viernes, 19 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XIX)

Don Fernando de Valenzuela, marqués de Villasierra por Juan Carreño de Miranda , Museo Lázaro Galdiano de Madrid.


Don Juan no podía dar crédito a las nuevas instrucciones recibidas, que sin lugar a duda procedían de la influencia que ejercían sobre el Rey de aquellos que se encontraban a su lado, en especial de su madre. Esa misma noche convocó a sus más cualificados partidarios para analizar la situación. Se planteó la posibilidad de dar un golpe de mano contra doña Mariana, con el claro convencimiento de contar con el apoyo de las clases populares.

Es muy probable que en tales circunstancias, al igual que como había ocurrido en los días anteriores a la caída de Nithard, el bastardo le hubiese resultado relativamente fácil hacerse con el poder. Sin embargo, por muy dolido y colerizado que se encontrase don Juan, aquella posibilidad fue deshechada por muchos de sus asesores ya que, por muy forzado que hubiese sido el ánimo del Rey, una acción de fuerza hubiese sido interpretada como un rechazo a la voluntad, no de Mariana de Austria, sino del monarca, o lo que venía a ser lo mismo, un auténtico golpe de Estado.

Al final, el parecer mayoritario de los que acudieron a la reunión fue asumir la obediencia debida al soberano, por encima de cualquier otra consideración, por lo que don Juan finalmente optaría por evitar la confrontación con la auténtica protagonista de este suceso, la Reina doña Mariana, y con ello una más que posible guerra civil que cubriese las tierras de Castilla de sangre. En este sentido don Juan salía de Madrid el 7 de noviembre tomando el camino no de tierras italianas, sino nuevamente del Reino de Aragón. Dos días después el cardenal Pascual de Aragón, el gran valedor de don Juan, volvía a su diócesis de Toledo sin haber conseguido sus objetivos.

La marcha de don Juan supuso además la opresión y arrinconamiento, cuando no la expulsión de la Corte, de muchos de sus partidarios. Así ocurriría con don Juan Francisco Ramos del Manzano, fray Pedro Álvarez Montenegro, o los Condes de Medellín y Talara.

Por lo que respecta a Valenzuela, tras el fallido intento de noviembre de 1675 de liberar al Rey, éste fue enviado a Andalucía primero a Málaga con el puesto de Capitán General de las Costas de Andalucía, para posteriormente trasladarse a Granada con el puesto esta vez de Capitán General de aquel Reino. Allí se instaló en la Alhambra e inició una desastrosa gestión que enervó a pueblo y nobleza; Valenzuela era un mal gobernante, soberbio, partidista, odioso… aquellos meses que pasó en Andalucía revelaron sus deficientes artes como gobernante y estadista. Al menos, durante ese tiempo el advenedizo estuvo apartado de la Corte, donde la crisis de poder, el descontento de los Grandes y la inoperatividad del gobierno eran cada vez más evidentes.

El turno de la Corona se había acabado, puesta a prueba en numerosas ocasiones sus oportunidades para demostrar eficiencia estaban agotadas: la nobleza de título, a principios de 1676, comenzaró un proceso de auto-convencimiento de su potencial político porque con razón eran parientes de reyes y príncipes: su sangre les capacitaba y les otorgaba derecho para dirigir los destinos de una monarquía sin cabeza que, cual barco a la deriva, amenazaba con su naufragio; sólo la gran nobleza podía evitar aquel desastre. Este fue al menos su discurso: pleno de voluntades pero vacío de proyectos. Panfletos y memoriales recogieron en sus jugosos párrafos los derechos aducidos por la nobleza junto con las llamadas de atención a don Juan José, el mesías salvador que debía aliarse con la alta aristocracia. Varios fueron los argumentos que utilizaron los Grandes para autoafirmarse como curadores de los males de la Corona: la sangre y el honor; las virtudes que concedía la sóla pertenencia a aquel estamento privilegiado, les capacitaban para tomar decisiones que afectaran gravemente al Rey. Como supremos servidores de la Corona debían defenderla, liberarla, asegurarla a su modo y en su propio beneficio, pues sólo esta era la causa más justa. Buenas intenciones pero falta de ideas y recursos. Los Grandes se habían acomodado en sus tierras o en los algodones de la Corte, lugares en los que podían vivir holgadamente de sus rentas o de la patrimonialidad de los cargos. Los ideales militares o la férrea voluntad de servir al soberano habían decrecido considerablemente a favor de un posicionamiento cada vez más ventajoso y tranquilo. El interés personal había calado hondo en este estamento que ya únicamente, aspiraba a ascender en la escala de cargos con facilidad, ayudándose de clientelas y grupos de poder: el estatus y los beneficios económicos que pudiera comportar pasaron a primer plano en una nobleza “personalista” que fue descartando como inútil el bien común y los ideales más caballerescos de sus antepasados. No en vano pasquines y panfletos habían tenido como blanco de sus críticas a los Grandes. A la altura de 1676, aguijoneados por la defensa de sus intereses más personales, se unieron para poner fin a un mal gobierno y liberar de sus cadenas a su Rey.

Además de la conciencia de alejamiento de ciertos Grandes de los puestos de la Monarquía, otras circunstancias aceleraron el curso de los acontecimientos. En abril de 1676 Valenzuela regresó a la Corte después del descontento provocado en Andalucía. La Reina recibió a su protegido con todos los honores y como una demostración de su triunfo sobre las rebeldías del pasado 6 de noviembre, lo colmó de prebendas. Valenzuela recuperó sus puestos cortesanos y en junio fue nombrado Marqués de Villasierra. Tales desacatos enfurecieron a una nobleza cada vez más consciente de sus responsabilidades políticas. Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue, sin duda, la elevación de don Fernando de Valenzuela, el 2 de noviembre de 1676, al rango de Grande de España por Carlos II durante el transcurso de una cacería. Aquel hecho inaudito, nunca antes conocido, provocó que los “magnates” se atrevieran a desobedecer a la autoridad real enfrentándose a un favorito sin linaje.

Don Juan José estuvo siempre en contacto con el grupo nobiliario descontento con el gobienro. No sorprende que tras su retirada en noviembre de 1675, siguiera al tanto de los movimientos políticos que se producían en Madrid desde su destierro en tierras aragonesas. Aparentemente, don Juan, sin títulos oficiales, se mantuvo al margen de los asuntos cortesanos refugiándose en Zaragoza con su círculo fiel de amistades. Allí empleó su tiempo en sus experimentos científicos y otras aficiones fuera del ámbito político, actividades que no le impidieron mantenerse al acecho frente al polvorín nobiliario de Madrid. Sin embargo, como bien indica Oliván Santaliestra, el hermano del Rey nunca se desvinculó de los asuntos madrileños en aquel año de 1676: en el mes de febrero llegó a la Corte un monje agustino desde Zaragoza que mantuvo contactos secretos con ciertos sectores nobiliarios, su expulsión despertó sospechas acerca de su vinculación con don Juan José. Similar a este episodio fueron las maniobras del padre Ventimiglia que a principios de septiembre también se vio obligado a volver a Zaragoza; en abril de 1676 los rumores sobre la cercanía de don Juan a la Corte tras el regreso de Valenzuela, se acrecentaron infundiendo los acostumbrados temores a la Reina. La sombra de don Juan José planeó constantemente sobre el cielo de Madrid hasta en los momentos en los que el bastardo parecía más alejado de la esfera cortesana.

Otra carta de don Juan José (1), viene a justificar las relaciones secretas del bastardo con el clan conspirador; la misiva fue escrita y firmada por el bastardo el 10 de agosto de 1676 y su contenido alude directamente a la conspiración nobiliaria que se estaba preparando. Dirigida a uno de los personajes más relevantes de la intriga de “gran sangre y obligaciones”, don Juan José aprueba los movimientos del noble para culminar la gran obra, se supone, de liberar al Rey de las malas influencias: “que v.e. siga en la obra, que tan celosamente a empezado lo apruebo mucho, que quizás Dios mudará en solida roca la arena sobre que v.e. dice fabrica”. Esta frase hace una referencia clara a la necesidad de unir los “cabos sueltos” representados por los diferentes personajes dispuestos a participar activamente en la liberación del Rey, sujetos de diversa condición e intereses, unidos únicamente por su deseo de formalizar un cambio de gobierno en el que con la “apropiación” del Rey, pudieran hacer valer sus ambiciones comunes o particulares. La carta finaliza con una advertencia: don Juan José pide encarecidamente a su receptor que escriba y envíe sólo las misivas que sean absolutamente necesarias, pues la gravedad de las materias hacía indispensable correr el menor riesgo posible en aquel intercambio epistolar. Los espías o las pérdidas eran peligros que acechaban: “escuse v.e. la frecuencia de sus cartas y así por no exponerlas a algún extravio como por la seguridad, que podemos tener de los interlocutores, de los quales entenderá v.e. ahora, y en adelante, lo que a mi se me offrece y offrecier”.

Como ha sido ya comentado, en septiembre de 1676 ocurrió un hecho que precipitó la evolución de los acontecimientos: Valenzuela, aquel advenedizo receptor de todos los odios nobiliarios que había recibido en junio de ese mismo año el título de Marqués de Villasierra, fue ascendido a Grande de España durante el desarrollo de una cacería con un suceso desafortunado. En el transcurso de tal ejercicio tan saludable para el débil monarca, éste logró cazar un fabuloso jabalí; con la emoción del aquel pequeño triunfo, el Rey disparó varios tiros al aire con tan mala suerte que uno de ellos acertó a dar en el pie de don Fernando Valenzuela, su fiel servidor. Carlos, azorado, quiso resolver el incidente con un gesto escandaloso que enervó a los nobles allí presentes: llamó a don Fernando y le pidió que “cubriese su cabeza” para nombrarle Grande de España, con derecho a compartir posición y privilegios con los más altos linajes de la Monarquía. Desacertado tiro para una altiva nobleza que a aquellas alturas ya venía rumiando el modo de apartar a Valenzuela del lado del Rey adolescente. Desde aquel bochornoso episodio, la gran nobleza, los cortesanos descontentos y don Juan, decidieron que había que agilizar las soluciones planteadas: Valenzuela debía ser expulsado de la Corte y con él la Reina madre, su gran valedora y defensora ente los ojos del Rey.

Al mes siguiente, en noviembre, la nobleza protagonizó un fenómeno que ha sido denominado acertadamente por Álvarez Ossorio como “Huelga de Grandes”(2), sin duda un preludio de los movimientos militares dirigidos por don Juan José para desbancar a Valenzuela del poder. Los Grandes se negaron en rotundo a incluir a Valenzuela en su selecto círculo, así, en un acto de desobediencia al Rey, 4 de noviembre, día de San Carlos, los Grandes dejaron a Valenzuela solo en el banco de la Capilla Real, reservado para las altas dignidades y, el día del 15 cumpleaños del Rey, el 6 de noviembre, sólo acudieron a la ceremonia del besamanos cinco de los Grandes de la Monarquía como protesta ante el reciente ascenso del favorito, hasta el fiel Duque de Medinaceli se disculpó por malestar físico en la audiencia pública de Valenzuela el día 10 de noviembre. Era éste un hecho sin precedentes en la Monarquía de los Austrias: por primera vez los nobles cortesanos manifestaban su descuerdo con la política regalista del monarca desatendiendo sus funciones y negándose a participar en el ceremonial cortesano, gran instrumento de domesticación nobiliaria y sin duda, la principal expresión del orden de la Monarquía. La ausencia justificada y consciente de los Grandes en tales actos ceremoniales de gran significación como el día del Santo o del cumpleaños del Rey, demostraban no sólo el disgusto lógico de un ascenso según ellos injustificado, sino también el desorden político-cortesano del momento: una guerra silenciosa dentro de la Corte, concretizada en conjuraciones secretas y finezas propias de una cortesanía llevada a sus extremos y que, en cierto modo, había fracasado: los intentos de convencer, persuadir y atraer la voluntad del Rey por medios no violentos en consonancia con la coerción y la contención de las pasiones propias del comportamiento cortesano, no resultaron efectivos, por lo que el recurso a la violencia casi “medieval”, se manifestó abiertamente en el “Manifiesto de los Grandes” (3) del 15 de diciembre de 1676, documento que certificó la rebeldía de la nobleza y su respaldo incondicional a las milicias de don Juan José que se dirigían hacia la Corte con un único objetivo: sacar a Valenzuela de la Corte, tal y como ya habían hecho en febrero de 1669 con Nithard.


Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.
* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : “Orígenes, ascenso y caída de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008


(1) Carta íntegramente hológrafa de don Juan de Austria, fechada y firmada en Zaragoza el 10 de agosto de 1676 y dirigida al presidente del Consejo. Fundamental para documentar el momento histórico en el que don Juan quiere apartar del gobierno a la reina doña Mariana de Austria y a sus consejeros y privado. AGS. Estado, leg. 8817/16.

(2) Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: “Ceremonial de la majestad y protesta aristocrática. La Capilla Real en la corte de Carlos II” en “La Capilla Real de los Austrias. Música y ritual de corte en la Europa moderna”. Fundación Carlos de Amberes. 2001.

(3) Los firmantes fueron los Duques del Infantado, Medina Sidonia, Alba, Osuna, Arcos, Pastrana, Camiña, Veragua, Gandía, Híjar, Terranova; los Marqueses de Móndejar, Villena y Falces y los Condes de Benavente, Altamira, Monterrey, Oñate y Lemos. Los únicos nobles importantes que no firmaron este manifiesto fueron el Marqués de Leganés, el Duque de Medinaceli, el Conde de Oropesa, el Almirante de Castilla, el Condestable de Castilla y los titulares de las familias Velasco, Moncada, Enríquez, Cerda y Zúñiga.

15 comentarios:

  1. A mi me resulta conmovedor el episodio en el que el rey, asustado por el accidente que habia provocado, y que habia podido tener peores consecuencias, nombra grande de España a don Fernando Valenzuela, sin saber cómo desagraviarlo. Me imagino la que se debió de organizar, claro. Menudos eran los nobles españoles con esas cuestiones.

    Y el bastardo es de los que conspiran hasta despues de la muerte, que barbaridad. No se cansaba nunca!

    Feliz fin de semana, monsieur

    Bisous

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  2. Si, la Grandeza de Espana no era moco de pavo para aquellos hombres, con semejante cosa no se jugaba, el orden social por ellos ostentado dependìa de la defensa a ultranza de su status y de su cerrado cìrculo.

    Un saludo.

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  3. La cosa está que arde. La conspiración se agudiza por lo que veo. Buena la hizo el joven Carlos II con su mala puntería, mira que darle en el pie a semejante personaje...Y el nombramiento que vino después y soliviantó a los Grandes. ¿Llegará la sangre al río?
    Un saludo.

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  4. No llegarà pero alguno acabarà en los confines del Imperio, muy muy pero que muy lejos.

    Un saludo Cayetano.

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  5. La Grandeza, con todo se muestra mucho más moderada que la nobleza francesa a lo largo del XVII. ¿Agotamiento?,¿falta de figuras equivalentes a los príncipes de la sangre franceses?, ¿ausencia de ejércitos feudales?, ¿de clientelas poderosas?, ¿el contrapeso de las ciudades con voto en Cortes?, ¿una mayor fidelidad monárquica?. Hay muchas posibilidades.

    Saludos.

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  6. Gomez de lesaca:

    Por cuanto tiene que ver con las clientelas, hay que decir que tras la caída del clan de los Haro, con la muerte de don Luis de Haro en 1661, éstas se vieron atomizadas en diversas clientelas, valga la redundancia, pero manteniendo su poder cortesano. Solo un "príncipe de la sangre" como fue don Juan fue capaz de conjugar a todas hacia un mismo fin.

    De todas formas también quiero aquí citar que la nobleza francesa no era mínimamente equiparable a la Grandeza de España en cuanto a poder, ya que ésta era la nobleza más notable y con más poder de Europa, de ahí la polémica que suscitó, ya en tiempos de Felipe V, su igualación con los Pares de Francia.

    El contrapeso de los poderes locales como las ciudades no era decisivo, como bien indica Antonio Álvarez-Ossorio el reinado de Carlos II fue el de mayor poder de la nobleza, definida por él como la "Monarquía sobre el imperio dela nobleza".

    Un saludo

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  7. Carolvs II, me interesa mucho tu blog, pero se me hace muy difícil leer sobre fondo negro, por la vista vio!

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  8. Como somos recientes en tu blog, estamos tratando de ponernos al día con los episodios históricos que estamos leyendo y por supuesto este episodio de las conspiraciones del bastardo D. Juan, nos dan idea del conflicto en que el joven rey debía encontrarse para que sus decisiones fueran acatadas por la nobleza, que, en la mayoría de los casos, tenía más poder que el propio rey o regentes.

    Nos apasiona lo que cuentas y como lo cuentas... Seguiremos leyendo y poniéndonos al dia.

    Un abrazo.

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  9. Roca genocida: gracias por el interés, en cuanto al fondo negro nadie me había comentado nada hasta ahora sobre la dificultad de lectura, pero tranquilo que si me llegan más alertas como la tuya la cambiaré, de hecho quizás un de estos día hago una especie de "referendum".

    Un saludo.

    PD: ¿a qué te refieres con la vista vio?

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  10. Logan y Lory: gracias también por el interés, sí la verdad es que esta biografía de don Juan ya para largo pero creo que el personaje lo merece, aunque estamos casi llegando al final.

    Un saludo.

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  11. La nobleza y el rey siempre a la gresca...

    En este caso la torpeza casi desata un conflicto mayor.

    Un saludo!

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  12. La nobleza francesa llevó a cabo más de doce sublevaciones en la primera mitad del siglo XVII. Nada de esto pasó en España. Lo de Medina Sidonia en tiempos de Felipe IV es un asunto menor comparado con las rebeliones de un Condé o de Montmorency. Ninguno de los Grandes de España, por ejemplo, se puso al servicio de Francia con armas y bagajes ni en las peores horas.

    Creo, asimismo, que el potencial político de las ciudades con voto en Cortes no se debe desdeñar. Es cierto que no era el mismo desde que se dejó de convocar el Reino desde la muerte de Felipe IV, pero sin el concurso de sus cabildos municipales era imposible la gobernación de la Monarquía y su financiación a través, en especial, de los servicios de millones que dichos cabildos tenían que votar. Don Juan José de Austria, conocedor de estos hechos, no descuidaba su relación con estos grandes concejos y les enviaba cartas que no siempre daban por recibidas.

    Espero con gran interés sus próximos artículos. Gracias a su blog podemos hablar de un reinado tan desconocido como olvidado. Saludos.

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  13. Gomez de lesaca: es muy cierto lo que comentas sobre la nobleza francesa, el poder al que yo me refería tiene que ver con la riqueza y su extensión territorial, por ejemplo el Duque de Medinaceli que llegó a ser primer ministro con Carlos II fue el noble más rico de su época en Europa. La nobleza francesa de la época aún no estaba "domesticada" por el absolutismo monárquci, pues este proceso en Francia se dio en tiempos de Luis XIV (2ª mitad del XVII), mientras que en España se había dado en tiempos de los RR Católicos con la finalización de la Guerra Civil Castellana desatada a la muerte de Enrique IV. Como he indicado en otras ocasiones el sistemas monárquico hispano se puede definir, basándonos en los escrito por Álvarez-Ossorio, como un sistema de círculos concñéntricos con un centro solar definido por la figura absoluta del monarca que emite sus rayos de mercedes hacia los círculos que se encuentran en torno a sí, los primeros, sin duda, los Grandes, que a pesar de que respeten al Rey, no hay duda de la fidelidad monárquica de la nobleza hispana, constituyen una fuerza sin la cual sería imposible gobernar. Son ellos, por su riqueza y status social los que se encargan de gobernar en nombre del Rey los diversos resortes del poder. Solo como dice Medina-Sidonia o el Duque de Híjar en Aragón se atrevieron a desobedecer al poder real hasta este reinado, pero como ves una vez que todos se pusieron de acuerdo hicieron tambalear al gobierno haciendo caer a un valido impuesto por el supremo poder de la Reina Regente, es por eso que digo que debía existir un "pactismo" con este poderoso grupo.

    Por cuanto respecta a las ciudades es obvio su poder, pero es obvio también que las ciudades castellanas estaban talmente sometidas que fue rara vez votaron en contra del Rey, e incluso se ven momentos en tiempos del Conde-Duque o de la Regencia de doña Mariana donde el Rey impone sus objetivos sin mayores miramientos, por no decir en tiempos del Prudente. Aún así te doy la razón en que constituían después de la nobleza el gran eslabón del poder y que evidentemente se podían oponer al poder real aunque rara vez lo hiciesen.

    Un saludo

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  14. Tanto o más peso político tenía , en el gobierno de la Monarquía, el Consejo de Castilla, cuyos componentes son, en su mayoría antiguos colegiales y pertenecientes a las capas más modestas de la nobleza.

    Naturalmente no era sólo el Rey y la Nobleza. También las Reales Chancillerías. La estructura institucional de la Monarquía Católica era muy sólida aunque, claro está, la voluntad real era en última instancia incontestable sin caer en la rebelión, que por otra parte un Juan de Mariana veía como legítima en situaciones muy excepcionales.

    Respecto a la relación de las ciudades con voto en Cortes con Olivares fue muy difícil y éstas tuvieron tremendas tensiones con el valido, como bien demuestra Ruiz Martín o Fernández Albaladejo.

    Saludos.

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  15. gomez de lesaca: a finales del siglo XVII, momento de máximo esplendor del absolutismo monárquico en tiempo de los Austrias, el poder venía detentado por el Consejo de Estado, compuesto por la gran nobleza, y que había desplazado al consejo de Castilla, por no decir como en tiempos del cuarto Felipe, el podr vino detentado por la juntas ad hoc tan del gusto olivariano. Lo que dices es muy cierto para los tiempos iniciales de la dinastía.

    En cuanto a las chancillerías, los puesto de responsabilidad constituían un regalía, es decir, el Rey quien hacía y deshacía.

    Castilla fue, practicamente, un reino no conflictivo, a diferencia de lo que sucedió con los forales reinos periféricos.

    un saludo

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