viernes, 18 de marzo de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE XIV)

El Cardenal-Infante don Fernando, seguidor de Anton van Dyck.

La victoria en Nördlingen otorgó al Cardenal-Infante la gloria militar que tanto deseaba desde su infancia. “La mayor victoria que se ha visto en estos tiempos”, según la definía el Conde-Duque de Olivares, constituyó una impresionante reafirmación del poderío español en unos momentos en los que muchos empezaban a preguntarse si éste no se había eclipsado. El ejército sueco fue totalmente destruido. Todo el sur de Alemania fue ocupado por los vencedores, y los aliados que los suecos tenían entre los príncipes del norte del Imperio eran presa de la mayor confusión. Sin embargo, también es cierto que la ruta más directa que iba de Italia a Flandes, la que pasaba por el Rin y Lorena, aún no había sido despejada, pues ello hubiera supuesto una ruptura inmediata de las hostilidades con Francia, que tenía sus tropas estacionadas en la alta y baja Alsacia y en los puntos clave a orillas del Rin y el Mosela.

A pesar de su satisfacción personal por el triunfo del Cardenal-Infante, Olivares no podía ocultar cierta decepción inmediatamente después de la victoria. Don Fernando obedeció al pie de la letra sus instrucciones de continuar su marcha hacia Flandes; pero de haber sido otras sus órdenes, y de haber tenido tiempo y pertrechos suficientes, el Rey de Hungría y él habían podido tratar con Sajonia, ajustar debidamente lo de Alemania y luego haber dado la vuelta hacia el sur a despejar el Rin, “con que quedaran dueños de todo”. “La conclusión es que aquello queda mejor, pero todavía muy peligroso, y el Emperador necesitado de mucha ayuda para engrosar como es menester para el año que viene” (1).

El Conde de Oñate, embajador español en Viena, aprovechó la ocasión ofrecida por Nördlingen para presionar de nuevo al Emperador para que aceptara formar una Liga, sin embargo, Fernando II siguió manteniendo la prudencia de siempre. Al menos hasta que quedaran pacificadas las tierras alemanas, se mostraba reacio a comprometerse a enfrentarse a los franceses, y a lo más que se avino fue a firmar el 31 de octubre un tratado de alianza ofensiva y defensiva con Su Majestad Católica. En virtud de dicho tratado, podía permanecer en Alemania un ejército sufragado por España, pero el Emperador se abstuvo de adquirir ningún compromiso de intervención militar. Su preocupación más grande era utilizar la derrota de los suecos para obtener un pacto favorable en los asuntos religiosos y políticos del Imperio, y estaba totalmente fuera de lugar emprender ninguna operación militar contra los franceses o las Provincias Unidas hasta que se lograra aquel objetivo. En primer lugar, tenía intención de alcanzar un acuerdo con el Elector de Sajonia. En el mes de noviembre, se negoció una tregua temporal entre el Emperador y el Elector en Pirna, y el 30 de mayo de 1635, con la Paz de Praga, se acordó un pacto general de los asuntos del Imperio, aceptable para los demás príncipes protestantes alemanes.

La defección de Sajonia de la causa contraria a la Casa de Austria constituía una prueba del alcance los cambios producidos a raíz de Nördlingen. Los suecos ya no podían seguir sosteniendo por sí solos la coalición anti-Habsburgo en Alemania. Inexorablemente, Francia se veía impelida a la guerra, aunque el objetivo de Richelieu seguía siendo retrasar el conflicto lo más posible y seguir actuando desde la sombra y de forma indirecta, apoyando la causa protestante. Los meses posteriores a la Batalla de Nördlingen se caracterizaron por una intensa actividad diplomática, destacando la lucha del Papado por evitar la ruptura entre Paría y Madrid, y por organizar una conferencia de paz en la que se ajustaran las pretensiones de unos y otros mediante la discusión y el arbitraje. Sin embargo, la guerra parecía ya inevitable.

Volviendo al viaje del Cardena-Infante, después haber pasado el Rin todo el ejército, la artillería y el bagaje, don Fernando se embarcó el día 18 de octubre en dos barcas rumbo a Colonia, acompañado de los Marqueses de Leganés, Balbases, Orani, Este, del Duque de Nocera, cuatro gentilhombres de su cámara, tres ayudas y algunos criados, mientras que el ejército marchaba por tierra con orden de rencontrarse con Su Alteza en Juliers. Este día don Fernando recibió además correo del Marqués de Aytona avisándole de que había partido en su busca con 2.000 caballos y que en Bruselas todo era alegría ante su próxima llegada.

Navegó el Cardenal-Infante el Rin y legua y media antes de llegar a Bonn le salió a recibir el Duque de Neoburgo. Poco después, a una legua ya de Bonn, le salió a recibir el Elector de Colonia, al que Su Alteza se acercó a recibir hasta la orilla, pasando después al coche ambos junto al de Neoburgo, acompañados de dos compañías de corazas del Elector. La comitiva se dirigió a Bonn, ciudad que recibió al Cardenal-Infante con salvas de su artillería. Su Alteza se alojó en el palacio de dicha ciudad, disfrutando de un gran banquete junto al Elector y al Duque.

El día 19, acompañado por ambos príncipes hasta dos leguas de Bonn, don Fernando se embarcó de nuevo, llegando a Colonia cuando estaba anocheciendo. El Cardenal-Infante se aposentó en la casa de don Gabriel de Roy, residente de Su Majestad Católica en este Electorado. El día 20 vino a visitar a Su Alteza el Elector-Obispo de Maguncia y el Obispo de Wisburgo. El 20 don Fernando fue a oír misa a la famosa catedral de Colonia y antes de salir vinieron a visitar a Su Alteza seis canónigos de ella con el deán, primo hermano del Duque de Lorena. Durante estos actos públicos las calles se abarrotaron de curiosos para ver al hermano del Rey de España y héroe de Nördlingen.

El 21 don Fernando fue a visitar al Elector de Colonia que había llegado la noche antes, para posteriormente subir a la torre del Ayuntamiento desde donde pudo contemplar las hermosas vistas de la ciudad. A continuación fue a comer con el Obispo de Maguncia, convite al que también asistió el Elector de Colonia. Ese mismo día llegó el Duque de Neoburgo acompañado de su hijo Felipe Guillermo (padre de la futura reina doña Mariana de Neoburgo). El día 22 don Fernando continuó su camino en coche de caballos hasta Julier acompañado del de Neoburgo. A lo largo del camino se toparon con diversos escuadrones del Duque, gobernando sus tropas de más de 2.000 caballos el príncipe Felipe Guillermo. Una legua antes de llegar a Juliers les salieron a recibir 3.000 infantes formados en escuadrón con otras tantas tropas de Caballería.

Su Alteza entró en Juliers ya de noche saludado por las salvas de su castillo, lugar en el que pasaría a aposentarse. Juliers era además un lugar que, aunque perteneciente a los dominios de Su Majestad Católica, contaba con una abundante guarnición española que se encargaba de su defensa. A 23 don Fernando fue a ver las fortificaciones de la ciudad y a la tarde llegaron el príncipe Tomás de Saboya-Carignano (2), general de los ejércitos españoles en Flandes, y el Marqués de Aytona, acompañados por multitud de títulos flamencos y borgoñones. Al día siguiente, el Marqués de Aytona tomó posesión como mayordomo mayor de Su Alteza.

Don Fernando permanecería en Juliers hasta el día 27. El ejército había llegado a aquella plaza el 25, enviando Su Alteza a Alemania, para juntarse con las tropas de la Liga Católica al mando del Conde de Mansfeld, a los Regimientos de alemanes de los coroneles Juan de Montoya, Leslier y Würmser, y a tres Regimientos de Caballería del Príncipe de Brabanzón, de los Condes de Salm e Isenbourg, y a dos de Infantería de Roveroy y Brion, que con las tropas de Mansfeld hacían un total de 9.000 infantes y 5.000 caballos.

Como queda dicho, el Cardenal-Infante partió de Juliers el día 27, acompañado del príncipe Tomás de Saboya, del Duque de Neoburgo, de los Marqueses de Aytona, Leganés y los Balbases, de los Duques de Havre y Nocera, y todos los demás títulos, señores y caballeros que formaban el séquito. Al salir de la plaza esperaban a Su Alteza 1.000 caballos del Duque de Neoburgo al mando de su hijo, la compañía de arcabuceros de la guarda del Marqués de Aytona y 1.000 corazas del Regimiento de Bucquoy. Un cuarto de hora antes de llegar a Heinsberg salió a recibir a don Fernando el conde Juan de Nassau, caballero de la Orden del Toisón de Oro y capitán general de la caballería de Flandes, junto a 40 compañías de caballos. Posteriormente entraron en la citada Heinsberg, jurisdicción de Juliers.

A 28 se llegó a la provincia de Güeldres, primera tierra de Su Majestad Católica desde que don Fernando saliese cuatro meses antes del Estado de Milán. En la frontera entre Juliers y la citada provincia el Duque de Neoburgo y su hijo se despidieron del Cardenal-Infante. Don Fernando pasó entonces a la villa de Ruremonde, llegando al Mosa junto a la Isla de Stevensweert y rodeándolo pegado al fuerte de Cantelmo, encontrando justo antes a don Martín de Idiáquez con su Tercio. Pasado ya el Mosa, en tierras del Obispado de Lieja, Su Alteza no quiso entrar en la villa de Maaseyck e hizo noche en campaña, durmiendo en su coche. El 29 don Fernando fue a hacer noche a Groeteras, castillo perteneciente a la Orden Teutónica, y el 30 a Helter, castillo del Abad de San Truyen, ambos en la provincia de Lieja. El 31, cerca de Lumen, se encontró con el Duque de Lerma, maestre de campo general del Ejército de Flandes, que salió a encontrar a Su Alteza con 14 compañías de caballos, acompañado también por el Duque de Avellana, hermano del Príncipe Doria, del maestre de campo don Andrea Cantelmo y de mucha nobleza española, italiana y flamenca. Posteriormente, don Fernando se dirigió al famoso santuario mariano de Nuestra Señora de Monteagudo. Aquí vinieron a ver a Su Alteza don Gonzalo Fernández de Córdoba (3), el Duque de Boeuf (enviado de la Reina madre de Francia), los Príncipes de Simay y Ligné, los Condes de Croes y Copigni, y otros títulos, vizcondes y caballeros.

El 1 de noviembre, rechazando la oferta de los diputados de Bruselas para retrasar su salida con la intención de poder finalizar a tiempo los arcos triunfales para su entrada, don Fernando partió rumbo a Lovaina, donde se encuentra una de las más insignes universidades de Europa. Don Fernando se alojaría en el Colegio de van Dale hasta el 2 de noviembre. El día 3 Su Alteza fue a Tervuren, a dos leguas de Bruselas.

El día 4 el Cardenal-Infante salió de Terveuren poniendo rumbo a Bruselas acompañado de la compañía de corazas del conde Juan de Nassau y de arcabuceros de don Juan de Bivero. El camino hacia la capital de los Países Bajos estaba abarrotado de príncipes, señores, caballeros y curiosos que se agolpaban en el camino para ver al nuevo Gobernador General. A media hora de llegar a su destino final y en medio de las salvas de 8.000 burgueses formados en escuadrón, don Fernando se puso a caballo. Más adelante se topó con otro escuadrón de arqueros. Hacia las tres y media Su Alteza hacía finalmente su entrada en Bruselas.

El orden de acompañamiento fue el siguente: delante de todos don Juan de Bivero con su compañía de arcabuceros de a caballo, a continuación seguía la compañía de corazas del conde Juan de Nassau, cercado de criados. Luego venían todos los títulos y nobleza, tanto local como española e italiana, y tras estos los Condes de Puertollano, Reux, Noyeles y Grimbergen, mayordomos de Su Alteza, seguidos de los Príncipes de Simay y Ligné, los Duques de Lerma y Havre, los Marqueses de los Balbases, Leganés y Aytona, y tras éstos, el príncipe Tomás de Saboya solo, y un poco más atrás, el Cardenal Infante sobre un caballo napolitano. Su Alteza iba vestido con calzón y jubón carmesí bordado de oro y encima una hungarina de terciopelo del mismo color con cantos y botonaduras de vistosas labores de oro. Encima llevaba una banda de general color carmesí ricamente bordada de la que colgaba una espada con guarnición de oro y cuya hoja había pertenecido a Carlos V, si bisabuelo. Don Fernando lucía también valona con puntas caídas. Al estribo del caballo a pie iba su primer caballerizo, don Diego Sarmiento, hijo del Conde de Salvatierra, y los pajes de Su Alteza ricamente vestidos. Detrás de don Fernando iba su caballerizo mayor, el Marqués de Este y a su lado don Antonio de la Cueva y Silva, rodeados del Marqués de Orani, del Duque de Nocera, de los Condes de la Rivera y Fuensaldaña y don Beltrán de Guevara, gentilhombres de la cámara. Alrededor iban los Guldres, que eran una cofradía de burgueses con hachas de cera blanca, luego seguía la compañía de arqueros con sus lanzas y borgoñotas, y detrás de ellos una compañía de caballos.

Bruselas en tiempos de Felipe IV. Atlas van Loon.

Don Fernando entró en Bruselas por la llamada Puerta de Lovaina hacia las tres y media de la tarde, como quedó dicho. En aquel lugar se encontraba el magistrado con las llaves de la ciudad en una fuente de plata que entregó a Su Alteza de rodillas. A continuación el pensionario le leyó una oración de bienvenida en latín. Con esto el Cardenal-Infante entró en la ciudad que se encontraba abarrotada d gente, dirigiéndose a la Catedral de Santa Gúdula, en cuya puerta se hallaba el Obispo de Malinas con todo su clero para recibir a don Fernando y darle a besar una cruz. A continuación se entró a la Iglesia donde se cantó un “Te Deum laudamus”. Acabada la misa Su Alteza volvió a subir al caballo encaminándose a la calle de Santo Domingo al tiempo que anochecía.

Bruselas tenía trazados y comenzados muchos arcos triunfales, pirámides y otras arquitecturas efímeras que quedaron imperfecta por no haber tenido tiempo para acabarlas, reservándolas para cuando Su Alteza volviese a entrar en la ciudad de vuelta de su visita a las Provincias, donde todas las ciudades tenían construidas arcos triunfales y otros grandiosos aparatos, destacando entre todas ellas las de Amberes (4).

Sin embargo, la Gran Plaza sí que se encontraba decorada con impresionantes arquitecturas efímeras en forma de arcos triunfales, pirámides, luminarias en las ventanas, etc. Por su parte, de la Casa de la Villa pendían impresionantes y coloridas colgaduras, mientras que la llamada Torre de San Miguel se encontraba llena de faroles. De aquí, continuando el paseo por la Calle Mayor o Steenweg, bajó a los Theatinos y subiendo por Steenport a la Plaza de Sablon llegó a las siete de la tarde al Palacio de la Reina madre de Francia, la cual salió a recibir a Su Alteza. Junto a Catalina de Medici se encontraba también la Duquesa de Orleans, mujer de Gastón de Orleans y hermana del Duque de Lorena. Acabada la visita volvió a subir a su caballo y por las casas del Conde de Egmont, Carmelitos Descalzos y la puerta vieja de Namur llegó al Palacio de Coudenberg. Al día siguiente vinieron a besar su mano todos los Consejos y los diputados de las Provincias. Las luminarias por su feliz llegada se prolongarían durante tres días

Fuentes principales:

* Aedo y Gallart, Diego de: “El memorable y glorioso viaje del Infante Cardenal D. Fernando de Austria”. Amberes, 1635.

* Aldea Vaquero, Quintón: “El cardenal-infante don Fernando o la formación de un príncipe de España”. Real Academia de la Historia, 1997.

* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.

* Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Universidad de Córdoba, 2006.


Notas:

(1) AGS, Estado, leg. 2152: borrador de voto de Olivares para la sesión del Consejo de Esrado, 9 de noviembre de 1634.

(2) Tomás Francisco de Saboya, Príncipe de Carignano (1596–1656), hijo del duque Carlos Manuel I de Saboya y de la infanta Catalina Micaela de Austria, hija de Felipe II, era, por tanto, primo hermano del Cardenal-Infante y de Felipe IV.

En 1620 fue nombrado por su padre Príncipe de Carignano. En 1625 desposa a María de Borbón, hija de Carlos de Borbón, Conde de Soissons. Tomó la causa española durante la Guerra de los Treinta Años, comandando los ejércitos hispánicos en Flandes como ya hiciera su abuelo, Emanuele Filiberto. En 1635 es derrotado por los franceses en Avian, sin embargo, en 1638 derrota al Mariscal de la Force en St. Omer.

Tras la muerte de su hermano, el duque Víctor Amadeo I, subió al trono ducal su hijo Francisco Jacinto de 5 años de edad, por lo que su madre, María Cristina de Francia (la “Madame Reale”), hermana de Luis XIII de Francia, asumió la regencia.

Tomás y su hermano, el cardenal Mauricio de Saboya, que eran filo-españoles no vieron con buenos ojos esta regencia pro-francesa (tropas francesas comandadas por La Vallette entraron en el Piamonte a consecuencia de la guerra contra España). El 4 de octubre de 1638 moría Francisco Jacinto, por lo que su hermano Carlos Manuel, tan solo 2 años de edad, se convirtió en el nuevo Duque. No había más hijos varones de Víctor Amadeo I y, por tanto, en caso de muerte de Carlos Manuel, el Ducado de Saboya pasaría a Mauricio, hermano de Tomás.

Animado por este último, Tomás reclamó la regencia para sí. La nobleza, el clero y la alta burguesía se dividieron entre los dos bandos: los llamados "principistas", filo-españoles y partidarios de Tomás, y los "madamistas", filo-franceses y partidarios de la Madama Reale. En agosto de 1639, la regente María Cristina fue obligada a huir de Turín junto con su hijo Carlos, ya que la capital piamontesa se encontraba ya en manos de los principistas. Sin embargo, en noviembre la Regente y el pequeño Duque pudieron volver ya que las tropas francesas del Marqués d’Harcourt la habían liberado de las tropas principistas. Tres años después se llegó a un acuerdo: María Cristina de Francia permanecía como regente en nombre de Carlos Manuel, su cuñado Mauricio recibía la lugarteniencia de Niza y la mano de Luisa, hija de María Cristina (previa dispensa papal), mientras que Tomás recibía la lugarteniencia de Ivrea y Biella. Reconciliado con Francia, en 1648 combatió para ésta contra los españoles con algunos éxitos.

(3) Gonzalo Fernández de Córdoba, I Príncipe de Maratea (1586-1645), hijo segundo del V Duque de Sessa y de doña Juana de Córdoba Cardona y Aragón, hija del III Marqués de Comares. No confundir con su antepasado Gonzalo Fernández de Córdoba, I Duque de Sessa, conocido como “El Gran Capitán”.

(4) Próximamente dedicaré una entrada específica a esta famosa entrada triunfal del Cardenal-Infante en Amberes.

24 comentarios:

  1. No sé dónde guardas tanto saber querido amigo, pero pasar por aquí es disfrutar.

    Un abrazo.

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  2. Estoy de acuerdo con Senovilla, este blog es una fuente de sabiduría.

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  3. Me imagino que el subidón de autoestima y autoconcepto del infante don Fernando ante tanto recibimiento, tanta ceremonia, tanto personaje ilustre y tanto aparato escenográfico (luminarias, arcos triunfales...) debía ser tremendo. No sé si don Fernando podría creer ante todo ello ser un enviado por la providencia para gloria del imperio hispánico.
    Un saludo.

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  4. Magnifica entrada. Esto es como una novela.
    Saludos cordiales.

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  5. Senovilla: muchas gracias por tus palabras ;)

    Un abrazo.

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  6. Cayetano:muy probablemente lo creyó, sobre todo, a raíz de sus victorias militares al inicio de su gobierno.

    Un saludo.

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  7. Sigue maravillándome la cantidad de agasajos que se celebraban al paso del infante-cardenal por las ciudades y territorios de los príncipes alemanes. Me ha llamado la atención lo de subir al campanario para contemplar la ciudad. Es algo tan humano que no parece propio de un personaje como este.

    Saludos

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  8. Me ha llamado la atención leer que Olivares quedaran descontento, consigo mismo. No sabría juzgar si hizo bien dando las instrucciones que dio para la campaña o si pecó de prudente y desaprovechó, dada la superioridad española, los objetivos, más ambiciosos, que luego se lamentó de no haber emprendido.
    Aparte de continuar con el paseo triunfal de Infante, me ha gustado leer el la interpretación de los parrafos del principio. Un saludo.

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  9. Jordi: la exaltación y el agasajo de la persona real era uno de los principios del poder y de las normas de vasallaje típicas de época. Lo del campanario nos muestra que detrás de la mitra y su regio semblante también había un ser humano.

    Un abrazo.

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  10. Desdelaterraza: la guerra en Alemania era importante para la Casa de Austria en su conjunto, pero los asuntos de Flandes eran demasiado importantes para la Monarquía Hispánica en particular.

    Un saludo.

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  11. Todo un paseo triunfal casi al estilo de los de Roma en tiempos de las legiones, pero en España como se celebraban estas victorias cuando eran conocidas.

    Un saludo.

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  12. No se conformaba con poco el Conde-Duque, ¿verdad? A pesar del rotundo éxito en la batalla de Nördlingen, la madre de todas las batallas de entonces, todavía quería más y pensaba que podía haber quedado mucho mejor la situación, más despejada, vamos. Eso se llama ser ambicioso. Feliz domingo, majestad.

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  13. Eduardo: en España lo habitual era un "Te Deum" en la Basílica de Nuestra Señora de Atocha y las luminarias.

    Un saludo.

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  14. Paco: había demasiados frentes abiertos y creo que se tomó la mejor decisión. Lo mejor para la Monarquía Hispánica era arreglar las cosas de Flandes.

    Un abrazo.

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  15. Hay grandeza en este episodio de nuestra Historia.

    Saludos.

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  16. Con la lectura de este magno texto, vemos que en Bruselas se "adoraba" y respetaba a Fernando de Austria y a sus tropas.¿No se le subiría un pelín el ego y se mostrara más vanidoso?
    No se, pero en efecto sus victorias fueron grandiosas, a pesar de todo...
    Saludos¡

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  17. Javier: puede que se le subiera, pero por otra parte era normal. Y lo del amor del vulgo ya se sabe, la gente es muy aficionada a cualquier espectáculo que se le brinde.

    Un abrazo.

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  18. Importante victoria en un momento tan delicado y de tanta necesidad de estima para nuestra España, lo cierto es que usted por un lado y yo por otro no dejamos de recordar las batallas más importantes de nuestra historia.
    Por cierto, este fin de semana me acordé de usted. Estuve en el monasterio de Guadalupe y me encontré con dos cuadros de Juan Carreño de Miranda con las figuras del rey Carlos II, de su esposa María Luisa de Orleans. No se si conoce aquello, pero es una maravilla.
    Un saludo y de nuevo le felicito por la entrada :-))

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  19. Pedro: no viene mal en estos momentos de decaímiento del orgullo nacional y de depresión generalizada, recordar las glorias pasadas.

    El Monasterio de Guadalupe no lo conozco, aunque sí que he visto los cuadros que citas en alguna publicación. Espero poder visitarlo pronto ;)

    Un saludo.

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  20. No nos es difíucil imaginar la entrada triunfante del cardenal- infante vestido de carmesí y oro. Seguro que en ese momento se sentía el centro del universo, el príncipe de moda en Europa, el heredero legítimo del emperador Carlos V. Qué pena que las victorias sean tan fugaces para la Monarquía Católica en aquel siglo XVII infausto.

    Un beso

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  21. Carmen: así lo veían las crónicas apologéticas, como un nuevo César Carlos...la verdad es que, como dices, las glorias militares fueron efímeras.

    Un beso.

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