lunes, 30 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (VI PARTE)

Las razones oficiales que se adujeron para justificar la marcha de doña Mariana a Toledo fueron por un lado la causa “legal”, es decir, su retiro estaba convenientemente estipulado en el testamento de Felipe IV (1), y por otro lado, la causa religiosa-histórica: la reina, a imitación de otros soberanos como Carlos I en Yuste, elegía libremente un retiro espiritual para descansar su alma de los achaques del gobierno. (2)

La Reina inició entonces un intercambio de ácidas cartas y agrios reproches con don Juan José y con su hijo en el inútil intento por recobrar su arrebatada posición, manteniendo al mismo tiempo un asiduo contacto con el Monasterio de las Descalzas Reales. Ilustres mujeres de la familia real profesaban en el convento, en aquellas fechas, sor Ana Dorotea de Austria, hija natural del emperador Rodolfo y sor Mariana de la Cruz, hija del Cardenal-Infante don Fernando de Austria (hermano de Felipe IV).

Doña Mariana, que tenía unas fluidas relaciones con sor Mariana de la Cruz y la abadesa del convento, desahogó su malestar por el alejamiento de su hijo intentando quizás recabar algo de apoyo para dar solución a aquel “desafuero”, que en nada podía agradar al emperador su hermano, en unas religiosas “imperiales” protectoras de la legitimidad dinástica de la reina Habsburgo. (3)

El 25 de febrero un hecho puso en alerta a la Corte: tras una visita a las Descalzas Reales, donde profesaba una hija de don Juan José, sor Margarita de la Cruz10, habida por el príncipe bastardo con la hija de José de Ribera, "lo Spagnoletto " don Juan José y su séquito recibieron unos disparos de unos enmascarados en su camino de regreso al Palacio del Buen Retiro. No apareció ningún indicio que relacionara el suceso con un intento de asesinato del nuevo valido de Carlos II por parte de la Reina y su círculo de las Descalzas Reales, sin embargo, todas las sospechas se dirigieron contra doña Mariana ya que era conocida su estrecha relación con las religiosas y la red de poder imperial a la que éstas pertenecían y servían desde hacía décadas. La salida de la Reina madre se hizo entonces acuciante y como el Alcázar de Toledo no estaba aún dispuesto para recibir a la madre del Rey, se decidió trasladar a la Reina al Palacio de Aranjuez a donde se dirigió el 2 de marzo de 1677.

Finalmente, el 31 de marzo, cuatro días después de lo previsto y a pesar del mal tiempo, la Reina fue enviada a Toledo donde fue convenientemente recibida y agasajada tanto por el pueblo como por las autoridades municipales.

Abandonada por su hijo en el Alcázar de Toledo, la Reina intentó por todos los medios a su alcance, comunicarse con él, con la esperanza de que una única mirada, palabra o gesto en una breve entrevista, lograra enternecer de nuevo su corazón y así renunciar a la fidelidad que ahora rendía a don Juan.

Con motivo de la “jornada de Aragón”, viaje previsto por don Juan José al reino foral para que Carlos II jurara los fueros, la reina pidió al embajador imperial conde de Harrach que durante su representación con don Juan le hiciera la petición de encontrarse con su hijo antes de que éste emprendiera tan largo viaje del que podía regresar enfermo o incluso moribundo. Sin embargo y como era prebisible, el nuevo valido no permitió tan peligroso encuentro para sus intereses.

En aquellos primeros meses de su encierro en el Alcázar toledano, uno de los asuntos que comenzaron a preocupar en el Consejo de Estado fue el matrimonio del joven rey, augurador de la indispensable descendencia que diese continuidad a la dinastía. El problema era buscar una candidata adecuada: ya en 1673, durante la embajada imperial del conde de Pötting, se había convenido que la mejor candidata era la archiduquesa María Antonia, hija del emperador Leopoldo I y de la fallecida emperatriz Margarita Teresa, hija de Mariana de Austria y hermana de Carlos II (4). Aquellas negociaciones matrimoniales se habían deliberado posteriormente en 1674 con el conde de Harrach (posterior embajador imperial) y los ministros españoles. Las opiniones por aquel entonces no fueron unánimes, aunque hubo una tendencia general a complacer los deseos de la Reina que, bien por su amor a la hija fenecida, bien por continuar la tradición matrimonial de las dos ramas Habsburgo, consideraba a María Antonia como la candidata más adecuada. Sin embargo, el cambio de gobierno acontecido con el “ministerio” de don Juan José truncó las esperanzas austriacas de conclusión de las negociaciones. Don Juan no estaba dispuesto a favorecer la entrada en la corte de una reina consorte austriaca que pudiera convertirse en pivote de la facción imperial.

Para evitar el fortalecimiento del partido de la reina madre don Juan consideró imprescindible buscar otra princesa ajena a la familia Habsburgo; el nombre de la princesa María Luisa de Orleáns , sobrina del rey Luis XIV, comenzó así a sonar en las sesiones del Consejo de Estado, haciendo perder votos a la candidata portuguesa del llamado "partido español".

Mariana luchó inútilmente durante aquellos primeros meses de encierro porque María Antonia se mantuviera como la prometida oficial de Carlos. Para ello escribió varias misivas a don Juan y a su hijo, y comunicó al emperador las intenciones del bastardo, con el fin de reafirmar su capacidad decisoria en tan delicado asunto de la política de la Monarquía.

A partir de 1678, doña Mariana comenzó a recuperar su capacidad de influencia, proceso paralelo al detrimento de la autoridad de don Juan José en la corte: la posición del bastardo en Madrid se había degradado en pocos meses. 1678 fue un año de fracasos para el hermanastro del Rey, cada vez más cansado y consciente de la inutilidad de su programa reformista y de la inapropiada política de concesión de mercedes que había practicado hasta la fecha. Su programa de reformas era demasiado ambicioso e idealista para una sociedad y economías inamovibles. Don Juan se encontró con la barrera de una nobleza negada a contribuir en los gastos de la Monarquía y que vio en los afanes reformistas del hermanastro del Rey, una amenaza para sus privilegios y haciendas. A este primer fracaso se sumó la firma de las paces de Nimega, en las que la Monarquía tuvo que plegarse a las imposiciones francesas. El matrimonio de María Luisa de Orleáns con Carlos II no suavizó la exigente actitud de un Luis XIV, que desoyó todas las súplicas españolas que clamaban por la posible restitución de alguna plaza de Flandes pero, sobre todo, del Franco Condado, territorio patrimonial de la Casa de Austria, que se perdió para siempre.
La críticas comenzaron a llover sobre el príncipe desde comienzos de 1679. La formación de la Casa de la Reina María Luisa fue un motivo más de descontento entre la nobleza, que observó con disgusto como los principales puestos eran encomendados a personas consideradas inadecuadas. El declive de don Juan José alivió las relaciones de la Reina madre que, en su residencia de Toledo, comenzó a recibir las visitas de importantes nobles desencantados de la política “juanista”, así como la del mismísimo embajador francés marqués de Villars.
El 17 de septiembre de 1679 fallecía don Juan José en el Alcázar de Madrid, víctima de una extraña enfermedad que hizo sospechar a los más suspicaces en un envenenamiento. Carlos ni siquiera quiso asistir a su hermanastro en sus horas finales, entusiasmado con la pronta llegada de su esposa a la corte, el adolescente monarca sólo podía pensar en su esperado matrimonio. Los sufrimientos de don Juan en el lecho de muerte poco le interesaron y además, temió al contagio contra el cual tanto le habían prevenido en su infancia y ahora juventud.
El fallecimiento de don Juan fue motivo de alegría y liberación para doña Mariana, que vio abrirse ante sus ojos el camino de vuelta a la corte, centro de poder, influencias e intrigas, lugar en el que le correspondía estar en calidad de reina madre. A finales de septiembre, Carlos II se dirigió hacia Toledo para ir a buscar a doña Mariana y conducirla a Madrid. Ambos entraron el 27 de ese mismo mes en la corte recibiendo los aplausos y los agasajos de nobleza y pueblo, siempre veleidosos según los vientos del interés. Madrid había cambiado, en la corte se esperaba con ansia la llegada de la prometida del Rey, María Luisa de Orleáns, que ya estaba de camino hacia su nuevo destino en tierras españolas.
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Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006.

(1) En el testamento de Felipe IV se estipulaba que el retiro de doña Mariana sería voluntario: "y si quiere retirarse para vivir en alguna ciudad de estos reynos, se la dara el gobierno dellos y de su tierra con la jurisdicción y esto lo cumpla cualquier de mis sucesores".
(2) Estas fueron las dos razones que se plasmaron en la crónica elaborada bajo los auspicios del Cardenal de Aragón para justificar la salida de la Corte de la reina doña Mariana, nada menos que la madre del Rey, viuda de Felipe IV e hija del emperador Fernando III.

(3) Mariana escribió el siguiente párrafo a sor Mariana de la Cruz:
"[…] con la ocasión de haverse servido Dios de llevarse para si a mi hijo a quien yo con tanto cariño y ternura amava, y por la gran falta que puede hacer a su persona, os aseguro que este golpe me tiene traspasado el coraçon y que he menester […] las asisteçias de Dios, para conformarme con su divina voluntad como lo deseo haçer con toda mi pasividad, pero el sentimiento, no puede dejar de ser muy grande, bendito sea Dios por todo […]. Deseo ir por alla, quanto antes, para consolarme con bos, que bien le necesito os aseguro, Dios os guarde de Palazio juebes 1677".

(4) La famosa infanta retratada en "Las Meninas".
* * La imagen es un grabado de mediados del siglo XVI que muestra la ciudad de Toledo y en el que se puede ver (detalle abajo a la derecha) el famoso Alcázar, que debía presentar un aspecto muy similar al que debió tener durante la estancia de doña Mariana de Austria de 1677 a 1679.

jueves, 19 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (V PARTE)

Tras la fallida jornada de don Juan José de Austria a Madrid, Carlos II aceptó la continuación de la Junta y el asesoramiento de su madre. Desde aquel día doña Mariana comprendió que se debía ejercer una exhaustiva vigilancia del comportamiento del Rey, encaminando sus decisiones y conduciéndolo a través de las tortuosas vías burocráticas del gobierno de la Monarquía, ya que de lo contraio el ánimo del Rey podría volverse de nuevo favorable a su hermano don Juan. Él y sólo él tenía en sus manos el gobierno de sus reinos, él era libre en dictaminar lo que le pareciere pues sólo tenía que rendir cuentas ante Dios; sin embargo, como todo rey justo, no debía despreciar los consejos de sus fieles vasallos: la experiencia de su madre y la buena disposición de sus ministros podían ser útiles a su persona en el gobierno de tan grande monarquía.

La imagen del rey niño comenzó a difundirse tras el bochornoso episodio de la fulminante llegada y salida de don Juan de la corte, ordenada por un don Carlos indeciso y sobretodo, apegado a las faldas de su madre. Los contrarios a la Reina madre utilizaron este argumento para deslegitimar a un gobierno “manejado” por una reina “ambiciosa” que quería continuar ejerciendo el poder.

Esta imagen apareció con claridad en el Libro nuevo Pérdida de España por Mariana, citado por el profesor Antonio Álvarez Ossorio-Alvariño en su artículo "El favor real: liberalidad del príncipe y jerarquía de la república 1665-1700”: "Ayer nació Carlos 2º el mayor Monarca del Mundo y a las seis de la tarde se declaró que era Niño". (1)

En el primer mes del gobierno de mayoridad, el Conde de Villaumbrosa, presidente del Consejo de Castilla, solicitó encarecidamente la ayuda de la reina madre en las sesiones de los viernes. Todo parece indicar que Villaumbrosa tenía dificultades para convencer a Carlos II, por lo que la presencia de doña Mariana podía dar más confianza al monarca. El conde pidió a doña Mariana lo siguiente: "que al Rey se le aliente en quanto a que haga juicio por si en lo que ocurre, si hubiere reparo advertírsele y encaminarlo mejor, si fuere bueno aplaudirle y cebarle con esto en el acierto" (2). El aviso era muy explícito: aleccionar con prudencia a un monarca inexperimentado e indeciso, una personalidad que no sorprendía a la vista de su anodino desarrollo; Carlos daba muestras de abulia y de impersonalidad, por lo que era incapaz de tomar resoluciones por sí mismo.

Existía la necesidad de controlar y dirigir al Rey en sus dictámentes; Carlos II se revelaba incapaz y así comenzaron a verlo cortesanos, nobleza y pueblo: un rey niño, hechizado o prisionero; “Rex Inutilis”. (3)
Tras el fallido intento de noviembre de 1675 de liberar al rey, Valenzuela fue enviado a Málaga con el puesto de Capitán General de las costas de Andalucía, para después pasar a Granada con el título de Capitán General de ese reino. Allí se instaló en la Alhambra e inició una desastrosa gestión que enervó al pueblo y a la nobleza. No obstante, en abril de 1676 Valenzuela regresó a la corte después del descontento provocado en Andalucía. La Reina recibió a su protegido con todos los honores y como una demostración de su triunfo sobre las rebeldías del pasado 6 de noviembre, lo colmó de prebendas: Valenzuela recuperó sus puestos cortesanos y en junio fue nombrado marqués de Villasierra. Todos estos hechos enfurecieron a una nobleza cada vez más consciente de sus responsabilidades políticas.
Ante esta situación, a principios de 1676 la nobleza de título comenzó un proceso de auto- convencimiento de su potencial político. Como parientes de reyes y príncipes que eran su sangre les capacitaba y les otorgaba derecho para dirigir los destinos de una monarquía sin cabeza que amenazaba con su naufragio; sólo la gran nobleza podía evitar aquel desastre. Panfletos y memoriales recogieron los derechos aducidos por la nobleza junto con las llamadas de atención a don Juan José, el príncipe salvador que debía aliarse con la alta aristocracia.
La situación estalló cuando el 2 de noviembre Valenzuela fue nombrado Grande de España por Carlos II en el transcurso de una cacería, aquel hecho inaudito, nunca antes conocido, terminó de convencer a los más precavidos… los "magnates" (como los llama Oliván Santaliestra) se atrevieron a desobedecer a la autoridad real enfrentándose a un favorito sin linaje.

Nobles-cortesanos que incluso debían sus puestos a Valenzuela y Grandes desatendidos por un rey “marioneta”, mantuvieron comunicaciones desde agosto de 1676 con el fin de elaborar estrategias de actuación para derrocar al valido y erigirse en los nuevos árbitros de la Monarquía. Así, la nobleza, de manera casi espontánea, se hizo dueña de la opinión pública y cortesana. No obstante, don Juan José de Austria era quien desde Zaragoza (donde de había recluido tras su fallido intento por alzarse con el poder) movía todos los hilos de la conspiración nobiliaria.

Como ha sido ya dicho, la situación estalló definitivamente cuando Valenzuela, fue nombrado Grande de España durante el desarrollo de una cacería en la que el adolescente Carlos II hirió en el pie al valido. Carlos quiso resolver el incidente con un gesto escandaloso que enervó a los nobles allí presentes: llamó a don Fernando y le pidió que cubriese su cabeza para nombrarle Grande de España, con derecho a compartir posición y privilegios con los más altos linajes de la
Monarquía.

Desde aquel bochornoso episodio, la gran nobleza, los cortesanos descontentos y don Juan, decidieron que Valenzuela debía ser expulsado de la corte y con él la Reina madre, su gran valedora y defensora ente los ojos del Rey.

El primer acto de rebeldía de la nobleza fue lo que Álvarez Ossorio denomina "la huelga de Grandes": los Grandes se negaron en rotundo a incluir a Valenzuela en su selecto círculo, así, en un acto de desobediencia al Rey, legitimado por su discurso de las leyes de la gracia, el día 4 de noviembre, honomástica del monarca, los Grandes dejaron a Valenzuela solo en el banco de la Capilla Real, reservado para las altas dignidades y, el día del cumpleaños del Rey, el 6 de noviembre, sólo acudieron a la ceremonia del besamanos cinco de los Grandes de la Monarquía como protesta ante el reciente ascenso del favorito. Por primera vez los nobles cortesanos manifestaban su descuerdo con la política regalista del monarca desatendiendo sus funciones y negándose a participar en el ceremonial cortesano, gran instrumento de domesticación nobiliaria y sin duda, la principal expresión del orden de la Monarquía.

Finalmente la nobleza firmó el llamado “Manifiesto de los Grandes” del 15 de diciembre de 1676 (4), que ratificaba la rebeldía de la nobleza y su respaldo incondicional a las milicias de don Juan José que se dirigían hacia Madrid con el objetivo de sacar a Valenzuela de la corte, tal y como ya habían hecho en febrero de 1669 con Nithard.

Don Fernando buscó inútilmente apoyos en los linajes no firmantes del manifiesto y en la persona real, que, debido a sus circunstancias, poco podía garantizar su protección. El Consejo de Castilla
solicitó la inmediata prisión de Valenzuela, a lo que ni la Reina ni el Rey se avinieron. Valenzuela decidió entonces ampararse en la jurisdicción eclesiástica del Real Monasterio de El Escorial, pero antes de que se cumpliera un mes de su al monasterio, un contingente de quinientos soldados liderados por el primogénito de la Casa de Alba y por el duque de Medinasidonia, se presentaron a las puertas de El Escorial solicitando la entrega inmediata de don Fernando de Valenzuela. Las negativas del prior y las amenazas de las penas que podían recaer en sus cuerpos y almas si se atrevían a profanar el templo, poco asustaron a los dos Grandes que, sin más miramientos y a pesar de la exposición del Santísimo Sacramento en la nave central de la Iglesia para contener una posible osadía, entraron armados en el templo y apresaron a don Fernando.

Valenzuela sería encerrado en el castillo de Consuegra por orden de don Juan y posteriormente enviado a las lejanas islas Filipinas para evitar que pudiera volver de nueva a la corte. Finalmente don Juan José de Austria consiguía su anhelado propósito: alzarse con el supremo poder de la Monarquía.

Tras alzarse con el poder Juan José de Austria vetó cualquier contacto entre la reina Mariana y su hijo, no accediendo tampoco a mantener una audiencia con ella:l miedo de don Juan a Mariana era evidente visto como fue capaz de desbaratar su anterior intento de conquista del poder. Ante esta situación el bastardo optó por el alejamiento inmediato de la corte de la Reina madre, a custodia de su persona y la emisión de una propaganda política que tergiversara la realidad de un obligado destierro.

Carlos II emitió el 17 de febrero de 1677 (5) su real orden para que la reina saliera inmediatamente de la corte para fijar su residencia en el Alcázar de Toledo; el Rey argumentó para ello que tal retiro estaba contenido en el testamento de Felipe IV y que ninguna excusa era válida para desoír la voluntad del fallecido rey.


(1) Desde aquí un sentido agradecimiento al profesor Álvarez Ossorio por haber despertado en mí el interés por el reinado del segundo Carlos.

(2) AGS. Estado, legajo 8817/11. Minuta del Presidente del Consejo de Castilla y del Consejo de Estado Junta de Gobierno del Reino fechada en Madrid el 3 de diciembre de 1675.

(3) Sobre la aplicación del concepto de "Rex Inutilis" a Carlos II léase Álvarez Ossorio: "El favor real: liberalidad del príncipe y jerarquía de la república 1665-1700”.

(4) Los firmantes fueron los duques del Infantado, Medina Sidonia, Alba, Osuna, Arcos, Pastrana, Camiña, Veragua, Gandía, Híjar, Terranova; los marqueses de Móndejar, Villena y Falces y los condes de Benavente, Altamira, Monterrey, Oñate y Lemos. Los únicos nobles importantes que no firmaron este manifiesto fueron el marqués de Leganés, el Duque de Medinaceli, el conde de Oropesa, el Almirante de Castilla, el Condestable de Castilla y los titulares de las familias Velasco, Moncada, Enríquez, Cerda y Zúñiga.

(5) En otras fuentes consultadas la fecha es 14 de febrero, día en el que Carlos II despacha una cédula a la ciudad de Toledo informando que su madre, doña Mariana de Austria, se trasladaba a vivir al alcázar.

Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Fernando de Valenzuela: orígenes, ascenso y caída de un Duende de la Corte del Rey Hechizado". Universidad Rey Juan Carlos. 2008

domingo, 15 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (IV PARTE)

Todo parece indicar que don Fernando de Valenzuela, nombrado conductor de embajadores en 1671, se había ya ganado el afecto político y personal de la Reina hacia 1672.

El mote con el que don Fernando fue bautizado en Palacio, el “duende”, encierra el misterio de su favor frente a la Regente. Parece ser que fue su facilidad para averiguar y transmitir a ésta todos los secretos y medias verdades que circulaban por el Alcázar y aún por la Villa y Corte, lo que realmente cautivó a doña Mariana. La facultad del espionaje se convirtió en la principal razón de sus continuados ascensos. Aunque, según Oliván Santaliestra, sería posible justificar el encumbramiento de Valenzuela por el miedo general de la Regente a un entorno hostil: el temor a la gran nobleza encabezada por don Juan José de Austria, al desprestigio real o incluso a la soledad. La reina, a la altura de la década de los setenta, sintió un profundo aislamiento del que hizo responsable a la gran nobleza: ella siempre había desconfiado de los nobles que la rodeaban y en esos momentos, más que nunca, el distanciamiento se acentuó dejándola en una soledad que quiso solucionar con un personaje que pudiera suministrarle toda la información que en la Corte no le era comunicada. Doña Mariana sintió una imperiosa necesidad de conocer todas las intrigas que se sucedían a su alrededor, ya que, encerrada en sí misma y alejada de la nobleza, no podía llegar a las fuentes de información referentes a los movimientos de los grupos cortesanos o a las críticas efectuadas contra su gobierno. La Reina vivía en un constante temor, y saber lo que acontecía a sus espaldas era de sumo valor para la conservación de su poder, por ello confió tanto en Valenzuela, que tenía esa habilidad de descubrir los más insospechados “secretos”.

Fuera por este o por otros motivos, el caso es que Valenzuela se ganó la voluntad de la Reina aunque ésta no fue lo suficientemente suspicaz como para frenar un ascenso, que sólo contribuyó a minar su poder. Sin duda, todas las medidas adoptadas por la Reina para paliar el temor que la abrumaba, fracasaron, y aún empeoraron la situación al desprestigiar irremediablemente su figura.

El advenimiento y vertiginoso ascenso de Valezuela provocaron una nueva campaña de opinión pública en la que los panfletos volvieron a inundar las calles de Madrid ridiculizando al favorito. Aquellas hojas volanderas contenían críticas contra un cortesano cuyo principal crimen era el haber escalado puestos sin méritos aparentes. De nuevo la nobleza y un sector del clero volcaron sus frustraciones políticas sobre un valido vez de porte presumido y política criticada como demagógica, pues la celebración de fastuosos espectáculos teatrales y taurinos fue su magistral fórmula para aplacar los ánimos populares y mantener al joven rey entretenido. Sin embargo, todo este boato de corte en unos momentos de crisis financiera, trató de satisfacer tanto las necesidades de reputación de una monarquía en constante competencia con los lujos de las cortes europeas, como las propias aspiraciones personales de un Valenzuela que quiso integrarse en un mundo de fuertes envidias políticas haciéndose partícipe de la cultura de los más altos magnates de la corte de Madrid (1). Sin embargo, el favorito de bajos orígenes fue duramente vilipendiado por aquellos Grandes de los que con tanta ansia esperaba una aceptación.

Estos ataques no se limitaron a la política de congratulaciones festivas con el rey: su programa de venta de cargos para aliviar las deudas reales, unido a su escandaloso ascenso ante el abismo existente entre su condición social y los cargos obtenidos, actuaron como una ofensa difícilmente perdonable por la alta nobleza.

Sin embargo, Valenzuela no tuvo fracasos sonados y tampoco ejerció un poder político inusitado como se ha querido ver. Si Valenzuela cobró protagonismo fue por convertirse a finales de la regencia, en la representación en persona de lo que los nobles consideraban una injusta repartición de mercedes por parte de la persona real.

En 1674 y ante la cercana mayoría de edad de Carlos II, estipulada por Felipe IV a los 14 años y que llegaría en 1675, se formó la Casa del Rey, cuyos nombramientos enervaron aún más a la gran nobleza.

Conforme se acercaba se acercaba la fecha de la mayoría de edad del Rey Carlos (6 de noviembre de 1675) crecía la tensión política que se vivía en la Corte, donde todo el mundo tomaba posiciones. Mariana de Austria deseaba por encima de cualquier otra consideración, que cuando llegase ese momento el hermano del Rey, don Juan José de Austria, estuviese lejos de Madrid y, si ellos fuese posible, de tierras ibéricas.

La Regente era consciente de que las grandes limitaciones de Carlos seguramente iban a impedirle gobernar con su propio discernimiento: su hijo podía ser una fácil víctima de aquellos nobles ambiciosos de los que doña Mariana. Además en aquellas fechas comenzó a percibirse en el comportamiento de Carlos II cambios, unidos sin duda a la adolescencia, que no tardarían en manifestarse en una abierta rebeldía del mismo contra la autoridad materna.

Mientras todo esto sucedía, estaba comenzando a dar sur frutos una trama urdida por los "descontentos" que, amparados y apoyados por don Juan José de Austria, que era quien en realidad movía todos los hilos de la conjura, querían ganarse la voluntad de Carlos II y, con el pretexto de liberarlo del cautiverio de su madre, poner fin a los desagravios e injusticias que el gobierno de la Regente había cometido contra ellos. La mayoría de edad del Rey era la única esperanza para cambiar el rumbo de una política cortesana de abusos, basada en un patronazgo ilegítimo y mal administrado. Sólo la voluntad del monarca que ahora iba asumir sus funciones podía corregir los desvíos de una madre excesivamente protectora: los conjurados ofrecían a aquel adolescente en plena edad de la rebeldía liberarse de las ataduras de una madre posesiva.

Don Juan había acercado hacía su causa a aquellas personas más cercanas a su hermano. estos personajes le presentarían ante Carlos II como el único con capacidad, experiencia y méritos demostrados, para sacar adelante a la Monarquía. Don Juan debió aparecer ante la infantil mente de Carlos II como una especie de héroe.

En este ambiente, doña Mariana trató de encontrar la manera legal de seguir asesorando a su hijo después del cumplimiento de su mayoría de edad; así el día 4 de noviembre de ese año de 1675, dos días antes del esperado cumpleaños del Rey, el secretario de la Junta emitió un decreto a Carlos II por el que ésta se auto-prorrogaba dos años más en sus funciones ante la falta de capacidad del Rey para gobernar. Pero Carlos, aquel adolescente testarudo, y ahora moldeado por los discursos de los conjurados, asombró a todos por su rebeldía y se negó a firmar. Don Juan José ya había recibido por aquel entonces una orden de su hermano Carlos II solicitando su presencia en la corte el día seis de noviembre, día de su cumpleaños: "Día seis, juro y entro al gobierno de mis Estados. Necesito de vuestra persona a mi lado para esta función y despedirme de la Reina, mi Señora y madre. Y así miércoles, a las diez y tres cuartos os hallaréis en mi antecámara, y os encargo el secreto" (2)

El 6 de noviembre don Juan, según lo acordado, llegó al Alcázar entre los vítores y alabanzas del pueblo. Pronto acudió a su cita, pues la entrevista con el monarca estaba fijada para poco antes de las once de la mañana. Conducido por el conde de Medellín a través de las habitaciones reales, entró en la cámara del Rey donde se produjo un emotivo encuentro en el que seguramente se intercambiaron palabras de agradecimiento y compromiso. La hora de la misa a la que iban a asistir todos los Grandes interrumpió la entrevista de rey y bastardo; Carlos indicó a su hermano que se dirigiera al Palacio del Buen Retiro y que esperara sus órdenes. Acto seguido se dirigió a la Capilla de Palacio. Doña Mariana, que no se encontraba allí, seguramente enferma por la mala noche pasada y los nervios de la llegada de don Juan José, se había excusado y recluido en sus habitaciones en espera de lo que pudiera suceder. Tras la misa y el “Te Deum”, Carlos se dirigió hacia la cámara de su madre para recibir la felicitación por su catorceavo cumpleaños. Doña Mariana reprendió a su hijo por su comportamiento infantil y desobediente y al final de la reunión entre madre e hijo, con claros síntomas en el rostro de la tensión vivida y de las lágrimas vertidas, Carlos II dió marcha atrás en su decisión de amparar a su hermano don Juan y, por recomendación de su madre, le ordenó que marchase con destino a Mesina (Sicilia) aduciendo que ese era el mayor servicio que podía prestar a su real persona. La decepción de don Juan José debió de ser grande cuando recibió aquella misiva, sin duda, el Rey se había dejado influenciar por su madre; poco podía hacerse tras aquel comunicado, pues en la voluntad del monarca empezaba y acababa toda esperanza política: don Juan y el resto de conspiradores se vieron obligados a salir de la corte a la espera de otras oportunidades.

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(1) Sobre las intenciones políticas de don Fernando de Valenzuela a través de la celebración de grandiosos espectáculos teatrales véase Sanz Ayán, Carmen; "Pedagogía de reyes : el teatro palaciego en el reinado de Carlos II. Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia".

(2) Sobre esta instrucción secreta consúltese la obra de Gabriel de Maura: "Vida y reinado de Carlos".

Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio: "Fernando de Valenzuela: orígenes, ascenso y caída de un Duende de la Corte del Rey Hechizado". Universidad Rey Juan Carlos. 2008


miércoles, 11 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (III PARTE)

Como se comentó en la anterior entrada, si la regencia de doña Mariana de Austria había nacido ya debilitada debido a los conflictos entre la Junta de Regencia y el Consejo de Estado, a lo que se sumaban la debilidad intrínseca de un "gobierno mujeril", así como a la lucha entre facciones cortesanas; el valimiento del padre jesuita austríaco Juan Everardo Nithard no hizo sino ahondar en el descrédito de la regente.

Cuando se abrió el testamento de Felipe IV, uno de los miembros de la Junta, el Arzobispado de Toledo, cardenal Baltasar Moscoso y Sandoval ya había fallecido, muerto sólo unas horas antes que Felipe IV. La reina hubo de buscar soluciones y con la intención de dejar vacante el puesto de Inquisidor General, obligó a don Pascual de Aragón a ocupar el arzobispado de Toledo. De este modo el puesto de inquisidor quedó libre para ser copado por su confesor, el padre Nithard. (1)

Una vez conseguida la destitución de don Pascual de Aragón, el segundo paso fue naturalizar castellano al jesuita pues un extranjero no podía alcanzar el puesto de Inquisidor General, lo que consiguió después de complicadas negociaciones con las diferentes ciudades con voto en Cortes.

Concluidas estas complicadas negociaciones que enfrentaron a la reina regente con poderes religiosos y municipales, faltaba un único paso para sellar la empresa iniciada: Nithard, como padre jesuita y, por tanto, debido a las reglas de su compañía no podía aceptar cargo alguno sin el consentimiento del Sumo Pontífice: sólo la autoridad papal podía salvar esta última traba. La reina no dudó entonces en dirigirse al papa Alejandro VII, quien eximió a Nithard de su voto jesuítico, que le impedía ejercer cargos políticos, en la bula promulgada el 15 de octubre de 1666. Con este último acto el padre jesuita obtuvo el cargo de Inquisidor General que instantáneamente lo convirtió en miembro de la Junta de Regencia. Este fue el primer acto de violencia contra la gran nobleza: un jesuita de orígenes poco dignos y extranjero, se había alzado de manera fulgurante con el valimiento.

Al descontento de la nobleza y de los dominicos (2) por el valimiento de Nithard, vinieron a sumársele la derrota militar frente a Francia durante la llamada Guerra de Devolución, así como la firma del Tratado de Lisboa de 1668 que reconocía, tras 28 años de guerra, la independencia oficial de Portugal.

Frente a Nithard se alzaba la figura de don Juan José de Austria, hermano del Rey e hijo bastardo de Felipe IV, figura militar y política de enorme calado, que había sido excluido de la Junta de Regencia por su padre, y que pronto consiguió reunir en torno a sí a todos los descontentos con el valimiento del confesor austríaco: la relegación de don Juan al grupo de nobles marginados del gobierno, así como la regalía regia practicada por la regente y que no gustó a los descontentos, constituyeron el inicio del denominado "juanismo". El duque de Medina de las Torres, el duque Montalto, el duque de Alba, el Cardenal de Aragón… por distintos motivos y con diversos intereses se aglutinaron alrededor del bastardo regio, personaje carismático, en grado de catalizar aquella disconformidad dotándola de un sentido político. Se puede decir que aquellos que se consideraron contrarios al gobierno de la regencia y sobre todo, al valimiento de Nithard, se posicionaron en el bando “juanista”. De esta forma don Juan pasó a ser una especie de “mesías salvador”, capaz de unir a su causa no solo a los nobles descontentos, sino también a los dominicos (2) y al pueblo llano.

De esta forma, entre 1668 y 1669 se desencadenó la guerra verbal entre don Juan y Nithard utilizando como arma principal la intoxicación propagandística como medio de formar una opinión pública favorable a su causa. Dicho enfrentamiento, que propició el primer pronunciamiento de don Juan, tuvo como consecuencia principal la firma por parte de Mariana de Austria del decreto de expulsión de Nithard, el cual se convertía así en el primer valido depuesto contra la voluntad real, por la fuerza de don Juan de Austria y de la opinión pública (3). Simultáneamente, y a instancias del conde de Peñaranda, la Regente admitió otra de las exigencias del bastardo, la formación de una Junta encargada de estudiar y debatir las propuestas de las ciudades, instituciones y arbitristas en orden a solucionar los graves achaques de la Monarquía y procurar
el beneficio de los subditos, la llamada Junta de Alivios (4).Sin embargo, don Juan no pudo hacerse con el poder y tuvo que acatar el destino que la Reina le otorgó como Vicario General de Aragón.

Tras este alzamiento militar, Mariana de Austria respondió con la creación de la llamada Guardia Chamberga, que comenzó a funcionar a finales de mayo de 1669, y que nació de una primitiva idea de Nithard que reelaboró después el conde de Peñaranda tras la expulsión del jesuita y las exaltadas reivindicaciones de don Juan José. El mando le fue concedido al marqués de Aytona y la principal razón aducida para su reclutamiento fue la de proteger a la Reina y a su hijo de posibles incursiones militares de rebeldes que pudieran poner en riesgo la legitimidad real, sin embargo, Mariana de Austria no supo calibrar las consecuencias de la imposición de un regimiento en la Villa y Corte: la Chamberga prontó comenzó a distinguirse por sus por crímenes, saqueos y robos desmedidos a la población. Además, desde sus inicios la Guardia Chamberga,
llamada así por el parecido atuendo al de los soldados del general francés Schomberg, se destacó más que por su labor de garantizar la tranquilidad de la Reina, como un cuerpo reclutador de
aquellos descontentos que habían dejado de apoyar a don Juan José.

Tras la muerte del marques de Aytona en marzo de 1670, la Mariana de Austria buscó otro personaje que apaciguara su soledad. Aytona, tras la expulsión de Nithard, si bien no llegó a tener el favor real del que disfrutó el jesuita, logró granjearse la confianza de la Reina, lo que le permitió obtener títulos como los de Mayordomo Mayor de la Reina o el de general de la Guardia Chamberga. La ausencia de Aytona inclinó a la reina a buscar un nuevo “valido” que le acompañara en la tarea de gobernar. El elegido fue un oscuro cortesano de orígenes humildes que, desde el puesto de caballerizo que había obtenido en 1661 al casarse con una dama de la corte (doña María Ambrosia de Ucedo) consiguió alzarse con el control de los diversos resortes del poder de la Monarquía. Tal personaje fue don Fernando de Valenzuela.

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(1) Para más información sobre la Junta de Regencia y sus miembros iniciales véase la entrada "Testamento de Felipe IV: Mariana de Austria y la Junta de Regencia".

(2) Recuérdese que la Orden Dominicana era la principal enemiga de la Compañía de Jesús. Fueron numerosos los dominicos que escribieron contra el valimiento de Nithard.

(3) Dicho pronunciamiento será tratado con mayor profundidad en futuras entradas.

(4) Para saber más sobre dicha Junta de Alivios consúltese el artículo de Juan A. Sánchez Belén: "La Junta de Alivios de 1669 y las primeras reformas de la regencia".

Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006

* Vermeulen, Anna: "A quantos leyeren esta carta...Estudio histórico-crítico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668". Leuven University Press. 2003.

* Castilla Soto, Josefina: "El valimiento de don Juan de Austria (1677-1679)".

sábado, 7 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY I: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (PARTE II)

Mariana era joven y fértil y no tardó en presentar los primeros síntomas de gestación. Desde su llegada a la corte de Madrid, después de la celebración de las nupcias reales en Navalcarnero, los embarazos y alumbramientos de la reina se sucedieron casi interrumpidamente junto con muertes prematuras y algún que otro aborto.

A pesar de todo, Mariana de Austria no fue una consorte entregada exclusivamente a la maternidad, sino que, como demuestran los recientes estudios, jugó un importante papel político. Tanto en su corte de origen (Viena) como en la de su destino (Madrid), se esperaba mucho más de ella: la reina doña Mariana actuó como intermediaria tanto de su padre el emperador Fernando III como de su hermano Leopoldo I ante la corte de Madrid. Además, dentro de la corte, en sus círculos más íntimos, la reina también fue requerida como notable intercesora para negociar asuntos personales o políticos.

El 17 de septiembre de 1665 moría Felipe IV dejando dispuesto en su testamento el papel de regente de su viuda, la reina doña Mariana de Austria, durante la menor edad de Carlos II, que en aquellos momentos apenas contaba cuatro años de edad:

"[…] nombro por gobernadora de todos mis Reynos estados y señoríos, y tutora del príncipe mi hijo, y de otro qualquier hijo o hija que me hubiere de suceder a la Reyna doña Mariana de Austria mi muy chara, y amada muger con todas las facultades, y poder, que conforme a las leyes fueros, y privilegios, estilos y costumbres de cada uno de los dichos mis regnos, estados y señoríos…" (1)

La reina sería apoyada en sus funciones por una Junta de Regencia (2). El objetivo de este organismo parece que fue el aportar seguridad a la reina regente a la vez que a la propia Monarquía, víctima de un período de transición y de una notable incertidumbre política. Por tanto. este organismo se alzaba como supervisor de las acciones políticas de una mujer regente que carecía de la experiencia necesaria para dirigir la Monarquía y que por su condición femenina, necesitaba estar asesorada en todo momento; tranquilidad y sosiego frente a posibles desaciertos de la reina fueron sin duda las razones más primarias de la creación de la Junta. No obstante, la misma despertó numerosas sospechas entre los miembros de la gran nobleza, muchos de ellos pertenecientes a los Consejos, ya que el sistema polisinodial se veía claramente sesgado o eclipsado ante la presencia de una Junta dotada de un poder decisorio en el sistema de gobierno de la Monarquía.

La Junta de Regencia podía haber actuado también en la mente de Felipe IV como elemento para evitar un posible valimiento, es decir, evitar que la reina tomase como valido a una persona no apta para tal función. (3)

Durante los primeros meses de la regencia se multiplicaron los debates en torno al funcionamiento y potestades de la controvertida Junta asesora. Poca fue la confianza depositada en una reina inexperimentada a la que la lógica política otorgaba el poder y la práctica se lo quitaba; por ello en ciertos círculos cortesanos se creyó firmemente en la posibilidad de que la Junta adquiriera un poder desmesurado, agotando otras vías de poder canalizadas por el sistema polisinodial.

Por lo tanto, dos factores vinieron a perturbar los destinos de la Monarquía Hispánica: una minoría de edad regentada por una mujer y la “alteración” institucional con la implantación de una Junta asesora que despertaba sospechas no sólo con respecto al funcionamiento del organigrama político, sino también por la relegación inicial de la gran nobleza.

Al margen de estas irregularidades de carácter institucional, hay que destacar dos personalidades del periodo que modificaron el esquema político planteado por Felipe IV en su testamento: el padre Nithard y don Juan José de Austria. (4)

La elección como valido por parte de Mariana de Austria de su confesor austriaco, el jesuita Juan Everardo Nithard, dio lugar a una auténtica guerra dialéctica, entre el mismo y el hermanastro del rey, don Juan José de Austria (hijo de Felipe IV y las actriz María Inés Calderón) (5), que desembocó en el alzamiento de éste último en 1669 y que supuso la expulsión del jesuita de la corte, así como la formación de la llamada Junta de Alivios que recogía parte de ideario político del bastardo. No obstante, don Juan José no consiguió alzarse con el poder.

Las tensiones entre la reina Mariana de Austria y su hijastro don Juan José continuaron durante los siguientes años y marcaron las escena política de la época.

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(1) Cláusula 21 del Testamento de Felipe IV.

(2) Sobre la Junta de Regencia véase la entrada: "Testamento de Felipe IV: Mariana de Austria y la Junta de Regencia".

(3) Oliván Santaliestra ve este hecho en los miembros que formaban la propia junta, de la que fueron excluidos personajes claves de la política de los ultimos años del reinado de Felipe IV, como son el Duque de Medina de las Torres, o el de su hijo bastardo y hermanastro de Carlos II, don Juan José de Austria.

(4) No trataré en profundidad estos dos personajes ni sus consecuencias pues serán objeto de futuras entradas.

(5) Sobre estos hechos léase el magnífico libro de Anna Vermeulen: "A quantos leyeren esta carta: estudio histórico-crítico de la famosa carta de don Juan José de Austria". Leuven University Press. 2003. ISBN: 9789058672735

Fuente Principal:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006.

** La imagen es un retrato de la reina regente doña Mariana de Austria, obra de Juan Carreño de Miranda pintado en 1671 y presente en el Museo de Bellas Artes de Vitoria.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY I: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (PARTE I)


Mariana de Austria (Viena, 1634 - Madrid, 1696) era hija del emperador Fernando III y de la infanta de España María de Austria, hija del rey Felipe III y hermana de Felipe IV.

La educación de la pequeña archiduquesa estuvo orientada hacia el destino augurado para todas las hijas de los emperadores Habsburgo: el desposorio con el rey de España o la vida religiosa. Así, doña Mariana, en el ambiente contrarreformista y jesuítico imperante en la corte de Viena, creció con un futuro ya perfilado para el que debió prepararse a conciencia según los parámetros educativos de sus antecesoras: sólida formación religiosa basada en la “Pietas Austriaca”; un aleccionamiento de tipo político (la condición de reina consorte podía facilitar las relaciones entre el Imperio y la Monarquía Hispánica) y, una exhaustiva instrucción en la cultura cortesana.

Pronto fue prometida al heredero de los reinos hispánicos, su primo, el príncipe Baltasar Carlos. Sin embargo, su destinó se truncó bruscamente cuando el joven heredero murió en Zaragoza en octubre de 1646, pasando ésta a ser la prometida de su tío y padre del fallecido príncipe, el rey Felipe IV "El Grande", que había enviudado en 1644 de su primera mujer, la reina Isabel de Borbón.

La muerte de Baltasar Carlos se llevaba las esperanzas de una sucesión masculina para la Monarquía (1). En aquellos delicados momentos Felipe IV estaba obligado a casarse de nuevo para dar continuidad a la dinastía. El factor dinástico preocupó más que nunca en la elección de una esposa para el rey, pero además era fundamental que la elegida tuviera la madurez requerida para engendrar herederos sanos con relativa rapidez y para gobernar en caso de ausencia de rey en mayoría de edad.

Los discursos sobre la conveniencia de una u otra esposa para Felipe IV comenzaron desde la misma muerte de Baltasar Carlos, dada la urgencia que presentaba la cuestión sucesoria. Varias razones políticas, así como físicas o naturales y que podrían resumirse en el “capital dinástico” y en la madurez sexual, determinaron no sin inconvenientes (2) que la nueva esposa de Felipe IV debía ser la joven archiduquesa Mariana de Austria.

En enero de 1647 Felipe IV emitió un decreto con la resolución de casarse con la archiduquesa Mariana de Austria, celebrándose el matrimonio el 7 de octubre de 1649 en la villa de Navalcarnero. Tras el matrimonio, el 15 de noviembre (3) la reina hizo su entrada en Madrid en medio de ricas arquitecturas efímeras, simbolismos y mitologías relacionadas con la Monarquía Hispánica y el Imperio (4).

En las monarquías del Antiguo Régimen, basadas en los principios hereditarios y en la autoridad divina, una reina consorte, como esposa del monarca, tenía una clara función política: dar herederos a la Corona para continuar la dinastía. La maternidad era la exigencia más inmediata que se hacía a una nueva reina: tener hijos sanos y fuertes para continuar la descendencia. El caso de Mariana de Austria no fue la excepción, es más, las circunstancias dinásticas de la Monarquía Hispánica y la avanzada edad del rey, hicieron aún más si cabe urgente, la consecución de un heredero.

Mariana, hubo de soportar la gran presión de la maternidad sobre sus delicados hombros, peso acrecentado por la coyuntura,y carga que debió hacer mella en su tierna edad, provocando su pronta madurez y su posterior carácter austero.

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(1) Pese a lo que muchos autores afirman, la Monarquía no quedó sin heredero tras las muerte de Baltasar Carlos, pues en los reinos hispánicos no existía la llamada Ley Sálica (aunque si se daba preferencia al varón sobre la mujer en igualdad de condiciones), por lo que los derechos sucesorios recayeron sobre la infanta María Teresa (futura esposa de Luis XIV) mientras no existiese un heredero varón para la Monarquía. Sobre los derechos sucesorios de las mujeres de la Casa de Austria ante el problema sucesorio durante el reinado de Carlos II trataré en entradas sucesivas. Para más información consúltese las fuentes al final de artículo.

(2) Físicos y filósofos, basándose en los escritos de los Antiguos , desaconsejaron a la archiduquesa Mariana por su corta edad (en esos momentos contaba con 12 años de edad) y remarcaron los peligros que podían ocasionar para los hijos las madres menores de catorce años

(3) Según Oliván Santaliestra la entrada se produjo el 4 de noviembre.

(4) "Entrada triunfal de la reina Mariana de Austria en Madrid el día 15 de noviembre de 1649" de Carmen Sáenz de Miera Santos.


Fuente Principal:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006.

martes, 3 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY

Con este título inicia una serie dedicada a la familia de Carlos II. En ella pretendo escribir sobre los familiares más cercanos del Rey, pero excluyendo a algunos sobre los que la historiografía ya ha tratado en profundidad, como son su padre, Felipe IV, o su primo el rey Luis XIV de Francia. Sobre los anteriores personajes y a modo pincelada me gustaría recomendar los siguientes libros:

- Sobre Felipe IV: "Felipe IV. El hombre y el reinado" dirigido por José Alcalá-Zamora. coedición del CEEH y la Real Academia de la Historia, 2005 ISBN (13) 978-84-95983-67-1

- Sobre Luis XIV: "Luis XIV Rey de España. De los imperios plurinacionales a los Estados unitarios (1665-1714)" del profesor José Manuel de Bernardo Ares. Iustel Publicaciones, 2008. ISBN (13) 978-84-96717-95-4