jueves, 12 de diciembre de 2013

"España contra Cataluña", mentiras fundacionales del nacionalismo catalán


Llevamos ya unos días de polémica sobre el famoso simposio de la discordia "España contra Cataluña" organizado por el Institut d'Estudis Catalans, bajo el amparo de la Generalitat catalana presidida por Arturo Mas, y como parte por los fastos del 300 aniversario de la toma de Barcelona por las tropas borbónicas en1714, la conocida como Diada.

Parece claro ya con el título que el fin último de este simposio tiene poco de histórico y mucho de político. En este sentido, una de las voces más autorizadas, el hispanista inglés John H. Elliot (autor entre otros de "La rebelión de los catalanes (1580-1649)"), mostró su perplejidad al conocer el contenido de las jornadas y no quiso conocer ni la primera circular del programa: “No vale la pena ni hablar. Con ese título (España contra Cataluña) ya sé que no me interesa. Es muy poco histórico y no tiene rigor ninguno. Es un disparate”. Por otra parte, José Álvarez Junco, catedrático de Historia de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, afirmó tras leer la circular que el esquema previo no tiene nada que ver con un simposio histórico o debate científico porque ya se dan por predeterminadas las conclusiones. Y cita que el mismo prólogo ya da por sentado las relaciones “siempre represivas” de España hacia Cataluña o las “condiciones de opresión del pueblo catalán”. A juicio de Álvarez Junco, la obligación de un historiador es conocer el pasado de la mejor forma posible aunque no necesariamente debe ser aséptica. “Pero una cosa es conocer el pasado y otra utilizarlo para fines políticos”, afirmó. “Lo que hubo entonces eran guerras internacionales y de dinastías entre los Borbones y los Hasburgo, que tenían el apoyo de Inglaterra. Y eso no tiene nada que ver absolutamente con los catalanes”, cuenta.

A cuento de todo esto me gustaría recuperar una de mis entradas más populares y que, en su día, parece que levantaron alguna ampolla entre alguna personas con ciertas sensibilidades catalanistas y que por otra parte tiene mucho que ver con la biografía en la que estamos sumergidos en mis últimos posts, la del Príncipe de Darmstdt, de la que en breve publicaré una nueva parte:

LA DIADA O LA GRAN MENTIRA DEL NACIONALISMO CATALÁN

El 11 de septiembre de 1714 las tropas borbónicas comandadas por el Duque de Berwick, James Fitz-James, tomaban, tras un largo y doloroso asedio de casi un año, la ciudad de Barcelona, penúltimo reducto austracista en la Península (el último sería Cardona 5 días más tarde, mientras que Mallorca sería tomada en julio de 1715), poniendo prácticamente fin a la contienda sucesoria española entre Austrias y Borbones, iniciada en 1701 a nivel europeo y en 1705 en suelo peninsular.

Precisamente este hecho de armas, la toma borbónica del Barcelona el 11 de septiembre de 1714, constituye el mito fundacional del nacionalismo catalán. No me detendré a comentar la endeble afirmación de que Cataluña era una "nación" independiente hasta la toma de Barcelona por el Duque de Berwick, pues el hecho se cae por su propio peso. Baste sólo recordar el gran esfuerzo que la Corona hizo durante los reinado de Felipe IV y de Carlos II para defender la frontera catalana de las agresiones de Francia. Si acaso podríamos hablar de la efímera "República Catalana" proclamada el 17 de enero de 1641 por la Junta de Brazos presidida por Pau Claris, a raíz de los hechos del Corpus de Sangre de 1640, y que apenas duraría hasta el 23 de enero de ese mismo año, cuando la citada "República" se entregaría en régimen de vasallaje a Luis XIII de Francia. Cataluña, por tanto, formaría parte del Reino de Francia hasta la toma de Barcelona por parte de las tropas de Juan José de Austria en 1652.

Centrémonos pues en el momento sucesorio: el 1 de noviembre de 1700 moría Carlos II declarando como sucesor a su sobrino-nieto, el Duque de Anjou, Felipe de Borbón, hijo segundo del Delfín de Francia y nieto de Luis XIV. El nuevo rey, Felipe V, de tan solo 17 años de edad, entró en España el 22 de enero de 1701 por Irún, llegando a Madrid el 18 de febrero donde se alojaría en el Palacio del Buen Retiro, aunque la entrada oficial no tendría lugar hasta el 14 de abril de ese mismo año. Comenzaba el reinado del primer Borbón en España.

1. Felipe V, obra de Niccola Vaccari (Piacenza, Galleria Alberoni)

Se puede afirmar que el testamento de Carlos II fue aceptado de manera general en todos los reinos de la Monarquía de España, aunque también es justo decir que inicialmente existió una cierta reticencia por parte de los estados de la Corona de Aragón por el secular enfrentamiento contra Francia, en especial en el frente pirenaico-catalán (aún estaba demasiado reciente la toma de Barcelona por parte de las tropas francesas en 1697 tras un duro asedio), y que veían ahora entronizarse al nieto del que tanto sufrimiento había generado: Luis XIV.

Otro elemento fundamental para entender a la Cataluña de la época es la pujante burguesía mercantil que se había ido desarrollando en el Principado a lo largo del reinado de Carlos II y que había logrado poco a poco hacerse con el control político y económico del territorio en alianza con las estructuras y redes político-económicas anglo-holandesas, en especial durante el virreinato del Príncipe de Darmstadt (1698-1701), que como hemos visto en anteriores entradas, mantenía una estrecha relación con importantes personajes de la Plana de Vic y con agentes comerciales extranjeros, entre los que destacaban Francesc Macià y Mitford Crowe (futuro signatarios del Paco de Génova de 1705). Otros destacados personajes de este entramado político-comercial fueron Narcís Feliú de la Penya (1), Josep Narcís, Joan Kies, Arnoldo Jäger, Cristófol Lledó, Llorenç Lledó, Joan Llinàs, Onofre Sidós, Pau i Dalmases, Jaume Teixidor, Joan Bòria, Joan Lapeira, Amador Dalmau, Francesc Dalmau, Pere Dalmau, Joan Puigguriger, etc (2). Todos estos hombres tenían un claro perfil pro-austracista ya que consideraban que la llegada al trono español de un Borbón acabaría con sus privilegios comerciales en favor de Francia (comercio con las Indias, importación-exportación con la propia Península, acceso a los mercados italianos, etc)

Sin embargo, y a pesar de este lobby comercial catalano-anglo-holandés, la manifestaciones populares y oficiales catalanas en favor de Felipe V fueron generales y la literatura panegirista exaltó al nuevo monarca y a la nueva dinastía, salvando incluso el hecho de que Felipe V fuese francés. Así, el catalán Raymundo Costa escribía en su “Oración panegírica” (1701): “Felipe quinto para Cataluña no es extraño, sino patricio, Natural, y buen Catalán, quando la Sangre Real, que alienta sus venas ha salido de los cristales transparentes de esta perenne y clara fuente de Nobleza del Principado de Cataluña”. Por su parte, el también catalán Francesc Brú señala en su “Lamentación fúnebre” (1700): “el Rey es español por más que haya nacido en Francia. Porque los reyes toman la naturaleza de la Corona, no de la cuna; de los reinos en que mandan, no de las tierras en que nacieron [...] venga a España el serenísimo Felipe de Francia y será más español que nosotros, pues a nosotros nos hizo españoles la tierra, y a Felipe el Cielo, a nosotros la cuna y a Felipe la Corona”.

Desde la llamada “Acadèmia dels Desconfiats” (núcleo del austracismo), si bien se exaltaron las supuestas relaciones idílicas entre el Principado y el fallecido Carlos II, también se defendió al nuevo Rey. Los académicos aceptaron el Testamento Real como última muestra de fidelidad hacia el amado Carlos II. Este argumento de defensa del nuevo Rey se basaba sobre todo en el principio de la unidad e indivisibilidad de la Monarquía, que constituía el eje central del testamento carolino, pensándose que quién la podía defender mejor era la potencia más fuerte de ese momento, es decir, la Francia de Luis XIV, abuelo del nuevo Rey Católico. El punto de referencia de este austracismo catalán fue, por tanto, la exaltación de España. Paradójicamente sólo entre declarados filipistas, como Pellicer y Copons o Josép Aparici, se glorificó a Cataluña.

Una de las obras cumbre de la “Acadèmia” fueron las “Nenias Reales” que lloraban la muerte de Carlos II. En ellas, el anteriormente citado Raymundo Costa, escribía que Carlos II había dado la corona a Felipe de Anjou para que la conservase unida como “cuerpo uno y sin división de partes [...] cuerpo político, civil y místico de España” que está de acuerdo en esta Sucesión. Pero a añadía que tal “cuerpo natural” de España tenía tres cabezas: el rey legítimo español y catalán, Felipe V; las Cortes de los reinos y la Fe.

En este ambiente las principales instituciones de Cataluña (el Consell del Cent, la Diputación General de Cataluña, la Universidad,...) no cesaron en hacer llegar al nuevo Rey la necesidad de su pronta venida y la exhortación a celebrar Cortes, lugar donde Felipe V debía jurar a sus reinos y éstos prestar juramento a su Rey. Así todo quedaría conforme al Testamento de Carlos II y a las leyes, fueros y privilegios de Cataluña. Además, con la llegada de Felipe V a España los comunes catalanes exaltaron los buena nueva con celebraciones de todo tipo, destacando entre todas ellas las “Festivas aclamaciones” celebradas en Barcelona por los representantes de las instituciones catalanas junto al virrey Conde de Palma, sucesor en el cargo del Príncipe de Darmstadt, durante las cuales se leyeron romances, poemas, villancicos y letrillas de loa y alabanza a Felipe V.

Es en este contexto de regocijo por el nuevo Rey y de fidelidad hacia su persona, es cuando se produce la visita de Felipe V a Cataluña del 24 de septiembre de 1701 al 8 de abril de 1702, con el objetivo principal de la celebración de Cortes. Cataluña esperaba llena de expectación la primera visita del nuevo Rey, una visita especialmente sentida, pues hacía setenta años, desde la visita de su bisabuelo Felipe IV en 1632, que un soberano español no visitaba el Principado.

Felipe V debía hacer todo lo necesario para consolidar el trono recién heredado. Su abuelo Luis XIV le había aconsejado visitar inmediatamente los reinos de la Corona de Aragón para celebrar el preceptivo y recíproco juramento real en las Cortes. En la Corona de Castilla, tenida por más dócil, el día 8 de mayo se había realizado en la Iglesia de los Jerónimos de Madrid el juramento y pleito homenaje, pero se había evitado la reunión de Cortes, temidas como fuente de potenciales problemas y conflictos (recuérdese que no se celebraban Cortes en Castilla desde 1658). Pero en la vida política de Cataluña, Aragón y Valencia, las Cortes eran esenciales y resultaba conveniente celebrarlas, aun a costa de los habituales riesgos y dificultades. Felipe V salió de Madrid con destino a Barcelona el 5 de septiembre. En su viaje pasó por Alcalá, Guadalajara, Torija, Algora, Alcolea, Maranchón, Tortuera, Used, Daroca, Cariñena, Muel, Zaragoza, a donde llegó el día 16 y donde permaneció hasta el 20 de septiembre, para después partir de nuevo rumbo a Villafranca, Pina, Bujaraloz, Fraga y Lérida, donde juró los privilegios de la ciudad. De allí a Cervera, en que se repitió la misma ceremonia, y a continuación Bellpuig, Igualada, Piera, Martorell y Barcelona. Durante todo el camino el paso del carruaje real atrajo a mucha gente. Las autoridades y el pueblo acudían a contemplar al nuevo soberano y a rendirle homenaje.

A medida que el Rey se iba acercando a la capital catalana aumentó el número de personalidades que se adelantaban a recibirle y darle la bienvenida: Universidad de Barcelona, oidores del General de Cataluña, el Consell de Cent, destacando el discurso del Conseller en Cap:

Senyor, la Ciutat de Barcelona se postra humil als Reals peus de V.M. en protestació de son verdader rendiment, y ab expressió del imponderable jubilo ab que celebra lo feliz arribo de V.M. gloriantse de la ditxa li cap, que V.M. la favoresca ab sa Real presencia, y si be est tan rellevant favor, lo te sa innata fidelitat a agigantat […]”.

No faltaron tampoco las multitudes y las aclamaciones en el recibimiento dispensado al soberano, a lo largo del camino y en los alrededores de la ciudad. El relato publicado por la Diputació del General resaltaba las aclamaciones hechas a Felipe V cuando nada más llegar a Barcelona salió a saludar al balcón de palacio: “el numeroso concurso que llenaba la espaciosa plaza empezó en alegres y festivas afectuosas aclamaciones a repetir: “Viva, viva nuestro Rey Felipe Quinto” [...] y sobre las voces echaban los sombreros al aire” (3). Sin embargo, el momento culminante se produjo con la entrada triunfante y solemne de Felipe V en la ciudad el día 2 de octubre, día en que toda la capital catalana se engalanó y mostró todos los esplendores del arte efímero barroco para aclamar a su nuevo Rey.

El día 4 se celebró el doble juramento recíproco del Rey y de los representantes del Principado. Felipe V juró las Constituciones de Cataluña y los catalanes le juraron fidelidad y le prestaron homenaje como su rey y señor. Finalmente, el día 12 de octubre tuvo lugar la inauguración de las Cortes catalanas que eran muy esperadas por no haberse celebrado desde 1599, bajo el reinado de Felipe III, pues las de 1626 (continuadas en 1632), ya bajo el reinado de Felipe IV, no llegaron a cerrarse.

Las Cortes catalanas, inauguradas el 12 de octubre, estuvieron funcionando durante tres meses. Como era propio de las Cortes su funcionamiento consistía en una dura negociación, en que el Rey trataba de obtener los mayores recursos posibles a cambio de las menores concesiones y el Reino buscaba conseguir el máximo de leyes favorables a sus intereses políticos, económicos y sociales y el máximo de reparación de agravios cometidos, por el mínimo de donativo. Uno de los temas más calientes fue el asunto de las desinsaculaciones, por la que las Cortes reclamaban que Felipe V renunciara a la prerrogativa que, acabada la Guerra de Secesión Catalana en 1652 tras la toma de Barcelona por don Juan José de Austria, Felipe IV se había reservado, consistente en el poder de desinsacular sin juicio previo a los insaculados en las bolsas de la Diputació del General y del Consell de Cent. Se produjo un duro tira y afloja que tuvo como resultado la renuncia al tema de las desinsaculaciones por parte de las Cortes para salvar el resto de lo pactado con el Rey. A pesar de esto, el balance de las Cortes resultó muy positivo para Cataluña, sobre todo teniendo en cuenta que hacía casi 100 años que no se celebraban. Uno de los aspectos más interesantes de estas Cortes fueron las reformas económicas, encaminadas a favorecer la recuperación catalana, ya en marcha, facilitando las actividades comerciales. Tres medidas destacaban por su importancia: la autorización para erigir una casa de puerto franco en Barcelona, el permiso para enviar cada año dos barcos catalanes a América (se rompía así el monopolio castellano con las Indias, secular reclamación de la Corona de Aragón y de Cataluña en particular) y la creación de una junta encargada de proyectar y fundar una Compañía Náutica Mercantil y Universal. Se daba, por tanto, satisfacción a la importante burguesía mercantil catalana citada anteriormente.

En compensación de todas estas concesiones reales, las Cortes catalanas otorgaron a Felipe V un donativo de un millón y medio de libras. Además, para celebrar la conclusión de las Cortes y premiar los servicios prestados, así como para estrechar los lazos de los catalanes con la Corona, el Rey concedió una serie de gracias a numerosas personas (títulos nobiliarios, privilegios de nobles, nombramientos como ciudadanos honrados, etc). Podemos decir, sin duda, que tanto desde el punto de vista de Felipe V como desde el punto de vista de los catalanes el balance de las Cortes de 1701-1702 fue claramente positivo.

En el Principado se produjo también el encuentro entre Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, tras su boda por poderes del 11 de septiembre en Turín. Nuevas celebraciones por la llegada de la Reina engalanarían la ciudad condal.

El 8 de abril de 1702, y obligado por el inicio de las acciones bélicas, Felipe V dejaba Barcelona poniendo rumbo a Italia en medio de un clima general de fidelidad y amor al monarca, hasta el punto que Feliú de la Penya señalaba que jamás vio tales muestras de amor hacia un rey (4).

Se puede afirmar, por tanto, que tras las Cortes la popularidad de Felipe V en Cataluña se había incrementado hasta niveles altísimos. De igual modo, cuando el 20 de diciembre de 1702 Felipe V regresó de Italia y entró en Barcelona fue recibido mejor que cuando llegó a la ciudad por primera vez para celebrar Cortes (5). El ambiente general era, por tanto, de optimismo y esperanza en el futuro y solo la guerra europea que había estallado ya en Italia, ensombrecía la situación. Nada hacía presagiar el estallido del conflicto civil en 1705, o al menos abiertamente.

¿Qué hizo por tanto estallar el conflicto y la desafección catalana?

Aunque no hay duda de que el rencor a la Casa de Borbón que muchos catalanes guardaban aún como recuerdo de las últimas guerras contra Luis XIV o la fidelidad a la Casa de Austria fueron también destacados factores, hay que decir que fue el conflicto entre la camarilla reformista hispano-francesa de Felipe V y el “lobby” comercial catalano-anglo-holandés agrupado en torno a la figura del Príncipe de Darmstadt, que veía con recelo el predominio francés en la Corte, que podría poner en peligro sus intereses económicos personales y de grupo, el hecho que les llevó a romper con el felipismo reformista y a apoyar al archiduque Carlos de Austria que contaba, además, con el apoyo de las potencias marítimas, Inglaterra y Holanda, que como hemos visto habían tejido importantes redes clientelares y comerciales en territorio catalán, y que además se sentían traicionadas por Luis XIV, al no cumplir éste el último tratado de reparto de la Monarquía de España aceptando para su nieto la integridad de la herencia de Carlos II.

En 1704, el archiduque Carlos, proclamado públicamente 1 año antes en Viena como legítimo Rey de España con el nombre de Carlos III, desembarcó en Lisboa haciendo un llamamiento al pueblo español para alzarse contra Felipe V. Durante la segunda mitad de 1704 el soporte social del austracismo aumentó entre las élites sociales y políticas catalanas, valencianas y aragonesas e incluso en puntos de Castilla. Con la amplificación del ambiente austracista se extendieron las revueltas por Valencia y Cataluña, y los sediciosos fueron acercándose a Barcelona hasta sitiarla con la ayuda de la flota anglo-holandesa el 29 de agosto de 1705, hasta la capitulación el 9 de octubre de aquel año. Se iniciaba una guerra civil que habría de durar hasta 1715 con la caída de Mallorca.
                 
    2. Carlos III de Austria como Conde de Barcelona (Museu Palau Mercader dels Comtes de Bell-Lloc, Cornellà del Llobregat).

Podemos concluir, por tanto, que Felipe V fue aceptado mayoritariamente en Cataluña y que fueron, principalmente, los intereses económico-personales de la élite catalano-anglo-holandesa los que arrastraron al resto del Principado a la rebelión y a una de las más terribles guerras que jamás tuvieron lugar suelo hispano, unas causas bien distintas de las esgrimidas por el nacionalismo catalán desde finales del siglo XIX, cuando inició a conmemorarse la Diada, en aquel tiempo de los nacionalismo decimonónicos radicales surgidos de las Revoluciones Industriales y el odio hacia la inmigración y el control del Estado.

Tras conocer la historia podemos afirmar que fueron las propias élites proto-burguesas catalanas las que llevaron a Cataluña a perder sus libertades y todos los beneficios salidos de las Cortes de 1702 y a demonificar a un Rey que, sin embargo, había sido más generoso con ellos que ningún otro en la historia. Sin embargo, tras la caída de Barcelona en 1714, Felipe V no se mostró tan comprensivo como lo había sido Felipe IV tras la reconquista de 1652, y por ello no perdonó tal desafección y traición a su persona tras todo lo hecho por Cataluña en las Cortes de 1702 y su meses del estancia en el Principado durante los que tuvieron lugar tantos juramentos de fidelidad hacia su real persona … se imponía la Nueva Planta.

Como conclusión, hay que recordar también que, tras la Paz de Viena de 1725, en la que Carlos VI reconoció finalmente a Felipe V como Rey de España y que supuso la vuelta a la Península de muchos exiliados austracistas desde Viena e Italia, los hijos y nietos de aquellos que se habían alzado en armas contra "El Animoso" acabarían poco a poco integrándose en el nuevo estado borbónico formando una nueva burguesía comercial al abrigo de la Corona, que ya bajo los reinado de Carlos III y Carlos IV harían de Cataluña el gran centro económico-comercial de la Península.

Fuentes:

* Espino López, Antonio: “El frente catalán en la Guerra de los Nueve Años, 1689-1697”. Universidad Autónoma de Barcelona, 1994.

* Pérez Samper, Mª de los Angeles: “Felipe V en Barcelona: un futuro sin futuro”. Ediciones Universidad de Salamanca.

* Peña Izquierdo, Antonio Ramón: “El Cardenal Portocarrero y el primer gobierno de Felipe V. (1698-1705)”. Universidad Autónoma de Barcelona, 2005.

* Reglà, J. : “Els virreis de Catalunya”. Vicens-Vives, 1980.

Notas:

(1) Narcís Feliú de la Penya (o Narciso Feliú de la Peña) está considerado el ideólogo de este grupo mercantilista catalano-anglo-holandés con su obra “Fénix de Cataluña” (1683), aunque últimamente se está poniendo en duda la autoría del mismo.

(2) Peña Izquierdo, Antonio Ramón: “El Cardenal Portocarrero y el primer gobierno de Felipe V. (1698-1705)”. Universidad Autónoma de Barcelona, 2005.

(3) Festivas demonstraciones, pag. 19.

(4) Pérez Samper, Mª de los Angeles: “Felipe V en Barcelona: un futuro sin futuro”, pag. 104.

(5) Albareda, J: “El catalans i Felip V”.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Encuentro con Sir John Elliott en la Biblioteca Nacional


Durante la tarde de ayer tuve uno de los honores más grandes que puede tener un amante de la Historia y, en concreto, del siglo XVII español como yo: estrechar la mano del que probablemente sea el hispanista más grande e influyente de nuestro tiempo, Sir John H. Elliott.

Fue durante la presentación de la nueva edición de su clásico "Memoriales y cartas del Conde-Duque de Olivares" en la Biblioteca Nacional de Madrid, en la que estuvo acompañado por los también historiadores Fernando Negredo (que colabora en el libro) y Fernando Bouza.

Del profesor Elliott poco más hay que decir: ostenta los cargos de Regius Professor Emeritus en la Universidad de Oxford y Honorary Fellow del Oriel College de Oxford y del Trinity College de Cambridge, Premio Príncipe de Asturias en 1996 por su contribución a las Ciencias Sociales; Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid, por la Universidad Carlos III, por la Universidad de Sevilla y por la Universidad de Alcalá; pero sobre todo, autor de obras claves para entender el siglo XVII español y que son ya clásicos y fuentes imprescindibles de consulta para cualquier estudiante de Historia, historiador profesional o simple afiicionado como "La España Imperial" (1963), "La Revuelta de los Catalanes" (1963) o la monumental "El Conde-Duque de Olivares" (1986).

Para el recuerdo esa dedicatoria en la primera página.

lunes, 9 de diciembre de 2013

El Príncipe de Darmstadt, de la fidelidad a la Casa de Austria al mito catalán (Parte III)

Retrato de Mitford Crowe, obra de John Smith (1703)
En ocasiones se ha señalado que la presencia del Príncipe de Darmstadt en la Plana de Vic durante los primeros años de servicio en Cataluña va a ser la puerta para establecer contactos con los que más tarde serían líderes de alzamiento austracista contra Felipe V. De ello, sin embargo, no debería deducirse que la formación de un partido imperial en Cataluña fuese fácil, al contrario, a partir de 1699 el desencanto y el escepticismo de Darmstadt crecieron. La indecisión de Leopoldo I para enviar a su hijo el archiduque Carlos a España al mando de un nuevo ejército imperial, los enfrentamientos de Darmstadt con su prima la reina Mariana de Neoburgo, la influencia de la condesa de Berlipsch en el aumento del anti-germanismo que se respiraba en Madrid o el cambio de bando de personajes influyentes como el cardenal Portocarrero, harían que el Príncipe confesara en diversas ocasiones su desconfianza en que Carlos II testara a favor de la Casa de Austria. Su correspondencia con el Conde de Harrach transmitía diversas preocupaciones: la falta de abastecimientos para los regimientos imperiales que continuaban en Cataluña, la debilidad del partido austriaco en la Corte, las amenazas de los ejércitos de Luis XIV, etc. A lo largo de la primavera del año 1700, Darmstadt recibiría noticias sobre en hecho de que en la Corte se estaba planeando la reforma de sus regimientos, lo cual significaba prácticamente su retirada del campo; de hecho, el Príncipe reconocería las enormes dificultades con las que se encontraba para garantizar la supervivencia de sus soldados, que se habían visto reducidos a poco menos de 1.000 hombres. En esta coyuntura, el mes de mayo de 1700, Darmstadt tendría noticia de que Luis XIV enviaba un potente ejército a la frontera pirenaica y 20 barcos de guerra a las costas españolas, y probablemente sería este hecho el que llevaría al Príncipe a buscar el apoyo de viejos conocidos de las comarcas septentrionales, entre ellos Francesc Macià i Ambert, conocido como Bac de Roda. En su carta a Bac de Roda el Príncipe Darmstadt lo llamaba a Barcelona para "comunicarle ciertos negocios secretos e importantes al real servicio que no se pueden fiar a la pluma", negocios que muy probablemente tendrían que ver con la amenaza francesa y con un proyecto de intervención imperial ideado por el propio Darmstadt, que lo había transmitido anteriormente a Harrach, al padre confesor y a la Reina.

La propuesta de Darmstadt consistía en que el Rey ordenara secretamente al Virrey de Sicilia, Duque de Veragua, que contratase 8 barcos  ingleses y holandeses, de los cuales, decía, había muchos en Mesina y Palermo, cifra suficiente para transportar unos 3.000 hombres que deberían reclutarse en el Imperio y embarcar en Trieste, por el ser el puerto más cercano a los países hereditarios (los territorios patrimoniales de la Casa de Austria). Los costes deberían correr a cargo de Leopoldo I, aunque el Virrey de Sicilia debería contribuir también al mantenimiento de las tropas durante el tiempo que durara el viaje. El proyecto también preveía que, si se encontraba la ocasión favorable, se embarcara al archiduque Carlos con las tropas, ya que el Virrey de Cataluña estaba convencido que la presencia del Archiduque en España reforzaría al partido austriaco en la Corte, condicionaría la opinión de Carlos II e incrementaría el apoyo popular a la sucesión en la Casa de Austria.

Pero al mismo tiempo que la propuesta de Darmstadt, la Corte imperial recibiría, el verano de 1700, el testo del último tratado de partición de la Monarquía Hispánica acordado entre Guillermo III de Inglaterra y Luis XIV; la negativa de Leopoldo I a suscribirlo, seguido de la ruptura del acuerdo por parte del Rey de Inglaterra, marcaría un punto de inflexión en las relaciones diplomáticas relativas a la sucesión y también en el posicionamiento de los grupos de poder en la Corte madrileña. Evidentemente, en esta coyuntura, el proyecto de Hesse-Darmstadt no recibiría respuesta por parte de la cancillería imperial.

Otro de los grupos de la Cataluña de fines del siglo XVII que más se implicaría en la cuestión sucesoria va a ser el de los hombres de negocio y, en concreto, el de los agentes comerciales holandeses e ingleses establecidos en el Principado (1). Entre estos personajes, muy influyentes por sus relaciones con la clase política catalana y, también, por sus contactos internacionales, se ha destacado la figura del inglés Mitford Crowe, que habría llegado a Cataluña en los años 1680 para dedicarse a la exportación de aguardientes y al aprovisionamiento de las tropas alojadas en el Principado.

Busto de Francesc Macià i Ambert, Bac de Roda, en la localidad de Roda de Ter (Barceona).
Crowe va a asumir un papel políticamente relevante en los años previos a la Guerra de Sucesión porque compatibilizaría su dedicación al comercio con la política activa en Inglaterra; ésto va a convertirlo en un importante agente internacional, hecho que sería convenientemente explotada por Jorge de Darmstadt incluso antes de ser nombrado virrey. Crowe era considerado por el Príncipe de Darmstadt como "el mejor de mis amigos, que en toda ocasión sin ningún tipo de apariencia de interés, me ha asistido en todo lo que pudo", una amistad que permitiría que los numerosos viajes que realizaba Crowe fueran aprovechados para hacer llegar cartas e informes a diferentes personalidades. La incesante correspondencia epistolar entre Jorge de Darmstadt y el embajador imperial en Madrid, Ferdinando de Harrach, es un buen ejemplo de este hecho: a partir de mes de marzo de 1697, poco tiempo después de la toma de posesión de Harrach como embajador en Madrid, Mitford Crowe se convertiría en el encargado de llevar las cartas e informes de Darmstadt a Madrid.

Durante los años 1701 y 1702 Mitford Crowe sería miembro del Parlamento británico, todo coincidente con el período en que, como se verá más adelante, el Príncipe de Darmstadt, después de haber abandonado ya España, sería enviado a Londres por el Emperador para preparar con Guillermo III la guerra contra Luis XIV y Felipe V. Probablemente, el reencuentro entre Crowe y Darmstadt en Londres va a influir en las negociaciones entre Inglaterra y el Imperio, y quizás fuera también durante este período cuando se va a plantear el que más adelante sería conocido como Pacto de Génova (1705).

El hecho que entre los signatarios del famoso acuerdo de Génova estuviesen, de un lado, Mitford Crowe, y de otro algunos personajes más relevantes de la Plana de Vic como Francesc Macià, Bac de Roda, ambos viejos conocidos y personas de la máxima confianza de Hesse-Darmstadt, llevan a la conclusión de que Jorge de Darmstadt no sólo estaría al tanto de estas negociaciones que se van a llegar a término, sino que, muy probablemente, va a ser uno de sus inspiradores.

CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Más sobre la influencia del lobby comercial catalon-anglo-holandés en el posicionamiento austracista de Cataluña en mi entrada: La Diada o la gran mentira del nacionalismo catalán.


Fuentes: 

*Alvareda Salvadó, Joaquim: "La Guerra de Sucesión de España (1700-1714)". Crítica, 2010.

* López i Camps, Joaquim E.: "El Príncipe Jordi de Hessen-Darmstadt i la Guerra de Succesió. Alguns apunts per una biografia necessària", en "L'Aposta catalana a la Guerra de Successió (1705-1707). Actes del congrés celebrat a Barcelona del 3 al 5 de novembre de 2005 al Museu d'Història de Catalunya". Generalitat de Catalunya, 2007.

lunes, 25 de noviembre de 2013

El Príncipe de Darmstadt, de la fidelidad a la Casa de Austria al mito catalán (Parte II)

El sitio de Barcelona de 1697, con la flota francesa bloqueando el puerto de la ciudad. Grabado de la época, Biblioteca Nacional de Portugal.

A comienzos del año 1695, el Emperador llamó al Príncipe Darmstadt para encomendarle una importante empresa: comandar un ejército formado por unos 3.000 efectivos con el cual Leopoldo I quería contribuir a la defensa de Cataluña frente a los franceses en la recta final de la Guerra de los Nueve Años (1688-1697). El mes de agosto de 1695 Jorge de Hesse-Darmstadt desembarcaba en Barcelona al mando de los regimientos Sajonia-Coburgo, el imperial de Zweibrücken y el del Barón de Beckh, y pronto va a obtener el apoyo del Virrey de Cataluña, el Marqués de Gaztañaga, prueba evidente de las urgentes necesidades de defensa por las que atravesaba el Principado. Con el siguiente Virrey, nombrado en 1696, Francisco Fernández de Velasco, Conde de Melgar, las relaciones serán en cambio mucho menos cordiales.

El sitio francés sobre Barcelona en el verano de 1697 y la posterior ocupación de la ciudad durante cinco meses van a ser, sin menor duda, el evento militar más importante que va a afrontar el Príncipe Darmstadt en sus primeros años de servicio en España, lo cual le valdrá el reconocimiento oficial y una enorme popularidad entre las clases populares barcelonesas; el hecho que el Príncipe optara por la resistencia frente a la opinión del Virrey, partidario de la capitulación frente a las tropas francesas del Duque de Vendôme, van a convertirlo en una especie de héroe de la resistencia de Barcelona.

Representación moderna del sitio de Barcelona de 1697.
Ocupada Barcelona, sustituido Melgar por el Conde de La Corzana, y reunida en la ciudad holandesa de Ryswick una conferencia internacional para buscar un acuerdo de paz entre Francia, España, el Imperio, Inglaterra y las Provincias Unidas, el Príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt va a decidir viajar a Madrid para reunirse personalmente, por primera vez, con Carlos II. Presentado por el Almirante de Castilla, cabeza visible del partido austracista/imperial formado en la Corte, y con el apoyo de su prima la reina Mariana de Neoburgo y el embajador imperial en Madrid, el conde Ferdinando Bonaventura de Harrach, Jorge de Hesse-Darmstadt va a obtener del Rey la dignidad de Grande de España, la concesión del Toisón de Oro, una substanciosa pensión y, el mes de diciembre de 1697, el nombramiento como nuevo Virrey de Cataluña. El 4 de enero de 1698 el ejército francés abandonaría Barcelona como consecuencia de los acuerdos de paz firmados en Ryswick y Darmstadt volvería triunfante a la capital catalana.

La actividad militar desplegada por Jorge de Hesse-Darmstadt en Cataluña durante los años previos a su nombramiento como virrey van a estar acompañados de intensas labores diplomáticas en el Principado, en la Corte de Madrid y con diferentes agentes europeos, todas ellas con el objetivo de ir dando cuerpo a un partido imperial en la Corte cada vez más fuerte y con más capacidad de influencia sobre Carlos II. La presencia de tropas imperiales en Cataluña. la muerte de la reina madre Mariana de Austria (1696), férrea partidaria de la sucesión bávara, y la sustitución en la embajada imperial de Madrid del Conde Lobkowitz por el experimentado Conde de Harrach, abrían un escenario idóneo para el partido austracista, y en este contesto se va a situar la visita del Príncipe de Darmstadt a Madrid y las generosas concesiones con las que va volver a Cataluña. Esta etapa de claro predominio del partido imperial en la Corte de Madrid tendrá una vida efímera, sobre todo desde que la paz con Francia va a permitir a Luis XIV enviar, de nuevo, un embajador ante Carlos II, en este caso el Marqués de Harcourt. Esto, sumado a las reticencias del Emperador a enviar más tropas a España y a aceptar que su hijo el archiduque Carlos viajara a Madrid para dar fuerza a su candidatura a la sucesión, van a hacer que el partido francés comenzara a ganar posiciones.

Estando ya en Barcelona, y habiendo tomado ya posesión de su nueva responsabilidad como virrey, el Príncipe de Darmstadt recibe, en noviembre de 1699, notificación de la Corte imperial de haber sido nombrado mariscal de campo (Feldmarschal), la máxima graduación imperial, algo que podría obligarle a volver a Viena para pasarse de nuevo al servicio de Leopoldo I y asumir responsabilidades militares en otros frentes. Frente a la posibilidad de abandonar Cataluña, el mismo Darmstadt reconocería que, en relación con la cuestión sucesoria, quedaba muy poco por hacer, y se mostraba convencido de que finalmente el partido francés conseguiría sus objetivos. Como es sabido, sin embargo, el Príncipe, pese a sus nuevas responsabilidades militares, no abandonaría el Principado hasta después de la muerte de Carlos II.

Los poco más de 3 años de virreinato del Príncipe Darmstadt van a estar marcados, obviamente, por la cuestión de la sucesión de Carlos II. Por lo que respecta a la política interior del Principado, se van a tomar medidas de distinta importancia en el ámbito económico o de organización institucional, pero lo más interesante es la manera en la que Jorge de Hesse-Darmstadt va a aprovechar su privilegiada situación política para contribuir a la formación de un partido austracista/imperial en Cataluña y, al mismo tiempo, mantener una incesante actividad diplomática y correspondencia con Madrid y Viena.

Para hacerse una idea de la capacidad de influencia alcanzada por Darmstadt durante estos años, sólo hay que tener en cuenta que sumaba a su condición de virrey, la cual le permitía mantenerse al mando de una estructura piramidal de relaciones clientelares y políticas, el hecho de continuar siendo el comandante supremo de los regimientos alemanes con los cuales había llegado a Cataluña el año 1695. La presencia de tropas imperiales en el Principado generaba enormes problemas, especialmente aquellos derivados de su alojamiento y manutención, pero no hay duda de que este hecho acabaría produciendo nuevas relaciones de dependencia y fidelidad, de las tropas hacia su general, y también, de la población civil hacia dichas tropas. Todo esto puede, por tanto, considerarse el hecho que permitiría a Darmstadt, una vez iniciada la Guerra de Sucesión, hacer de Cataluña un territorio fiel a su persona y, por extensión, a los intereses de la Casa de Austria.

CONTINUARÁ...

Fuentes: 

*Alvareda Salvadó, Joaquim: "La Guerra de Sucesión de España (1700-1714)". Crítica, 2010.

* López i Camps, Joaquim E.: "El Príncipe Jordi de Hessen-Darmstadt i la Guerra de Succesió. Alguns apunts per una biografia necessària", en "L'Aposta catalana a la Guerra de Successió (1705-1707). Actes del congrés celebrat a Barcelona del 3 al 5 de novembre de 2005 al Museu d'Història de Catalunya". Generalitat de Catalunya, 2007.

* Ragon i Cardoner, Joaquim: "El último virrey de la administración habsburguesa en Cataluña: Jorge de Darmstadt y Landgrave de Hassia (1698-1701)". Pedralbes, Revista D'Historia Moderna (1982).

* Torras y Ribé, Josep Maria: "La Guerra de Succesió i el setges de Barcelona (1697-1714)". Rafael Dalmau Editor, 2007.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El Príncipe de Darmstadt, de la fidelidad a la Casa de Austria al mito catalán (Parte I)

El Príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt

El príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt nació el 25 de abril de 1669, siendo hijo del landgrave Luis VI de Hesse-Darmstadt (1) y de su segunda mujer, Isabel Dorotea de Sajonia-Gotha. El Príncipe de Darmstadt tenía dos hermanos mayores: Luis, hijo de la primera mujer de Landgrave, y Ernesto Luis, hijo también de la Princesa de Sajonia.

La muerte de Luis VI en 1678 llevó al hermano mayor, Luis VII, a gobernar el Landgraviato, pero su súbita muerte apenas unas meses después, convirtieron a su hermano segundo, Ernesto Luis, en nuevo Landgrave bajo la regencia de su madre. Precisamente, esta minoría de edad va a hacer que la regente Isabel Dorotea se marcara como objetivo fundamental buscar un buen futuro a su hijo menor Jorge, cosa que pasaba por completar su formación mediante la realización de un "Gran Tour" por Europa (algo muy común entre la aristocracia europea de la época), por enviarlo como voluntario en algún regimiento para familiarizarlo con las artes bélicas, y por comenzar a buscarle una esposa que permitiese alianzas familiares suficientemente rentables.

Con 16 años Jorge abandona por primera vez Darmstadt junto a su hermano Ernesto Luis para iniciar su "Grand Tour", que les llevaría, pasando por Estrasburgo, Basilea, Ginebra, Marsella y Lyon, a París, donde serán acogidos por el Duque de Orleans, hermano de Luis XIV, cuya mujer, Isabel Carlota del Palatinado, estaba emparentada con los jóvenes príncipes. De la mano de Felipe de Orleans, ambos serán recibidos en audiencia por el mismísimo Luis XIV, convirtiéndose más tarde en unos asiduos de los actos cortesanos celebrados en Versalles durante su estancia en París, que se prolongará durante casi un año.

De París a Darmstadt, y de Darmstadt a Viena, donde el emperador Leopoldo I, casado también en terceras nupcias con una prima-hermana del Príncipe, Leonor de Neoburgo, requería el concurso de tropas de todo el Imperio para mantener la guerra contra los turcos. Jorge de Hesse-Darmstadt, como voluntario en el regimiento de su primo, el Duque de Neoburgo, participaría en la campaña de 1687, estando presente en la decisiva Batalla de Mohács (12 de agosto), en la que los imperiales derrotaron a los turcos del Gran Visir Sari Süleyman Pasha, dejando al Imperio Otomano sumido en una gran crisis que se saldaría con la toma de Belgrado al año siguiente (1688) y la firma años después de la Paz de Karlowitz (1699), que sellaba la hegemonía de la Casa de Austria en el este europeo y los Balcanes, y su ascenso como nueva gran potencia continental.

Tras estos hechos, Jorge de Hesse-Darmstadt pasaría a Grecia enrolado en un regimiento de 1.000 hombres que su hermano el Landgrave de Hesse-Darmstadt había mandado en apoyo de la República de Venecia en su lucha contra los turcos en la llamada Guerra de Morea (1684-1699). El joven Príncipe de 19 años de edad sería ascendido a Oberst (Coronel), siendo herido durante el fallido sitio de Negroponte (julio-octubre de 1688).

Tras un breve paso por Darmstadt para recuperarse de sus heridas, el Príncipe volvió a enrolarse en las armas imperiales que combatían contra los franceses en el Rin durante la llamada Guerra de los Nueve Años (1688-1697) tomando parte en el Asedio de Bonn (1688), residencia del Elector de Colonia, ocupada por los franceses.

Poco después, el Príncipe se alistaría en los ejércitos del rey Guillermo III de Inglaterra, siendo enviado a Irlanda para contribuir en la pacificación de la Isla que se había levantado en armas contra el nuevo Rey tras la Revolución Gloriosa de 1688, sirviendo de base de operaciones de los fieles del depuesto Jacobo II Estuardo, los conocidos como jacobitas, apoyados por Francia, la llamada "Williamite War of Ireland" (1689-1691) Durante su estancia en la Isla, Darmstadt estableció fuertes vínculos con la nobleza irlandesa e inglesa que posteriormente serían muy importantes en la Guerra de Sucesión, convirtiéndose además por aquel tiempo al Catolicismo, probablemente más por interés que por convicción. 

Tras su aventura irlandesa, Jorge de Hesse-Darmstadt recibiría su reconocimiento definitivo por parte del Emperador al ser nombrado en 1692 "Generalfeldwachtmeister" (General Mayor) de un regimiento de coraceros que llevaría su nombre. Al mando de estas tropas continuaría participando en las guerras de Hungría contra los turcos, y también con estas tropas va a ser enviado a España en 1695.

Su madre y regente del Landgraviato de Hesse-Darmstadt había conseguido, por tanto, que su segundo hijo completará su formación en Europa, que conociera personalmente al principal monarca de su tiempo, Luis XIV, que se convirtiera en uno de los jefes militares de mayor confianza del Emperador y que mantuviera una continuada actividad militar que aportaba importantes ingresos a la familia. La única cosa que faltaba era encontrarle una esposa, y a este fin se va a dedicar durante meses tanto su madre como la mismísima emperatriz Leonor, aunque las gestiones no van a fructificar. Hay que tener en cuenta, que el Príncipe de Darmstadt era primo-hermano de la Emperatriz, y que las hermanas de ésta también van a realizar matrimonios de alto nivel: Sofia se casará con el rey Pedro II de Portugal y Mariana con Carlos II de España. Evidentemente, estos lazos familiares, que el Príncipe se cuidará en mantener a través de una actividad epistolar, tendrán un peso considerable en las relaciones de Darmstadt con los principales gobernantes europeos y, por tanto, contribuirán a convertirlo en una pieza clave del engranaje diplomático que empezaba a ponerse en marcha ante la pevisión de que Carlos II muriera sin hijos.

CONTINUARÁ...

Fuentes: 

*Alvareda Salvadó, Joaquim: "La Guerra de Sucesión de España (1700-1714)". Crítica, 2010.

* López i Camps, Joaquim E.: "El Príncipe Jordi de Hessen-Darmstadt i la Guerra de Succesió. Alguns apunts per una biografia necessària", en "L'Aposta catalana a la Guerra de Successió (1705-1707). Actes del congrés celebrat a Barcelona del 3 al 5 de novembre de 2005 al Museu d'Història de Catalunya". Generalitat de Catalunya, 2007.

Notas: 

(1) El Landgraviato de Hesse-Darmstadt fue en estado del Sacro Imperio nacido en 1567 como consecuencia de la división del Landgraviato de Hesse entre los cuatro hijos del landgrave Felipe I. La residencia del Landgrave se encontraba en la ciudad de Darmstadt, que daba nombre al territorio. En 1806 fue elevado a la categoría de Gran Ducado.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Los últimos pro-reges de Carlos II: fidelidad y autoridad en los territorios hispánicos


Entre 2013 y 2015 se celebran los 300 aniversarios de los decisivos Tratados de Utrecht (1713), Rastatt (1714) y Baden (1715) que pusieron fin a la Guerra de Sucesión Española (1701-1715) que enfrentó a las Casas de Borbón y Austria por el trono de España y los territorios que componían su inmensa Monarquía.

Sin embargo, la gestación del cambio dinástico en España, que no finalizaría realmente hasta la Paz de Viena de 1725 por la que el emperador Carlos VI reconocía a Felipe V como Rey de España, se inició mucho antes de las fechas citadas y podemos remontarlo hasta casi 1665 tras la muerte de Felipe IV y la subida al trono de Carlos II, cuya débil salud puso en alerta a los principales monarcas con derechos de sucesión al trono español, es decir, Luis XIV y el emperador Leopoldo I.

Aprovechando estas conmemoraciones, este blog va a centrarse durante esta nueva temporada en numerosos aspectos relativos a la sucesión de Carlos II, pero sin adentrarme nunca en el propio conflicto sucesorio, ya que ese hecho daría para otro blog y no es esta mi intención, sino la de conocer cómo y porqué se llegó a la sucesión en la persona de Felipe de Anjou en el último de los testamentos de Carlos II.

El primer aspecto en el que me centraré es en la biografía de los últimos virreyes y gobernadores nombrados por Carlos II, en concreto en la de los cuatro virreinatos y gobernaciones más importantes: Cataluña, Milán, Nápoles y los Países Bajos, tarea que será larga y tediosa ya que las fuentes no son abundantes y muchas veces están desactualizadas o están politizadas en exceso (véase el Príncipe de Darmstadt y su elevación a mito por el nacionalismo catalán).

Desde mediados de la década de 1690 y enmarcados en la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), Carlos II renovó uno por uno los gobiernos de cada uno de los territorios clave de la Monarquía, a saber, los dos principales teatros de operaciones bélicos, Cataluña y Flandes, la decisiva gobernación de Milán, puerta de acceso a Italia y paso decisivo de tropas y, por último, el más rico de los territorios de la Monarquía junto a Castilla, por aportación de dinero y hombres, el Virreinato de Nápoles. Pero ante el decisivo momento histórico que se vivía, falta de heredero y mala salud de Carlos II, y posición desfavorable en la guerra ante la presión francesa, contenida sólo por la gran alianza europea formada por España, el Imperio, Inglaterra, las Provincias Unidas y varios príncipes alemanes como Sajonia y Baviera, los elegidos para estos cargos fueron importantísimos personajes con amplia experiencia política y militar, que debían defender la autoridad real y la fidelidad a la Casa de Austria en los distintos gobiernos que les fueron asignados.

Entre los cuatro elegidos, cuyas biografías desgranaré una a una en sucesivas entradas como indicaba más arriba, se encontraban tres miembros de dinastías reinantes europeas y un Grande de España de primera clase:

1. El duque-elector Maximiliano Manuel de Baviera, casado con la archiduquesa María Antonia, hija del emperador Leopoldo I y de la infanta española Margarita Teresa (la famosa niña de "Las Meninas"), a quien se le asignó en 1692 el gobierno de los Países Bajos con poderes casi de soberano. El Elector de Baviera fue uno de los militares más afamados de su tiempo, héroe de Belgrado en 1688, además su figura fue de capital importancia en su tiempo al ser el padre del primer heredero de Carlos II, el príncipe elector José Fernando de Baviera, lo que le convertiría de facto, en caso de que su hijo subiese al trono de España, en el regente de la Monarquía Católica.

2. Un segundogénito del Landgrave de Hesse-Darmstadt, el príncipe Jorge de Hesse-Darmstast, quien tras luchar contra los turcos en el frente oriental y contra los jacobitas en Irlanda, llegó a Barcelona al mando de 2.000 soldados imperiales en 1695, y a quien Carlos II nombró Virrey de Cataluña tras la Paz de Ryswick (1697) por su heroica defensa de Barcelona. Precisamente su actuación en la defensa de Barcelona contra los franceses en 1697 y posteriormente su heroica muerte durante la toma de esta misma ciudad en 1705 por parte del archiduque Carlos (Carlos III de Austria), de quien se había declarado seguidor en contra de Felipe V, convirtieron rápido su figura en un mito del nacionalismo y las libertades catalanas.

3. Un hijo natural del duque Carlos III de Lorena, Carlos Enrique de Lorena, Príncipe de Vaudémont. Tuvo una dilatada carrera de servicio en el mando supremo de los ejércitos de Carlos II en los Países Bajos y el norte de Italia, alcanzando el grado de gobernador de las Armas del Ejército de Flandes. Finalmente, por influencia del hombre fuerte de la Corte de Carlos II en ese momento, el Almirante de Castilla, con quien mantenía una estrecha relación, así como la del emperador Leopoldo I (el hijo del Príncipe de Vaudémont, Carlos Tomás de Lorena, servía en los ejércitos imperiales a las órdenes de Eugenio de Saboya) y del rey Guillermo III de Inglaterra, con el que Vaudémont había coincidido en los campos de batalla de los Países Bajos luchando contra los franceses, Carlos II se decidió a nombrarle nuevo Gobernador y Capitán General del Milanesado en 1698.

4. Don Luis de la Cerda y Aragón, IX Duque de Medinaceli y Grande de España, era uno de los aristócratas más poderosos y ricos de Castilla. Hijo del que fuera primer ministro de Carlos II entre 1679 y 1685, el VIII Duque de Medinaceli. Don Luis fue embajador en Roma desde 1687 hasta que Carlos II le nombró Virrey de Nápoles en 1695. El IX Duque de Medinaceli fue uno de los mecenas musicales más importantes de su tiempo, siendo protector, entre otros, de los compositores Arcangelo Corelli y Alessandro Scarlatti.




viernes, 15 de noviembre de 2013

Entrevista a José Manuel de Bernardo Ares en ABC: "Estamos desnortados"


Hace pocos días ABC Córdoba publicó una interesante entrevista con el  catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Códoba José Manuel de Bernardo Ares, probablemente el mayor experto español y europeo sobre el tránsito del siglo XVII al XVIII y el cambio dinástico en España. El profesor Bernardo Ares es autor de libros como "Luis XIV, Rey de España. De los imperios plurinacionales a los estados unitarios (1665-1714)" o "El poder municipal y la organización política de la sociedad: algunas lecciones del pasado". Actualmente se encuentra centrado en un grupo de edición de la Universidad de Córdoba denominado SU.MO.HI (Sucesión Monarquía Hispánica) que él mismo coordina y cuyo periodo de estudio abarca principalmente desde la muerte de Felipe IV (1665) hasta el Tratado de Viena de 1725, por el que el emperador Carlos VI reconoce finalmente a Felipe V como Rey de España, es decir, el espacio temporal que determinó el cambio dinástico en España (reinado de Carlos II, subida al trono de Felipe V y Guerra de Sucesión). SU.MO.HI. ha publicado ya varios volúmenes, entre los que destacan:

1. "La sucesión de la monarquía hispánica, 1665-1725. Lucha política en las Cortes y fragilidad económico-fiscal en los Reinos" (2006).

2. "La sucesión de la monarquía hispánica, 1665-1725. Biografías relevantes y procesos complejos" (2007).

3. "El Cardenal Portocarrero y su tiempo (1635-1709). Biografías relevantes y procesos complejos" (2013).

Igualmente, el proyecto SU.MO.HI. tiene un brazo traductológico centrado en el estudio y traducción de las miles de cartas cruzadas entre las Cortes de Madrid (Felipe V/Maria Luis Gabriela de Saboya) y Versalles (Luis XIV/Madame de Maintenon) entre 1701 y 1715 y que ya cuenta con dos 3 estupendos volúmenes:

1. "La correspondencia entre Felipe V y Luis XIV. Estudio histórico, informático y traductológico" (2006).

2. "De Madrid a Versalles. La correspondencia  entre el Rey Sol  y Felipe V durante la Guerra de Sucesión" (2011).

3. "Las Cortes de Madrid y Versalles en el año 1707. Estudio traductológico e histórico de las correspondencias real y diplomática" (2011).

Pero volvamos a entrevista a Bernardo Ares en ABC que pasó a reproducir aquí íntegramente:


Cómo será de metódico este catedrático de Historia Moderna que nada más adentrarnos en su impoluto despacho ya nos pidió disculpas por el desorden. ¿Qué desorden? Los libros, los documentos, los bolígrafos, las carpetas, todo guarda una escrupulosa disposición en el departamento que ha ocupado durante décadas. «No somos expertos en sociología, ni en economía, ni en política, ni en cultura», reflexiona nada más comenzar la entrevista, «pero tenemos que saber de todo eso». «El derecho me gustaba mucho por la precisión», abunda, «y, como soy un poco idealista, la razón de hacer historia es que me daba una mayor visión de la persona humana en su devenir histórico».

-¿Qué es un idealista?

-El idealista es el que sabe que la vida es tremendamente conflictiva pero piensa que siempre hay una luz que te permite orientar el futuro.

-¿Se puede ser idealista con la que está cayendo?

-Yo creo que sí. Ser idealista es tener coraje para luchar por intentar salir de los conflictos.

-¿Y cuál es el reto del ser humano hoy?

-Las ciencias sociales tratan del ser humano y de cómo resuelve sus problemas. Hoy están muy descuidadas y ahí es donde está la salud cívica. La crisis bancaria es un problema gravísimo pero para un historiador es «pecata minuta». Con un buen reglamento y una buena actuación judicial se resuelve en un santiamén. Lo que no se resuelve en un santiamén son los valores. El mundo axiológico. Si no tienes responsabilidad, cultura del trabajo y ética no hay manera de resolver los problemas.

-¿De eso cómo andamos?

-Muy mal. Para mí, la crisis de nuestro tiempo es una crisis de valores. Estamos desnortados, todo vale, no hay respeto, no hay capacidad de diálogo, no hay esfuerzo personal.

-¿Y qué nos enseña la historia?

-La historia nos enseña el disparate del género humano en el pasado.

-La del hombre es la historia del disparate.

-Yo creo que sí. Por poner un caso: se utiliza que unos pobres niños han sido gaseados en Siria para resolver problemas de industria militar o estrategias de zona. Si los dirigentes tuvieran ética no harían esos disparates. Poder y corrupción son cara y cruz de una misma moneda.

-Para ser un idealista tiene una visión devastadora de la sociedad.

-No es devastadora, es una visión realista. El historiador conoce lo negativo y lo positivo, y tiene armas para poder buscar una salida.

-Para un idealista, ¿cualquier tiempo pasado fue peor?

-Lo que hay que vivir es el presente. Ahora que estoy cerca de los 70, le puedo decir que tengo las mismas ilusiones que cuando tenía 20 años.

-El paso del tiempo no le intimida.

-En absoluto. Dentro de poco me jubilaré y tendré la misma ilusión. Desde el punto de vista académico he alcanzado el cénit: ser catedrático. Antes y ahora he tenido la misma característica: trabajo, trabajo y responsabilidad.

Así, con esta vitalidad desbordante, arma un discurso a caballo entre la esperanza y una mirada particularmente severa sobre la historia del ser humano. Quizás porque la biografía de José Manuel de Bernardo Ares (Puentedeume, La Coruña, 1945) se cimentó sobre una familia de labradores que cultivaron su carácter con los valores del sacrificio personal. «Cuando manifesté que quería estudiar, mis padres objetaron que no tenían dinero. Entonces llegó una tía mía y dijo: «Este niño va a estudiar porque vamos a ayudar toda la familia». Eso ha sido para mí impagable. Me fui a Santiago a hacer el bachillerato y el primer año costaba 6.000 pesetas, pero a partir de los 14 tuve siempre beca. Yo tenía que devolverle a mis padres su enorme esfuerzo», sostiene. Y agrega: «En mi casa nunca vi una polémica. Toda la familia venía a contar sus problemas y aquí siempre encontraban diálogo. Eso lo he mamado desde los 4 años. Yo no entiendo la vida sin diálogo, sin afecto y sin respeto».

Posteriormente estudió en Salamanca y finalmente completó sus estudios de historia en Valencia, donde se concentraban los discípulos de Jaume Vicens Vives, uno de los grandes especialistas de los sesenta. Fue entonces cuando el profesor José Manuel Cuenca Toribio le sugiere que con sus condiciones académicas se adentre por el terreno de la investigación. En 1975 logra plaza en la Universidad de Córdoba, donde desde entonces ejerce de andaluz adoptivo con indisimulado orgullo. «Me gustó la capacidad poética del andaluz, su espontaneidad y su creatividad», declara.

-Dice usted que la historia es el análisis del pasado para comprender el presente y prever el futuro. ¿Qué nos espera, pues?

-El futuro ha tocado fondo en valores. El desconcierto es generalizado. Los que creen en Dios no entienden lo que es la caridad. Los que son inmanentistas no entienden la alteridad. En este mundo hay yo, después yo y siempre yo. Eso es una antropología suicida. Tenemos que cambiar la antropología del egocentrismo por una antropología del otro.

-El egocentrismo es un mal de siempre.

-De siempre. Por eso digo que tenemos que hacer una revolución antropológica. Ya está bien que yo me preocupe de mi ombligo.

-¿Qué dirá la historia de nosotros?

-Será una historia muy negativa. Estamos absolutamente desnortados: las instituciones, la política, la sociedad, todo. Tenemos que dar un viraje de 180 grados sin echarle la culpa al otro.

-Una percepción muy negativa de nosotros mismos en la España más democrática y acomodada de la historia. 

-Primero: no hay tal democracia. Hay una especie de clientela partitocrática. A los políticos les interesa el oficio, no el servicio.

-¿El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra de la historia?

-Tres y cuatro. La conciencia cívica no es posible sin conciencia histórica. 

-Usted ha estudiado la corrupción política en la Córdoba de Carlos II. Díganos, por favor, que hemos mejorado algo.

-En absoluto. Nada. Tan grave era la corrupción entonces que fuimos intervenidos por la chancillería de Granada. Mandaron a dos letrados y cancelaron toda la organización política.

-A ese nivel no hemos llegado todavía, ¿no?

-Sí, sí. Antes el servicio público era patrimonializado. El concejal compraba el oficio y estaba justificado que de alguna manera se beneficiara. Eso no existe ahora, por eso está menos justificado.

-Usted ha declarado que la Córdoba de hoy ha cambiado poco con respecto a la agraria y elitista de hace cuatro siglos.

-Muy poco. Sigue siendo una ciudad ruralizada. Los elementos básicos que implicarían una transformación sería una industrialización con aplicación de las nuevas tecnologías y Córdoba está a años luz.

-También ha dicho: «Tenemos mentalidad de señorío». Menudo repaso.

-Aquí entiendo el señorío no como una cosa negativa sino como realidad histórica. Dos tercios de Córdoba era tierra señorial. Ahora se ha vulgarizado negativamente: señorito, el que vive de rentas sin trabajar. Y desgraciadamente se encuentran señoritos hasta debajo de la manta de tu cama.

-El profesor de la UCO Enrique Aguilar declaró: «El senequismo cordobés es un mito». ¿Está usted seguro?

-La filosofía de Séneca era de aceptación del contrario pero no para cruzarte de brazos. No podemos decir esto es lo que hay y me conformo.

Sin educación

Está convencido del poder transformador de la educación. De su importancia vital para alcanzar una sociedad democrática plena. «Cuando Rousseau escribió el Contrato Social, le preguntaron si creía que podría aplicarse algún día. «No», contestó el filósofo francés. «Yo he escrito una utopía. Para que se exprese la voluntad general y haya democracia la gente tiene que estar educada», agregó Rousseau. «Y no lo está», puntualiza De Bernardo. «Aquí estamos en un ámbito universitario y la gente bien educada no supera el 5 por ciento. Incluyendo a profesores y alumnos. De qué me sirve saber mucha física si humanamente soy una piltrafa», se pregunta secamente.

-¿Nos gobiernan los mejores?

-En absoluto. Salvando excepciones, que las hay, a veces nos gobiernan los peores y me atrevería a decir que en un porcentaje del 80 por ciento.

-¿La democracia es el menos malo de los sistemas?

-Es el único que tenemos. El sistema educativo es la salud de un pueblo y es lo que menos se cuida.

-¿Qué es un buen sistema educativo?

-Los cuatro elementos del sistema educativo no funcionan: alumnos, profesores, sociedad y material de trabajo. No tenemos ni dinero para una botella de agua. El profesorado es un desastre: hay excelentes pero son los menos. Profesores que se van al médico en horario lectivo o no se preparan las clases. Generalizado. El alumnado no tiene cultura de trabajo ninguna. No escucha y poco. Y la sociedad dice que no es problema suyo: que es del profesorado. ¿Quién tiene más culpa? No sé.

-Por cierto, ¿los políticos mandan?

-Son intermediarios entre fuerzas poderosas que no dan la cara. El mundo económico es básico, absolutamente condicionante.

martes, 12 de noviembre de 2013

Iconografía de un Rey-niño XVI: el retrato de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla


Con precedentes históricos que se remontan a 1284, cuando los caballeros que acompañaron al rey santo Fernando III en la conquista de Sevilla constituyeron una Cofradía o Hermandad Caballeresca bajo la advocación de San Hermenegildo, la Real Maestranza de Caballería de Sevilla fue fundada por orden de Carlos II en 1670 como Corporación Nobiliaria para promover la práctica ecuestre entre sus miembros con voluntad siempre de servicio a la Corona en sus empresas militares. Aunque los mayores privilegios serían otorgados a la nueva corporación bajo el reinado de Felipe V, en especial, entre 1729 y 733, es decir, los años en los que el primer Rey Borbón residió en la capital hispalense.

Desde entonces hasta el presente, la Regia Corporación ha sabido adaptarse a los requerimientos de sus distintas etapas históricas, desplegando en la actualidad una amplia actividad en el fomento de la tauromaquia, la practica ecuestre, la cultura, la defensa y la preservación del patrimonio artístico de la ciudad de Sevilla y la solidaridad social.

Recientemente, y para honorar a su fundador, la Real Maestranza de Sevilla adquirió un retrato anónimo de Carlos II niño envuelto en todas las convenciones del retrato de aparato: toisón de oro, armadura,el león símbolo de la monarquía española, cortinaje, el orbe símbolo de su poder universal, laurel, bastón de mando y banda roja de general. Destaca también el broche dorado en forma de águila bicéfala que luce sobre su sombrero de flores, ya que no olvidemos que dicho animal heráldico era el símbolo de la Casa de Austria, lo cual enlaza perfectamente con el discurso dinástico que envolvió gran parte de los retratos de Carlos II.

En una sucesiva entrada trataré sobre los dos animales heráldicos símbolos de la Monarquía de los Austrias y que estuvieron continuamente presentes en los retratos de Carlos II.

Fuentes:

Mínguez, Víctor: "La invención de Carlos II. Apoteosis simbólica de la Casa de Austria". CEEH, 2013.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Tal día como hoy nacía Carlos II

1. Supuesto retrato de Carlos II recién nacido. Colección Stirling Maxwell (Pollock House, Glsgow), atribuido a Martínez del Mazo.

El príncipe Carlos José nació el domingo 6 de noviembre de 1661. La noticia corrió rápida por Palacio; una tensión enorme, apenas contenida hasta ese momento, se liberó, plena de alegría, por todas las estancias del Real Alcázar de Madrid. El embarazo de la reina doña Mariana había llegado felizmente a su fin, y esto era ya mucho, porque los días y meses anteriores habían sido terribles. El príncipe heredero de la Monarquía, el tan querido y cuidado Felipe Próspero, había fallecido apenas cinco días antes, el 1 de noviembre de ese mismo año de 1661, festividad de Todos los Santos (1). Se trató de una muerte trágica para Felipe IV y su esposa, que entonces se encontraba en un avanzado estado de gestación. La muerte del pequeño príncipe significaba que, otra vez, la Monarquía Católica quedaba sin un heredero masculino directo (2), lo que hizo que una inevitable sensación de pesimismo y fatalidad se extendiese por Palacio y por todas las ciudades y reinos de la Monarquía. Una muerte, la de don Felipe Próspero, niño de apenas cuatro años, que hirió como un puñal el corazón del envejecido Rey, que creyó, entonces ya con certeza, que Dios le había abandonado (3).

La reina doña Mariana, por su parte, no se sentía menos angustiada. Conocía muy bien los sentimientos de su real esposo. Había sido educada, desde su primera infancia, en las razones de Estado, y siempre supo lo que significaba la herencia dinástica (4), por eso entendía el dolor de su esposo, dolor providencial y político a la vez. Pero a todo ello había que unir también el dolor de un madre que había perdido ya a varios hijos y que se sentía sobrecogida por los dolorosos designios que el Altísimo le tenía reservados, designios que, sin duda, marcaron su áspero y rígido carácter. La muerte de Felipe Próspero, arrebatado tan pronto de la vida, no era sino el último episodio mortal de una larga sucesión de ellos, pues, en efecto, doña Mariana, había tenido una trágica experiencia maternal (5).

La noche de aquel trágico 1 de noviembre de 1661, un séquito armado de las guardias reales escoltó el traslado del cuerpo de Felipe Próspero hasta El Escorial. Lo encabezaban varios Grandes de España. Uno de éstos, el Duque de Montalto, dejó escritas sus tristes impresiones: “El desconsuelo grande en que nos hallamos por la muerte del Príncipe no es menor que el recelo del grave daño que puede ocasionar este accidente a la salud de Sus Majestades y al suceso del Preñado…” (6). Lo importante era precisamente esto último, el “preñado”, es decir, que transcurrieran bien los últimos días del embarazo de la reina doña Mariana y que el parto fuera bueno. Tan accidentados antecedentes ponían sobre aviso, mucho más cuando, probablemente, no hubiera otra oportunidad de conseguir descendencia, si se consideraba la avanzada edad del Rey, más de 56 años, pero sobre todo, su delicado estado de salud, cargado de achaques e inmovilizado del costado derecho. A toda esta terrible situación familiar y personal de Felipe IV, había que sumar además la situación de postración que vivía la Monarquía en aquellos años y que no hacía sino empeorar aún más el ánimo del monarca (hacía apenas dos años que se había firmado la famosa Paz de los Pirineros de 1659).

Por todo lo citado, los días que siguieron a la muerte de Felipe Próspero, el embarazo de la Reina, próximo a su desenlace, se convirtió en un asunto de primera Razón de Estado. El futuro de la Monarquía dependía de aquel suceso. El domingo 6 de noviembre todo parecía estar preparado. Los doctores y médicos, sobre aviso; el confesor de la Reina cerca de ella, y el Mayordomo Mayor de su Casa repasando con todo cuidado la disposición de los enseres de la cámara del natalicio. Para garantizar el éxito del mismo se habían dispuesto en orden todas las santas reliquias que se encontraban en Palacio y otras traídas desde El Escorial y otras partes. Allí estaba el báculo de Santo Domingo de Silos que la Orden de Santo Domingo había acercado, la cinta de San Juan Ortega, de la Orden de los Jerónimos; los cuerpos incorruptos de San Isidro y San Diego de Alcalá; la imagen de la Virgen de la Soledad y la tan venerada por la familia real Nuestra Señora de Atocha. Difícil encontrar un espacio tan santo y sacralizado. Todo, pues, estaba a punto, las cosas de la tierra dispuestas y en orden para implorar la complacencia de Dios.

Al mediodía, tras un almuerzo frugal, Felipe IV se retiró a sus aposentos. A la misma hora la Reina sintió molestias y se dirigió hacia su cuarto. La comadre, doña Inés de Ayala, y el protomédico de la Real Cámara, don Andrés Ordóñez, testigos ambos en 1634 del nacimiento en Viena de doña Mariana, la asistían ahora en su sexto parto, el más esperado de todos. Mariana de Austria tenía entonces 27 años. Dicen las crónicas que no hubo contratiempo alguno. Era la una de la tarde de aquel domingo, día de San Leonardo, cuando, según la Gaceta, “vio la luz de este mundo un príncipe hermosísimo de facciones, cabeza grande, pelo negro y algo abultado de carnes”. Era, desde luego, un comentario muy favorable, pero pronto corrieron por los mentideros de la Villa y Corte rumores en sentido contrario.

Aquel alumbramiento fue recibido con alborozo. A las tres de la tarde, cuando la noticia ya corría camino de todos los rincones de la Monarquía y de Europa, un Felipe IV, sobrio y elegantemente vestido de negro terciopelo, salía de su Cámara y, “acompañado del Nuncio, Grandes y Embajadores”, se dirigió hacia la Capilla de Palacio con toda la etiqueta cortesana. Allí, el cortejo real, presidido por el monarca, cantó un solemne Te Deum, comenzando así los festejos que, en honor del futuro Carlos II, ocuparon todo aquel mes de noviembre de 1661.

Días después, en todas las parroquias se celebraron misas y el bullicio popular se desató por ciudades, villas y lugares. Las celebraciones oficiales comenzaron de inmediato. Llegaron primero todos los Grandes, encabezados por dos Luis de Haro (7), el valido real, y presentaron su parabienes a los Reyes; siguieron los Consejos, luego los reinos, y la Villa de Madrid, con su corregidor y sus alcaldes de casa y corte. Fuera de Palacio, mientras tanto, la alegría popular organizaba una gran mojiganga para la tarde del domingo día 13. Presidió el Rey, desde Palacio, el desfile de carrozas, gozó con los juegos de disfraces, los requiebros graciosos y burlescos de las cuadrillas, etc. Un soneto decía: “es alegrías lo que llantos era […] y los que antes llevaban paso tardo/corren, saltan y bailan de contentos/sirviendo las campanas de instrumento”. El Rey, en medio de la algarabía, se asomó al balcón del Alcázar, mientras el pueblo le gritaba que bajase y, finalmente, con su coche en medio de la fiesta, recibió el reconocimiento de las gentes. Escribía así un poeta popular:


“…porque a su coche en medio le cogieron
todo allí se le postra y se le humilla
y rendidos aspectos le ofrecieron
y, sin faltar a nada en el decoro,
se fueron por la calle del Tesoro.” (8)

Por otra parte, cientos de hacedores de horóscopos pregonaban sus vaticinios. Los augurios aseguraban que el Príncipe llegaría a ser Rey. La mayor parte de las cartas astrales se mostraban entusiastas: Saturno era el planeta que enviaba sus mayores efluvios, un astro que se encontraba en el horizonte de la Corte de España, sin aspectos maliciosos, próximo a Mercurio y muy cerca del Sol. Todo eran signos positivos y el hecho, además, de haber nacido el día 6 lo ratificaba mejor todavía, porque este número era signo de “tantas y tan raras excelencias”.

Confianza, optimismo, y nuevo y recobrado entusiasmo Felipe IV trataba de controlar su regocijo, la etiqueta le imponía actitudes moderadas. Sabía bien que el Príncipe todavía se encontraba en período crítico y que las fiebres puerperales amenazaban, con frecuencia, en tales momentos. La experiencia del Rey en este punto era mucha. De salud del Príncipe poco se decía; que se encontraba bien y que gozaba de gran vitalidad, era la cantinela que se repetía constantemente, pero, con tantos y tan malos antecedentes, tales comunicados apenas significaban nada. Un gran secreto rodeaba el espacio central en el que el Príncipe iniciaba sus primeros días. Sólo se sabía que doña María Engracia de Toledo, marquesa viuda de los Vélez, había sido designada como su aya (9). A ella correspondía vigilar todas las tareas de aquella crianza, entre ellas asegurar que María González de la Pizcueta, natural de Fuencarral, y designada como primera nodriza de Carlos, alimentase al pequeño príncipe. Mientras tantos, crecían los rumores sobre la salud del niño.

2. El delfín Luis de Francia, hijo de Luis XIV, junto a su madre, la reina Maria Teresa de Austria, hermana de Carlos II. Obra de Charles Beaubrun (h. 1664).

El día 19 de noviembre se recibió en Madrid la noticia del nacimiento del delfín Luis, hijo de Luis XIV y la reina María Teresa, hija de Felipe IV, que había venido al mundo el día 1 de noviembre, es decir, en la misma fecha en que su tío, el príncipe Felipe Próspero fallecía, y apenas cinco días antes de que lo hiciera su otro tío, el futuro Carlos II. Luis XIV comunicó a Madrid, alborozado, la noticia del feliz nacimiento y mostró enseguida el deseo de enviar pronto un retrato del mismo para que su abuelo español pudiera conocer de primera mano la firmeza de la vida que surgía pujante del linaje del trono francés. Frente a actitudes tan provocadoras, en el viejo Alcázar, por el contrario, se optó por el silencio frío y cortés.

A modo de conclusión, es curioso señalar como en apenas cinco días de ese mes de noviembre de 1661 se fraguó el futuro de España y Europa con un fallecimiento y dos nacimientos que sellaron su historia, ya que recordemos que el Delfín Luis sería el padre del futuro Felipe V, heredero designado por su tío-abuelo Carlos II en su último testamento de 1700 y primer rey de la dinastía borbónica en España.


Fuentes principales:

* Conteras, Jaime: “Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la Corte del Último Austria”. Temas de Hoy, 2003.

* Maura y Gamazo, Gabriel: “Carlos II y su Corte”. 2 vols. Madrid, 1911.


Notas:

(1) Resulta curioso el hecho de que ambos hermanos, Carlos II y Felipe Próspero, que jamás llegaron a conocerse, murieran en la misma fecha. Para saber más sobre el desgraciado heredero, consúltese mi entrada: “La familia del Rey, los hermanos de Carlos II: el príncipe Felipe Próspero”.

(2) Recordemos que en la Monarquía Hispánica, a diferencia que en Francia, las mujeres podían reinar, lo que hacía que tras la renuncia de la infanta María Teresa, por su matrimonio con Luis XIV, y en espera del nacimiento de un posible hijo varón, la infanta Margarita Teresa pasase a ser nuevamente la heredera de la Monarquía, como ya lo había sido desde su nacimiento y hasta la muerte de su hermano Felipe Próspero. Para saber más sobre el tema consúltese mi entrada: “La familia del Rey, los hermanos de Carlos II: Margarita Teresa de Austria, infanta de España y emperatriz de Alemania”.

(3) Felipe IV siempre tuvo grandes problemas de conciencia debido a su vida pecaminosa, algo a lo que achacaba la ruinosa situación de la Monarquía. Esta desazón queda reflejada en su correspondencia con sor María de Ágreda, la monja que se convirtió en su consejera espiritual durante los últimos años de su reinado. La misma se puede consultar en el libro: “María de Jesús de Ágreda, Correspondencia con Felipe IV. Religión y razón de Estado”. Castalia, 1991.

(4) Sobre los primeros años de doña Mariana de Austria léase mi entrada: "La familia del Rey I: La reina madre doña Mariana de Austria (Parte 1)".

(5) Además de la muerte del príncipe Felipe Próspero, doña Mariana de Austria tuvo que sufrir la del infante Fernando Tomás (1659), la de la infanta María Ambrosia (1655) y la de otra niña que nació muerta en 1656.

(6) G. Maura y Gamazo: “Carlos II y su Corte”. Tomo I (1661-1669), pp. 30 y 31

(7) Don Luis de Haro moriría apenas 20 días después, el 26 de noviembre de ese mismo año.

(8) E. Salvador Esteban: “La Monarquía y las paces europeas” en José Alcalá-Zamora y E. Berenguer (coords.), “Calderón de la Barca y la España del Barroco”. Vol. II. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 2001. Pp. 222-224.