sábado, 13 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XVIII)

Carlos II a los 14 años por Juan Carreño de Miranda (1675). Museo del Prado de Madrid.

Desde su “exilio” zaragozano, don Juan había acercado hacia su causa a aquellas personas más cercanas a su hermano. Estos personajes le presentarían ante el adolescente monarca como el único con capacidad, experiencia y méritos demostrados para sacar a la Monarquía del atolladero y estado de postración en la que se encontraba. Don Juan debió parecer ante una mente tan infantil como la de Carlos II como una especie de héroe capaz de las mayores proezas y de los más grandes sacrificios.

Aquella conspiración en toda regla dio, en un principio, los frutos apetecidos. En medio del forcejeo que el bastardo mantenía con la Corte sobre su partida, primero a los Países Bajos y luego, más tarde, a tierras de Sicilia, son Juan recibió secretamente instrucciones del joven rey Carlos, en donde le indicaba: “Día 6 [de noviembre de 1675], juro y entro al gobierno de mis Estados. Necesito de vuestra persona a mi lado para esta función y despedirme de la Reina, mi Señora y madre. Y así, miércoles 6, a las diez y tres cuartos os hallaréis en mi antecámara” (1).

Allí también venía a señalarle que en ningún caso partiese para Italia, y que aguardase en Zaragoza a la espera de recibir instrucciones suyas.

Don Juan lo dispuso todo para marchar desde Zaragoza a la Corte, y que su viaje fuese realizado en las condiciones más secretas dentro de los posible, en un mundo en donde los espías de unos y otros proliferaban por todas partes. Incluso así se lo haría saber el Justicia de Aragón, cuando le escribía el 13 de octubre de 1675 para comunicarle que su viaje no sería a Italia sino a Madrid, siguiendo órdenes expresas del Rey, el cual le había pedido que se pusiese a su servicio en el mismo momento en el cual se hiciese efectiva su mayoría de edad.

De este modo, y tal como se lo había pedido su hermano, se desplazó desde Zaragoza a Madrid, en la creencia de que por fin había llegado su hora de ocupar el gobierno de la Monarquía. Sin duda alguna en su mente estaba una Monarquía Hispánica en donde nominalmente reinaría su débil hermano Carlos, pero en donde a todos los efectos las riendas del poder se encontrarían en sus manos. Pero aquel pensamiento con toda seguridad se adivinaba por parte de sus presentes y pasados enemigos, entre los cuales obviamente se encontraba con Fernando de Valenzuela, un advenedizo que continuaba escalando hacia la cúspide del poder.

Mientras tanto en Madrid, Mariana de Austria, perfecta conocedora de la debilidad física y emocional de su hijo, pero también temerosa de los que podía suceder, realizaba numerosas gestiones que pudiesen materializarse en una prórroga de la minoría de edad de Carlos II. Estaba convencida de que lo mejor para la Monarquía y para ella y su hijo era continuar en la situación que se había mantenido desde el fallecimiento de Felipe IV, y por tanto, continuando ella con las obligaciones que hasta ese momento había venido asumiendo.

Todo ello, al menos en cierto modo, resultaría infructuoso, máxime cuando dos días antes de asumir su mayoría de edad el secretario de la Junta, el Marqués de Mejorada, presentaba al Rey un decreto que hubiese permitido prorrogar el sistema vigente hasta entonces por un período de dos años o más, y en donde se alegaba la manifiesta incapacidad del joven Carlos, y que este se negaría tajantemente a firmar. Fracasada aquella acción, la Reina se dirigió por escrito al Consejo de Estado, comunicándole que a partir de la proclamación de la mayoría de edad de su hijo todos los despachos habrían de hacerse a su nombre, y que sería a él a quién habían de remitírsele todos los asuntos propios de un monarca ya mayor de edad.

El día 5 de noviembre hubo una corrida de toros en la Plaza Mayor de Madrid (2), tras la cual Carlos informaría a su madre que había convocado a la Corte a su hermano don Juan. La última noche de doña Mariana como regente oficial, debió transcurrir para la regia señora en un duermevela de pesadillas, insomnios y fuertes jaquecas y, en los oscuros pasillos de palacio, creería ver dibujada, en las largas horas de la madrugada, la figura de don Juan.

Al día siguiente, 6 de noviembre, según lo acordado, don Juan fue trasladado al Alcázar por el Conde de Medellín. Rodeado de vítores y alabanzas del pueblo, el bastardo se presentó en Palacio a las nueve de la mañana. Pronto acudió a su cita, pues la entrevista con el monarca estaba fijada para poco antes de las once de la mañana. Conducido por Medellín a través de las habitaciones reales, entró en la cámara del Rey donde se produjo un emotivo encuentro en el que seguramente se intercambiaron palabras de agradecimiento y compromiso. La hora de la misa a la que iban a asistir todos los Grandes interrumpió la entrevista de Rey y bastardo; Carlos indicó a su hermano que se dirigiera al Palacio del Buen Retiro y que esperara sus órdenes. Acto seguido se dirigió a la Capilla de Palacio. La Reina, que no se encontraba allí, seguramente enferma por la mala noche pasada y los nervios de la llegada de don Juan José, se había excusado y recluido en sus habitaciones en espera de lo que pudiera suceder. Tras la misa y el “Te Deum”, don Carlos se dirigió hacia la cámara de su madre para recibir acaso la felicitación por su catorceavo cumpleaños…, no versó la conversación sobre aquel ya prosaico tema: la intriga de don Juan José había ensombrecido el fasto de aquel día a la Reina madre. Doña Mariana reprendió a su hijo por su comportamiento infantil y desobediente y Carlos, arrepentido, dio marcha atrás en su decisión de amparar a don Juan José abortando su propia conspiración.

El Rey, aturdido y sin saber cómo actuar al tener a su hermano esperando en el Retiro, se dirigió a su madre para que intercediera por él en tal embarazoso trance, sin embargo doña Mariana se negó a ayudarle respondiéndole: “no hijo, tu lo has llamado, tu has tambien de mandar que se vuelva” (3). El siguiente gesto de Carlos II fue el de firmar un decreto que ordenaba a don Juan José acudir al auxilio de Mesina aduciendo que ese era el mayor servicio que podía prestar a su real persona. La decepción de don Juan José debió de ser grande cuando recibió aquella misiva, sin duda, Carlos II se había dejado influenciar por su madre; poco podía hacerse tras aquel comunicado, pues en la voluntad del monarca empezaba y acababa toda esperanza política: don Juan y el resto de conspiradores se vieron obligados a salir de la Corte a la espera de otras oportunidades.

Al día siguiente, 7 de noviembre, todo volvió a la normalidad. Carlos II aceptó la continuación de la Junta y el asesoramiento de su madre, tal y como quedaba reflejado en una de las disposiciones del testamento de Felipe IV; y para certificar la legalidad de este deseo, el propio Rey emitió un decreto a través del Marqués de Mejorada (el secretario del despacho universal) en el que prometía gobernar atendiendo los consejos de los ministros de la Junta y de su madre (4). El monarca iniciaba su mayoría de edad amparado por el organismo de la Regencia, sin embargo, los avatares del día anterior, habían hecho comprender a la caterva de cortesanos y ministros que rodeaban a don Carlos, que éste era fácilmente impresionable, además de inestable y versátil, un carácter peligroso en vistas a nuevas intrigas palaciegas de tinte sedicioso. En un solo día, Carlos II había llorado de emoción junto a su hermano y de arrepentimiento frente a su madre… desde aquel momento tanto doña Mariana como el Presidente del Consejo de Castilla (el Conde de Villaumbrosa), comprendieron que se debía proceder a una exhaustiva vigilancia del comportamiento del Rey, encaminar sus decisiones y conducirlo a través de las tortuosas vías burocráticas del gobierno de la Monarquía. Cualquier movimiento en falso en la labor de controlar al Rey, podía acabar en fracaso, había por tanto que actuar con sutileza, convencer a Carlos de lo contrario que le habían hecho creer don Juan y sus secuaces: él y sólo él tenía en sus manos el gobierno de sus reinos, él era libre en dictaminar lo que le pareciere pues sólo tenía que rendir cuentas ante Dios; sin embargo, como todo Rey justo, no debía despreciar los consejos de sus fieles vasallos: la experiencia de su madre y la buena disposición de sus ministros podían ser útiles a su persona en el gobierno de tan grande Monarquía.

Había que reconvertir al Rey, acercarlo hacia los cortesanos leales a su madre, declarar que su potestad absoluta sólo era válida para el Reino si era supervisada por la junta de ministros y no por los rebeldes del bastardo. Había que atraer a Carlos II de nuevo hacia la facción de la Regente y de paso, contrarrestar las primeras inhabilitaciones panfletarias de Carlos II, al que ya se le acusaba de “rey niño” y por ende, incapaz de gobernar: “lo harían por él” (afirmaron estos papelones) “madre posesiva, consejeros ambiciosos y valido incompetente”. Y es que, efectivamente, a partir de diciembre de 1675 y más concretamente tras los acontecimientos del seis de noviembre, empezó a difundirse la idea del rey “niño” que a causa de su infantilismo, había abortado una rebelión legítima y sumamente esperada por el Reino. La imagen del rey niño comenzó a difundirse tras el bochornoso episodio de la fulminante llegada y salida de don Juan de la corte, ordenada por un don Carlos indeciso y sobretodo, apegado a las faldas de su madre. La publicística utilizó y abusó de este argumento para deslegitimar a un gobierno “manejado” por una reina “ambiciosa” que quería continuar ejerciendo el poder y unos nobles plegados a una liberalidad injusta, y ansiosos por aprovechar la coyuntura. Esta imagen apareció con claridad en “Libro nuevo Pérdida de España por Mariana”: “Ayer nació Carlos 2º el mayor Monarca del Mundo y a las seis de la tarde se declaró que era Niño” (5).

Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : “Origenes, ascenso y caida de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

(1) B.N. mss., 18.740, expediente 29, pag.5.

(2) El coso taurino por excelencia en Madrid era la Plaza Mayor, por muchos considerados el centro obligado para todas las celebraciones solemnes que se realizaran en la Corte, tanto las de carácter lúdico como las truculentas. Cuentas las crónicas que podía albergar hasta 50.000 personas.

(3) ÖStA. F. A. Harrach Handschriften, Kt. 6. Tagebuch. 6 November, 1675. Ferdinand Bonaventura. Tomo I. p. 396. v.

(4) AGS. Estado, legajo 8817. Copia del decreto del rey nuestro señor para el señor marqués de Mejorada. Madrid, 7 de noviembre de 1675.

(5) Consúltese al respecto el interesantísimo artículo de Álvarez Ossorio Alavariño, Antonio: “El favor real: liberalidad del príncipe y jerarquía de la república 1665-1700”. En: Mozzarelli, Cesare: “Republica e virtù…” en especial (Apartado del “rey niño”) pp. 409-410.


7 comentarios:

  1. Pobre Carlos. Por si tenía pocos problemas verse así entre la espada y la pared, desgarrado entre su madre y su hermano. No me extraña que estuviera aturdido. Su juventud no podía resolver convenientemente esa situación de todos modos. Lo tenia complicado.

    Buenas noches

    Bisous

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  2. Si, el oficio de Rey era demasiado pesado para un niño de 14 años.

    Un saludo madame

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  3. Independientemente del débil carácter de Carlos II era evidente su temprana edad. 14 años son pocos para tomar grandes decisiones. Era un niño. No me extraña que se dejara conducir por su madre.
    Saludos.

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  4. Como cualquier otro niño era fácilmente influenciable por sus padres, en este caso su madre...¿qué podía hacer? había pasado su vida encerrado en el Alcázar entrelas faldas de su madre.

    Un saludo Cayetano.

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  5. Cada vez que leo una entrada tuya me sorprendo de lo detalladas y lo cuidadas que estan

    Muchos besos y sigue como hasta ahora

    Gema

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  6. Es cierto Carolous, pobre Carlos, y continua la saga. Seguiremos pasando por estas lecciones de historia de España. Un fuerte abrazo.

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