jueves, 3 de febrero de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE VI)

"El memorable y glorioso viaje del Infante Cardenal D. Fernando de Austria" de Diego de Aedo y Gallart. Amberes, 1635.

A lo largo de su trayectoria vital el Cardenal-Infante había dado claros síntomas de rebeldía e insumisión a los dictados del Conde-Duque de Olivares, hechos que no eran otra cosa que una consecuencia normal de los ímpetus de la juventud. Sin embargo, lejos ya de la Corte y de la tutela diaria de su hermano y de Olivares, don Fernando se siente cada vez más autónomo, más independiente, más dueño de sí, aunque siguiese encadenado a la maquinaria del Estado. Como Virrey y Capitán General de Cataluña era tanto como cualquier otro de los grandes personajes de la administración, pero como hermano del Rey y posible sucesor de la Corona, era en realidad mucho más que cualquiera de ellos.

Pero sus pretensiones iban más allá. Mientras se activaban los múltiples preparativos del viaje que debía llevarle hasta Flandes, que era su principal objetivo, decidió enviar a su confesor fray Juan de San Agustín a Madrid para que aclarase sus dudas despachando personalmente con Olivares. El confesor conocía perfectamente las intimidades del Cardenal-Infante y sabía cuales eran sus más secretas aspiraciones. Llevaba, sin embargo, una pormenorizada instrucción de 18 puntos, que se reducían a tres: “Primero, cómo se han de disponer las cosas de Flandes para que se hallen en estado de obrar para cuando yo llegue. Lo segundo, la forma en que he de ir, lo que he de llevar y cómo me he de portar en el camino y en Italia. Tercero, cómo se han de disponer y aviar las cosas domésticas de mi casa” (1).

Pero, entre todos los puntos, donde sin duda estaba la clave y la razón del viaje del confesor, era en el 8º y el 9º de los mismos.

El punto 8 decía: “Asimismo, qué autoridad es servido S.M. tenga en sus Reinos de Italia, particularmente en Milán, a donde podría ser detenerme para la expedición de todo lo necesario para conseguir mi jornada”.

Y el 9: “Asimismo, en las negociaciones que allí (en Milán) corrieren, de quién me habré de informar de las órdenes de S.M. y con quién me habré de aconsejar para acertar su mayor servicio en lo que allí se pudiere ofrece”.

La respuesta del Conde-Duque, aprobada por el Consejo de Estado y refrendada por el Rey el 25 de diciembre de 1632, es terminante. Puesto que la previsión de Madrid era que don Fernando llegase a Génova en el mes de enero, que saliese de Milán en el mes de febrero y que alcanzase las tierras de Flandes el 8 o el 10 de abril, bastaba con que se le diese el título de Gobernador del Estado de Milán y que al Duque de Feria (actual gobernador del territorio) se le nombrase como su lugarteniente el poco tiempo que allí se detuviese. Y, en cuanto a tomar resoluciones, se debía atener en las Juntas de Estado sin discusión al parecer de Feria.

Como en tantas otras ocasiones, no se iba a cumplir el calendario previsto, pero lo realmente importante de la respuesta era que en el tono de Olivares se dejaba traslucir un manifiesto disgusto. Éste había discutido ampliamente con fray Juan de San Agustín sobre el título que debía llevar don Fernando: si habría de ir sólo como Gobernador del Estado de Milán o si había de ir investido con el título de Vicario General de Italia, ostentando así un poder superior al de los tres virreyes hispanos de la península italiana, como en su día había tenido con Juan de Austria. Pero Olivares y el Rey que miraban más por la formación del Infante que por el halago pasajero que pudiera recibir de tal representación y, supuesta siempre la brevedad de su estancia en Italia, opinaban que era más práctico no tocar el tema. Podría pensarse que en el ánimo de Felipe IV, al igual que en su día en el de Felipe II respecto al de don Juan de Austria, pesase una doble actitud: la del amor fraternal y, a la vez, la de un cierto recelo de que don Fernando tuviese excesivos sueños de grandeza que lo pudieran despeñar en la trampa mortal que era Flandes.

Todo esto explica la respuesta malhumorada de Olivares a los puntos 8 y 9: “Esta propuesta holgara yo que los ministros que asisten a S.A. la hubieran hecho a S.M. antes que a S.A. Mira a dos cosas lo que le han puesto en la cabeza: a gobernar los Reinos donde llegare y, sobre todo, al Vicario General de Italia. Todo es muy ajustado a la representación de persona tan grande para un paso solamente. Mi parecer es que a S.A. se le envíe despacho para gobernar el Estado de Milán el tiempo que estuviere en él y al Duque de Feria el de su lugarteniente. Y a S.A. escribiría que en todo se ajustase al consejo del Duque de Feria en carta de mano de S.M., y no removería más para solo un pasaje” (3).

Por tanto, ni se le daría el título de Vicario General de Italia, ni se le dejaría opción para decidir por su cuenta en los asuntos de Estado. La respuesta de Olivares era una evidente muestra de desconfianza hacia la persona del Cardenal-Infante. Así lo entendió don Fernando al conocer la respuesta de Madrid de labios de su confesor y al leer los papeles que éste le entregó.

Sus sueños de entrar en Italia como un gran príncipe, aureolado con la máxima dignidad que le podía conferir su hermano y que ya habían llevado otros personajes, incluso sin ser de alcurnia real, se desvanecieron. Don Fernando se sintió profundamente defraudado, incomprendido y humillado. Por eso la rabia y la ira contenida explotaron en dos cartas de puño y letra dirigidas al Conde-Duque (una escrita el 22 de enero de 1633 y otra el 25 del mismo mes). La del día 22 decía:

Conde: Aunque mañana partirá correo, no he querido dejar de escribirte y responder a tu carta de 7 de éste, reservando la del 14 para mañana. Puedes creer me güelgo mucho siempre con tus cartas con las buenas nuevas que me das de todos. Bien sé, Conde, el cuidado y desvelo que te cuestan las prevenciones de esta jornada por la parte que yo tengo en ella. Y, cierto, no sé como se ha podido disponer tanto. De esto y de lo que te habrá costado no he dudado nunca. Mira tú que lejos estoy de que me parezcan pocas. Confiésote que el no vellas ejecutadas me dio cuidado, dándome tan corto plazo. Pero ya van llegando, y por lo que me escribes en la carta de 15 de éste, espero que todo llegará a tiempo, si bien de la leva de Cardona hay poco que esperar en estos tres meses, no porque él se haya descuidado, sino por hacella en partes tan distantes, antes ha enviado a su hijo por este Principado y a las demás partes ha enviado capitanes. Sobre esto llevará despacho más por menor correo para que el Rey mande lo que se hubiere de hacer.

Para más adelante dejaba el hablarte en el modo de portarme con Feria y con cualquier ministro que estuviese a mi lado. Pero, pues tú has comenzado la plática teniendo por inconveniente la ida de Montenegro por Feria, te quiero decir la resolución con que estoy, juzgando es la que conviene al servicio de Dios y el Rey. Nadie desea más que yo el consejo en todos los negocios y esto mismo me sucederá cuando tenga más años, si Dios me los da, y experiencia de las materias. Pero no he de estar atenido al de uno solo, sino, oyendo a todos los que pudieren tener noticia y experiencia de la materia que tratare, la resolución ha de ser mía, como habrás visto aquí, que en muchas consultas me he apartado del parecer de Oñate no juzgándolo por el mejor. Esto mismo será forzoso. Y así, no porque deje de ir Montenegro se salva el que no me haya de atener siempre al parecer de Feria, pues, cuando no le tuviere por el más conveniente al servicio del Rey, ejecutaré el que me lo pareciese. Y, no siendo esto así, yo no me puedo encargar de nada ni cumpliré con mi conciencia, siendo cierto el escrúpulo que hay no obrando uno conforme a su dictamen, después de haberse aconsejado con personas capaces.

Si esto lo sentirá Feria o no, no me meto en ello. Pero he querido que sepas que quisiera más soldado a Feria. Y, para suplir esta falta, he deseado vaya Montenegro a Flandes. Si se dispusiere, me holgaré de tener un tan buen soldado con quien aconsejarme. Si no, obraré por los medios que hallare allá deseando siempre el servicio del Rey y la reputación de sus armas. En lo demás me remito al correo de mañana. Dios te guarde, como deseo. De Barcelona a 22 de enero de 1633” (3).

En la del día 25 trataba don Fernando el tema del Vicariato de Italia:

Conde, este correo parte a decir el estado en que están las prevenciones para mi pasaje y las que faltan. Y, aunque esto es lo que yo he publicado, hablándote en amistad, más me ha movido a despachalle echar menos, en los despachos que trai Fray Juan, el de Vicario General de Italia, pues sin él yo no puedo pasar ni conviene al servicio del Rey. Confiésote que lo he tenido siempre por tan hecho que esto mismo me ha tenido el tiempo tan adelante, no pudo dejar de encargarte solicites este despacho, pues no hay tantas razones y ejemplares para ello y alguno de calidad que no son para escribillos yo. Y así me remito a las historias. De uno solo me quiero valer, que, aunque no fue en Italia, fue en el Imperio. Cuando Carlos Quinto pasó a España en el año de (15) 22, dejó por Vicario General del Imperio a su hermano y de sus reinos patrimoniales en Alemania. Paréceme es más esto que lo de Italia. Pero, cuando no hubiera ejemplar ninguno, tampoco le hay de que persona como yo haya sido nueve meses Virrey de Cataluña. Y, pues he comenzado esto, ni fuera mucho comenzase eso otro. A la autoridad del Rey juzgo conviene que, siendo yo el primer Infante que pasa a Italia, sea con las mayores honras que me pudiese hacer, no tanto por mí, como por que vea el mundo de la manera que el Rey envía un hermano suyo. ¡Bueno fuera que las órdenes que yo enviase a los virreyes fuesen rogándoles y no mandándoles! Esto a los ojos del mundo no puede ser. Acá en España todos somos de la casa y así he pasado por algunas cosa que fuera de ella no son tratables. Cierto, Conde, en parto me corro de hablarte en esto, pues es materia que, sin hablar yo en ella, había de estar hecha para solo una hora que yo me detuviese en Italia. Y quiero que entiendas que el ejemplar de mi tía Isabel no tiene que ver conmigo, pues pasó con su marido y señora de Flandes. Y, aunque en Castilla es lo mismo Infante que Infanta, en muchas cosas va gran diferencia, como a ti mismo he oído. Las cosas de Alemania están todavía en estado que Vilani no ha pasado, como me escribe, de Italia. De la leva de los napolitanos no hay memoria. La de los españoles va despacio. Todo esto pronostica mi detención en Italia. Y, aunque no discurro en su convendrá detenerme allí, pues el Rey ordenará lo más conveniente, en estar allí con el poder y autoridad que he dicho, sí. Y, pues eres tan mi amigo, fío de ti la buena disposición en esta materia y que este mismo correo me traerá el despacho de Vicario General de Italia, pues sin él no convendrá al servicio del Rey que yo pase. Y en este presupuesto no pasaré. A S.M. no escribo palabra en esta materia, fiándola de ti solo. Y, en el ínterin que vuelve la respuesta, se queda dando gran priesa a todo para partir al punto que llegue con el despacho, que, corriendo por tu mano, no lo dudo. Otra cosa echo de menos en esta jornada y es algunos soldados particulares, como llevó el Archiduque, pues son tan necesarios para lo que se pudiere ofrecer. , por la noticia que tiene de Flandes Don Martín de Idiáquez, me holgaré sea uno de ellos, que no hay duda se hallarán algunos a este modo. En lo demás me remito a los despachos. Por ello verás los que faltan aquí y algunas dudas que es menester responder. Dios te guarde cómo deseo. De Barcelona, a 25 de enero 1633. El Cardenal Infante” (5).

Tras leer las cartas de don Fernando, el Consejo de Estado se mostró muy severo con su conducta y se quejó de la posible negligencia de su confesor en no haberle instruido sobre cómo debía proceder en materias tan graves y aconsejaba que el Conde-Duque escribiera oficialmente una carta a don Fernando con el acierto con que ya lo había hecho en otras ocasiones privadamente, como efectivamente haría. Además, se ponía en duda la conveniencia de enviar al Infante e Flandes. En el fondo, lo que más preocupaba a Madrid era la actitud rebelde de don Fernando.

Madrid no se ablandó ante las impulsivas y prepotentes cartas de don Fernando (¿quién era él, le podía replicar su hermano el Rey, para saber si convenía o no a su servicio?). La decisión de negarle el título de Vicario era inamovible. Quedaba pendiente en cambio el problema más grave: la insumisión de don Fernando al dictado de sus consejeros. Obedecer las órdenes de sus superiores era una cuestión de Estado, pues sólo de esta forma podía funcionar el faraónico engranaje burocrático de la Monarquía. Sería su confesor el encargado de transmitirle la respuesta de la Corte de Madrid.

Sin embargo, la Corte no acababa de convencerse de la lealtad del Cardenal-Infante y por ello, el 4 de marzo, Felipe IV envió una carta secreta al Duque de Feria por el que este asumía el mando supremo de los ejércitos en caso de que don Fernando no acatase su autoridad en materia militar. Afortunadamente la actitud del Cardenal-Infante cambió y, en carta del 13 de marzo, don Fernando se mostró sumiso y dispuesto a cumplir las órdenes recibidas y a emprender el viaje a Italia para el 20 de marzo, si el tiempo lluvioso lo permitía.


Fuentes principales:

* Aldea Vaquero, Quintón: “El cardenal-infante don Fernando o la formación de un príncipe de España”. Real Academia de la Historia, 1997.

* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.

* Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Universidad de Córdoba, 2006.



Notas:

(1) Aedo y Gallart, Diego de: “El memorable y glorioso viaje del Infante Cardenal don Fernando de Austria”. Amberes, 1635.

(2) Gomes Suárez de Figueroa y Córdoba, III Duque de Feria (15871634). Fue conocido como el “Gran Duque de Feria” por sus éxitos militares durante la Guerra de los Treinta Años. Fue embajador extraordinario en Roma (1607) y Francia (1610), virrey de Valencia (1616), gobernador del Milanesado (1618), virrey y capitán general de Cataluña (1629), y nuevamente gobernador de Milán (1630). Murió en la ciudad de Munich en 1634 de una “calentura maligna” de la que enfermó en Strabert.

(3) AGS, E. 2969: parecer del Conde Duque. Madrid, 24 de diciembre de 1632.

(4) AGS, E. 2960: carta del Cardenal Infante al Conde Duque. Barcelona, 22 de enero de 1633.

(5) AGS, E. 2960: carta del Cardenal Infante al Conde Duque. Barcelona, 25 de enero de 1633.

15 comentarios:

  1. Pardiez!
    Que no me extraña que haya paro en Estepaís si un solo individuo acapara tantos cargos!

    (Ya sé que es un chiste malo, pero como no puedo hacer un comentario con la erudición que mereces es mi forma de decirte que estoy por aquí y que siempre me asombras. Un cordial saludo)

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  2. Lo mismo que aspirante, soy incapaz de comentar ante tanta maestría, quedo perplejo.

    Un fuerte abrazo

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  3. Aspi: ya ve usted que la acumulación de prebendas y cargos no es exclusivo del actual gobierno ni de personajillos de la talla de RuGALcaba jejeje, sino que es cosa tradicional de Estepaís...

    Un saludo.

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  4. Mathías: muchas gracias por tales alagos, no los merezco.

    Un real abrazo.

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  5. Tenía cierto arrojo despectivo este señor. Menos mal que el Conde Duque estaba al quite. No me da envidia su trabajo, jugando con los caprichos de sus señores, XD.
    Saludos Carolvs¡

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  6. El infante se las traía. Era un pelín rebelde, prepotente e impulsivo. No me extraña que alguna vez le llamaran al orden. El Conde Duque tenía trabajo como para no aburrirse con este hombre.
    Un saludo.

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  7. Javier: dese luego un trabajo muy duro, pero como buen torero sabía capear con los miuras más rebeldes.

    Un abrazo.

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  8. Cayetano: pues sí, como podemos leer, un poco prepotente y chulillo era este alocado joven :)

    Un saludo

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  9. Viendo las ínfulas de don Fernando, no es extraño que el rey y su valido, su brazo ejecutor, quisieran tenerlo controlado hasta donde fuera posible, teniendo en cuenta el estatus del infante.
    Esta resultando de lo más instructiva esta serie sobre un personaje secundario y relativamente desconocido del que ahora estamos aprendiendo tanto. Un saludo.

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  10. Suscribo tod lo que afirma el amigo aspirante, que manera de concentrar cargos y prebendas. Magnífica la serie esta de entradas sobre el Cardenal-Infante, Majestad. Esparando las entradas sobre los retratos ecuestres. Feliz fin de semana.

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  11. Era mejor dejar bien atado o atado en corto (como diría mi madre) a este infante con deseos de poder. Demasiado tenía el conde-duque que controlar como para dejar hacer a un miembro de la casa real a su antojo. Lo que se hacía por un lado, podría destruirse por otro. Por otro lado, entiendo al pobre Fernando: era duro ser el segundón, el destinado a la Iglesia a la fuerza, el rebelde, el temido, el atado de manos. Imaginémonos en su situación y nos daremos cuenta de que estaba entre la espada y la pared.

    Un beso

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  12. Desdelaterraza: difícil de dominar era don Fernando sí. Me alegra que te estén gustando las entradas.

    Un saludo.

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  13. Paco: yo también lo suscribo ;). Yo también espero empezar pronto con tan interesante proyecto.

    Un abrazo.

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  14. Carmen: yo creo que todos habríamos hecho lo mismo de encontrarnos en la situación de don Fernando, sabiéndose capaz e hijo de Rey, pero a veces viéndose sometido a la razón de Estado por su orden de nacimiento...

    Un beso.

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  15. La omnipresencia del conde-duque se deja sentir con fuerza. Lo de las formas y protocolos en la Casa de Austria es algo impresionante, como tu artículo.

    Saludos

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