jueves, 9 de abril de 2020

Vida del último Almirante de Castilla (PARTE X)

1. Ejemplar del Manifiesto en lengua inglesa. Biblioteca Nacional de Madrid.


Tras el embargo y secuestro de sus bienes en octubre de 1702, el Consejo de Estado de Madrid determinó el 17 de agosto de 1703 que el Almirante había incurrido en pena de lesa majestad por haber faltado al juramente de fidelidad al monarca y como resultado se le condenaba a la pena capital. Culminaba así la causa por infidelidad y desobediencia contra don Juan Tomás y sus cómplices iniciada tras conocerse su paso a Portugal. A pesar de ello, el 11 de noviembre el Almirante escribía a uno de sus criados en Madrid solicitándole que le librara en Lisboa alguna cantidad correspondiente a sus rentas. Y es que aunque al ser nombrado embajador en Francia aseguró que no pesaba ningún pleito de acreedores sobre su Casa, lo cierto es que a su marcha dejó deudas que en 1703 ascendían a más 275 mil ducados, sin contar los censos impuestos sobre los bienes inmuebles. Por ello, en paralelo al proceso de confiscación se inició un concurso de acreedores sobre sus bienes que tuvo como resultado la dispersión del sobresaliente patrimonio reunido por los Enríquez de Cabrera a lo largo de siglos, de manera que el castigo a la desobediencia de Juan Tomás pasó por menoscabar su capital y fama personales y con ellos los de su linaje.

Conocida la finalización de su causa en Madrid y habiendo jurado fidelidad al archiduque Carlos de Austria, el Almirante decidió declarar los motivos de su decisión, publicando en Lisboa en la segunda mitad de 1703, un Manifiesto que se repartió por distintos lugares de Europa impreso en diversas lenguas como el castellano, el portugués o el inglés. El Manifiesto del Almirante es un extenso escrito en tercera persona en el que don Juan Tomás lleva  a cabo una enumeración de las vejaciones y atropellos de que considera fue víctima y cómo las soportó esperando un tratamiento acorde a sus méritos por parte del Rey.

Su intención era a aclarar a todos aquellos que leyesen el Manifiesto que no le movía ningún sentimiento particular en su defección, sino causas superiores. Éstas causas son primordiales y guardan relación con la lealtad al príncipe natural y a la defensa de la patria, que considera el principio de todas las acciones nobiliarias. De este modo se alza como defensor de todo el Reino. Protesta que desde el primer momento Felipe V, al que se dirige siempre como "Duque de Anjou", sospechó de él ya que siempre lo miró a través de la desconfianza fomentadas por el Cardenal Portocarrero o Manuel Arias. De esta manera, fue despojado gradualmente de los puestos que disponía: Caballerizo Mayor, Teniente General en los reinos de Toledo y Andalucía, General de la Mar, la llave de Gentilhombre de la Cámara y de los sueldos que gozaba, un componente nada despreciable en su protesta.

También proclama su desacuerdo, como otros Grandes, con el decreto que les igualaba con los Pares de Francia. Esta decisión, dice, rebajaba la dignidad de Grande de España en comparación con lo que la había elevado la Casa de Austria en toda Europa. No obstante, ninguna de estas ofensas lo hubieran movido a abandonar el Reino, para dejar sus posiciones y mucho menos para lo que después ha hecho, sino hubiera visto la servidumbre a que se ha reducido a España. Súbditos convertidos en siervos y Rey dominado, constituyen una causa de rebelión por cuanto son una violación del pacto que dio origen a la relación (un recordatorio de que la Monarquía de España era una monarquía pactada Rey-Reino).

La primera reacción de Madrid fue la publicación "Respuesta breve fácil y evidente a un papel que se descubrió con título de Manifiesto, disculpando la resolución de D. Juan Tomás Enríquez de Cabrera. Escribióla para desengaño A.. B. L.". En ella se repiten las sátiras contra el Almirante desde su vuelta de Milán (1686), acusándole de engaño, traición y perjurio, asegurando que no estaba molesto por la embajada de Francia sino por haber sido alejado del gobierno mientras él pensaba que se le harían grandes ofrecimientos con tal de conseguir su alianza. Finaliza argumentando que de haber conseguido mantener el cargo de Caballerizo Mayor, algunas rentas del Patrimonio sin demasiado esfuerzo, entrada en el Gabinete y posibilidad de acomodar a media docena de hechuras, no se hubiera pasado a Portugal olvidando pagar a acreedores y pidiendo dinero a descuidados. Con todo esto se habría olvidado, dice, de la Casa de Austria, de sus familiares y hasta de su padre y se conformaría con el tiempo sin importarle quien fuera Rey alejándose de la publicación de papeles para revolver a todo el mundo.

1. "Portugalliae et Algarbiae cum finitimis Hispaniae regnis", obra de Johann Baptist Homann (1710)


El paso del Almirante de Castilla a tierras lusas hizo que las dudas sobre la neutralidad del gobierno de Pedro II de disparasen en la corte española. Su marcha "tem causado aquí grande ruido e brevemente se veram as consequencias", advertía Diogo Corte Real, entonces embajador del Bragança en Madrid. Su llegada a Lisboa acabaría influyendo en que Pedro II se sumase a la conquista de España planeada por los aliados pese a sus reticencias iniciales y de sus elevadas demandas territoriales.

Don Juan Tomás encarnaba a la Grandeza castellana cuyo poder estaba amenazado por el nuevo Rey, Era reconocida su influencia en Castilla y sus importantes relaciones con Andalucía, por sus cargos y sus casamientos, sin olvidar Cataluña, donde había sido Virrey, y por supuesto Milán donde, tras sus 16 años en tierras lombardas, había tejido una poderosa red de amistades y hechuras. Su llegada a tierras lusas se producía en el momento en que la armada anglo-holandesa dirigida George Rooke a fines de agosto se retiraba hacia el estuario del Tajo después de atacar el Puerto de Santa María, el intento de toma de Cádiz y tras destrozar la flota franco-española proveniente de Indias en Vigo el 23 de setiembre.

El Almirante tuvo en el Emperador un protector poderoso que le confió el cumplimiento de importantes funciones. Por otra parte, su presentación pública en Lisboa fue celebrada por los componentes de la Gran Alianza como señal de buenos sucesos, aprobando los consejos y proyectos que les ofrecía. Pero los portugueses no aceptaban las sugerencias del Almirante con tanta facilidad y Pedro II mantuvo inicialmente una actitud difidente. No obstante, la insistente labor de don Juan Tomás, sumada a las presiones del embajador inglés John Methuen y la amenazante presencia de la armada del Almirante Rooke, acabarían haciendo que Pedro II, más por temor que por convicción, se sumase a la Gran Alianza el 16 de mayo de 1703.

Sin que los embajadores de Felipe V y Luis XIV en Lisboa, Capecelatro y Chateneuf, pudiesen hacer nada, el Bragança suscribió el 16 de mayo un tratado por el que reconocía a archiduque Carlos como Rey de España a cambio de jugosas compensaciones territoriales. Con la firma de estos acuerdos se conseguía una puerta para la entrada en la Península usando como base de operaciones la desembocadura del Tajo. El Almirante, como promotor de todo, insistió en la necesidad de que el Archiduque viniera a Portugal para dirigir personalmente la campaña, tomar contacto con sus partidarios y para que las cortes europeas pudieran ver al pretendiente al trono español.

Aunque el embajador de Felipe V mantuvo un aparente disimulo antes estos hechos durante varios meses, era cuestión de tiempo y no pasaría demasiado para que, por fin, el 21 de noviembre, Capecelatro se decidiese a abandonar la ciudad y acabase con el teatro. Con una operación que se sellaba con la invitación al representante portugués en Madrid, Diogo Corte Real, a dejar también él la Corte, se cerraba un ciclo de cordialidad. Ambos embajadores se cruzarían el día 14 de diciembre en la frontera de Badajoz a las dos de la tarde. Las puertas del templo de Marte estaban a punto de abrirse.

CONTINUARÁ...


Bibliografía:


  • Agüero Carnerero, Cristina: "El ocaso de los Enríquez de Cabrera. La confiscación de sus propiedades y la supresión del almirantazgo de Castilla". Tiempos modernos: Revista Electrónica de Historia Moderna, Vol. 8, Nº. 33, 2016.
  • González Mezquita, María Luz: "Elites de poder y disidencias estratégicas. La corte portuguesa a comienzos del siglo XVIII". X Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional del Rosario. Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad Nacional del Litoral, Rosario (2005).
  • León Sánz, Virginia: "El fin del Almirantazgo de Castilla: don Juan Tomás Enríquez de Cabrera", en Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, 42. Madrid, 2003.
  • Martín Marcos, David: "Ter o Archiduque por vezinho. La jornada a Lisboa de Carlos III en el marco del conflicto sucesorio de la Monarquía de España".  Hispania: Revista española de historia. Vol. 72, Nº 241, 2012, págs. 453-474.

2 comentarios:

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