viernes, 1 de abril de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE XV)

Entrada triunfal del Cardenal-Infante en Amberes, obra de Jan van den Hoecke.

Unos meses más tarde de su entrada en Bruselas, el 16 y 25 de enero respectivamente, Brujas y Gante pudieron a su vez recibir solemnemente al nuevo gobernador general. Sin embargo, el recibimiento más esplendoroso tuvo lugar en Amberes, donde se encargó a Rubens el diseño artístico de la decoración y las arquitecturas efímeras. El 17 de abril de 1635 fue la fecha en que la urbe del Escalda recibió al Cardenal-Infante como a un general romano triunfante (1). Esta “Joyeuse Entrée” del infante don Fernando quedó reflejada en el que quizás sea el más interesante libro ilustrado sobre arquitectura efímera barroca, el “Pompa introitus honori serenissimi principis Ferdinandi Austriaci Hispaniarum infantis”, que recoge 42 grabados, en su mayor parte obra de Theodor Van Thulden, en los que se presentan las distintas construcciones que se dispusieron a lo largo del recorrido que el sucesor de la infanta Isabel Clara Eugenia en el gobierno de los Países Bajos debía realizar durante su entrada oficial en la ciudad. Durante el mismo, pasaría bajo arcos, contemplaría escenarios, monumentos… A cargo del ayuntamiento destacaban tres de gran tamaño. Uno dedicado a Felipe IV, otro a San Miguel (patrono de la ciudad) y el tercero al propio gobernador.

Las autoridades municipales no repararon en gastos para glorificar a la Casa de Austria y a la persona del Cardenal-Infante en particular, aunque el entusiasmo de los ediles no era compartido por todos. En el Brede Raad, una especie de consejo municipal, hubo quien insistió en que, teniendo en cuenta “la decadencia de la ciudad y el tan considerable empobrecimiento de los habitantes”, la gloriosa entrada debía ser algo más modesta que de costumbre y que además de los dos arcos del triunfo se erigieran cuatro estrados que deberían “mostrar el estado de pobreza del país y de la ciudad a fin de mover a Su Alteza a que pusiera algún remedio" (2). Los ediles se mantuvieron firmes, pero los representantes de los ciudadanos y de los artesanos se opusieron durante largo tiempo a la proposición de cubrir los gastos del suntuoso recibimiento por una prolongación de accisas suplementarias temporales sobre la cerveza. Sólo después de que el ayuntamiento prometiese señalar la penosa situación económica de la ciudad al nuevo gobernador, insistiendo en que la remediara, los representantes de los artesanos votaron la financiación solicitada (3).


Pompa introitus honori serenissimi principis Ferdinandi Austriaci Hispaniarum infantis.

El día después de su llegada a Bruselas, don Fernando, vestido con la púrpura cardenalicia, recibió a los más altos dignatarios eclesiásticos y a los representantes de los Estados y de los consejos provinciales y centrales. Durante sus primeras audiencias causó una impresión cerrada y distante, que recordaba sin duda alguna a la estricta etiqueta que regía en Madrid. Los embajadores extranjeros se quejaban de que Felipe IV los recibiera inmóvil y sin apenas hablar y por lo visto en Bruselas se iba a adoptar el mismo estilo. Además, el Cardenal-Infante tenía un grave problema lingüístico ya que no sabía flamenco y apenas entendía el francés (4). Parece que el joven gobernador sólo se encontró a gusto durante las cacerías. El internuncio Richard Pauli-Stravius apuntó, ligeramente escandalizado, que las dos primeras semanas de su estancia en los Países Bajos había salido de caza nada menos que tres veces (5). Pero no le sería concedido mucho tiempo a don Fernando para reponerse de su largo viaje y gozar de la buena vida flamenca. Menos de medio año más tarde estallaría la guerra con Francia. El recién llegado gobernador general tenía que apresurarse para preparar la guerra total.

Las amplias instrucciones que recibió don Fernando contenían una gran cantidad de determinaciones y disposiciones, pero apenas había instrucciones sobre la guerra (6). Tan sólo cuando se conocieron Madrid las noticias sobre la feliz llegada de su hermano a Renania, Felipe IV redactó las líneas directrices de las operaciones militares venideras en los Países Bajos y el oeste del Imperio (7). El Rey era ambicioso y proponía actuar desde dos ángulos. Además del Ejército de Flandes, se formaría un ejército suplementario que se establecería a poca distancia de los Países Bajos, en Westfalia, en las tierras del Duque de Neoburgo. El núcleo de esta segunda fuerza estaría basada en los hombres que el Cardenal-Infante había llevado desde Italia a Gulik, unidos al ejército que en los meses anteriores había sido levantado por el príncipe Tomás de Saboya. Madrid estimaba la fuerza conjunta de este ejército en unos 10.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería. Unas levas ulteriores en Westfalia y en el Palatinado deberían producir 6.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería suplementarios.

Se esperaba igualmente que el Emperador haría un esfuerzo significativo para este segundo ejército. El Conde de Oñate había aprovechado la victoria de los ejércitos católicos para convencer a Fernando II de que participara en una liga defensiva y ofensiva, que sería firmada el 31 de octubre en Ebersdorf. El acuerdo contenía unas cláusulas secretas, según las cuales el Emperador reconoció que Felipe IV tenía derecho a apelar a él en la lucha contra los rebeldes holandeses y se comprometió e declarar efectivamente la guerra. En el tratado, sin embargo, no se hacía mención a un posible ataque a Francia, aunque es posible que Oñate y Fernando II llegasen a un pacto entre caballeros para cuando llegase el caso. En todo caso, Felipe IV esperaba que Fernando II pondría a disposición 8.000 soldados de infantería y 2.000 de caballería, pagados por Madrid, por lo cual el segundo ejército, bajo el mando de Tomás de Saboya, contaría aproximadamente con 24.000 infantes y 8.000 caballos. Se encargaría de la protección del Electorado de Colonia y de la reconquista de Maguncia, Tréveris e incluso el Palatinado renano. Si el Emperador decidiera entrar en el Ducado de Lorena, este ejército podría prestarle asistencia. Y si hubiese posibilidad, podría utilizarse para iniciar el ataque de Frisia desde el Imperio.


El arco triunfal que la ciudad de Amberes dedicó a don Fernando durante su entrada triunfal (Pompa introitus honori serenissimi principis Ferdinandi Austriaci Hispaniarum infantis).

Según las estimaciones de Madrid, además de las unidades necesarias para ocupar los presidios, el Ejército de Flandes podía contar con unos 20.000 soldados de infantería y 6.000 de caballería. Con este grueso de tropas, el Cardenal-Infante debía lanzarse contra las ciudades a orillas del Mosa perdidas durante la campaña de 1632. De esta forma, el esfuerzo bélico más importante se dirigiría contra la República de las Provincias Unidas, pero era evidente que la amenaza francesa no debía perderse de vista. Por ello, don Fernando tenía que reservar una fuerza de intervención de 8.000/10.000 hombres para utilizarlos donde fuera necesario. Para dejar controlado a Richelieu, Madrid había tomado las precauciones necesarias a lo largo de las diversas fronteras franco-españolas y también se concentraban tropas en Milán a fin de poder contrarrestar un posible ataque francés a los Países Bajos. Además, el Cardenal-Infante recibió el encargo de ampliar la escuadra de Dunkerque hasta alcanzar los 30 buques de guerra con los cuales se podría amenazar la costa atlántica francesa, aunque de momento no habría ofensiva contra el archienemigo de la Monarquía Católica. Se trataba únicamente de medidas de precaución para que Francia desistiera de realizar acciones agresivas contra los Países Bajos. Don Fernando tenía incluso que explicarle a la reina madre de Francia, María de Medici que, puesto que Gastón de Orleans había vuelto a la corte de su hermano y que los nobles franceses malcontentos no parecían muy activos, las circunstancias no eran favorables a una operación contra París apoyada por España.

En una carta autógrafa del 9 de noviembre de 1634, Felipe IV predijo a su hermano un “verano grande”, pero los éxitos militares esperados se conseguirían a costa de las Provincias Unidas y no de Francia. Para una ofensiva decisiva contra los galos había que esperar hasta que el Emperador asumiera los compromisos de Ebersdorf. Pero si Luis XIII empezara las hostilidades, las precauciones tomadas harían que lo lamentase pronto (8).

Cuando el Cardenal-Infante tuvo conocimiento de todos estos proyectos e intenciones, comprobó por primera vez que los efectivos disponibles en los Países Bajos eran bastantes menos importantes de lo que se pensaba en el Consejo de Estado y que el “verano grande” con el que Felipe IV y Olivares se ilusionaban, no sería el de 1635. El Cardenal-Infante se vio obligado a devolver a su hermano a la realidad a vuelta de correo. Como se vio en anteriores entradas, a petición del Rey de Hungría, don Fernando había transferido un número importante de tropas al general de la Liga Felipe Mansfeld para continuar la lucha contra los suecos, de modo que a finales de 1634 había menos hombres en los Países Bajos que a su llegada. El ejército del príncipe Tomás sólo contaba con 2.300 hombres. Debido a las circunstancias de guerra, resultaba imposible levantar tropas suplementarias en el Palatinado Inferior y en Westfalia. El Duque de Neoburgo, atemorizado por la proximidad de las tropas de Suecia, de la República y de Hesse, incitaba por todos los medios conseguir un status neutral para sus tierras de Gulik y de Berg. Bruselas tendría que hacer grandes esfuerzos para que el Duque permaneciera en el bando de la Casa de Austria. Finalmente, en la capital flamenca reinaba la opinión de que era poco probable que Fernando II pusiera realmente a disposición 8.000 soldados de infantería y 2.000 caballeros, a pesar de las subvenciones de Madrid.

Además de todas estas dificultades, el estatúder de las Provincias Unidas, Federico Enrique de Orange-Nassau, había ampliado los efectivos holandeses con el apoyo financiero de Francia, por lo que don Fernando temía que, dadas, las circunstancias, hubiera que limitarse a una posición defensiva. Insistió por ello en que su hermano le mandara tropas frescas y que las transportara preferentemente por vía marítima rápida (9).

La falta de tropas era alarmante y tanto más cuando Francia aumentaba la presión de modo sistemático. Richelieu había sacado conclusiones de la victoria hispano-imperial en Nördlingen y la consiguiente reconquista de Württemberg. La retirada sueca del sur de Alemania hacía que las fronteras francesas también quedaran expuestas a un posible ataque de los Austrias. El Cardenal temía igualmente que la República se viera en una situación cada vez más problemática e incluso firmara una paz con España. Si los suecos y los protestantes alemanes también cesaran la guerra, Francia se encontraría sola frente a la Casa de Austria y sus aliados. Richelieu recibía informaciones de todas partes acerca de que España se estaba preparando para la contienda. Esas noticias, así como los desarrollos en el seno del Imperio le causaban graves preocupaciones. Para evitar que sus aliados cesaran la lucha, intensificó los contactos con ello y en unos meses aumentó considerablemente la presencia militar francesa en el Imperio. A finales de agosto de 1634, Philippsburg cayó en manos francesas y poco después de la Batalla de Nördlingen. Francia también estableció guarniciones en Colmar, Schlestadt y otras ciudades de la Alsacia superior. En noviembre, las tropas francesas atravesaron el Rin, avanzaron en dirección a Heidelberg y se hicieron con el control de grandes partes del Palatinado Inferior. A finales de 1634 parecía casi colmado el vacío dejado por los suecos. Las fronteras resultaban mejor protegidas y Francia disponía de cabezas de puente suficientes para intervenir en el Imperio en cualquier momento.

Mientras tanto, mediante promesas de apoyo militar contra el avance de los ejércitos católicos, la diplomacia francesa había conseguido que los protestantes alemanes, reunidos en la Liga de Heilbronn, siguieran implicados en la guerra y quedaran ligados a Francia. Este acuerdo entre Francia y la Liga no satisfizo al canciller sueco Oxenstierna porque no tenía bastante en cuenta los intereses de Suecia, al tiempo que el compromiso militar francés en la guerra le parecía insuficiente, y en un principio se negó a suscribirlo. Sólo el 28 de abril de 1635, en Compiègne, Oxenstierna llegaría a un acuerdo con Richelieu por el que Francia se comprometía explícitamente la guerra tanto a los Austrias de Viena como a los de Madrid. El 8 de febrero de 1635, el primer ministro francés había concluido las negociaciones con los representantes de La Haya. Aquel día, en la prolongación del acuerdo de asistencia firmado el año anterior, las Provincias Unidas y Francia concluyeron un tratado ofensivo y defensivo, lo que hacía que el estallido de una guerra franco-española fuese tan sólo cuestión de semanas. Ambos países se comprometieron a levantar cada una un ejército de 25.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería, con los que se iniciaría el ataque a los Países Bajos españoles en la primavera de 1635. Los habitantes de la región serían además llamados a levantarse contra la autoridad española y si en tres meses respondían a dicho llamamiento, las provincias liberadas se trasformarían en un estado federado protegido por Francia y la República, no sin que los primeros puertos costeros flamencos de Gravelinas hasta Blankenberge, junto a Thionville y Namur pasaran a Francia y Hulst y el País de Waas con Geldern, Breda y Stevensweert pasaran a las Provincias Unidas. Tanto en el primer caso como en el segundo, la religión católica seguiría siendo la primera en las antiguas provincias reales y en todos los casos y en todas partes se les garantizaría la libertad de culto a los católicos. Además, se estipulaba que las dos potencias no concluirían acuerdos por separado con enemigos comunes pero se invitaría a Inglaterra a adherirse a la coalición. Finalmente, si un tercer país atacase a uno de los dos, el otro estaría ipso facto también en guerra con el agresor.

Con este tratado la República seguía en guerra con España pero, para compensar, Francia entraba también en la alianza anti-hispánica. Todas las condiciones para pasar de una guerra encubierta a otra abierta contra los Austrias de Madrid le parecieron así satisfechas a Richelieu a pesar de que no evitaría la ruptura con el Emperador. Además, el Cardenal estaba absolutamente seguro de que Viena y Madrid aprovecharían la primera oportunidad para atacar a Francia, de modo que no le importaba asestar el primer golpe. A principios de 1635, Francia, por un lado, y el Emperador y Felipe IV, por otro, ya se encontraban de hecho en una situación de guerra: Heildelberg fue tomada por los ejércitos franceses, a finales de enero-principios de febrero las tropas de la Casa de Austria reconquistaron Philippsburg y Spiers a los franceses, los cuales desalojaron a su vez a las guarniciones españolas de la Valtelina, por lo que las comunicaciones entre Milán y el Tirol volvieron a interrumpirse. Pero a pesar de los enfrentamientos sucesivos, Viena no parecía dispuesta a reconocer públicamente que se encontraba de hecho en una situación de guerra. El Emperador quería primero hacer la paz con el Elector de Sajonia y otros príncipes alemanes protestantes antes de concentrarse en el nuevo conflicto, lo cual le convenía bastante a Richelieu. Ahora que se encontraba bien situado en Renania, donde apenas reaccionaba el Emperador, asegurado el apoyo de sus aliados y tranquilizado porque Gastón de Orleanas había vuelto a Francia, podía lanzarse plenamente contra España. En diciembre de 1634, Luis XIII había licenciado a su embajador en Madrid y no se apresuraba a nombrar un sustituto (11). Por su parte, y a través del Cardenal-Infante, el embajador español en la corte francesa, don Cristóbal de Benavente y Benavides, también recibió órdenes de abandonar su puesto (12).

Fuentes principales:

* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.

* Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Universidad de Córdoba, 2006.


Notas:

(1) Sobre las entradas de don Fernando en Amberes y Gante véase H. Vlieghe y J. Dhondt: “Stadsversieringen te Gent in 1635”, y J.R. Martin: “The decorations for the Pompa Introitus Ferdinandi”.

(2) “Verbael vanden Breeden-Raedt”, 7 de diciembre de 1634.

(3) H. Soly: “Plechtige intochten”, pp. 358-359.

(4) Véanse por ejemplo la traducciones de Pedro Roose al español de cartas y consultas en francés destinadas al Cardenal-Infante /SEG 634, f. 136-137; SEG 652, f.87; CPE 1510, f. 2-4), y una nota del jefe-presidente acerca de un texto en neerlandés “que apenas Vuestra Alteza podrá entender” (Roose a don Fernando, 16 de noviembre de 1639; CPE 1511, f. 136-137).

(5) Stravius al cardenal Barberini, 18 de noviembre de 1634.

(6) Sólo se apuntaba la necesidad estratégica de tomar posiciones más allá del Rin (“Instrucción General”, par. 68; SP leg. 2569, f. 35).

(7) Felipe IV a don Fernando, 20 de noviembre de 1634 (SEG 211, f. 136-144v).

(8) Felipe IV a don Fernando, 9 de noviembre de 1634 (BL Add. 14.007, f. 49-51).

(9) Don Fernando a Felipe IV, 24 de diciembre de 1634 (AGS Estado 2050, f. 1).

18 comentarios:

  1. Oiga, qué generoso el Fernando II, ofreciendo soldados pero pagados por Madrid... Y encima era poco probable incluso que los pusiera realmente, a pesar de los subsidios!
    Y el pobre cardenal infante debía de estar de "veranos grandes" hasta el capelo. Lo meten a la Iglesia para luego tenerlo todo el día de batallitas. Claro que igual para él era la parte más divertida de su vida.

    Feliz fin de semana, monsieur

    Bisous

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  2. Extenso y magnífico análisis de alta política.

    Saludos.

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  3. Movidita está la cosa. Parece una conspiración internacional en toda regla contra la monarquía hispánica. Se avecinan tiempos difíciles.
    Un saludo.

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  4. Parece que tras el paseo triunfal tras la victoria de Nördlingen, Felipe IV y Olivares debieron creerse insuperables. Sólo don Fernando, viviendo de cerca la situación, comprendía que las cosas no estaban tan fáciles. España se desangraba poco a poco y los parientes de Viena estaban más a la suya; aunque ya se sabe hasta un gigante herido puede dar un zarpazo mortal. Ya veremos. Un muy interesante paseo por la historia político-militar de este periodo. Un saludo.

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  5. Torear a Richelieu no era una faena fácil, es más, lo raro era salir sin una cornada... menudo era el amigo cardenal. Lo de tener a Rubens como director artístico es algo de lo que no todo el mundo podía presumir...

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  6. Madame: todos estos hechos serán los causantes del progresivo distanciamiento entre las cortes de Viena y Madrid. Al Emperador y sus sucesores les gustaba mucho recibir y poco dar...así les fue con la sucesión.

    Un beso.

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  7. Retablo: extenso sobre todo jejeje, muchas gracias.

    Un saludo.

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  8. Cayetano: no lo parece, lo era, todos conspirando contra el poder de la Casa de Austria y mientras el Emperador pidiendo y no dando.

    Un saludo.

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  9. Desdelaterraza: así es, pero la Monarquía era aún la primera potencia de Europa, un gigante capaz de luchar contra todos, como así hizo, y salir con vida como también hizo.

    Un saludo.

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  10. José Luis: así es, pero Olivares era también un buen torerom duelo de titanes entre los dos mayores políticos del XVII.

    Un saludo.

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    ¿Usted sabe el nombre de la enfermedad que tenía Carlos II de España?

    De antemano, gracias.

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  13. Folhetim Cultural: muchas gracias por tu visita, me pasaré a dar un vistazo a tu blog.

    Un saludo.

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  14. AK OFMANTH: muchas gracias por tus palabras, ahora me paso por tu blog.

    En cuanto a la enfermedad de Carlos II muchos afirman que sufría el Síndrome de Klinefelter, aunque algunos síntomas no coinciden (como la gran estatura de estos enfermos), mientras que otros, como el pequeño tamaño de los genitales sí. Los cierto es que Carlos II sufrío diversas enfermedades a lo largo de su vida como el raquitismo, problemas de estómago derivados de su pronunciado prognatismo, una cierta fotofobia, calviceo en los años finales, etc...lo que parece ya un hecho demostrado es que NO era retresado mental, sino que era un hombre de escasa voluntad...puedes leer algo referente a sus enfermedades en esta entrada que escribí hace tiempo: http://reinadodecarlosii.blogspot.com/2010/11/tal-dia-como-hoy-de-hace-310-anos-moria.html

    Un saludo.

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  15. Y les parecía demasiado que el cardenal se fuese de caza tres veces en dos semanas...qué poco se acordaban de su padre el rey Felipe III que salía todos los dias... Es lógico que el joven quisiera divertirse más que nada porque las duras estaban por llegar. Guerra, guerra y más guerra hacían que a uno se le agriase la existencia y más si se encontraba en Flandes no por gusto, sino por imposición.

    Un beso

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  16. Carmen:así es Felipe III fue gran aficionado a la caza, al igual que Felipe IV y Carlos II. Tiempos difíciles y de gran stress para el Cardenal-Infante, de alguna manera había que evadirse.

    Un beso.

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  17. Como me gustan las arquitecturas efímeras del barroco: que magnífico arco de triunfo le dedicaron a Don Fernando en Amberes. Y eso que la cosa no estaba muy boyante y no se le veía con buenos ojos. Por cierto, como dio de sí ese veranito para el bueno del cardenal infante.
    En capilla para el aniversario de Don Juan José, no majestad??
    Un abrazo.

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  18. Paco: las arquitecturas efímeras eran impresionantes desde luego, en cuanto al veranito prefiero no adelantar acontecimientos jejeje...

    todo lito para el aniversario de don Juan José ;9

    Un abrazo.

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