miércoles, 29 de septiembre de 2010

EL PRIMER TRATADO DE PARTICIÓN DE LA MONARQUĺA HISPÁNICA: EL TRATADO DE GRÉMONVILLE (19 DE ENERO DE 1668)


Como se comentó durante la serie de entradas dedicadas a la Guerra de Devolución, Luis XIV llevó a cabo no solo una agresiva campaña militar, sino también diplomática con el objetivo de dejar aislada a la Monarquía Hispánica desde antes incluso del estallido del conflicto. Para ello se alió con numerosos príncipes del Imperio : el 12 de marzo de 1664 firmó un tratado con los electores de Brandeburgo y Sajonia; el 21 de julio de 1666 con el Duque de Neoburgo; el 22 de octubre siguiente con el Elector de Colonia; el 28 de febrero de 1667 con el de Maguncia; y, finalmente, otro con el Obispo de Münster el 4 de mayo de ese mismo año. En todos estos tratados Luis XIV se comprometía a pagar elevados subsidios a cambio de que los dichos príncipes se comprometieran a impedir el paso por su territorio de tropas imperiales en el caso que Leopoldo I se decidiese a socorrer a su sobrino Carlos II en los Países Bajos.

Sin embargo, el mayor golpe de efecto de Luis XIV fue ganarse al emperador Leopoldo I, impidiendo que que éste enviase socorros a su familia española y acordando con él el reparto de la herencia de Carlos II en caso de muerte prematura y sin herederos del Rey de España. El pacto entre ambos soberanos se ratificaría el 19 de enero de 1668 con la firma en Viena del llamado Tratado de Grémonville, nombre dado en honor del plenipotenciario de Luis XIV, Jacques Bretel, caballero de Grémonville (1).

El Tratado fue redactado de la manera suguiente:

En el preámbulo se nombraba a los plenipotenciarios: por parte del Emperador, Juan Weickard de Auersperg, duque de Munsterberg y Frankestein, conde de Thengen y príncipe del Imperio (2); por parte de Luis XIV, el ya citado Jacques Bretel, caballero de Grémonville.


- En el artículo I se daban las clásicas formas de estilo: habrá paz, amistad constante, alianza eterna, etc.

- En virtud del artículo II Cambrai, el Cambresis, el Ducado de Luxemburgo o en su lugar las Borgoña (Franco-Condado), Douai, Aire, Saint-Omer, Bergues y Furnes pasaban a la propiedad y señorío de Francia, la cual por su parte se comprometía a devolver todas las demás plazas de que se hiciera dueña durante el año anterior, menos Charleroi, cuya fortificación debía ser demolida. El Emperador a su vez se compromotía a empeñarse en convencer a su hermana, la reina regente doña Mariana de Austria, a ceder formalmente las plazas anteriormente mencionadas, y si en caso de aferrarse la Reina en su negativa, Luis XIV se comprometía a conquistar algunas poblaciones que correspondiesen, en virtud de la división acordada, al Emperador y a sus hijos y sucesores. Se obligaba el monarca francés a restituírselas sin exigir indemnización alguna por los gastos de la guerra. Además de esto, el Emperador prometía no prestar ayuda alguna a los españoles en la guerra de los Países Bajos; se reservaba, sin embargo, el derecho a socorrerles, si ésta se trasladaba a cualquier otro punto de la Monarquía Española.

- En el artículo III se acordaba la partición de la Monarquía Hispánica de la forma siguiente: para el Emperador los reinos de España (menos Navarra), las Indias, el Ducado de Milán, con el derecho a él inherente de la investidura del de Siena, del Marquesado del Finale, los puertos de Porto Longón, Porto Ercole, Orbetello (los llamados Presidios de Toscana) y demás del Mar de Liguria sometidos a la Corona de España, con todas sus dependencias; Cerdeña, las Islas Canarias y las Baleares.

Para el Rey de Francia los Países Bajos, incluída la Borgoña o Franco-Condado; las Islas Filipinas; el Reino de Navarra, con todas sus dependencias; el puerto de Rosas, con todas sus dependencias; las plazas del norte de África, y los reinos de Nápoles y Sicilia, con sus dependencias e islas adyacentes.

- El artículo IV estipulaba los socorros mutuos entre ambas potencias contratantes para conseguir la posesión de los señoríos que se habían adjudicado.

- En el artículo V quedaba convenido que este tratado duraría solo 6 años, espirando además, ipso iure, como si jamás hubiese existido, el mismo día del nacimiento de un primogénito del Rey de España. Sin embargo, se reservaban ambas partes contratantes la facultad de tratar y convenir durante estos seis años acerca de la prolongación del término de este tratado.

- El artículo VI hablaba de las ratificaciones del tratado.

- El artículo VII autorizaba el depósito en manos del Gran Duque de Toscana tanto de los documentos originales como de sus ratificaciones y actas de poderes, a pesar de que este artículo se reemplazó por otro separado, firmado el 28 de febrero de 1668, en que se renunciaba al depósito en manos del Gra Duque de Toscana y se convenía que cada soberano conservaría una copia de todo lo enunciado.

- En virtud del artículo VIII las dos potencias contratantes no podían, mientras durase el presente tratado, estipular ningún otro que fuera directa o indirectamente contrario a éste, si bien quedaban libres de adquirir a su placer o mediante tratados cuantos aliados quisiesen para cualquier otra guerra que no fuera la de los Países Bajos, debiendo entenderse que en nada se verían afectados, ni perderían por ello su vigor, los Tratados de los Pirineos (1659) y de Westfalia/Münster (1648).

- En el artículo IX y final se pactaba que en caso de llevarse a cabo el susodicho tratado, ambas partes contratantes o sus sucesores, solicitarían a un tiempo y por los trámites regulares la garantía del Sumo Pontífice, de los reyes de Inglaterra, Suencia y Dinamarca, de los electores y príncipes del Imperio, de la República de Venecia, del Duque de Saboya, del Gran Duque de Toscana, de los Cantones Suizos, de Génova, de las Provincias Unidas y de los demás que juzgares convenientes ambos contratantes cuando llegare la ocasión.


(Fechado en Viena, a 19 de enero de 1668).



Este tratado, en latín, se conserva en los archivos del Ministerio de Negocios Extranjeros de Francia.

Luis XIV lo ratificó el 20 de febrero, mientras que el Emperador lo firmó el 28 del mismo mes de 1668. La modificación del artículo VII fue igualmente consentida por ambos monarcas el 20 de marzo.

A pesar de todo lo dicho, Carlos II vivió aún 32 años más, por lo que todo lo acordado en este tratado quedó en agua de borrajas.



Fuentes principales:


* Molas Ribalta, Pere: “Austria en la orden del Toisón de Oro, siglos XVI-XVII”.


* “Historia política de la España moderna”. Barcelona, 1840.



Notas:


(1) Jacques Bretel, caballero de Grémonville (1625-1686), enviado extraordinario de Luis XIV ante el Empeador de 1664 a 1673.


(2) Juan Weickard de Auersperg (1615-1677), perteneciente a una importante familia del Ducado de Carniola (hoy Eslovenia), que había obtenido el rango de Conde del Imperio en 1630. Auersperg perteneció al Consejo privado desde 1646 hasta 1669. En 1650 fue investido caballero del Toisón. En 1653 obtuvo el título de conde para los dominios de Wels y Gottschee en Carniola. En 1653 se le nombró Príncipe de Imperio, en 1659 se le concedieron los Ducados de Munsterberg y Frankenstein en Silesia y en 1664 el condado de Thengen en Suabia. Era el Mayordomo Mayor del primogénito del emperador Fernando III, que debía ser Fernando IV, pero la muerte de este príncipe en 1654 truncó sus esperanzas de ser el primer Ministro. Auersperg no logró que el nuevo emperador Leopoldo I (1657-1705) le confirmara en el cargo de mayordomo mayor que había asumido en 1655. El nuevo soberano confirió este cargo a su propio mayordomo, el conde Juan Fernando de Porzia (1605-1665), de la nobleza del Friuli, al que hizo conceder el Toisón el mismo año 1657.

lunes, 27 de septiembre de 2010

LA INFANCIA DE CARLOS II (PARTE II)


Carlos II creció bajo la excesiva protección tanto de su madre doña Mariana de Austria, como de su aya, la Marquesa de los Vélez. Aquel niño enfermizo no tenía amigos de su edad, ni jugaba con nadie, ni aprendía, en consecuencia, a expresar una conducta social mínima. Sufría además de comportamientos violentos y de una conducta caprichosa. Su salud delicada impedía aplicar un programa educativo adecuado (1), donde los hábitos se habrían de adquirir en la repetición de todos los días.

Cuando el Rey-niño contó con seis años de edad y el retraso en su constitución psíquica y física habían causado ya dilaciones en su aprendizaje, se le buscó un preceptor. Así, el 5 de junio de 1667 se nombraba para este cargo a don Francisco Ramos del Manzano, un catedrático de la Universidad de Salamanca que contaba en aquel entonces con 63 años y que llevaba una larga vida de servicio a la Monarquía (2). Sin embargo, este docto hombre no resultó ser el pedagogo más adecuado para aquel problemático niño (3). Don Francisco escribiría en 1672 su famosa obra “Reinados de menor edad y de grandes reyes”, dedicado a la reina doña Mariana “para la lección del Rey”. Sin embargo, Ramos del Manzano, que en el ámbito universitario dio pruebas de austeridad y de moralidad intachable, fue un preceptor mediocre pues no supo, o no quiso, evitar el recurso al halago y a la ambición de la promesa, olvidando la disciplina que debería haber aplicado para con su regio alumno. Así, a los ocho años de edad, Carlos II apenas había conseguido trabar, en su tosca lectura, unas cuantas sencillas sílabas, mientras que su caligrafía era insegura y vacilante y sus hábitos de conducta continuaban siendo indignos de su regia naturaleza.

Carlos II creció caprichoso, a pesar de que la rígida etiqueta española le obligaba a contener los impulsos de su niñez triste y melancólica. Aprendió a querer y a odiar aquello que su madre y su aya amaban y odiaban; y por ello, para aquel niño, su hermano don Juan de Austria, era ruín y despreciable como manifestó cuando lo vio por primera vez en una audiencia celebrada el 11 de junio de 1667. Aquel día, cuando el bastardo inclinó su cabeza y se arrodilló para besar la regia mano, el Rey, de seis años de edad, le dio bruscamente la espalda. Desdén ofensivo que don Juan no perdonaría a su prima y madrasta doña Mariana. Sin embargo, y a pesar de todo, Carlos II fue de natural bondadoso aunque siempre se mostró veleidoso y voluble. En aquella “cárcel” que era el Real Alcázar de Madrid, apenas logró divertirse si no fue con la paciencia mansa de los enanos y hombres de placer de palacio o con el chismorreo atrevido de sus meninas adolescentes.

Tratado con con la reverencia de la majestad que le correspondía, Carlos apenas aprendió a controlar los impulsos de la pasión de mandar. Por los mismos accesos de violencia, ahora, en la infancia, ya se presagiaban los futuros momentos de cólera desatada que mostró en su madurez. El Duque de Maura escribía en su obra sobre Carlos II, que el Rey tuvo una educación “menguada” y que poseyó “como todos los humanos las cualidades de sus defectos”, porque siendo caprichoso algunas veces, fue constante; y, si perezoso y holgazán de ordinario, en algunos momentos se mostró trabajador y laborioso; y si iracundo, su más grave pecado, también fue compasivo y bueno. Pero en general, Carlos II no fue educado en el esfuerzo, y su voluntad no era activa, sino complaciente e impulsiva. Porque todo, a fin de cuentas, se puede resumir en que tuvo una protección exagerada, producto del miedo de una madre que sabía que su hijo era el único que podía garantizar la continuidad dinástica, continuidad de la que ella se erigió en la más ferviente defensora. Miedo, por tanto, de la madre-regente y de los médicos. Educación, por lo mismo, sin esfuerzo. Y parece ser que además su frágil naturaleza no soportaba bien los rigores del clima: el frío del riguroso invierno provocaba en él peligroso catarros; el calor del verano, alarmantes diarreas; y el viento fuerte le dañaba los ojos, y cualquier pequeño ejercicio físico le generaba calentura (4).


Fuente principal:

* Contreras, Jaime: "Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la Corte del último Austria". Temas de Hoy. Madrid, 2003.

Notas:

(1) El tema de la educación de Carlos II fue uno de los asuntos más demandados por su hermano don Juan de Austria en su ataques a la Regente, el cual se aplicaría enormemente en ello tras su subida al poder. Consúltese mi entrada “El concepto político de don Juan José de Austria: dinastía y absolutización del poder regio”.

(2) Espero publicar en breve una entrada dedicada a este personaje.

(3) Martínez Ruíz, Adolfo: “Francisco Ramos del Manzano y la educación de Carlos II”, Chronica Nova, 12 (1982), pp. 127-133.
(4) En una futura entrada me gustaría tratar de forma intensiva los problemas de salud de Carlos II.

sábado, 25 de septiembre de 2010

MARQUESADO DE LA GABACHADE

Collar de la Orden sin Nombre.


Esta entrada está dedicada a mi amiga Madame Minuet que en el día de hoy me ha investido con el collar de la orden que acaba de crear y que aún no dispone de nombre (pronto lo tendrá), además de otorgarme el Marquesado de la Gabachade, seguramente por mis méritos en el uso de la palabra "gabacho".

Os recomiendo a todos pasaros por su magnífico blog dedicado a las intrigas de la Corte de Luis XIV.

Madame, me pongo a sus pies y espero seguir siendo digno de tal distinción.


PS: si queréis leer la anterior entrada sobre el proyecto Brainstorm 3 y la infancia de Carlos II pinchad aquí.


PROYECTO BRAINSTORM 3: LA INFANCIA DE CARLOS II


Hace unos días el bloguero amigo Isra me proponía participar en su proyecto Brainstorm 3 en el cual ofrecía una serie de imágenes a elegir para posteriormente desarrollar una historia a partir de la misma. Yo con la intención de no salir del ámbito de mi blog, es decir el reinado de Carlos II, le pedí permiso para tomar y desarrollar la historia a partir de la imagen que veis en la parte superior donde se ve a una niña triste, fea (así reza el cartel: “ugly child”) y encerrada, lo cual me recordó a la infancia de Carlos II, niño enfermizo, melancólico y encerrado durante años entre las paredes del Real Alcázar de Madrid. Aquí va la narración de esta triste infancia:

Se acercó el Patriarca a la pila bautismal, subiendo los peldaños de un pequeño estrado, la Marquesa de los Vélez (1) entregó el niño a la infanta Margarita (2), ésta a su vez acompañada por el Duque de Alba, y más atrás, alineados, se colocaron los Grandes con el capillo, la vela, la toalla, el aguamanil y el enorme mazapán que traían unos criados del Duque del Infantado. “¿Cómo habrá de llamarse el catecúmeno?”, pregunto el Patriarca. “Carlos José y los demás nombres que en este papel se dicen”, contestó la Infanta. Leyó el maestro de ceremonias, en voz, alta la retahíla de nombres: Joaquín, Leonardo, Severo, Benito, Isidro,...hasta llegar a dieciséis. La expectación llegó al máximo cuando llegó el momento en que la cabeza del pequeño había de exponerse públicamente al recibir el agua bautismal. Se habían extendido rumores sobre la existencia de extrañas malformaciones en el cráneo del bautizado (3). Desde luego, el embajador francés, presente en la ceremonia, el arzobispo d’Embrun, muy próximo a los actores del acontecimiento, nada de extraño pudo apreciar, aunque lamentó profundamente la fugacidad de la ceremonia central. Por su parte, el embajador veneciano tampoco apreció nada raro. En cualquier caso, de la salud del Príncipe Carlos nada se sabía sino que crecía con normalidad. Eso sí, muy pocas eran las personas que podían afirmar haberlo visto libre de trabas y con la naturalidad de quien no tienr nada que ocultar. Por tanto, los más mal pensados mantenían, con lógica, que el niño tenía serios problemas de salud y eso, en aquellas circunstancias, era un asunto de extrema importancia.

Felipe IV y todos los responsables de Palacio habían extremado las medidas de protección. Alguien, con muy mala intención, había propagado el rumor de que Carlos había sido concebido en la última cópula que el Rey Planeta había podido realizar. También se decía que la Inquisición tenía prendida en Madrid a una mujer, vecina de Granada, que repetidamente había publicado en voz alta que ella misma había “ensayado” al Rey con múltiples maleficios. Por otra parte, los horóscopos, favorables en su mayoría al recién nacido, también expresaban que éste había llegado en mala hora, cuando la herencia que debía recoger estaba gravada por desastres naturales y derrotas de las armas hispanas en Europa, por la mala administración, por una aristocracia egoísta, por un pueblo holgazán y, en fin, por unos progenitores incapaces, por su voluntad endeble de ejercer con autoridad, la función que Dios les había encomendado (4).

El príncipe Carlos José, ya bautizado, volvió a sus habitaciones donde María González de Pizcueta, su primera ama de cría, lugareña de Fuencarral, le alimentó. Fue en aquella tarde del bautizo cuando la vida de aquella humilde mujer llegó a su cima más alta. Los Grandes y poderosos reconocieron y estimaron sus servios: el Patriarca, oficiante del bautizo, le ofreció 500 reales de a ocho, y otros tantos le dio la Marquesa de los Vélez. La reina doña Mariana, agradecida, le regaló un lazo de sesa y una bolda de doblones, por su parte, la infanta Margarita, como madrina, le entregó una joya de diamantes. María, la nodriza, agradeció aquellos regalos con el asombro de su natural condición.

(por desgracia la falta de tiempo debido al abundante trabajo durante esta semana me impide publicar la entrada de un tirón, por lo que espero publicar en el más breve período de tiempo posible la segunda parte...Isra, espero que podrás entenderlo).

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Fuente principal:

* Contreras, Jaime: "Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la Corte del último Austria". Temas de Hoy. Madrid, 2003.


Notas:

(1) Para saber más sobre la Marquesa de los Vélez, aya de Carlos II, consúltese mi entrada: “Las mujeres de la Corte (I): el Aya del Rey, Marquesa de los Vélez”.

(2) Para saber más sobre la infanta Margarita Teresa consúltense mis entradas: "La familia del Rey, los hermanos de Carlos II: Margarita Teresa de Austria".

(3) El embajador de Francia escribía a Luis XIV: “el príncipe parece bastante débil; muestra signos de degeneración: tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura” y más adelante, “asusta de feo”.

(4) Sin duda, se hace referencia a la delegación que del gobierno regio hizo Felipe IV en sus validos, en especial, el Conde-Duque de Olivares, pero también don Luis de Haro, sobrino del anterior.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

LAS GUERRAS DEL REINADO (II): LA GUERRA DE DEVOLUCIÓN (PARTE XIV y FINAL)

Alegoría del Tratado de Aquisgrán o de Aix-la-Chapelle, obra Chales le Brun.


El 15 de abril de 1668 se firmaban los preliminares de paz en Saint Germain-en-Laie, y poco después, el 2 de mayo de 1668, se refrendaba el Tratado de Aquisgrán. La “buena, firme y durable paz” (artículo I), en la que se reconocía especialmente, en su preámbulo, la mediación de la Santa Sede, acordaba que Francia abandonara el Franco Condado (artículo V), al mismo tiempo que conservaba las plazas conquistadas en la campaña de 1667: Lille, Bergues, Furnes, Armentières, Courtrai, Menin, Douai, Tournai, Oudenaarde, Ath, Binche y Charleroi, con todos los derechos (artículo III y IV). Ambas partes reconocían la plena vigencia del Tratado de los Pirineos (salvo lo que hacía referencia a Portugal) (artículo VIII).

Luis XIV vio este tratado, en sus “Memorias”, como un éxito que reforzaba sus fronteras:

Me di cuenta que esa compensación, por mediocre que pudiera parecer en relación con lo que podía conseguir por las armas era, sin embargo, más importante de lo que parecía, porque al serme cedida por un tratado voluntario, entrañaba un abandono secreto de las renuncias por las que los españoles pretendían excluir a la reina de todas las sucesiones de su casa; de que si me empeñaba entonces la guerra, la Liga que se formaría para sostenerla permanecería para siempre como una barrera opuestas a mis más legítimas pretensiones, mientras que si me acomodaba de buen grado, la disipaba desde su nacimiento y ganaba tiempo para provocar entre los liguistas asuntos que les impidieran mezclarse en otros que el tiempo me podía deparar; de que si no ocurriera nada nuevo, no me faltarían ocasiones para romper con España cuando quisiera; de que el Franco Condado que yo entregaba podía reducirse a tal estado que haría de mí su dueño en cualquier momento, y de que mis nuevas conquistas, bien aseguradas, me proporcionarían una entrada más segura en el resto de los Países Bajos; de que la paz me daría tiempo para fortalecerme cada día más en dinero, en barcos, en inteligencia y en todo lo que pueden aprovechar los ciudadanos de un príncipe consagrado a un Estado poderoso y rico” (1).

A pesar del optimismo del Rey, la formación de l Triple Alianza fue un duro golpe para Luis XIV y un éxito para el Gran Pensionario de Witt, pues, de hecho, aquella fue una alianza militar que presionó a Francia para firmar un compromiso humillante para Luis XIV, en lo que sería un anticipo del papel que Inglaterra tendría en la política de equilibrios del siglo XVIII. Para España, Aquisgrán fue un mal trago, aceptado a regañadientes, y supuso pérdidas muy importantes en los Países Bajos, aunque el resto de sus territorios permanecieron intactos. Pero también sirvió para fortalecer una política diplomática basada en la alianza con diferentes potencias para contener a Francia:

“…la experiencia ha dado a conocer - escribía el conde de Molina en 1668 - que no podemos mantenernos por nosotros mismos sin apoyos extranjeros, importa mucho el fortificarnos con tiempo de buenas alianzas, uniéndonos con todos aquellos que se interesan en oponerse a los ulteriores progresos de la Francia” (2).

En definitiva, Aquisgrán puso de manifiesto varias cosas:

1º Que España ya no tenía capacidad militar para enfrentarse a Francia sola.
2º Que para Francia la política de agresión había resultado fructífera.
3º Que para Francia su verdadero enemigo en la zona eran las Provincias Unidas.
4º Que el principal peligro para la independencia de los neerlandeses era Luis XIV.

La amenaza y el temor convivían en las palabras que Colbert escribía por aquellas fechas:

Del mismo modo que hemos aplastado a España por tierra debemos aplastar a Holanda por mar. Los holandeses no tienen derecho a usurpar todo el comercio […] sabiendo como sabemos que mientras sean los dueños del comercio, sus fuerzas navales continuarán aumentando y les harán tan poderosos que podrán asumir el papel de árbitros de la guerra en Europa y poner límites a los planes del rey” (3).

Los años que siguieron constataron cuál iba a ser el próximo objetivo del Cristianísimo...



Fuentes Principales:

* Rodríguez Hernández, José Antonio: “España, Flandes y la Guerra de Devolución (1667-1668). Guerra, reclutamiento y movilización para el mantenimiento de los Países Bajos Españoles”. Colección Adalid / Ministerio de Defensa, 2007.

* Usunáriz, Jesús María: “España y sus tratados internacionales: 1516-1700”. Ediciones Universidad de Navarra. Pamplona, 2006.


Notas:

(1) Citado por B. Bennassar en 1994, extraído de la obra escrita por Luis XIV: “Memorias sobre el arte de gobernar”. Fondo de Cultura Económica. México, 1989.

(2) Citado por María Virginia López-Cordón en 1995.

(3) Citado por Zeller, Gastón: “Los tiempos modernos”, en “Historia de las relaciones internacionales”. Madrid, 1960.

lunes, 20 de septiembre de 2010

LAS GUERRAS DEL REINADO (II): LA GUERRA DE DEVOLUCIÓN (PARTE XIII)

Carlos II y los firmantes de la Triple Alianza de La Haya.

El 23 de enero de 1668 se firmaba el Tratado de La Haya entre Inglaterra y las Provincias Unidas, al que más tarde, el 25 de abril, se uniría suecia. En principio, esta coalición, la llamada Triple Alianza, se presentó como un agente mediador que serviría para que España cediera un equivalente de los derechos de la reina de Francia María Teresa reclamados por Luis XIV y que constituían el “casus belli” de la Guerra de Devolución. Pero esta alianza era algo más, pues el tratado incluyó una cláusula secreta que acordaba que si Luis XIV seguía su avance los aliados se unirían para devolverle a las fronteras de 1659:

Si, contra toda esperanza, rehusare el rey Cristianísimo prometer el firmar el tratado de paz, luego que los españoles le cedan todos los lugares que les ha ocupado en la última expedición u otro equivalente igual en que se convenga por mutuo consentimiento, no cumpliere lo prometido o rehusare o despreciare las fianzas y seguridades expresadas en dicho tratado, las cuales son necesarias para evitar el temor que justísimamente se ha concebido de que el rey Cristianísimo haya mayores progresos con sus victoriosas armas en la mencionada Flandes, que en todos estos casos, como en el de que con otros pretextos o medios indirectos intente impedir o eludir la conclusión de la paz, la Inglaterra y las Provincias Unidas estarán obligadas, no solamente a unirse con el rey de España y a hacer la guerra contra Francia por tierra y mar, con todas sus fuerzas juntas, para obligarla a hacer la paz con las condiciones arriba dichas, sino también a continuar la guerra, en caso de que las armas tomadas por este fin sean favorecidas y protegidas de Dios; y parece conveniente de común consentimiento, hasta que se restituyan las cosas a aquel estado en que estuvieron en tiempo de la alianza concluida en los montes Pirineos en los confines de los dos reinos” (1).

Poco después pedían a Francia que frenase su avance y se ofrecían como mediadores para que España aceptase bien la cesión del Franco Condado, bien la de Luxemburgo, Cambrai, Douai, Saint-Omer, Bergues, Furnes y Linck.

La reacción de Luis XIV, indignado al conocer las cláusulas del Tratado de La Haya, fue doble. Por una parte lanzó una ofensiva diplomática: a través del Elector de Colonia hizo saber al Emperador su deseo de llegar a un acuerdo de reparto de la Monarquía Hispánica. Una idea que no era nueva, pues ya había sido planteada en 1663 por el Elector de Maguncia, Johann Philip von Schönborn. Esta propuesta, si bien al principio fue recibida con evasivas por Leopoldo I, poco después, interesado en frenar el avance francés pero sin contar con España, a la que había dado largas a sus peticiones de ayuda (2), acabó por aceptar. Ya en octubre de 1667 Hugo de Lionne, uno de los mayores panegiristas de Luis XIV, informaba que “el rey y el emperador están de acuerdo con una partición de sus futuros derechos, y para complacer al emperador Su Majestad quedará satisfecho de momento con lo que sus ejércitos tienen ocupado en Flandes” (3). Poco después París y Viena firmaban el Tratado de Grémonville de 19 de enero de 1668: en caso de muerte de Carlos II sin descendencia, el Emperador se haría con España, las Indias, Milán y el Marquesado de Finale, mientras que el Cristianísimo adquiriría la herencia borgoñona, es decir, Flandes y el Franco Condado, más Navarra, Nápoles y Sicilia, Rosas en Cataluña, las Islas Filipinas y las Plazas de norte de África (4).


La toma de Dole, obra de Adam Frans van der Meulen.


Por otra parte, Luis XIV lanzó una nueva ofensiva militar en el Franco Condado dirigida por el Príncipe de Condé: el Franco Condado era un pequeño territorio patrimonial de la Casa de Borgoña que pasó a la Casa de Austria por el matrimonio entre María de Borgoña y el emperador Maximiliano I, abuelo de Carlo V, y que hacia frontera con la Baja Borgoña francesa (5). Entre ambas Borgoñas siempre había habido un cierto pacto tácito de no agresión, no siempre respetado, pero que había hecho que la guerra no llegase a ellas y se situase siempre en frentes más alejados, con la excepción de la llamada “Guerra de los Diez Años” (1634-1644) (6), enmarcada en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la Guerra Hispano-Francesa (1635-1659). Pero el Gran Condé, Luis II de Borbón, necesitado de recuperar el favor perdido de Luis XIV tras los sucesos de la Fronda y conocedor de la situación del Franco Condado tras sus servicios en Flandes a favor de Felipe IV, propuso a la Corte francesa su conquista. Para ello, el mismo Condé encabezaría un pequeño ejército de 14.000 hombres y unas cuantas piezas de asedio que atacaría en pleno invierno para sorprender a las defensas hispanas y a su guarnición. Pero ya antes una masa de informadores, espías e ingenieros franceses habían tomado buena nota de las defensas del territorio, además de allanar el camino a la invasión.

En esos momentos la Borgoña apenas disponía de 644 soldados regulares encuadrados en las cuatro guarniciones y plazas fuertes, las de Besançon, Dole, Grai y el castillo de Toux, además de 1.000 soldados nuevos que debido a la guerra la provincia había levantado y pagaba a su costa, una dotación, sin duda, del todo insuficiente. Además existían pactos de ayuda en caso de guerra con los cantones suizos, llegándose a intentar por parte de la provincia la contratación de algunos regimientos mercenarios, pero nada se llegó a lograr a tiempo para frenar la invasión (7).


El 4 de febrero inició la invasión del Franco Condado. Como respuesta la población convocó el sistema feudal de movilización, el “arrierè-ban”, pero de nada sirvió. La dotación regular, menos de 2.000 hombres, junto con otros 7.000 milicianos convocados por la provincia, poco pudieron hacer para frenar la ofensiva francesa. La capital, Besançon, fue tomada por Condé en persona con solo 1.500 hombres y sin disparar un solo cañonazo. El resto de las ciudades más importantes cayeron en pocos días sin que la población opusiera resistencia. La única ciudad que trató de defenderse fue Dole, que se negó inicialmente a capitular, recordando su adhesión a España y el anterior sitio puesto a la plaza en 1636. Pero la acción de nada sirvió y ante la posibilidad de un asalto la ciudad se rindió al mismo Luis XIV en persona. En apenas dos semanas los franceses ocuparon el Franco Condado, llevándose como premio los 100.000 escudos del impuesto de la sal (8).

Sin duda, la resistencia de los habitantes del Franco Condado fue nula o casi inexistente, siendo en toda regla una campaña relámpago para la época. La ineptitud del Gobernador del territorio, Marqués de Yennes, fue crucial, pero también cabe decir que tuvo que lidiar con una provincia desunida y enfrentada entre sí, en una lucha entre las dos capitales rivales: Dole y Besançon. No se usaron las posibilidades de las milicias borgoñonas para cortar y ocupar los pasos montañosos, ni se destruyeron los puentes, de hecho los franceses se dividieron en pequeñas columnas para ocupar la provincia ante la falta de resistencia. Eso se podía haber evitado. Pero también es cierto que la provincia estaba desatendida y olvidada por la Monarquía, mal dotada de guarnición y mal comunicada con el resto de las posesiones hispanas.

Todas estas acciones inclinaron a la Triple Alianza a apoyar a España pidiendo un inmediato alto el fuego. Luis XIV, a pesar de su fuerza militar, non estaba preparado para hacer frente a una coalición europea, y se avino a aceptar la propuesta de la Santa Sede, que había realizado labores de mediación desde el inicio de la guerra, a través del nuncio Bargellini, y entabló negociaciones con España.





Fuentes Principales:


* Pernot, François: “La Franche-Comté espagnole à travers les archives de Simancas, une autre histoire des Franc-Comtais et de leurs relations avec l’Espagne de 1493 a 1678”. Presses Universitaires de Franche-Compté, 2003.

* Rodríguez Hernández, José Antonio: “España, Flandes y la Guerra de Devolución (1667-1668). Guerra, reclutamiento y movilización para el mantenimiento de los Países Bajos Españoles”. Colección Adalid / Ministerio de Defensa, 2007.

* Usunáriz, Jesús María: “España y sus tratados internacionales: 1516-1700”. Ediciones Universidad de Navarra. Pamplona, 2006.


Notas:

(1) Esta larga nota pertenece al artículo III de los artículos separados y secretos del Tratado de la Haya. Abreu, José Antonio: “Colección de tratados de paz, alianza, neutralidad, garantía, protección, tregua, mediación, accessión, reglamento de límites, comercio, navegación, etc. hechos por los pueblos, reyes y príncipes de España […] Reinado de señor Carlos II". Parte III, Madrid, 1752.

(2) Recuérdese que Leopoldo I era hermano de la regente doña Mariana de Austria y, por tanto, tío de Carlos II. El Emperador, pese a las continuas peticiones de ayuda, siempre dio largas a su familia de Madrid.

(3) Kamen, Henry: “España en la Europa de Luis XIV”, en “Historia de España Menéndez Pidal. XXVIII. La transición del siglo XVII al XVIII. Entre la decadencia y la reconstrucción”. Madrid, Espasa Calpe, 2000. Pag. 216.

(4) Este es, por tanto, el primer tratado de reparto de la Monarquía Hispánica y no, como afirman algunos historiadores, el de 1698 (Tratado de La Haya de 11 octubre de 1698). En total hubo tres: 1668, 1698 y 1700.

(5) Para saber más sobre el Franco Condado español léase Pernot, François: “La Franche-Comté espagnole à travers les archives de Simancas, une autre histoire des Franc-Comtais et de leurs relations avec l’Espagne de 1493 a 1678”. Presses Universitaires de Franche-Compté, 2003.

(6) Sobre la Guerra de los Diez Años consúltese Gérard Louis: “La guerre de Dix Ans (1634-1644)”. Presses Universitaires de Franche-Compté, 1998.

(7) Carta del Sr. Juan Bautista de Bateville, 24 de julio de 1667. Copia de la carta del Marqués de Yennes, Gobernador del Franco Condado, para el Marqués de Castel-Rodrigo, 15 de diciembre de 1667. A.G.S. Estado Leg. 2.106 y 2.107.

domingo, 19 de septiembre de 2010

HA MUERTO JOSÉ ANTONIO LABORDETA


Justo hoy que quería publicar una nueva entrada sobre la Guerra de Devolución, me he levantado con la noticia de la muerte de J. Antonio Labordeta, cantautor, político y escritor. Labordeta fue uno de los máximos representantes de la canción protesta en la España de finales del franquismo y en los últimos años había ejercido como diputado en el Congreso por la Chunta Aragonesista.

Aunque no comparta muchas de sus ideas políticas, creo que es una de las últimas personas decentes que quedaban en ese Congreso, que en teoría nos representa a todos los españoles. Sin embargo, lo más importante es que Labordeta fue una gran persona, amable y respetada por casi todos.

Descanse en paz.

Aquí una de sus canciones más hermosas convertida en el himno no oficial de Aragón, Canto a la Libertad:




CAROLVS II

sábado, 18 de septiembre de 2010

REINADO DE CARLOS II CUMPLE UN AÑO


Pues sí queridos amigos, este blog cumple hoy un año de vida. Cuando empecé a escribirlo, en ese ya lejano 18 de septiembre del año pasado, solo pretendía dar a conocer mi gran pasión que es la historia y en especial el período al que se hace referencia, es decir, el reinado de Carlos II, pero pensando que, como mucho, habría cuatro gatos más a los que les pudiese interesar este tema. Jamás imaginé una acogida como la que he tenido, sumando ya 175 seguidores y más de 14.000 visitas de todos los rincones del mundo (España, Paraguay, Argentina, Uruguay, Holanda, Francia, Australia,…) y todo gracias a vosotros, a Cayetano, Carmen, Jordi, Madame, Paco, Mathías, Gaucho, Juan, Hiperión, Javier, José Luis, Senovilla, Tellagorri, Isra, Old Nick, Rampjaar, Gema, Lady Caroline, Fidelissimus, Chevalier y tantos otros….a TODOS GRACIAS, sin vuestro apoyo, vuestros comentarios y vuestro interés probablemente perdería todo el entusiasmo que me lleva a escribir cada una de la entradas y dejaría mi pasión en tan sólo la lectura de mis libros y la investigación a nivel individual.

Gracias a este blog he llegado a conocer a grandes personas con la que mantengo contacto incluso más allá del mismo y por las que siento gran respeto y cariño a pesar de ser solo una amistad virtual, pero al fin y al cabo, siempre una amistad.

De nuevo GRACIAS A TODOS.


CAROLVS II

jueves, 16 de septiembre de 2010

LAS GUERRAS DEL REINADO (II): LA GUERRA DE DEVOLUCIÓN (PARTE XII)

Francisco de Moura Corterreal, III Marqués de Castel-Rodrigo, I Duque de Nocera, II Conde de Lumiares y gobernador de los Países Bajos de 1664 a 1668. Fue el principal mando español durante el conflicto.


Pese a los intentos del Marqués de Castel-Rodrigo, a lo largo del invierno los franceses, para dominar el comercio y las comunicaciones fluviales, se hicieron con el control de algunos puntos clave y nudos de comunicación de los canales flamencos. Este fue el caso de la toma del fuerte de Kenoque, puesto fortificado situado en la confluencia de los canales que iban de Ypres a Nieuwpoort, del interior a la costa. El fuerte era un bastión fortificado situado en una isla fácilmente defendible, desde la que se controlaban varias esclusas que permitían la navegación por los canales circundantes. A finales de enero de 1668 los franceses intentaron tomarlo por asalto, pero fueron rechazados por su escasa guarnición. No desistiendo de su empeño, las tropas galas volvieron días después con refuerzos y tres piezas de artillería, decididos a que el puesto cayera en sus manos. La guarnición se rindió después de resistir un duro asalto y bombardeo durante 5 horas, quedando como prisioneros de guerra. Con la caída de este puesto los españoles perdieron un importante nudo de comunicaciones, dificultándose mucho las comunicaciones entre Ypres y la costa (1).

Durante el mes de diciembre de 1667 la primera plaza en ser amenazada fue el castillo de Genap, ante el intento del nuevo gobernador francés de Binche de tomar por sorpresa la plaza. Pero aunque se llegaron a reunir en el Brabante valón 10.000 hombres, bastimentos y escalas para atacar la plaza, el ataque no se llegó a realizar. En ese momento los ojos de los franceses estaban puestos en zonas peor dotadas de guarnición ordinaria y, por lo tanto, más susceptibles de caer en su poder a un bajo coste. Este era el caso de Charlemont. Informados los franceses de los escasos soldados que mantenía el presidio intentaron sorprender el castillo. La fortificación había diso levantada en tiempo de Carlos V debido a su importancia estratégica y de control sobre las riveras del río Mosa, aunque el pueblo cercano de Givet apenas disponía de defensas. Los franceses intentaron asaltar Givet con la ayuda de escalas y mediante barcazas, pero la población se defendió, expulsando a los soldados franceses valerosamente, por lo que éstos se debieron retirar con notables bajas. Nuevamente la población mostraba su resistencia a los franceses, que se habían ganado el afecto de los habitantes ante sus continuas vejaciones, cargas, violencias y excesos. Castel-Rodrigo agradeció a la población su fidelidad, enviando refuerzos a la guarnición para intentar que no se volviera a repetir el asalto (2).

Pero durante el invierno, y pese a los temores de la toma por sorpresa de alguna plaza, los franceses sólo se hicieron con el control de algunos castillos menores y puestos fortificados de Hainaut que comunicaban Mons con Bruselas, aunque en repetidas ocasiones intentaron cortar las comunicaciones de la capital con el resto del país, creando en el gobierno una tensión continua. De esta manera se tuvieron que desviar hombres de la defensa de Bruselas hacia puestos avanzados y de comunicación, las guarniciones fronterizas y las ciudades de la retaguardia. Pero a lo largo del invierno ni Bruselas parecía a salvo de los ataques, ya que las partidas francesas encargadas de exigir contribuciones se llegaron a aventurar a pocos kilómetros de la capital. En este ambiente de tensión, a mediados del mes de enero los dos tercios de infantería española que estaban de guarnición en la ciudad permanecieron movilizados y pertrechados durante toda una noche debido a las sospechas de un ataque por sorpresa de los franceses, algo que nunca llegó a ocurrir. Durante estos meses los enfrentamientos fueron de carácter menor, casi todos escaramuzas a pequeña escala por el control de pequeños fuertes y pasos de comunicación, por lo que se deduce que los franceses no parecían disponer de medios humanos para llevar a cabo grande operaciones (3).

A partir de febrero, los franceses, alentados desde la Corte de París, intentaron nuevamente tomar algún puesto más en los Países Bajos ante las inminentes conversaciones de paz. Para ello recibieron refuerzos desde Francia y parte de las guarniciones de las plazas fuertes fueron reclamadas para formar un pequeño cuerpo de operaciones. La plaza que debía ser conquistada era Genap, pero en esos momentos se encontraba bien guarnecida ante la reciente entrada de refuerzos enviados desde Bruselas. Lo franceses movilizaron unos 6.000 hombres y 2 piezas de artillería para tomar Genap, pero durante seis semanas seguidas se habían producido copiosas lluvias en la zona, lo que impidió el movimiento de las tropas y, sobre todo, de la artillería. En marzo, los atacantes recibieron refuerzos y más artillería, por lo que finalmente se decidieron a poner sitio a la plaza, pese a que en ese momento ya se había decretado la suspensión de los enfrentamientos ante el inminente acuerdo de paz entre ambas Coronas. Los franceses se hicieron con la plaza a mediados de marzo. Después de 8 días de bombardeo y asedio sobre la fortificación, su guarnición optó por la rendición. En abril, conforme a la ilegalidad de la toma, Luis XIV debió devolver la plaza, restituyendo todos los pertrechos que había obtenido (4).

Los franceses intentaron igualmente sorprender y conquistar las fortificaciones hispanas de los Países Bajos gracias al espionaje y el sabotaje. Su red de informadores de informadores parece que era considerable pues sabían en muchos casos cuales eran las dotaciones reales de parte de las plazas fortificadas. En muchos casos éstos indicaban las plazas que se debían atacar, descubriéndose también intentos de sabotaje. Así, el gobernador de Mons descubrió una trama para volar los depósitos de municiones de la ciudad, aunque llegó a capturar a los responsables (5).

Por otra parte, durante este período destacó el papel de la caballería. Los enfrentamientos fueron siempre de escasa entidad, pero en ellos siempre sobresalieron las unidades montadas por su movilidad y mayor operatividad en las acciones de acoso y rodeo del enemigo. Mientras que la infantería era esencial para presidiar las plazas fuertes, la caballería, sobre todo en el caso hispano, lo era más que nunca para las acciones de socorro a alguna plaza, de protección de convoy y de acciones de hostigamiento. Las unidades de caballería hispanas fueron las que más se destacaron en hacer prisioneros a grupos de infantería francesa aislados y sin apoyo de caballería, a la par que siempre se usaron para convoyar a la unidades de infantería que se mandaban de refuerzo a las plazas fuertes más amenazadas o incluso se introducían en las plazas como socorro. La caballería acantonada en los puestos avanzados, como Mons, Cambrai o Ypres, realizó también funciones de protección sobre los pueblos y aldeas circundantes, intentando mantener alejados a los franceses que pedían contribuciones.

Esta casi exclusividad de las acciones de la caballería era en parte porque el gobierno de los Países Bajos sólo disponía de una reserva estratégica de jinetes cerca de Bruselas para hacer frente a cualquier imprevisto, debido a que tan siquiera contaba con la infantería necesaria para resguardar todos los puestos fortificados. En cuanto a la calidad de esta caballería hispana, cabe destacar que debía ser buena, como se aprecia en las escaramuzas de caballería libradas entre ambos bandos. En ellas, si el mando era bueno y la superioridad francesa no era aplastante, la victoria era casi segura.

Finalmente, si bien las tropas hispanas, tanto de infantería como de caballería, demostraron durante toda la campaña cierta veterana, al ser muchos oficiales y soldados veteranos de pasadas guerras, sus oponente galos no podían demostrar lo mismo. Las tropas francesas eran numerosas, pero aunque su caballería era buena y tenía la confianza de los mandos militares y del propio Rey, la infantería no estab tan bien vista. En sus memorias, Luis XIV decía que su infantería era nueva y nunca antes había visto la guerra, por lo que simplemente esperaba que fuera útil en los sitios. El ejército francés que emprendió la Guerra de Devolución no era, por tanto, muy experimentado, marcando esta acción bélica un antes y un después dentro del ejército de Luis XIV. A partir de este momento las tropas francesas adquirirían experiencia a todos los niveles, desde el militar al administrativo, algo que propiciará su predominio en los campos de batalla europeos hasta la Guerra de Sucesión Española.



Fuentes Principales:

* Rodríguez Hernández, José Antonio: “España, Flandes y la Guerra de Devolución (1667-1668). Guerra, reclutamiento y movilización para el mantenimiento de los Países Bajos Españoles”. Colección Adalid / Ministerio de Defensa, 2007.


Notas:

(1) Carta del Marqués de Castel-Rodrigo de 17 de enero de 1668. A.G.S. Estado Leg. 2.107.

(2) Avisos de Bruselas, 3, 10, 17, 24 y 31 de diciembre de 1667. A.S.V. Segretaria di Stato. Fiandra 55.

(3) Avisos de Bruselas, 7, 14 y 21 de enero de 1668. A.S.V. Segretaria di Stato. Fiandra 55.

(4) Avisos de Bruselas, 11, 18 de febrero y 3, 17 de marzo y 7 de abril de 1668. A.S.V. Segretaria di Stato. Fiandra 55.

(5) Avisos de Bruselas, 18 de febrero y 14 de abril de 1668. A.S.V. Segretaria di Stato. Fiandra 55.

martes, 14 de septiembre de 2010

LAS GUERRAS DEL REINADO (II): LA GUERRA DE DEVOLUCIÓN (PARTE XI)

Jean Charles Watteville de Joux, II Marqués de Conflans y I de Usiès (1628-1698).


En uno de los movimientos rutinarios de las tropas españolas, tres tercios de infantería muy reducidos en tropa, con unos 1.300 hombres entre valones y españoles, se dirigían de Valenciennes y Cambrai a Bruselas para tomar los cuarteles de invierno, conducidos por el Marqués de Conflans, Sargento General de Batalla. Escoltando a los infantes también iban de 300 a 400 jinetes alemanes. Pero las fuerzas hispanas fueron sorprendidas por unos 3.500 franceses, entre caballería y dragones, en las cercanías de Sognies, en un lugar llamado Minot. Los galos disponían de superioridad numérica y táctica, además del factor sorpresa, por lo que las tropas del Marqués de Conflans, pese a una gallarda defensa poco pudieron hacer. La caballería alemana fue cargada con ímpetu por los franceses, quedando desbaratada a las primeras de cambio, por lo que muchos de sus hombres abandonaron sus monturas, huyendo hacia un bosque cercano para salvar sus vidas, dejando desamparados a los infantes. La caballería francesa atacó a la infantería, pero ésta reaccionó, poniéndose rápidamente en orden de batalla en un prado cercano. Pese a las distintas tentativas de los franceses, que cargaron repetidamente contra las tropas españolas, éstas se defendieron brillantemente, usando el orden cerrado de sus picas y organizando mangas de mosqueteros que dieron buena cuenta de los franceses, hasta tal punto que repetidas veces su caballería fue desalojada del prado, con notables pérdidas. Pese a las largas horas de combate, los franceses sólo pudieron derrotar y capturar a una de las mangas de mosqueteros que se alejó demasiado del cuerpo principal de infantería, costándoles todos sus intentos más de 400 muertos. Al anochecer, la infantería hispana se escabulló entre los bosques, quedando fuera del alcance de los franceses, que habían capturado (según sus propias crónicas) a unos 400 hombres entre caballería e infantería, de los que se escaparon más de la mitad esa misma noche. En este enfrentamiento las tropas hispanas tuvieron algunas pérdidas entre muertos, heridos y, sobre todo, prisioneros, llegando a ser herido el propio Marqués de Conflans, y habiendo muerto el Teniente Coronel del regimiento alemán del Marqués de Baden, quedando prisioneros otros latos oficiales, aunque en total las bajas para el bando hispano no debieron ser elevadas (1).

Pese a la inferioridad numérica hispana, el gran problema del encuentro fue la disensión en el mando entre el Marqués de Conflans y el Marqués de Baden. El primero era el comandante de todas las tropas y el oficial de mayor graduación, un veterano que llevaba décadas al servicio de la Monarquía (2). En cambio, el Marqués de Baden era un coronel de dos regimientos de infantería y caballería alemana que habíha venido bajo su mando en 1665, enviados por el emperador tras la guerra con los turcos. Pese a su origen, estos dos regimientos eran tropas formadas por el Círculo de Borgoña transferidas a la defensa del Imperio. Ya antes el Marqués de Baden había representado sus quejas a Castel-Rodrigo, debido a que no quería estar al mando de ningún otro oficial superior, pretendiendo ser una fuerza independiente del resto del ejército, pese a tener solo el grado de coronel, algo que se le negó repetidamente. En esta ocasión seguramente sus ansias de mando y su desacato van a jugar un papel importante en la pequeña escaramuza (3).

Las discordias entre los mandos llegaron a tal punto que, ante las críticas vertidas por el Marqués de Baden, el Marqués de Conflans, pese a sus heridas, de forma caballeresca retó al alemán a un duelo a caballo por parejas. En este duelo salió vencedor Conflans, ya que él y su camarada hirieron con sus pistolas a Baden y a su acompañante, llegando a perder la mano el primero y quedando severamente herido su acompañante. Con esta acción Conflans dejó probado su valor y su carácter, pese a su derrota.

En los meses siguientes los franceses se dedicaron a exigir contribuciones en todo el territorio que controlaban (4), a la par que intentaban realizar alguna acción sorpresiva que culminara con un rápido asalto a alguna plaza escasamente defendida. Pero en general la mayor parte de las acciones del ejército francés se concentraron en la obtención de recursos. Por un edicto real, Luis XIV ordenó la confiscación de bienes y tierras a todos los que guardasen fidelidad al Rey de España, estableciendo que todo el mundo pagase contribuciones, incluso en las zonas que no pertenecían a su jurisdicción o que se habían adquirido recientemente. Los franceses exigían así que todos los habitantes de los Países Bajos debían pagar impuestos, implantando una economía de guerra en la que todo valía, usando como mejor baza el terror y la violencia organizada. Su ejército podía reclamar a su paso dinero y víveres, estableciendo duros correctivos sobre las poblaciones que no cumplían con sus exigencias (5).

El problema era que las contribuciones que pedían los franceses eran superiores a las posibilidades de muchos pueblos, por lo que algunos se negaron a pagar. De esta manera diversas poblaciones fueron quemadas para atemorizar al campesinado y hacer que todos se afanasen a contribuir con las peticiones económicas y materiales del ejército francés. Esto no solo perjudicaba a la población civil, sino que también impedía que muchos lugares entregasen sus impuestos al gobierno hispano, que no tenía caudales para pagar a sus propias tropas. La rapacidad francesa era extrema, siendo sus partidas militares un verdadero terror para los habitantes de los Países Bajos. A la llegada de los soldados franceses a las cercanías de las diversas poblaciones, los campesinos intentaban huir con sus familias y animales a lugares más seguros. Ni siquiera las tierras de la Iglesia se libraron de los saqueos, llegando a ser saqueada la Abadía de Afflinghen por haberse negado a aportar las contribuciones demandadas (6). Los franceses habían vuelto a usar unas formas de guerra algo incivilizadas, muy propias de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), pero que hacía tiempo que no se veían en los Países Bajos, ni siquiera durante la larga Guerra de los Ochenta Años que culminó con la independencia de las Provincias Unidas por el Tratado de Münster (1648) (7).

También los franceses intentaron controlar el beneficioso y fluido tráfico fluvial de los Países Bajos, incomodando a los habitantes en sus quehaceres comerciales. Conocedores de la importancia de los canales fluviales que comunicaban Gante, Bruselas y Amberes, en varias ocasiones intentaron controlar las esclusas y la confluencia de los enlaces de comunicaciones, por lo que en repetidas ocasiones las tropas hispanas debieron expulsarles hacia las zonas que controlaban. La osadía de los franceses era tal que 600 de ellos intentaron tomar el control del canal entre Bruselas y Amberes, bastante en el interior de la zona controlada por las tropas hispanas, imponiendo severas cargas sobre el transporte de las barcazas. Esto hizo que se debieran destinar tropas regulares a presidiar el paso de los canales, para asegurar los suministros militares y la adquisición de víveres por parte de la población.



Fuentes Principales:

* Rodríguez Hernández, José Antonio: “España, Flandes y la Guerra de Devolución (1667-1668). Guerra, reclutamiento y movilización para el mantenimiento de los Países Bajos Españoles”. Colección Adalid / Ministerio de Defensa, 2007.


Notas:

(1) Noticias de Bruselas, 2 de noviembre de 1667. Noticias de París, 4 de noviembre de 1667. B.N. ms. 2.396. Avisos de Bruselas, 29 de octubre de 1667. A.S.V. Segretaria di Stato. Fiandra 55.

(2) Una biografía aquí.

(3) Consulta del Consejo de Estado, 27 de mayo de 1664. Carta del Marqués de Castel Rodrigo de 6 de julio de 1667. A.G.S. Estado Leg. 2.103 y 2.106.

(4) Avisos de Bruselas, 5 y 19 de noviembre de 1667. A.S.V. Segretaria di Stato. Fiandra 55.

(5) Avisos de Bruselas, 12 de noviembre, 10 y 17 de diciembre de 1667. A.S.V. Segretaria di Stato. Fiandra 55.

(6) Avisos de Bruselas, 4 de febrero, 17 de marzo y 5 de mayo de 1668. A.S.V. Segretaria di Stato. Fiandra 55.

(7) Parker, Geoffrey: “La Revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800”. Madrid, 1990. Pp, 97-99.

domingo, 12 de septiembre de 2010

LAS GUERRAS DEL REINADO (II): LA GUERRA DE DEVOLUCIÓN (PARTE X)

Johan de Witt, Gran Pensionario de Holanda. Obra de Caspar Netscher. Rijkmuseum de Amsterdam (h. 1670).


Ante el imparable avance de las tropas de Luis XIV España solicitó, a través del embajador en las Provincias Unidas, Esteban de Gamarra, la ayuda de los holandeses. “Ya es tiempo de pensar (escribía Gamarra en su Memoria a los Estados Generales de mayo de 1667) en la defensa común”. Y añadía: “Los Señores Estados pueden bien considerar cuál es su intención (la de Luis XIV) y que tiene ánimo de sojuzgarnos primero a nosotros y después a ellos”. Sin embargo, las Provincias Unidas se negaron a ello lo que hizo que el gobernador de los Países Bajos, Marqués de Castel-Rodrigo, llegara a amenazar a los Estados Generales con la firma de una paz con Francia por la cual cederían al Cristianísimo los Países Bajos Españoles a cambio del Rosellón y la Baja Navarra, aunque tal posibilidad no fue nunca tomada en serio por el Gran Pensonario Johan de Witt, el hombre que dirigía la política holandesa por aquellos años (1). La diplomacia hispana llegó incluso a proponer la cesión a la República de las ciudades de Ostende, Brujas y Damme a cambio de tropas (2), aunque tales iniciativas fueron interrumpidas desde Madrid. A la desesperada, España intentó también un acuerdo ofensivo con los ingleses (se habló incluso de la cesión a éstos del puerto de Ostende), que fracasó por la pretensión inglesa de lograr concesiones ventajosas en el comercio con las Indias (3). De hecho, el tratado firmado el 23 de mayo de 1667 (4) entre las Coronas de España e Inglaterra y que estaría vigente durante 40 años, era exclusivamente comercial, aunque por un artículo secreto se comprometían ano ayudar a lo enemigos de ambas monarquías y sería la base para la amistad entre ambos estados durante décadas. Fruto de esta presión, España firmaría también, el 12 de febrero de 1668, el Tratado de Lisboa, que ya tratamos en la anterior serie sobre la guerra con Portugal (1640-1668), por el que se reconocía de manera oficial la independencia del país luso.

Para finales de 1667, como ya hemos visto en las anteriores entradas, las tropas francesas ya habían ocupado gran número de plazas en los Países Bajos, algo que puso en jaque a los neerlandeses. Como afirmaba el embajador inglés en La Haya, sir William Temple, “una vez Flandes en poder de Luis XIV, los holandeses considerarían que su país no sería más que una provincia de Francia”. Se inició entonces una intensa actividad diplomática dirigida por el Gran Pensionario de Witt, cuyo objetivo fue la formación de una liga de potencias lo suficientemente grande cómo para forzar a Luis XIV a llegar a un acuerdo con la Monarquía Hispánica, a cambio de que ésta cediera territorios en los Países Bajos, pero lo más alejados que se pudiera de la frontera de la República. La posición del Gran Pensionario no era fácil: por una parte, lo más lógico era la unión con los ingleses, con quienes se acababa de firmar la Paz de Breda (31 de julio de 1667), cediéndole los territorios americanos de Nueva Ámsterdam (actual Nueva York) y Delawere, a cambio de diferentes enclaves en la Costa de Oro africana y Surinam, pero no deseaba apoyarse en exclusiva en un Carlos II Estuardo poco fiable y demasiado afín a Luis XIV, de cuya financiación necesitaba para hacer frente a sus grandes deudas (5). Por otra parte, a pesar de la amenaza evidente, tampoco quería abandonar la alianza que desde 1662 tenían con Francia. De ahí que su estrategia fuera mantener la paz con Inglaterra al mismo tiempo que, con la presión de otros estados, convencía a Francia para que firmara la paz con España sobre la base de las conquistas realizadas.

Las acciones militares francesas también despertaron el recelo de los príncipe del Imperio que veían en éstas una amenaza. Para evitar la participación de los electores de Colonia, Maguncia y el Duque de Neoburgo, Luis XIV se vio obligado a renegociar los acuerdos que mantenía con estos príncipes y a desembolsar importantes cantidades de dinero.

Muy pronto comenzaron las conversaciones. Los españoles, encabezados por el embajador en La Haya, Esteban de Gamarra, deseaban lograr una alianza ofensiva-defensiva con las Provincias Unidas. El 27 de septiembre de 1667 Luis XIV propuso sus condiciones: exigía la entrega del Franco-Condado, Luxemburgo y diferentes plazas al sur de los Países Bajos (Cambrai y parte de Flandes) e incluso ofrecía una tregua hasta marzo mientras se discutían tales puntos. Los españoles, sin posibilidad alguna de hacer frente a la presión militar francesa, estaban dispuestos a aceptar, siempre que la reina María Teresa (hermana de Carlos II) renunciara (una vez más) a sus derechos sobre la Corona española y abandonara cualquier reclamación posterior, algo que Luis XIV no iba a estar dispuesto a aceptar. España llegó a proponer en octubre la firma de un tratado secreto que suponía la formación de una gran liga con el Emperador, Suecia, Inglaterra y las Provincias Unidas para frenar a Francia. De Witt no dejó de escuchar tal propuesta, un modo de ejercer presión psicológica sobre Francia, pero su intención estaba muy lejos de llegar a firmar cualquier acuerdo con España, y menos aún de intervenir en el conflicto.

Por lo que respecta a la situación militar, y pesar de las nuevas conversaciones diplomáticas que se estaban produciendo entre el resto de las potencias europeas para colaborar con la Monarquía Hispánica, el final de la campaña estaba muy lejos de llegar. Las hostilidades continuaron durante todo el invierno a pequeña escala, pese al frío y a las malas condiciones climáticas. Ante la falta de tropas, los movimientos de unidades hispanas de uno al otro lado del país para reforzar los enclaves más amenazados fueron constantes durante esta época, sobre todo en Hainaut y Luxemburgo, ante la presión contributiva de los franceses en la zona.



Fuentes Principales:

* Fernández Nadal, Carmen María: “La política exterior de la monarquía de Carlos II. El Consejo de Estado y la Embajada en Londres (1665-1700)”. Ateneo Jovellanos. Gijón, 2008.

* Israel, Jonathan I. : “The Dutch Republic: its rise, great Ness and fall, 1477-1806”. Oxford, Clarendon Press, 1995, pag. 780.

* Rodríguez Hernández, José Antonio: “España, Flandes y la Guerra de Devolución (1667-1668). Guerra, reclutamiento y movilización para el mantenimiento de los Países Bajos Españoles”. Colección Adalid / Ministerio de Defensa, 2007.

* Usunáriz, Jesús María: "España y sus tratados internacionales: 1516-1700". Ediciones Universidad de Navarra. Pamplona, 2006.


Notas:

(1) Israel, Jonathan I. : “The Dutch Republic: its rise, great Ness and fall, 1477-1806”. Oxford, Clarendon Press, 1995, pag. 780.

(2) Íbidem, pag. 781.

(3) Para más detalles sobre estas conversaciones consúltese Fernández Nadal, Carmen María: “La política exterior de la monarquía de Carlos II. El Consejo de Estado y la Embajada en Londres (1665-1700)”. Ateneo Jovellanos. Gijón, 2008.

(4) Íbidem, pag. 147.

(5) Íbidem, pp. 141-157.

sábado, 11 de septiembre de 2010

LA DIADA O LA GRAN MENTIRA DEL NACIONALISMO CATALÁN

Felipe V, rey legítimo de España.


Aprovechando el día de hoy, 11 de septiembre, en el que el nacionalismo catalán celebra la llamada “Diada” o “Día Nacional de Cataluña”, y aún saliéndome del tema principal de este blog a pesar de ser una consecuencia directa del reinado de Carlos II), me gustaría comentar algunas cuestiones sobre el asunto para desmentir y aclarar algunas de las cosas que en estos días escuchamos de boca de los políticos nacionalista catalanes y que, a los que somos apasionados de las historia, nos hacen chirriar los oídos. Dejo claro antes de empezar, y para que no surjan malentendidos, que ésta NO es una entrada anti-catalana sino anti-mentiras de nacionalismo catalanista.

No me detendré a comentar la GRAN MENTIRA de que Cataluña era un ente independiente hasta la toma de Barcelona por el Duque de Berwick el 11 de septiembre de 1714, durante la fase final de la Guerra de Sucesión a la Corona de España (1702-1715), pues creo que los que aquí me leen son bastante doctos en historia como para desmentir tal falacia. Baste sólo recordar el grandísimo esfuerzo que la Corona de Carlos II realizó para defender el Principado de las agresiones de Luis XIV durante todo su reinado...

Centrémonos pues en el momento sucesorio: el 1 de noviembre de 1700 moría Carlos II declarando como sucesor al Duque de Anjou, Felipe de Borbón, hijo segundo del Delfín de Francia y nieto de Luis XIV. El nuevo rey, Felipe V, de tan solo 17 años de edad, entró en España el 22 de enero de 1701 por Irún, llegando a la Villa y Corte de Madrid el 18 de febrero donde se alojaría en el Palacio del Buen Retiro, aunque la entrada oficial y triunfal no tendría lugar hasta el 14 de abril de ese mismo año. Comenzaba el reinado del primer Borbón en España.

Se puede afirmar que el testamento de Carlos II fue aceptado de manera general en todos los reinos de la Monarquía de España, aunque también es justo decir que inicialmente existió una cierta reticencia por parte de los estados de la Corona de Aragón por el secular enfrentamiento contra Francia, en especial en el frente pirenaico-catalán (aún estaba demasiado reciente la toma de Barcelona por parte de las tropas francesas en 1697 tras un durísimo asedio), y que veían ahora entronizarse al nieto del que tanto sufrimiento había generado, Luis XIV.

Otro elemento fundamental para entender a la Cataluña de la época es la pujante burguesía mercantil que se había ido desarrollando en el Principado a lo largo del reinado de Carlos II y que había logrado poco a poco hacerse con el control político y económico del territorio en alianza con las estructuras y redes político-económicas anglo-holandesas, desarrollando aquello que algunos han dado en llamar de forma equivocada “neoforalismo” (1). Entre estos mercantes y comerciantes destacan nombres como los de Narcís Feliú de la Penya (2), Josep Narcís, Joan Kies, Arnoldo Jäger, Mitford Crowe, Cristófol Lledó, Llorenç Lledó, Joan Llinàs, Onofre Sidós, Pau i Dalmases, Jaume Teixidor, Joan Bòria, Joan Lapeira, Amador Dalmau, Francesc Dalmau, Pere Dalmau, Joan Puigguriger, etc (3).

Sin embargo, se puede afirmar que la postura de Cataluña, y del resto de España, hacia el nuevo Rey fue de gran apoyo. Las manifestaciones populares y oficiales en su favor fueron generales y la literatura panegirista exaltó al nuevo monarca y a la nueva dinastía, salvando incluso el hecho de que Felipe V fuese francés. Así, el catalán Raymundo Costa escribía en su “Oración panegírica” (1701): “Felipe quinto para Cataluña no es extraño, sino patricio, Natural, y buen Catalán, quando la Sangre Real, que alienta sus venas ha salido de los cristales transparentes de esta perenne y clara fuente de Nobleza del Principado de Cataluña”. Por su parte, el también catalán Francesc Brú señala en su “Lamentación fúnebre” (1700): “el Rey es español por más que haya nacido en Francia. Porque los reyes toman la naturaleza de la Corona, no de la cuna; de los reinos en que mandan, no de las tierras en que nacieron [...] venga a España el serenísimo Felipe de Francia y será más español que nosotros, pues a nosotros nos hizo españoles la tierra, y a Felipe el Cielo, a nosotros la cuna y a Felipe la Corona”.

Desde la llamada “Acadèmia dels Desconfiats” (núcleo del austracismo), si bien se exaltaron las supuestas relaciones idílicas entre el Principado y el fallecido Carlos II, también se defendió al nuevo Rey. Los académicos aceptaron el Testamento Real como última muestra de fidelidad hacia el amado Carlos II. Este argumento de defensa del nuevo Rey se basaba sobre todo en el principio de la unidad e indivisibilidad de la Monarquía, que constituía el eje central del testamento carolino, pensándose que quién la podía defender mejor era la potencia más fuerte de ese momento, es decir, la Francia de Luis XIV, abuelo del nuevo monarca católico. El punto de referencia de este austracismo catalán fue, por tanto, la exaltación de España. Paradójicamente sólo entre declarados filipistas, como Pellicer y Copons o Josép Aparici, se glorificó a Cataluña.

Una de las obras cumbre de la “Acadèmia” fueron las “Nenias Reales” que lloraban la muerte de Carlos II. En ellas, el anteriormente citado Raymundo Costa, escribía que Carlos II había dado la corona a Felipe de Anjou para que la conservase unida como “cuerpo uno y sin división de partes [...] cuerpo político, civil y místico de España” que está de acuerdo en esta Sucesión. Pero a añadía que tal “cuerpo natural” de España tenía tres cabezas: el rey legítimo español y catalán, Felipe V; las Cortes de los reinos y la Fe.

En este ambiente las principales instituciones de Cataluña (el Consell del Cent, la Diputación General de Cataluña, la Universidad,...) no cesaron en hacer llegar al nuevo Rey la necesidad de su pronta venida y la exhortación a celebrar Cortes, lugar donde Felipe V debía jurar a sus reinos y éstos prestar juramento a su Rey. Así todo quedaría conforme al Testamento de Carlos II y a las leyes, fueros y privilegios de Cataluña. Además, con la llegada de Felipe V a España los comunes catalanes exaltaron los buena nueva con celebraciones de todo tipo, destacando entre todas ellas las “Festivas aclamaciones” celebradas en Barcelona por los representantes de las instituciones catalanas junto al virrey Conde de Palma, durante las cuales se leyeron romances, poemas, villancicos y letrillas de loa y alabanza a Felipe V.

Es en este contexto de regocijo por el nuevo Rey y de fidelidad hacia su persona, es cuando se produce la visita de Felipe V a Cataluña, visita que tendrá lugar del 24 de septiembre de 1701 al 8 de abril de 1702, con el objetivo principal de la celebración de Cortes. Cataluña esperaba llena de expectación la primera visita del nuevo Rey, una visita especialmente esperada, pues hacía setenta años, desde la visita de Felipe IV en 1632, que un soberano español no visitaba el Principado.

Felipe V debía hacer todo lo necesario para consolidar el trono recién heredado. Su abuelo Luis XIV le había aconsejado visitar inmediatamente los reinos de la Corona de Aragón para celebrar el preceptivo y recíproco juramento real en las Cortes. En la Corona de Castilla, tenida por más dócil, el día 8 de mayo se había realizado en la Iglesia de los Jerónimos de Madrid el juramento y pleito homenaje, pero se había evitado la reunión de Cortes, temidas como fuente de potenciales problemas y conflictos. Pero en la vida política de Cataluña, Aragón y Valencia, las Cortes eran esenciales y resultaba conveniente celebrarlas, aun a costa de los habituales riesgos y dificultades. Felipe V salió de Madrid con destino a Barcelona el 5 de septiembre. En su viaje pasó por Alcalá, Guadalajara, Torija, Algora, Alcolea, Maranchón, Tortuera, Used, Daroca, Cariñena, Muel, Zaragoza, a donde llegó el día 16 y donde permaneció hasta el 20 de septiembre, para después partir de nuevo rumbo a Villafranca, Pina, Bujaraloz, Fraga y Lérida, donde juró los privilegios de la ciudad. De allí a Cervera, en que se repitió la misma ceremonia, y a continuación Bellpuig, Igualada, Piera, Martorell y Barcelona. Durante todo el camino el paso del carruaje real atrajo a mucha gente. Las autoridades y el pueblo acudían a contemplar al nuevo soberano y a rendirle homenaje.

A medida que el Rey se iba acercando a la capital catalana aumentó el número de personalidades que se adelantaban a recibirle y darle la bienvenida: Universidad de Barcelona, oidores del General de Cataluña, el Consell de Cent, destacando el discurso del Conseller en Cap:

“Senyor, la Ciutat de Barcelona se postra humil als Reals peus de V.M. en protestació de son verdader rendiment, y ab expressió del imponderable jubilo ab que celebra lo feliz arribo de V.M. gloriantse de la ditxa li cap, que V.M. la favoresca ab sa Real presencia, y si be est tan rellevant favor, lo te sa innata fidelitat a agigantat […]”.

No faltaron tampoco las multitudes y las aclamaciones en el recibimiento dispensado al soberano, a lo largo del camino y en los alrededores de la ciudad. El relato publicado por la Diputació del General resaltaba las aclamaciones hechas a Felipe V cuando nada más llegar a Barcelona salió a saludar al balcón de palacio: “el numeroso concurso que llenaba la espaciosa plaza empezó en alegres y festivas afectuosas aclamaciones a repetir:Viva, viva nuestro Rey Felipe Quinto” [...] y sobre las voces echaban los sombreros al aire” (4). Sin embargo, el momento culminante se produjo con la entrada triunfante y solemne de Felipe V en la ciudad el día 2 de octubre, día en que toda la capital catalana se engalanó y mostró todos los esplendores del arte efímero barroco para aclamar a su nuevo Rey.

El día 4 se celebró el doble juramento recíproco del Rey y de los representantes del Principado. Felipe V juró las “Constitucions” de Cataluña y los catalanes le juraron fidelidad y le prestaron homenaje como su rey y señor. Finalmente, el día 12 de octubre tuvo lugar la inauguración de las Cortes catalanas que eran muy esperadas por no haberse celebrado desde 1599, bajo el reinado de Felipe III, pues las de 1626 (continuadas en 1632), ya bajo el reinado de Felipe IV, no llegaron a cerrarse

Las Cortes catalanas, inauguradas el 12 de octubre, estuvieron funcionando durante tres meses. Como era propio de las Cortes su funcionamiento consistía en una dura negociación, en que el Rey trataba de obtener los mayores recursos posibles a cambio de las menores concesiones y el Reino buscaba conseguir el máximo de leyes favorables a sus intereses políticos, económicos y sociales y el máximo de reparación de agravios cometidos, por el mínimo de donativo. Uno de los temas más calientes fue el asunto de las desinsaculaciones, por la que las Cortes reclamaban que Felipe V renunciara a la prerrogativa que, acabada la Guerra de Secesión Catalana en 1652 tras la toma de Barcelona por don Juan José de Austria, Felipe IV se había reservado, consistente en el poder de desinsacular sin juicio previo a los insaculados en las bolsas de la Diputació del General y del Consell de Cent. Se produjo un duro tira y afloja que tuvo como resultado la renuncia al tema de las desinsaculaciones por parte de las Cortes para salvar el resto de los pactado con el Rey. A pesar de esto, el balance de las Cortes resultó muy positivo para Cataluña, sobre todo teniendo en cuenta que hacia casi 100 años que no se celebraban. Uno de los aspectos más interesantes de estas Cortes fueron las reformas económicas, encaminadas a favorecer la recuperación catalana, ya en marcha, facilitando las actividades comerciales. Tres medidas destacaban por su importancia: la autorización para erigir una casa de puerto franco en Barcelona, el permiso para enviar cada año dos barcos catalanes a América (se rompía así el monopolio castellano con las Indias, secular reclamación de la Corona de Aragón y de Cataluña en particular) y la creación de una junta encargada de proyectar y fundar una Compañía Náutica Mercantil y Universal. Se daba, por tanto, satisfacción a la importante burguesía mercantil catalana citada anteriormente.

En compensación de todas estas concesiones reales, las Cortes catalanas otorgaron a Felipe V un donativo de un millón y medio de libras. Además, para celebrar la conclusión de las Cortes y premiar los servicios prestados, así como para estrechar los lazos de los catalanes con la Corona, el Rey concedió una serie de gracias a numerosas personas (títulos nobiliarios, privilegios de nobles, nombramientos como ciudadanos honrados, etc). Podemos decir, sin duda, que tanto desde el punto de vista de Felipe V como desde el punto de vista de los catalanes el balance de las Cortes de 1701-1702 fue claramente positivo.

En el Principado se produjo también el encuentro entre Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, tras su boda por poderes del 11 de septiembre en Turín. Nuevas celebraciones por la llegada de la Reina engalanarían la ciudad condal.

El 8 de abril de 1702, y obligado por el inicio de las acciones bélicas, Felipe V dejaba Barcelona poniendo rumbo a Italia en medio de un clima general de fidelidad y amor al monarca, hasta el punto que Feliú de la Penya señalaba que jamás vio tales muestras de amor hacia un rey (5).

Se puede afirmar, por tanto, que tras las Cortes la popularidad de Felipe V en Cataluña se había incrementado hasta niveles altísimos. De igual modo, cuando el 20 de diciembre de 1702 Felipe V regresó de Italia y entró en Barcelona fue recibido mejor que cuando llegó a la ciudad por primera vez para celebrar Cortes (6). El ambiente general era, por tanto, de optimismo y esperanza en el futuro y solo la guerra europea que había estallado ya en Italia, ensombrecía la situación. Nada hacia presagiar el estallido del conflicto civil en 1705.

¿Qué hizo por tanto estallar el conflicto y la desafección catalana? La respuesta es clara: el conflicto entre la camarilla reformista hispano-francesa de Felipe V y el “lobby” comercial catalano-anglo-holandés que veía con recelo las reformas que se querían imponer desde Madrid para modernizar el país, pues éstas podrían poner en peligro sus intereses económicos personales y de grupo, hecho que les llevó a romper con el felipismo reformista y a apoyar al archiduque Carlos de Austria como representante, al menos para ellos, del antiguo modelo “federal” de los Austrias, apoyando además a sus aliados comerciales Inglaterra y Holanda que habían tejido importantes redes clientelares y familiares en territorio catalán. En 1704, el archiduque Carlos desembarcó en Lisboa haciendo un llamamiento al pueblo español para alzarse contra Felipe V. Durante la segunda mitad de 1704 el soporte social del austracismo aumentó entre las élites sociales y políticas catalanas, valencianas y aragonesas e incluso en puntos de Castilla. Con la amplificación del ambiente austracista se extendieron las revueltas por Valencia y Cataluña, y los sediciosos fueron acercándose a Barcelona hasta sitiarla con la ayuda de la flota anglo-holandesa el 29 de agosto de 1705, hasta la capitulación el 9 de octubre de aquel año. Se iniciaba una guerra civil que habría de durar hasta 1715 con la caída de Mallorca.

Podemos concluir, por tanto, que Felipe V fue aceptado mayoritariamente en Cataluña y que fueron los intereses económico-personales de la élite catalano-anglo-holandesa los que arrastraron al resto del Principado a la rebelión y a una de las más terribles guerras que jamás asolaron suelo hispano, unas causas bien distintas de las esgrimidas por el nacionalismo catalán desde finales del siglo XIX, cuando inició a conmemorarse la Diada, en aquel tiempo de los nacionalismo decimonónicos radicales surgidos de las Revoluciones Industriales y el odio hacia la inmigración y el control del Estado, que fue otra de las causas del nacionalismo vasco de Sabino Arana.

La fauna político catalanista que cada año frecuenta esta "celebración" de la Diada.

Tras conocer la historia podéis juzgar muchas de las patrañas que los políticos catalanistas quieren hacer creer como la lucha nacional de Cataluña contra la opresión española y borbónica al pueblo catalán, cuando, sin embargo, fueron sus propias élites, por su egoísmo e intereses particulares, las que llevaron a Cataluña a perder sus libertades y todos los beneficios salidos de las Cortes de 1702, muy pero que muy ventajosas (es más fueron las Cortes más ventajosas de la historia moderna catalana) y a demonificar a un Rey que, sin embargo, había sido más generoso para con ellos que ningún otro en la historia. Sin embargo, tras la caída de Barcelona en 1714, Felipe V no se mostró tan comprensivo como lo había sido Felipe IV tras la reconquista de 1652, y por ello no perdonó tal desafección y traición a su persona tras todo lo hecho por Cataluña en las Cortes de 1702 y tras todos los juramentos de fidelidad hacia su real persona … se imponía la Nueva Planta.

PS: en breve publicaré la nueva entrada sobre la Guerra de Devolución.


Fuentes:

* Espino López, Antonio: “El frente catalán en la Guerra de los Nueve Años, 1689-1697”. Universidad Autónoma de Barcelona, 1994.

* Pérez Samper, Mª de los Angeles: “Felipe V en Barcelona: un futuro sin futuro”. Ediciones Universidad de Salamanca, 200.

* Peña Izquierdo, Antonio Ramón: “El Cardenal Portocarrero y el primer gobierno de Felipe V. (1698-1705)”. Universidad Autónoma de Barcelona, 2005.

* Reglà, J. : “Els virreis de Catalunya”. Vicens-Vives, 1980.



Notas:

(1) Este término fue acuñado por J. Reglá en su obra “Els virreis de Catalunya” (Vicens-Vives, 1980), aunque la actual historiografía tiende a dismitificar y tratar con cautela este término: García Cárcel, Espino López, Ragón y Cardoner, Peña Izquierdo, etc.

(2) Narcís Feliú de la Penya (o Narciso Feliú de la Peña) está considerado el ideólogo de este grupo mercantilista catalano-anglo-holandés con su obra “Fénix de Cataluña” (1683), aunque últimamente se está poniendo en duda la autoría del mismo.

(3) Peña Izquierdo, Antonio Ramón: “El Cardenal Portocarrero y el primer gobierno de Felipe V. (1698-1705)”. Universidad Autónoma de Barcelona, 2005.

(4) Festivas demonstraciones, pag. 19.

(5) Pérez Samper, Mª de los Angeles: “Felipe V en Barcelona: un futuro sin futuro”, pag. 104.

(6) Albareda, J: “El catalans i Felip V”.



Mandriles catalanistas radicales quemando una bandera de España y un retrato de S.M. el Rey durante la Diada (nótese la valentía con la que tapan sus rostros). Según recientes estudios de una prestigiosa universidad americana, ésto homínidos, tendrían un coeficiente intelectual del nivel de un Austrolopitecus.