domingo, 19 de junio de 2011

La cuestión del matrimonio de la infanta Margarita Teresa con el Emperador

La infanta Margarita Teresa, obra de Gerard du Chateau (h. 1665). Kunsthistorisches Museum de Viena.

El asunto del matrimonio de la infanta Margarita Teresa, hija primogénita del matrimonio de Felipe IV con doña Mariana de Austria, era de suma importancia para el futuro de la Monarquía, pues en el testamento del Rey la herencia de las infantas era una facultad casi inalienable. A diferencia de lo que sucedía en Francia, el derecho castellano no excluía a las mujeres ni de la línea sucesoria ni de los derechos de heredabilidad y esta circunstancia tuvo importantes consecuencias en la formulación del testamento de Felipe IV (en cambio hay que tener en cuenta que en la Corona de Aragón sí regía la Ley Sálica). Aún así, los derechos sucesorios primaban al varón sobre la mujer, por lo que el príncipe solía destinarse al trono mientras que las infantas, unidas en matrimonio con otros monarcas o con el Emperador, generalmente tenían que renunciar a estos derechos que ostentaban casi en igualdad de condiciones con sus hermanos.


La situación dinástica que dejaba Felipe IV complicó sumamente la sucesión de la Monarquía: la variabilidad de situaciones que podían producirse a lo largo de la minoridad de Carlos II obligó al Rey Planeta a tomar muchas precauciones. Podían producirse diversas circunstancias: la muerte de la Reina regente, de Carlos II o la de ambos. La más importante, sin duda, era la segunda: el fallecimiento del heredero universal, lo cual conducía al nombramiento de otros herederos que venían dictaminados a través de las mujeres de la Casa de Austria, preferentemente de la rama austriaca. La infanta María Teresa, casada ya con Luis XIV (desde 1660) y la infanta Margarita Teresa podían ser, según las directrices del derecho castellano, las herederas de la Monarquía. Felipe IV instituyó en su testamento la exclusión de los derechos de María Teresa, a los que ya había renunciado la Infanta al casarse con el monarca francés, sin embargo, este matrimonio no anuló totalmente las facultades de María Teresa para heredar la Monarquía Hispánica, ya que Felipe IV contempló la posibilidad de que su primogénita pudiera enviudar y concebir un nuevo vástago tras contraer un segundo matrimonio, lo que le facultaría para transmitir a este supuesto hijo, sus capacidades sucesorias.


Sin embargo, y a pesar de los privilegios de María Teresa, la principal candidata considerada por Felipe IV para heredar la Monarquía en caso de morir Carlos II fue la infanta Margarita Teresa, destinada desde su nacimiento a casarse con el Emperador. Durante el reinado de Felipe IV, el matrimonio de Margarita Teresa con Leopoldo I sufrió unas continuas demoras que se explican por la difícil política internacional del momento: una previsible minoría de edad complicada, una posible muerte prematura de Carlos II, y el jugoso “sorteo” de una herencia territorial con demasiados aspirantes. Además, la conclusión de las nupcias con el Emperador nunca fue algo seguro, simplemente respondía a un línea tradicional de acción política pero en ningún caso fue percibida desde Madrid como una obligación ineludible, de hecho se llegó a pensar en casar a Margarita con Carlos II de Inglaterra con el fin de evitar que este monarca se desposara con Catalina de Braganza, hija del rebelde “Duque de Braganza” (Juan IV de Portugal).


En 1665, en el testamento de Felipe IV no se hacía ninguna mención al matrimonio entre la infanta Margarita Teresa y el emperador Leopoldo I, lo cual reafirma el hecho de que Felipe IV dilató intencionadamente esta promesa nupcial con la esperanza de que, en caso de primera necesidad, su hija heredara el trono de la Monarquía. De este modo, el Rey habría querido evitar este connubio para asegurar los derechos de su hija y solventar el gran problema que habría supuesto la prematura muerte del débil príncipe don Carlos. Pero además de la falta de alusiones al teóricamente cerrado matrimonio de Margarita, se añade otro dato más que confirma esta idea: Felipe IV, en la cláusula 21, dejó entrever que le podía suceder tanto un hijo como una hija. Aludiendo a los poderes de la regente doña Mariana de Austria, Felipe IV suscribió lo siguiente: “para que como tal tutora del hijo o hija suyo y mío que me sucediere [referencia directa a Margarita], tenga todo el gobierno y regimiento de todos mis reinos en paz y en guerra hasta que el hijo o hija que me sucediere tenga catorce años cumplidos para poder gobernar” (1). Como se puede comprobar en estas líneas, la infanta Margarita Teresa, hija “suya y mía [de Mariana de Austria y de Felipe IV]” estaba destinada, tras una posible muerte de su hermano Carlos, a heredar la Monarquía.


Existen más pruebas que demuestran el retraso intencionado del matrimonio de la Infanta: las siguientes palabras de Felipe IV indican que desde 1657, fecha en la cual se prometió a la infanta María Teresa a Francia en caso de sellar la paz con la Monarquía Hispánica, éste consideró a la infanta Margarita Teresa como su única heredera en caso de que su esposa no concibiera un heredero varón y así lo hizo saber a Leopoldo I: “Al emperador he dado cuenta de este intento, y también de que pienso hacer jurar en estos reinos a la infanta mi hija para en caso de faltar yo sin dejar hijo varón” (2), una intención que no se llevó a cabo en vida de Felipe IV por el nacimiento de sucesivos varones de salud precaria que, si bien impidieron que el Rey jurara a Margarita Teresa como su heredera universal, también le disuadieron de entregar la mano de la Infanta al Emperador, debido a la posible muerte prematura de los príncipes. Recuérdese que el príncipe Felipe Próspero nació en 1657 y murió en 1661, y que el infante Fernando Tomás, nacido en 1658, murió en 1659.


Pero mientras en Madrid, Felipe IV retenía a su hija ante un posible agravamiento del problema sucesorio, en Viena, a Leopoldo I le urgía el casamiento con Margarita por tres razones: por un lado necesitaba un heredero, pues su línea sucesoria se encontraba agotada; por otro, deseaba asegurar su candidatura a heredar la Monarquía Hispánica en caso del fallecimiento de Carlos II, pues Luis XIV, su gran rival, había conseguido contraer nupcias con la primogénita de Felipe IV, lo cual convertía al monarca francés en el máximo competidor del Imperio en la cuestión sucesoria. Y, finalmente, el matrimonio con Margarita Teresa afianzaba unas acostumbradas relaciones que estaban sufriendo un ligero enfriamiento iniciado ya a mediados de aquel siglo XVII. Los retrasos en la jornada de Margarita hacia el Imperio fueron justificados desde Madrid con excusas vanas que no satisficieron las impaciencias de Leopoldo I. Felipe IV alegó más de una vez que su hija era demasiado joven o que la estancia en Milán (parada obligatoria) en invierno podía resultar demasiado gravosa para las arcas reales.


El Emperador debió desesperar en más de una ocasión temiendo que la Infanta no llegara nunca a su destino. Fue precisamente en esta situación de gran temor ante la posibilidad de que el matrimonio no se produjera, en la que se deben encuadrar unas negociaciones de reparto de la Monarquía Hispánica en la temprana fecha de marzo-abril de 1664. El Conde de Peñaranda había interceptado cierta información (brindada por el gobernador de Milán) según la cual el Imperio había iniciado negociaciones con Francia para repartirse los territorios del Rey Católico en caso de que se produjera la muerte de Carlos II sin descendencia. Luis XIV reclamaba únicamente los Países Bajos y el Reino de Navarra, mientras que el Emperador podría quedarse con el resto. El embajador imperial, Conde de Pötting, escribió con celeridad a Leopoldo I para confirmar la noticia de la que no había sido advertido y que había puesto en circulación el Príncipe de Auersperg (3). Se desconoce si la notificación era cierta o no, quizás se rumoreó un posible acuerdo con Francia con respecto a la cuestión sucesoria de España ante el hecho que no se formalizara el matrimonio de Leopoldo I y Margarita, pero al margen de que el testimonio fuera verdadero o no, lo que realmente importa son las consecuencias que tuvo la recepción del mismo en la corte de Madrid: los recelos hacia el Imperio aumentaron, por lo que Pötting y el Duque de Medina de las Torres, un pro-imperial convencido, vieron acrecentadas sus dificultades para tramitar el matrimonio de la Infanta. Y mientras el embajador imperial presentó ante Felipe IV un memorial para agilizar los preparativos de la boda (4), el Conde de Peñaranda, cuyas simpatías hacia el Imperio eran nulas, trató de convencer a Felipe IV del error de la boda de la infanta con Leopoldo I, demostrando así su inclinación hacia Francia.


Cuando doña Mariana de Austria accedió a la regencia en septiembre de 1665 tras la muerte de Felipe IV, Leopoldo I y sus consejeros quisieron ver en ella uno de los principales baluartes de la política exterior del Imperio. La Reina regente, por sus lazos de sangre (era hermana del Emperador), se erguía como una reina de ajedrez en el tablero político europeo. Cualquier movimiento suyo podía beneficiar al Imperio, sobre todo en las cuestiones relativas al pago de subsidios para financiar las guerras defensivas sostenidas por Leopoldo I. Temas dinásticos y económicos vinieron a unirse en las sucesivas peticiones imperiales a la Regente: el matrimonio de Leopoldo I con su sobrina, la infanta Margarita Teresa, costó numerosos sinsabores al embajador imperial Conde de Pötting, que, en esta misma línea de apoyo dinástico, trató de articular una red de poder imperial favorecedora de los intereses del Imperio para la herencia española.


Leopoldo pensó que con doña Mariana en el poder se agilizarían los trámites de su matrimonio pero no fue así. El hecho de que Felipe IV no hubiera citado su compromiso con Margarita en su testamento, le obligó a desplegar todas las estrategias diplomáticas posibles para agilizar la salida de la Infanta de la Corte destino a Viena. Además de su embajador ordinario, el Conde de Pötting, Leopoldo I envió a Madrid al Barón de Lisola (5) como embajador extraordinario para negociar este asunto. Refuerzo diplomático al que se sumó el Conde de Harrach como agente temporal en octubre de 1665.


El Leopoldo I y la emperatriz Margarita Teresa con vestimentas teatrales, obra de Jan Thomas (1667). Kunsthistorisches Museum de Viena.

Todos estos refuerzos por parte de Leopoldo I no parecieron afectar a la Reina, pues no se tradujo en una mayor rapidez en la preparación de la partida de la Infanta, es más, la cuestión se descuidó de tal manera que en el despacho que el secretario don Blasco de Loyola entregó a Pötting el día 19 de noviembre sobre la jornada de Margarita Teresa hacia Viena, a la futura esposa del Emperador se la nombraba como “la infanta”, cuando lo más adecuado habría sido llamarla “la emperatriz”, y en vez de “Jornada”, palabra al uso para el viaje de una novia imperial, se hablaba de la “salida de aquí” (de la corte de Madrid) sin ninguna formalidad ni respeto hacia un compromiso nupcial tan importante para el Emperador (6). Pötting se apresuró a contestar a Leopoldo I que la informalidad de los despachos no era infrecuente en la secretaría de Madrid, aún así el Emperador temió ya no sólo que su matrimonio se retrasara sino que no se llegara a celebrar.


Las razones que se adujeron desde Madrid para postergación hasta límites preocupantes de los desposorios del Emperador y la Infanta, fueron la urgencia en la solución de otros problemas más acuciantes en los inicios de la Regencia, e incluso el descuido no intencionado de doña Mariana de Austria. Sin embargo, existían otras motivaciones menos inocentes, ya que la infanta Margarita, en caso de muerte prematura de Carlos II, era la llamada a heredar la Monarquía Hispánica. Este retraso en la entrega de la prometida se debió a una importante cuestión dinástica: había que esperar prudencialmente a que el Rey-niño diera indicios que certificaran su capacidad de supervivencia. Otra razón que se esgrimió desde la corte de Madrid para calmar los ánimos del Emperador fue la falta de recursos. El Barón de Lisola contestó al tema de la escasez de medios asegurando que con esa demostrada pobreza peligraba la reputación de la Reina y la palabra real (7). Las intrigas de los ministros también vinieron a demorar el matrimonio de la Infanta: tras la negativa del Duque de Cardona para aceptar el puesto de acompañante de Margarita a Viena y después de que la candidatura del Duque de Montalto se desestimara por efecto de ciertas intrigas (8), la Reina eligió al Duque de Alburquerque. Pero, a pesar de las demoras justificadas e injustificadas, todo acabó finalmente en matrimonio.


En enero de 1666, el Emperador nombró al Marqués de Castel-Rodrigo, fiel colaborador en la corte de su hermana, su representante en los esponsales con la Infanta (9). La partida de Margarita Teresa, fijada para 22 de marzo de ese mismo año se volvió a retrasar y a concertar de nuevo para el 10 de abril, finalmente los desposorios se celebraron por poderes el día de Pascua 25 de abril de 1666 en la corte de Madrid (10). Doña Mariana no pudo defraudar al Emperador. La paciencia de éste era limitada y parece que en 1666 ya no fue posible prolongar la delación del matrimonio por más tiempo, pues se llegó a correr el riesgo de convertir un teórico aliado en potencial enemigo.



Fuentes principales:


* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.


Notas:


(1) BNM. Mss. 11040. Copia del testamento de Felipe IV. Cláusula 21.


(2) Valladares, Rafael: “La rebelión de Portugal 1640-1680. Guerra, conflicto y poderes en la monarquía hispánica. Ed. Junta de Castilla y León. Valladolid, 1988. p.194.


(3) “Diario del conde de Pötting”, 18 de junio de 1664, Pötting al Emperador. nNta 102. pp. 39-40.


(4) “Diario del conde Pötting”. Nota 110. vol. I


(5) Franz Paul von Lisola, nacido en Salinas en 1613, estudió derecho y se trasladó a Viena donde el Emperador le encargó varias misiones diplomáticas: Inglaterra (1640-1645) y España en 1667, después fue enviado a Londres, Bruselas y a La Haya, fue uno de los artífices de la Tripe Alianza en 1668. Bély, Lucien: “L’Invention de la diplomatie. Moyen Age-Temps modernes. Ed. Presses Universitaires” de France. París, 1998.. pp. 225-226.


(6) “Diario del conde Pötting”. Nota 238. p. 163. Carta fechada el 25 de nov de 1665. Leopoldo I a Pötting.


(7) HHStA. Spanien Diplomatische Korrespondenz. Karton 49. El Barón de Lisola al Duque de Medina de las Torres. 1665.(8) HHStA. AB 108/16. Spanien Hofkorrespondenz. Fasz. 18. Correspondencia de Lisola. 11 de septiembre de 1665.(9) “Diario del Conde de Pötting”. vol 1. nota 298. Carta del Emperador a Pötting 6 de enero de 1666.(10) Ibídem. Ceremonia descrita por el Conde de Pötting. 25 de abril de 1666. p. 197-198. vol.1.

21 comentarios:

  1. Decimos de ahora pero, sí que era una desgracia nacer en aquél siglo XVII. La verdad es que siempre vía aquella niña tan dulce de las Meninas de Velázquez como una niña feliz. Pero claro, sin vida afectiva plena. Pobre chica tener que casarse con un austriaco que, no sabía si le querría o no. Cambiar el entorno de su familia -según dices estaba muy apegada a su padre Felipe IV, cambiar su Madrid por aquella Viena tan fría. Y lo que me alucina es el complejo del pobre don Carlos, ninguneado siempre.
    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Eso se llamar ser morosos, en cuestiones matrimoniales claro. Pensaría Felipe IV: la caso pero no la caso de momento, no sea que el débil de su hermano se me muera y pueda ella heredar el trono. Había un riesgo cierto de que el Emperador Leopoldo I se enojara de verdad. Al final, como todas las de la realeza de aquellos tiempos, se casó y no por amor.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. La ley sálica se impuso en Europa desde el siglo VI, y se impuso en Europa por motivos claros:impedir la llegada de una mujer al trono, salvo contadísimas excepciones. Quemando mechas...
    Saludos Alberto¡¡

    ResponderEliminar
  4. Ya hemos visto en la serie anterior del cardenal-infante don Fernando, como una y otra vez Viena no era muy de fiar, y aparte las muchas promesas y las pocas ayudas prestadas en lo militar, por incumplimientos de pactos, etc…, parece que había razones para ello y la corte española lo sospechaba y lo supo gracias a sus espias.
    Es hablar de historia-ficción, pero igual que Madariaga piensa que fue un error de Carlos V dejar los Países Bajos a su hijo Felipe en lugar de a su hermano Fernando y el imperio, con el íntimo pensamiento que ha se uniría todo bajo un mismo cetro; me pregunto que habría sido de España, Europa y el mundo si toda la herencia hubiera recaído en su heredero directo, el rey prudente, con los mismos problemas, pero con la sartén en su mano, sólo en la suya. Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. Bodas reales para el tablero de ajedrez en que se estaba convirtiendo la monarquía hispánica.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Eran totalmente lógicas las dudas de Felipe IV y el esperar a ver que ocurría con Carlos II,y es que este al final vivió más de lo esperado por todos. Claro que no pudo evitarse la guerra...

    ResponderEliminar
  7. Sin duda el tema sucesorio era complicado, al menos cuando había varias posibilidades a la sucesión. Finalmente Carlos les sobrevivió a todos, quién lo iba a decir...
    La infanta Margarita Teresa era una pieza principal en este tablero de juego, a pesar de ser mujer.
    Aún así me sorprende que la rama francesa que quedaba completamente excluida de la herencia al final se hiciese con la sucesión a la muerte de Carlos II. Quizá algún día nos de usted un poco más de luz sobre este particular.

    Un saludo y gracias por su entrada.

    ResponderEliminar
  8. Juan: debió de ser muy duro para la pequeña infanta (15 años) ir a unas tierras tan lejanas y distintas, seguramente sus damas españolas fueron su único apoyo...muy probablemente Leopoldo I hablaba español (su madre era la infanta María) pero no creo que llegasen realmente a marse por la diferencia de edad...algo parecido al matrimonio de su madre con Felipe IV en 1649.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  9. Cayetano: viendo la debilidad de Carlos II, la decisión se tornó enormemente peligrosa...podía darse una situación parecida a la de Juana "la Loca" y Felipe "el Hermosa", cuando siendo reina propietaria ella, acabó reinando él, extranjero, con la complacencia de su padre Fernando "el Católico".

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  10. Javier: así es, pero en Castilla no regía la misma y por ello reinaron varias reinas, baste recordar a Isabel "la Católica" o Juana "la Loca", aunque esta siendo reina propietaria no llegase realmente a reinar nunca...la debilidad de un gobierno femenino era enorme como demostró la regencia de doña Mariana de Austria.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  11. DLT: Flandes era clave para la hegemonía hispánica y como escudo protector, ya que las guerras hasta la segunda mitad del XVII se centraron en ese territorio y lo siguieron haciendo hasta 1697 lo que reducía la presión sobre la Península y además daban a España un lugar en el centro de Europa, en fundamental cuña entre Francia y el Imperio...fue difícil la decisión de la división patrimonial de Carlos V y mucho más compleja de lo que habitualmente se cuenta, para ello fueron necesarios diversos acuerdos familiares entre Carlos V, Felipe II, Fernando I y Maximiliano II con la mediación femenina de por medio.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  12. Eduardo: es en estos momentos cuando se forja la futura llegada de los Borbones al trono de España.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  13. José Luis: sin un heredero varón directo eta realmente difícil evitar la guerra, creo que ni siquiera de haber sobrevivido José Fernando de Baviera ésta se hubiera evitado...

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  14. Pedro: las razones que llevaron la sucesión hispana a la Casa de Francia son muy complejas pero se resumen en dos: el miedo a Luis XIV y la nefasta gestión de los asuntos españoles por parte de Leopoldo I...siempre he mantenido que su indiferencia antes los asuntos españoles, en especial negar la ayuda militar en Cataluña y Flandes, y no haber enviado al archiduque Carlos a España cuando era necesario (hacia 1696 con un contingente de tropas alemanas para defender Barcelona), le costaron la sucesión...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  15. Gran entrada nuevamente, Carolus, donde queda muy claro todos los derechos sucesorios y las susceptibilidades y entresijos de la misma; Está claro que Felipe IV queria dejar muy bien amarrada la cuestión, pero dudaba, como fue el caso de retener a la infanta Margarita y no dejarla ir pronto a Viena. Sabía que en España podían reinar las mujeres, pero no que también heredaba el patrimonio. Saludos Carolus.

    ResponderEliminar
  16. Paco: una decisión muy difícil para el viejo y cansado Rey, no se podía fiar todo al pequeño y enfermizo Carlos, pero al final (al menos él lo pensaba así) dejó todo atado y bien atado.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  17. Era un tema crucial para Felipe IV el matrimonio de sus hijas, habida cuenta de que no lograba que sus varones vivieran. Si la sucesión tenía que venir a través de ellas, había que meditarlo muy cuidadosamente y hacer mil cábalas y equilibrios. Debió de darle al rey más de una angustia y sacarle unas cuantas canas más.

    Buenas noches, monsieur

    Bisous

    ResponderEliminar
  18. La pequeña Margarita, protagonista de Las Meninas, fue siempre una esclava de la política dinástica de su augusto padre. Y si su matrimonio se demoró más de la cuenta, no fue precisamente por amor de padre, sino por temor a dejar a la inmensa monarquía sin heredero. Así entiendo yo esa primera preferencia de su hermano Carlos a la hora de redactar sus primeros testamentos...

    Besos

    ResponderEliminar
  19. Madame: no tenga duda, pero mejor una mujer de confianza y querida como era Margarita, que un varón de Austria que, aunque familiar, era extranjero.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  20. Carmen: puede ser que ese amor se refiera, como dices, a lo que suponía su figura en el juego dinástico europeo...aunque también creo que el afecto sería fuerte hacia esa niña, al final Felipe IV, como se puede ver en su correspondencia con sor María Jesús de Ágreda, era un hombre bastante sensible.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  21. Margarita I reina de las Españas...mmmm No hubiera quedado mal ¿Con quién la hubiesen casado?

    Abrazos

    ResponderEliminar