miércoles, 11 de mayo de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (PARTE XXI)

Retrato del Cardenal-Infante don Fernando.

1639 fue el año en que la gran armada de Antonio de Oquendo tenía que dar un golpe definitivo en el escenario de la guerra contra las Provincias Unidas (1). En el norte de España se trabajó todo un año sin descanso en los preparativos logísticos de la operación. El 5 de septiembre de 1639 salió de La Coruña una flota de unos 100 buques de guerra y de transporte que llevaban a bordo 14.000 grumetes y marineros y 8.500 soldados de Infantería para el Ejército de Flandes. Era algo menor que la Invencible de 1588, pero con sus 2.000 cañones tenía más poder de fuego. El almirante Antonio de Oquendo había recibido la orden expresa de no rehuir los enfrentamiento eventuales y de aprovechar la mayor fuerza para hundir la máxima cantidad posible de barcos enemigos, incluso los que se retirasen a aguas inglesas, neutrales. El 10 de septiembre, la Armada llegó al Canal de la Mancha pero se tuvo que enfrentar al fuego de una escuadra neerlandesa que se ampliaba rápidamente al mando de Marteen Tromp. Oquendo supo abrirse paso hasta las cercanía de Dover, en la costa inglesa, pero no consiguió romper las líneas enemigas y el 20 se septiembre buscó refugio en las aguas de Duins, protegidas por bancos de arena. Con la ayuda de Carlos I de Inglaterra, en poco tiempo esperaba poder reparar las averías para luego abrirse paso con la flota hacia Mardique, situado a 80 kilómetros de distancia. Sin embargo, Carlos I hizo caso omiso de las peticiones de ayuda española, limitándose a pedir dinero y la restitución por parte española del Palatinado Inferior para su sobrino Carlos Luis del Palatinado, a cambio de la misma.


El 21 de octubre, Oquendo intentó dejar su refugio con una flota muy reducida, ya que muchos barcos más pequeños habían conseguido sortear las barreras. Los escuadrones de la República cargaron sin piedad, probablemente después de haberse concertado con Francia, ignorando por completo la neutralidad inglesa. La flota de Carlos I se limitó a observar. Los bancos de arena y una tormenta al día siguiente remataron la operación. En total se hundieron 32 buques españoles y decenas de embarcaciones más quedaron inutilizadas. Se estima que entre 9.000 y 10.000 tripulantes de la Armada perdieron la vida.


A pesar de la casi destrucción de la flota de Oquendo, se consiguió en parte el objetivo esencial de la operación. De los 8.500 soldados de Infantería destinados al Cardenal-Infante, entre 5.000 y 6.000 consiguieron llegar a Dunkerque (2). Incluso los 3 millones de escudos de plata que la flota tenía a bordo, llegaron a su destino. Además, a lo largo del otoño arribó buena parte de los 1.500 hombres salidos de Cádiz el 18 de mayo. Los refuerzos que fueron llegando en distintos movimientos de España a los Países Bajos a lo largo de 1639, sumaron un total de 7.000 hombres. Eran menos de los 10.000 a 12.000 que Madrid había prometido el año anterior, pero el Cardenal-Infante los aceptaba agradecido ya que éstos le abrían la perspectiva de una campaña más exitosa para el año siguiente.


La campaña de 1639 fue poco feliz para las armas hispanas. El Ejército de Flandes había ocupado posiciones defensivas en ambos frentes, no obstante tuvo que ceder Hesdin a los franceses (3). Por lo demás, los daños fueron limitados. Incluso el Franco Condado se había salvado a pesar de su extrema fragilidad. Desde los Países Bajos era imposible proteger suficientemente esta provincia muy alejada o mandar tropas allí, por lo cual Bruselas había puesto todas sus esperanzas en la ayuda desde Milán o Baviera (4). El duque Carlos IV de Lorena había abandonado precipitadamente la zona en 1639 (5), lo que permitió a Bernardo de Sajonia-Weimar dedicarse impunemente al pillaje de la zona durante seis meses. Luego se produjeron incursiones francesas desde el sureste. El Franco Condado, abandonado a sus propias fuerzas, llegó al borde del abismo debido a los saqueos, aunque finalmente la ocupación por tropas suecas o francesas no se produjo. Las cuatro ciudades principales, Besançon, Dole, Gray y Salins, habían podido mantenerse gracias a la ayuda enviada desde Milán y los cantones suizos, pero no era seguro que estas intervenciones se repitiesen al año siguiente. Parece que la única manera de evitar lo peor era una solución política. Madrid y Bruselas esperaban poder prolongar el antiguo tratado de neutralidad entre el Ducado y el Franco Condado de Borgoña, firmado en 1522 bajo los auspicios de los cantones suizos y prolongado en 1610 por 29 años. Pero hasta que no se hubiera encontrado una salida diplomática, el peligro de una invasión total seguía suspendido cual espada de Damocles sobre el Franco Condado.


Si 1639 se limitó al mantenimiento del statu quo en los Países Bajos, 1640 debía ser de nuevo el año del gran avance. La preferencia de Madrid se orientaba a una potente ofensiva contra Francia. La ofensiva contra las Provincias Unidas no era prioritaria porque “las ympresas contra Holanda (...) no abreviaran la paz tanto como lo que se executare contra Francia”, pero si don Fernando veía la oportunidad, podía eventualmente iniciar el ataque, con preferencia sobre Rijnberk, Wesel, Grave o Maastricht. Felipe IV dejó a su hermano la decisión final sobre los objetivos y la estrategia de 1640, porque la experiencia enseñaba que don Fernando y sus consejeros de Bruselas “estaban al pie del hecho”, disponiendo de la información más reciente, y que la fortuna de la guerra era bien mudable. Lo único que el Rey le encomendaba explícitamente era que el Ejército de Flandes estuviese dispuesto a salir a principios de marzo, que era la ocasión para los ministros españoles y la cúpula militar para “hacer con gran cuidado y promtitud las prevenciones de todos jeneros necessarias para la campaña” y “desmentir con el trabajo yncesante de los ministros lo que se les ymputa a algunos de que por gozar de los festines de Bruselas olbidan a retardan lo que tanto ymporta” (6).


El Cardenal-Infante contestó que el estado de preparación en marzo dependería en gran medida de los asientos españoles y de las asistencia militar por parte del Imperio. Así, don Fernando criticó implícitamente el pago irregular y, con frecuencia, tardío de los asientos. Por su parte, Fernando III había reclamado a Piccolomini y si éste no volvía pronto a los Países Bajos o Felipe IV no levantaba nuevas tropas de remplazo, “sera milagro no perder Vuestra Magestad el año que biene estos estados”. El Cardenal-Infante carecía de dinero, altos oficiales experimentados y hombres: a condición de que el Rey los proveyese, podría pensarse en una posición defensiva. Esta vez, la verdadera preferencia del gobernador general y de sus colaboradores era una ofensiva contra las Provincias Unidas, más concretamente el sitio de Maastricht. La reconquista de esta fortaleza ya llevaba varios años figurando en el programa y más después de que las Provincias Unidas y Francia hubiesen aterrorizado sin piedad el Ducado de Brabante, utilizando Maastricht como cabeza de puente. La presencia de los neerlandeses en Maastricht constituía una amenaza constante para el corazón de los Países Bajos meridionales, “cosa que al pais tiene mui disgustado y ympaciente”, y había que “librarse de una bez de este embarazo”. Si se llegara a dominar Maastricht, sería mucho más fácil sitiar las plazas fuertes renanas de Wesel y Rijnberk. Don Fernando esperaba que su hermano estuviese de acuerdo y a pesar de que Madrid le había autorizado a decidir por sí mismo, quería obtener el placet del Rey para sus proyectos (7).


A pesar de todo, la campaña de 1640 volvería a ser la reedición de la del año anterior. A finales de diciembre de 1639, don Fernando comunicó que, a pesar de los buenos propósitos de hace tres meses, sería imposible estar preparado para la ofensiva en el mes de marzo. Sus temores se habían hecho realidad: el Emperador no quería ceder a Piccolomini y los asientos de España se hacían esperar (8). El dinero llegó con mucho retraso, de modo que los preparativos no pudieron empezar a tiempo. Además, los refuerzos que habían llegado desde España en 1639 ni siquiera eran suficientes para compensar la ausencia de las tropas auxiliares de Piccolomini, por lo cual el ejército del Cardenal-Infante, estimado en 88.282 hombres en enero de 1640 (9), estaría capacitado para defender el territorio, pero poco más (10). Por otra parte, Fernando III no sólo retuvo a Piccolomini, sino que tampoco respetó el acuerdo que había concluido con Felipe IV en 1639, según el cual se comprometía a atacar Breisach y a continuación emprender la invasión de Francia, así como a la constitución de un ejército hispano-imperial de Alsacia para limpiar de enemigos Alsacia, Lorena y defender el Franco Condado (11). A pesar de este comportamiento del Emperador, las subvenciones españolas seguían pagándose según lo acordado.


Carlos I de Inglaterra, estudio desde tres ángulos (1635), obra de Anton van Dyck. Colecciones Reales Británicas.

Con Inglaterra tampoco se podía contar. A raíz del hundimiento de la flota de Oquendo, la confianza de Felipe IV en su homónimo inglés quedó defraudada considerablemente. Aún así, en Madrid preferían ser prudentes y no culpar abiertamente de los ocurrido a Carlos I, ya que éste había sido gravemente humillado por las Provincias Unidas y Francia, aunque Madrid estaba convencida de su culpabilidad (12). Olivares esperaba sacar provecho diplomático de la derrota marítima y convencer a Carlos I de declarar las guerra a la República a causa de la violación de las aguas territoriales inglesas. El 29 de octubre, después de haberse concertado con la Junta de Estado y conforme a la línea fijada por Madrid, el Cardenal-Infante insistió junto con el residente español en Londres que no se podía dejar ver nada de la cólera del Rey por la pasividad inglesa y que no había que ahorrar esfuerzos para causar la ruptura entre Londres y La Haya (13). En Madrid también se intensificó la actividad diplomática. Olivares convino con el embajador de Inglaterra que se mandaría a Londres a un enviado extraordinario para una concertación al más alto nivel. Se trataba del Marqués de Velada que residía en los Países Bajos desde 1636 y era gobernador de Dunkerque. Luciendo sus mejores galas y acompañado de un séquito de nada menos que 120 personas, llegó a Londres a principios de abril de 1640. Unos días más tarde llegó, directamente desde España, otro embajador extraordinario, Virgilio Malvezzi.


Irónicamente, Carlos I estaba convencido a su vez de que Felipe IV necesitaba la ayuda inglesa, por ello exigió a los encargados de negocios españoles nada menos que 1.200.000 escudos. Velada, Malvezzi y don Alonso de Cárdenas no tenían poder para aceptar esta condición y las negociaciones se bloquearon. Más adelante, el estallido de la revuelta catalana forzó a Olivares a flexibilizar sus postura. Se mostraba dispuesto a aceptar un acuerdo menos amplio con Londres: un préstamo de 200.000 a 500.000 escudos a cambio de ayuda marítima inglesa para proteger los puertos flamencos y 6.000 reclutas irlandeses, sin empezar de hecho las hostilidades entre Inglaterra y la República (14), pero esta apertura llegó tarde. Cuando en otoño se supo que Carlos I maniobraba para llevar a cabo una boda anglo-holandesa entre el príncipe Guillermo y la princesa María y la noticia se confirmó en 1641, las conversaciones hispano-inglesas se dieron por muertas.


En octubre de 1639, el Cardenal-Infante había abogado por un ataque a Maatricht. Felipe IV prefería una operación contra Francia y, teniendo en cuenta los acuerdos con Fernando III, persistía en ello. Pero en 1640 no se realizaría ni una cosa ni la otra. Los asientos no fueron pagados a tiempo, la ayuda imperial para el Ejército de Flandes no llegó, el Imperio no emprendió ninguna acción ni contra Breisach ni contra Francia, no hubo ejército común hispano-imperial, no se produjo la ruptura entre Inglaterra y las Provincias Unidas. A don Fernando no le quedaba más remedio que mantenerse firme y esperar ansioso las iniciativas del enemigo. El Príncipe de Orange dio el disparo de salida haciendo desembarcar a su ejército cerca de Philippine a mediados de mayo. Se proponía asediar Brujas y para ello quería atravesar el canal Gante-Brujas en un movimiento envolvente. No pudo conseguirlo. El ejército neerlandés quedó inactivo en el norte de Flandes durante unas semanas, hasta que Federico Enrique decidió a finales de junio volver a intentar tomar Hulst. La defensa alrededor de la pequeña ciudad en los pólderes resistió y, al igual que en 1639, Federico Enrique retiró su ejército poniendo rumbo al este, hacia Bergn-op-Zoom y Bolduque, esperando esta vez poder hacerse con Geldern. A mediados de septiembre, se dio cuenta que las tentativas eran vanas y de no haber sido por las presiones francesas, habría puesto fin a la campaña prematuramente. Un mes después, desistió definitivamente. Así el ataque de las Provincias Unidas se saldó sin pérdidas para el Rey Católico, sin embargo, Francia le hizo la vida más dura al Cardenal-Infante. Luis XIII aprovechó la presión neerlandesa en el norte para cercar Arrás, y a pesar de los enconados tentativos para romper el sitio por parte del ejército de don Fernando, que lo dirigía en persona, la capital del Artois tuvo que capitular el 9 de agosto. Tanto directamente como a través de la representación española en Viena se suplicó a Fernando III que viniera en ayuda de la ciudad (15), pero debido a la cercanía de la Dieta Imperial de Ratisbona, éste prefirió no comprometerse (16). Sin asistencia por parte del Emperador, el Cardenal-Infante dio la ciudad por perdida sin remedio; se abandonó el proyecto de reconquistarla.



(MAÑANA ME VOY A TURÍN Y NO VOLVERÉ HASTA EL DOMINGO, POR LO QUE NO PODRÉ RESPONDER A VUESTROS COMENTARIOS NI PASAR POR VUESTROS BLOGS HASTA EL LUNES)



Fuentes principales:


* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.


* Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Universidad de Córdoba, 2006.




Notas:


(1) Para saber más sobre la estrategia española en el Mar del Norte y la gran armada de Antonio de oquendo sigue siendo imprescindible el ya cláscio libro de don José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano: “España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639).


(2) Don Fernando a Felipe IV, 2 de noviembre de 1639 (SEG 224, f.26).


(3) Don Fernando a Felipe IV, 22 de junio y 13 de julio de 1639 (SEG 222, f. 221-223 y f. 301-306).


(4) Don Fernando al Marqués de Leganés, 2 de abril de 1639 (CCE VI, nº 1132).


(5) Don Fernando a Felipe IV, 11 de mayo de 1639 (SEG 222, f. 18).


(6) Felipe IV a don Fernando, 30 de agosto de 1639 (BL Add. 14.007, f. 71-75v).


(7) Don Fernando a Felipe IV, 7 de octubre de 1639 (BL Add. 14.007, f. 75v-79v).


(8) Consulta del Consejo de Estado, 27 de febrero de 1640 (AGS Estado, 2055, s.f.).


(9) Según un informe de don Miguel de Salamanca del 28 de enero de 1640, la Infantería del Ejército de Flandes constaba a finales de 1639 de 17.262 españoles, 3.872 italianos, 1.270 irlandeses, 1.422 ingleses, 1.069 borgoñones, 30.2011 valones, 14.929 alemanes altos y 6.900 alemanes bajos. La Caballería, por su parte, estaba formada por 11.347 caballeros, sin especificar la personalidad. En total se trataba de 88.282 hombres (AGS Estado, 2247, s.f.).


(10) Roose a Felipe IV, 1 de mayo de 1640 (SEG 225, f. 299-300).


(11) Felipe IV a don Francisco de Melo, 21 de diciembre de 1639 (SEG 224, f. 260-263).


(12) Alonso de Cárdenas, embajador en Inglaterra, a Felipe IV, 29 de octubre de 1639 (CCE VI, nº 1142).


(13) Cárdenas a don Fernando, 4 de noviembre de 1639 (CCE VI).


(14) Felipe IV a Malvezzi, 25 de junio de 1640 (CCE VI, nº 1182).


(15) Don Fernando a Fernando III, 22 de agosto de 1640 (SEG 652, f. 257-258).


(16) Marqués de la Fuente a don Fernando, 26 de agosto y 17 de octubre de 1640 (CCE VI, nº 1196 y 1206).

14 comentarios:

  1. Pues disfruta de ese viaje a tierras italianas, tu que puedes.
    En cuanto a tu artículo, es asombroso la tripulación de la Armada, y eso que apenas llevaba "personal", aunque si potencia de fuego, que supongo que compensaría con menos gente en el ala de batalla.
    Saludos Alberto¡¡

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  2. Los soldados caían como moscas en estas campañas. La lucha por la hegemonía europea imponía en todas partes, no sólo en España, el sacrificio de ingentes cantidades en vidas y en dinero.
    Espero que disfrutes de tu estancia en Turín. Un saludo de mi parte a una de las cúpulas barrocas más bonitas que existen, la de San Lorenzo de Turín, del amigo Guarino Guarini (Este nombre le hace mucha a mis alumnos)
    Un saludo.

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  3. Tenía hambre y me comí una palabra.
    Hablando de Guarini, decía que "este nombre le hace mucha gracia a mis alumnos."

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  4. Tiene unos rasgos épicos lo de la armada de Oquendo.

    Saludos.

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  5. Igual que el año anterior y que el anterior. Viena sin ayudar, pero cobrando subvenciones. Casi un problema mayor que las Provincias Unidas. Un saludo.

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  6. Los ingleses también a por el dinero. ¡Qué sangría para aquella monarquía!

    Disfruta en Italia, Alberto.

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  7. Te hice un comentario, pero blogger ha vuelto a hacer de las suyas, porque se publicó y hoy, después del día tan horrible de ayer (pesadilla para los blogueros)ha desapecido. No lo voy a repetir, sólo desearte que pases buen fin de semana y que saludes de mi parte a la cúpula de San Lorenzo del amigo Guarino Guarini, un arquitecto que hace mucha gracia a mis alumnos.
    Un saludo.

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  8. Creo que mi anterior comentario ha desaparecido..
    Pues nada, magnifica entrada.
    saludos!

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  9. CAROLVS
    Preciso de tener una comunicación privada contigo y te ruego me remitas un email a
    ualtuna@gmail.com
    para que conozca tu dirección y poder hacerte la pregunta.
    Gracias

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  10. Desdelaterraza: así es, Viena se convirtió en un problema por su falta de seriedad y sus malos modos.

    Un saludo.

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  11. Jordi: una auténtica sangría y todo para que en 1655 la Inglaterra republicana de Cromwell nos declarase la guerra y decantase la IGUALADA balanza a favor de Francia.

    Un abrazo.

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  12. Cayetano: pude llegar a leer tu comentario, menudo lío que nos hizo blogger el jueves pasado...Guarino Guarini y Filippo Juvarra son los reyes de la arquitectura del Turín de los Saboya.

    Un saludo.

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  13. Lorenzo: seguramente, el jueves blogger se volvió loco. Gracias por tus palabras.

    Un saludo.

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