jueves, 6 de noviembre de 2014

Tal día como hoy nacía Carlos II

Supuesto retrato de Carlos II recién nacido. Colección Stirling Maxwell (Pollock House, Glsgow), atribuido a Martínez del Mazo.

El príncipe Carlos José nació el domingo 6 de noviembre de 1661. La noticia corrió rápida por Palacio; una tensión enorme, apenas contenida hasta ese momento, se liberó, plena de alegría, por todas las estancias del Real Alcázar de Madrid. El embarazo de la reina doña Mariana había llegado felizmente a su fin, y esto era ya mucho, porque los días y meses anteriores habían sido terribles. El príncipe heredero de la Monarquía, el tan querido y cuidado Felipe Próspero, había fallecido apenas cinco días antes, el 1 de noviembre de ese mismo año de 1661, festividad de Todos los Santos (1). Se trató de una muerte trágica para Felipe IV y su esposa, que entonces se encontraba en un avanzado estado de gestación. La muerte del pequeño príncipe significaba que, otra vez, la Monarquía Católica quedaba sin un heredero masculino directo (2), lo que hizo que una inevitable sensación de pesimismo y fatalidad se extendiese por Palacio y por todas las ciudades y reinos de la Monarquía. Una muerte, la de don Felipe Próspero, niño de apenas cuatro años, que hirió como un puñal el corazón del envejecido Rey, que creyó, entonces ya con certeza, que Dios le había abandonado (3).

La reina doña Mariana, por su parte, no se sentía menos angustiada. Conocía muy bien los sentimientos de su real esposo. Había sido educada, desde su primera infancia, en las razones de Estado, y siempre supo lo que significaba la herencia dinástica (4), por eso entendía el dolor de su esposo, dolor providencial y político a la vez. Pero a todo ello había que unir también el dolor de un madre que había perdido ya a varios hijos y que se sentía sobrecogida por los dolorosos designios que el Altísimo le tenía reservados, designios que, sin duda, marcaron su áspero y rígido carácter. La muerte de Felipe Próspero, arrebatado tan pronto de la vida, no era sino el último episodio mortal de una larga sucesión de ellos, pues, en efecto, doña Mariana, había tenido una trágica experiencia maternal (5).

La noche de aquel trágico 1 de noviembre de 1661, un séquito armado de las guardias reales escoltó el traslado del cuerpo de Felipe Próspero hasta El Escorial. Lo encabezaban varios Grandes de España. Uno de éstos, el Duque de Montalto, dejó escritas sus tristes impresiones: “El desconsuelo grande en que nos hallamos por la muerte del Príncipe no es menor que el recelo del grave daño que puede ocasionar este accidente a la salud de Sus Majestades y al suceso del Preñado…” (6). Lo importante era precisamente esto último, el “preñado”, es decir, que transcurrieran bien los últimos días del embarazo de la reina doña Mariana y que el parto fuera bueno. Tan accidentados antecedentes ponían sobre aviso, mucho más cuando, probablemente, no hubiera otra oportunidad de conseguir descendencia, si se consideraba la avanzada edad del Rey, más de 56 años, pero sobre todo, su delicado estado de salud, cargado de achaques e inmovilizado del costado derecho. A toda esta terrible situación familiar y personal de Felipe IV, había que sumar además la situación de postración que vivía la Monarquía en aquellos años y que no hacía sino empeorar aún más el ánimo del monarca (hacía apenas dos años que se había firmado la famosa Paz de los Pirineros de 1659).

Por todo lo citado, los días que siguieron a la muerte de Felipe Próspero, el embarazo de la Reina, próximo a su desenlace, se convirtió en un asunto de primera Razón de Estado. El futuro de la Monarquía dependía de aquel suceso. El domingo 6 de noviembre todo parecía estar preparado. Los doctores y médicos, sobre aviso; el confesor de la Reina cerca de ella, y el Mayordomo Mayor de su Casa repasando con todo cuidado la disposición de los enseres de la cámara del natalicio. Para garantizar el éxito del mismo se habían dispuesto en orden todas las santas reliquias que se encontraban en Palacio y otras traídas desde El Escorial y otras partes. Allí estaba el báculo de Santo Domingo de Silos que la Orden de Santo Domingo había acercado, la cinta de San Juan Ortega, de la Orden de los Jerónimos; los cuerpos incorruptos de San Isidro y San Diego de Alcalá; la imagen de la Virgen de la Soledad y la tan venerada por la familia real Nuestra Señora de Atocha. Difícil encontrar un espacio tan santo y sacralizado. Todo, pues, estaba a punto, las cosas de la tierra dispuestas y en orden para implorar la complacencia de Dios.

Al mediodía, tras un almuerzo frugal, Felipe IV se retiró a sus aposentos. A la misma hora la Reina sintió molestias y se dirigió hacia su cuarto. La comadre, doña Inés de Ayala, y el protomédico de la Real Cámara, don Andrés Ordóñez, testigos ambos en 1634 del nacimiento en Viena de doña Mariana, la asistían ahora en su sexto parto, el más esperado de todos. Mariana de Austria tenía entonces 27 años. Dicen las crónicas que no hubo contratiempo alguno. Era la una de la tarde de aquel domingo, día de San Leonardo, cuando, según la Gaceta, “vio la luz de este mundo un príncipe hermosísimo de facciones, cabeza grande, pelo negro y algo abultado de carnes”. Era, desde luego, un comentario muy favorable, pero pronto corrieron por los mentideros de la Villa y Corte rumores en sentido contrario.

Aquel alumbramiento fue recibido con alborozo. A las tres de la tarde, cuando la noticia ya corría camino de todos los rincones de la Monarquía y de Europa, un Felipe IV, sobrio y elegantemente vestido de negro terciopelo, salía de su Cámara y, “acompañado del Nuncio, Grandes y Embajadores”, se dirigió hacia la Capilla de Palacio con toda la etiqueta cortesana. Allí, el cortejo real, presidido por el monarca, cantó un solemne Te Deum, comenzando así los festejos que, en honor del futuro Carlos II, ocuparon todo aquel mes de noviembre de 1661.

Días después, en todas las parroquias se celebraron misas y el bullicio popular se desató por ciudades, villas y lugares. Las celebraciones oficiales comenzaron de inmediato. Llegaron primero todos los Grandes, encabezados por dos Luis de Haro (7), el valido real, y presentaron su parabienes a los Reyes; siguieron los Consejos, luego los reinos, y la Villa de Madrid, con su corregidor y sus alcaldes de casa y corte. Fuera de Palacio, mientras tanto, la alegría popular organizaba una gran mojiganga para la tarde del domingo día 13. Presidió el Rey, desde Palacio, el desfile de carrozas, gozó con los juegos de disfraces, los requiebros graciosos y burlescos de las cuadrillas, etc. Un soneto decía: “es alegrías lo que llantos era […] y los que antes llevaban paso tardo/corren, saltan y bailan de contentos/sirviendo las campanas de instrumento”. El Rey, en medio de la algarabía, se asomó al balcón del Alcázar, mientras el pueblo le gritaba que bajase y, finalmente, con su coche en medio de la fiesta, recibió el reconocimiento de las gentes. Escribía así un poeta popular:


“…porque a su coche en medio le cogieron
todo allí se le postra y se le humilla
y rendidos aspectos le ofrecieron
y, sin faltar a nada en el decoro,
se fueron por la calle del Tesoro.” (8)

Por otra parte, cientos de hacedores de horóscopos pregonaban sus vaticinios. Los augurios aseguraban que el Príncipe llegaría a ser Rey. La mayor parte de las cartas astrales se mostraban entusiastas: Saturno era el planeta que enviaba sus mayores efluvios, un astro que se encontraba en el horizonte de la Corte de España, sin aspectos maliciosos, próximo a Mercurio y muy cerca del Sol. Todo eran signos positivos y el hecho, además, de haber nacido el día 6 lo ratificaba mejor todavía, porque este número era signo de “tantas y tan raras excelencias”.

Confianza, optimismo, y nuevo y recobrado entusiasmo Felipe IV trataba de controlar su regocijo, la etiqueta le imponía actitudes moderadas. Sabía bien que el Príncipe todavía se encontraba en período crítico y que las fiebres puerperales amenazaban, con frecuencia, en tales momentos. La experiencia del Rey en este punto era mucha. De salud del Príncipe poco se decía; que se encontraba bien y que gozaba de gran vitalidad, era la cantinela que se repetía constantemente, pero, con tantos y tan malos antecedentes, tales comunicados apenas significaban nada. Un gran secreto rodeaba el espacio central en el que el Príncipe iniciaba sus primeros días. Sólo se sabía que doña María Engracia de Toledo, marquesa viuda de los Vélez, había sido designada como su aya (9). A ella correspondía vigilar todas las tareas de aquella crianza, entre ellas asegurar que María González de la Pizcueta, natural de Fuencarral, y designada como primera nodriza de Carlos, alimentase al pequeño príncipe. Mientras tantos, crecían los rumores sobre la salud del niño.

El día 19 de noviembre se recibió en Madrid la noticia del nacimiento del delfín Luis, hijo de Luis XIV y la reina María Teresa, hija de Felipe IV, que había venido al mundo el día 1 de noviembre, es decir, en la misma fecha en que su tío, el príncipe Felipe Próspero fallecía, y apenas cinco días antes de que lo hiciera su otro tío, el futuro Carlos II. Luis XIV comunicó a Madrid, alborozado, la noticia del feliz nacimiento y mostró enseguida el deseo de enviar pronto un retrato del mismo para que su abuelo español pudiera conocer de primera mano la firmeza de la vida que surgía pujante del linaje del trono francés. Frente a actitudes tan provocadoras, en el viejo Alcázar, por el contrario, se optó por el silencio frío y cortés.

A modo de conclusión, es curioso señalar como en apenas cinco días de ese mes de noviembre de 1661 se fraguó el futuro de España y Europa con un fallecimiento y dos nacimientos que sellaron su historia, ya que recordemos que el Delfín Luis sería el padre del futuro Felipe V, heredero designado por su tío-abuelo Carlos II en su último testamento de 1700 y primer rey de la dinastía borbónica en España.


Fuentes principales:

* Conteras, Jaime: “Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la Corte del Último Austria”. Temas de Hoy, 2003.

* Maura y Gamazo, Gabriel: “Carlos II y su Corte”. 2 vols. Madrid, 1911.


Notas:

(1) Resulta curioso el hecho de que ambos hermanos, Carlos II y Felipe Próspero, que jamás llegaron a conocerse, murieran en la misma fecha. Para saber más sobre el desgraciado heredero, consúltese mi entrada: “La familia del Rey, los hermanos de Carlos II: el príncipe Felipe Próspero”.

(2) Recordemos que en la Monarquía Hispánica, a diferencia que en Francia, las mujeres podían reinar, lo que hacía que tras la renuncia de la infanta María Teresa, por su matrimonio con Luis XIV, y en espera del nacimiento de un posible hijo varón, la infanta Margarita Teresa pasase a ser nuevamente la heredera de la Monarquía, como ya lo había sido desde su nacimiento y hasta la muerte de su hermano Felipe Próspero. Para saber más sobre el tema consúltese mi entrada: “La familia del Rey, los hermanos de Carlos II: Margarita Teresa de Austria, infanta de España y emperatriz de Alemania”.

(3) Felipe IV siempre tuvo grandes problemas de conciencia debido a su vida pecaminosa, algo a lo que achacaba la ruinosa situación de la Monarquía. Esta desazón queda reflejada en su correspondencia con sor María de Ágreda, la monja que se convirtió en su consejera espiritual durante los últimos años de su reinado. La misma se puede consultar en el libro: “María de Jesús de Ágreda, Correspondencia con Felipe IV. Religión y razón de Estado”. Castalia, 1991.

(4) Sobre los primeros años de doña Mariana de Austria léase mi entrada: "La familia del Rey I: La reina madre doña Mariana de Austria (Parte 1)".

(5) Además de la muerte del príncipe Felipe Próspero, doña Mariana de Austria tuvo que sufrir la del infante Fernando Tomás (1659), la de la infanta María Ambrosia (1655) y la de otra niña que nació muerta en 1656.

(6) G. Maura y Gamazo: “Carlos II y su Corte”. Tomo I (1661-1669), pp. 30 y 31

(7) Don Luis de Haro moriría apenas 20 días después, el 26 de noviembre de ese mismo año.

(8) E. Salvador Esteban: “La Monarquía y las paces europeas” en José Alcalá-Zamora y E. Berenguer (coords.), “Calderón de la Barca y la España del Barroco”. Vol. II. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 2001. Pp. 222-224.

6 comentarios:

  1. El resultado final de una política de matrimonios consanguíneos. El final de una dinastía. Y el lío a punto ya en la puerta de casa.
    Recuerdo tu propuesta de hace tres años para conmemorar ese evento. Y mi participación:
    http://latinajadediogenes.blogspot.com.es/2011/11/coplillas-satiricas-en-la-epoca-de.html
    Un saludo.

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    1. Buenos tiempos para los blogs aquellos, la respuesta fue masiva por parte de todos los amigos. Una pena que muchos de aquellos blogs ya no existan o estén moribundos.

      Un saludo

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  2. Lo explicas de un modo muy ameno y grato de leer. No conocia la existencia del niño Felipe Próspero.
    Esta Mariana de Austria, tras la llegada al trono de Felipe de Anjou, se retiró a Biarritz y desde allí protegía, y mucho, al jesuita que más leña dió en la época a los mojigatos y que además escribió la primera y única Gramática de Lengua vasca que existe : LARRAMENDI.

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    1. Ha confundido Vd. a la madre de Carlos II, Mariana de Austria (muerta en 1696), con su mujer, Mariana de Neoburgo (muerta en 1740). Fue la Neoburgo, la que pasó por Biarritz y residió casi 30 años en Bayona por orden de Felipe V que la quería tener alejada de la Corte. En su pequeña corte de Bayona es de donde, además de proteger al tal Larramendi, se dedicó a sus pequeños placeres, la caza, la música y los hombres, ya que parece ser que allí contrajo matrimonio morganático con un tal Jean de Larrétéguy, con el que además se dice (y parece confirmado) que tuvo un hijo.

      Un saludo

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  3. Sin duda un triste final para una dinastía. Podría decirse que al final el sol se puso para no regresar jamás. Majestad, debo recomendaros encarecidamente este vídeo titulado "The last Habsburg" http://www.youtube.com/watch?v=VtN1F3u63Iw
    Y también este fantástico documental de memoria de España en el que salen, entre otros, su real persona, su madre Mariana de Austria y su hermanastro Juan José:
    http://www.youtube.com/watch?v=17t0DNV5ytY
    Espero que los disfrutéis. Ambos me han venido a la mente por ser hoy vuestro 353 aniversario. Vuestro padre Felipe IV.
    (YoElRey)

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    1. Muchas gracias por los vídeos, el segundo es una gran documental de TVE que he citado en el blog en alguna ocasión, sel segundo sigo sin saber cuál es su finalidad, aunque me parece bastante bizarro.

      Un real saludo

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