domingo, 10 de abril de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE XVI)


El Cardenal-Infante don Fernando por Jan van den Hoecke h. 1635). Kunsthistorisches Museum de Viena.



Las hostilidades fueron abiertas por España. En el mes de marzo, Bruselas se había enterado del acuerdo franco-holandés del 8 de febrero (1). Así, se disponía de claras indicaciones de que las tropas de Francia, las Provincias Unidas y Suecia, estacionadas en los territorios del Elector de Tréveris, estaban a punto de entrar en Luxemburgo. Para adelantarse a ellos, don Fernando y sus consejeros decidieron dar orden a un ejército de expedición de tomar Sierck-les-Bains, una plaza fortificada en el margen derecho del Mosela, al noreste de Thionville. Así Bruselas consiguió bloquear las comunicaciones entre Metz y Tréveris. Acto seguido, el Cardenal-Infante mandó que esta fuerza siguiera rumbo al norte y pusiera cerco a Tréveris. El 26 de marzo la ciudad se rindió. En esta acción no sólo fueron hechos prisioneros 600 soldados franceses, sino también el Arzobispo-Elector, Philip von Sötern, aliado de los franceses, que fue llevado a los Países Bajos (2). Esta expedición había generado una ventaja estratégica indudable a las fuerzas españolas, pero era evidente que una empresa de tal envergadura debería tener consecuencias trascendentales. El Elector de Tréveris se había colocado bajo la protección de Francia y como el Cardenal-Infante reconocía, la toma de Tréveris produciría sin lugar a dudas una fuerte escalada de las hostilidades (3). La respuesta de Francia era inevitable.


Puede causar extrañeza que fuera la Monarquía Hispánica la que desatara las hostilidades. En los meses anteriores, tanto en Madrid como en Bruselas se había partido del principio de que, en 1635, el esfuerzo bélico tenía que dirigirse en primer lugar contra la República y aún el 15 de febrero, don Fernando había confirmado que se preparaba a la lucha contra el Norte, conforme a las órdenes de su hermano (4). Las acciones eventuales contra Francia sólo tendrían un carácter defensivo, para evitar que el peligroso vecino invadiera los Países Bajos. Pero ahora se había hecho inevitable la guerra entre Francia y España. Es cierto que el Elector de Tréveris fastidiaba a la corte de Madrid desde hace tiempo, ya en enero de 1633, Olivares había jurado que el Arzobispo francófilo no se libraría de su castigo (5), pero de haberse tratado sólo de su persona, tal vez se habría podido escoger un momento de menor tensión. H. Ernst supone, y con gran lógica, que mediante la intervención en Tréveris, Felipe IV pretendía forzar al Emperador a actuar (6). Ante la seguridad de que Francia y las Provincias Unidas atacarían juntas los Países Bajos españoles y de que sería muy difícil resistir solos al ataque combinado, no quedaba otro remedio a las autoridades españolas que contar con la ayuda de Viena. En el pacto de Ebersdorf, Fernando II se había comprometido a marchar contra Francia, pero a pesar de las violaciones manifiestas del territorio imperial por parte de las tropas francesas y de las repetidas peticiones del Conde de Oñate, el Emperador no se movió. Desde finales de 1634 el embajador español en Viena y los ministros madrileños se habían quejado de ello en más de una ocasión y, en una carta del 16 de febrero, Felipe IV encargó a su hermano que Bruselas no reparara en medios para llevar a cabo la ruptura entre el Emperador y Luis XIII (7). Cuando llegó la carta a Bruselas a mediados de marzo de 1635, el Cardenal-Infante sabía lo que el estatúder Federico Enrique y Luis XIII se proponían. Unos días después dio la orden de tomar Tréveris, alegando que mediante esta expedición punitiva neutralizaba a un Príncipe-Elector desobediente que se entendía con el enemigo y que de tal modo Bruselas contribuía a la aplicación de las leyes del Imperio. Sin embargo, en abril Fernando II negó rotundamente que von Sötern hubiera sido preso por orden imperial. Inmediatamente todos entendieron que Viena no estaba dispuesta a apoyar a Madrid en su lucha contra Francia. Contrariamente a lo que Felipe IV y Olivares esperaban, el Emperador se negaba a completar por la vía militar el incidente de Tréveris, lo cual era una noticia excelente para Richelieu.



Philip Christoph von Sötern, Arzobispo-Elector de Tréveris.


La noticia de la prisión de von Sötern había llegado a París el 30 de marzo. Era el pretexto soñado para la ruptura definitiva con España. Al día siguiente, Luis XIII y sus consejeros decidieron empezar la guerra. El 21 de abril, el residente francés en Bruselas recibió órdenes de exigir pro-forma la liberación inmediata del Príncipe-Elector. A Felipe IV y al Cardenal-Infante se les acusó de haber hecho preso sin motivo a un príncipe soberano que vivía en paz con España, y como von Sötern, aunque príncipe del Imperio, se había puesto bajo la protección de Francia, el Rey galo debía de erigirse en defensor de sus derechos. El Cardenal-Infante contestó al residente que provisionalmente no podía hacer ni decir nada ya que esperaba las directrices del Emperador. Había arrestado a von Sötern porque se confabulaba con un enemigo de su señor y a este respecto don Fernando se consideraba únicamente ejecutor de las leyes del Imperio. El hecho de que el Emperador no le hubiera dejado ningún mandato en este sentido, no formaba parte de esta argumentación. Evidentemente, Francia no se contentó con esta explicación. El 19 de mayo se produjo la declaración de guerra, que debía ser entregada, según la tradición medieval, por un rey de armas francés. Don Fernando se negó a recibir esta comunicación oficial, porque esta se había presentado en la dirección equivocada. El Cardenal-Infante era consecuente y se atenía a la ficción de que el Elector de Tréveris no era su prisionero sino el de Fernando II. Por tanto, era al Emperador al que el rey de armas francés tenía que dirigirse. A éste no le quedó más remedio que volverse por donde había venido, teniendo que clavar la declaración de guerra en un poste en la frontera entre Henao y Francia (8).


Una semana antes, las tropas francesas habían penetrado en los Países Bajos y habían avanzado hacia el norte a lo largo del Mosa. En un intento de impedir la unión del ejército francés con el de las Provincias Unidas, el príncipe Tomás de Saboya se lanzó contra los invasores. Enfrentado a un enemigo que disponía de más del doble de sus efectivos, sufrió una derrota aplastante en Les Avins, al sur de Huy. Ahora ya nada impedía el avance francés a través del Principado-Obispado de Lieja en dirección a Maastricht, donde se juntaron a los ejércitos de Federico Enrique de 29 de mayo. La fuerza de invasión franco-holandesa estaba dispuesta a abrirse paso al corazón de los Países Bajos españoles.


El Cardenal-Infante supo de la derrota del príncipe Tomás en el momento en el que el rey de armas francés estaba en Bruselas. En las semanas previas, don Fernando había mandado carta tras carta a los encargados de negocios españoles en el Imperio para que movieran a la acción al Emperador y al Rey de Hungría (9) ya la situación amenazaba con volverse totalmente insostenible sino no se mandaba ayuda urgente (10). Para mayor desgracia, la invasión de la costa provenzal por parte de la flota española del Mediterráneo, encargada por Felipe IV a fin de desviar la atención de los franceses y de alejarlos de los Países Bajos, había terminado en un estrepitoso fracaso (11). El Ejército de Flandes debería resistir solo al ataque conjunto franco-holandés sin contar con fuerzas suficientes para ello. Se volvieron a reclamar los restos de las tropas que se habían transferido a Mansfeld a finales de 1634 y según sus propias declaraciones, además de los efectivos de los presidios, responsables de la defensa de las ciudades y de las fronteras, don Fernando disponía en total de un ejército de campaña de 14.000 hombres (12). Entre la población cundió el pánico (13). A toda prisa se movilizó a la nobleza, con la cual se podían reunir unos 2.000 caballeros.


El ejército aliado de Francia y la República atravesó el Mosa a principios de junio y marchó en dirección a Tirlemont. La pequeña ciudad, “nada fuerte y sin defensa alguna”, fue atacada el 9 de junio, saqueada sin piedad y destrozada. Los testigos cuentan cómo los soldados descontrolados se abandonaron a “tantos horribles sacrilegios, tiranías e inhumanidades contra hombres, mujeres, jóvenes y religiosas que la posteridad no podrá creer jamás que en ningún siglo se hayan perpetrado tales actos entre cristianos”. Los lugares de culto católico fueron profanados y quemados, a una imagen de la Virgen a la cual los fieles atribuían fuerzas milagrosas, le fueron cortadas la nariz y las orejas y fue acribillada de balas. La violencia de los invasores horrorizaba a los súbditos flamencos. La terrible noticia se difundió como un reguero de pólvora, sobre todo porque miles de personas huyeron para buscar protección en ciudades como Amberes, Bruselas, Gante e incluso Tournai y allí contaban su experiencia. Toda forma de simpatía por Francia o por la República, por cuanto existiera en ciertos círculos, había desaparecido de golpe.


El ejército invasor dejó Tierlemont el 11 de junio, ocupó Diest y Arschot y, después de unas discusiones entre el Príncipe de Orange y los comandantes franceses, se dirigió contra Lovaina. Los ejércitos combinados no consiguieron romper la resistencia de la guarnición de 4.500 hombres, de las milicias urbanas y de los estudiantes. Tras la llegada de un ejército de liberación imperial, los sitiadores, afectados por enfermedades y problemas de aprovisionamiento, abandonaron la empresa y emprendieron la retirada.


El 1 de julio por fin había llegado desde el Imperio la vanguardia de un cuerpo auxiliar de 11.000 hombres bajo el mando del Ottavio Piccolomini. Ahora que se había logrado la pacificación con Elector de Sajonia (la Paz de Praga fue firmada el 30 de mayo de 1635) y teniendo en cuenta la situación más que penosa de los Países Bajos, parecía que existía a una mayor predisposición a ayudar a los Austrias de Madrid. El Conde de Oñate, que había colaborado activamente en la firma de la Paz de Praga, sabía que Viena sólo entraría en guerra contra las Provincias Unidas y contra Francia al ritmo del proceso de paz alemán. Pero una declaración de guerra a Francia estaba fuera de discusión (14). Piccolomini tenía que operar bajo la bandera del Ejército de Flandes pero, dadas las circunstancias, el Cardenal-Infante estaba satisfecho de que el apoyo vital del Imperio hubiese llegado por fin. La ayuda habría podido venir antes, sino hubiera sido por un secretario de don Fernando comprado por Richelieu que había maquillado algo algunas cartas al Rey de Hungría, de modo que en Viena se habían recibido señales contradictorias acerca del carácter urgente o no de la petición de don Fernando. El secretario fue sorprendido in fraganti, condenado por alta traición y ajusticiado (15).




Fuentes principales:


* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.


* Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Universidad de Córdoba, 2006.



Notas:


(1) Don Fernando a Juan de Necolalde, 22 de marzo de 1635 (CCE VI, nº 951).


(2) Don Fernando a Felipe IV, 1 de abril de 1635 (SEG 212, f. 370-373).


(3) Don Fernando a Felipe IV, 4 de mayo de 1635 (SEG 212, f. 473-474).


(4) Don Fernando a Felipe IV, 15 de febrero de 1635 (SEG 212, f. 154-155).


(5) Consulta del Consejo de Estado, 9 de enero de 1633.


(6) Ernst. H: “Madrid und Wien”, pp. 127-129.


(7) Felipe IV a don Fernando, 16 de febrero de 1635 (SEG 212, f. 299-301).


(8) Waddington. A: “La République”, I, p. 260. El 6 de junio, Felipe IV recibió a su vez una declaración de guerra francesa. El 9 de agosto, en virtud de un poder de su hermano, don Fernando declaró la guerra recíproca entre España y Francia.


(9) Don Fernando a Oñate, 14 de abril, 29 de abril y 5 de mayo de 1635 (CCE VI, nº 954 e íbidem, p. 407, n. 1).


(10) Don Fernando a Oñate, 23 de mayo de 1635 (CCE VI, nº 959); Don Fernando a Felipe IV, 15 de mayo de 1635 (SEG 212, f. 529-530).


(11) La flota había salido de Nápoles el 10 de mayo con rumbo a la costa sur de Francia pero sufrió una grave avería durante una tormenta, de modo que hubo que abandonar la empresa.


(12) Don Fernando a Felipe IV, 15 de mayo de 1635 (SEG 212, f. 535-536).


(13) Don Fernando a Felipe IV, 25 de mayo de 1635 (SEG 212, f. 553-554).


(14) Consultas del Consejo de Estado, 19 de marzo y 19 de abril de 1635 (AGS Estado 2050, f. 38 y f. 43).


(15) Sebastián González SJ a Rafael Pereyra SJ, 25 de julio de 1635 (MHE XIII, pp. 219-220).

25 comentarios:

  1. El Ejército francés había actuado dentro de los límites de una guerra, de una manera poco ética, masacrando a la población de todas las maneras. Menos mal que existen las enfermedades, que sino, xd...
    Salud¡

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  2. Javier: los franceses siempre utilizaron esa técnica indirecta de meterse en guerras y después acusar al contrario...pero la perfección de la técnica vendría con Luis XIV, baste ver la Guerra de Devolución.

    Un abrazo.

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  3. Sobre llegar tarde, hay dos dichos en nuestra cultura popular:
    1º Nunca es tarde si la dicha es buena.
    2º A buenas horas, mangas verdes.
    Todo depende de lo optimista o pesimista que se sea.
    Y lo de echar la culpa a los demás del comportamiento propio no es privativo de los franceses. Los terroristas de toda condición siempre culpabilizan a las víctimas.
    Un saludo.

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  4. ¡¡¡¡pero que felices hubiéramos sido todos fuera de Flandes!!!!

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  5. Cayetano: el refranero español es muy sabio, pero yo en este caso y aplicado al Emperador...en cuanto a los "sucios" métodos de acusar a las víctima de los propios ataques y crueldades está eñ mundo lleno por desgracia.

    Un saludo.

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  6. PS: quería decir que para este caso y referido al emperador me quedaría con el segundo de los refranes.

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  7. José Luis: como decían en aquella época grande hombres como Saavedra Fajardo, los Países Bajos los venían de maravilla como escudo...la guerra en Flandes alejaba la guerra de la Península y servía para generar los más aguerridos soldados de Europa, aunque como decía el Capitán Alatriste "Flandes es el Infierno".

    Un saludo.

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  8. Qué guapo está el cardenal infante en ese retrato! No parece nada cardenal :)
    Ligaría más que su hermano, no? Porque es que no hay color, va usted a comparar.
    Mal asunto ser secretario en esos días. Aunque no te compraran, para no quedar mal siempre podían echar la culpa al secretario, o al traductor.

    Feliz comienzo de semana, monsieur

    Bisous

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  9. Madame: no estoy yo muy puesto en estos menesteres de belleza masculina, pero la verdad es que sí tenía buen porte don Fernando y, al igual que su hermano, fue un lingón y un apasionado de las muejeres (bueno y que hombre no lo es al fin y al cabo jejeje).

    Un beso.

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  10. Francia, Majestad, siempre haciendo amigos. Menos mal que se pudo controlar la cosa, con la llegada de refuerzos. Hay que ver lo que siempre nos quisieron los franceses. Nuevamente vueltos a la normalidad, decirle que excelente post sobre nouestra historia militar. Saludos cordiales.

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  11. Paco: sabido y conocido es el amor qye nos frofesan nuestros vecinos de allende los Pirineos, un envidia crónica desde tiempos medievales...ya sabemos aquello che chaubisimos française jejeje

    Gracias y un saludo.

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  12. No parece que los parientes de Viena fueran muy de fiar. Iban un poco a la suya y convirtieron en papel mojado lo firmado. Y Madrid pendiente de su ayuda y siempre con la duda. ¿Quizás este fue el principio del fin de España como potencia hegemónica que empezaba a vislumbrarse? Muy interesante esta crónica político-militar. Un saludo.

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  13. El que los franceses tomen como casus belli el tema del de Tréveris es realmente una excusa muy "tonta" pero cuando se tienen ganas de romper las hostilidades, ya se sabe, y Francia siempre buscaba la forma, legítima o no, de enfrentarse a la Monarquía hispánica, como demostró más adelante Luis XIV con aquellas excusas de la dote de María Teresa... Me encantó lo de la declaración de guerra oficial por el rey de armas, tan pasado de moda pero vigente.

    La llegada de los imperiales, ya me temía que no sucediese nunca. La actitud siempre ambigua de la Corte de Viena me puede.

    Saludos, Alberto.

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  14. Desdelaterraza: La Corte de Viena siempre miraba por sus propios intereses mientras que Madrid miraba al mismo tiempo por los intereses de las "dos ramas", ese fue el problema...Viena equivocadamente se fue alejando poco a poco de Madrid y eso le acabaría costando la sucesión en 1700...un egoísmo sin ninguna justificación el del Emperador.

    Un saludo.

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  15. Jordi: los franceses eran unos expertos en buscar "casus bellis" de lo más absurdo, el caso era justificarse ante el mundo yy dehecho Luis XIV tuvo un ejército de juristas dedicados en esxclusivas a justificar sus malos modos y sus agresiones...la Corte de Viena de vergüenza, con todo lo que Madrid hacía por ellos en dinero y hombres...

    Un abrazo.

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  16. Sencillamente fascinante...
    Muy bien narradada y documentada.

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  17. Más que un cardenal era un general como la copa de un pino.Guerra, guerra, guerra y más guerra en Europa. Porque, ¿qué mejor servicio podía ofrecer un príncipe de sangre real que la de mantener el predominio español en Europa? Y mientras tanto los primos vieneses haciéndose los remolones...

    Saludos

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  18. Lo que está claro es que en cuanto tenían oportunidad franceses-holandeses e ingleses especialmente estaban ojo avizor para ver por dónde podían meter mano a los españoles, el método a emplear daba igual por traidor que fuese. No me sorprende esta manera de actuar de nuestros rencorosos vecinos. Algún día publicaré en España Eterna los episodios de la guerra de la Oreja de Jenkins donde se da un buen y vergonzoso ejemplo de lo que digo....

    Su entrada como siempre magnífica.

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  19. Carmen: así es, un general y además de los más importantes del XVII, lo del cardenalato, al igual que el Gran Priorato de don Juan José, era ya algo solamente honorífico, pues su papel era la guerra. Y, como dices, nadie mejor que un príncipe de la sangre para dirigir los ejércitos de su Rey y en este caso, hermano.

    Un beso.

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  20. Pedro: los métodos franceses, por mucho que los quisiesen enmascarar con supuestas legalidades, fueron siempre ruines, ya fuera en tiempos de los Valois, de los Borbones, de la Revolución o del tirano Bonaparte...menos mal que quitando los años finales del siglo XVII, al final siempre les pudimos poner las cosas en claro ;)

    Un abrazo.

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  21. Era todo de una gran complejidad. Y todo se movía con una información muy limitada. El sentido del tiempo y de la oportunidad era completamente distinto a la política exterior actual.

    Saludos.

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  22. Retablo: así es, las cartas tardaban en llegar de Madrid a Bruselas y viceversa, a veces las informaciones eran contradictorias.

    Un saludo.

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