martes, 20 de octubre de 2015

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte IV)

1. Don Juan Francisco de la Cerda, VIII Duque de Medinaceli y Sumiller de Corps de Carlos II; obra de Claudio Coello (h. 1670). Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Después de unos días de viaje desde Granada, el Marqués de Villasierra entró en Madrid el 5 de abril. Durante varios días permaneció en su casa de incógnito, es decir, sin admitir visitas públicas, aunque en la Corte ya se difundió la noticia de su presencia. En teoría esperaba que el Consejo de Guerra tramitase su petición de licencia para permanecer temporalmente en Madrid. A lo largo de una semana tuvo lugar un pulso entre la Reina y el entorno del Rey. Doña Mariana pretendía que se autorizase la presencia de Valenzuela en Madrid y se le permitiese presentarse públicamente en Palacio y besar la mano de Carlos II. A este intento se oponían aquellos que habían cooperado en la salida de Villasierra en diciembre. Se trataba de los principales beneficiarios de su alejamiento de la Corte. La oposición a su retorno la lideraba el triuvirato que formaban el Presidente del Consello de Castilla, Conde de Villaumbrosa; el Sumiller de Corps del Rey, Duque de Medinaceli; y el Secretario del Despacho Universal, Marqués de Mejorada. La toga, la espada y la pluma veían mermado su poder con la llegada del favorito de la Reina. Durante cuatro meses estos tres cortesanos habían dirigido en buena medida el gobierno de Corte, fortaleciendo y ampliando su capacidad de influencia. En marzo se comentaba que el Conde de Villaumbrosa, Pedro Núñez de Guzmán, era el único ministro que tenía frecuentes reuniones con el Rey. También el secretario Pedro Fernández del Campo aprovechó ese periodo para seguir promocionando a su extensa parentela en oficios públicos y dignidades eclesiásticas. Conviene tener presente que tanto la Presidencia del Consejo de Castilla como la Secretaría del Despacho Universal eran las instancias ministeriales más favorecidas de forma estructural por la ausencia de validos desde la muerte de don Luis de Haro en 1661. El poder de los letrados y la pujanza de la pluma se proyectaron sobre el despacho regio, contrapesando la influencia política de los Grandes de España en la dirección del gobierno de la Monarquía.

Junto a la toga y la pluma, el triunvirato se completaba con la espada, es decir, con la aristocracia de sangre. El Grande de España mejor situado en la confianza del Rey era el VIII Duque de Medinaceli, don Juan Francisco de la Cerda. Mediante el ejercicio del puesto de Sumiller de Corps desde noviembre de 1674, Medinaceli era la sombra de Carlos II, acompañándole desde que se levantaba hasta acostarse. Durante el año 1675 el Duque había acreditado su ascendiente en el ánimo regio, ingresando además en el Consejo de Estado. Tras la salida de Valenzuela, por fin encontraba un espacio propio en la Corte sin la injerencia directa del favorito de la Reina. A finales de diciembre de 1675 ya desplegaba su candidatura al valimiento de Carlos II. Como indicaba un consejero de Estado, Pedro Antonio de Aragón, tras una audiencia con los reyes Medinaceli se le acercó y "hablome como valido, y según lo que entiende se puede persuadir a que lo es". El favor del monarca auspiciaba el ascenso al valimiento. "El Rey le muestra cariño y confianza", indicaba Pedro Antonio de Aragón, quizás recordando su íntima cercanía con el malogrado príncipe Baltasar Carlos. Por enotnces, Medinaceli aspiraba a consolidar su elevación mediante la creación de una Junta de Estado compuesta de tres miembros: el Conde de Peñaranda, presidente del Consejo de Italia, el cardenal Pascual de Aragón, cardenal-arzobispo de Toledo, y él mismo. De este modo, el Duque trataba de fortalecer su posición en la Corte, cerrando tanto el paso a don Juan y Valenzuela, como al Conde de Villaumbrosa y el Marqués de Mejorada. Sin embargo, el plan de la junta se desvaneció por el rechazo del Cardenal. Durante el año 1676 fue constante la disyuntiva entre el modelo de la Junta de Estado con tres miembros y la opción por la figura de un Primer Ministro.

En enero de 1676 el Duque de Medinaceli veía con recelo la alianza política entre el Presidente del Consejo de Castilla y el Secretario del Despacho Universal, quienes mantenían frecuentes reuniones nocturnas. Al mismo tiempo, el Sumiller tenía que velar por mantener alejado de la Corte a Valenzuela. Según el Duque, éste era un "pícaro" y lamentaba que se hubiese quedado en España, "pero no se había podido más". Medinaceli utilizaba todo su ascendiente con el joven Rey para influirle en aborrecer a Valenzuela y don Juan. En febrero continuó la pugna entre el Sumiller de Corps, constante en la máxima de mantener a Valenzuela en el ostracismo, frente a los dos jefes de la Casa de la Reina, partidarios de su regreso. Tanto el Almirante de Castilla, caballerizo de la Reina, como su mayordomo mayor, el Duque de Alburquerque, realizaron gestiones respaldando el intento de doña Mariana de recuperar a su favorito. En el ámbito de las casas reales la cámara del Rey era el núcleo de la resistencia contra estos designios. Para los aristócratas que ostentaban la confianza de Carlos II, el retorno de Valenzuela equivalía a la incertidumbre y riesgo de precipicio. La muerte del Duque de Alburquerque el 26 de marzo fortaleció de forma paradójica a doña Mariana, ya que la mayoría de los aristócratas del Consejo de Estado ambicionaban el puesto de Mayordomo Mayor del Rey, y mientras durase la vacante se mostraban cautos en oponerse abiertamente a la Reina.

Durante la primera quincena de abril de 1676 Villaumbrosa, Mejorada y Medinaceli sumaron sus fuerzas para tratar de neutralizar la amenaza del regreso de Valenzuela a palacio. Los tres emplearon su influencia con Carlos II con el fin de bloquear las instancias de la Reina.  Con todo, incluso estando de incógnito, Valenzuela comenzó a sumar aliados entre la aristocracia cortesana. Tanto el Marqués de Astorga, que había sido Virrey de Nápoles, como el Conde de Aguilar, que tenía el mando del regimiento de la guarda del Rey, comenzaron a frecuentar su casa, al igual que el Almirante de Castilla. Por entonces, Valenzuela estaba acompañado constantemente por sus clientes, como José del Olmo y su sobrino Lucas Blanco, Alonso Guerrero, militar del regimiento de la Chamberga, Francisco Montero, jardinero mayor del Real Sitio de La Zarzuela, y Pedro Ribera, conductor de embajadores.

Con la llegada de la primavera, la Corte esperaba la tradicional jornada de los Reyes a Aranjuez para disfrutar de sus jardines y arboledas. La llegada de Valenzuela a Madrid había alterado los planes previstos. Desde su casa se solicitó licencia para besar la mano de los Reyes. La Reina apoyaba estas peticiones, pero Carlos II se resistió a acceder. La estrategia del Duque de Medinaceli consistió en que el Rey saliese de Madrid rumbo a Aranjuez, alejándolo de Valenzuela. Sin embargo, doña Mariana volvió a utilizar uno de sus recursos más frecuentes en coyunturas de tensión faccional, alegando que estaba indispuesta. Con el pretexto de su jaqueca pretendió posponer la jornada a Aranjuez, para obtener así más tiempo con el objetivo de someter la voluntad de su hijo. Carlos II forcejeó por mantener la salida, adelantando los preparativos y ordenando que partiese la caballeriza hacia el real sitio. El pulso continuaba dada la resistencia ofrecida por el Duque de Medinaceli y el Presidente del Consejo de Castilla a aceptar al entrada pública de Valenzuela en el Real Alcázar. Se sucedieron frecuentes reuniones del Sumiller de Corps con Jerónimo de Eguía, secretario de la Reina y comisionado por ésta para negociar un acuerdo. Finalmente, el 15 de abril el Rey cedió a las súplicas de su madre y aceptó retrasar la jornada a Aranjuez, admitiendo el argumento de que las copiosas lluvias y nieve embarazaban el desplazamiento. Esta resolución se interpretó en la Corte como la señal inequívoca de que doña Mariana imponía de nuevo su criterio en la Corte. Los aristócratas de la cámara del Rey volvían a fracasar en su intento de mantener la autonomía de Carlos II en la toma de decisiones que permitiese desplegar su influencia política.


CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

martes, 6 de octubre de 2015

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte III)

1. Palacio de la Alhambra, residencia de Fernando de Valenzuela durante su estancia en Granada.

A principios de 1676 Valenzuela llegó a Vélez Málaga, "a servir el Puesto de Capitán General de la Costa", como indicó en una carta dirigida al nuevo Duque de Pastrana, don Gregorio de Silva y Mendoza. En febrero y marzo residió en la ciudad de Granada ejerciendo el puesto de Capitán General de la Costa y Reino de Granada. El Marqués de Villasierra, como sus predecesores en el cargo, se albergó en el Palacio de La Alhambra. Durante las semanas que permaneció en Granada la tensión política se incrementó de forma sustancial en la ciudad. Valenzuela se enfrentó con el regimiento de la ciudad y con la Chancillería por cuestiones de tratamiento. No era nuevo que los capitanes generales chocasen con la Chancillería y el gobierno municipal por distintos motivos, incluida la superioridad municipal. En estas urbes los poderes togado, municipal, eclesiástico y militar rivalizaban por la precedencia, de acuerdo con los paradigmas consustanciales a las sociedades del Antiguo Régimen. En el caso de Valenzuela, el factor novedoso consistió es la ostentación pública del favor de la Reina.

Desde su estancia en Granada, se hizo manifiesta una nueva prioridad en la trayectoria de Valenzuela: la pugna por la preeminencia. Valenzuela había disfrutado en los últimos años de la minoría de edad de Carlos II de un poder cada vez más amplio. Había mediado en la provisión de puestos y mercedes, convirtiéndose en un elemento decisivo en la canalización del patronazgo regio. En un principio sus gestiones eran más o menos ocultas, dando lugar al apelativo de "duende" por el misterioso origen de la influencia en las decisiones de la Regente y por frecuentar a horas tardías la cámara de doña Mariana. Entre 1671 y 1672 Valenzuela era conocido sobre todo entre los negociantes y pretendientes del Real Alcázar, además de por los embajadores y representantes diplomáticos a los que trataba por su oficio de conductor. Desde 1673 comenzó su ascenso más público, en el ámbito de las casas reales. Entre 1674 y 1675 asumió su papel protagonista en la distribución del patronazgo regio. En su trayectoria en 1676 prevaleció el objetivo de pasar de ser árbitro de las mercedes a tener un cometido decisivo en la dirección política de la Monarquía. Valenzuela pretendía trasladarse de la esfera de patronazgo a la del gobierno universal. No bastaba con tener poder, sino que aspiraba a revestirlo de autoridad. Hasta entonces, los aristócratas, ministros y pretendientes identificaban a Valenzuela con la figura del medianero y conseguidor, un trujamán encumbrado por el favor de la Reina. Era la vía del oro, que le permitió lucrarse y acumular un patrimonio considerable. Pero desde noviembre de 1675, cuando recibió el título de Marqués, aspiraba a priorizar el honor sobre el útil. En 1676 la vía del oro se eclipsaba, mientras ascendía la retórica del servició a los reyes. El medianero del favor, optaba al ministerio supremo. El pícaro, como se le caricaturizaba en numerosos escritos, podía llegar a transformarse en primer ministro de la Monarquía.

La paradoja de esta metamorfosis era la debilidad latente de la posición de Valenzuela. El duende dependía del poder de su señora, la reina Mariana. Durante la minoría de edad del Rey, la Reina gobernadora asesorada por la Junta de Regencia tenía plena capacidad legal para ejercer la soberanía. El testamento de Felipe IV era la piedra angular del sistema de la Regencia. La Reina gobernadora, tutora y curadora, pero su posición jurídica era sólida frente a los intentos de don Juan José de Austria. A partir del 6 de noviembre de 1675 la situación había cambiado de forma irreversible. Aunque doña Mariana se hubiese impuesto en el pulso faccional, Carlos II ya era mayor de edad y comenzaba su gobierno personal. La prolongación de la labor de la Junta de Regencia y de los poderes de la Reina tan solo enmascaraban el hecho objetivo de que llegaban nuevos tiempos, en los que más tarde o más tarde se impondrían el soberano y su entorno. Desde la creación de la Casa del Rey en diciembre de 1674, se había configurado en torno a la cámara un partido del monarca, tejido en la complicidad cotidiana de Carlos II con su Sumiller de Corps, el VIII Duque de Medinaceli, y algunos de sus gentileshombres de cámara. Eran los "amigos" del Rey. Aristócratas interesados en las oportunidades que se habría con la mayoría de edad. La misma dinámica que había gestado valimientos cuando Felipe III y Felipe IV eran príncipes. El partido del Rey consideraba a Valenzuela un instrumento para obtener mercedes, una anomalía que quedaría atrás cuando Carlos II comenzase a tomar las decisiones por sí mismo. En 1676 cuando tuvo lugar el conflicto abierto entre el partido de la Reina y los hombres de confianza del Rey, a beneficio de terceros situados en la oposición política, como don Juan José y sus partidarios.

Cuando la tensión había alcanzado cotas máximas en Granada, el Marqués de Villasierra abandonó la ciudad pata regresar a la Corte, con el pretexto de recoger a su esposa. Con la entrada de incógnito de Valenzuela en Madrid a principios de abril de 1676 se inició un periodo decisivo en el reinado de Carlos II. La "execrable elevación" de Valenzuela como la denominaron los Grandes de España, duró ocho meses. En ese periodo se pusieron a prueba los mecanismos estructurales del gobierno de Corte. El Real Alcázar y los reales sitios se convirtieron en un laboratorio en el que se ensayaron diversas fórmulas políticas. Su interés radica en la versatilidad y complejidad del proceso que llevó a Valenzuela a ejercer el puesto de Primer Ministro, y en las fuerzas sociales que se movilizaron para acabar con el poder de la reina doña Mariana de Austria.

Fernando de Valenzuela era el favorito de la Regente, pero no gozaba de la gracia de Carlos II. A partir de abril de 1676 el diseño de doña Mariana fue reforzar el papel de Villasierra en las casas reales, como paso previo a su acceso al ministerio supremo.

A finales de marzo circulaban por la ciudad de Granada multitud de rumores sobre una posible partida del Capitán General. Valenzuela se ocupada de instrumentalizar estos rumores para desorientar la opinión común, dado que su criado más afín, Nicolás Ibáñez de Zabala, difundió la especie de que el destino era Cádiz, mientras que otros comentaban que regresaría a Vélez. El 27 de marzo a medianoche salió en caballo el Marqués de Villasierra del Palacio de La Alhambra, acompañado de su capellán y un séquito reducido, compuesto por sus cuatro criados, cuatro militares y seis soldados. Al día siguiente dos carrozas cargadas con su equipaje partieron del palacio hacia Madrid, siguiendo la ruta de Jaén. El destino de Villasierra era la Corte. Se llevaban todos sus vestidos y ropa "sin dejar en la ciudad ni un clavo", así como los animales de su caballeriza. El Capitán General no preveía regresar en una plazo corto a su destino militar en La Alhambra.

La ciudad de Granada amaneció inundada de especulaciones. ¿A dónde se dirigía Villasierra? Al confirmarse que el destino era Madrid, las conversaciones se centraron en el porvenir del conflictivo Marqués. Unos pensaban que intervendría en una junta sobre los enfrentamientos que habían tenido lugar con la Chancillería y el cabildo municipal, otros que ayudaría a preparar la jornada real a Aranjuez, y no faltaban quienes que consideraban que podía optar a la mayordomía mayor del Rey, dado que su titular, el Duque de Alburquerque estaba moribundo. El destino de Valenzuela en los mentideros granadinos se asociaba con los reales sitios y las jefaturas de las casas reales.

A mediados de marzo ya circulaban por Madrid rumores sobre la posible concesión a Villasierra de una licencia de dos meses para acercarse a la Corte. Durante los tres meses y medio de ausencia la Reina continuó guardando las espaldas a su criatura en el Real Alcázar y procurando su retorno. Ya desde finales de enero los negociantes advirtieron cómo doña Mariana retrasaba adoptar resoluciones en asuntos relevantes, como la promoción de nuevas Grandezas de España,a la espera de conocer el criterio de Valenzuela. Desde el Reino de Granada Valenzuela tejió una red de apoyos en el seno de la aristocracia cortesana que le permitiría sostener la opción del regreso.

CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.