domingo, 5 de octubre de 2014

El Convento de Monjes Capuchinos de Chiusa, un desconocido patronazgo regio en tiempos de Carlos II

Fig. 1. Carlos II y doña Mariana de Neoburgo. Autor anónimo (h. 1699)

Recientemente descubrí dos impresionantes retratos de Carlos II y de su segunda esposa, doña Mariana de Neoburgo, en un lugar que en principio nada tenía que ver con la Monarquía Hispánica: el Convento de Monjes Capuchinos de Bressanone, en la provincia autónoma italiana de Bolzano-Alto Adige (figura 1).

Si nos fijamos atentamente en el retrato de doña Mariana de Neoburgo, podemos ver que con su mano sujeta la planta de un edificio, para más señas del Convento de Monjes Capuchinos de Chiusa (Klausen en alemán), también en la provincia de Bolzano-Alto Adige, situada a pocos kilómetros de Bressanone.

A los estudiosos o a los que hayan leído sobre el reinado de Carlos II, en especial sobre los últimos 10 años de su reinado, enseguida al leer Chiusa les habrá venido a la mente el padre capuchino fray Gabriel Pontifiser (1653-1706), también conocido como padre Gabriel de Chiusa, por ser originario de esta pequeña ciudad del entonces Tirol habsbúrgico, que fue confesor de doña Mariana de Neoburgo desde el verano de 1692, tras sustituir al jesuita alemán Francisco Rhem, y que en los años finales del reinado de Carlos II se convirtió en una figura omnipotente y omnipresente en la Corte.

Pontifeser ingresó en la orden capuchina en 1673, donde pronto destacó como misionero en Bohemia. Sin embargo su camino hasta el confesionario real de Mariana de Neoburgo estuvo precedido de un largo cursus honorum en la corte de Viena, donde desde 1685 era bien conocido.

El capuchino tuvo su primer contacto con la corte de Viena de una forma prácticamente casual, al ecomendársele desde su orden religiosa acompañar al padre Emerico de Weser, que había sido designado médico del príncipe elector Felipe Guillermo de Neoburgo, padre de doña Mariana.

Al fallecer el Príncipe Elector en 1690, Pontifeser no sólo se alejó de la Corte, sino que adquirió mayores responsabilidades, siendo designado confesor de la electriz viuda Isabel Amelia de Hesse-Darmstadt. Una decisión que alteraba la tradición de la Casa de Neoburgo. que tenía como habituales confesores a miembros de la Compañía de Jesús.

De hecho, la conciencia de Mariana de Neoburgo, duodécima hija del elector Felipe Guillermo y Amelia, estaba atendida, como vimos más arriba, por el jesuita Francisco Rhem, quien fue el encargado de acompañarla hasta la corte madrileña tras su matrimonio por poderes con Carlos II (28 de agosto de 1689), seis meses después del fallecimiento de María Luisa de Orleáns.

El confesor jesuita la acompañó en su largo y azaroso viaje hasta las costas de El Ferrol y su posterior entrada en Madrid, atendiendo su conciencia hasta su cese en el verano de 1692, caída motivada, en opinión del nuncio, por sus difíciles relaciones con el resto de integrantes de la camarilla de la Reina, especialmente con el secretario Wiser y la Condesa de Berlepsch. Fue entonces cuando doña Mariana decidió llamar a su servicio al que hasta entonces había sido confesor de su madre, con el pesar de la propia electriz.

Este cambio no debe ser considerado como una decisión improvisada. De hecho, Mariana de Neoburgo había realizado el 31 de octubre de 1691 una petición general a la orden capuchina solicitando su autorización para contar con los servicios del padre Gabriel Pontifiser, quien partió de la corte electoral en abril de 1692. Todo se preparó, por tanto, algunos meses antes del definitivo cese de Rhem al frente del confesionario.

Fig. 2. Retrato del padre Gabriel de Pontifeser en el Museo Civico de Chiusa (antiguo convento de monjes capuchinos).

El nuevo confesor se integró pronto en la restringida camarilla de la Reina que ejercía el poder en la sombra, convirtiéndose poco a poco en una de las figuras clave de la Corte, así como en el intermediario para acceder a doña Mariana de Neoburgo, como pronto observó el embajador imperial Conde de Harrach.
Por todo ello, y al igual que el resto de la camarilla alemana, se convirtió en objeto de odios y críticas por parte del pueblo y del grupo opositor. Sin embargo, el padre Gabriel supo resistir a los ataques políticos que llevaron a la caída de los partidarios de la Reina y del partido austriaco, y que culminaron con el Motín de los Gatos acaecido en abril de 1699: el primer ministro Conde de Oropesa fue el primero en caer, siguiéndole el Almirante de Castilla que fue desterrado a tres millas de la Corte el 23 de mayo, Algo más costó la caída de la Condesa de Berlepsch, que resistió junto a la Reina hasta el 31 de marzo de 1700, tras arduas conversaciones para fijar un acuerdo económico que hiciera más llevadera su salida.

El único que permaneció inamovible en su puesto fue Pontifeser, cuya influencia siguió siendo destacada, algo de lo que los círculos diplomáticos no dejaron de ser conscientes. El embajador Harrach advertía de ello al emperador: "...todo el mundo sabe que tiene más audiencia que un ministro y pasan los asuntos por su mano". De hecho, tal parecía ser su poder en el seno de la Corte, que se le sitúa detrás del nombramiento de los nueve consejeros de Estado designados en noviembre de 1700, en la que ha sido reconocida como 'la hornada del padre Gabriel', así como en el hecho de que el Conde de Aguilar y el Conde de Benavente pudieran formar parte de la Junta de Gobierno que regiría la Monarquía a la muerte de Carlos II y hasta la llegada del nuevo soberano, según fijaba su testamento.

La muerte de Carlos II y la implantación de la nueva dinastía implicaron numerosos cambios en Palacio. Obviamente, el primer objetivo fue alejar a la reina viuda de Madrid. En enero de 1701 Felipe V ordenó la marcha de doña Mariana de Neoburgo hacia Toledo, ciudad en la que que residiría hasta la entrada de las tropas del archiduque Carlos en 1706 en plena Guerra de Sucesión. Su filiación austracista y el recibimiento público que ofreció a las tropas aliadas, ocasionó su definitivo destierro a al ciudad francesa de Bayona, donde residiría hasta 1739, cuando gracias a la intermediación de su sobrina la reina Isabel de Farnesio se le permitió volver a España, instalándose en el Palacio del Infantado en Guadalajara, donde fallacería al año siguiente.

En su marcha a Toledo, el padre Gabriel, confirmado en su puesto, acompañó a Mariana de Neoburgo junto a otros miembros de su casa. Sin embargo, el capuchino se encontraba en el punto de mira. A finales de 1701 fue llamado por la orden capuchina a Roma, con el argumento de actuar como vocal en el capítulo general que se celebraría en dicha ciudad en 1702.

Fig. 3. Vista del Convento Capuchino de Chiusa.

Felipe V recibió con gran satisfacción la noticia puesto que significaba alejar, por fin, a un personaje incómodo que aún mantenía estrechos contactos con las cortes europeas (especialmente las de Viena y Neoburgo). Sin embargo, la Reina viuda no tardó en escribir una airada carta al papa Clemente XI protestando la decisión, clamando al pontífice por el mantenimiento del capuchino en su puesto de confesor. Mariana de Neoburgo estaba convencida de que la llamada a Roma del padre Gabriel era un ataque personal urdido desde la Corte por parte de sus enemigos: el Cardenal Portocarrero y el Duque de Monteleón. El Papa, a través del nuncio, recordaba a doña Mariana y al propio Chiusa la obligación de todo religioso de obedecer las decisiones del Pontífice. Pontifeser mostró su obediencia a partir, aunque dejando clara su disconformidad con su llamada a Roma.

No sería hasta el 7 de enero de 1702 cuando el confesor abandonó Toledo finalmente. Mariana de Neoburgo concedió al padre Gabriel el título de confesor a perpetuidad, designándolo también limosnero y capellán mayor. Su marcha significa la ruptura definitiva del círculo de poder creado en torno a doña Mariana y que había regido la política española en los últimos años del siglo XVII, alejando así a un potencial peligro para el estabilidad en el trono de Felipe V.

Tras pasar por el Ducado de Parma, territorio del que era consorte la hermana de doña Mariana, la duquesa Dorotea Sofía, Pontifeser llegó a Roma a principios de abril, siendo recibido en audiencia por el Papa, a quien el capuchino no dudó en manifestar su contrariedad por todo lo ocurrido y solicitar autorización para regresar a su ciudad natal, hecho que fue desestimado porque supondría volver al cobijo de la Casa de Neoburgo. También fue desestimado que pasase a servir a la Duquesa de Parma ya que había que alejarlo de cualquier conexión con la Reina viuda de España.

Finalmente, el Papa decretó su retiro en el convento capuchino de Urbino. A pesar de la distancia, el afecto de Mariana de Neoburgo por su antiguo confesor persistió, de lo que da buena cuenta el mecenazgo que la Reina ejerció sobre la consolidación de la fundación en la localidad natal del padre Gabriel de un convento de su orden (hoy Museo Civico), erigido cuando el confesor aún no había salido de la Corte madrileña, con una capilla dedicada a Nuestra Señora de Loreto. Pontifiser que había abandonado Urbino, unos meses antes, falleció en este convento el 12 de diciembre de 1706, y allí recibió sepultura.

Fig. 4. Entrada de la Iglesia del Convento Capuchino de Chiusa.

Es aquí cuando volvemos al punto de partida. Uno de los mayores anhelos del padre Gabriel de Pontifiser fue la construcción de un convento de monjes capuchinos en su ciudad natal de Chiusa. Para ello contó con el inestimable patronazgo de la reina Mariana de Neoburgo que destinó importantes sumas para este fin y que además donó al convento algunos valiosos objetos que aún se pueden observar en dicho lugar, hoy reconvertido en Museo Civico. Las obras del convento y la iglesia adjunta comenzaron en 1699, siendo consagradas en 1701 en honor al beato Felice da Cantalice (Fig. 3). La sencilla iglesia en un ejemplo de arquitectura capuchina. En un nicho sobre la puerta principal se sitúa una estatua de mármol de patrón Felice da Cantalice, flanqueado por las armas de su benefactora, la reina Mariana de Neoburgo, sujetas por dos angelotes (Fig. 4)

El retablo del altar mayor y el de la capilla lateral, ambos terminados en 1702, son obra del famoso pintor y grabador lombardo Paolo Pagani (1655-1716), activos en varias cortes europeas y que tenía el título de pintor oficial de la reina Mariana de Neoburgo. La tela del altar mayor representa a San Felice da Cantalice mientras adora al Niño Jesús sostenido por la Virgen María.

Fig. 5. Altar de campo de Carlos II. Museo Civico de Chiusa.

Además del convento capuchino, en la casa natal del padre Gabriel Pontifiser, la reina doña Mariana de Neburgo hizo construir entre 1702/1703 una capilla dedicada a Nuestra Señora de Loreto a la que regaló además numerosos objetos de lujo, que hoy componen la parte más importante del Museo Civico de Chiusa, el conocido como Tesoro de Loreto. Éste se trata de un conjunto de preciosos objetos sacros, telas y cerámicas, cuadros de notable calidad artística (entre ellos un retrato de la propia Reina) y otras obras  de arte, entre las que destaca el altar de campo de Carlos II (Fig. 5), realizado en oro y plata y decorado con numerosas miniaturas de santos, así como dos de los reyes Carlos II y Mariana de Neoburgo.

El convento estuvo activo hasta 1972, cuando la falta de vocaciones hizo que los últimos monjes lo abandonasen y se trasladasen al cercano convento de Bressanone, llevando consigo algunos de los bienes de su antigua morada, como la pareja de lienzos reales con los que iniciamos esta entrada, así como la pequeña biblioteca que la Reina regaló a los padres capuchinos, pasando el edificio del convento a manos municipales. En 1992 el ayuntamiento de Chiusa inauguró el hoy Museo Civico en los antiguos locales del convento fundando por doña Mariana de Neoburgo, siendo la parte principal del mismo el deslumbrante Tesoro de Loreto.

*Agradezco al profesor Christoph Gasser, directo del Museo Civico di Chiusa, toda información que me ha facilitado sobre los dos lienzos de Carlos II y doña Mariana de Neoburgo.


6 comentarios:

  1. El pueblo, como siempre, haciendo alarde de sus preferencias y de sus inquinas. Poner al capuchino confesor en el punto de mira de todas las críticas era algo que, independientemente de sus manejos, guardaba coherencia con el desprecio hacia la reina por causa de no dar un heredero a la nación, como si ella o la anterior consorte fueran la causa de esa desgracia. No hay que olvidar la coplas llenas de mala uva que dedicaron a la anterior, a María Luisa de Orleans:
    “Parid, bella flor de lis,
    Que en fortuna tan extraña,
    Si parís, parís a España.
    Si no parís, a París.”
    Según Carlos Fisas, en "Historias de reyes y de reinas", el propio Antonio Cánovas del Castillo opinaba que Mariana tenía un carácter del diablo y trataba de mala manera a a su esposo. Era soberbia y altiva, ambiciosa, manipuladora, rodeada de su camarilla de gente de confianza, como el propio confesor, siempre al acecho de cargos y honores.
    Un saludo.

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    1. Mariana de Neoburgo en cuanto se dio cuenta que la consecución de un heredero era imposible por la impotencia de su marido, hizo todo lo posible por asegurar su futuro creando un grupo de poder alrededor de su persona e intentando conseguir rentas, o un gobierno, que hiciesen posible ese retiro dorado al amparo de la Casa de Austria. Como podemos comprobar le salio mal y acabó en un destierro muy distinto del que ella misma había planeado.

      Un saludo

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  2. Viendo el fantástico altar portátil de Carlos II me parece que sería interesante una exposición con las obras de orfebrería de la época de los Austrias, realizadas tanto para la propia Corte de Madrid, como por encargo de los Virreyes. Supongo que destruida la mayor parte en el incendio del Alcazar, habría que buscar estas obras en los conventos a las que las donaron sus dueños en España, Flandes, Italia o América. La salas de expos del Palacio Real serían el sitio adecuado a falta de unas buenas salas en el Museo de Artes Decorativas.

    Un saludo.

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    1. Buena exposición sería esa. Obras de orfebrería real podemos encontrar en los monasterios de las Descalzas y la Encarnación de Madrid, así como en otros reales sitios como San Lorenzo de El Escorial. Habría que hacer una labor de catalogación y de evolución histórica de la misma, pero de seguro que sería algo digno de ver.

      Un saludo

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    2. Creo que en Peñaranda y Monforte de Lemos también se conserva orfebrería y obras en bronce de carácter religioso de este periodo donadas por los virreyes y seguro que un estudio profundo encontraría bastantes más piezas de origen real (seguramente en Guadalupe haya algo) y virreinal en diversos edificios religiosos aquí y en Italia.
      A ver si cuando abran el museo de Colecciones Reales a alguien se le pasa por la cabeza alguna exposición de este estilo.
      Gracias y un saludo.

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    3. En Peñaranda y Monforte se encuentra algunos de los objetos suntuarios de los Condes titulares de dichos pueblos. En Guadalupe, como bien indicas, es muy posible que se encuentren algunos de los objetos donados por Carlos II y la reina María Luisa de Órleans. Ojalá algún iliminado se le ocurra esta gran idea.

      Un saludo

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