domingo, 17 de abril de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE XVII)

El Cardenal-Infante por Rubens (1635). The John and Mable Ringling Museum of Art, Sarasota (Florida).

A principios de julio, las tropas españolas e imperiales emprendieron la persecución del ejército franco-holandés en retirada que, maltrecho por la falta de provisiones y el hambre, se dispersó en parte y se convirtió en presa fácil de la población rural, ávida de venganza. Los soldados franceses que no continuaron en dirección a la República e intentaron escapar hacia el sur, fueron perseguidos y linchados por los campesinos. Como prueba de sus acciones de represalia, le ofrecieron al Marqués de Aytona “bolsas llenas de orejas” que habían cortado a los enemigos muertos, recordando la suerte de la imagen de la Virgen de Tierlemont. Todo el sur Brabante fue limpiado de enemigos. El ejército de campaña de la Casa de Austria aprovechó la confusión reinante en el bando enemigo para avanzar hacia el territorio de la propia República. En la noche del 28 al 29 de julio, un destacamento de 800 hombres consiguió tomar el importante fuerte de Schenckenschans, situado en la legua de tierra formada por la bifurcación del Rin y el Waal. Además, para mayor descrédito de Federico Enrique, el ejército español tomó posiciones en el margen de la Betuwe. El centro de la República estaba a menos de cinco días de marcha. Para asegurar las comunicaciones con Schenckenschans, el Cardenal-Infante siguió adelante y tomó Cleves, Goch, Kalkar, Kranenburg y Gennep. A finales de octubre, sus tropas consiguieron la rendición de Valkenburg y Limburgo. De esta manera, Maastricht quedaba peligrosamente aislada del ejército republicano.

Después de las operaciones en el campo de batalla, el Cardenal-Infante fue acogido como un triunfador, primero en Amberes y luego en Bruselas. Finalmente, la campaña de verano se había desarrollado de manera muy diferente de lo que se había temido. El ejército franco-holandés, aunque superior en número, no había sido capaz de montar una ofensiva sólida debido a una organización deficiente, problemas de aprovisionamiento, enfermedades, disensión en el mando supremo y falta de disciplina de las tropas. La suerte hispana cambió con la llegada de las tropas de Piccolomini. Unos meses más tarde Felipe IV reconoció en una carta a su hermano que “los alemanes este año no se puede negar que han sido el remedio de Flandes” (1). Provisionalmente, la reconquista de Venlo, Ruremonde o Maastricht estaba fuera de su alcance, pero la toma de Schenckenschans ayudaba a soñar. En un principio, en Madrid no se creían las nuevas acerca de la caída del estratégico fuerte (2), pero cuando llegó la confirmación de la noticia, la Corte estalló en una increíble euforia.


El fuerte de Schenckenschans en un grabado de Claes Janszoon Visscher.

Olivares insistió a don Fernando en que la conservación de Schenckenschans en manos españolas era la primera de las prioridades, “pues absolutamente se puede decir es la llave maestra que ha de abrir la puerta a la reducion de las provincias rebeldes y ponerlas en estado, si nos sabemos valer de la ocasión que dios nos ha puesto en las manos, para conseguir una paz o tregua cierta y segura de suma reputación”. En su opinión “Esquenque son diez plaças y toda la guerra enteramente” (2). Lo que había que hacer era fortificar los lugares en las cercanías de Schenckenschans, en primer lugar Gennep y Goch, así como las pequeñas ciudades situadas más al sur como Helmond, Eindhoven y Weert, para asegurar las comunicaciones con Brabante. Cuando se hubiese asegurado esta línea, podría avanzarse a la Veluwe, mientras que desde el Imperio una fuerza invadiría Overijssel y Frisia. Si todo esto fuese posible, Olivares estimaba que era posible que la guerra en el norte hubiera terminado definitivamente al año siguiente. Incluso en 1636 la guerra contra las Provincias Unidas sería, pues, el principal foco de interés. Una vez sometidos los rebeldes, se podrían ajustar cuentas con Francia. Provisionalmente sería suficiente adoptar frente a ella una actitud belicosa y “hazer ruido por aquella parte y dar a entender grandes designios para ella”, sin empezar acciones ofensivas. La fortificación de las fronteras meridionales de las provincias y, sobre todo, de los puertos sería suficiente. El objetivo de estas operaciones era claro: lo que se pudiese conseguir en la lucha contra las Provincias Unidas, “con eso nos quedamos”, mientras que el territorio que se conquistaría en Francia “en la paz se ha de restituir” (3). Unos meses más tarde Olivares escribió al Cardenal-Infante en el estilo que le caracterizaba que “sin Squenque no ay nada, aunque se tome a Paris, y con el, aunque se pierda Bruselas y Madrid, lo ay todo” (4).

Pero don Fernando y sus consejeros eran menos optimistas sobre la posibilidad de poder mantenerse en una posición tan avanzada como Schenckenschans. Bruselas estimó que Gennep era “incomparablemente de mayor importancia que Squenque” porque probablemente esta fortaleza se iba a poder conservar y Schenckenschans no. El Cardenal-Infante aseguró a su hermano que iba a poner todo su esfuerzo para convertir Gennep en una plaza inexpugnable a partir de la cual podría amenazar las ciudades de la orilla del Mosa en poder de la República (5). Pero Felipe IV no quiso saber nada de ello. El proyecto carecía de ambición. En el pánico que se había adueñado de las Provincias Unidas después de la caída de Schenckenschans, vio la mejor prueba de que en el norte también se tomaba en serio el carácter decisivo de avance español. “Creedme”, escribió a su hermano, “que el enemigo conoce esto mexor que nosotros y que le fatiga la disposición que tenemos”.

La alegría por el desarrollo de la campaña del verano fue rota por el fallecimiento del Marqués de Aytona. Murió el 17 de agosto de una fiebre contraída unos días antes durante una inspección cerca de Schenckenschans (6). Su muerte supuso una gran desgracia para el Cardenal-Infante, que se vio privado del comandante en jefe de mayor experiencia, su primer consejero (7) y una figura amada y respetada por los súbditos flamencos.

La muerte del ex gobernador interino también fue muy sentida en Madrid (8) y obligó al Rey a hacer modificaciones drásticas en el círculo de consejeros de don Fernando. Cuando el 12 de noviembre murió también el Duque de Lerma, el joven gobernador general que ya había perdido a su gobernador de las armas, se quedó sin su maestre de campo general. Los números dos y tres del Ejército de Flandes habían desaparecido. La dirección de las operaciones de guerra sería asumida por el príncipe Tomás de Saboya. A propuesta del Consejo de Estado, el 20 de septiembre, Felipe IV decidió nombrarlo gobernador de las armas en sustitución de Aytona (9).


Federico Enrique, Príncipe de Orange por Michiel Jansz. van Mierevelt. Rijkmuseum de Amsterdam.

En otro orden de cosas, la aparición de las tropas auxiliares de Piccolomini al lado de don Fernando podía considerarse como el anuncio de una mayor intervención en el conflicto por parte de Viena. Además, los intentos del papa Urbano VIII para reunir alrededor de la mesa de negociaciones a los monarcas católicos de Europa, en especial a los de Francia y España, a fin de que saldaran sus diferencias y se restableciera la unidad del mundo católico, podían resultar en un congreso de paz católico y universal. Así, las Provincias Unidas quedarían aisladas de sus aliados franceses y, una vez, reconciliadas Francia, España y el Emperador, los Austrias podrías atacarlas con todas sus fuerzas. En septiembre de 1635, tras las importantes victorias hispanas del verano, las expectativas no parecían muy buenas para Federico Enrique. Comunicó a Bruselas que estaba dispuesto a conversar. Aunque el Cardenal-Infante no disponía de instrucciones reales recientes al propósito, aceptó la oferta (10).

Desde finales de septiembre a finales de octubre de 1635, primero en Griethausen, luego en Kranenburg, tuvieron lugar una serie de negociaciones. Por parte española estaban presentes don Martín de Axpe, secretario de Estado y Guerra, y don Cristóbal de Benavente, el anterior embajador en París. Por su parte, Federico Enrique mandó a Cornelis Musch, grefier de los Estados Generales. Como punto de partida, Axpe y Benavente exigieron la confirmación de la tregua de 1609 (la famosa Tregua de los 12 Años) y su ampliación a las Indias orientales y occidentales. Además, exigían la reapertura del Escalda, la devolución de todas las conquistas que la República había hecho en el Nuevo Mundo a cambio de Breda y una cantidad de dinero importante, la transferencia al Rey Católico de Maastricht, Ruremonde, Venlo, Limburgo, Orsoy y Rijnberk a cambio de Schenckenschans, el libre ejercicio del culto católico en las Provincias Unidas y la devolución a España de unos fuertes y el desmantelamiento de otros. Musch comunicó que esta posición inicial era inaceptable. A cambio de Schenckenschans y Geldern, la República sólo estaba dispuesta a ceder Maastricht y Limburgo y para abandonar las conquistas en América exigía Breda y el pago de seis millones de florines. Las Indias orientales quedaba excluidas del acuerdo y el Emperador también tendría que firmar la tregua, porque en La Haya se temía que después de su conclusión, España intentara conseguir más a través de Viena (11).

Después de las conversaciones del 30 de septiembre, 4 y 10 de octubre, don Fernando informó ampliamente a si hermano acerca del estado de la cuestión. Debido a “la soverbia de los rebeldes” creía que las posibilidades de llegar a un acuerdo eran difíciles. La respuesta de los rebeldes a las exigencias de Bruselas era inaceptable, pero todavía no le parecía indicado romper los contactos. Estimaba que era la “ocasión oportuna para introduzir alguna platicaa de tregua (…) por haver entendido que el cuydado y confusión que causava al enemigo la presa del fuerte de Squenque” y esperaba mantener diálogo pero siempre, y don Fernando no dejó se subrayarlo, respetando plenamente las instrucciones que le había dado Felipe IV. A finales de octubre se celebró otra ronda de negociaciones en Kranenburg y después en Turnhout el 3 y 4 de diciembre, pero ambas partes mantuvieron su postura. Mientras tanto, Hercule de Charnacé, embajador de Francia en La Haya, se había olido algo. Protestó enérgicamente contra las negociaciones y recordó las disposiciones del tratado de alianza franco-holandés del 8 de febrero de 1635, según las cuales ni Francia ni las Provincias Unidas podían concluir un acuerdo por separado con un enemigo común.

La carta de don Fernando llegó a Madrid el 5 de diciembre. Las negociaciones de Griethausen y Kranenburg no convencieron a Olivares. El Cardenal-Infante había actuado “en virtud de las ordenes antiguas” y se le reprochaba que había negociado “con poca dignidad y menor atención y comprehension de la matera”. Madrid se escandalizó porque la delegación española consistía de dos miembros y la de las Provincias Unidas de una sola persona y que Axpe y Benavente eran los primeros y únicos que habían presentado un poder de negociación. Además, la Monarquía Hispánica fue la primera en formular propuestas, a pesar de que se encontraba en una situación de fuerza y hubiera podido esperar tranquilamente hasta que las expusiera la República.

Pero el aspecto formal era lo de menos. Lo que la Corte de Madrid no podía entender era que la delegación española no hubiera mencionado el tratado defensivo y ofensivo franco-holandés, según el cual los dos enemigos habían acordado no hablar con España ni firmar la paz con ella por separado. Antes de empezar cualquier negociación sobre puntos concretos, Axpe y Benavente hubieran tenido que exigir a la República cancelar este tratado, ya que sin esta condición previa, toda conversación era inútil por definición. Además, Bruselas y Madrid analizaban la situación estratégica de manera muy diferente. Contrariamente a Bruselas, Madrid estimaba que Schenckenschans estaba conquistado y que seguiría en poder de los españoles, de modo que la delegación hispana no tenía por qué negociar en la hipótesis de que la República no tardara en volver a ganar el fuerte. España disponía de las mejores bazas que había que explotar plenamente y sin reservas. El Consejo de Estado tenía pocas observaciones acerca de las condiciones y exigencias dictadas por Axpe y Benavente. El listón estaba puesto a la altura correcta. Felipe IV incluso estaba dispuesto a rebajarlo algo y dejar cerrado el Escalda, con tal de que España obtuviera satisfacción en lo referido a ambas Indias.

Así, las críticas de Madrid no estaban dirigidas tanto al contenido de las conversaciones sino a la manera de llevarlas a cabo. A finales de 1635, Olivares sencillamente no estaba dispuesto a negociar porque esto implicaba que incluso él debería hacer concesiones sobre puntos importantes y en aquel momento esta idea ni siquiera pasaba por su cabeza. Tenía Schenckenschans y las negociaciones con el Emperador evolucionaban en la dirección deseada. El Conde-Duque, seguro de sí mismo, estaba convencido de que la Monarquía era capaz de afrontar la guerra en dos frentes. El 11 de diciembre, Felipe IV escribió a su hermano que “lo que conviene es apretar los puños en tomar los puestos que se ha dicho y en meterles la guerra por mar y tierra en el corazon que yo os proveere para esto” y así “la tregua se hara como nos conviene y los Olandesses romperán con Francia precisamente porque se veran necessitados a pacificarse conmigo y les sera de mayor conveniencia”. No había que hablar, sino luchar.

Para mayor seguridad, Felipe IV encargó a su hermano que discutiera primero con Roose, el jefe-presidente del Consejo Privado de Bruselas, las nuevas iniciativas de paz eventuales. El jefe-presidente se había mostrado enemigo de las negociaciones precipitadas con las Provincias Unidas, por lo que fue cubierto de elogios por el Rey y el Conde-Duque. Para Olivares y Felipe IV, Roose era “el pilar oy de aquel govierno después del señor infante”.


El sitio de Schenckenschans por parte de las tropas de Federico Enrique en abril de 1636, obra de Gerrit van Santen. Rijkmuseum de Amsterdam.

El problema se solucionó por sí solo, pero no en el modo deseado por el Conde-Duque. Durante todo el invierno, Federico Enrique se estuvo esforzando en reconquistar Schenckenschans. El fuerte fue asediado por tropas bajo el mando de Guillermo de Nassau y bombardeado sin cesar. El 30 de abril de 1636, cuando se rindieron los 600 supervivientes de la guarnición española, el Príncipe de Orange vio coronado por el éxito sus obstinados esfuerzos. Unas semanas antes la República había conquistado Cleves y había rechazado a las tropas imperiales en Griethausen, por lo cual las posiciones neerlandesas en la región volvían a ser lo bastante fuertes como para resistir un ataque de la Casa de Austria, La disposición de las Provincias Unidas para hablar empezó a disiparse. Cuando el embajador francés Charnacé aseguró que Francia no participaría en un congreso universal de paz sin que las Provincias Unidas también pudieran sentarse en la mesa de negociaciones, desapareció el peligro de una paz franco-española separada y la voluntad de paz en el norte se desvaneció por completo.

Fuentes principales:

* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.

* Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Universidad de Córdoba, 2006.


Notas:

(1) Felipe IV a don Fernando, 11 de diciembre de 1635 (SEG 213, f. 393-404).

(2) Olivares a Roose, 17 de noviembre de 1635 (CPE 1502, f. 128-129; Aud. 2086, s.f.).

(3) Consulta del Consejo de Estado, 17 de noviembre de 1635 (AGS Estado, 2050, f. 116).

(4) Olivares a don Fernando, 14 de marzo de 1636 (BSM Codex Hispanicus 22, f. 5v-13v).

(5) Don Fernando a Felipe IV, 11 de octubre de 1635 (AGS Estado, 2154, s.f.).

(6) Martín de Axpe a Andrés de Rozas, 21 de agosto de 1635 (SEG 304, s.f.).

(7) Don Fernando a Felipe IV, 20 de agosto de 1635 (SEG 213, f. 75-76).

(8) Como muestra de aprecio de la dedicación del Marqués de Aytona, Felipe IV no se acostó “aquella noche sin hacer merced a sus hijos y a su alma, porque me parecio que no pudiera dormir si no hiciera lo que podía por tal vasallo” y decidió pagar en el acto todas las deudas pendientes del Marqués en los Países Bajos y en Alemania (Felipe IV a don Fernando, 25 d septiembre de 1635. BL Add. 14.007, f. 53).

(9) Consulta del Consejo de Estado con apostilla de Felipe IV, 20 de septiembre de 1635 (AGS Estado, 2050, f. 64).

(10) Don Fernando a Felipe IV, 28 de julio de 1635 (SEG 213, f. 17).

(11) Don Fernando a Felipe IV, 11 de octubre de 1635 (AGS Estado, 2050, f. 90); don Martín de Axpe a don Fernando, 27 de octubre de 1635 (SEG 213, f. 216-219).

10 comentarios:

  1. Felipe IV poniendo toda la carne en el asador, sin miedo y tirando hacia adelante, aunque la paz se perdiera en los intentos vanos de conseguirla.
    Me ha gustado esta entrada, Alberto.
    Un abrazo¡

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  2. Leyendo su entrada veía similitudes con nuestra pesima politica exterior. Seguimos como antes, estando nosotros en situación de fuerza, en algunos casos parece que somos la parte debil del conflicto.
    Una entrada muy interesante.
    Saludos.

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  3. Pues parece que la plaza de Schenckenschans ("Esquenques" para los amigos) era de suma importancia y valía más que un puñado de otras plazas juntas. Es de destacar la chulería de Olivares y del propio Felipe IV en las negociaciones: una apuesta muy arriesgada.
    Un saludo.

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  4. Qué formidable potencia era España. Nada de lo que sucedía en Europa le era ajeno y los demás la respetaban…
    Un abrazo.

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  5. Javier: no quedaba otra, había que jugarse el todo por el todo, sólo había dos posibilidades: ganar la guerra o perderla.

    Un saludo.

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  6. Lorenzo: puede ser, solo que en aquellos años éramos la primera potencia mundial aunque a veces se errase en la diplomacia, hoy pintamos menos que nada, y cada vez menos...una pena.

    Un saludo.

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  7. Cayetano: la verdad es que "Squenque" era de suma importancia, pero era un puesto demasiado avanzado como para poder defenderlo. Olivares fue siempre así de arrogante, era su estilo, el típico "bravucón" español del XVII :)

    Un saludo.

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  8. Desdelaterraza: así es, Europa era España y España era Europa, el Rey Católico estaba metido en todos los ajos porque sus dominios se extendían por doquier...

    Un saludo.

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  9. ¡Uy, eso de las orejas! ¡Qué grima! Ver miembros descontextualizados del resto del cuerpo, que de eso he visto algo... y encima bolsas llenas, pero puedo entenderlo. La furia del pueblo a veces nos hace cometer barbaridades.

    Una pena lo de esa tregua, y claro desde su nueva posición de poder, los rebeldes no duduaron en dejar enfriar ese asunto. Me flipa el conde-duque con su determinación de poder luchar contra la tenaza que suponía la alianza franco-holandesa.

    Un saludo, Alberto

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  10. Jordi: yo no he visto tan dantesco expectáculo jamás y espero no verlo! uf! :) ...la verdad es que el furor religioso puede hacer estragos...

    Olivares, en su línea, él era así, un auténtico bravucón español del XVII.

    Un abrazo.

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