domingo, 13 de junio de 2010

LA PROCLAMACIÓN DE CARLOS II EN 1665


1. Pendón Real de Castilla utilizado para la proclamación de Carlos II en Medina del Campo (1666). Museo de Ferias de Medina del Campo, Colegiata de San Antolín.


Como es sabido, y a diferencia de lo que ocurría en otras monarquías como la francesa o la inglesa, en Castilla el nuevo rey no subía al trono mediante el acto de coronación, sino a través de la llamada “proclamación”, llevada a cabo mediante el alzamiento del pendón real.

El acto de proclamación de un nuevo rey estaba revestido de gran solemnidad y las crónicas que narran los sucesivos reinados de la corona castellana dan buena prueba de ello. Hasta el siglo XIV, el viejo ritual del proclamación, establecía, por este orden, los actos de coronación, elevación al Solio Real y el tremolar de pendones. Este último rito es el único que se mantendrá entre los siglos XIV y XVIII, llegándose a conocer la ceremonia con la expresión “alzar pendones” por el hecho de enarbolar el pendón real ante la concurrencia, al tiempo que se aclamaba al nuevo monarca en los lugares más concurridos de la población.

A ia muerte del Rey, el nuevo soberano o el Regente, en el caso del óbito de Felipe IV lo hace doña Mariana de Austria en nombre de su hijo Carlos II que en esos momentos contaba con tan solo cuatro años de edad, comunica a los reinos y señoríos, así como a las ciudades con voto en Cortes y a las demás con corregimiento, el tránsito a mejor vida del monarca por medio de una Real Cédula rubricada de su mano y refrendada por el Secretario del Despacho Universal. En el Reino de Castilla la Corona se dirige a la figura del corregidor para comunicarle todos los acontecimientos que giran en torno a la realeza y la Monarquía a fin de que informe de ellos, por sí o a través de los alcaldes mayores, a las ciudades y villas de su jurisdicción.

Las ciudades, una vez recibida la noticia de la muerte del Rey, escribían al nuevo soberano dándole el pésame por tan desgraciado suceso y el pláceme por su entronización. Tras esto, y de acuerdo con lo ordenado por la Corona en la Real Cédula despachada, se preparaban para organizar con todo el boato posible el ceremonial pertinente respecto a la celebración de las exequias por el difunto soberano y el alzamiento del pendón para aclamar al nuevo rey, una práctica, esta última, que sólo entrará en vigor en los reinos de la Corona de Aragón a partir del reinado de Felipe V (1).

Ambas ceremonias, exequias y proclamación, que enlazan con la tradición castellana heredada de la Edad Media, apenas modificadas por el ritual borgoñón implantado por Carlos I, al menos en cuanto al alzamiento del estandarte real (2) desencadenan en todas partes donde se celebran una serie de preparativos en orden a su ejecución y que van desde la erección de túmulos funerarios abarrotados de mensajes simbólicos sobre la realeza hasta la organización de procesiones en las que intervienen todas las instituciones, seglares y eclesiásticas, pasando por la celebración de misas por el alma del difunto soberano.

Tal despliegue, como ilustran con detalle las Relaciones coetáneas publicadas sobre los actos que han tenido lugar en la Corte, en las ciudades castellanas capital de provincia, así como en las principales ciudades de la Corona de Aragón, de los reinos italianos y de los territorios americanos, no sólo refleja el poder de las ciudades y de las comunidades que lo organizan, sino también su vinculación ideológica con la Monarquía y su deseo de agradar a la Corona, razones por las cuales se invierten elevadas sumas de dinero para costear las exequias y demás manifestaciones públicas en honor del monarca difunto y del sucesor, aunque las finanzas locales no estuvieran demasiado boyantes.

El peso de la tradición tenía una enorme incidencia en este tipo de celebraciones, pues lo importante es que todo se ejecute con la solemnidad requerida y exigida por la misma Corona. En este sentido cabe citar el siguiente pasaje de Cabrera de Córdoba con referencia a la programación de tales eventos por Felipe II: “En los actos públicos, casamientos, baptismos, juramentos, funestas, aumentaban la Majestad las órdenes que daba, correspondiendo todo con mayor grandeza por ellas. Guardábase respeto, composición y silencio” (3).

Se puede decir además, que con independencia del lugar exacto donde transcurría un festejo (4) de tanta trascendencia política como la proclamación del Rey, la ciudad en estas ocasiones se convierte en un gigantesco escenario y experimenta, si no modificaciones importantes en su fisonomía, sí cuando menos cambios momentáneos con la finalidad de magnificar el acto festivo que va a celebrarse.

En otro orden de cosas, cabe señalar que la sociedad de los siglos XVI y XVII, como sabemos, es una sociedad estratificada y fuertemente jerarquizada, en la que todos los individuos ocupan una posición bien definida de acuerdo con el nacimiento y la riqueza, aun cuando algunos individuos, por su “industria” y sus servicios a la Corona, puedan elevarse socialmente y alcanzar el estatuto de la nobleza o, si no, gozar de la consideración de noble por comportarse como tal y vivir de las rentas. De aquí, por tanto, la importancia que tiene para los individuos y las familias conservar el status adquirido, defender las preeminencias particulares que disfrutan según su rango en las ocasiones en que se ven amenazadas, actitud comprensible si tenemos en cuenta el sentido y el significado que éstas tenían entre los hombres con los que se relacionaban y cuya opinión les interesaba. Porque aparecer ocupando una posición menos lucida o encumbrada que la de otros personajes, aunque fuese muy ligera la diferencia, significaba, desde ese instante, ser tenido por inferior, decaer en la estimación pública (5). Este hecho nos ayuda a entender muchos de los problemas de precedencia que se dieron en estas proclamaciones y que hoy en día nos parecerían de los más absurdas.

Por otra parte, el cuidado que se pone en atender a los participantes en el acto viene a reforzar la importancia que en la época se daba a la posición social de los individuos, realzada a través del protocolo, concebido, en acertada expresión de C. Lisón Tolosana, como “el poder de la representación y la representación del poder” (6). Por supuesto, tales nombramientos no siempre fueron bien aceptados en la medida en que algunos podían sentirse postergados en beneficio de otros y, por tanto, dañados en su reputación, lo cual hizo que en la Corte estos agravios desembocaban a veces en huelgas de la nobleza, cuando no en reyertas con derramamiento de sangre, debiendo intervenir el monarca para acallar las discordias.

La autoafirmación social que implican tales reivindicaciones la encontramos asimismo en otros elementos externos, de manera muy especial en la necesidad, o más bien, obligación, que tienen los individuos, y las corporaciones, en su caso, de mantener unos gastos de prestigio y representación con la intencionalidad de demostrar a todo el mundo la posición y la estima social alcanzadas. Así se explican el engalanamiento de las ciudades y recintos donde se van a celebrar la proclamación del Rey.

Por lo que respecta a la ceremonia de proclamación en sí, y aunque en alguna ocasión las exequias por el rey difunto se celebraron después de ser proclamado el nuevo soberano, como sucede en Segovia a la muerte de Isabel la Católica (así lo narra Diego Colmenares) (7), lo común, sin embargo, al menos en los siglos XVI y XVII, fue que el acto de proclamación tuviese lugar una vez realizadas las demostraciones de luto, de acuerdo con lo observado en 1474 tras el óbito de Enrique IV y lo estipulado por Fernando el Católico en las instrucciones que envió a los concejos castellanos a finales de 1504. Y es así que ocurriría en la Castilla de 1665, tras la muerte de Felipe IV y la subida al trono de Carlos II.

El alzamiento del estandarte real, acto con el que el Reino viene a reconocer la autoridad del rey sobre el territorio y las gentes que lo habitan, como manifestación cultural y estética reproduce los rasgos esenciales que, en opinión de J. A. Maravall, definen a la cultura del Barroco; dicho de otro modo, la ceremonia en la que se proclama a un soberano de la Casa de Austria, y esto es aplicable también a los reyes de la dinastía borbónica, es una ceremonia dirigida, masiva, urbana y conservadora (8.)

La Corona, como se ha indicado anteriormente, programa desde Madrid los actos que deben celebrarse en las principales ciudades de sus reinos y no en otras, este dato viene, pues, a confirmar el carácter urbano al que se refería J.A. Maravall, pero éstas, a su vez, asumen dicho programa y lo ejecutan, obligando a todos los vecinos a participar de manera activa en las ceremonias, de acuerdo con lo establecido en el Fuero Real (9). Por lo que respecta al carácter masivo, y como acontecía con las entradas de los reyes en las ciudades, la ceremonia del alzamiento del pendón por el rey exige la presencia de toda la población, pues el mensaje que se desea transmitir es el de la continuidad de la Monarquía a través de la continuidad dinástica, de donde se deduce el carácter conservador del acto al que se aludía anteriormente. La búsqueda por las autoridades de un emplazamiento espacioso donde celebrar la proclamación del Rey se ajusta, desde luego, al propósito de la Corona de que la ceremonia fuese contemplada por todos, aunque se ignora si los asistentes, cualquiera que fuese el motivo de su participación en el acto (es de suponer que la mayoría asistiría por voluntad propia más que por temor a las sanciones previstas en el caso de no acudir), alcanzaron a comprender el mensaje que se les estaba transmitiendo o quedaron simplemente impresionados por la representación, por la ceremonia en sí misma. Por otra parte, cabe pensar que la Corona y las autoridades locales eran conscientes de que lo importante no era tanto que la población captase el significado profundo de lo que estaba presenciando, como que recordara y transmitiera a las generaciones siguientes el esplendor de la representación y que ésta, en toda su grandeza, se asociara en igual medida con la Monarquía y con el poder local.

Finalmente y para describir la ceremonia del “alzamiento del pendón” en honor de Carlos II, tomaré como ejemplo las desarrolladas en Medina del Campo y Vitoria:

1. MEDINA DEL CAMPO:

Esta ceremonia revistió en Medina del Campo un carácter especial al pretender el Ayuntamiento dar una prueba de su poderío, por entonces ya en franco declive, al tiempo que hacía pública expresión de lealtad y acatamiento al nuevo monarca.

Se celebró en la Plaza Mayor el 1 de febrero de 1666, con varios días de retraso por acudir numerosos caballeros medinenses a la misma celebración en la ciudad de Ávila. En dicha plaza se levantó un tablado con forma de castillo con cubos en las esquinas, revestido con lienzos de damasco, terciopelos y lujosas alfombras, campeando en él las armas de la villa. Las nuevas Casas Consistoriales, construidas entre 1656 y 1667 y quizás inauguradas oficialmente en este momento aprovechando tan singular ocasión, también estaban profusamente engalanadas para el acto, al igual que todas las casas de la plaza.

Una vez formado el Ayuntamiento “en forma de villa”, el Alférez Mayor acompañado por una comitiva de 20 caballeros recibió de manos del Corregidor el pendón real confeccionado para la ocasión con el fin de hacer aclamación pública del nuevo rey en plazas y calles. Constituida la comitiva de homenaje, se unieron a ella, presidiéndola, el dicho Alférez enarbolando el pendón y a sus flancos el Corregidor y el Decano portando dos cordones rematados en borlas que nacían del mismo. Llegados al entarimado acastillado y dispuestos estos personajes sobre él, se dieron cuatro aclamaciones, una a cada lado del tablado con la fórmula “Castilla, Castilla, Castilla. Don Carlos II, Nuestro Rey y Señor viva muchos años” coreada por el numeroso público asistente. Lo mismo se hizo en la Plaza del Pan, calles de San Martín, Salamanca y Corral de Bueyes. Prosiguieron los actos oficiales hasta la noche en que se fue a buscar nuevamente al Corregidor para que en el Ayuntamiento “sacase el pendón y le entregase al Cabildo de la Colegial para que le colocase en ella como estaba determinado, elección que hizo la villa como mejor custodia”. (9)

2. VITORIA:

El alzamiento del pendón en la capital alavense revierte especial interés por tratarse la provincia de Álava de un territorio sujeto a fueros y leyes propias.

El ritual del alzamiento del estandarte se inicia en las casas del Diputado General de la Provincia de Álava donde estaban colgados el estandarte y los gallardetes de la proclamación. Aquí, se congregan los procuradores de las hermandades, los caballeros de la Provincia y otras personas particulares para, luego, desplazarse todos juntos, con acompañamiento de chirimías, cajas y trompetas, hacia la sala del consistorio en el convento de San Francisco. Después, los procuradores elegidos por el Diputado General a instancias de la Junta parten del convento de San Francisco con maceros, chirimías y cajas para recoger el estandarte y los gallardetes, dirigiéndose a continuación a la iglesia donde estaba ubicado el tablado y entregarlos al Diputado General.

La entrega del estandarte se realiza del siguiente modo: los comisarios, hincados de rodillas y con los sombreros en la mano, lo depositan en las manos del Diputado General al tiempo que exigen a los escribanos fieles de la Provincia que levanten testimonio de dicha entrega. A continuación, los procuradores añaden que el Diputado General ha de alzar el estandarte “por la Muy Noble y Muy Leal Provincia de Álava en conformidad del contrato real de su entrega al señor rey don Alfonso el Onceno y de sus exenciones y privilegios” (11). No es aventurado suponer que con esta frase, recogida en la Relación aunque no expresada en el momento de alzarse el pendón, la Provincia pretende dar a la Corona una respuesta a sus reiteradas demandas en los últimos años de hombres y dinero para la defensa de la Monarquía, máxime cuando Álava mantenía por estas fechas un enconado litigio con el Consejo de Hacienda a causa de la administración de las aduanas y, sobre todo, por la pretensión de Bilbao de abrir el puerto de Orduña, lo cual desplazaría a Vitoria, y también a San Sebastián, del tráfico comercial con Castilla.

Una vez que el Diputado General de la Provincia ha recibido el estandarte en el tablado de la plaza (lo hace hincado de rodillas) y que han sonado las trompetas y chirimías, los maceros que le acompañan reclaman silencio a los concurrentes al acto con la frase: “¡Silencio, silencio, silencio! ¡Oíd, oíd, oíd!”, tras lo cual el Diputado General de la Provincia, tremolando el pendón con “mucha bizarría” exclama, “¡Castilla, Castilla, Castilla por el Rey don Carlos, Segundo de este nombre. Nuestro Señor, que viva muchos años!”, a lo que los asistentes, “con singular alborozo“, respondieron “¡Viva, viva, viva!” en medio del sonar de las chirimías, el repicar de las campanas de todas las iglesias y el estruendo de una salva de trabucos, morteretes y piezas de artillería.

Concluido el acto de la proclamación, el Diputado General de la Provincia desciende del tablado e inicia un corto recorrido por la ciudad llevando el estandarte. Acompañado de los comisarios que habían sido nombrados, pasa por delante de la alhóndiga (aquí se dispara la artillería), sigue por la calle de la Correría, continúa por la calle de la Cuchillería y entra en la plaza por la puerta que mira frente al convento, donde se dispara otra salva de artillería, para, seguidamente, entrar en la iglesia del convento, poniendo fin así a la procesión. Por último, la Junta General recibe el estandarte de manos del Diputado General de la Provincia, a quien agradece todas las gestiones realizadas y el haber actuado, como se dice en la Relación, “con tanto lucimiento y haber ilustrado el acto con tanta autoridad y grandeza", razones por las cuales es remunerado con el citado estandarte y los gallardetes “en muestras de su estimación y reconocimiento” (12).


A modo de conclusión podemos decir que la ceremonia del alzamiento del estandarte real debe ser considerada una fiesta de la Monarquía, en la que tan importante son las palabras de aclamación del rey como el contenido político que va implícito en toda la representación, la cual, por sí sola, refuerza la vinculación del Reino con la Corona.

Finalmente, el ritual de la proclamación del soberano, que reviste un carácter teatral como muchas otras celebraciones de la época, ya sean eclesiásticas o seglares , puede ser considerado una fiesta popular en el sentido de que supone una parada en el discurrir de los días, contribuyendo a liberar a las gentes de la rutina, pero también porque la presencia del pueblo y sus manifestaciones de entusiasmo refuerzan la unicidad de la comunidad.


Fuentes principales:


  • Lisón Tolosana, C . “La imagen del Rey. Monarquía. realeza y poder ritual en la Casa de Austria". Madrid. 1991.
  • Maravall J.A., “Poder, honor y élites en el siglo XVII“. Madrid, 1979.
  • Sánchez Belén, Juan Antonio: “Proclamación del monarca en la provincia de Álava durante el siglo XVII”. Espacio. Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, t. 10, 1997. págs. 173-200.


Notas:

(1) Un buen ejemplo del ritual pactista de acceso al trono en la Corona de Aragón lo ofrece Monteagudo Robledo. M. P., en “El espectáculo del poder en la Valencia moderna“, págs 86-96.

(2) Ver al respecto Nieto Soria, José M,, “Ceremonias de la realeza. Propaganda y legitimación en la Castilla Trastámara“. Madrid, 1993. págs. 26-45 para las ceremonias de acceso al poder, y págs. 97-118 para las ceremonias mortuorias. En cuanto al ceremonial borgoñón, Palacio Aiard, E., “El ceremonial borgoñón y la exaltación mayestática del poder real”. Boletín del Museo e Instituto "Camón Aznar", 17. 1984, págs. 11-14.

(3) Cabrera de Córdoba, L., "Historia de Felipe II, rey de España". Madrid, 1876, vol. IV, pág. 323.

(4) Por ejemplo, el alzamiento en 1621 del pendón real por Felipe IV en Madrid tuvo lugar en los espacios más públicos y nobles, es decir, en la Plaza Mayor, en la Plaza de la Villa y en el convento de las Descalzas Reales, los mismos recintos que fueron utilizados con motivo de la proclamación de Carlos III en 1759 después de haberse alzado el estandarte en la plaza de la pelota, del Palacio del Buen Retiro, ante la presencia de la reina Isabel de Farnesio.

(5) Maravall J.A., “Poder, honor y élites en el siglo XVII“. Madrid, 1979 y Elias, N., “La sociedad cortesana“. México, 1993.

(6) Lisón Tolosana, C . “La imagen del Rey. Monarquía. realeza y poder ritual en la Casa de Austria“. Madrid. 1991;

(7) Colmenares, Diego De, “Historia de ia insigne ciudad de Segovia“. II, cap. XXXVI, pág. 154, citado por Nieto Soria, J . M., “Ceremonias de la realeza. Propaganda y legitimación en la Castilla Trastámara“. Madrid, 1993, pág. 109.

(8) Maravall, J. A., “La cultura del Barroco. Madrid“, 1975.

(9) En la Nueva Recopilación, ley I, tít 3, lib 2, se recoge la ley única del til 3, lib I del Fuero Real por la cual expresamente se ordena que a la muerte del rey todos los súbditos “vengan a su hijo o a su hija, que reynare después de él, a obedecerle por Señor, y hacer su mandamiento, y todos comunalmente sean tenudos de hacer homenage a él, o a quien él mandare en su lugar, quando quier que lo demandare, y si alguno (...) esto no cumpliere, y alguna cosa de ellas errare, él y todas sus cosas sean en poder del Rey”.

(10) Esta ceremonia está descrita con todo lujo de detalles en el Libro de Acuerdos del Concejo de 1666, conservado en el Archivo Municipal de Medina del Campo.

(11) A.P.A, Actas. M. 16, fols. 187-187v. Sesión de la Junta General de Álava, 26 de noviembre de 1665.

(12) A.P.A, Actas, M. 16, fol. 187v. Sesión de la Junta General de Álava, 26 de noviembre de 1665.

16 comentarios:

  1. Carolvs: revisa mi blog, pues yo también proclamé algo...

    Saludos

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  2. Mathias: me honras sobremanera con la condecoración que me otorgas, un honor inigualable viniendo de tan real persona. En cuanto a la guerra contra la Junta no puedo menos que agradecer a todo el ejército que tomasteis batalla contra ella y sin la cual ningún general habría logrado nada.

    Mis más reales saludos.

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  3. Vaya, hoy nos lleva usted a presenciar un momento muy solemne, monsieur. Su entrada armoniza con esa condecoracion que acaba de recibir, y por la que le doy la enhorabuena. Su Majestad el rey Mathias ha tenido un gran acierto reconociendo sus meritos.

    buenas noches

    Bisous

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  4. Madame: probablemente el momento màs solemne en la vida de un rey, que no es otro que su ascendo al trono. No se si la condecoraciòn de Mathìas es merecida o no pero, sin duda, la tomo con gran honor y espero poder seguir siendo digno de ella en el futuro.

    Saludos.

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  5. Siguiendo a Maravall, todo el ceremonial de la proclamación del nuevo rey se inscribe en un contexto complejo, extremo, lleno de teatralidad y exageración, destinado a sorprender y a dejar boquiabierto al público, con el fin de que comprendan y sientan la grandeza de la institución monárquica, algo muy de la cultura del Barroco.
    Un saludo.

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  6. Magnifica entrada, majestad, llena de toda la pompa y ornato posible, no podía ser menos. En verdad, el Barroco es eso: ostentación, teatralidad, superfiicialidad y demostración de fuerza y poder. Que maravilla de libro el de Maravall "La cultura del barroco". En estas celebraciones se hacía unas maravillosas arquitecturas efímeras que hoy no conocemos, salvo dibujos o grabados que hayan quedado. Como siempre, un placer leerle. Saludos.

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  7. Curiosa la ceremonia... no tenía ni idea del protocolo que se seguía... muy interesante...

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  8. Una buena entrada que nos hace levantar pendones (aunque no sean los de Castilla.)

    Saludos

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  9. Mucho ceremonial para tanta crisis, como la que había al morir su padre Felipe IV. Una pena ese boato no se emplease para salir de la dura crisis generalizada de la España del Barroco. Al pobre Carlos II le tocaron tiempos difíciles, pero la prueba la sacó bien, pues como es sabido, España puso las bases del desarrollo del XVIII.
    Saludos.

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  10. Cayetano: como te comentaba en la anterior entrada, la obra de Maravall continua siendo imprescindible para comprender el mundo barroco, que como dices era todo un teatro, el gran teatro del mundo como muchos lo han calificado.

    Saludos.

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  11. Paco: lo has descrito perfectamente, eso era el Barroco: pompa, ostentación y teatralidad. Obra de Maravall sublime. En cuanto a las arquitecturas efímeras en tiempos de Carlos II te recomiendo la obra de María Teresa Zapata Fernández de la Hoz.

    Saludos.

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  12. José Luis:el ceremonial y el protocolo lo eran todo en el Barroco y más en un acto tan importante como una proclamación real.

    Gracias por pasarte.

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  13. Jordi: estoy contento de que te haya gustado la entrada.

    Saludos.

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  14. Juan:llevas razón, pero como ya indiqué en la entrada dedicada al ideario político de don Juan José de Austria, el boato y la pompa real eran, en el Barroco, un arma de fundamental importancia para incrementar la imagen y el poder percibido de un rey.

    Como dices el reinado carolino puso las bases del futuro desarrollo borbónico del XVIII.

    Saludos.

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  15. Hola Carolvus. Gracias por visitar y comentar en Amautacuna de Historia. Tu blog está muy interesante, por ejemplo recién me entero de la peculiar ceremonia de toma de mando de los reyes españoles de aquel tiempo.

    Saludos desde Lima.

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  16. ¿Por qué esta Tierra nuestra ha perdido las tradiciones?

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