martes, 1 de diciembre de 2009

LA FAMILIA DEL REY: LA REINA MADRE DOÑA MARIANA DE AUSTRIA (VII PARTE)

El regreso de la Reina madre y la llegada de una nueva reina consorte, fueron dos importantes acontecimientos para la agitada vida cortesana del Alcázar madrileño: la presencia de las dos reinas generaría nuevas expectativas entre la nobleza castellana y aceleraría el reordenamiento de las facciones cortesanas española, francesa y austriaca.

La llegada de la reina María Luisa a Madrid produjo un revuelo de intrigas cortesanas: con la reina consorte, Luis XIV dispuso en la corte de la Monarquía Hispánica de un instrumento de poder fundamental para crear un partido francés que favoreciese sus intereses. María Luisa, joven e inexperta, así como gustosa de fiestas y lujos poco acordes con el austero ceremonial hispano, jugó su papel en el capítulo de las luchas de poder de la corte. La nueva pareja real era la esperanza de una monarquía con ansias de un heredero que diera continuidad a la casi agotada línea sucesoria.

Según el marqués de Villars, embajador de Luis XIV, el primer encuentro entre las dos reinas estuvo carazterizado por la dulzura y la cordialidad: María Luisa habría percibido en su suegra una simpatía y una familiaridad inesperadas; y, Mariana, satisfecha con la felicidad de su hijo, habría observado con satisfacción a su nuera, una muchacha libre de ambiciones y aparentemente muy dispuesta a complacer al Rey. Aquella primera impresión de afecto mutuo se habría prolongado a lo largo de todo el reinado de María Luisa como consorte. Sin embargo, y como bien indica Oliván Santaliestra, ésta era una visión muy edulcorada de una relación dinástico-familiar en la que el concepto “amor” ostentaba significados de diversa índole política. La actitud afectuosa, amable y condescendiente de la Reina madre hacia la princesa francesa, no sólo fue un sentimiento natural e íntimo, posible y real, sino también y en su mayor parte, tuvo implicaciones políticas.

Una de las razones por las cuales doña Mariana habría aceptado tan cariñosamente a María Luisa fue seguramente la esperanza que ésta habría diese una solución a la crisis dinástica mediante un heredero sin la incursión de fuerzas exteriores como el emperador o Luis XIV. Con la nueva reina, una mujer joven, fuerte y vivaz, y por la que el Rey se sentía enamorado, la Reina madre comprendió que las posibilidades de un embarazo real eran muchas, mayores incluso que las que podría haber ofrecido su querida nieta María Antonia pues ésta era más joven y aún no estaba en edad de procrear. La salud de Carlos era buena pero nadie como su madre conocía sus recaídas y sus débil salud.

Además de la pronta resolución del problema sucesorio, doña Mariana se sentía obligada a ser amable y transigente con María Luisa por su parentesco: la consorte era sobrina de la reina de Francia María Teresa, la hija de Felipe IV e Isabel de Borbón, por tanto, con Mariana eran primas, a lo que se sumaba que María Teresa era su hijastra, de ahí que ésta llamara a la Reina viuda “la Reyna mi madre”. El marqués de Villars escribió en sus memorias que doña Mariana, a partir de 1679 y de su vuelta a Madrid, mostraba más “amor” hacia su parienta francesa, que hacia su hermano el Emperador. Las razones de aquel cambio de afectos se habría debido a que
Leopoldo I se habría desentendido de ella durante su destierro, mientras que por el contrario, María Teresa le habría apoyado mucho más, mandándole mensajes de condolencia y ánimo.

Tras la firma de las paces de Nimega, que dieron fin a la guerra con Francia, doña Mariana, como el resto de ministros, consejeros, cortesanos tuvieron que reiniciar negociaciones con la anteriormente potencia enemiga, hecho que coincidía con una reorganización de los grupos de poder motivada por la muerte de don Juan José de Austria. Según Oliván Santaliestra ese "amor" era el símbolo de su nueva actitud política adoptada ante los cambios de la corte: el peso francés con el cual había inevitablemente que negociar. La presión de Luis XIV sobre Madrid fue, durante la época de María Luisa, más fuerte de lo que había sido hasta entonces. No obstante, que el “amor” de la reina hacia María Luisa pueda traducirse en términos políticos no implica necesariamente que doña Mariana careciera de sentimientos personales afectuosos hacia su nuera, ya que la joven reina consorte, por su edad y comportamientos, tenía todos los motivos para agradar a su suegra.

Los buenos augurios y la alegría inicial por la llegada de la nueva reina comenzaron a disiparse ya que el embarazo de María Luisa no llegaba. En la corte, la vida íntima de la pareja real comenzó a ser uno de los principales temas de conversación en los pasillos de palacio, las plazas y calles de la villa. María Luisa, a pesar de probar todos los remedios recomendados por médicos y eclesiásticos no lograba quedarse embarazada. Sin duda, esta incapacidad manifiesta que estaba empezando a impacientar a todos, le restó poder, prestigio y credibilidad en un ambiente palaciego en el que la maternidad era la única excusa para revalorizar su posición.

La situación derivada de la falta de un heredero se hizo cada vez más tensa, dando lugar a rumores de todo tipo (1) que solo finalizaron con la muerte de María Luisa en 1689. Se rumoreó que la reina había sido envenenada pero nada pudo probarse a favor de esta hipótesis a la que el embajador de Francia trató de dar la máxima credibilidad.

Según todos los testimonios, la reina madre lloró amargamente la muerte de su nuera.

La muerte de María Luisa fue considerada por el partido austriaco en Madrid como un verdadero milagro, porque con la ausencia de la reina francesa, además de desvanecerse la influencia de Luis XIV sobre la corte hispana, se ponía fin a las esperanzas de un heredero hijo de una princesa de Francia. Era ahora el turno del partido imperial, que junto con otros grupos opositores al francés como el “español” iniciaron una campaña de desprestigio de la reina fallecida con la intención de procurar el pronto matrimonio del Rey con una princesa favorable a sus respectivos intereses políticos.

Mariana de Neoburgo, princesa palatina y hermana de la tercera esposa del emperador Leopoldo I, fue la elegida como nueva esposa de Carlos II. Mujer intrigante, ambiciosa y de fuerte carácter, Mariana de Neoburgo comenzó a ejercer su influencia tras la destitución del conde de Oropesa y de su secretario, don Manuel de Lira en 1691, poco tiempo después de su llegada a Madrid. A partir de ese momento, la nueva reina consorte, Mariana de Neoburgo con su camarilla alemana, inició un período de intento de monopolización de la voluntad regia.

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Fuentes principales:

* Oliván Santaliestra, Laura: "Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII". Universidad Complutense de Madrid. 2006.


(1) Se llegó a decir que María Luisa hacía todo los posible para no quedarse embarazada por orden de su tío uis XIV.

**La imagen es un detalle del cuando "El auto de fe de 1683" de Francisco Rizi presente en el Museo del Prado y en el que se pueen ver sentados juntos al rey Carlos, a su esposa María Luisa de Orleans y a la reina madre, doña Mariana de Austria.

4 comentarios:

  1. Una entradaa excelentee, lo explicas todo muy bien.

    Saludos

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  2. Aquí estoy de nuevo. Perdóname por no poder haberte comentado mucho últimamente, pues mis obligaciones laborales me dejan mucho menos tiempo del que desearía.

    De todas formas te felicito por tu minuciosa labor historiadora, basada en la rigurosidad y la abundancia de citas bibliográficas.

    Un abrazo

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  3. Muchas Gracias, no te preocupes yo también he estado liado con el trabajo y no he podido escribir tanto como me habría gustado.

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