sábado, 30 de julio de 2011

Estatuaria Carolina (V): La estatua de Carlos II en la Piazza dei Giudici de Capua

Detalle de la estatua de Carlos II sobre el Palazzo della Gran Guardia o Bivach.

El 6 de noviembre de 1676 Carlos II cumplía 15 años. En la ciudad de Capua, cruce del eje que unía Nápoles con Roma, el cumpleaños real fue celebrado con la inauguración con gran pompa de una estatua del Rey en la Piazza dei Giudici. La escultura de mármol, más grande que el natural y de modesta factura, era obra de un artista local, Giovan Battista Cappelli, que representó al Rey con traje de corte, llevando las insignias reales: la corona, el paludamentum o manto real y el cetro.


El Palazzo della Gran Guardia o Bivach.

Escudos del Rey, el virrey Marqués de los Vélez y la ciudad de Capua sobre la fachada.

La escultura se sitúa sobre el edificio que hospedaba el cuerpo de la Gran Guardia del Gobernador, reconstruido en el siglo XIX, y cuya fachada conserva aún las armas del Rey, del virrey y de la ciudad, así como las inscripciones dedicatorias. Una de estas inscripciones asocia al nombre del Marqués de los Vélez, virrey de Nápoles, el del gobernador de la ciudad, don José de Ledesma, al mismo tiempo que proclama la fidelidad del pueblo capuano hacia el Rey y su dinastía, fidelidad perenne a lo largo de los siglos. La descripción de las suntuosas fiestas que acompañaron a la inauguración del monumento insistía también en la espontánea lealtad y las lágrimas de alegría del pueblo a la vista del mármol real como si estuviesen en presencia del verdadero Carlos II (1).


Incripción de una de las placas conmemorativas:

KAROLO - II - REGI - CATHOL

PHIL - IV - FIL - PHIL - III -NEP - PHIL - II - PRONEP -

KAROL - I - V - CAES - ABNEP

AVITAE - GENEROSITATIS - HAEREDI - PROPAGATORI - GLORIAE

ANNO - REGIMINIS - SVI - PRIMO - IMPLETO

IAM - VOTA - IMPLENTI - OMNIA - MONARCHIAE

SIMVL - ET - SPEM - AVREI - SAECVLI - REVOCANDI

ORDO - POPVLUSQ - CAPVUANVS

DEVOTVS - NVMINI - MAIESTATIO - EIVS

STATVAM - IN - FORO - MARMOREAM

ADORABVNDVS - POS -

MANSVRVM - PRISCAE - FIDELITATES - SVAE - TESTIMONIVM

AUSTRIACI - SCEPTRI - PERENNATVRI - AVSPICIVM

VIII - ID - NOVEMBR - AN - SAL - MDCLXXVI



Fuentes principales:


Bodart, Diane. H.: “Statues royales et géographie du pouvoir sous les régnes de Charles II et de Louis XIV” en Sabatier, Gérard y Torrione, Margarita (dir): “¿Louis XIV espagnol? Madrid et Versailles, images et modèles”. Centre de recherche du château de Versailles. Édition de la Maison des sciences de l’homme, 2009.


* Carrió-Ivernizzi, Diana: “El gobierno de las imágenes. Ceremonial y mecenazgo en la Italia española de la segunda mitad del siglo XVII”. Tiempo Emulado, 2008.


Notas:


(1) Rinaldo, Luca di: “Relazione delle feste celebrate in Capua, per l’erezione della statua di Carlo secondo re delle Spagne [...]”. Nápoles, 1677. P. 4-5.

miércoles, 27 de julio de 2011

Estatuaria Carolina (IV): La estatua de Carlos II en la Piazza Santa Margherita de L'Aquila

La estatua de Carlos II obra de Marcantonio Canini en L'Aquila.

En L’Aquila, capital de los Abruzos y bastión fronterizo con los Estados de la Iglesia, fue inaugurado un monumento en honor de Carlos II el 6 de noviembre de 1675, el mismo día en el que el Rey alcanzaba la mayoría de edad estipulada en el testamento de Felipe IV. La estatua, colocada frente al llamado Palazzetto dei Nobili, en la Piazza Santa Margherita, fue inaugurada entre suntuosas ceremonias que evocaban a la entronización del rey Carlos y al fin de la regencia de su madre (1).


La estatua de Carlos II frente al Palazzetto dei Nobili de L'Aquila.

Comparable iconográficamente con la que entonces se estaba realizando para la Piazza di Monteoliveto de Nápoles (ver entrada anterior), pero de dimensiones mucho más importantes, esta escultura de mármol blanco era obra de Marcantonio Canini, alumno romano de Bernini. Representaba al Rey con armadura moderna y cubierto por un paludamentum (2), mientras que en la mano derecha, ahora rota, blandiría sin duda un bastón de mando. La escultura incluía un león enroscado en la pierna derecha del Rey lamiéndole el pie en señal de sumisión, y un globo terráqueo del que brotaba una rama de laurel.


Inscripción en el pedestal de la estatua: "EN CAROLI HISPANIARUM REGIS SIMULACRUM ATAVI NOMINE AC OMINE SECUNDI NULLI VERO SECUNDI D. EMMANUEL IOSEPH DE SESSE P. UT SUO IOVE AQUILA MUNIRETUR".

El pedestal está decorado con las armas de Carlos II; del Marqués de los Vélez, virrey de Nápoles; del presidente de L’Aquila, Emmanuele Giuseppe di Sezze; y de la ciudad, acompañadas por inscripciones que rendían homenaje al fin de la “pubertad” real. La relación de las fiestas en honor de la mayoría real decía “la muy fiel villa de L’Aquila haya delante de los ojos el simulacro de su señor natural, que está continuamente tallada en su corazón”.


La Piazza Santa Margherita tras el terremoto de 2009.

A modo de conclusión, quería comentar que tenía miedo que el terrible terremoto de 5’9 grados en la Escala de Ritcher que asoló L’Aquila el 6 de abril de 2009 y que costó la vida a 308 personas, además destruir casi por completo la ciudad, hubiese acabado también con la ya entonces bastante dañada estatua de Carlos II. Sin embargo, he podido comprobar en varias fotografías de la reconstrucción de la ciudad, como la que se muestra sobre estas líneas, que la estatua sigue en pie, aunque no sé si habrá resultado dañada. Además, el primer monumento que será reconstruido en la ciudad será precisamente el representativo Palazzetto dei Nobili, frente al cual se encuentra la estatua de Canini.


Fuentes principales:


* Bodart, Diane. H.: “Statues royales et géographie du pouvoir sous les régnes de Charles II et de Louis XIV” en Sabatier, Gérard y Torrione, Margarita (dir): “¿Louis XIV espagnol? Madrid et Versailles, images et modèles”. Centre de recherche du château de Versailles. Édition de la Maison des sciences de l’homme, 2009.


Notas:

(1) Antinori, Antonio Ludovico: “Annali degli Abruzzi”. Boloña, Forni, 1971, p. 159-167.


(2) En el Imperio Romano y el Bizantino, el paludamentum era una capa usada por los comandantes militares. Como comandantes supremos del conjunto del ejército romano, los emperadores romanos fueron retratados a menudo llevándolo en sus estatuas (por ejemplo del Augusto de Prima Porta), por tanto, el hecho de que este manto cubriese a Carlos II no hacía sino reforzar su posición de poder, que ya indicaba el bastón de mando.

viernes, 22 de julio de 2011

Estatuaria Carolina (III): La Fontana di Monteoliveto de Nápoles

La Fontana di Monteoliveto en Nápoles con las escultura en bronce de Carlos II.

Nota inicial: todas las fotografías de esta entrada fueron tomadas por mi en una visita a Nápoles en diciembre de 2007.


En 1669, Pedro Antonio de Aragón, virrey de Nápoles, encargó al ingeniero Donato Antonio Cafaro una fuente con la estatua de Carlos II en la napolitana Plaza de Monteoliveto. Para ello volvió a acudir a los servicios del escultor que ya hiciera los retratos del Hospital de San Genaro, Bartolomeo Mori, y a otro escultor, Pietro Sanbarberio, para ejecutar el proyecto. La obra se llevó a cabo con la asistencia de Dionisio Lazzari, Giovanni Mozzetti y Cosimo Fanzago, el cual sólo intervino en la fase final del proyecto tras haber realizado ya los diseños del obelisco y la fuente de Avellino encargados por el príncipe Francesco Maria Caracciolo.


Detalle con la estatua de Carlos II.

El proyecto original de Cafaro preveía una estatua ecuestre de Carlos II, pero la idea fue al fin desestimada en el proyecto definitivo de Cosimo Fanzago. La obra fue terminada en 1673 por Francesco d’Angelo, con la supervisión de Fanzago, un año después de la marcha de Pedro Antonio de Aragón a España. Tras diversos conflictos con los diputados ciudadanos, a cuenta del abastecimiento del agua, la estatua no fue colocada en su sitio hasta 1676. Diversos juegos de agua, hoy perdidos, acentuaban el movimiento de la escultura de Carlos II.


Inicialmente, el proyecto de Fanzago preveía una escultura en pie del Rey, acompañado de un león y un globo, símbolos de la Monarquía de España. Sin embargo, el bronce real, ejecutado como se ha dicho por Francesco D’Angelo, finalmente fue privado de tan simbólico animal. Carlos II es representado en edad adulta (recuérdese que en 1676 el Rey tenía 15 años), con armadura moderna y envuelto en un manto real, portando un bastón de mando. Esta expresión de autoridad soberana se vio, sin embargo, reducida por el tamaño de la estatua, ligeramente inferior al natural, cuyo efecto se veía además debilitado posteriormente por el gran tamaño de la magnífica fuente. Además, el monumento, inusualmente desprovisto de inscripciones dedicadas al representado, sólo contaba, como indicación, con la letra C sobre los escudos. Para Diane H. Bodart, la modestia de este dispositivo propagandístico estaría dictada por la prudencia y el deseo de evitar un uso excesivo de la imagen real tras la revuelta napolitana de 1647-1648.


A consecuencia del retraso en la ejecución, la Fuente de Monteoliveto, concebida en honor del Rey-niño, fue inaugurada algunos meses después de que se declarase la mayoría de edad de Carlos II (6 de noviembre de 1675), como monumento dedicado ya a un soberano reinante y libre, en teoría, de la regencia de doña Mariana de Austria.


Fuentes Principales:


* Bodart, Diane. H.: “Statues royales et géographie du pouvoir sous les régnes de Charles II et de Louis XIV” en Sabatier, Gérard y Torrione, Margarita (dir): “¿Louis XIV espagnol? Madrid et Versailles, images et modèles”. Centre de recherche du château de Versailles. Édition de la Maison des sciences de l’homme, 2009.


* Carrió-Ivernizzi, Diana: “El gobierno de las imágenes. Ceremonial y mecenazgo en la Italia española de la segunda mitad del siglo XVII”. Tiempo Emulado, 2008.

miércoles, 20 de julio de 2011

"La Academia asaltada", por don José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano



A continuación os dejo un artículo publicado el pasado viernes 8 de julio en el periódico El Mundo obra de don José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, miembro de la Real Academia de la Historia, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Murcia, Oviedo y Nacional de Educación a Distancia, en el que pone en su sitio a aquellos “listos” que desataron la polémica sobre el Diccionario Biográfico Español de la RAH. De don José diré sólo que es autor, entre otros muchos trabajos, del imprescindible “España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639)”, obra cumbre de nuestra historiografía y libro imprescindible para aquellos que nos dedicamos a esto de la Historia:


Maravillado -pero consternado- estoy de que en esta nueva edad de oro de la cultura que aseguran nuestros angélicos políticos de uno u otro signo en Estepaís -antes, España- proliferen de tal modo los historiadores, oficio trabajoso y delicado cuyos dominio y maestría jamás acaban de alcanzarse suficientemente, por ser materia tan compleja y sutil, al tratar de entender y explicar al hombre y las relaciones entre los hombres en el tiempo, como han subrayado en líneas hermosísimas los mejores especialistas de la disciplina, al insistir en investigar el objeto de sus análisis durante mil horas antes de intentarlo sintetizar en pocos minutos o renglones.


Porque, en efecto, vemos hoy que cualquier indigente mental u osado cantamañanas de la pluma deriva el empleo de sus ocios -que mejor estuvieran aplicados a otros juegos o menesteres más a su alcance- a exhibir desvergonzadamente sus limitaciones cerebrales en la producción de novela histórica, describiendo con pasmosa ligereza y rapidez situaciones y personajes que no sólo se le escapan, sino que ni siquiera llega a rozar, solazándonos con estúpidos diálogos donde fracasan, hermanadas en el naufragio, la literatura y la historia, a la explicación profunda y filosófica del pasado, como nuevo Ortega, o a vestir sus capacidades de cronista raso, con el uniforme y las medallas de historiador científico y riguroso.


Algo similar a lo que sucede, a favor del viento en popa de las facilidades editoriales propiciadas por la universalización de los ordenadores, en el campo de la vulgar narrativa o de la sublime poesía, donde cualquier absurdo engendro, sin matemática ni música ni sensibilidad ni vibración original alguna, adquiere y luce los galones líricos de la edición, con daño evidente para los verdaderos poetas, obligados a compartir razonables desprecios de libreros y lectores, aburridos por tantas naderías o jeroglíficos.


Todos estos dislates, que suelen traducirse en una petulancia ineducada -¡ay, siempre la cuestión educativa, tan olvidada por los de la rosa o la gaviota!- por parte de las masas de tuerceplumas del verbo escrito que, con tanta comodidad, adquieren honores publicísticos, graduación de escritores y hasta, a veces, el decisivoreconocimiento económico -convertible en adelantos de muchos miles de euros que los convierten en famosos-, han alcanzado últimamente un nuevo nivel o bajado otro escalón.


Me refiero al ataque impúdico, u obsceno, como se prefiere decir hoy, con impropiedad típica, para mostrar mayor desdén hacia la Academia a la que me honro en pertenecer, la de la Historia, chiringuito donde han terminado, con modesto premio merecido los más, sus días de esfuerzo historiográfico las momias, como se complace en denominarnos el representante de una ideología caracterizada, además de por sus decenas de millones de asesinatos -que multiplican por 20 los perpetrados por la bestialidad de Hitler o el mísero Franco-, por la aniquilación, también, de la libertad en el más implacable régimen de totalitarismo leviatánico que el hombre ha conocido. Miserias realizadas normalmente por no menos repugnantes dictadores, en régimen de gerontocracia, es decir, protagonizado por momias como Stalin, Mao o, también, el ejemplar señorito Castro,propietario de una finca caribeña de 12 millones de hectáreas, a una de cuyas fastuosas recepciones, tras haber concluido la maratón en barco con que conseguí un Premio Guinness en 1985, me negué a asistir, por solidaridad con la miseria en que este fanático de una ideología inviable forzaba a malvivir a su pueblo.


Sin apresuramiento, que la insignificancia científica de la ofensiva, organizada, tal vez, desde oscuros centros de poder o frustraciones personales más o menos justificadas, tal vez, por esa obtusa forma de necedad, que tanto daño nos ha hecho a los españoles, de criticar con saña lo que no se ha leído o se desconoce, al objeto de ir reduciendo mi ira a la burla risueña, pues no más merece la insolvencia, ignorancias -algún brillante periodista, cuyo nombre callo por piedad, confundía, en su ferocidad televisiva, el reinado de los Reyes Católicos con el de Alfonso el Sabio, a quien colocaba en el siglo X, mientras explicaba nuestra académica incompetencia- y estupidez de las huestes que se han lanzado al asalto de la modesta institución, donde procuramos concluir nuestras vidas de estudio consagradas, con tanto deseo de acierto, a la historia de España, aunque a ellos les parezca sombría Bastilla en cuyo asalto y reparto de bienes y medallas se empeñan, armados con planteamientos tan agresivos como torpes y groseros.


El enorme esfuerzo que ha supuesto la edición en una decena de años de los 50 tomos del Diccionario de Historia de España de nuestra Academia (y en el que debo confesar humildemente que mi participación firmada ha sido mínima y recae en el siglo XVII, el que menos mal conozco) es obra cuya envergadura era de esperar que enEstepaís suscitase irritadas envidias como respuesta natural despechada. La obra, de la que yo hubiera preferido eliminar el siglo XX, cuyos materiales hubieran dado lugar a otro segundo texto, es, como todo trabajo colectivo de cualquier dimensión, inevitablemente desigual, pues las personas, aunque otra cosa pretenda cierta candorosa ideología vigente, nacemos libres, pero desiguales en capacidades, que luego la vida disminuye o crece, según los casos, mientras sus enfoques sesgan siempre la imprescindible, por otra parte, interpretación del personaje y selección de la información pertinente, sin que me vaya a lanzar ahora al prolijo, superado, excepto para discusiones tribales, y multimillonario -en páginas- debate sobre la posibilidad, límites y hasta, inclusive, interés de la objetividad histórica que jamás puede ser un retrato fotográfico, sino una pintura inteligente del pasado, desde puntos de vista diferentes (B. Croce) y con colores distintos.


La información, los datos, es lo que sobre todo importa, no al lector, sino al consultor del Diccionario. Y si en este aspecto ciertos trabajos adolecen de candor o de impropiedad o identificación abusiva con el personaje, menos aún si en esta misma línea incorporan conceptos sociopolíticos en mayor o menor grado discutibles, más me parecen defectos que desprestigian al autor de la entrada, siendo tan evidentes, que al conjunto de los demás 43. 000 estudios biográficos.


En todo caso creo que la idea aprobada por la Academia, en prueba de buena voluntad, que hubiera sido inconcebible en otra institución similar, en el sentido de admitir colaboraciones complementarias o suplementarias sobre puntos controvertidos de nuestra historia reciente, a partir de la II República y Guerra Civil, que se recogerían en la segunda y al parecer inminente segunda edición del Diccionario, en su versión digital y hasta en algún tomo donde se editasen, como Apéndice, siempre enriquecedor, los estudios alternativos que sobre alguna voz concreta, por ejemplo, Franco, se nos enviaren, con la extensión establecida.


Para concluir, deseo manifestar, con toda mi repugnancia, que arrojo indistintamente, sobre unos y otros, respecto a ese maniqueísmo historiográfico que con cínica hipocresía, dictamina objetividades y concede o niega rango científico a los trabajos históricos, según idénticos términos se apliquen a biografiados que coincidan o no con la ideología política del lector o crítico. Dada la obvia imposibilidad de que la caverna española azul o negra que, «confesada y comulgada ataca al hombre», o colorada, admita estas elementales nociones democráticas sería magnífico y tranquilizador que los sectores radicales de la izquierda (concepto del que no acabo de entender contenido ni fronteras ante los horizontes de la segunda década del siglo XXI) progresista española, disecada en 1936 y con las garras aún de la Guerra Civil sin recortar, comprendiera que la idea de democracia, con su raíz liberal, exige la libertad y el respeto a las opiniones distintas a las nuestras que no se nos intenten imponer por la violencia”.


PD: si queréis leer mi anterior entrada sobre el obelisco dedicado a Carlos II en la ciudad de Avellino podéis pichar aquí.

lunes, 18 de julio de 2011

Estatuaria Carolina (II): El obelisco de Avellino

El obelisco con la estatua de Carlos II en la Piazza della Dogana de Avellino.

En agosto de 1667 llegaba a Nápoles, procedente de España, el IV Príncipe de Avellino, Francesco Maria Caracciolo (Avellino, 1631 - Nápoles, 1674) (1). Fue él quien encargó a Cosimo Fanzago (2) la realización de un obelisco, coronado por una estatua en bronce de Carlos II, en la ciudad que daba nombre a su Principado. El monumento, se erigió en el centro de la Piazza della Dogana (Plaza de la Aduana) y quien accedía a ella por la Porta delle Puglie hallaba el obelisco y la estatua del monarca al final del eje visual de la entrada a la ciudad, y enmarcándolo, a modo de escenario la fachada del Palacio de la Aduana, que incluía también una estatua de Marino Caracciolo, primer Príncipe de Avellino. El monumento y la fachada representaban así un dialogo que exaltaba la privilegiada relación entre la familia Caracciolo y la Corona de España. Francesco Maria Caracciolo que había concebido este proyecto tras haber recibido el Torión de Oro durante su viaje a España, afirmaba así la autonomía de su posición del Príncipe feudatario en sus propios estados patrimoniales frente a la administración del virrey Pedro Antonio de Aragón.


Detalle de la estatua de Carlos II.

Los trabajos del obelisco empezaron en 1668, como rezaba la inscripción de una placa, ahora perdida. Sin embargo, hoy resulta muy difícil valorar la obra tras los daños sufridos por los terremotos de 1688, 1732 y 1805. En 1669 empezaron, también en la ciudad de Avellino, los trabajos de una fuente con otra estatua de Carlos II, también de Cosimo Fanzago. Constituía el segundo retrato de Carlos II en Avellino. La fuente está formada por un arco del triunfo con dos nichos laterales que en origen albergaban dos estatuas hoy perdidas. Se la conoce como la estatua de Santa Maria in Constantinopoli o del Bellerefonte, por la presencia de un tondo con la representación de este héroe mítico, hijo de Poseidón. Su colocación en el centro de la ciudad se pensó en función del ya existente obelisco y, por lo tanto, en un mismo eje visual.


La fuente del Bellerofonte en la actualidad.


Fuentes:


* Cantone, Gaetana: “Napoli barocca e Cosimo Fanzago”. Edizioni Banco di Napoli, 1984.


* Carrió-Ivernizzi, Diana: “El gobierno de las imágenes. Ceremonial y mecenazgo en la Italia española de la segunda mitad del siglo XVII”. Tiempo Emulado, 2008.


* Sabatier, Gérard y Torrione, Margarita (dir): “¿Louis XIV espagnol? Madrid et Versailles, images et modèles”. Centre de recherche du château de Versailles. Édition de la Maison des sciences de l’homme, 2009.


Notas:


(1) II Marqués de Sanseverino y Caballero del Toisón de Oro desde 1663. Se había casado en noviembre de 1666 con doña Jerónima Pignatelli Tagliaviva d’Aragona Cortés (1644-1711), hija del IV Príncipe de Noia y Duque de Monteleone y de Giovanna Tagliaviva d’Aragona Cortés, duquesa de Terranova.


(2) Según Gaetana Carbone, Cosimo Fanzago sólo diseñó el proyecto y dejó la ejecución a sus colaboradores.

jueves, 14 de julio de 2011

Un nuevo libro sobre la época de Carlos II: "Guerra y defensa en la Mallorca de Carlos II (1665-1700)"

Editado por el Ministerio de Defensa, se acaba de publica este nuevo trabajo de Antonio Espino López, catedrático de Historia Moderna en el Departament d’Història Moderna i Contemporània de la Universitat Autònoma de Barcelona, y uno de los mayores (sino el mayor) experto en historia militar del reinado de Carlos II.


A continuación os dejo la recensión de “Guerra y defensa en la Mallorca de Carlos II (1665-1700)”:


El archipiélago balear, situado en frontera oriental de la Monarquía Hispánica, ocupa una importante posición estratégica en el Mediterráneo. Este hecho, unido a la debilidad estructural de sus defensas durante el reinado de Carlos II, puso en peligro la unidad política de las islas frente a las ambiciones territoriales tanto de franceses como de holandeses e ingleses.


El autor analiza en este trabajo las condiciones del sistema defensivo de las Baleares durante este periodo, las difíciles circunstancias humanas y materiales de las guarniciones militares asentadas en las islas, así como la complicada situación creada por las continuas solicitudes de soldados mallorquines por parte de la Corona.


Debido al todavía relativo desconocimiento de los aspectos militares del reinado de Carlos II, sobre todo en lo que respecta a las Baleares, un espacio con escasa historiografía, la publicación de esta obra permite la oportunidad de una aproximación a estos aspectos y a su mejor conocimiento gracias al riguroso trabajo realizado por uno de los más destacados especialistas en historia militar de la Edad Moderna”.

sábado, 9 de julio de 2011

Estatuaria Carolina (I): La fachada del Hospital de San Genaro de Nápoles

Fachada del Hospital de San Genaro de Nápoles con las estatuas de San Pedro, San Pablo, Carlos II niño y el virrey Pedro Antonio de Aragón.

La ciudad de Nápoles, en tiempos de la peste de 1656, había hecho un voto para instituir un hospital dedicado a los apestados. El virrey Pedro Antonio de Aragón (1666-1671) consiguió dotar a la nueva institución con una renta anual de 15.000 ducados y someterla a la jurisdicción papal en vez de a la ordinaria diocesana (1). Por otra parte, durante el período de la Guerra de Devolución (1667-1668), que coincidió sustancialmente con las obras del Hospital de San Genaro (2), se percibe una mayor voluntad por parte de Pedro Antonio de hacer más visible su imagen en las calles napolitanas. En la fachada del hospital ya existían dos estatuas de San Pedro y San Sebastián, realizadas por Cosimo Fanzago en 1667. Entonces, Pedro Antonio de Aragón encargó al escultor y marmolista Bartolomeo Mori la realización y la colocación de otras dos esculturas que representaban a su persona y a la de Carlos II. Una inscripción en la misma fachada conmemoraba la protección que el Virrey había brindado al hospital. Mori debió finalizar el busto de Pedro Antonio y el retrato de cuerpo entero de Carlos II antes de marzo de 1668, pues fue entonces cuando las pudo contemplar el nuncio en Nápoles y dar fe de ello en una carta enviada a la curia. Muy probablemente se aprovechó la fecha de la inauguración del hospital, 24 de marzo de 1668, fiesta de San Genaro, a la que asistieron los virreyes y el nuncio Gallio, para presentar la fachada con los nuevos retratos:


Domenica fu grandissimo il concurso di molta nobilta cittadinanza e popolo al nuovo hospedale de pezzente per la festa che vi correva del glorioso san Genaro e sul tardi si portorno anco a farsi oratione li signori vicere e viceregina li quali furono da quei maestri regalati di due scattole di cose dolci e di due spase d’ogni sorte di fruti freschi e con questa occasione si vidde la nuova porta fatta fare d’ordine del signore vicere, a detto hospedale, la quale e guarnita con quatro statue di marmo cioe da una parte vi e san Pietro e dall altra san Genaro et in mezzo di detti santi il re cattolico Carlo secondo, sotto di cui sta il signor don Pietro d’Aragona vicere” (3).


Detalle con la escultura de Carlos II niño.

La importancia de estas esculturas reside en el hecho de tratarse del primer retrato no efímero de un virrey en el espacio público napolitano. Pedro Antonio pretendía así reafirmar su condición de “alter ego” de un monarca a quien representaba.


Pedro Antonio de Aragón estableció además un impuesto para financiar la obra, lo que representaba una vulneración de los derechos y privilegios de la ciudad, que desde 1648 estaba exenta de nuevas tasas virreinales. La decisión erosionó las buenas relaciones del Virrey con la plaza popular (“ceto popolare”). En marzo de 1669, Pedro Antonio tuvo que retractarse y rectificar por las presiones que recibió de la reina regente doña Mariana de Austria. Pedro Antonio culpabilizó del error a su privado y secretario del Reino de Nápoles, Giulio Cesare Bonito, que junto a su círculo de togados, se encontraba en un período de desgracia económica. La nobleza se alegró de la caída de Bonito creyendo que iba a suponer una recuperación de su poder de influencia en la corte del Virrey. Esta crisis de gobierno desencadenó una lucha por la preeminencia entre el estamento nobiliario.

Detalle con el busto del virrey Pedro Antonio de Aragón.

En 1669, Pedro Antonio consiguió del papa Clemente IX la protección de la Santa Sede para el Hospital de San Genaro. En 1670, el Virrey finalizó su construcción, lo puso bajo la protección real y le otorgó el nombre de su propio patrón, Pedro, y el de la ciudad partenopea, Genaro. En septiembre de 1671, los gobernadores del hospicio redactaron las reglas de la institución con asesoramiento de un juez delegado virreinal, Antonio Navarrete, Marqués de Terzia, regio consejero, encargado de recaudar las limosnas para sufragar la obra. En enero de 1672, Pedro Antonio de Aragón, acompañado de su mujer, realizó una nueva visita al Hospital.



Fuentes:

* Carrió-Ivernizzi, Diana: “El gobierno de las imágenes. Ceremonial y mecenazgo en la Italia española de la segunda mitad del siglo XVII”. Tiempo Emulado, 2008.


Notas:


(1) AGS, 3290-32, carta de Pedro Antonio desde Nápoles, 8 de enero de 1667.


(2) Las obras del actual “Ospedale di San Gennaro dei Poveri” se iniciaron en 1667 reutilizando un antiguo monasterio benedictino que había sido transformado ya en hospital en el siglo XV.


(3) ASV, SS, N, Ms. 70, fol. 175.