miércoles, 3 de junio de 2015

El Corpus de 1698

Fig 1. Carlos II en una miniatura de la concesión de la Grandeza de España a Tommaso d'Aquino, Principe de Castiglione, con una vestimenta similar a la que llevaría en la procesión del Corpus toledano de 1698. Museo Correale di Terranova (Sorrento, Italia).

A finales de su reinado, la mala salud de Carlos II y las continuas rogativas por la sucesión eran la justificación de diversas jornadas que el Rey emprendió en sus últimos meses de vida. En la primavera de 1698 Carlos II y su segunda mujer, doña Mariana de Neoburgo, viajaron a Toledo para ganarse la benevolencia del favor divino. Jornada en la que tuvo mucho que ver la pugna cortesana entre los dos hombres fuertes del momento por controlar el gobierno de la Monarquía: el Almiramte de Castilla y el Arzobispo de Toledo, el cardenal Luis Fernández de Portocarrero.

En el calendario de las celebraciones religiosas en la Corte uno de los actos más significados pàra la exaltación de la devoción del Rey era la procesión del Corpus. Al celebrar esta liturgia en Toledo con presencia real el Corpus cobraba un nuevo alcance en las postrimerías de la centuria. La jornada se prolongó desde el 25 de abril hasta el 12 de junio. Esta jornada hizo que pronto en el entorno del monarca se entablaran negociaciones para regular la etiqueta de la procesión del Corpus. La preeminencia del Arzobispo y del Cabildo se debía atenuar ante la presencia de los Reyes, y los criados de las casas reales debían compartir la gestión del ritual con los responsables del ceremonial en la Catedral. El palacio arzobispal se convirtió en sede de la Corte, en residencia real.

La superposición de esferas entre la corte regia y la corte arzobispal exigía unos acuerdos que posibilitasen una aparente armonía de potestades durante aquellas semanas. Por un lado, estaba la planta de cómo se organizaba el Corpus en Madrid. Por otro, la celebración en Toledo no contemplaba la presencia del soberano. Por ello, el 28 de mayo el secretario del Despacho Universal comunicó la resolución del Rey sobre el modo de celebrar aquel Corpus "sin que esta planta y ejemplar pueda innovar en ningún tiempo la que está dada y se observa en Madrid". El acuerdo se fundaba en seis condiciones. En ellas se regulaba el accedo al monarca a la cortina y al sitial, emblemas de la preminencia de la majestad situados en el altar durante la liturgia. El sumiller de cortina asistiría con manteo y bonete. Al Patriarca de las Indias, Pedro Portocarrero y Guzmán, sobrino del citado Arzobispo de Toledo, se le encomendaba el cometido de quitar el terliz al entrar el Rey en el sitial. El símbolo de la soberanía en la Capilla Real, la cortina, se trasladó desde el Real Alcázar de Madrid hasta la ciudad del Tajo. A Toledo llegó una cortina rica con imaginería de la historia de Moisés con su silla y sitial, que utilizó Carlos II en las funciones en la Catedral. También se preparó el banco de los Grandes, expresión de los privilegios y libertades de la aristocracia, pero no otros bancos que se disponían habitualmente en la Capilla Real de palacio, ya que "no había embajadores en aquella Ciudad y se excusó su asiento, como también el banco de Confesores, Capellanes de honor y Predicadores, que no concurrieron".

Fig. 2. Vista de la Catedral de Toledo.

El gobierno de la procesión quedaría en manos de sus tradicionales gestores, a los que se uniría el mayordomo de semana. La otra presencia significada que alteraba la costumbre era la de la Guardia del Rey. Desde Madrid se trasladaron a Toledo veinte soldados de "cada nación", de las Guardas Española y Alemana, así como treinta Archeros con sus cuchillas. Las Guardas debían ir a ambos lados del cortejo. "Su Majestad ha de ir después de la Custodia y Preste, acompañándole los Grandes y gentileshombres de la Cámara y Mayordomos y los demás que concurren en semejantes funciones en la forma de que acostumbran y ha de cerrar la Guarda de Corps". El mismo traje del Rey determinaba la indumentaria de su séquito. Carlos II vistió de negro con golilla como en la Corte (Fig. 1) y, por ello, todos los Grandes, gentileshombres y criados adoptaron la misma vestimenta. Los conflictos de precedencia consustanciales al entramado corporativo en la sociedad del Antiguo Régimen determinaron la ausencia en la ceremonia del tribunal de la Inquisición y del cabildo secular.

Las lluvias dificultaron la exhibición de la Majestad y del poder del Cabildo toledano el día del Corpus. La acumulación de agua en los toldos dispuestos en las calles y en el suelo obligó a postergar la celebración del evento. Se optó por realizar una procesión menor con un recorrido limitado al entorno de la Catedral, en la que el Rey fue acompañado del Arzobispo, del Patriaca de las Indias y de algunos Grandes, como su Sumiller de Corps, el Conde de Benavente, el Caballerizo Mayor, el Almirante de Castilla, el Conde de Montijo, el Duque de Linares, el Marqués de Quintana, el Duque de Medina Sidonoa, el Condestable de Castilla y el Duque de Uceda. La mejora del tiempo permitió que se acabase celebrando la procesión general unos días después. Carlos II se engalanó para agasajar la eucaristía: "Su Majestad de Sala con el collar del Tusón y el sombrero cintillo de diamantes, y el que por su grandeza llaman Estanque y la perla Peregrina". En la procesión el Rey encarnó la pietas de la Corona y la dinastía, y se mostró muy gustoso durante la función, "y después su devoción cordialísima en obsequio de los misterios de Nuestra Santa Fe Católica".


Notas:

* Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "La piedad de Carlos II" en "Carlos II. El Rey y su entorno cortesano". CEEH, 2009.

6 comentarios:

  1. De poco sirvió al rey viajar hasta Toledo, con todos esos fastos y ese despliegue de medios, para lograr el favor divino y tener descendencia. Ni María Luisa de Orleans primero ni después Mariana de Neoburgo pudieron dejar a España un heredero. La cosa se estaba poniendo seria.
    Y así una copla popular decía:

    "Tres vírgenes hay en Madrid:
    La Almudena, la de Atocha,
    Y la Reina Nuestra Señora."

    Un saludo.

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    1. Dicen que Carlos II podía mantener relaciones sexuales normales pero que su semen era estéril como la tierra salada, los madrileños no tardaron en hacer mofa de aquella dramática situación sucesoria que nos llevaría a una horrenda y larga guerra.

      Un saludo

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  2. Cada uno de los detalles de la procesión, desde la vestimenta del rey hasta la posición de cada uno de los miembros del cortejo, estaban milimétricamente estudiados para que se convirtiera en el símbolo de unión de la majestad terrenal y celestial. Algo similar a lo que aplicaron los duques de Béjar a nuestro Corpus, sus patronos, acto monopolizado por ellos como símbología de su poder señorial.
    Un beso

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    1. Sin duda, las cortes de la nobleza, especialmente la de los Grandes, era reproducciones a pequeña de la Corte del Rey Católico y la de Béjar no era menos como tan bien nos narras en tu blog.

      Un beso

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  3. Rigidez sobre rigidez: la de la corte y la de la Iglesia, Hoy lo criticamos, pero es espectáculo debía ser grande. Aún lo es. Un abrazo.

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    1. El Rey junto al cabildo de la Catedral Primada de España y su arzobispo, nada más y nada menos que el todopoderoso cardenal Portocarrero, sin duda un espectáculo majestuoso.

      Un saludo

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