martes, 24 de septiembre de 2013

La última cruzada de España: el sitio de Viena de 1683 y la conquista de Buda en 1686 - PARTE IV y FINAL

**Entrada dedicada a Carmen Cascón del blog "Pinceladas de Historia Bejarana"

1. El sitio de Buda de 1686, obra de Frans Geffels.

A comienzos de 1686, los temores de la Corte de Madrid se dirigían de nuevo a Francia, que acumulaba tropas en los Alpes con la intención de expulsar a los hugonotes. Sin embargo, los ministros de Carlos II, en cambio, se temía que prepararan una invasión de Italia para interesarse por la sucesión de Mantua y Guastalla. Por ello, el Marqués de Borgomanero intentaba convencer de nuevo al Emperador de que, conseguida la toma de Buda, firmara la paz con el Sultán y retornara sus ojos hacia el oeste.

La Corte alentó expresamente el paso de aventureros y militares españoles a Hungría para hacer presente a la Monarquía Católica en la guerra. De avanzadilla había acudido en 1685 el capitán de caballería Rodrigo de los Herreros, quien desde el comienzo abundó en el complejo de la poca representación española en una guerra contra el Infiel; en una acción de armas en la que unos caballeros franceses tomaban la vanguardia les sobrepasó al grito de que “a donde ay un español, no serán franceses los que mas se adelanten”. Su ejemplo fue muy valorado en el Consejo de Estado, que le ofreció de merced un tercio de caballería en Flandes “para que a su ejemplo se alienten otros a seguirle, y merecer el real agrado de V Magd. […], más a vista de haver sido tan pocos los españoles que halli se hallaron”.

En abril pidió licencia para pasar a Hungría el Marqués de Villena y Duque de Escalona, Grande de España. El Consejo de Estado recibió con alborozo la petición y le dio publicidad para alentar a otros a seguir su camino. Quien siguió su ejemplo fue un destacado grupito de aristócratas con el que tenía vínculos familiares: el Duque de Béjar, maestre de campo de tercio en Flandes y que llevaba la voz cantante; el hermano de éste, Marqués de Valero, y a su primo el Marqués de Aguilafuerte. Si bien no es claro identificarles como miembros de un supuesto “partido imperial”, al menos era conocida la vinculación faccional de Villena con el valido, el Conde de Oropesa. Este le apoyó para convertirse en embajador en Viena, en sustitución del veterano Marqués de Borgomanero, quien se quejaba repetidamente de sus aprietos económicos e insistía en ser relevado. El Consejo de Estado valoró a ministros más experimentados para este puesto, pero el Rey antecedió a Villena en una consulta de su puño y letra en septiembre de 1686. No obstante, el nombramiento no llegó a realizarse porque Borgomanero, que había recibido entretanto el gobierno de Galicia, no llegó nunca a abandonar la Corte de Viena y siguió prestando en ella sus valiosos servicios hasta su muerte en 1695. 


2. Placa conmemorativa a los 300 españoles que tomaron parte en la reconquista de Buda en 1686 (Budapest, Hungría).

La intervención de los españoles o, en sentido más amplio, de los súbditos de Carlos II, no fue muy numerosa en sus fuerzas: apenas eran 300 los hombres, provenientes la mayor parte de las tropas licenciadas de Flandes y Milán o del séquito del Duque de Béjar o del Marqués de Villena. Destacaron el artillero Antonio González, que proporcionó los famosos “cañones españoles” de recámara elíptica, o el cuerpo de 55 catalanes, de los que apenas sobrevivió una decena y a los que la Generalitat homenajeó enBudapest en 2000. Entre los veteranos había una representación variada de altos oficiales, hasta 35, entre los que destacaron el maestre de campo Juan Francisco Manrique, los marqueses de Laverne y Cusani, los condes Annibale Visconti, D’Erps, Asel, Hornes y Merode y el Barón de Wernel.


3. Tumba de don Manuel Diego López de Zúñiga, Duque de Béjar, en el cementerio de San Miguel de Béjar (foto de Carmen Cascón).

Como es de suponer, los avances de los aventureros españoles en el sitio de Buda se siguieron con sumo interés, y ya por la correspondencia particular de los españoles, ya por las cartas del Duque de Lorena, se conocían casi día a día las escaramuzas y bajas causadas. La más destacada fue la del joven Duque de Béjar, don Manuel Diego López de Zúñiga, que pereció el 16 de julio tras una arriesgada acometida, y cuya desaparición hizo correr ríos de tinta en España, como estos versos de Bances Candamo en su “La Restauración de Buda” (Madrid, 1686):

DUQUE E BÉJAR
Ea, heroycos españoles;
Quien al riesgo se abançare,
Ha de alcanzar la corona
De vencedor ú de mártir.
A morir vamos resueltos,
En tan horroroso lance,
Por la Fe, y la Casa de Austria,
Si es que pueden separarse
Fé, y Casa de Austria, supuesto,
Que en la consecuencia iguales,
Si falta la Casa de Austria,
Puede ser que la Fe falte
En tantos Reynos, à quien
Sombras sus Laureles hacen.

4. "Diario puntual de quanto ha passado en el famoso sitio de Buda...", de Juan de Clatayud Montenegro (Madrid 1686).

Se ordenaron rogativas por la toma de Buda en los reinos peninsulares y la expectación en la Corte eran tan grande que proliferaban cada día noticias falsas y contradictorias. Finalmente, la ciudad cayó el 2 de septiembre; además de las celebraciones en la Corte, Carlos II mandó al Marqués de Malpica a Viena para dar la enhorabuena a los coaligados. La derrota turca de 1686 motivó que el Gran Visir Sari Süleyman Pasha se decidiera a solicitar la apertura de negociaciones, lo cual no interesaba lo más mínimo a la Corte imperial en aquel momento. Desde el lado español, en cambio, esta idea iba ganando más peso según se iba concretando una nueva liga contra Francia, la de Augsburgo.

A lo largo de 1687 fue produciéndose un claro repliegue del interés español por la Guerra de Hungría, en parte por la modestia de la campaña de ese año y en buena medida por la actividad diplomática que se estaba desplegando para dar contenido a la Liga de Augsburgo. En balance, la ayuda económica que se había brindado quedaba muy lejos de la imagen que los ministros de la Monarquía Hispana tenían todavía de esta. La mejor prueba se dio con la negativa de los consejeros de Estado a acallar las críticas papales con la publicación de la cifra dada al Emperador. Y es que “el Consejo no tiene por conveniente que se le remita la relación o nota que pide porque no se llegue a conocer quan corta cantidad ha sido”.

FIN

Fuentes:

* González Cuerva, Rubén: “La última cruzada: España en la Guerra de la Liga Santa (1683-1699)”, en Sanz Camañes, Porfirio (ed.): “Tiempo de Cambios. Guerra, diplomacia y política internacional de la Monarquía Hispánica (1648-1700)". Actas Editorial.



* Stoye, John: “L’Assedio di Vienna”. Società editrice il Mulino.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Carlos II en Düsseldorf (Alemania)

El elector palatino del Rin Federico Guillermo de Neoburgo, conocido como "El Abuelo de Europa" (Düsseldorf, Altstadt Museum).

Hago un paréntesis en mis serie de entradas relativas a la participación de la Monarquía Hispana en la Guerra de la Liga Santa (1683-1699) para dejaros las obras relacionadas con Carlos II que vi en una reciente visita que realicé a Düsseldorf (Alemania) y más concretamente al Museo de la Ciudad (Altstadt Museum) de la capital de Renania.

Düsseldorf, capital de los Electores del Palatinos del Rin, fue una de las ciudades más fuertemente relacionadas con la corte de Carlos II durante la última década de su reinado, y más concretamente desde el matrimonio de éste con Mariana de Neoburgo (nacida también en Düsseldorf) en 1689, hija del elector palatino Felipe Guillermo (1615-1690).

Felipe Guillermo de Neoburgo llegó a ser conocido como "el abuelo de Europa" ya que su numerosa prole enlazó matrimonialmente con príncipes de media Europa:

a. Medalla con los rostros del emperador Leopoldo I y Leonor Magdalena de Neoburgo (colección particular).

- Su hija mayor, Leonor Magdalena, se casó con el emperador Leopoldo I en 1676 y fue la madre de los dos siguiente emperadores germánicos: José I y Carlos VI, el que fue conocido como Carlos III por el bando austracista durante la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) enfrentándose a Felipe V de Borbón por el trono de España a la muerte de Carlos II.

b. María Sofía de Neoburgo, Reina de Portugal (Düsseldorf, Altstadt Museum).

- María Sofia se convirtió en Reina de Portugal tras su matrimonio con el rey luso Pedro II en 1687, convirtiéndose en madre del futuro Juan V, conocido como "El Magnánimo".

c. Dorotea Sofía de Neoburgo y Francesco Farnese, duques de Parma (Düsseldorf, Altstadt Museum).

- Dorotea Sofía se convertiría en duquesa de Parma y Piacenza tras contraer segundas nupcias con Francesco Farnese en 1694, tras haber enviudado del hermano mayor de éste, Odoardo II Farnese, que moriría antes que su padre y no heredaría el trono. Dorotea Sofía sería madre de la futura Isabel de Farnesio, Reina de España, tras su matrimonio con Felipe V en 1714, siendo, por tanto, antecesoras directa de nuestro actual rey don Juan Carlos I.

- Mariana, que como sabemos, esposó a Carlos II en 1689, convirtiéndose en figura clave de la Corte por su gran influencia y sus acciones en favor de su familia por lo que respecta a la sucesión de su marido.

d. Estatua ecuestre de Juan Guillerno de Neoburgo, Elector Palatino del Rin, en la plaza del Ayuntamiento de Düsseldorf (Foto del Autor).

- Finalmente, el heredero, en el trono palatino de Felipe Guillermo fue su hijo Juan Guillermo, que esposaría a Ana María Luisa de Medici, última representante de esta dinastía italiana, que moriría en 1743 en Florencia, ya con la dinastía de los Lorena instalada en el Gran Ducado de Toscana.

e. La electriz Ana María Luisa de Medici con ropas de viuda con un retrato de su marido, el elector Juan Guillermo, fallecido al fondo (1716).

De hecho, Juan Guillermo, gracias a su hermana Mariana de Neoburgo, y a su enviado en la corte de Madrid, Wiser, así como a otros personajes del entorno de la Reina como la Condesa de Berlips y el Doctor Geelen, fue una de las personas más informadas sobre el fundamental asunto de la salud de Carlos II y todo lo relativo a su sucesión, como atestiguan cientos de documentos conservados en los arhivos españoles y alemanes y que el Príncipe Adalberto de Baviera y Gabriel de Maura y Gamazo recogieron en su libro "Documentos inéditos referentes a las postrimerías de la Casa de Austria en España" (1927 y reeditado en 2004 por la RAH).

Pero volvamos a la presencia de Carlos II en el citado Museo de la Ciudad que pude comprobar de reciente. Por desgracia, me quedé sin batería en la cámara a media visita y por ello las imágenes que os dejo aquí de lo que contemplé en el Museo las he cogido prestadas de su página web:

1. Retrato de Carlos II, obra de W. Humer (h. 1690-1700):


2. Retrato de Mariana de Neoburgo, pareja del anterior, obra de W. Humer (h. 1690-1700):



3. Grabado alegórico del matrimonio entre Carlos II y Mariana de Neoburgo (1690), autor anónimo. En él podemos ver a Cupido entrelazando los escudos heráldicos de ambos esposos, rodeados de diversos elemtos alegóricos (corona, cetro, etc):


4. Grabado de cuerpo entero de Carlos II, obra de Peter Schenck (h. 1700):



5. Grabado de cuerpo entero de Mariana de Neoburgo, pareja del anterior, obra de Peter Schenck (h. 1700):





miércoles, 11 de septiembre de 2013

La última cruzada de España: el sitio de Viena de 1683 y la conquista de Buda en 1686 - PARTE III


1. Medalla conmemorativa de la toma de Neuhausel por parte de los miembros de la Liga Santa en 1685.

Carlos II, pese a que no intervino directamente en la Guerra de Hungría, estaba interesado en que la alianza siguiera unida y adelante, por lo que desplegó la capacidad de patronazgo que tenía a su alcance para que los príncipes implicados continuaran colaborando en los fines de la Casa de Austria. Tanto el Rey de Polonia como el Duque de Lorena se beneficiaron de sendas pensiones eclesiásticas de 10.000 escudos de Sicilia para uno de sus hijos. Además, se mandó a Varsovia al Príncipe de Montecuccoli al mando de una embajada extraordinaria para felicitar a la Reina de Polonia por las victorias.

La diplomacia pontificia se aplicó asimismo para forjar una alianza bajo su patronazgo. Inocencio XI ofreció al Emperador socorros directos, y al Rey de Polonia las décimas eclesiásticas de Italia. Pero la principal clave del éxito de esta Liga Santa fue que, por primera vez, se consiguió articular simultáneamente una ofensiva anfibia. Venecia, vencidas sus iniciales reticencias y las del Papado, se sumó también a la alianza con la vista puesta en recuperar Creta, que los turcos le habían arrebatado en 1669. Las condiciones de entrada fueron generosas, pues incluían que la Serenísima República retendría las conquistas que pudiese hacer en Bosnia, pese a que formaba parte del Reino de Hungría y era teórica posesión del Emperador. El acuerdo se firmó en Linz el 5 de marzo de 1684.

La alianza formada por Polonia, el Emperador y Venecia se veía como una propuesta muy solvente, por lo que a lo largo de 1684 se estuvo valorando seriamente en Madrid entrar también en la Liga. El objetivo del Consejo de Estado madrileño era conseguir la ayuda de los coaligados en caso de un ataque francés o su apoyo para hacer un ataque en el n orte de África, donde las plazas españolas estaban sometidas a una seria amenaza por la naciente dinastía alauí. En 1681 se había perdido la plaza de La Marmora frente a las tropas de Mulay Ismael; el mismo 1684 los ingleses fueron desalojados de Tánger y la pérdida de Larache en 1689 sancionó el fin de la presencia española en el Atlántico magrebí.

En julio de 1684 Leopoldo I presentó sus condiciones para la entrada en la Liga de su sobrino Carlos II, que eran muy sencillas: la unión era sólo para hacer la Guerra al Turco; los diezmos eclesiásticos recaudados en Nápoles y Sicilia se destinarían en exclusiva a Polonia; el acuerdo estaba abierto a todos los príncipes cristianos, previa aceptación de los coaligados; no se haría paz ni tregua sin consenso de los miembros y las conquistas realizadas se las quedaría su autor. Aunque las condiciones fueron aceptadas, la negociación se fue dilatando hasta disolverse, en lo que pesaron causas variadas. En primer lugar, aunque Venecia estaba muy interesada en la entrada española, Polonia no parecía muy dispuesta a aceptarla, no tanto por la mala voluntad del rey Juan Sobieski, sino por la resistencia de la Dieta nobiliaria del Reino. Aunque esto se solventase, el principal escollo seguía siendo la amenaza francesa, que la Tregua de Ratisbona no había eliminado totalmente.

Entretanto, la campaña de 1684 se volcó hacia el ambicioso objetivo de reconquistar Buda, la vieja capital del Reino de Hungría. Los avances de la Liga se siguieron en Madrid con tremendo interés, pero el sitio fracasó estrepitosamente y la campaña se cerró con notable debilidad y el temor a un contraataque otomano. Ante esta deriva, el Consejo de Estado estimaba que desde España no se podía contribuir mucho más y que era preferible firmar una tregua con el Turco antes que arriesgarse a perder lo obtenido.

La firma de la Tregua de Ratisbona y los apuros del frente húngaro motivaron que a partir de 1684 se produjera un lento trasvase de militares desde Flandes hacia Oriente. Era una tendencia constatada en anteriores guerras contra el Imperio Otomano, en la que se ofrecían capitanes y expertos provenientes del teatro de los Países Bajos para seguir su carrera militar y hacer méritos ante el Emperador. Así, se pueden encontrar casos como los del Marqués de Laverne, sargento mayor de batalla, el general Tanot o Lorigny, con los que además se pretendían resolver los problemas en la cadena de mando y las disensiones entre las dos principales cabezas de las fuerzas de Hungría: el Duque de Lorena y el Elector de Baviera. Carlos II dio facilidades a estos militares como prueba de su compromiso con su tío Leopoldo I.

Tras el dispendio de 1683 con el subsidio extraordinario, las posteriores ayudas españolas se centraron únicamente en las contribuciones eclesiásticas, que no significaban un menoscabo para la Hacienda regia. Esa cuestión no estaba exenta de puntos delicados, porque era necesario tanto el acuerdo real como el del Papa, y las relaciones de Carlos II con la curia de Inocencio XI no pasaban por su mejor momento.

A comienzos de 1685 se concretó el paquete de socorros eclesiásticos que se pretendía recaudar: la enajenación de la plata superflua de las iglesias; la secularización de algunas abadías de Italia; la venta de rentas o encomiendas de las órdenes militares y de Malta de España; la renovación del donativo que se pidió al clero el año anterior y no tuvo efecto y la imposición de un diezmo sobre el clero de España, Cerdeña, Mallorca y Menorca. Sin embargo, la operatividad real de este tipo de ayuda era muy limitada, como se aprestaron a demostrar los consejeros menos apasionados en la causa imperial. Las donaciones de eclesiásticos de Castilla, por ejemplo, ascendieron a finales de 1685 a apenas 78.000 reales, mientras que a los de Aragón ni siquiera se les había llegado a notificar petición. El nuncio incluso sugirió que se desviaran para el Emperador las limosnas que se habían mando a América para los Santos Lugares, mantenidos por franciscanos españoles, lo cual fue también rechazado. La Monarquía Hispana mantuvo siempre con firmeza su regio patronato sobre las Indias y no permitió ninguna interferencia papal para pedir limosnas o ayudas.

La campaña de 1685, al menos, se cerró con un triunfo reseñable, la conquista de Neuhausel, la principal plaza para controlar la Alta Hungría. Esta victoria se celebró en Madrid y en todos los reinos peninsulares con grandes demostraciones de alborozo. Además, de cara a la nueva campaña de 1686, permitía hacer un cálculo optimista en el Consejo de Estado y cambiar la consigna habitual. Esta consistía en estar a la mira para apoyar una negociación de paz que permitiese al Emperador estar desembarazado en el frente oriental para volcarse contra Francia en apoyo de España. Pero los consejeros eran conscientes de que la coyuntura existente en Hungría era irrepetible, con un Imperio Otomano debilitado y un Leopoldo I que gozaba de un inédito consenso en los príncipes cristianos, de modo que debería seguirse adelante, por “ver oy tan grandes progresos como se han ejecutado esta campaña, y los que se pueden esperar la que viene” (1). La muestra de esta mejor disposición fue que en 1686 llegaron, al fin, tropas españolas al teatro de guerra oriental.

CONTINUARÁ...


Notas:

(1) Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 17 de noviembre de 1685, AGS, E, 3927, n.30.

Fuentes:

* González Cuerva, Rubén: “La última cruzada: España en la Guerra de la Liga Santa (1683-1699)”, en Sanz Camañes, Porfirio (ed.): “Tiempo de Cambios. Guerra, diplomacia y política internacional de la Monarquía Hispánica (1648-1700)". Actas Editorial.


* Stoye, John: “L’Assedio di Vienna”. Società editrice il Mulino.