martes, 3 de enero de 2012

El teatro durante la minoría de edad de Carlos II (Parte II y final)

1. Grabado de Pedro de Villafranca para Reinados de Menor edad y de grandes reyes”, obra de Ramos del Manzano (1671).

Para los asiduos al Real Alcázar, no fue difícil percibir los problemas que Carlos II arrastraba en su formación. Sus limitaciones, su falta de atención y capacidad desesperaban a unos maestros que entendían que esos obstáculos sólo podían superarse con más horas de dedicación y sin distracciones. Sin embargo, los resultados de estos desvelos fueron muy pobres. Para el brillante jurista que era Ramos del Manzano debió suponer un gran choque, adaptar los métodos eruditos a un discípulo muy distinto en su naturaleza intelectual de un Felipe II o de su brillante padre, Felipe IV. Sin embargo, el maestro hizo algunos esfuerzos.


Los métodos pedagógicos del instructor del Rey se conocen, en parte, gracias a un libro que publicó en 1671 titulado “Reynados de menor edad y de grandes reyes”. La obra venía precedida de un “informe” en el que daba cuenta del encargo que había recibido de la Reina madre cuando se convirtió en preceptor del Monarca y de los objetivos que hasta ese momento había alcanzado.


Entre las peticiones de Mariana de Austria cuando le ofreció el puesto se encontraba que Carlos II alcanzara el conocimiento de la doctrina cristiana y de las primeras letras, que consiguiera leer y escribir sucesivamente latín, italiano y francés y que aprendiera geografía para saber localizar en los mapas el resto de los estados y la situación de sus propios dominios.


En los momentos en los que Ramos del Manzano redacto esta exposición (1671), el Rey había cumplido los 10 años y el logro de aquellos objetivos, dulcificado seguramente hasta el extremo para darlo a la imprenta, era el siguiente:


“...en las primeras letras y aplicación al leer y escribir y en lo que ha permitido la viveza y natural grande del rey y de su edad y el ningún apremio que cabe en la soberanía, se le ha introducido y aplicado de manera que ha mucho tiempo que como consta a V. Mg. lee clara y perfectamente y escrive en caracteres pequeños con forma bastante y para que el leer le sirviese en los fines que se me encargaron por la instrucción de V. Mg., he dispuesto que el rey después de algunos libros, aya leído historias reducidas a epítomes de los Señores Reyes Católicos, Emperadores Carlos V, Reyes Don Felipe II y Don Felipe III y con la ocasión que se ha dado lo que ha ido leyendo, se le ha motivado y propuesto para la imitación y los hechos y virtudes más señalados de sus reales abuelos (...) y juntamente se le ha instruido en las noticias de los Reynos y Estados de que se compone su monarquía (...)”.


Su maestro señalaba con particular orgullo que entendía rudimentos de latín, conocía las partes del mundo y señalaba en los mapas. También había tratado de imbuirle algunos principios de comportamiento y de virtudes a través del uso de empresas políticas, es decir, del conocimiento de la emblemática. Mensajes icónicos que el podrían ayudar a retener, según el maestro, las lecciones que encerraban.


Pero a pesar de que el mentor afirmaba que se habían desarrollado en el Rey “las reales inclinaciones y la excelencia del entendimiento”, el hecho mismo de elaborar esta obra y los términos teóricos bajo los que se concibió, reflejaban las verdaderas dificultades que presentaba su formación.


Los “Reinados de Menor edad y de grandes reyes” son ejemplos tomados de la historia antigua y de España, relativos a monarcas que lo fueron desde niños (1). Estaba concebido según el entendimiento y edad de Carlos II. Cada ejemplo iba precedido de un emblema con su “empresa” en la que la pictura era un grabado (el primero correspondía al de la Reina Madre y el propio Carlos II - imagen 1), dónde se veía al rey niño de cada exempla, invariablemente acompañado y socorrido, salvo en un caso (2), de su abuela, madre o hermana que ejercía de protectora y gobernadora durante cada uno de aquellos reinados. Sólo en tres de ellos aparecían leyendas en latín, extremadamente sencillas y el mensaje insistente de todas las lecciones (que se presentaba además en caracteres tipográficos de mayor tamaño que el resto del texto), consistía en que aquellos reyes menores acertaron cuando obedecieron los designios de las respectivas regentes y que sólo cuando se apartaron de su protección, amparo y consejo, llegó la ruina al rey y sus reinos. La lección del maestro a su regio discípulo repetida en doce ocasiones no podía ser más directa. El mensaje casi único consistía en supeditarse y encomendarse a la protección de la madre hasta que consiguiera alcanzar la madurez.


Estos eran los “emblemas” que le eran familiares a Carlos II. Reyes niños protegidos, tutelados y dirigidos por fuertes abuelas, madres o hermanas. No era de extrañar que los Grandes pensaran que era necesario que el Rey recibiera otro tipo de enseñanzas.


2. Don Pedro Calderón de la Barca. Museo Lázaro Galdiano.

Mientras la educación del Monarca avanzaba con dificultades, la vuelta oficial del teatro a Palacio se había consumado el 18 de enero de 1670 con el cumpleaños de doña Mariana de Austria como pretexto (22 de diciembre) y de la mano de Calderón que también regresaba al escenario del Coliseo del Buen Retiro con una fiesta teatral en la que la pieza central era “Fieras afemina Amor” (3). La obra, según sus estudiosos, debió terminarse en las últimas semanas de 1669 pero Calderón venía trabajando en ella ante la eventualidad de celebrar lo que habría de ser el primer acontecimiento gozoso de la Familia Real tras el fallecimiento de Felipe IV: el cumpleaños de la archiduquesa María Antonia, hija de la infanta Margarita Teresa y el emperador Leopoldo I, la primera nieta de Mariana de Austria.


Además de la magnífica loa que declaraba la intención festiva del evento (4) y en la que se hacía mención a un festejo anterior por el aniversario de Carlos II (5), lo que significa que no debió ser la primera obra representada en Palacio tras la larga prohibición, se incluyeron dos entremeses. El primero de ellos permitió a Carlos II ver en las tablas, en lo que fue su última aparición pública, a Cosme Pérez en su inmortal personificación de “Juan Rana” (imagen 3) (6). Aquella comparecencia sirvió de aval para la hija del actor, Manuela de Escamilla , y para su esposo que ahora se había convertido en el director de la compañía que antes dirigiera el veterano bufón.


El protagonista de la comedia grande era Hércules, uno de los más importantes héroes de la mitología griega que en el discurso cortesano gozaba de gran crédito como representante y personificación de la virtud en su lucha exitosa contra las pasiones.


En algunas historias de la Grecia clásica escritas en el Renacimiento, Hércules era considerado el primer Rey de España (7) y por ello no debe sorprender que los artistas y decoradores que diseñaron entre 1633 y 1635 la estancia más significativa del Palacio del Buen Retiro, el Salón de Reinos, colocaran al lado de las victorias de Felipe IV diez escenas de su vida y trabajos (imagen 4). Esta construcción participaba así de la tradición de los Salones de “la Virtud del Príncipe” europeos que se construyeron para glorificar las calidades superiores atribuibles a un soberano.


3. Cosme Pérez, "Juan Rana", vestido de alcalde villano, anónimo de la Real Academia Española.

En la obra de Calderón la iconografía del telón de boca que escondía el tablado es de gran interés para la interpretación de la pieza y parece estar fuera de duda que su planteamiento pretendía cumplir una función pedagógica. La descripción detallada que aporta el poeta permite imaginar con detalle lo que los miembros de la Core observaron aquella tarde-noche de 1670 y, sobre todo, lo que contempló el pequeño Rey que con nueve años asistía, probablemente por primera vez, a una obra de aparato:

A los lados del pórtico, entre coluna y coluna, estaban en sus nichos dos estatuas al parecer de bronce, que haciendo viso al héroe de la fábula, halagando una a un león y otra a un tigre, significaban el valor y la osadía. Todo este frontispicio cerraba una cortina, en cuyo primer término, robustamente airoso, se via Hércules, la clava en la mano, la piel al hombro y a las plantas monstruosas fieras, como despojos de sus ya vencidas luchas; pero no tan vencidas que no volase sobre él, en el segundo término, un Cupido, flechando el dardo, que en el asunto de la fiesta debía ser desdoro de sus triunfos. Bien desde luego lo explicaba la inscripción, cuando en rotulados rasgos, que partían entre los dos el aire, decía a un lado el castellano mote:


Fieras afemina amor


y otro en latino:


Omnia vincit Amor


La presentación de este telón seguía el modelo iconográfico de los emblemas de Alciato: inscriptio y pictura, dos partes previas que anunciaban la subcriptio o explicación del emblema que en este caso era el propio espectáculo que se iba a contemplar. Aquel telón, con Hércules en el centro del icono, en solitario, acompañado de los atributos de la fuerza, el poder y la virtud, se había convertido en una suerte de “empresa dramática calderoniana” de tema mitológico para la educación de un príncipe cristiano. Sin duda, era una imagen de mayor madurez que los emblemas personalizados de Ramos del Manzano. Aquel telón que daba cabida a la presencia femenina en un ángulo, presentaba el poder de un amor de naturaleza muy distinta al maternal, que sabemos se consideraba asfixiante y reductor en los manuales de príncipes clásicos, incluido el de Saavedra Fajardo que afirmaba:


“...los padres suelen entregar a sus hijos en los primeros años al gobierno de las mujeres, las cuales con temores de sombras, les enflaquecen el ánimo y les imponen otros resabios que suelen mantener después”.


De lo que podía deducirse que los educadores de los príncipes debían ser hombres:


“...de altivos pensamientos que encienden en el pecho del príncipe espíritus gloriosos”.


Aquella lección visual, tan atractiva en la forma y tan distinta en el fondo de las que había recibido Carlos II hasta entonces, le resultaba comprensible pues utilizaba un código familiar. Su contenido, sin embargo, distaba mucho de los mensajes que hasta entonces había recibido y conectaba con la opinión de un importante grupo de aristócratas deseosos de aliviar la tutela ejercida sobre el Rey por la Reina madre. Pero no era ésta la única enseñanza que la obra encerraba. Había varias que aludían al comportamiento y la imagen digna del gobernante. Se sabe que en los manuales de educación de príncipes se insistía en lo importante que era para el soberano ofrecer un pulcro aspecto (8) y es conocido también que Carlos II, en esta cuestión, arrastraba graves problemas. Calderón puso especial énfasis en mostrar en “Fieras” a un Hércules de aspecto descuidado para elaborar un episodio, al principio de la tercera jornada, en que sintetizaba algunos de los preceptos básicos que eran, en teoría, consustanciales a la Majestad.


En este pasaje, después de haber vencido al desdichado Anteo, Hércules, muy enojado se disponía a tomar posesión del Reino de Libia y de su infanta. La protagonista, Yole, desesperada ante la apariencia desaliñada y los malos modos del héroe, pedía ayuda a tres de sus damas. Cada una se servía en la obra de sus especiales dotes (la belleza, la voz y el ingenio) para socorrerla en la resolución del problema. De ese modo el bruto Hércules por orden y de un modo que constituye un verdadero “emblema dramático”, apreciaba lo que debía corregir. Verusa se presentaba ante él como un espejo para que su belleza pudiera contrastar con la falta de cuidado del protagonista; Egle, cantaba para amansar su fiereza y finalmente Hesperia, le proporcionaba con su relato ejemplos de héroes de la mitología y de la historia que se dejaron vencer por el amor sin por ello disminuir su fama.


4. Lucha de Hércules con el León de Nemea, obra de Francisco de Zurbarán para el Salón de Reinos del Buen Retiro.

Calderón adaptó el mito de Hércules a la particular circunstancia que vivía la Corte y su Rey. Se alejó de la interpretación tradicional de Séneca o Pérez de Moya que convertía al héroe mitológico en símbolo de la virtud y el valor y eligió una parte de su vida en la que éste demostraba sus debilidades. Una atípica elección que podía tener varias lecturas. Se podía entender que se trataba de exaltar el sentimiento del amor, como una tributo propio de reyes. Pero Sebastián Neumeister ha apuntado otra posibilidad que resulta muy sugestiva. Es evidente que Venus y las mujeres triunfan al final del drama, y que el héroe tradicional que rechazaba al amor en tanto que éste podía hacer peligrar su virtud, se convierte en un héroe “vencido” por la fuerza de Venus y Cupido. Podía resultar difícil combinar la derrota de Hércules con la imagen del héroe tradicional. Pero la contradicción quedaba resuelta para el público palaciego si Venus se equiparaba con Mariana de Austria y Hércules con don Juan José de Austria en vez de con Carlos II, que estaría representado en realidad por el dios Amor. Esta significación era plausible ya que el personaje de Cupido había sido asumido por los príncipes niños en los escenarios palaciegos. Por ejemplo Felipe IV lo hizo con nueve años (9) en Lerma, los mismos que tenía Carlos II cuando presenció esta fiesta teatral.


La ambigüedad interpretativa derivada de la riqueza de los argumentos planteados por Calderón, era lo que permitía dar satisfacción al variado auditorio cortesano para el que el triunfo de la regente quedaba claro en una primera y simple interpretación ya que después del intento de golpe militar de don Juan que doña Mariana había conseguido evitar, no sin claudicaciones, el dramaturgo presentaba ante los ojos de los cortesanos una pieza en la que se escenificaba la victoria de una mujer sobre la fuerza física de un Hércules guerrero. Aunque si esa victoria se conseguía con el amor no era una derrota sin más, sino un triunfo conciliador que venía a escenificar un nuevo tiempo de armonía.

En cualquier caso, la primera vez que el teatro palaciego “de aparato” hacía acto de presencia en el reinado de Carlos II, el mensaje lanzado a través del lenguaje cortesano-representativo ponía ante los ojos del soberano el ejemplo de un personaje atractivo pero desorientado que conseguía encauzar su conducta del modo adecuado.


De la intención de los que promovieron el espectáculo no puede dudarse, al tenor de un pasquín satírico que circuló por estas fechas y que decía así:


Fieras afemina amor, dice Astillano, no más; / que el saber guardar la ropa / es la gala de nadar”.


Fuente principal:


* Sanz Ayán, Carmen: “Pedagogía de reyes: el teatro palaciego en el reinado de Carlos II”. RAH, Madrid, 2006.


Notas:


(1) Los reyes elegidos son Salomón, Teodosio II, los dos Alfonsos de Castilla (el de las Navas y el del Salado dice el autor), Fernando III el Santo, San Luis de Francia, Jaime I de Aragón, el emperador Fernando II, Carlos V e inluye, aunque no fueron minorías en sentido estricto a Felipe III y Felipe IV.


(2) El de Jaime I de Aragón.


(3) La cuestión de la fecha exacta de la representación parece abierta. Hay estudiosos que defienden que se celebró el 22 de diciembre, aunque sin citar la fuente directa.


(4) Pues todos digamos en voces diversas, / que Carlos Segundo ofrece a su madre, / pues ella admitió de sus años la fiesta, / esta fiesta también a sus años, / que cumplan y gocen edades eternas.


(5) En este año se editó la obra “Júpiter y Semele” de Juan Bautista Diamante.


(6) De las piezas intermedias intercaladas entre la comedia grande la más importante es el “Entremés del triunfo de Juan Rana”. Una pieza burlesca que contiene varias alusiones a la acción mitológica de la comedia grande y en la que el viejo actor escenificó sentado en un carro. Murió el 20 de abril de 1672. Estuvo sobre los escenarios de 1617 hasta 1660 en que dio el relevo oficial a su yerno Antonio de Escamilla. Para entonces, Juan rana era un personaje de entremés que supo remedar a la perfección su hija, Manuela de Escamilla.


(7) Fernando de Heredia, autor de “Historia de Grecia”. Nombra a Hércules primer Rey de España. Después Coluccio Salutati en “De labóribus Hérculis” a principios del siglo XV y pocos años más tarde Enrique de Villena en “Los doce trabajos de Hércules” (1517) le describe como el “vir perfectissimus”. Más tarde Pérez de Moya (1585) y Baltasar de Vitoria (1623), seguirán difundiendo esta valoración positiva del mito.


(8) Saavedra Fajardo ilustra este precepto en su empresa tercera: “Robur et decus” y el resto de manuales del príncipes elaborados posteriormente lo citan como autoridad.


(9) El príncipe Felipe sólo daba la orden de entrada y salida de los actores no fue, evidentemente, el director del espectáculo. El rey como actor lo encarna de manera prototípica Luis XIV de Francia, aunque como se ve dicha faceta le venía de su herencia española.



7 comentarios:

  1. Creo que era evidente la lentitud con que el joven monarca iba accediendo a la instrucción básica, para desesperación de sus maestros. Estudiar no era lo suyo.
    Hoy sería un alumno "con necesidades educativas especiales" y necesitaría una "adaptación curricular significativa".
    Contrasta su torpeza con la grandeza del teatro, del arte y de la literatura en ese siglo.
    Un saludo.

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  2. Grande siempre Calderón con esa adaptacón del mito de Hércules, la grandeza suprema, a la corte trite, gris y decadente de la España de finales del XVII. Curioso la educación de su majestad. Nuevamente una gran entrada, Carolus. Espero que los Reyes le sean propicios mañana. Abrazos.

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  3. Densa, contundente e interesante entrada sobre el aspecto poco divulgado del mal nivel cultural del rey Carlos II. Siempre se dice de su idiotez pero poco de su nivel cultural y sus dificultades de aprendizaje o de sus maestros como Ramos del Manzano.
    Interesante esfuerzo de hacer más llevadera la árida cultura para el rey. Calderón, como siempre, el intelectual que supo estar a la altura.
    Muy buena entrada Majestad. Saludos.

    P.D. Se refería V.M. en mi blog al Tricentenario de la Paz de Utrecht entre 1714 y 1715. Imagino nos darán la "brasa" desde Cataluña con la "invasión" española. Sobre todo será tremenda la Diada de 2015 con crisis económica incluida si no hemos salido de ella aún, y parece que seguiremos en horas bajas hasta 2020.

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  4. El sistema utilizado para enseñar a Carlos II no difiere en la actualidad con los que actualmente existen en primaria, visualmente creados para que relacione conceptos, a pesar de su inmadurez intelectual. El trabajo de sus tutores debió de ser inmenso, a tenor de lo leído.
    Un abrazo y feliz año ¡¡¡¡

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  5. Calderón de la Barca, ni más ni menos.

    Me ha encantado eso de "rudimentos de latín".

    Este año le he pedido a los Reyes mucha salud para todo el mundo, así que espero te alcance a ti mi petición también. Un abrazo.

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  6. No es de extrañar que con semejante educación, ciertamente alienante, y sus deficiencias, no llegara nunca a tener una voluntad autónoma. En fin, parece que su destino venía escrito en sus genes y nada se podía hacer. Un abrazo.

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  7. Teatro y enseñanza, todo en uno. Con Carlos II el señor Ramos del Manzano lo debía de tener complicado. Por cierto, imagino que este profesor insigne habría nacido en Salamanca porque este apellido tiene sus orígnes en la ciudad universitaria.
    Un beso

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