viernes, 6 de abril de 2012

Don Juan José de Austria y la crisis política de comienzos de la Regencia (parte I)

1. El Palacio del Buen Retiro, residencia de don Juan en la Corte durante esta época, obra de Jusepe Leonardo.

Cuando Felipe IV murió en septiembre de 1665, don Juan José de Austria tenía 36 años, mientras que el heredero al trono, el príncipe Carlos José (Carlos II), tan sólo cuatro. En su testamento (1) el Rey Planeta dejó dispuesto lo siguiente (cláusula 37): “Por cuanto tengo declarado por mi hijo a don Juan José de Austria, que le hube siendo casado, y le reconozco por tal, ruego y encargo a mi sucesor y a la Reina, mi muy cara y amada mujer, le amparen y favorezcan y se sirvan de él como de cosa mía, procurando acomodarle de hacienda, de manera que pueda vivir conforme a su calidad, si no se la hubiera dado yo antes de mi muerte”.

En su testamento Felipe IV nombraba tutora de Carlos II a la Reina madre, doña Mariana de Austria, hasta que aquél cumpliera los catorce años de edad. Sabiendo que su joven esposa no estaba preparada para regir tan inmensa y complicada monarquía, el Rey decidió encargar el gobierno a un órgano de composición plural y equilibrada: la Junta de Regencia.

En un codicilo agregado pocos días antes de morir, el Rey la constituyó el mismo. Formaban parte de ella los presidentes o representantes de las instituciones más importantes de la Monarquía. Los primeros componentes de la Junta fueron el arzobispo de Toledo, don Baltasar de Moscoso y Sandoval; el Inquisidor general, don Pascual de Aragón; como representante de la Grandeza, don Guillermo Ramón de Moncada, Marqués de Aytona; como representante del Consejo de Estado, don Gaspar de Bracamonte y Gúzman, Conde de Peñaranda; como presidente del Consejo de Castilla, don Diego García de Haro Sotomayor y Gúzman, Conde de Castrillo; y como vice-canciller de Aragón, don Cristóbal Crespí de Valldaura. Como secretario de la Junta actuó don Blasco de Loyola.

Tras la muerte del Arzobispo de Toledo, tan sólo un día después de la del Rey, don Pascual de Aragón fue nombrado su sucesor en la mitra toledana. A instancia de la Reina regente renunció a su cargo de Inquisidor general. De esta manera, aprovechando la vacante, doña Mariana pudo dar el cargo a su confesor, el jesuita austríaco Juan Everardo Nithard.

A pesar de ser don Juan, por sus méritos políticos y militares, el candidato más evidente para tomar las riendas del Gobierno, quedó excluido de la Junta de Regencia. Se encontraba en la curiosa posición de ser el general más distinguido de la Monarquía, pero al que se le negaban todos los honores políticos correspondientes a su rango. La Reina gobernadora y su confesor querían reducirle a que permaneciese recluido en Consuegra, cabeza de la Orden de san Juan en los reinos de Castilla de la que don Juan era Gran Prior, sin la más mínima participación en el Gobierno que se hacía en nombre del Rey, su hermano.

2. Retrato de Juan Everardo Nithard, obra de Alonso del Arco (h. 1674). Museo del Prado.

En los comienzos de la Regencia no le fue adverso el padre Nithard a don Juan, sino más bien la Junta de Regencia, que repudió la petición del real bastardo de residir en la Corte, esgrimiendo que la última voluntad de Felipe IV había sido que don Juan se retirase a Consuegra. Todas sus peticiones, aun las más razonables, fueron sistemáticamente denegadas. Estas desatenciones exaltaron la ambición de don Juan que, según los astrólogos, a los cuales era muy aficionado, ceñiría algún día la corona real (2). Como el primer don Juan de Austria, que en vano quiso reinar en Albania, en Túnez o en Inglaterra, primero intentó ser elegido Rey de Polonia, y después barajó la posibilidad de contraer matrimonio con la archiduquesa Claudia Felizitas para acceder al gobierno del Tirol, pero sus pretensiones no encontraron eco en el emperador Leopoldo I, que le desdeñaba. Limitó su ambición a la Corte del Rey-niño pero no recibía de ella sino continuos desaires. Poco a poco, la dialéctica de don Juan, que manejaba diestramente el idioma, se fue haciendo menos reverente hacia la Reina y más precoz respecto al confesor.

La situación política se complicó aun más cuando Luis XIV reclamó las tierras de los Países Bajos para su esposa, la infanta española María Teresa, hermana de don Juan y Carlos II, iniciando así la llamada Guerra de Devolución. El Rey francés, desatendiendo lo firmado en el Tratado de los Pirineos (1659) y alegando razones del derecho privado brabanzón que otorgaban la herencia a los hijos del primer matrimonio respecto a los del segundo (es decir, María Teresa sobre Carlos II), pretendía, en consecuencia, la entrega de Flandes como una justa y obligada restitución a su esposa. Se inició entonces una serie de polémicas entre juristas de una y otra corte, en las que incluso el padre Nithard llegó a escribir una refutación a las tesis francesas. Pero Luis XIV no depositaba exclusivamente su confianza en las argumentaciones de sus juristas. En mayo de 1667 inició un ataque fulminante contra los estados de Flandes. Los avisos y advertencias del Marqués de Castel-Rodrigo, gobernador de los Países Bajos, sobre los preparativos bélicos franceses, no fueron tomadas en serio en Madrid. La marcha de los invasores, a cuya cabeza de situó el propio Luis XIV, fue casi un paseo triunfal debido a su superioridad numérica (50.000 franceses contra 5.000/6.000 hispanos). En sus manos cayeron Armentieres, Charleroi, Alost, Tournai, Oudernadee, Courtrai y Lille.

Al pesimismo que engendraban las noticias de Flandes se unía el descontento general contra la política de la Regente, del Inquisidor y de la Junta, por la penuria general, y por la progresiva carestía de la vida. Alegando que don Juan era la persona más adecuada para aconsejar en materias de política internacional, sus partidarios presionaron a la Reina para que permitiera su entrada en el Consejo de Estado. Doña Mariana accedió a regañadientes y permitió que don Juan se instalara en el Palacio del Buen Retiro de Madrid. En un intento de alejarle de la Corte, sin embargo, se emitió unos meses más tarde, el 14 de septiembre de 1667, un Real Decreto por el que se enviaba a don Juan a Flandes, con el pretexto que las circunstancias internacionales así lo exigían. El decreto no sorprendió a nadie ya que don Juan era el Gobernador y Capitán General de estos estados por nombramiento confirmado en el testamento del Rey. Don Juan, consciente de la maniobra, puso una serie de condiciones para la ocupación de su nuevo cargo. En una carta fechada el 15 de septiembre de 1667 (3) acusa la “estrecheza real y verdadera de los medios y la monstruosidad del gobierno presente (…) Termínese aquella, y mudese y componga éste, (…) yo iré a defender a Flandes”.

En espera del cumplimiento de sus exigencias aguardaba en la Corte sin efectuar el viaje, lo que exasperó a la Reina y a los miembros del Gobierno. Como gobernador de Flandes le concedieron amplios poderes pero cuando don Juan exigió también la facultad de crear impuestos, lo que implicaba tratar con los herejes ingleses y holandeses, una junta de teólogos dictaminó en contra de la propuesta. Poniendo esto como excusa (4) don Juan renunció al Gobierno de Flandes, un cargo que no le atraía en absoluto, ya que su deseo era permanecer lo más cerca posible de la Corte. La Reina aceptó la renuncia y ordenó a don Juan que se retirara a Consuegra (5) puesto que su permanencia en la Corte ya no era necesaria. Esta última circunstancia obligó a don Juan a aceptar el cargo en los Países Bajos (6).

A finales de marzo de 1668 finalmente, don Juan partió hacia La Coruña. Mientras tanto se celebraron en Aquisgrán (Aix-la-Chapelle) las negociaciones entre las Coronas de España y Francia. Luis XIV limitó sus pretensiones y se conformó con conservar las ciudades y plazas fuertes que había conquistado en Flandes, comprometiéndose a devolver el Franco Condado. Tras la publicación de la Paz de Aquisgrán, firmada el 2 de mayo, se ordenó la inmediata partida de don Juan hacia Flandes (7).

Buscando otro pretexto para no ir a Flandes, encontró uno en el llamado caso Malladas: cuando don Juan estaba en Galicia, fue preso en Madrid un cierto José Malladas Zoferín. Según las declaraciones del Marqués de Saint-Aunais, poco antes de morir, Malladas le había envenenado por haberse negado a asesinar a Nithard y todo eso a instancias de don Juan. Según el estilo usado en no pocos procedimientos políticos de aquel tiempo, a Malladas se le dio garrote en su misma celda el 2 de junio de 1668. Al saberlo, don Juan protestó contra aquella ejecución con un enfado, que hizo sospechar que era efectivamente un agente suyo, y que andaba ya metido en una conjura. A causa del garrote de Malladas le instó a la Reina a que diera cuenta “de esta mala acción y de cuantas ha obrado en destrucción de la Monarquía y del lustre español” (8). El lamentable suceso dividió incluso a la Junta de Regencia. Don Pascual de Aragón, el Marqués de Aytona y el Conde de Peñaranda acudieron al testamento de Felipe IV para demostrar la desviada actuación de la Regente, pero la sentencia ya no tenía remedio. Trataron de calmar la agitación de la Corte con una salida en público de Sus Majestades, acontecimiento que siempre culminaba en una fiesta nocturna.

(continuará)

Fuente principal:

* Vermeulen, Anna: “A quantos leyeren esta carta. Estudio histórico-crítico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668”.Leuven University Press, 2003.

Notas:

(1) AGS, PR., serie XVI, leg.31.

(2) Durante su estancia en Flandes, le hicieron un horóscopo cuya traducción del francés al castellano se conserva en la BNM, ms. 8346, fol. 29-31.

(3) BNM, ms. 8345, fol. 70.

(4) AGS, leg. 2108.

(5) BNM, ms. 8345, fol. 85; BNM, ms. 18655, exp. 17.

(6) BNM, ms. 8345, fol. 87.

(7) BNM, ms. 8345, fol. 136.

(8) Cita recogida por Maura Gamazo en “Vida y reinado de Carlos II”, Madrid, 1954, 2ª ed., p.123.

8 comentarios:

  1. Parece una costumbre muy arraigada en España llevarse como el perro y el gato por las migajas del poder y aferrarse al cargo como una lapa. El inquisidor Nithard, aprovechando la minoría de edad del rey, se comportaba como una sanguijuela, aunque había más de una según rezaba la copla popular:
    “No sé cómo esta Corona
    Gota de sangre conserva,
    Conjurándose a chuparla
    Cien sangrientas sanguijuelas.”
    Un saludo.

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  2. Parece que la armonía no marcaba los últimos tiempos entre el padre don Felipe y el hijo don Juan José. ¿Es posible, sin olvidar la ojeriza que la reina pudiera tenerle por sus orígenes, que su alejamiento del gobierno fuera también el deseo del rey difunto?
    Un saludo.

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  3. Es una de las etapas en las que se percibe una lucha implacable por el poder. La ilegitimidad de Don Juan pesaba como una losa.

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  4. Estaba claro que aún viviendo su padre no tendría las cosas fáciles y todo fue ponerle barreras constantemente.

    Saludos.

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  5. Nunca lo tuvo facil Don Juan José de Austria, ni se hizo justicia con él; mucho menos con la llegada del padre Nithard. Y es que las envidias, recelos y el peso de la moral con los bastardos pesaban bastante en esa época (y en todas). Un abbrazo, majestad.

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  6. Un magnifico blog, lo visitare asiduamente, Saludos.

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  7. La signatura BNM corresponde a la biblioteca de maestros o es la misma que la biblioteca nacional de españa en Madrid? Estoy realizando una investigacion en relacion a varios implicados del caso malladas y quisiera consultar esos manuscritos

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