lunes, 30 de noviembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (VI PARTE)

Las razones oficiales que se adujeron para justificar la marcha de doña Mariana a Toledo fueron por un lado la causa “legal”, es decir, su retiro estaba convenientemente estipulado en el testamento de Felipe IV (1), y por otro lado, la causa religiosa-histórica: la reina, a imitación de otros soberanos como Carlos I en Yuste, elegía libremente un retiro espiritual para descansar su alma de los achaques del gobierno. (2)

La Reina inició entonces un intercambio de ácidas cartas y agrios reproches con don Juan José y con su hijo en el inútil intento por recobrar su arrebatada posición, manteniendo al mismo tiempo un asiduo contacto con el Monasterio de las Descalzas Reales. Ilustres mujeres de la familia real profesaban en el convento, en aquellas fechas, sor Ana Dorotea de Austria, hija natural del emperador Rodolfo y sor Mariana de la Cruz, hija del Cardenal-Infante don Fernando de Austria (hermano de Felipe IV).

Doña Mariana, que tenía unas fluidas relaciones con sor Mariana de la Cruz y la abadesa del convento, desahogó su malestar por el alejamiento de su hijo intentando quizás recabar algo de apoyo para dar solución a aquel “desafuero”, que en nada podía agradar al emperador su hermano, en unas religiosas “imperiales” protectoras de la legitimidad dinástica de la reina Habsburgo. (3)

El 25 de febrero un hecho puso en alerta a la Corte: tras una visita a las Descalzas Reales, donde profesaba una hija de don Juan José, sor Margarita de la Cruz10, habida por el príncipe bastardo con la hija de José de Ribera, "lo Spagnoletto " don Juan José y su séquito recibieron unos disparos de unos enmascarados en su camino de regreso al Palacio del Buen Retiro. No apareció ningún indicio que relacionara el suceso con un intento de asesinato del nuevo valido de Carlos II por parte de la Reina y su círculo de las Descalzas Reales, sin embargo, todas las sospechas se dirigieron contra doña Mariana ya que era conocida su estrecha relación con las religiosas y la red de poder imperial a la que éstas pertenecían y servían desde hacía décadas. La salida de la Reina madre se hizo entonces acuciante y como el Alcázar de Toledo no estaba aún dispuesto para recibir a la madre del Rey, se decidió trasladar a la Reina al Palacio de Aranjuez a donde se dirigió el 2 de marzo de 1677.

Finalmente, el 31 de marzo, cuatro días después de lo previsto y a pesar del mal tiempo, la Reina fue enviada a Toledo donde fue convenientemente recibida y agasajada tanto por el pueblo como por las autoridades municipales.

Abandonada por su hijo en el Alcázar de Toledo, la Reina intentó por todos los medios a su alcance, comunicarse con él, con la esperanza de que una única mirada, palabra o gesto en una breve entrevista, lograra enternecer de nuevo su corazón y así renunciar a la fidelidad que ahora rendía a don Juan.

Con motivo de la “jornada de Aragón”, viaje previsto por don Juan José al reino foral para que Carlos II jurara los fueros, la reina pidió al embajador imperial conde de Harrach que durante su representación con don Juan le hiciera la petición de encontrarse con su hijo antes de que éste emprendiera tan largo viaje del que podía regresar enfermo o incluso moribundo. Sin embargo y como era prebisible, el nuevo valido no permitió tan peligroso encuentro para sus intereses.

En aquellos primeros meses de su encierro en el Alcázar toledano, uno de los asuntos que comenzaron a preocupar en el Consejo de Estado fue el matrimonio del joven rey, augurador de la indispensable descendencia que diese continuidad a la dinastía. El problema era buscar una candidata adecuada: ya en 1673, durante la embajada imperial del conde de Pötting, se había convenido que la mejor candidata era la archiduquesa María Antonia, hija del emperador Leopoldo I y de la fallecida emperatriz Margarita Teresa, hija de Mariana de Austria y hermana de Carlos II (4). Aquellas negociaciones matrimoniales se habían deliberado posteriormente en 1674 con el conde de Harrach (posterior embajador imperial) y los ministros españoles. Las opiniones por aquel entonces no fueron unánimes, aunque hubo una tendencia general a complacer los deseos de la Reina que, bien por su amor a la hija fenecida, bien por continuar la tradición matrimonial de las dos ramas Habsburgo, consideraba a María Antonia como la candidata más adecuada. Sin embargo, el cambio de gobierno acontecido con el “ministerio” de don Juan José truncó las esperanzas austriacas de conclusión de las negociaciones. Don Juan no estaba dispuesto a favorecer la entrada en la corte de una reina consorte austriaca que pudiera convertirse en pivote de la facción imperial.

Para evitar el fortalecimiento del partido de la reina madre don Juan consideró imprescindible buscar otra princesa ajena a la familia Habsburgo; el nombre de la princesa María Luisa de Orleáns , sobrina del rey Luis XIV, comenzó así a sonar en las sesiones del Consejo de Estado, haciendo perder votos a la candidata portuguesa del llamado "partido español".

Mariana luchó inútilmente durante aquellos primeros meses de encierro porque María Antonia se mantuviera como la prometida oficial de Carlos. Para ello escribió varias misivas a don Juan y a su hijo, y comunicó al emperador las intenciones del bastardo, con el fin de reafirmar su capacidad decisoria en tan delicado asunto de la política de la Monarquía.

A partir de 1678, doña Mariana comenzó a recuperar su capacidad de influencia, proceso paralelo al detrimento de la autoridad de don Juan José en la corte: la posición del bastardo en Madrid se había degradado en pocos meses. 1678 fue un año de fracasos para el hermanastro del Rey, cada vez más cansado y consciente de la inutilidad de su programa reformista y de la inapropiada política de concesión de mercedes que había practicado hasta la fecha. Su programa de reformas era demasiado ambicioso e idealista para una sociedad y economías inamovibles. Don Juan se encontró con la barrera de una nobleza negada a contribuir en los gastos de la Monarquía y que vio en los afanes reformistas del hermanastro del Rey, una amenaza para sus privilegios y haciendas. A este primer fracaso se sumó la firma de las paces de Nimega, en las que la Monarquía tuvo que plegarse a las imposiciones francesas. El matrimonio de María Luisa de Orleáns con Carlos II no suavizó la exigente actitud de un Luis XIV, que desoyó todas las súplicas españolas que clamaban por la posible restitución de alguna plaza de Flandes pero, sobre todo, del Franco Condado, territorio patrimonial de la Casa de Austria, que se perdió para siempre.
La críticas comenzaron a llover sobre el príncipe desde comienzos de 1679. La formación de la Casa de la Reina María Luisa fue un motivo más de descontento entre la nobleza, que observó con disgusto como los principales puestos eran encomendados a personas consideradas inadecuadas. El declive de don Juan José alivió las relaciones de la Reina madre que, en su residencia de Toledo, comenzó a recibir las visitas de importantes nobles desencantados de la política “juanista”, así como la del mismísimo embajador francés marqués de Villars.
El 17 de septiembre de 1679 fallecía don Juan José en el Alcázar de Madrid, víctima de una extraña enfermedad que hizo sospechar a los más suspicaces en un envenenamiento. Carlos ni siquiera quiso asistir a su hermanastro en sus horas finales, entusiasmado con la pronta llegada de su esposa a la corte, el adolescente monarca sólo podía pensar en su esperado matrimonio. Los sufrimientos de don Juan en el lecho de muerte poco le interesaron y además, temió al contagio contra el cual tanto le habían prevenido en su infancia y ahora juventud.
El fallecimiento de don Juan fue motivo de alegría y liberación para doña Mariana, que vio abrirse ante sus ojos el camino de vuelta a la corte, centro de poder, influencias e intrigas, lugar en el que le correspondía estar en calidad de reina madre. A finales de septiembre, Carlos II se dirigió hacia Toledo para ir a buscar a doña Mariana y conducirla a Madrid. Ambos entraron el 27 de ese mismo mes en la corte recibiendo los aplausos y los agasajos de nobleza y pueblo, siempre veleidosos según los vientos del interés. Madrid había cambiado, en la corte se esperaba con ansia la llegada de la prometida del Rey, María Luisa de Orleáns, que ya estaba de camino hacia su nuevo destino en tierras españolas.
...
...

Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006.

(1) En el testamento de Felipe IV se estipulaba que el retiro de doña Mariana sería voluntario: "y si quiere retirarse para vivir en alguna ciudad de estos reynos, se la dara el gobierno dellos y de su tierra con la jurisdicción y esto lo cumpla cualquier de mis sucesores".
(2) Estas fueron las dos razones que se plasmaron en la crónica elaborada bajo los auspicios del Cardenal de Aragón para justificar la salida de la Corte de la reina doña Mariana, nada menos que la madre del Rey, viuda de Felipe IV e hija del emperador Fernando III.

(3) Mariana escribió el siguiente párrafo a sor Mariana de la Cruz:
"[…] con la ocasión de haverse servido Dios de llevarse para si a mi hijo a quien yo con tanto cariño y ternura amava, y por la gran falta que puede hacer a su persona, os aseguro que este golpe me tiene traspasado el coraçon y que he menester […] las asisteçias de Dios, para conformarme con su divina voluntad como lo deseo haçer con toda mi pasividad, pero el sentimiento, no puede dejar de ser muy grande, bendito sea Dios por todo […]. Deseo ir por alla, quanto antes, para consolarme con bos, que bien le necesito os aseguro, Dios os guarde de Palazio juebes 1677".

(4) La famosa infanta retratada en "Las Meninas".
* * La imagen es un grabado de mediados del siglo XVI que muestra la ciudad de Toledo y en el que se puede ver (detalle abajo a la derecha) el famoso Alcázar, que debía presentar un aspecto muy similar al que debió tener durante la estancia de doña Mariana de Austria de 1677 a 1679.

No hay comentarios:

Publicar un comentario