lunes, 3 de noviembre de 2014

La Condesa de Berlepsch, un ambición femenina en la Corte de Carlos II (Parte II)

Castillo de Myllendonk

La crisis de la posición cortesana de la Condesa de Berlepsch hizo que ésta agilizase sus oficios para obtener tanto las mercedes pecuniarias napolitanas como la adquisición de un señorío en el Imperio, tanto para la Reina como para sí misma. El embajador imperial Harrach informaba a Leopoldo I de que el padre Gabriel de Chiusa le había comentado de forma confidencial como la reina Mariana de Neoburgo no permanecería en España tras la muerte de su marido, además de las negociaciones que llevaba a cabo para hacerse con varios principados en el Sacro Imperio, habiéndosele ofrecido, a la altura de julio de 1699, dos pequeños estados soberanos. Según Harrach, la Berlepsch ya era poseedora de un feudo cerca de Colonia que le fue vendido por el Príncipe de Croy por la alta suma de 120.000 escudos. Llegado el otoño, el embajador imperial notificaba las nuevas procedentes de la corte de Madrid sobre la pretensión de Marie Gertrude de hacerse con feudos germánicos: el embajador rectificaba su inicial comentario, afirmando que no se trataba de un principado, sino de una villa y predio del Príncipe de Croy llamada Müllendorf sobre la que aspiraba la Berlepsch a que el Emperador la elevase a condado. La compra se habría realizado con capital disponible de la Condesa, aunque debía acabar de pagarla con el dinero que se esperaba recibir de Nápoles.

La adquisición de Müllendorf (también conocida como Myllendonk) se producía, como acabamos de decir, en un momento muy desfavorable para la Condesa en Madrid. El conocido como Motín de los Gatos del mes de abril había puesto en entredicho la capacidad de la Reina y de sus apoyos políticos para guiar las riendas de la Monarquía. Cada vez eran mayores las voces que clamaban contra la camarilla alemana y la facción del Almirante de Castilla, solicitando al Rey la expulsión de sus miembros de las altas esferas de la Corte. Pese a ello, Berlepsch se negaba a abandonar a su soberana, al menos si no alcanzaba las prohibitivas peticiones que elevó a la gracia real. Parece ser que la Condesa solicitaba los réditos del feudo napolitano de Torre del Greco, una pensión en renta segura o 36.000 doblones al contado como dote para su sobrina, un destino ministerial para su hijo primogénito y otra plaza ordinaria en el Consejo Supremo de Flandes para el segundogénito.

A pesar de la desproporcionada ambición de la Condesa, la necesidad de parte de los consejeros del Rey de deshacerse de tan incómoda persona hizo que se discutiera la forma de contentarla en varias de sus pretensiones. En estos cruciales días de 1699, el doctor Christian Geelen registraba la forma en que se planteó la entrega del capital adeudado a la Berlepsch: con cumplir con este objetivo, los 300.000 escudos que valía el feudo de Torre del Greco sin necesidad de esperar comprador, se negociaba con el Marqués de Francavilla una letra por valor de 200.000 escudos sobre Ámsterdam que sería garantizada sobre la renta de Cruzada; a la par, se estudiaba la forma de proveer una cantidad razonable de dote para su sobrina y cierta ayuda de costa para el viaje que las llevaría a Alemania.

Los tratos abiertos con el asentista genovés Grillo establecían una compleja red de cambistas sobre el capital teóricamente acumulado por el virrey Duque de Medinaceli para resarcir la merced otorgada a la Condesa de Berlepsch. Ante una posible venta de los feudos napolitanos, Grillo daba su placet al giro de letras que desde Nápoles había de remitir el Marqués de Acaia "hasta en cantidad de la valor de ciento y veinte mill pesos de a diez carlines con el cambio que se ajustare con el dicho virrey". Su corresponsal en la Corte de Madrid era un tal Pietro Andrea Boero, quien daría a Francavilla los réditos correspondientes a la letra girada a Ámsterdam días atrás. Al mismo tiempo el Consejo de Italia acordó la remisión al Duque de Medinaceli de una orden para que se valiese de cualquier efecto fiscal, a excepción del pan de munición de Milán, en su recogida de "las cantidades que restan de satisfazer a la condesa", tomando de nuevo las partidas que hubiera dado a los procuradores de la Berlepsch en Nápoles. La presteza con que Carlos II y sus ministros resolvieron la contratación de los servicios de Grillo y despacharon las órdenes al virrey Medinaceli no sólo iban dirigidas a acelerar el viaje a Viena de la Condesa, sino también para poder poner fin a un interminable proceso venal que, pese a las altas instancias participantes, se había enquistado tanto en la corte virreinal napolitana como en Madrid.

Todas estas acciones generaron un gran escándalo entre los ministros españoles, ya que éstos veían como sus cobros se retrasaban ante la prioridad que se daba a los de la Berlepsch. Sin embargo, la opción neerlandesa del pago de la merced a la Berlepsch fracasó por la oposición de los hombres de negocios de Ámasterdam, si bien se siguieron haciendo oficios por parte de Grillo para hacer buena la oferta lanzada desde Madrid. Paralelamente Carlos II concedía una pensión de 8.000 escudos sobre las rentas de Güeldres, de más fácil cobro para la Condesa, a la par que se trataba de rebajar la pretensión de su sobrina fräulein Cram sobre su dote (40.000 escudos y un toisón de oro para el marido) o de la enana Bárbara para la pensión anual que deseaba. Como relata Harrach a finales de 1699, la fortuna aun sonreía a la Berlepsch, pues doña Mariana de Neoburgo intercedió a su favor para que se asegurara la entrega de la renta napolitana en el siguiente mes de marzo y le fueran fijas las otras dotaciones en los Países Bajos: según órdenes dadas al secretario del Consejo de Flandes, el Rey otorgaba a Marie Gertrude el dominio directo sobre la tierra de Müllendorf/Myllendonk "que es señorío agregado a la provincia de Güeldres, distante diez u doze leguas de ella, cuyo territorio dice tiene comprado", a la par que se libraban los gajes correspondientes a su salario como consejero de Flandes al primogénito de la Condesa durante el tiempo que estuviera acompañándola en el viaje que aquélla haría a sus posesiones nórdicas.

En carta de 8 de abril de 1700, el exultante embajador imperial Harrach se congratulaba con su padre de la salida definitiva de Marie Gertrude von Berlepsch de la Corte de Madrid, acaecida el 31 de marzo anterior. Acompañada de su hijo, su sobrina y la enana Bárbara, y por una escolta de 60 criados armados y una compañía del regimiento de Toledo, la Condesa partía, ante el alborozo popular, a la frontera francesa, con ánimo de pasar a París, Bruselas, Müllendorf/Myllendonk y Viena. Con ellos se ponía fin a su polémica privanza sobre Mariana de Neoburgo y Carlos II, durante la cual supo promocionar hacia altas cotas de poder a su oscuro linaje en la turbulente última década del siglo XVII español.

Con su salida de Madrid, la suerte cortesana de la Berlepsch había llegado a su fin. Aparte del disgusto que causó en Mariana de Neoburgo el matrimonio de fräulein Cram, sobrina de la Berlepsch y su antigua camarista, con el segundogénito de la Condesa, el Archimandrita de Mesina, el nuevo Rey de España, Felipe V, a su llegada a Madrid, no vio con buenos ojos la desmesurada munificencia que se había obrado con la aristócrata alemana. A los pocos meses de su subida al trono, Felipe V dirigía al gobernador interino de los Países Bajos, don Isidro de la Cueva-Benavides, Marqués de Bedmar, un real despacho por el que le instaba a "ordenarme que haga embargar y ocupar el feudo y señorío que la condesa de Berlips ha comprado, situado entre la villa de Colonia y la provinçia de Güeldres, como asimismo suspender y çesar todo lo que se le ha conçedido y consignado en los dominios de estos Estados por los motivos que se çitan en el mismo despacho". Bedmar, siguiendo la petición real, cursó las órdenes correspondientes al Consejo Privado y al Consejo de Finanzas bruselenses para que registraran el imperativo regio y pusieran fin a las prebendas que la antaño todopoderosa Condesa de Berlepsch había obtenido gracias a su cercanía e influjo sobre los Reyes de España.

Detalle de la lápida del primogénito de la Condesa de Berlepsch en la Catedral de Rheingau (Geisenheim, Alemania) en el que se puede apreciar el escudo de armas de la familia Berlepch. 

Ahí no paró la presión de Felipe V contra la familia Berlpesch. Pocos meses después el soberano borbónico ordenó el embargo de los frutos del almidrantazgo de Mesina, propiedad de Peter Philipp, el hijo menor de la Condesa, a causa de las deudas contraídas, así como por su supuesta participación en conspiraciones austracistas en Sicilia por medio de sus agentes sicilianos. Junto al secuestro de las pingües rentas que gozaba en la Isla, se ordenó una investigación al Marqués de Bedmar y al Duque de Parete, embajador en Viena, para saber si había contraído matrimonio, como se defía con fräulein Cram, su prima. Los pareceres positivos en las respuestas de ambos ministros (Parete supo por el propio Peter Philipp von Berlepsch que se había desposado con su prima en Colonia y posteriormente supo que se había bautizado en Viena al primogénito del matrimonio), así como el conocimiento que se tenía de la participación del Archimandrita en el Consejo Áulico del emperador Leopoldo I, llevaron al Consejo de Italia a pedir la revocación de la merced concedida en su persona, y el envío de la nómina por parte del Virrey de Sicilia para cubrir la vacante, puesto muy codiciado entre la aristocracia italiana.

Parece ser que de vuelta a Viena, la Condesa y sus hijos, que habían sido ya elevados a Condes del Imperio en 1695 estando aun en Madrid, recibieron ciertos privilegios en tierras bohemias, que posteriormente fueron ampliados por el emperador José I (1705-1711). Por otra parte, en 1706, la Condesa de Berlepsch fue elegida como la primera abadesa de la recién fundada Capilla de los Ángeles de la ciudad nueva de Praga para mujeres nobles, cargo que llevaba parejo el título de Princesa del Imperio. Por otra parte, el 22 se septiembre de 1706 el Emperador otorgó a la nueva Abadesa y a sus hijos los príncipes imperiales un nuevo escudo de armas.

La Condesa de Berlepsch sobreviviría a sus dos hijos (1), muriendo en el año 1723 en su dominio de Müllendorf/Myllendonk, lo cual indica que pese a los mandatos de Felipe V, la Berlepsch debió de ser restituida por el Emperador en la soberanía del mismo tras la conquista imperial de los Países Bajos españoles a consecuencia de la Batalla de Ramillies (23 de mayo de 1706), que suponía el fin de 200 años de presencia española en aquellas tierras, ahora reducida a una pequeña franja de terreno en torno a Namur y Luxemburgo, que serían cedidas al elector Maximiliano II Mauel de Baviera en 1712.

Finalizaba así la vida de una mujer con una ambición desmesurada y que desde casi la nada se había conseguido aupar a los puestos decisorios de una Monarquía que, aunque moribunda, seguía siendo la más extensa del mundo y que seguía ofreciendo multitud de oportunidades para aquellos que querían subir en el escalafón social y económico, como demostraría la colocación en importantes puestos de su parentela. Y ni siquiera su alejamiento de la Corte de Madrid acabó del todo con su fortuna, ya que sus buenas conexiones en la Corte de Viena le permitieron seguir gozando de un elevado nivel de vida hasta el final de sus día.

FIN

Notas:

(1) Su hijo primogénito Sittich Herbold moriría en 1712 dejando viuda y una hija de corte edad, mientras que su hermano Peter Philipp, el Archimandrita de Mesina, fallecería en 1721.

Fuentes: 

* Quirós Rosado, Roberto: "De mercedes y beneficios: negociación intermediarios y política cortesana en la venta de los feudos napolitanos de la Condesa de Berlepsch (1698-1700)". Universidad Autónoma de Madrid, 2004.

4 comentarios:

  1. Una arribista, una "trepa", una mujer ambiciosa que tuvo la suerte de que la jugada le salió bien. Reflejo de una España pasada y presente donde los que medran no son los que más se lo merecen, sino los que saben aprovechar mejor la dirección del viento.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Una mujer que supo arrimarse a la fuente de mercedes y hacerse tan indispensable, y al mismo tiempo molesta que no quedó otra que complacerla. La historia se repite.

      Un saludo

      Eliminar
  2. La ambición ciega; sin embargo, los zorros natos, aquellos que se empecinan en obtener el objetivo marcado cueste lo que cesta y sin parar mientes en los medios a veces se salen con la suya. Es el caso de la condesa de Berlepsch. A buen seguro no era vista con buenos ojos por aquí.
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nada bien vista, ni por imperiales, a los que enfangó, ni por el pueblo, que la odiaba. Un precedentes de políticos corruptos de hoy en día que ensucian a su partido de cara al votante.

      Un beso

      Eliminar