martes, 28 de abril de 2020

Vida del último Almirante de Castilla (PARTE XI)

1. Acto de proclamación del archiduque Carlos como Rey de España en un grabado alemán de la época

Como se comentó en la entrada anterior, una vez pudo instalarse en la Corte lisboeta, el Almirante fue recibido con la pompa que correspondía a su elevado rango y al prestigio del que gozaba en Castilla. Pronto reemplazó al príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, antiguo Virrey de Cataluña (1698-1701), como figura representativa de la España disidente y hasta cierto punto como representante del Emperador. El Almirante no llegaría a sustituir al embajador imperial Waldstein, pero desde su llegada a la capital portuguesa, Leopoldo I centraba en él todas las negociaciones con Inglaterra y Holanda. También fue notable la consideración que recibió el Conde de la Corzana.

El Almirante, si bien no se le enviaron credenciales, participó por deseo del Emperador en las conversaciones que se llevaban a cabo con Portugal para su ingreso en la Alianza anti-borbónica, así como en las posibles cesiones de territoriales en Extremadura, Galicia e Indias a los Bragança. También participó don Juan Tomás de las discusiones con Methuen sobre un acuerdo comercial con España. Waldstein por su parte proponía a Pedro II entrar en el bando aliado asegurando que la guerra por Extremadura sería la manera más efectiva de entrar en Castilla y en esta operación los lusos obtendrían ganancias territoriales importantes. A estos intentos del embajador imperial se unieron las afirmaciones del Almirante y el Conde de la Corzana, quienes aseguraban que la conquista de España era posible no solo por su estado de indefensión sino también por el gran número de partidarios de la Casa de Austria entre los principales aristócratas y el pueblo castellano. Finalmente, como ya se vio, el monarca portugués acabó adhiriéndose a la Alianza.

Las hostilidades no habían comenzado pero la guerra estaba declarada. Don Juan Tomás levantaría en junio un regimiento de infantería con armas compradas en Inglaterra y 560 españoles, oficiales que pasaron a Portugal, desertores y otros naturales de España, cuyo mando dio al malagueño don Juan de Ahumada y Cárdenas (1669-1726), capitán de caballería en tiempos de Carlos II que al finalizar la Guerra de Sucesión pasaría a Italia y luego a Hungría adoptando el pie imperial para combatir contra el Turco. La bandera de este regimiento tuvo en el anverso las armas de Castilla y León con el lema “PRO LEGE REGE ET PATRIA” ( Por la Ley, el Rey y la Patria), y en el reverso la imagen de Santiago con el lema “SANCTUS JACOBUS HIAPANIAE PATRONUS” (Santiago, protector de España) y al pie de la imagen las armas del Almirante de Castilla.

Además y a causa de la próxima partida del embajador imperial hacia Viena, el Almirante, en unión con el Conde de la Corzana y otros interesados, realizó el 19 de mayo de 1703 en manos del Conde de Waldstein un juramento de fidelidad al Archiduque, al Emperador y a su Casa. Un mes antes la emperatriz Eleonor de Nenurgo le había escrito: "Vra. generosa resolutiones...ad exemplum a pradecesoribus familia vra fidelisime praetirorum".

En este contexto y tras la firma de acuerdo con Portugal, Inglaterra y Holanda apremiaron a Leopoldo I para que enviase lo antes posible a Carlos hacia España porque la ofensiva portuguesa no empezaría hasta que el Archiduque llegase a Portugal. En el mismo sentido escribió el Almirante de Castilla al Emperador desde Lisboa. Todo apunta a que la influencia de don Juan Tomás en la decisión final del Emperador fue decisiva. Ya en enero de ese mismo año Leopoldo señalaba al embajador inglés en Viena, Mr. Stepney, su deseo de que el Almirante de Castilla fuese consultado y de que su parecer sirviese de base para las negociaciones de la Liga con el Rey de Portugal. 

Al fin Leopoldo I se decidió a proclamar a su hijo como Rey en un solemne acto que tuvo lugar el el palacio imperial de La Favorita a la una de la tarde del 12 de septiembre de ese 1703 a la que asistieron, entre otros, cinco Príncipes del Imperio, los presidentes de los Consejos y todos los consejeros de Estado. El nuevo Rey fue cumplimentado también por los embajadores y por los ministros de los príncipes aliados, así como por los españoles que se encotraban en la Corte. Previamente tanto el Emperador como el rey de romanos José, habían renunciado a sus derechos en favor de Carlos.

Leopoldo trató de armonizar los intereses de sus hijos, llamados a asumir la dobles aspiración de la Casa de Austria en Italia y en España. El rey de romanos José y su hermano Carlos rubricaron delante de su padre un acuerdo familiar secreto pocos días antes de la proclamación real por el cual la Agustísima Casa apoyaría las aspiraciones de Carlos a la Corona de España a cambio de ceder éste el Ducado de Milán y el Marquesado de Finale a José. Al mismo tiempo, ambos hermanos firmaron el Pactum Mutuae Successionis en los que se acordaba que Carlos heredaría a José en los estados patrimoniales de la Casa de Austria, en Hungría y en Bohemia y si ninguno tenía hijos varones, la sucesión pasaría a la hija del hermano mayor que hubiera ocupado el trono. Se establecía así la primacía de los hijos varones sobre las hijas, y en ausencia de varones, las hijas de José precederían a las hijas de Carlos en la sucesión, tanto española como austriaca.

El acuerdo secreto se ocultó a los españoles pero debió ser conocido por algunos ministros de la Corte de Viena mucho antes de que Carlos lo revelase en 1713 para zanjar la cuestión de la precedencia de sus sobrinas sobre su propia descendencia femenina con la Pragmática Sanción.

El día 19 de septiembre tras comer con sus padres y sus hermanas las archiduquesas, Carlos partió de Viena acompañado por el embajador inglés Stepney y por el príncipe Antonio de Liechtenstein, su principal consejero y al que el nuevo Rey profesaba un profundo afecto. Tras atravesar Centroeuropa y el Imperio, y llegar a las Provincias Unidas, se dirigió a Londres a donde llegó el 8 de enero, para luego ser recibido por la reina Ana en Windsor con especial cordialidad. El 13 de febrero de 1704 fue despachado don Pío Ravizza con destino a Lisboa para comunicar al Almirante de Castilla la próxima llegada del rey Carlos.

2. Desembarco del archiduque Carlos en Lisboa en un grabado alemán de la época.

A bordo del velero inglés Royal Catherine y escoltado por una imponente flota capitaneada por el Almirante Rooke se dirigió a Portugal, entrando en el estuario del Tajo el 6 de marzo de 1704. Esa misma noche subirían a bordo el Duque de Cadaval, en nombre de Pedro II, y Paul Methuen, en representación de la reina Ana y en sustitución de su padre John, indispuesto por un ataque de gota, para cumplimentarle por su feliz llegada. No obstante, parece que fue el Almirante de Castilla, el más destacado de los españoles exiliados en Lisboa, el primero en ir a besar la mano de Carlos III.

Como se comentó arriba, Carlos desembarcó en Portugal acompañado del príncipe Antonio de Liechtenstein quien, desde su llegada a Lisboa, despertó pocas simpatías y, sin duda, fue el responsable no solo del distanciamiento inicial de nuevo Rey con los españoles, sino también de la división en el círculo cortesano carolino. En seguida el príncipe Antonio hizo causa común con el príncipe Darmstadt contra el Almirante, a quien ambos veían como rival. De este modo se formaron dos partidos en la Corte de Carlos III en Lisboa: los que seguían al Almirante y los que se agruparon en torno al Príncipe Darmstadt. Se atribuye a don Juan Tomás el comentario de que "en la Corte del rey Carlos sólo tres tenían juicio: el rey, aunque muy joven, el enano y el caballo". Está división se plasmó también en el terreno de la estrategia de guerra a seguir.

Desde la llegada de Carlos a Portugal, Lichtenstein se sintió celoso del Almirante porque el Rey de Portugal le había asignado "apartamento en el mismo Palacio muy contiguo al del rey Carlos". Éste hizo patentes desaires a don Juan Tomás que esperaba obtener del joven Rey el puesto de Caballerizo Mayor, el mismo que había tenido en tiempos de Carlos II. Sin embargo, la primera vez que salió Carlos en público, al entrar el Príncipe en la carroza se puso en la derecha, dejando la izquierda al Almirante, lo que causó gran desagrado a los españoles y portugueses y, por su puesto, al propio don Juan Tomás.

El Almirante de Castilla se convirtió en el principal confidente y asesor de Carlos III desde la llegada de éste a Lisboa por el profundo conocimiento que tenía de los asuntos españoles tras sus 30 años de servicio bajo Carlos II. Además alardeaba de su fuga presentándola como un sacrificio que había realzado por el Rey y la Agustísima Casa de Austria.

CONTINUARÁ...


Bibliografía:


  • Agüero Carnerero, Cristina: "El ocaso de los Enríquez de Cabrera. La confiscación de sus propiedades y la supresión del almirantazgo de Castilla". Tiempos modernos: Revista Electrónica de Historia Moderna, Vol. 8, Nº. 33, 2016.
  • González Mezquita, María Luz: "Elites de poder y disidencias estratégicas. La corte portuguesa a comienzos del siglo XVIII". X Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional del Rosario. Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad Nacional del Litoral, Rosario (2005).
  • León Sánz, Virginia: "El fin del Almirantazgo de Castilla: don Juan Tomás Enríquez de Cabrera", en Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, 42. Madrid, 2003.
  • Martín Marcos, David: "Ter o Archiduque por vezinho. La jornada a Lisboa de Carlos III en el marco del conflicto sucesorio de la Monarquía de España".  Hispania: Revista española de historia. Vol. 72, Nº 241, 2012, págs. 453-474.
  • Sorando Muzás, Luis: "El ejército español del archiduque Carlos (1704-1715) y sus banderas", en Revista de Historia Militar, número extraordinario II (2014), pp. 193-211.


jueves, 9 de abril de 2020

Vida del último Almirante de Castilla (PARTE X)

1. Ejemplar del Manifiesto en lengua inglesa. Biblioteca Nacional de Madrid.


Tras el embargo y secuestro de sus bienes en octubre de 1702, el Consejo de Estado de Madrid determinó el 17 de agosto de 1703 que el Almirante había incurrido en pena de lesa majestad por haber faltado al juramente de fidelidad al monarca y como resultado se le condenaba a la pena capital. Culminaba así la causa por infidelidad y desobediencia contra don Juan Tomás y sus cómplices iniciada tras conocerse su paso a Portugal. A pesar de ello, el 11 de noviembre el Almirante escribía a uno de sus criados en Madrid solicitándole que le librara en Lisboa alguna cantidad correspondiente a sus rentas. Y es que aunque al ser nombrado embajador en Francia aseguró que no pesaba ningún pleito de acreedores sobre su Casa, lo cierto es que a su marcha dejó deudas que en 1703 ascendían a más 275 mil ducados, sin contar los censos impuestos sobre los bienes inmuebles. Por ello, en paralelo al proceso de confiscación se inició un concurso de acreedores sobre sus bienes que tuvo como resultado la dispersión del sobresaliente patrimonio reunido por los Enríquez de Cabrera a lo largo de siglos, de manera que el castigo a la desobediencia de Juan Tomás pasó por menoscabar su capital y fama personales y con ellos los de su linaje.

Conocida la finalización de su causa en Madrid y habiendo jurado fidelidad al archiduque Carlos de Austria, el Almirante decidió declarar los motivos de su decisión, publicando en Lisboa en la segunda mitad de 1703, un Manifiesto que se repartió por distintos lugares de Europa impreso en diversas lenguas como el castellano, el portugués o el inglés. El Manifiesto del Almirante es un extenso escrito en tercera persona en el que don Juan Tomás lleva  a cabo una enumeración de las vejaciones y atropellos de que considera fue víctima y cómo las soportó esperando un tratamiento acorde a sus méritos por parte del Rey.

Su intención era a aclarar a todos aquellos que leyesen el Manifiesto que no le movía ningún sentimiento particular en su defección, sino causas superiores. Éstas causas son primordiales y guardan relación con la lealtad al príncipe natural y a la defensa de la patria, que considera el principio de todas las acciones nobiliarias. De este modo se alza como defensor de todo el Reino. Protesta que desde el primer momento Felipe V, al que se dirige siempre como "Duque de Anjou", sospechó de él ya que siempre lo miró a través de la desconfianza fomentadas por el Cardenal Portocarrero o Manuel Arias. De esta manera, fue despojado gradualmente de los puestos que disponía: Caballerizo Mayor, Teniente General en los reinos de Toledo y Andalucía, General de la Mar, la llave de Gentilhombre de la Cámara y de los sueldos que gozaba, un componente nada despreciable en su protesta.

También proclama su desacuerdo, como otros Grandes, con el decreto que les igualaba con los Pares de Francia. Esta decisión, dice, rebajaba la dignidad de Grande de España en comparación con lo que la había elevado la Casa de Austria en toda Europa. No obstante, ninguna de estas ofensas lo hubieran movido a abandonar el Reino, para dejar sus posiciones y mucho menos para lo que después ha hecho, sino hubiera visto la servidumbre a que se ha reducido a España. Súbditos convertidos en siervos y Rey dominado, constituyen una causa de rebelión por cuanto son una violación del pacto que dio origen a la relación (un recordatorio de que la Monarquía de España era una monarquía pactada Rey-Reino).

La primera reacción de Madrid fue la publicación "Respuesta breve fácil y evidente a un papel que se descubrió con título de Manifiesto, disculpando la resolución de D. Juan Tomás Enríquez de Cabrera. Escribióla para desengaño A.. B. L.". En ella se repiten las sátiras contra el Almirante desde su vuelta de Milán (1686), acusándole de engaño, traición y perjurio, asegurando que no estaba molesto por la embajada de Francia sino por haber sido alejado del gobierno mientras él pensaba que se le harían grandes ofrecimientos con tal de conseguir su alianza. Finaliza argumentando que de haber conseguido mantener el cargo de Caballerizo Mayor, algunas rentas del Patrimonio sin demasiado esfuerzo, entrada en el Gabinete y posibilidad de acomodar a media docena de hechuras, no se hubiera pasado a Portugal olvidando pagar a acreedores y pidiendo dinero a descuidados. Con todo esto se habría olvidado, dice, de la Casa de Austria, de sus familiares y hasta de su padre y se conformaría con el tiempo sin importarle quien fuera Rey alejándose de la publicación de papeles para revolver a todo el mundo.

1. "Portugalliae et Algarbiae cum finitimis Hispaniae regnis", obra de Johann Baptist Homann (1710)


El paso del Almirante de Castilla a tierras lusas hizo que las dudas sobre la neutralidad del gobierno de Pedro II de disparasen en la corte española. Su marcha "tem causado aquí grande ruido e brevemente se veram as consequencias", advertía Diogo Corte Real, entonces embajador del Bragança en Madrid. Su llegada a Lisboa acabaría influyendo en que Pedro II se sumase a la conquista de España planeada por los aliados pese a sus reticencias iniciales y de sus elevadas demandas territoriales.

Don Juan Tomás encarnaba a la Grandeza castellana cuyo poder estaba amenazado por el nuevo Rey, Era reconocida su influencia en Castilla y sus importantes relaciones con Andalucía, por sus cargos y sus casamientos, sin olvidar Cataluña, donde había sido Virrey, y por supuesto Milán donde, tras sus 16 años en tierras lombardas, había tejido una poderosa red de amistades y hechuras. Su llegada a tierras lusas se producía en el momento en que la armada anglo-holandesa dirigida George Rooke a fines de agosto se retiraba hacia el estuario del Tajo después de atacar el Puerto de Santa María, el intento de toma de Cádiz y tras destrozar la flota franco-española proveniente de Indias en Vigo el 23 de setiembre.

El Almirante tuvo en el Emperador un protector poderoso que le confió el cumplimiento de importantes funciones. Por otra parte, su presentación pública en Lisboa fue celebrada por los componentes de la Gran Alianza como señal de buenos sucesos, aprobando los consejos y proyectos que les ofrecía. Pero los portugueses no aceptaban las sugerencias del Almirante con tanta facilidad y Pedro II mantuvo inicialmente una actitud difidente. No obstante, la insistente labor de don Juan Tomás, sumada a las presiones del embajador inglés John Methuen y la amenazante presencia de la armada del Almirante Rooke, acabarían haciendo que Pedro II, más por temor que por convicción, se sumase a la Gran Alianza el 16 de mayo de 1703.

Sin que los embajadores de Felipe V y Luis XIV en Lisboa, Capecelatro y Chateneuf, pudiesen hacer nada, el Bragança suscribió el 16 de mayo un tratado por el que reconocía a archiduque Carlos como Rey de España a cambio de jugosas compensaciones territoriales. Con la firma de estos acuerdos se conseguía una puerta para la entrada en la Península usando como base de operaciones la desembocadura del Tajo. El Almirante, como promotor de todo, insistió en la necesidad de que el Archiduque viniera a Portugal para dirigir personalmente la campaña, tomar contacto con sus partidarios y para que las cortes europeas pudieran ver al pretendiente al trono español.

Aunque el embajador de Felipe V mantuvo un aparente disimulo antes estos hechos durante varios meses, era cuestión de tiempo y no pasaría demasiado para que, por fin, el 21 de noviembre, Capecelatro se decidiese a abandonar la ciudad y acabase con el teatro. Con una operación que se sellaba con la invitación al representante portugués en Madrid, Diogo Corte Real, a dejar también él la Corte, se cerraba un ciclo de cordialidad. Ambos embajadores se cruzarían el día 14 de diciembre en la frontera de Badajoz a las dos de la tarde. Las puertas del templo de Marte estaban a punto de abrirse.

CONTINUARÁ...


Bibliografía:


  • Agüero Carnerero, Cristina: "El ocaso de los Enríquez de Cabrera. La confiscación de sus propiedades y la supresión del almirantazgo de Castilla". Tiempos modernos: Revista Electrónica de Historia Moderna, Vol. 8, Nº. 33, 2016.
  • González Mezquita, María Luz: "Elites de poder y disidencias estratégicas. La corte portuguesa a comienzos del siglo XVIII". X Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional del Rosario. Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad Nacional del Litoral, Rosario (2005).
  • León Sánz, Virginia: "El fin del Almirantazgo de Castilla: don Juan Tomás Enríquez de Cabrera", en Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, 42. Madrid, 2003.
  • Martín Marcos, David: "Ter o Archiduque por vezinho. La jornada a Lisboa de Carlos III en el marco del conflicto sucesorio de la Monarquía de España".  Hispania: Revista española de historia. Vol. 72, Nº 241, 2012, págs. 453-474.