lunes, 9 de agosto de 2010

LAS MUJERES DE LA CORTE (I): EL AYA DEL REY, MARQUESA DE LOS VÉLEZ.

Detalle del retrato de doña Mariana de Austria por Juan Bautista Martínez del Mazo (1666). National Gallery de Londres.

Es conocido el relevante papel que las mujeres tuvieron en la corte de Carlos II durante sus 35 años de reinado, desde su madre, doña Mariana de Austria, a sus dos esposas, María Luisa de Orleáns y Mariana de Neoburgo. Sin embargo, otras muchas tuvieron un destacado papel en estos cruciales años. Comienza así una nueva serie a través de la cual iré dando a conocer poco a poco la vida de estas grandes señoras. He aquí la biografía de la primera de ellas, doña Mariana Engracia de Toledo y Portugal, marquesa de los Vélez y Aya del Rey († 1 de enero de 1696):


Durante la Regencia de doña Mariana de Austria la llamada Casa de la Reina estaba dividida en la Cámara de la Reina, la Casa de la Reina propiamente dicha y las Caballerizas de la Reina. La Cámara de la Reina estaba compuesta por la Camarera Mayor, el Aya, las damas, las dueñas de retrete, guardadamas…una pléyade de cargos femeninos; mujeres que trabajaban en Palacio y recibían gajes, raciones y ciertas gratificaciones en función de su posición en la jerarquía de puestos de la Casa de la Reina, conocida gracias a las Instrucciones de 1574 de la Casa de la reina doña Ana, esposa de Felipe II.

Por lo que respecta al Aya de los Infantes o Infantas, ésta era una mujer de buenas costumbres que debía cuidar con esmero de la alimentación y la crianza de los príncipes. Sus funciones eran acompañar al infante, procurar que sus aposentos estuvieran en perfecto estado, velar para que se le sirviera con todos los honores y dormir en su misma cámara. Sin embargo, durante la Regencia de doña Mariana de Austria el Aya de los Infantes ya no tuvo que atender a un príncipe sino a un rey, eso sí, menor y sumamente delicado. Mariana Engracia de Toledo y Portugal, hermana del Conde de Oropesa y segunda esposa de Pedro Fajardo de Zúñiga y Requesens, V marqués de los Vélez, y, por tanto marquesa viuda de los Vélez, tuvo la ventaja de aparecer en los actos públicos con el Rey-niño, precediendo a la Camarera Mayor incluso después de que Carlos II pudiera sostenerse en pie sin necesidad de ayuda. Pero no fue éste el único privilegio que obtuvo el Aya durante la Regencia. Su devota espiritualidad y su apoyo supersticioso a la Reina a lo largo de su dura etapa de la concepción de un heredero, le valió más que una amistad personal con la soberana. Valeriano Sánchez Ramos en su obra sobre el Aya de Carlos II afirma:

Como era la mujer más cercana a la reina, a Doña Engracia le tocó consolarla y compartir su delirante y supersticiosa devoción religiosa. Los distintos elementos protectores que iban colgando de la ropita de los reales niños, son muestra suficiente de la enorme preocupación que hubo por la vida de estos pequeños […] Estos duros años de maternidad de la reina la compenetraron con la marquesa viuda de los Vélez, quien ocupó por su edad y estado, un lugar de afecto en Doña Mariana y aún del propio rey” (1).

La Marquesa de los Vélez participó activamente en uno de los actos protocolarios más importantes de la Corte de Madrid: la imposición del collar del Toisón de Oro. El Aya del Rey ya disfrutaba por aquel entonces de la condescendencia de la Regente que posteriormente la defendería aún en contra de la etiqueta de Palacio, frente a futuras disputas protocolarias. Así, el 3 de diciembre de 1665, casi tres meses después del fallecimiento de Felipe IV, la Marquesa de los Vélez, sosteniendo al Rey en sus faldas, junto con el Duque de Cardona, que era el caballero más antiguo de la Orden en ese momento (2), colocó al conde Ferdinando Bonaventura Harrach, agente imperial (3), el collar del Toisón delante de un gran número de nobles. El escándalo salpicó a tal ceremonia: no sólo el Conde de Harrach era indigno por su falta de servicios y poca graduación, de recibir aquella gracia real, sino que además el hecho de que una mano femenina le hubiera otorgado públicamente tal honrosa condecoración excedía los límites del protocolo, al menos, así lo entendieron algunos de los presentes como el Conde de Pötting, embajador imperial:

Armole cavallero en nombre del Rey el Duque de Cardona, pero la Marquesa de los Veles teniendo a su Magestad en las faldas le puso con el dicho Duque de Cardona el collar sobre el cuello, lo que a mi no me pareçio muy decente, que una dama actualmente se entremeta en funcion de una Orden tan cavallerosa como esta…” (4)

Otro famoso conflicto protocolario tuvo lugar en 1667, esta vez con la Marquesa de la Valdueza, Camarera Mayor de la Reina, el cual revistió tal importancia que tuvo que elevarse incluso una consulta al Consejo de Estado: la Camarera Mayor reclamó su derecho a figurar delante del Aya en todas las ceremonias protocolarias, al darse la circunstancia de que el Rey ya podía sostenerse en pie, haciéndose así innecesaria la precedencia de la Marquesa de los Vélez. A pesar de que el Consejo de Estado ratificó los derechos de la Camarera a ocupar el primer lugar, la Reina defendió al Aya (su gran amiga por la inclinación de ésta al Padre Nithard) negándose a acatar las sugeridas resoluciones del Consejo de Estado. De nuevo doña Mariana permitió “irregularidades” en las funciones representativas de las mujeres de su Casa y distinguiendo a sus “amigas políticas” frente a las resoluciones contrarias del gran Consejo de la Monarquía.

Por otra parte, si el Aya fue un personaje importante en los actos protocolarios, también se puede decir que su participación en alguno de los grupos de poder cortesanos fue innegable ya que sus vínculos familiares evitaron que permaneciera ajena al devenir político de las facciones. El Aya, gran amiga de la reina por su cercanía a los jesuitas, disfrutó durante la Regencia de una posición de favor en Palacio: su veneración casi supersticiosa de las reliquias y su apoyo a Nithard fueron algunas de las principales razones de su ascendiente sobre la Reina. Sin embargo, todo cambió en 1676 con la entrada de don Juan José en la Corte. María Engracia de Toledo, fiel a sus parientes de la Casa de Aragón, se reconvirtió al “juanismo”. Las presiones familiares y el oportunismo provocaron esta última inclinación del Aya (5). Doña Mariana, que tras la subida de don Juan al poder se vio obligada a exiliarse a Toledo, no perdonaría nunca a su antigua amiga por esta traición. La caída en desgracia de María Engracia de Toledo se explicitaría años después, cuando se le vetó para el cargo de Camarera Mayor de María Luisa de Orleáns, primera esposa de Carlos II. La reina madre doña Mariana evitó que María Engracia ocupara el puesto y ello a pesar de las insistencias de su nuera que propuso su candidatura por la cercanía de la Marquesa de los Vélez a la facción francesa y, en concreto, a la mujer de embajador de Francia, la Marquesa de Villars.

Para finalizar, y a modo de curiosidad, me gustaría comentar que podemos observar a la Marquesa de los Vélez en el famoso retrato que Juan Bautista Martínez del Mazo realizó de doña Mariana de Austria en 1666 (National Gallery de Londres) y que ya ha sido abundantemente comentado en este blog: al fondo a la izquierda se puede ver la famosa “Pieza Ochavada” con uno de los siete planetas de Jonghelinck, Luna. En esta sala están el pequeño Carlos II atendido por su Aya, doña María Engracia de Toledo, que le sostiene en pie por medio de unas correas (6), mientras que la hija de ésta, menina del Rey, es quien le ofrece un búcaro siguiendo a Velázquez en “Las Meninas”; otra viuda de la casa de su madre y dos enanos cierran el grupo. Otra curiosidad de este microcosmos que Mazo representa al interno del retrato de la Regente es la presencia de la carroza con la que Carlos II era transportado por el interior del Alcázar. Esta pequeña carroza aparece en el inventario de 1674 descrita de la siguiente forma “tres carrocillas ricas [...] calesa pequeña que servia a S. Mgd en Palacio es de tela carmesí y oro, tiene sus ruedas doradas y las quatro cortinas dos grandes y dos pequeñas de tela encarnada y oro forrada en lana de la misma color”.





Fuentes principales:

* Llorente, Mercedes: “Imagen y autoridad de una regencia: los retratos de Mariana de Austria y los límites del poder”. Ediciones Universidad de Salamanca. Stud. his., H.a mod., 28, 2006, pp. 211-238.

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Sánchez Ramos, Valeriano: “El poder de una mujer en la corte: La V marquesa de los Vélez y los últimos Fajardo”. Revista Velezana.


Notas:

(1) Sánchez Ramos, Valeriano: “El poder de una mujer en la corte: La V marquesa de los Vélez y los últimos Fajardo”. Revista Velezana.

(2) “Diario del conde de Potting, embajador del Sacro Imperio en Madrid (1664-1674)”, edición de Miguel Nieto Nuño, Escuela Diplomática, Madrid, 1990, I, pp. 156, 401; II, p. 399.

(3) Harrach fue enviado por Leopoldo I para conseguir definitivamente la mano de la infanta Margarita Teresa.

(4) “Diario del conde de Pötting…” 3 de diciembre de 1665. p. 156. vol I.

(5) Maura sostiene que este acercamiento hacia don Juan se habría dado en fechas más tempranas (1669): Maura, G: “Carlos II y su corte”. Vol I. p. 169.

(6) El rey no pudo andar hasta los cuatro años y, como queda dicho, se le ayudaba para estar de pie con correas.


12 comentarios:

  1. Increíble el poder y la influencia que pudieron llegar a tener estas personas vinculadas a la familia real, algunas incluso haciendo uso de la traición.
    Un saludo.

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  2. Buena reseña.

    Estar cerca del poder, sin embargo, a veces tiene sus peligros.

    Un abrazo.

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  3. Cayetano: asì es, la cercanìa al monarca y, sobre todo, disfrutar de su confianza otorgaban un enorme poder.

    Saludos.

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  4. Gaucho: como dices la cercanìa al poder tiene sus ventajas, pero al mismo tiempo sus inconvenientes por los recelos y envidias que se crean entre los demàs clanes nobiliarios.

    Saludos.

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  5. Que horror, monsieur, una mano femenina colocando el toison!
    Menos mal que yo he recibido el mio dignamente, de manos de Su Majestad, como debe ser. El del conde creo que no vale.
    Y tanto honor concedido a las amigas para que se le acabaran pasando a don Juan! Si es que no puede una fiarse de nadie.

    Feliz lunes, Majestad

    Bisous

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  6. Madame: ya ve, para estos orgullosos señores era toda un afrenta que tal honor fuese otorgado por una mano femenina, pero ya me cuenta usted de qué otra forma podía hacerse cuando nuestro Carlos II no se tenía ni tan siquiera de pie...

    Así de machista era aquella España...

    Saludos.

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  7. Interesantísima esta entrada. Es de realzar la labor de estas mujeres que hacían el papel casi de madres, o incluso más que ellas. Seguramente sus sentimientos hacia el infante (en este caso rey) también serían maternales.
    El proyectos de entradas que tienes serán de sumo interés.

    Un abrazo

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  8. Babbilonia: como dices, los infantes y príncipes desarrollaron un gran cariño hacia estas señora que cumplían las funciones de madres pues debido a la etiqueta es bien cierto que pasaban más tiempo con ellas que con sus verdaderas madres biológicas.

    Saludos.

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  9. Qué cosas, Majestad Católica!

    Cómo es eso de que sostenía en sus faldas al Rey?... ¿Quien estaba en las faldas de quien? xD
    También debo decirle que escoge muy bien las palabras, creo que hasta le gustó mi manera cómica de escribir, me refiero a esta frase: "La caída en desgracia de María Engracia" no sabe cuánto me reí.

    Que mal está eso de las correas para caminar, si yo fuera él, fingiría ser inválido para andar todo el santo día en esa carroza, así me evito la humillación.

    Ya voté por usted, aunque mentí un poco sobre las excepciones: votaré en Humor por un sitio que se llama "Marcas pedorras" esta para morir de risa, le sugiero que lo visite.

    Un abrazo

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  10. Mathìas: ya ve S.M. Indiana me he dado a la rima fàcil :)...

    ...lo de las correas era màs que nada para tenerle en pie en los actos oficiales, tota era un niño de 4 años y no se iba a dar cuenta de estas cosas. Por su parte, lo de la carroza era para moverle por el interior del Alcàzar de una manera còmoda.

    Gracias por sus votos y me paso a visitar el blog que me dice.

    Un abrazo.

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  11. La verdad, no se si era un privilegio o una desgracia estar tan cerca de la familia real. La historia está plagada de relatos de personas vinculadas con estas castas reales que en su día disfrutaron de la grandeza y que por circunstancias "x", bien por traición o por la caída del monarca con lo cual eso significaba también la suya propia, tenían que dormir con un ojo abierto.

    Gran post

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  12. Lou: asì es, por una parte era un gran honor, pero por otra implicaba una gran responsabilidad y el peligro de caer en la envidia de los grupos rivales.

    Saludos.

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