junio de 1689 y tras realizar la siempre larga travesía del Tornaviaje, llegó al puerto de Acapulco el 18 de diciembre de 1689. Con el levantamiento de su pena, había sido restituido en los honores de su Título de Castilla, que no en su uso, y al llegar a la Ciudad de México fue recibido por el entonces virrey Gaspar de la Cerda Silva Sandoval y Mendoza, Conde de Galve (1), a quien se había dirigido deforma previa, y en sentida misiva, para comunicarle su próxima llegada. En la misma se nos dan a conocer los antiguos lazos entre ambos personajes:

Con amorosa y rendida instancia suplico á Vuestra Excelencia considere lo siguiente, al viso de su gran sangre, punto y garbo de caballero, sin otras especies remotísimas de mi desengaño y conocimiento propio; y paso á acordar á Vuestra Excelencia cuán antiguo y favorecido criado soy de la Casa del Infantado, cuyo blasón he mantenido en próspera y adversa fortuna, al cual correspondí como pude y consta á Vuestra Excelencia, así con los señores duques, padre y hermano de Vuestra Excelencia, como con mi señora, con el señor Conde de Galve, Vuestra Excelencia y el señor don José (qué esté en gloria), veo y confieso que la solicitud mía fue superflua á vista de tanto mérito; pero la refiero como crédito de mi buena ley en todos lances, y que sólo incurriendo en el de ingrato podía esperar que Vuestra Excelencia me degradase de los honores que le debí en Madrid, pues son crédito del esplendor del dueño la conservación y fomento de los lustres del siervo, y nadie dejará de extrañar ni creerá que Vuestra Excelencia se retira de lo obrado sin causa suficiente, lo cual redunda en desdoro de mi fineza; porque, ¿quién ha de creer que el que debe conservar como fuente del honor le ultraje sin sombras que perturben su cristal?

Valenzuela llegó a la capital novohispana el 28 de enero de 1690. Y el 29 de enero, en comunicado al Virrey, volvía a pedir el pasar a terminar sus días a España, tal y como ya lo había hecho en la ya mencionada carta dirigida al Rey de 4 de octubre de 1688. Pasó entonces don Fernando, mientras confiaba en su regreso a la Península, a instalarse con lujo en una casa situada al costado poniente del Convento de San Agustín. De dicho acomodo fue informado Carlos II por parte del Conde de Galve en carta de 5 de febrero de 1690.

La vida social de Valenzuela debió volver a ser intensa y se sabe que el miércoles 9 de mayo de 1691, se organizó una máscara o desfile con motivo del casamiento de Carlos II con su segunda mujer, la reina doña Mariana de Neoburgo. Dicho desfile fue organizado en nombre de la Universidad de México por don Fernando de Valenzuela.


                                                                                                                             CONTINUARÁ...


Notas:

(1) Don Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza (1653-1697), era hijo de don Rodrigo Díaz de Vivar de Silva y Mendoza, IV Duque de Pastrana, y de doña  Catalina Gómez de Sandoval y Mendoza, VIII Duquesa del Infantado y, por tanto, hermano de don Gregorio de Silva y Mendoza, V Duque de Pastrana y IX del Infantado etc. Recordemos que Valenzuela había sido paje del IV Duque de Pastrana en los años en los que éste fue Virrey de Sicilia.

Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Castillo Soto, Josefina: "Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): Su labor política y militar". UNED, 1991.



3. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

4. Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Don Juan José de Austria en la Monarquía Hispánica. Entre la política, el poder y la intriga". Dykinson, 2007.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte XIII)

      1. Plaza ensenada de Cavite con sus fortificaciones y pueblos cercanos (1663). Archivo General de Indias, Sevilla.

Una real cédula de 28 de febrero de 1678 dirigida al Gobernador y Capitán General de las Islas Filipinas don Juan de Vargas Hurtado venía a organizar la vida de Fernando de Valenzuela en su nueva morada, el Castillo de San Felipe de Cavite:

“(…) Y os mando que luego que llegue deis orden al castellano del castillo de San Phelippe del Puerto de Cavite, para que le reciba y tenga en dicho castillo,con toda custodia y seguridad, y sin permitir que para effecto alguno salga de él, ni ninguno de los dos criados, con advertencia que si alguno de ellos saliere, no ha de bolber a entrar. Y siendo necessario le señalareis persona que acuda a lo que hubieren menester de afuera. Y al castellano ordenareis que no le dexe hablar con nadie, sino en presencia de guardas (que le pondrán de toda confianza) y no en secreto con persona alguna, no le permita escribir ni recibir cartas, ni a ninguno de su familia.Y para que tenga lo necesario para alimentarse, os mando que le hagais acudir con lo que juzgáredes precisso e innescusable, con que a lo más no exeda de lo que importa el salario de un oydor de mi Audiencia de Manila, procurando que sea menos, todo lo que se pueda.Y como quiera que para este effecto, quede qualquiera caudal que me pertenezca le hagais acudir y que se le acuda, os encargo, en las primeras vacantes que hubiere de encommiendas a vuestra distribuction, appliqueys a este gasto lo necessario para escusarle a mi Real Hacienda, fiando de vuestro zelo y applicación a mi serbicio que lo executareis todo con la precissión y puntualidad que os mando. Y que en la primera ocassión que podáis, me dareis cuenta, remittiendo testimonio authéntico de quedar en el dicho castillo, y de lo que hubiéredes dispuesto, assí enquanto a la forma de asistirle como en las prevenciones con que ha de estar”.

Por no haberla, y para su habitación, se construyó una casa en el citado Castillo de San Felipe. De los diez largos años de su prisión, se conservan algunos documentos referidos a la situación del prisionero: dos reales cédulas de 8 de febrero de 1684 y una reducida correspondencia mantenida entre el Gobernador y Capitán General de Filipinas y el castellano de Cavite don Alonso de Aponte y Andrade transladan la preocupación de las autoridades insulares ante un posible intento de fuga del antiguo Primer Ministro, o ante la eventualidad de que alguna de las naves de naciones vecinas atracadas cerca del castillo intentasen su liberación en una acción sorpresa.

En una carta de 27 de noviembre de 1686 dirigida por Carlos II al Gobernador don Gabriel de Curucelaegui y Arriola en contestación a la suya de 31 de mayo de 1685 se decía que: “(…) en cumplimiento de la Cédula de 31 de julio del de 1682, alzasteis a don Fernando de Valenzuela las prohibiciones de ablar, escrivir, recivir cartas y salir sus criados del Castillo deCavite, donde decís quedava asegurado, de que remitis testimonio. Y visto en mi Consejo de las Indias, ha parecido deciros, como lo hago, que esta bien lo que en esto aveis executado (...).

Era así como la dureza de su cautiverio se veía aliviada al permitírsele, entre otras cosas, escribir y recibir cartas, aspecto prohibido en los años antecedentes de su encarcelamiento. Circunstancia que Valenzuela aprovechó para dirigir al Rey un memorial en donde exponía su pesar por lo que a sus ojos era una injusta prisión y castigo:

Señor, favorecidos y Ministros han perecido a la ciega influencia de la emulación o a la justa calumnia de su crimen, acreditada en el castigo público. Pero que en el Católico Gobierno de V.M. se oiga y vea castigar al vasallo (y de la constitución en que la magnificencia de un Rey puede ponerle) sin que el vasallo sepa su delito, dé descargo ni escuche el nombre de su Rey (siquiera para logro de sacrificar a su orden, el padecer), no tiene ejemplar, ni el eco de tan irregular golpe puede dejar de resonar en todo el orbe”.

Ahondaba también en la pesadumbre de su prisión, en su difícil y vigilada vida en Cavite, implorando a Carlos II la gracia de un alivio a tanto pesar. Acerca de su situación dice también que cuando llegó a Cavite:

“(…) donde luégo le entregaron preso al castellano del Castillo San Felipe, y en él le tienen, y ha estado hasta el presente dia en tan rigorosa prision que no se le permitia ver ni hablar á persona alguna sin guardas de vista, ni salir de dos aposentos que tiene por habitación, con todos los gravámenes que caben en los criminales más execrados. Esto, sobre tantos y tan contínuos trabajos y necesidades como ha pasado desde que le sacaron del Escorial (…)”.

De sus palabras se desprende el desengaño, incomprensión ante las injusticias, fugacidad de la fama, el recuerdo de la familia dejada atrás…precisamente los temas que aparecen en una de las facetas más desconocidas de Valenzuela, la de literato. Según Wenceslao Emilio Retana, máximo representante de "Filipinismo" moderno, Valenzuela compuso en su prisión de Cavite varias obras literarias, poesías y comedias, que desgraciadamente no conocemos por ahora, tocaba la guitarra y solía recibir muchas visitas, frecuentemente de religiosos. Hecho que, por otra parte, no debería sorprender si tenemos en cuenta que es bien sabido que durante la regencia de doña Mariana de Austria, Valenzuela organizó varias representaciones teatrales a las que asistía la Corte. En ellas, ejerció como director de escena, encargándose también de los decorados y del vestuario. Su ayudante era el Conde de Galve, hermano del Duque de Pastrana, que más adelante será Virrey de la Nueva España y protector del don Fernando durante el período en que, tras abandonar Filipinas, pasase a residir en México.


CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Castillo Soto, Josefina: "Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): Su labor política y militar". UNED, 1991.

3. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

4. Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Don Juan José de Austria en la Monarquía Hispánica. Entre la política, el poder y la intriga". Dykinson, 2007.



lunes, 5 de septiembre de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte XII)


1. Viaje de don Fernando de Valenzuela desde España hasta su exilio filipino.

Carlos II, en cumplimiento de lo dispuesto por el nuncio Millini el 9 de febrero de 1678, envió varias reales cédulas referidas al destierro de Valenzuela el 28 de febrero de ese mismo año. Cabe destacar la dirigida al Virrey de Nueva España en la que se describe con detalle el destino y los términos del exilio:

“El Rey. Mi Virrey de la Nueva-España: hallándose don Fernando Valenzuela en la villa de Consuegra debajo de la protección de la Iglesia y pendiente de la causa de inmunidad, el Nuncio de Su Santidad, en virtud de comisión particular que para ello tuvo de la Sede Apostólica en vista de los autos que contra él se habían escrito por los ministros seculares, y considerando que de la residencia de dicho don Fernando en estos reinos puede resultar perjuicio á su persona y también á la quietud pública, y pareciendo ser del servicio de Dios Nuestro Señor y mío, usando de la facultad que le está concedida en dicha comisión, despachó mandamientos en 9 de este mes de Febrero, relegando á dicho D. Fernando Valenzuela á las Islas Filipinas, donde esté por tiempo de diez años, para que durante ellos no pueda salir del fuerte de Cavite, que se le señala por su morada y habitación por el dicho tiempo; y se le manda no salga de él, pena de excomunión mayor y otras, al arbitrio del Nuncio, lo contrario haciendo; para cuyo cumplimiento, mando que el General de galeones le llevase en la Capitana de ellos, y á Doña María de Uceda su mujer, un hijo y una hija que tienen, y dos criados y dos criadas hasta el puerto de la Habana, sin dejarle saltar a tierra ni á ninguno de su familia, sin hablar con nadie sino en presencia de los guardas que le pusiesen de vista, y no en secreto, ni permitirles escribir ni recibir carta; y que si al llegar los dichos galeones al puerto de la Habana se hallase en algún bajel de los cinco de la armada de Barlovento, lo entregase con la dicha familia al Capitán ó Cabo de él para que los llevase al de Veracruz de este reino; y que en caso de no hallarse allí Capitán alguno de dicha armada cuando llegase, lo entregasen al castillo del Morro de aquel puerto para que estuviese en él hasta que hubiese navío en que transportarlo, con órden al Cabo que lo llevare, que luégo que llegue al dicho puerto de la Veracruz lo entregue al castellano del castillo de San Juan de Ulúa, al cual mando por Cédula de la fecha de esta que lo reciba y tenga en él, y á la dicha su mujer y familia, con toda guarda y custodia hasta que vos mandéis; que desde esa ciudad vaya el carruaje y personas que tuviereis por conveniente, que con el cuidado y prevenciones referidas le lleven, y á la dicha familia, a ciudad de Méjico ó á la parte que por mejor tuviereis, adonde esté en el ínterin que haya nao para Filipinas; que en la primera que saliere para aquellas Islas, dispondréis y daréis órden para que sea llevado, encargando, así á la persona que lo llevare hasta el puerto de Acapulco, como al Cabo que lo recibiere y dicha su familia á bordo de la nao en que hubiese de ir, lo lleve con las dichas prevenciones y custodia hasta entregarlo al castellano del castillo de Cavite, con órden del Gobernador y Capitán general de aquellas Islas, para el cual os remito Cédula con esta mandándole que le haga recibir y tener en el dicho castillo con la dicha su mujer, hijos y criados, con calidad: por lo que toca á la mujer é hijos, a de ser á su voluntad estar ó no en dicho castillo, con sólo la prohibición de que si elige entrar con su marido, no ha de poder salir sino es que quiera irse para no volver á entrar; y para los gastos que fuere necesario hacer, así en los carruajes como en el sustento del dicho D. Fernando y su familia desde que salga de la Veracruz (que el tiempo que allí estuviere envío a mandar á mis Oficiales Reales de aquella ciudad den para su sustento tres pesos cada día) hasta que llegue al puerto de Acapulco, y lo que costare el rancho que se hiciere para la embarcación, lo haréis pagar de mi Real Hacienda, procurando respecto de los alcances de ella que sea con toda la moderación posible. Y mando á mis Oficiales Reales de esa ciudad que paguen lo que para esto libráredes sobre ellos. Y de lo que en todo se ejecutare, me daréis cuenta en la primera ocasión (…)".

Valenzuela partió del castillo de Consuegra el 2 de abril de 1678, llegando a Cádiz en donde fue alojado en el fuerte del Puntal, situado extramuros de la localidad. Allí permaneció hasta el 14 de julio del mismo año. 

En Cádiz, embarcó solo, ya que su familia había decidido no seguirle en su destierro, en la Flota de Tierra Firme rumbo a Puerto Rico el 14 de julio de 1678. Parece ser que la decisión de su mujer de no acompañarle se debe a que doña María de Ucedo debió pensar que, quedándose cerca de la Corte, podría tratar de recuperar los bienes incautados a la familia. Lo que finalmente consiguió unos años más tarde como veremos.

De Puerto Rico Valenzuela embarcó en la Flota de Nueva España llegando finalmente a Veracruz, en cuyo castillo de San Juan de Ulúa estuvo preso desde el 15 de octubre de ese mismo año hasta el 20 de febrero de 1679, día en el que fue conducido a Acapulco, embarcando por último el 31 de marzo para su destino final a bordo del galeón San Antonio. Tras un largo viaje, en el que había estado a cargo del general Felipe de Montemayor y Mansilla, llegó finalmente a Filipinas:

"(…) llegó a éstas Islas en 31 de julio de 1679, y habiendo dado fondo en el puerto de Palapag, el mismo general le traxo a su cargo al puerto de Cavite, en cuya fuerza y castillo de S. Phelippe se le tenía ya fabricado en medio della un quarto de madera, capaz, adonde con la guardia necessaria se pusso su persona y la de dos criados suyos, y todo dando cumplimiento a lo que Su Magestad mandava por su Real Cédula, (…)".

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Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Castillo Soto, Josefina: "Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): Su labor política y militar". UNED, 1991.

3. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

4. Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Don Juan José de Austria en la Monarquía Hispánica. Entre la política, el poder y la intriga". Dykinson, 2007.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte XI)

1. "La prisión de Valenzuela", obra de Manuel Castellano (1866). Museo del Prado de Madrid.

Don Juan José obró con rapidez. Cuando el 21 de enero de 1677 partía de Hita, una tropa de unos 500 jinetes se hallaba ya camino de El Escorial, donde pensaba apresar a Valenzuela. A las órdenes de don Antonio de Toledo, hijo del Duque de Alba, y del Duque de Medina Sidonia, éstos llegaban a su destino la mañana del 22 cercando todo el recinto del monasterio. A su encuentro saldría saldría el Prior, al que exigieron la entrega de Villasierra por orden de don Juan José de Austria. El máximo mandatario del Real Monasterio les respondió que para ello sería necesario que le entregasen una orden escrita del mismo Rey. Al no tenerla, los nobles alegaron que dicho mandato había sido realizado de manera oral, ante lo cual fray Marcos de Herrera se negó en rotundo a entregar a aquel que había recibido el amparo eclesiástico, advirtiéndoles de que no perturbaran la paz de aquel sacro lugar.

Poco después se haría entrega de un escrito al Prior en donde solicitaban una entrevista privada con don Fernando de Valenzuela, buscando que éste saliese voluntariamente de dicho lugar y se entregase. Sin embargo, Villasierra se negó a salir del Monasterio, indicando que se encontraba allí en virtud de una licencia otorgada por el Rey y que, para retirarse, sería necesaria otra carta en contra que procediese del mismo.

Con aquella negativa, al día siguiente los juanistas entraron por la fuerza en el Monasterio. Tras un minucioso registro no consiguieron encontrar a Valenzuela, el cual se había escondido en un desván. De allí pasaría a la celda de un religioso en donde, por fin, sería encontrado y apresado.

Mientras todo esto acaecía, en la madrugada del 23 de enero, a las cinco horas, don Juan José de Austria había hecho finalmente su entrada triunfal en la capital de la Monarquía, pasando a alojarse en el Palacio del Buen Retiro, donde se hallaban ya desde varios días antes Carlos II y el Duque de Medinaceli.

Una vez en manos de los asaltantes, Valenzuela sería llevado preso a Consuegra el 27 de enero, donde sería encerrado en una torre del castillo prioral, propiedad de don Juan José de Austria, y, por decreto real, privado de todos los honores, preeminencias y prerrogativas obtenidas durante su privanza. Por otra parte, se ordenaría el confinamiento de su mujer, doña María de Ucedo, e hijos en el Convento de las Ursulinas de Talavera de la Reina, a los que, sin embargo, se les concedía 4.000 ducados de renta por juro de heredad situados en lo mejor de su hacienda. Hubo, por tanto, un auténtico ensañamiento con Valenzuela.

Cabe destacar que el apresamiento de Valenzuela y el asalto del monasterio escurialense provocaron una situación más que tensa con las autoridades eclesiásticas, Tras varias cartas cruzadas entre la Corona y la Santa Sede, ésta aceptó devolver a Valenzuela a la justicia eclesiástica. En un primer momento el antiguo privado sería trasladado a la iglesia de Tembleque, en donde sería entregado al vicario general de Madrid, don Francisco Forteza, para posteriormente ser llevado de nuevo a Consuegra, ahora bajo la protección de la jurisdicción eclesiástica. 

El 28 de febrero de 1677 se reunió la congregación de la Inmunidad para tratar de solucionar el conflicto de competencias. Se aprobó la intervención del nuncio papal, Savo Millini, requerida por el Prior de El Escorial, que, tras hacerse con la causa por el fallecimiento del Arzobispo de Toledo, don Pascual de Aragón, y sin haber sentencia condenatoria, requisó los bienes de Valenzuela y acto seguido, el 9 de febrero de 1678 ordenó sus destierro a las Islas Filipinas por un periodo de diez años. Entre sus bienes se encontraban desde las alhajas hasta el ajuar doméstico, pasando por el mobiliario, alfombras, tapicerías, colgaduras, pinturas, armas, ropa personal, etc. La jurisdicción y rentas de sus villas de Villasierra y del Herradón y de otros lugares de su propiedad fueron igualmente secuestrados por la Real Hacienda. 

Con el destierro a Filipinas de Valenzuela y el alejamiento a Toledo de la reina madre doña Mariana de Austria, don Juan José de Austria se hacía definitivamente con el control total del la Corte, el Rey y el Gobierno universal de la Monarquía.

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Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Castillo Soto, Josefina: "Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): Su labor política y militar". UNED, 1991.

3. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

4. Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Don Juan José de Austria en la Monarquía Hispánica. Entre la política, el poder y la intriga". Dykinson, 2007.

martes, 9 de agosto de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte X)

1. Retrato de don Juan José de Austria dentro del libro de Gaspar Sanz "Instrucción de música sobre guitarra española". Zaragoza, 1674. BNM.


Al poco de publicarse el famoso Manifiesto de los Grandes, Valenzuela se retiró a El Escorial junto a su mujer embarazada y sus dos hijas, acompañado por una escolta de veinte "chambergos". Allí Villasierra quedaría amparado por el asilo eclesiástico. Sin embargo. el Consejo de Estado recomendaba al Rey alejarle incluso aún más:

"el primer paso que se debe dar es apartar y asegurar la persona del marqués de Villasierra, porque estarse en El Escorial, no es tan apartado y asegurado...que Vuestra Majestad le mande salir de San Lorenzo, y que un alcalde, u otro sujeto le lleve al Alcázar de Segovia...".

Con todo, y después de haberse decantado el Rey finalmente por la localidad escurialense, enviaría una carta el 23 de diciembre al padre fray Marcos de Herrera, prior del Real Convento, pidiendo que allí fuese recibido y acogido don Fernando de Valenzuela:

"Venerable y devoto fray Marcos de Herrera, prior del convento Real de San Lorenzo. En caso en que don Fernando de Valenzuela, marqués de Villasierra vaya a ese convento, os mando le recibáis en él y le aposentéis en los aposentos de Palacio, que le señalaron cuando yo estuve en ese sitio, asistiéndole en todo cuanto hubiere menester para la comodidad y seguridad en su persona y familia, y para los demás que pudiere ofrecérsele, con el particular cuidado y aplicación que fío de vos en que me haréis servicio muy Grande".

Por otra parte, en la semana anterior a Navidades la reina doña Mariana de Austria intentó desesperadamente defenderse ordenando en reiteradas ocasiones al presidente del Consejo de Castilla, apresar a los cabecillas de la conjura: Alba, Osuna y Medina-Sidonia. Desde una postura desafiante, los tres hicieron saber que estaban armados y dispuestos a defenderse. No obstante, el presidente, el Conde de Villaumbrosa, se negó a ejecutar la orden. movido, probablemente por su repulsa tanto a Valenzuela como al comportamiento de la Reina en el otoño de 1676, así como por el temor a una guerra civil.

Mariana de Austria echó mano de lo único que creía capaz de controlar la situación: llamar al Arzobispo de Toledo y Primado de España, el cardenal Pascual de Aragón, a la capital, donde haría su entrada el 24 de diciembre. Después de 11 años de regencia, la Iglesia y la nobleza, recuperaban el poder perdido y se hacían dueños de los acontecimientos políticos.

2. Retrato de don Pascual de Aragón, obra de Alberto Pérez (1678).

El prestigio de don Pascual de Aragón se mantenía intacto y su poder sobre la Iglesia castellana era enorme, No obstante, como ya en otras ocasiones, no se sintió capaz de asumir el Gobierno que se le ofrecía. En su lugar, se creó una Junta en los días de Navidad en la que él, el Almirante de Castilla, el Condestable, el Duque de Medinaceli, el Rey y doña Mariana trataron de manejar el curso de los acontecimientos.

Pero los ánimos en Madrid estaban totalmente agitados, el rearme del Palacio impulsado por Valenzuela y el revuelo de las masas populares hicieron temer lo peor. Algunos de los conjurados y, sobre todo, don Pedro de Aragón (hermano del Arzobispo de Toledo) no resistieron la tensión y comenzaron incluso a aproximarse de nuevo a Valenzuela y la Reina. No obstante, la resolución de los otros, principalmente de Alba, Osuna y Medina-Sidonia, no dejaba cabida a otras solución que no fuera la fijada por los Grandes.

Por consejo de don Pascual de Aragón y del Almirante, Carlos II acabó enviando el 27 de diciembre el siguiente billete a su hermano don Juan José de Austria:

"Don Juan de Austria, mi hermano: Habiendo llegado las cosas universales de la Monarquía a términos de necesitar de toda mi aplicación y dar cobro ejecutivo a las de mayor importancia, en que os hallo tan interesado; debiendo fiar de vos la mayor parte de mis resoluciones; he resuelto ordenaros vengáis sin dilación alguna a asistirme en tan grave paso, como lo espero de vuestro celo a mi servicio, cumpliendo en todas las circunstancias de la jornada lo que es tan propio de vuestras obligaciones".

Al mismo tiempo, la reina doña Mariana enviaba al Príncipe una carta en la que ratificaba la orden de su hijo con un requerimiento en los mismo términos:

"Don Juan, mi primo: El Rey, mi hijo, ha resuelto, como entenderéis por la que os escribe, que vengáis luego a asistirle al expediente de los negocios universales; y yo he querido deciros de cuánto agrado y gusto me será que lo ejecutéis con la brevedad que solicita el estado de las cosas de la Monarquía, como lo fío de vuestro celo é intención: pudiendo aseguraros de lo que siempre atenderá a todo lo que fuera de vuestra mayor satisfacción".

Sin embargo, a diferencia de 1669 y 1675, don Juan José no veía con demasiada confianza su marcha a Madrid. Ya había visto frustrada en dos ocasiones su esperanza de servir como Primer Ministro de Carlos II, de ahí que, al contrario de lo que cabría esperar, éste se hubiera pasado los meses anteriores entregado plácidamente a otras ocupaciones, manteniendo sólo de manera esporádica contactos con Madrid. En secreto, sin embargo, Su Alteza, desde Zaragoza, hizo todos los preparativos oportunos para poder dar una pronta respuesta a las posibles señales que llegaran a Madrid. De ayuda le serviría ahora la posición que se había forjado en sus años de virreinato en Aragón, como padrino de la nobleza y del tercer estamento. Empezó a reunir soldados y pertrechos, se hizo con el control de la línea postal entre Cataluña, Aragón y Madrid, y avivó su apoyo a los diputados del Reino,

También en Cataluña don Juan pudo comprobar que la mayoría de los soldados estaban de su parte. Los jinetes catalanes a las órdenes de don Gaspar de Sarmiento representaban un importante refuerzo para las tropas juanistas. Bajo su enérgico mando, los jinetes marcharon rumbo oeste en continua afluencia hasta que el Príncipe hizo parada en Ariza al fin de organizar sus unidades.

Los datos discrepan a la hora de ponderar la fuerza y el número de su tropa: 3.000 soldados de infantería y 1.000 de caballería le atribuiría un cronista adverso; 7.500 y 1.600 son las cifras aportadas por un seguidor del Príncipe. En Madrid corrían rumores de que llevaba consigo hasta un total de 15.000 hombres; aunque ya poco después después se decía que sólo eran 1.000 soldados de infantería y 600 de caballería.

Al parecer, don Juan fue considerando cada vez más la idea de reducir su escolta, pues, por un lado, desconfiaba de la fuerza de una tropa demasiado heterogénea y, por otro, no quería entrar en la capital  como un "golpista", sino como aquel que había sido llamado por Carlos II. Cuando acampó finalmente en Hita (un territorio del juanista Duque del Infantado, al noreste de Guadalajara), sus soldados eran seguramente muchos menos de los que tenía en Ariza.

Hasta Hita se desplazaría don Pascual de Aragón para tratar allí con don Juan los detalles de su entrada en Madrid y pedirle que "deshiciese la gente", a lo que el Príncipe impuso dos condiciones: la prisión de Valenzuela y la extinción de la Guarda Chamberga.

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Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Castillo Soto, Josefina: "Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): Su labor política y militar". UNED, 1991.

3. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

4. Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Don Juan José de Austria en la Monarquía Hispánica. Entre la política, el poder y la intriga". Dykinson, 2007.


lunes, 18 de julio de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte IX)

1. Retrato de don Fernando de Valenzuela, Marqués de Villasierra, obra de Claudio Coello. Real Maestranza de Ronda.

El meteórico ascenso de Valenzuela hizo que nobles y cortesanos, que incluso debían sus puestos a la intervención de Villasierra, y Grandes desatendidos por un Rey “marioneta”, mantuvieran comunicaciones fluidas desde agosto de 1676 con el fin de elaborar estrategias de actuación para derrocar al nuevo Primer Ministro y erigirse en los nuevos árbitros legítimos de la Monarquía Así, en un complejo proceso, la nobleza, de manera casi espontánea, se hizo dueña de la opinión pública y cortesana.

Los buenos modos orientados a conseguir el beneplácito de Carlos II habían fracasado, por lo que el Duque de Medinaceli y el Conde de Oropesa optaron en última instancia por el recurso a la violencia y la colaboración con don Juan José de Austria, que seguía los sucesos de la Corte desde su exilio zaragozano y que también intentó convencer al Arzobispo de Toledo, don Pascual de Aragón, de su participación en la expulsión de Valenzuela. El Duque de Medinaceli, sumamente prudente, se condujo con especial cautela en todo el asunto y trató de atraerse hacia sí la voluntad del Rey para protegerse de futuras represalias a la vez que fue pieza activa en la captación del citado Arzobispo para el recurso de la fuerza en el asunto Valenzuela. La carta que mandó a don Pascual es ilustrativa al respecto:

"Señor no quiero quietarme en mi celo y obligaciones, acompañados del conocimiento que me asiste, y en que me han constituido la experiencia de tan repetidos trabajos como en los que se ve este infeliz Palacio y esta desgraciada monarquía, si dejase ir la carta inclusa sin expresar a Vuestra Eminencia mi dolor en el horror que me deja ver tan ciego a quien se ha procurado abrir los ojos por todos los caminos de la conciencia, de las obligaciones de rey, de las de caballero y aún de las de hombre racional, que tengo testigos a Dios gracias…"

En septiembre de 1676 ocurrió un hecho que precipitó la evolución de los acontecimientos: el Marqués de Villasierra fue ascendido a Grande de España durante el desarrollo de una cacería con un suceso desafortunado: En el transcurso de tan saludable actividad para el adolescente Carlos II, éste logró cazar (según los testimonios de sus más allegados “cortesanos”) un fabuloso jabalí. Con la emoción el Rey disparó varios tiros al aire con tan mala suerte que uno de ellos acertó a dar en el pie de Valenzuela, El Rey quiso resolver el incidente con un gesto escandaloso que enervó a los nobles allí presentes: llamó a Villasierra y le pidió que "cubriese su cabeza", gesto tradicional para nombrar a un Grande de España, con derecho a compartir posición y privilegios con los más esclarecidos linajes de la Monarquía. Desde aquel bochornoso episodio, los Grandes y títulos, los cortesanos descontentos y don Juan Juan José de Austria, decidieron que Valenzuela debía ser expulsado de la Corte y con él la Reina madre, su gran valedora.

En noviembre tuvo lugar lo que Álvarez Ossorio ha denominado "Huelga de Grandes": los Grandes se negaron en rotundo a incluir a Valenzuela en su selecto círculo, así, en un acto de desobediencia al Rey sin precedentes en la monarquía de los Austrias, el 4 cuatro de noviembre, onomástica de Carlos II, los Grandes dejaron a Valenzuela solo en el banco de la Capilla Real, reservado para las altas dignidades y, el día del cumpleaños regio, 6 de noviembre, sólo acudieron a la ceremonia del besamanos cinco Grandes como protesta ante el reciente ascenso de Villasierra, incluso Medinaceli se disculpó por malestar físico en la audiencia pública de Valenzuela el día 10 de noviembre.

El 15 de diciembre casi todos los Grandes firmaron un manifiesto contra Valenzuela que certificaba la rebeldía de la nobleza y su respaldo incondicional a don Juan José de Austria: "declaramos que cualesquiere que intentaren oponerse a embarazar nuestros designios, encaminados al mayor servicio de Dios, de Su Magestad, y bien de la causa pública, los tendremos y trataremos como a enemigos jurados del Rey y de la patria uniéndonos todos contra ellos". Al final del manifiesto se hacía referencia concreta a la postura de don Juan José: "Y el Señor don Juan, en su particular, declara que el haber convenido el último de los tres puntos dichos que toca a su persona, es por haberlo juzgado los demás conveniente al servicio de Dios y del Rey, pues de su motivo propio, protesta delante de su Divina Magestad, no viniere en ello, por muchas razones".


Entre los nobles firmantes se encontraban las Casas de Alba, Osuna, Pastrana, Veragua, Gandía, Híjar, Camiña, Infantado, Lemos, Oñate, Medina-Sidonia, etc. Sin embargo, dos importantísimos nombres no suscribieron este comprometedor documento, se trataban, nada más y nada menos, que del Duque de Medinacli y el Conde de Oropesa. Sus razones parecen claras: Medinaceli siempre jugó con la ambigüedad propia de un experto cortesano, se mostró favorable a la expulsión de Valenzuela, incluso fue partidario del uso de la violencia, pero nunca abiertamente. Medinaceli procuró ante todo que no le salpicaran las posibles represalias que pudieran venir de uno u otro bando, calibró fríamente las consecuencias y decidió no firmar por lo que pudiera ocurrir, además si triunfaba don Juan José bien podría justificar su apoyo al bastardo con sus esfuerzos pasados. El Conde de Oropesa, tan cercano en intereses a Medinaceli y con un puesto importante que perder o conservar, debió realizar las mismas reflexiones. Ambos no firmaron y ambos llegaron a ser, tras la muerte de don Juan José de Austria, primeros ministros de la Monarquía. Tampoco estamparon sus nombres en el documento el Almirante, el Condestable o don Pascual de Aragón.

Con aquel manifiesto se confirmó la rebelión de la nobleza auspiciada por don Juan José de Austria. Un ataque a la Regente y al Marqués de Villasierra que se iba a saldar con los dos objetivos planteados por los conjurados: el alejamiento de doña Mariana de Austria y el encarcelamiento de Valenzuela.

CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Castillo Soto, Josefina: "Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): Su labor política y militar". UNED, 1991.

3. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

4. Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". UCM, 2006.

martes, 17 de mayo de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte VIII)

1. Estatua orante de don Pedro Fernández de Campo, primer Marqués de Mejorada. Museo Arqueológico Nacional de Madrid.


Desde principios de julio de 1676 el Marqués de Villasierra desplegó su labor política en el despacho de los negocios. Por un lado, continuaba inmiscuyéndose en los asuntos relativos a provisiones de oficios y dignidades civiles y eclesiásticas. Por otro, se implicó en el abastecimiento de alimentos a Madrid. En el mes de junio se había centralizado el abastecimiento de la carne en Madrid, al hacer depender los vendedores de carne del carnero del Rastro de las compañías de obligados que gestionaban la carne en la Villa y su alfoz. Como se detallaba en un diario: "en 6 de julio de dicho año, mandó don Fernando de Balançuela llamar a los obligados de las carnicerías de esta Corte, en que les mando bajasen tres cuartos en cada libra de carne, sobre que hubo muchos debates, y que el dinero de la Villa a 5 por ciento y no más". La gestión del abastecimiento de Madrid era crucial para asegurar la quietud de la Corte. En estos días, el descrédito del gobierno de doña Mariana de Austria en la opinión común era creciente. Por las calles de la ciudad circulaban pasquines e impresos contrarios a la Regente. La intervención sobre los abastos, en una fase de penuria como esta, tuvo como finalidad templar los ánimos del pueblo. Debido a medidas como estas, la imagen del ministerio de Valenzuela ha pasado a la historiografía moderna asociada al arquetipo de "pan y circo", combinando las comedias y las fiestas de toros con el abaratamiento de los productos de primera necesidad en Madrid. Fiestas y alimentos baratos buscaban contentar a la plebe madrileña, consideraba un "monstruo" poco fiable por los patrones cortesanos.

A principios de agosto se confirmó en Madrid la bajada del precio de la carne impuesta por Valenzuela. Durante aquellos meses fue constante su intervención en los asuntos de la Villa, desde la financiación de las obras reales hasta la reforma del número de alguaciles y la política de abastos.

El reforzamiento del poder de Villasierra suscitó la oposición abierta o tácita de los principales beneficiarios políticos de su ausencia de Madrid. El Duque de Medinaceli utilizaba su jefatura de la cámara del Rey para obstaculizar su ascenso. En julio circularon rumores de un posible cese del Conde de Villaumbrosa. Como eventual sucesor en la Presidencia del Consejo de Castilla se aludió al obispo electo de Oviedo, Alonso Antonio de San Martín, abad de Alcalá la Real, hijo natural de Felipe IV. Desde la jornada de Valenzuela a Vélez Málaga eran constantes las alusiones al interés de la Reina en reforzar su partido con la presencia en el gobierno de un hijo natural de Felipe IV que sirviese de contrapeso a don Juan José de Austria.

Sin embargo, tanto Medinceli como Villaumbrosa consiguieron conservar sus puestos durante el ministerio de Valenzuela. Distinta suerte tuvo el tercer miembro del triunvirato que dirigió el gobierno durante los primeros meses de 1676. A mediados de julio estalló un violento enfrentamiento entre Valenzuela y el Secretario del Despacho Universal, el bilbaíno Pedro Fernández del Campo y Fernández Angulo, Marqués de Mejorada desde 1672. Tanto él como su hermano Íñigo anudaron lazos durante sus carreras con el Conde de Peñaranda. El poderoso secretario encabezaba una extensa red de parientes y amigos, para quienes consiguió destacados puestos en la Corte y el gobierno, así como dignidades eclesiásticas. Tras la caída de Nithard, Fernández del Campo asumió un papel decisivo en el gobierno de la Monarquía. Era una hechura de la Reina, quien prefería que un hidalgo controlase el despacho regio a otorgar el valimiento a un Grande de España.

El fracaso de la pugna por la precedencia en el coche del Rey no frenó los intentos de a Reina por reforzar la proyección ministerial de Villasierra. A mitad de julio trató de dejar patente la subordinación de los Consejos, al imponer varios nombramientos de puestos supremos sin preceder las acostumbradas ternas, Quizá animado por el éxito de los gentilhombres de cámara en su oposición a Valenzuela, Mejorada optó por la vía de la resistencia a los designios del "Duende". El secretario recibió las órdenes para preparar los despachos por los que se nombraba virrey de Cataluña al Príncipe de Parma, Alessandro Farnese, y virrey de Sicilia a Anielo de Guzmán. Marqués consorte de Castel Rodrigo. Estas decisiones se adoptaron sin preceder las consultas de los Consejos de Estado y de Guerra. El secretario representó al Rey en el despacho como era costumbre de su padre Felipe IV, y de la Reina durante la regencia, resolver tales nombramientos tras examinar las consultas de los Consejos Carlos II escuchó el parecer de Mejorada y le dijo que hablaría con su madre.

La representación del secretario en defensa del papel de los Consejos suscitó la indignación de Villasierra, quien instó a Mejorada a preparar los despachos. Ante sus dilaciones, Valenzuela le reprendió de forma severa. Se reiteraron las órdenes reales para expedir los despachos, de modo que se rubricaron los nombramientos como virreyes de Castel Rodrigo y del Príncipe de Parma. Fernández de Campo se fingió enfermo, retirándose a su casa pretextando que no podía acudir al despacho en varios días. En su lugar comenzó a ejercer el puesto Jerónimo de Eguía, secretario de la Reina que tenía la facultad de sentar la plaza en caso de ausencia o enfermedad del titular. La promoción de Eguía alteró el "cursus honorum" de la pluma. Hasta entonces, lo habitual era que los secretarios de Estado accedieran a la secretaria de despacho. Eguía había ejercido las plazas de secretario de Órdenes y de Justicia en gobierno.

De este modo, Valenzuela doblegó la oposición de la secretaría del despacho universal, a la vez que restringía el margen de maniobra del Consejo de Estado. Al proveer los virreinatos por decreto sin preceder terna del Consejo de Estado, Villasierra reafirmaba su primacía frente al principal consejo de la Monarquía compuesto por Grandes de España y aristócratas. Con un solo golpe se quebraba la autoridad de la covachuela y mermaba la la del Consejo de Estado, dos instancias supremas de poder en la Corte desde la muerte de Luis de Haro (1661).

Durante su aparente convalecencia don Pedro Fernández de Campo sufrió la absoluta indiferencia de los Reyes. La pérdida del favor regio quedó acreditada con la ausencia de pretendientes en su antecámara. Como era habitual, Valenzuela utilizó los rumores para forzar la rendición final de Mejorada. Hacer correr una voz por los mentideros era un modo de sondear la opinión común de la Corte. Desde Palacio se comentó que había bajado un decreto prohibiendo a Mejorada volver a entrar en la covachuela, a la vez que supuestamente se encargaba a Lope de los Ríos que lo residenciase. A principios de agosto se especuló con que se preparaban numerosas acusaciones contra el secretario en asuntos graves, incluida la revisión de cuentas del Bolsillo Secreto del Rey. Tras amenazas de una visita particular y un proceso, Mejorada envió intercesores a Valenzuela y se avino a un acuerdo que minorase el rigor de su desgracia.

A principios de septiembre los representantes diplomáticos informaron cómo don Pedro Fernández de Campo había logrado ajustar su jubilación con Valenzuela, evitando la puesto en marcha de una residencia de su gestión. Mejorada había regresado a Palacio para besar la mano de los Reyes. El Marqués de Villasierra había vencido a la covachuela. Durante su ministerio se aseguró de no proveer en un titular propietario el puesto de secretario del despacho universal. En su labor como primer ministro Valenzuela utilizó los servicios de Jerónimo de Eguía, manteniendo siempre su condición de secretario interino. Para los pretendientes y negociantes en la Corte se trataba de un cambio radical, acostumbrados como estaban durante tres lustros al poder omnímodo de la covachuela.

Desde julio la covachuela se convirtió en una plataforma de poder del nuevo valido. El nombramiento sin consulta de los virreyes y la caída de Mejorada era el anuncio ante la Corte del encumbramiento ministerial de Villasierra. Valenzuela despachaba con Jerónimo de Eguía en Palacio a solas de forma frecuente, lo que equivalía a decir que el despacho universal del gobierno de la Monarquía  lo desempeñaba él mismo.

A finales de julio Fernando de Valenzuela contaba con dos logros destacados y varios fracasos desde su regreso wn abril a Madrid. Entre los éxitos, por un lado, estaba la obtención de la jefatura de la casa de la Reina. Por otro, el reconocimiento de su superioridad por parte de la secretaría del despacho universal. Este triunfo político estaba reciente cuando se celebró en Palacio la onomástica de la Reina. El 26 de julio, día de Santa Ana, se organizaron en la Corte comedias y saraos. La Chamberga lució sus nuevas libreas al desfilar en la plaza de Palacio. En los oficios de la real capilla acompañaron a los Reyes diecisiete Grandes de España. En el día del santo de doña Mariana se publicaron numerosas mercedes, como virreinatos, embajadas, mandos militares y pensiones. La expectativa de recibir beneficio reunió a la Grandeza de España y a la alta nobleza en torno a las personas reales. La reina Mariana, junto a su hijo y al valido Fernando de Valenzuela, podía considerar que había fortalecido su control de la dirección del gobierno de la Monarquía. Pero en aquellos días ya habían comenzado las cábalas de algunos aristócratas, como el Duque de Medinaceli y el Conde de Oropesa, tendentes a derribar a Fernando de Valenzuela La cámara del Rey volvía a movilizarse contra el nuevo valido. Sino caída el "Duende", el siguiente objetivo sería la propia Reina. Entre agosto y diciembre de 1676 el poder de doña Mariana entraba en una fase decisiva en la que estaba en juego tanto el destino final de su hechura como su propia supervivencia política.

CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.


domingo, 20 de marzo de 2016

El Estado adquiere dos portapaces de Carlos II




El Estado acaba de adquirir por 1.600€ estos dos portapaces de finales del siglo XVII en la casa de subastas Segre que representan a Carlos II y su segunda mujer, Mariana de Neoburgo, como San Hipólito mártir y Santa Concordia, según rezan las cartelas. 

Se trata de estructura arquitectónicas con dos pilastras y pequeño templete gallonado, con querubines, del que parten lambrequines que enmarca dos placas ovales en plata sobredorada que tienen los bustos reales en relieve. Llevan añadidos símbolos del martirio como son la corona de laurel y la palma.

Estos dos portapaces recuerdas a las dos miniaturas de Jan van Kessel III hoy en colección particular que representan a Carlos II y Mariana de Neoburgo como San Fernando y Santa Elena.


martes, 15 de marzo de 2016

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte VII)

1. Vista del Cortejo de Carlos II saliendo del Real Alcázar (1677), autor anónimo. Colección Abelló.

Después del nombramiento de Valenzuela como Caballerizo Mayor, en la Corte se extendió el rumor de la inminencia de la consecución de la Grandeza de España. A finales de junio se consideraba inminente una promoción de Grandezas. Los agentes de negocios extranjeros consideraban que el impulsor de esta medida era el Marqués de Villasierra. Valenzuela se había asegurado la subordinación del despacho regio. No se trataba tan solo de que la secretaría del despacho universal estuviese perdiendo capacidad de maniobra frente a Villasierra, sino que se consideraba a Carlos II ajeno al proceso de toma de decisiones. La derrota política de la cámara del Rey, liderada por el Duque de Medinaceli, implicaba el encumbramiento definitivo del valido de la Reina.

En los últimos días de junio doña Mariana de Austria parecía redoblar su presión para obtener la Grandeza para su hechura. La obtención de la misma despejaría su camino hacia el ministerio supremo.Todas las actuaciones de la Reina estaban dirigidas a un único fin: asentar su poder en el período de mayoría de edad de su hijo, a la vez que limitaba la influencia de los linajes antiguos de la aristocracia española. Los intentos de introducir a Valenzuela en la cámara del Rey, así como ganarse su favor en los reales sitios, eran los medios para afianzar el futuro político de la Reina madre. La gloria de su criatura era la expresión de la autoridad de la patrona. Una eventual materialización del gobierno personal de Carlos II, alentado por los amigos del Rey desde su cámara, pondría en riesgo el valimiento de Valenzuela. Su encunbramiento era a iniciativa de doña Mariana justo cuando  su autoridad era cuestionada por a mayoría de edad del joven monarca.

Los informes diplomáticos daban cuenta de las reuniones nocturnas que mantuvo Valenzuela con el Presidente del Consejo de Italia. Por entonces, Villasierra no parecía tener inconveniente en acercarse a la casa del Conde de Peñaranda para examinar negocios conjuntamente. El consejero de Italia se trasladaba a la residencia de su Presidente. La opinión común en la Corte especulaba con una posible promoción de grandezas que contentase a algunos destacados exponentes de los Guzmanes, los herederos políticos de Olivares y Luis de Haro, a la vez que franquease la elevación del propio Valenzuela. Según este diseño, se ofreció la Grandeza vitalicia al Conde de Peñaranda y al Conde de Villaumbrosa, intentando que la Grandeza de Villasierra fuese hereditaria. A principios de julio, se comentaba que Peñaranda y Villaumbrosa se negaban a aceptar la Grandeza solo para sus personas. La Casa de Peñaranda declinó la oferta de esta distinción limitada y mantuvo esta actitud durante meses. El intento de promoción de Grandezas había fracasado. Valenzuela tuvo que esperar una ocasión propicia para cubrirse. El proceso se complicaba al no contar con el apoyo de ministros de una trayectoria tan dilatada como Peñaranda o tan poderosos como el Presidente del Consejo de Castilla, con un séquito relevante de parientes y clientes. El bloqueo de una promoción colectiva abocaba a Villasierra a una distinción personal, más arriesgada por la reacción aristocrática que podía suscitar. Durante los siguientes meses la eventual concesión de la Grandeza a Valenzuela continuó siendo una cuestión esencial. ¿Podía ser considerado primer ministro de la Monarquía sin ostentar la Grandeza de España?

En los avisos que el nuncio enviaba a la corte de Roma la privanza se asociaba con tres cualidades: el nombramiento como gentilhombre de la cámara e Carlos II, a fin de asegurarse la gracia del Rey. La obtención del cargo de consejero de Estado. Y, por último, la consecución de la Grandeza. Desde mediados de 1675 la reina doña Mariana intentaba que Valenzuela entrase en la cámara del Rey. El puesto de consejero de Estado no parecía tan absolutamente indispensable, dado que don Luis de Haro no lo ejerció durante su valimiento, aunque hubiese recibido esta distinción de Felipe IV de manera reservada.

El círculo aristocrático de la cámara de Carlos II era un muro que dificultaba la ejecución de los decretos del Rey a favor de Valenzuela. La resistencia era liderada por el sumiller de corps, el Duque de Medinaceli, y por algunos gentileshombres de cámara como el Conde de Oropesa. Tanto Medinaceli como Oropesa eran considerados "amigos" del joven Rey. La situación política era compleja para doña Mariana y su hechura. Un exceso de presión sobre este grupo aristocrático podía empujarlo a los brazos de Juan José de Austria y el partido de los malcontentos. En el fondo, los Grandes y títulos que habían obtenido destacados puestos en la Casa del Rey habían recibido estos oficios gracias a doña Mariana de Austria y tendían a buscar una vía templada que evitase una ruptura abierta, prefiriendo medios suaves a actuaciones violentas. Pero cada ascenso de Valenzuela en la Corte y el gobierno de la Monarquía estrechaba el margen de maniobra de los "amigos" del Rey e incrementaba las filas de la oposición política.

Mariana de Austria era consciente de que la cámara del Rey bloqueaba el ascenso político de Valenzuela. Durante la primera semana de julio, la jefatura de la Casa de la Reina sirvió de plataforma a Villasierra para intentar un asalto definitivo a la cámara de Carlos II. En lugar de pretender una nueva llave dorada con la aquiescencia de un número razonable de gentilhombres de cámara del Rey, Valenzuela optó por una vía más directa. La Reina obtuvo un real decreto que otorgaba al Marqués de Villasierra, en calidad de caballerizo mayor de la Reina, la precedencia sobre todos los gentilhombres de cámara de Carlos II. Asimismo, el puesto de caballerizo mayor de la Reina se convertía en una especie de cuarta jefatura de la Casa del Rey, ya que se le concedía el primer lugar en la primera carroza de respeto del Rey después de los tres jefes de la Casa del Rey.

La reacción de la alta nobleza de Palacio tuvo dos direcciones: la negativa a la aplicación del real decreto y la supresión del servicio al Rey. La unidad del cuerpo del gentilhombres de la cámara era un fenómeno extraordinario, dado que de forma estructural en la cámara de los monarcas competían diversas facciones y linajes por controlar a la persona regia y prevalecer en el favor. La Reina y Valenzuela titubearon a la hora de imponer de forma inmediata el decreto del Rey. La demora en la decisión puso de relieve la grave fractura en los apoyos aristocráticos a doña Mariana. Un desaire colectivo a los poseedores de la llave dorada podía tambalear el sistema de poder de la Reina, a la vez que fortalecer de forma irreversible el partido de don Juan.

Alguno de los principales servidores de la Casa del Rey incluso se retiraron a sus estados, caso, por ejemplo, del Marqués de la Algaba que se retiró a Andalucía. Francisco de Guzmán, V Marqués de la Algaba, ejercía el puesto de primer caballerizo del Rey desde diciembre de 1675 y tenía una amplia red de parientes en la Corte. La partida de Algaba hacia tierras sevillanas puso de manifiesto la determinación de la aristocracia palatina en no subordinarse en la ceremonias públicas a Valenzuela. La alta nobleza que servía a Carlos II se resistió a ceder espacios de intimidad cotidiana con el Rey al advenedizo, enfrentándose a la autoridad de la Reina.

El primer efecto de la oposición del bloque aristocrático al decreto de precedencia fue la inmovilización de las personas reales. Dado que en buena medida la controversia afectaba a la posición de cada servidor en los coches al trasladarse por Madrid y sus alrededores, los Reyes tuvieron que permanecer en palacio hasta dirimir el recurso. Se suspendieron algunas fiestas de toros previstas en la Corte. Además, se interrumpieron los habituales paseos de los Reyes por el espacio urbano y los alrededores de la Villa Coronada para asistir a festejos y devociones.

Ante la intensidad del enfrentamiento entre la Reina y los nobles de la llave dorada, a mediados de junio redoblaron su labor de mediación los principales partidarios de doña Mariana en el seno de la cámara de Carlos II. Fue significativa la intervención del Duque de Pastrana y el Conde de Aguilar para aquietar el enfrentamiento entre Mariana de Austria y los criados de la cámara. Rodrigo Manuel Manrique de Lara, conde consorte de Aguilar, desempeñaba el mando supremo de la Chamberga. Su proximidad al Rey había sido decisiva para avanzar las pretensiones de Valenzuela tras su regreso de Granada. También el V Duque de Pastrana, Gregorio de Silva Mendoza, había establecido una alianza con Villasierra tras la muerte de su padre. El Duque estaba casado con María de Haro y Guzmán, la hija del último valido de Felipe IV, don Luis de Haro. Estas dos llaves doradas ejercieron un papel decisivo en buscar una mediación entre la Reina y la cámara del Rey. 

Doña Mariana tuvo que ceder en su pugna con el cuerpo de los gentilhombres de cámara. A mediados de julio la huelga de la llave dorada daba sus frutos. Las escasas salidas de los Reyes se abreviaron. La soledad de Carlos II era la expresión pública del fracaso de la Reina en su intento de imponer la precedencia de Valenzuela en el coche del Rey. Mariana se mostró de nuevo incapaz de doblegar la resistencia aristocrática. El decreto de precedencia del Marqués de Villasierra sobre los gentilhombres de cámara nunca llegó a ser publicado ni ejecutado. La firma del Rey, por sí sola, no garantizaba la puesta en práctica de una merced. El Duque de Medinaceli, como sumiller de corps y jefe de la cámara, había acreditado su capacidad de resistir los envites de la Reina.



CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.