viernes, 7 de mayo de 2010

EL CONCEPTO POLÍTICO DE DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA: DINASTÍA Y ABSOLUTIZACIÓN DEL PODER REGIO

Retratos anónimos de don Juan José de Austria y Carlos II. Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca (Aula de la Columna el primero, Salón del Claustro el segundo). Hacia 1680.


El concepto político que aportó don Juan José de Austria a la Monarquía Hispánica fue el de la absolutización de la autoridad de Carlos II partiendo del cúmulo de experiencias políticas de sus antecesors y adaptadas a la realidad europea del último cuarto del siglo XVII. Éste es el trasfondo de su labor política que no se centró sólo en un interés personal de ver reconocida su posición como príncipe de sangre real, sino también, y esto es muy importante, en un interés dinástico al que personal y familiarmente se sentía muy vinculado y que le impulsaba a tomar las posturas políticas ya comentadas en las anteriores entradas biográficas, tanto en su faceta de opositor a los validos de la Reina madre como, también, en la de primer ministro y gobernante, todo ello con ánimo de fortalecer la autoridad de Carlos II, objetivo en que el bastardo mantuvo un compromiso personal, político y, sobre todo, dinástico y familiar. No en balde él podía transmitir los conceptos fundamentales de la política y de la actuación principesca a un rey y a una corte completamente descabalada en la etapa de la Regencia. Y es que como escribe Maura y Gamazo en su obra sobre Carlos II: “Educado el de Austria como cumplía al hijo de un rey, aunque lejos del Alcázar...” (1). Otra cuestión muy diferente era el lugar que ocupaba en los protocolos cortesanos (2) y aquí Felipe IV se ciñó estrictamente a la tradición de la Casa de Austria que desplazaba a los hijos ilegítimos de los monarcas como forma de frenar cualquier veleidad de ambición política. Don Juan José de Austria recibió siempre un trato principesco, y Este concepto, unido a su particular visión de la dinastía anclada en la tradición política de la Casa de Austria, lo trasladó durante su gobierno a la Corte y a la persona de Carlos II como forma adecuada de fortalecer su autoridad de Rey, lo que dio un excelente saldo a la muerte del “príncipe” (3) en 1679. Maura y Gamazo le acusó de estar obsesionado con esta cuestión hasta el extremo de llegar a decir que se ocupaba excesivamente de semejantes nimiedades para hacerse un puesto en la realeza; sin embargo, no hay que perder de vista el protocolo real, porque si se quería poner orden en una situación política desquiciada, y más en el Antiguo Régimen, estos asuntos eran prioritarios. Para entender los desvelos de don Juan en esta materia hay que partir del concepto de que el protocolo hacía al gobernante, como bien ha afirmado el profesor Álvarez Ossorio-Avariño “la escenificación ritual de la majestad era una de las principales obligaciones de un rey católico y ocupaba gran parte de su vida cotidiana. Un monarca que no fuese capaz de realizar con soltura los actos simbólicos de representación de la realeza corría el riesgo de ser declarado rex inutilis, siendo confinado y apartado del trono” (4). Y el bastardo iba más allá de restaurar la dignidad de Carlos II, su idea era dignificar al Rey y a la dinastía, de ahí que fuera tan puntilloso en materia de etiqueta y en el lugar que él mismo debía ocupar al lado del Rey. Conocido es el documento en el que don Juan regula el lugar que ha de ocupar al lado del Rey en la Capilla Real en la que se escenifican todas las fidelidades políticas (5). Si se entiende este concepto de la política y de la monarquía del Antiguo Régimen se puede dar la auténtica dimensión del proceder de don Juan en sus escasos tres años de gobierno.

Su programa político y sus intenciones de absolutizar la autoridad real pueden extraerse de dos documentos fundamentales como son el Manifiesto de Torrejón enviado a la Reina regente en 1669, el Manifiesto de los Grandes de 1676; y los testimonios que hasta el presente han llegado sobre su labor de gobierno entre 1677 y 1679. Si se revisa el Manifiesto de Torrejón (6) se puede apreciar que el escrito se encabeza con su primera preocupación: la reputación de Carlos II y el renombre dinástico en peligrosa situación que hace tambalear la autoridad del monarca y con ello la confianza de sus súbditos, poniendo así en riesgo la conservación de su herencia patrimonial. Pero las preocupaciones prioritarias que recogen responden, no sólo a un retrato de los males de la Monarquía Hispánica con un programa político para su remedio, sino, también, a una situación que se desquicia por la ausencia de una auténtica autoridad real que arbitre los desmanes a los que han dado lugar todos aquellos que administran el patrimonio de la dinastía y que son los característicos de una monarquía acéfala tales como el exceso de cargas tributarias a los vasallos en tiempos de paz, la mala administración de la Real Hacienda, o la excesiva concesión de mercedes a vasallos que concurren con nulos méritos para mercerlas. Pero lo peor que resalta don Juan, y lo que más le preocupa, es la pérdida de prestigio de Carlos II y su dinastía en los campos de batalla europeos. El prestigio y la dinastía son lo más prioritario que se propone reformar el regio bastardo como pilar fundamental para mantener la paz en los reinos.

La situación que retrata don Juan para 1669 responde a la de un lamentable vacío de poder en el escalón más alto de la política, que es la persona de Carlos II. A este respecto J.Lynch habla de “vacío político dejado por Felipe IV”.Los principios políticos de don Juan José se completan en 1676 con el llamado Manifiesto de los Grandes. De nuevo, aunque el contenido del escrito es conjunto, la preocupación por la imagen dinástica vuelve a cobrar relieve, como garantía que es del orden estamental y de la paz entre los reinos y los vasallos. Y así afirma que es necesario:

Desear y procurar con toda la extensión de nuestras fuerzas el mayor bien del Rey Nuestro Señor (D.l.g), así por lo que mira a su soberano honor y al de sus gloriosos ascendientes, como a su Real Dignidad y persona”.

Y seguidamente se expone otra de las frecuentes máximas de la tratadística política de la Edad Moderna: el buen príncipe se rodea de buenos y fieles consejeros y de mejores vasallos, expresándolo en los siguientes términos:

“...y que S.M. y consiguientemente, sus buenos y leales vasallos, padecemos hoy grandísimo detrimento en todo lo dicho por causa de las malas influencias y asistencia al lado de S.M., y consiguientemente sus buenos y leales vasallos, padecemos hoy grandísimo detrimento en todo lo dicho por causa de las malas influencias y asitencia al lado de S.M. de la Reina su Madre, de la cual, como de primera raíz, se han producido y producen cuantos males, pérdidas, ruinas y desórdenes experimentamos”.

Y haciendo seguidamente alusión a don Fernando de Valenzuela como el problema más doloroso que ha jamás haya experimentado la Monarquía, propone para la solución de tan lamentable ruina: separar a Carlos II de la Reina madre, aprisionar al dicho Valenzuela y colocar a don Juan José en el gobierno al lado del Rey para que éste complete su formación como gobernante.

Tras el pronunciamento de don Juan José, con fecha 29 de julio de 1676, el cardenal Pascual de Aragón escribía al Duque de Medinaceli (8) respecto a la decisión de Carlos II de mantener a su lado a Valenzuela: “con que solo atribuio a desgracia haïa podido pensar S.Mag (Dios le guarde) podía ser a propósito para entrar a acompañar a los que trae a perdición sus Reinos, su honor y aún su alma”.

La reina doña Mariana de Austria tampoco escapaba a la observación del de Aragón. Con fecha 14 de junio de 1676 escribe: “le digo ahora tengo por cierto tiene introducido al Rey en gran desconfianza con Don Juan y de camino ir haciendo más fuerte a La Madre en la voluntad del hijo y criándole con que pueda recelar de sus vasallos; señor, es cosa perdida, y si al cabo la Reyna se va a Granada es buena contera a lo que deja hecho y hara a su hijo en el mayor descrédito que puede haber padecido rey”. Porque la autoridad y persona de Carlos II a juicio del Cardenal queda reducida a la siguiente situación que describe en esta carta sin fechar y en la que afirma: “La Virgen por su misericordia nos haga lograr algún buen subçeso bien portentoso cosa es la vuelta de Valenzuela y todo denota la poca substancia del Rey y como se le tiene perdido el respeto”. Pero con fecha 2 de abril de 1676: “el Rey está hecho esclavo, criado con vituperio y de suerte que podemos temer no se reduzga mas que a hazer papel de estatua para moverla al antojo” (9). De ahí que el Manifiesto de los Grandes de 1676 pida tan taxativa justicia, que al entender de los que lo suscribieron, lleva implícito el mensaje de que rodear a Carlos II de buenos y fieles vasallos y mejores consejeros o lo que es lo mismo, rodear a la persona del Rey de los Grandes de España, que es el estado natural de la política, porque el estado que describe el cardenal Pascual de Aragón no lo atribuyen, como el que suscribe, a la falta de carácter del Rey o a su mala formación como gobernante, sino a dos influencias dañinas como eran don Fernando de Valenzuela y doña Mariana de Austria.

El mensaje del documento tiene como fondo de la cuestión la ausencia de autoridad real, situación que empaña la dignidad real de Carlos II y el prestigio de la dinastía, aspectos éstos últimos a los que se debe don Juan como miembro de la misma, y en el que hace continuo hincapié, convirtiéndolo en el eje cardinal de su política: a Carlos II no se le está formando para ser rey, argumento en el que insiste como motivo de riesgo para el sostenimiento de la dinastía y de la política. Esta última afirmación se materializó, a juicio de don Juan y a nivel popular, entre 1675/1676, cuando Carlos II sin, en efecto, menor conocimiento de las cuestiones de la política y de Estado, y presionado por su madre y otros círculos cortesanos, toma decisiones como retirar a don Juan de su lado en 1675, encumbrar a Valenzuela u ofender a los reinos de la Corona de Aragón con nombramiento a personas no adecuadas.

Elaborar una nueva imagen de la persona de Carlos II fue el centro de atención prioritario para mantener el orden estamental. En este sentido cabe señalar:

1. El regalo de don Juan a Carlos II de una calesa para la jornada al Reino de Aragón de 1677 (10). De este detalle de la jornada en particular no faltaron comentarios dado que hasta 1675 no se puso casa al Rey y los dispendios económicos en darle un toque digno no es que fueran ni excesivo ni adecuados. Concretamente la Caballeriza Real, la encargada de los carruajes reales fue más castigada entre 1675/1676.

2. Tras mejorar los descuidos de la real casa de Carlos II (y el de la caballeriza se consideraba entre los medios cortesanos una cuestión imperdonable) pasa a restaurar la persona y la imagen real en los siguientes aspectos:

a. El atuendo del Rey, y lo hace en un momento tan señalado como el día de San Carlos: “más no ocurrió así por San Carlos. Grandes fiestas en Palacio (...) S.A. fue el Sumiller ese día, llevándole de presente todo cuanto se puso S.M. desde la camisa hasta el sombrero, con que no sirvió otra cosa de lo que el Duque de Medinaceli tenía prevenido. Los botones de la camisa, almilla, jubón y vestido, fue todo de diamantes. La tasa de estos diamantes y joyas, por ser de tan crecido valor, anduvo en manos de todos, y llegó a 178.000 ducados de plata sin las hechuras que se estimaron en 39.000 ducados de vellón, que según el premio de la plata de ese tiempo, que es de 26 ½ reales el real de a ocho, valió el presente de S.A. 65.273 doblones 271/2 reales de vellón” (11). En este documento que resalta Maura y Gamazo como uno de los muchos aspectos fatuos en los que don Juan empleaba su tiempo hay que ver unas intenciones políticas encaminadas a restaurar la autoridad real: primeramente al Rey, situado en el escalón más alto de la pirámide gubernamental y cuya imagen hay que cuidar hasta el extremo, se es obligado a ofrecerle servicio y eso supone prestar apoyo material y humano, y los ricos regalos al monarca son un presente tan importante o más para el servicio del un Rey, y de acuerdo con las posibilidades de cada uno. Pero es obligación de don Juan José, como pariente más próximo de Carlos II, satisfacer al Rey en este sentido.

b. Este plan de ahorro y moderación se trasladó a las ceremonias y fiestas públicas, más escogidas y medidas, y con el visto bueno de don Juan, como pone de manifiesto Maura y Gamazo: “Cuidó, no obstante, Don Juan de templar este rigor, y organizó, desde el 30 de septiembre hasta el 3 de noviembre, una jornada al Escorial, que sazonaron festejos, no tan numerosos, pero análogos a los de 1676” (11). En definitiva, exaltación de la majestad real, de su absolutismo indiscutible, pero en su justa medida. Sin embargo, para simbolizar este absolutismo, el bastardo opta por centrarse en dos mensajes muy explotados entre la ceremonia pública de la Casa de Austria y muy gratos al entorno popular, al que es más necesario ganarse para contrarrestar el empuje del mundo cortesano: la imagen del rey católico, inexcusable para aunar adhesiones en torno a Carlos II y que Maura recoge en el siguiente texto: “el jueves 17 de junio de 1677, festividad del Corpus satisfizo el Monarca un deseo popular; frustrado en años anteriores, presidiendo en persona la procesión tradicional; y desde las nueve de la mañana, hora en que llegó a Santa María, hasta las dos de la tarde, en que regresó a Palacio, admirándole los madrileños, por primera vez, a pie en sus calles, precedido de Don Juan y de veinte Grandes de España” (12). La clase política más sobresaliente se muestra aquí, ante el elemento popular, como los más firmes defensores de la fe católica, acto público largamente esperado desde la muerte de Felipe IV. Y la segunda manifestación en la que incide don Juan es la imagen de rey guerrero que se manifiesta en las jornadas a los reales sitios como la ya mencionada a El Escorial y la de Aranjuez de 1678. Las jornadas a los reales sitios tienen como objetivo prioritario el ejercicio de la caza, considerado antesala del arte de la guerra, en la que don Juan no dejó de estar muy próximo a Carlos II, tal y como si hicieron ecos los contemporáneos. Esta actividad no se consideraba, cara al súbdito, como un despilfarro, sino que era una garantía que tenía el gobernado de saber que contaba con una cabeza visible capaz de gobernar sus ejércitos en todo momento y de defender el patrimonio territorial que gobernaba.

Sin duda, en todo este programa de exaltación de la autoridad de Carlos II, que de forma tan calculada supo elaborar don Juan, estaba el recuerdo de la imagen de Felipe IV que conservaba el bastardo y que traslada a su heredero con correcciones y matices, sobre todo en un aspecto fundamental: moderación entre la “familia del rey” para alivio de las cargas de los súbditos, y esta moderación empieza por el mismo don Juan. De hecho, públicamente, se percibe a Carlos II al lado de su hermano como un buen administrador de su hacienda y reinos. Pero esta moderación no afecta a la persona del Rey que queda encumbrado, en imagen, a lo más alto del escalón político y social para que no se alberguen dudas sobre quien ostenta la máxima autoridad en el entramado de la Monarquía.

Fuentes principales:

*Moreno Prieto, Mª del Carmen: “La política de don Juan José de Austria como un paso más en el proceso de absolutización de la autoridad real” en “La declinación de la Monarquía Hispánica en el siglo XVII”. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca, 2004.

*Álvarez Ossorio-Alvariño, Antonio: “Ceremonial de la majestad y protesta aristocrática: La Capilla Real en la corte de Carlos IIen “La capilla real de los Austrias : música y ritual de corte en la Europa moderna”. Fundación Carlos de Amberes. Madrid, 2001; pags. 345-410.

Notas:

(1) En Maura y Gamazo, Gabriel: “Carlos II y su Corte”. Madrid, 1915

(2) Se puede consultar al respecto, AGP. Sección Príncipes e Infantes, Caja 81.

(3) Nunca he sido partidario de denominar a don Juan ni “príncipe” ni “infante” como otros muchos historiadores hacen por la simple razón de que estos títulos nunca le fueron reconocidos, ni por su padre, ni por su hermano. Aún así, don Juan sí que fue “Príncipe de la Mar” por concesión de de su padre Felipe IV, pero ésto no hacía tanto referencia a su condición de persona de sangre real, sino a un oficio militar ligado, eso sí, a su sangre.

(4) Álvarez Ossorio-Alvariño, Antonio: ““Ceremonial de la majestad y protesta aristocrática: La Capilla Real en la corte de Carlos II”.

(5) Se ordenó que don Juan José se sentase junto al sitial del Rey, alterando así lo dispuesto por la etiqueta. Más información en Álvarez Ossorio-Alvariño, Antonio: “Ceremonial de la majestad y protesta aristocrática. La Capilla Real en la corte de Carlos II”, en “La Capilla Real de los Austrias Música y ritual de corte en la Europa moderna”, eds. J. J. Carreras y B. J. García García, Madrid, Fundación Carlos de Arnberes, 2001a, pp. 345- 410.

(6) Maura y Gamazo, Gabriel. Ibídem, pp. 12 a 17.

(7) Maura y Gamazo, Gabriel. Ibídem , pag. 403.

(8) El 10 de enero de 1676 se toma juramento a don Pedro de Aragón como Consejero de Estado. El puesto le sirve para informar detalladamente a Pascual de Aragón, su hermano, de lo que sucede en la Corte.

(9) Toda esta documentación, muy interesante para conocer el estado del alboroto político en los meses posteriores a la mayoría de edad de Carlos II se puede consultar en B.N., mss. 2043.

(10) Maura y Gamazo, Gabriel. Ibídem , pag. 370.

(11) Maura y Gamazo, Gabriel. Ibídem , pag. 402.

(12) Maura y Gamazo, Gabriel. Ibídem , pag. 401.

12 comentarios:

  1. Desde luego bien dificil lo tenía el bastardo porque tratar de darle prestancia e imagen de majestuosidad a un lerdo absoluto, resultaba trabajo de magos.

    En ese afán de montar una imagen, el bastardo recuerda a Alfonso Guerra, el sociata aficionado a lo teatral y ficiticio para dar consistencia a lo imposible durante el felipato.

    Buen trabajo, turinés postizo.

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  2. Seguramente fue por su sangre Austria por donde Luis XIV entendió también la importancia de esa escenificación ritual de la majestad y le dio un buen impulso al asunto de la etiqueta.
    Pero veo que don Juan José de Austria no se mordía la lengua a la hora de hablar sin tapujos de la mala influencia de la reina madre al lado de Carlos II! Qué directo, no?
    Pero, desde luego, en cuanto a la exaltacion de la autoridad del joven rey hizo una magnifica labor, y era necesario.

    Maravillosa entrada nuevamente, monsieur.

    Feliz tarde

    Bisous

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  3. Javier: desde luego era difícil misión y aún así logró afianzar el poder real.

    Un saludo.

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  4. Madame: absoluta razón llevas por lo que se refiere a Luis XIV, la sangre española pesaba mucho.

    En cuanto a la labor de don Juan es pos de la autoridad regia, fue desde luego incomiable y muy digna para con su hermano.

    Un saludo.

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  5. Una maniobra doble la del bastardo. Ensalzar y afirmar la figura y la autoridad del joven rey para que no hubiera dudas de la fortaleza de la monarquía hispánica y alejar los molestos "moscardones" que pudieran socavar esa autoridad y hacerle sombra a él, convirtiéndose en persona imprescindible para el monarca. Hábil estrategia la del hermanastro.

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  6. Cayetano: llevas toda la razón, el Rey era el Rey y de esto no se debía dudar lo más mínimo, él había sido elegido por el "Altísimo" para tal misión y su hermano, que le amaba como rey y pariente que era, sería el primero en sentirse ofendido por su minada autoridad y respeto y el primero es ensalzarlo.

    Un saluso.

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  7. Magnífica lección de teoría política y de protocolo en la España del Antiguo Régimen. Queda claro que la labor de D. Juan José de Austria fue afirmar y reforzar la monarquía española, sanear en lo posible la autoridad real, dignificar la figura real e intentar solucionar los males crónicos de nuestro país. Muchos podrán objetar que lo hizo en interés propio y con vistas a obtener todo el poder, pero a lo largo de sus trabajadas entradas queda claro, al menos para mí, que lo hizo por mejorar la situación del país y de la monarquía y todos sus pilares básicos y, no tanto, por pretensiones personales. Otra cosa era que el rumbo de la nación era de cuesta abajo y sin frenos. Excelente trabajo. Saludos.

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  8. Impresionante y costoso trabajo el que consiguió don Juan en poco tiempo. Quitar de en medio las influencias perniciosas para Carlos II, incluída su madre, a la que declara persona "non grata" sin demasiados tapujos consiguiendo anular así su poder en la Corte y dar brillo a la persona del rey proporcionándole la manera de volver al ritual cortesano que la Casa de Austria había heredado de los duques de Borgoña, entre otras cosas, seguro que no fue tarea fácil. Supongo que el esfuerzo del bastardo ayudó tanto al rey como a él mismo a mejorar sus imágenes, pero también hizo despertar a la monarquía, aunque fuese por poco tiempo, de su letargo.

    Saludos

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  9. Paco: gracias y sí, está claro a tenor de los que hemos podido leer que don Juan realizó todo por y para la Monarquía y para reforzar la autoridad de su hermano el Rey. Para él lo único importante era la dignidad de su familia y era algo que había aprendido a través de sus largos años de formación intelectual, militar y política; era la figura paterna que Carlos nunca pudo tener, rígido para con su persona como un padre, pero a la vez hecho todo desde el cariño.

    En cuanto a su persona qué decir, murió como vimos sin grandes riquezas acumuladas, lo cual desmiente el mito de su interés personal, dió todo para y por su Rey, su único desvelo fue ver reconocido su condición de hijo de Rey con el título de infante que tanto buscó, es decir, ir algo más allá del simple reconocimiento realizado por Felipe IV, y que, quién sabe, le pudiese dado oportunidad de acceder a un trono...pero ésto no lo sabremos nunca, y es algo que quedó en su mente.

    Un saludo.

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  10. Jordi: está claro como dices que don Juan pretendió recuperar el ritual cortesano que había vivido durante el reinado de su padre, el rey Felipe IV, y que para él constituía el ejemplo de donde vivía, pues no olvidemos que, a pesar de todo, Felipe IV fue un gran Rey y el ejemplo de rey cortesano por excelencia, de donde bebieron otros grandes monarcas como Luis XIV, que influido por la educación "española recibida de su madre,la infante Ana de Austria, pretendía copiar y superar a su tío, el Rey Planeta, en todo.

    Fueron años, como dices, en los que la Monarquía recuperó su lustre, tras años de oscuridad y pérdida de respeto durante la Regencia de doña Mariana, donde la Monarquía se vió falta de su cabeza natural: el Rey.

    Un saludo.

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  11. En la Casa de Austria la exaltación de la idea de majestad era más importante que la personalidad del rey mismo, fuera el que fuese. Un rey debía de serlo por encima de todo, un señor de señores, la cabeza sobre la que recaía la voluntad de Dios para dominar los extensos dominios heredados.

    Lo difícil era dar esa sensación de poder en la figurilla de Carlos II, sobre todo cuando los cortesanos estaban tan cerca como para darse cuenta de las dificultades por las que atravesaba el rey, sobre todo en la cuestión de aportar herederos a la corona. Para ello era imprescindible resaltar su ascendencia real, la voluntad de Dios y permanecer siempre como una persona impenetrable, mayestática e imperturbable, para lo cual podía fijarse, sobre todo, en su bisabuelo Felipe II. Y creo que don Juan José, a pesar de todo, lo consiguió. Comparemos las figuras de Carlos IV y Carlos II y nos daremos cuenta de que éste último logró mantener el respeto de sus súbditos.

    Un beso

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  12. Carmen: has dado perfectamente en el clavo. Es aquí donde estra el discurso del doble cuerpo del Rey, uno humano y otro místico. Físicamente Carlos II era deficiente, pero místicamente era el Rey, el representante supremo de Dios en la tierra y ésto no iba unido al carñacter físico. Don Juan lo sabía y como dices pretendió y consiguió crear este aspecto mayéstatico del Rey y convencer a Carlos II de sus responsabilidades y de su carácter divino, de ser la cabeza de todos sus reinos. Y como digo lo consiguió porque Carlos II fue un rey con una clara visión de la majestad y claramente consciente de su condición, él y sólo él era el que decidía, pongamos aquí los ejemplos de como se negó en rotundo al expolio de las colecciones reales por parte de Mariana de Neoburgo o como fue su decisión la que prevaleció a la hora del testamento, como dices un ejemplo de persona débil pero que llegó a ser amado y respetado por sus súbditos y que dentro de su limitaciones supo cumplir con sus responsabilidades y mantener su regia dignidad, nada q ver con Carlos IV o Fernando VII.

    Un saludo.

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