sábado, 18 de noviembre de 2017

El motín madrileño de 1699 y el golpe de estado del Cardenal Portocarrero

Fig. 1. Posible retrato de Manuel Joaquín Álvarez de Toledo, VIII Conde de Oropesa (h.1685). Obra de Claudio Coello (?). Paradero desconocido.


El 6 de febrero de 1699 fallecía el príncipe electoral José Fernando de Baviera, nombrado heredero por Carlos II en su testamento de 1696. Este hecho dejaba la sucesión española en una situación crítica ya que la vía intermedia de conciliación ente Austrias y Borbones y el pacto Oropesa-Portocarrero desparecía. Estos hechos políticos coincidieron además con una fase alcista en el precio del pan, alimento fundamental en la dieta de aquel entonces (1).

Por lo que respecta al primer punto, tras el fallecimiento de José Fernando de Baviera, el Cardenal Primado Portocarrero, hombre fuerte de la Corte y líder de los bavieristas, intentó construir un nuevo pacto alto-nobiliario que tenía como objetivos la caída del Conde de Oropesa (Presidente de Castilla desde 1698 y primer ministro de facto) y la consecución de un nuevo consenso acerca de la sucesión.

Para acabar con Oropesa y su gobierno Portocarrero actuó de varias formas. Por un lado, dirigió diversos memoriales a Carlos II exponiendo la grave situación en la que se encontraba la Monarquía. El Primado señalaba como culpables de esta situación a la Reina y su camarilla alemana, al partido germanófilo (encabezado por el Almirante de Castilla) y al gobierno títere de Oropesa. Por otra parte, Portocarrero atacaba a los Grandes y Títulos por su "desmedida ambición y enriquecimiento" y se postulaba con un nuevo Cisneros capaz de salvar a la Monarquía: "la púrpura me obliga a denunciar todo esto y por eso unos y otros me atacan y promueven papeles y atacándome atacan a Su Magestad, a la Monarquía y a la Religión [...] dicen que ojalá ahora hubiera otro Cisneros [...] y digo que lo hay (en referencia a él mismo)". Finalmente, el Cardenal Portocarrero se propuso organizar un golpe de estado contra el actual gobierno. Dicha conspiración tenía su centro de operaciones en la casa del Marqués de Leganés (sobrino del Cardenal). A estas reuniones acudían, entre otros, los Condes de Monterrey y Benavente. Paralelamente, el embajador francés Harcourt se reunía con el Conde de Monterrey en La Zarzuela planeando un levantamiento popular.

La mañana del 28 de abril de 1699, a eso de las siete, el corregidor don Francisco de Vargas acudió a la Plaza Mayor en visita de inspección. Al reconocerle, una mujer le increpó, en su casa le esperaban el marido parado, seis hijos hambrientos, imposibles de saciar con el pan, caro y negro, que acababa de comprar a doce cuartos. Ante estas palabras el Corregidor le espetó que "diese gracias Dios de que no le costaba dos reales de plata", a lo que añadió en tono burlón "haced castrar a vuestro marido para que no os haga tantos hijos". Un sacerdote que andaba por allí le reprendió por lo inoportuno de sus palabras, mientras que otros comenzaron a insultar al Corregidor. La orden de arresto inmediata contra alguien que se distinguió en los insultos suscitó la reacción espontánea de la gente que se liaron a pedradas y golpes contra el Corregidor que hubo de refugiarse en una tienda. Este fue el detonante del motín. 

La turba al grito de "pan, pan, pan" se dirigió hacia el Real Alcázar tratando de conseguir la presencia de Carlos II para asegurarse la promesa de bajar los precios. No pudieron ver al Rey pero sí al Conde de Benavente, Sumiller de Corps del rey y unos de los conjurados contra Oropesa, que les dijo "que acudiesen al Presidente de Castilla (el Conde de Oropesa), que él les haría justicia". Conviene recordar que, entre sus incontables competencias, el Consejo de Castilla, era responsable del abastecimiento de la Villa y su Presidente que se había acogido a este cargo para, en la práctica, ejercer como Primer Ministro desde su vuelta a la Corte (mandado llamar por la Reina) en marzo de 1698. Por tanto, dirigirse a él significaba dirigirse contra el actual gobierno. En este momento, una violenta turba se encaminó hacia el palacio del Presidente Oropesa situado en la Plazuela de Santo Domingo al que cercaron al clásico grito de "Viva el Rey y muera el mal gobierno" y "muera, muera el perro que nos ha traído esta miseria", al tiempos que se pedía por la baratura del pan y se exigía el nombramiento de don Francisco Ronquillo como nuevo Corregidor. Los congregados forzaron las puertas, lo asaltaron y lo saquearon. Los hombres de Oropesa respondieron abriendo fuego y causando varios muertos, lo que encendió aun más los ánimos.

El médico real Christian Geelen narraba así lo que aconteció a continuación al Elector Palatino: ante la gravedad de los hechos, el Gobierno se vio obligado a nombrar a Ronquillo como nuevo Corregidor, quien montando a caballo y con un crucifijo en la mano se dirigió a la residencia de Oropesa consiguiendo sacar al Conde y su familia de incógnito, que se refugiaron en las casas del Inquisidor General Tomás de Rocabertí. Al tiempo la reina Mariana de Neoburgo salió al balcón y la turba congregada frente al Palacio la increpó hasta que, llorando, tuvo que retirarse. Entonces salió Carlos II y la muchedumbre dejó de gritar y le pidieron perdón. El Rey dijo "sí, os perdono, perdonadme vosotros también a mí porque no sabía de vuestra necesidad y daré las órdenes necesarias para remediarla". Por la noche continuaron algunos disturbios, pero los soldados acabaron despejando las calles y haciendo muchas detenciones. Geleen añadía que pese a todo Madrid seguía llena de pasquines contra Oropesa y otros germanófilos como el Almirante o el Conde de Aguilar, así como contra la camarilla de la Reina.

Fig.2. Retrato de Juan Tomás Enríquez de Cabrera, Almirante de Castilla (1702?), obra de Cesare Fiori y Georges Tasniere. Biblioteca Nacional de Madrid.

Pocos días después, el 9 de mayo, Carlos II escribió al Conde de Oropesa con expresiones de estima y satisfacción de su persona exonerándole de la Presidencia de Castilla por sus achaques para que se retirase a descansar fuera de Madrid, dejándole el goce de sus gajes y emolumentos y, aunque el Conde, según informó el embajador imperial Harrach, solicitó con sumiso fervor ser restituido en su puesto, fueron vanas sus diligencias y se vio obligado a salir de la Corte el día 13 camino de sus estados. Aunque se ofreció la presidencia del Consejo de Castilla a Portocarrero, éste no la aceptó y se le otorgó a don Manuel Arias, Comendador de Malta, cercano al Primado y amigo de Ronquillo y Monterrey.

Aloisio Harrach se dirigía a su padre Fernando describiendo los hechos desde una perspectiva política. La situación era crítica para el partido imperial o germanófilo. El Almirante tenía tanto miedo que desde el motín estaba encerrado en su casa con 3.000 hombres de armas. Solo salía para ir a Palacio acompañado por un retén de 100 soldados. Por su parte, la situación del Conde de Aguilar y el resto de miembros del Gobierno, así como de Grandes y Títulos, era similar. El 22 de el mismo Harrach informaba a Leopoldo I reseñando la intriga política que había detrás del motín madrileño y como Portocarrero había dado un golpe de estado.

El 23 de mayo de 1699 Portocarrero consiguió que Carlos II firmase el destierro del Almirante, al que se le permitía elegir un lugar a treinta leguas de la Corte y se le ordenaba no acercarse ni volverse sin licencia por convenir a su servicio y "a la quietud que él le había pedido en varias ocasiones". Antes de salir de Madrid, el Almirante se reunió con el resto de imperiales y se decidió que el nuevo cabeza del partido fuese el Conde de Aguilar. El Almirante salió el 24, a las 11 de la mañana, en un coche de Palacio. Permaneció en Aranjuez varios días cazando y recibiendo amigos y mensajes de la Corte para finalmente dirigirse a Andalucía. Estar apartado del centro decisional de la Monarquía era perder su lugar privilegiado cerca del Rey y su capacidad de influir cerca de él.

Con los destierros de Oropesa y el Almirante, en los que permanecerían hasta la muerte de Carlos II, el partido imperial quedaría completamente debilitado al perder a sus dos principales cabezas, mientras que la reina Mariana de Neoburgo quedaba acorralada y prácticamente sola al verse obligada a deshacerse de su camarilla, conservando solo a su confesor Gabriel de Chiusa. De esta manera, el Cardenal Portocarrero se hacía con las riendas del poder, consiguiendo agrupar en torno a sí a todo un grupo de Grandes y Título, así como entrando en negociaciones con el embajador francés Harcourt, para predisponer al Rey hacia la sucesión en la persona del Duque de Anjou, nieto de Luis XIV, como así acabaría sucediendo en el último testamento de Carlos II del 2 de octubre de 1700.


Notas:

(1) La causa de este aumento de los precios se debió a la desastrosa cosecha del año anterior. El precio del trigo sufrió en el año 1699 subidas de más del 100%, esto supuso una escasez (el pan no solo era caro y malo) que llegó a afectar incluso a los mejor dotados económicamente, por ejemplo el embajador inglés Stanhope se tenía que proveer diariamente en el mercado de Vallecas, distante dos leguas de la Villa, y si llegaba a su casa era gracias a la fuerte escolta protectora de los portadores.


Fuentes:
  • García Hernán, Enrique - Maffi, Davide; editores: "Guerra y sociedad en la Monarquía Hispánica. Política, estrategia y cultura en la Europa moderna (1500-1700)". Ediciones del Laberinto. Madrid, 2006.
  • González Mezquita, María Luz: "Oposición y disidencia en la Guerra de Sucesión española. El Almirante de Castilla". Junta de Castilla y León, 2007.
  • Peña Izquierdo, Antonio Ramón: "La Casa de Palma. La familia Portocarrero en el gobirno de la Monarquía Hispánica (1665-1700)". Univesidad de Córdoba, 2004.

1 comentario:

  1. Clásica manera de derrotar al contrario: aventar el avispero de la masas populares y desencadenar un motín que obligue a la monarquía a buscar nuevos apoyos. En el caso de nuestra Casa de Zúñiga imagino que el cambio les vino fatal, dada su inclinación hacia la reina madre.
    Un beso

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