miércoles, 23 de septiembre de 2009

ICONOGRAFIA DE UNA REINA REGENTE: MARIANA DE AUSTRIA Y SUS RETRATOS OFICIALES

La coyuntura histórica de la regencia explica la nueva modalidad de retrato de estado que propulsó doña Mariana de Austria como antídoto a la propaganda desatada contra ella por parte de la alta nobleza y don Juan José de Austria, hermanastro de Carlos II, retrato donde deseaba hacer expresa ostentación de autoridad como legítima gobernante en nombre de su hijo. Al principio la regente no quiso hacerse representar junto a su hijo, demasiado niño, acaso porque también deseaba respetar la tradición española según la cual el rey y la reina nunca se retrataban juntos, sino por separado, por lo mismo que la etiqueta palaciega disponía en el Alcázar madrileño aposentos igualmente separados. Tampoco toleró que su retrato en esta época fuese como el hasta entonces convencional de las reinas de España, es decir, efigiadas de pie, con gran atavío de deslumbrantes vestidos y joyas, o a caballo, cabalgando a mujeriegas y a ritmo lento de paseo, pero nunca inmiscuidas en tareas de gobierno o actuando de hecho como gobernantes.

El primer retrato de este de Mariana de Austria, pintado por Juan Bautista Martínez del Mazo en 1666 (National Gallery de Londres y réplica en el Museo de El Greco de Toledo) la representa ya sentada en un sillón, ataviada con tocas de viuda por el luto que mantuvo el resto de su vida a su marido Felipe IV. Con el hábito monjil, compuesto de vestido negro hasta los pies, manto también negro cubriendo la cabeza y la cofia blanca enmarcando el rostro y extendida por el hecho hasta las rodillas, se acompasan el respaldo y los brazales del sillón, también negros, y el oscuro y sombrío cartinón. Todo respira aún luto y tristeza por la muerte reciente de Felipe IV. Con su mano derecha la regente sostiene un papel, expreso atributo de su condición de gobernante, papel sin cuya firman carecían de validez los decretos de la Junta de Regencia y de los otros organismos de gobierno.

Además la reina viuda se encuentra situada en el Salón de los Espejos, el lugar más enblemático del Alcázar de Madrid, que Felipe IV había utilizado en los últimos años de su reinado como sitio en que recibía a príncipes, embajadores y personajes de la mayor calidad y del más elevado rango, tal como quedó consignado expresamente en las Etiquetas de 1647-1651. Al fondo del lienzo, y través de una puerta, se contempla dentro de la suntuosa Pieza Ochavada a Carlos II, niño de unos cinco años, atendido por su aya la condesa de los Vélez, a quien acompañan dos enanillos, uno acaso la Maribárbola de Las Meninas, y a quien, una azafata ofrece un búcaro de agua en una salvilla. Contra la pared está el carretón en el que consta que Carlos II era trasladado de un sitio a otro a causa de la debilidad de sus piernas.

La presencia del rey niño refuerza la legitimidad del poder de doña Mariana, quien lo ejerce en nombre de su hijo.


Aunque doña Mariana utilizaba habitualmente como sitio de despacho la antecámara de la torre sureste del Alcázar (zona reservada desde siempre a las reinas consortes), como atestigua frecuentemente el conde de Pötting, embajador del emperador Leopoldo I en la corte de Madrid de 1664 a 1674, a lo largo de su regencia quiso, en cambio, ser representada no allí sino en el mencionado Salón de los Espejos a causa de su enorme carga simbólica.

(Fuente principal: "Retrato de Estado y propaganda política: Carlos II (en el tercer centenario de su muerte" de Alfonso Rodríguez G. de Ceballos)

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