miércoles, 10 de febrero de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XI)


Grabado en el que se representa a don Juan José de Austria. Biblioteca Nacional de España.

Una de las claves del protagonismo que adquirió don Juan José como personaje opositor a la regencia, se encuentra en las disposiciones testamentarias que dejó Felipe IV para su hijo bastardo. Don Juan fue como algunos fieles ministros del Rey (Medina de las Torres), apartado del nuevo gobierno de Regencia, situación que le colocó en una posición de lucha por ganarse el dificilísimo favor de la nueva regente doña Mariana de Austria que desde el principio había dado muestras de querer seguir alejando a don Juan de la corte, pues además del miedo que le despertaba, no confiaba en él, como tampoco en muchos otros nobles. Felipe IV excluyó a don Juan de las instituciones más importantes de la Monarquía: el Consejo de Estado y la Junta que iba a formarse tras su muerte. Tampoco reconoció con honores su labor realizada al frente de Sicilia, Cataluña o en el campo de batalla portugués; únicamente espetó a la regente a que le siguiera encomendado misiones y a que le tratara como hijo natural y reconocido. Las razones de esta postergación, como acertadamente ha apuntado Graf von Kalnein (1), no hay que encontrarlas sólo en el enfado de Felipe IV con don Juan en sus últimos meses de vida. Más bien, aquel distanciamiento de la vida gubernamental del que fue víctima don Juan, se debió a una estrategia política del monarca para proteger la estabilidad de la minoría de edad. Don Juan era un peligro potencial para el desarrollo normal de un gobierno de minoridad pues presentaba dos poderosos inconvenientes que podían llegar a amenazar la tranquilidad de la regencia: era muy ambicioso y por sus venas corría sangre real.

El primer problema, el ansia por conseguir un puesto relevante en la Monarquía apuntaba directamente a la cuestión del valimiento. Precisamente una de las explicaciones que existen para la creación de la junta asesora de regencia fue la de evitar que un solo personaje pudiera acaparar las funciones de gobierno así como las redes clientelares formadas alrededor del monarca. También la ausencia de Medina de las Torres en el reparto de cargos del sistema de regencia se puede entender desde la perspectiva de la eliminación del valimiento, pues el Duque influyó de manera evidente en el monarca en los últimos años de reinado y seguramente, en vistas de la minorita real el Rey prefirió apartar de la esfera de la Junta a un personaje políticamente reconocido y que podía llegar a ser valido. Don Juan poseía ciertas dotes de mando y aunque no era experto en las artes de la persuasión o de la sutileza, bien podía suponer una amenaza para una minoría de edad en la que sólo cabía esperar el crecimiento del rey-niño. Don Juan, en la corte, podía hacer sombra al pequeño heredero legítimo y además, su presencia allí, nunca iba a ser aceptada por una reina cuya moral y costumbres se lo prohibían. Con su carisma y su don de gentes, ya demostrado en toda su carrera política, el bastardo podía erigirse en una especie de valido si sabía ganarse el apoyo de la gran nobleza, Felipe IV no vio posible aquella situación y decidió que su última voluntad fuese la postergación de su hijo natural.

La segunda barrera que inclinó a Felipe IV a tal decisión de “destierro” fue la condición de don Juan como príncipe de sangre real. El vínculo familiar con la Casa de Austria era algo intrínseco a su persona, en el mismo grado que lo era su condición “plebeya”. La paternidad de Felipe IV le imprimía de un carácter regio que no pasó desapercibida a sus seguidores; sin embargo, además de dotarle de aquella aureola de realeza, el ser hijo de rey también llevaba implícitos ciertos derechos reconocidos o no reconocidos, pero aceptados en la tradición política de la Monarquía. En tiempos de minoridad real estaban llamados al tutelaje del rey menor no sólo la reina madre o ciertos nobles elegidos por el monarca difunto, sino que existía otra figura importante: un pariente varón del rey, un príncipe de sangre real que con su ejemplo dirigiera los primeros pasos del heredero legítimo. Si Felipe IV no hubiera excluido a don Juan José del gobierno de regencia, éste se podría haber convertido, sustituyendo a doña Mariana, en el tutor de Carlos II en función de aquella cláusula que llamaba a los familiares varones al tutelaje y que en la edad media había funcionado como medio de solventar la crisis de las minorías reales.

Carisma regio, prerrogativas políticas…e hipotéticos derechos sucesorios a la Corona… don Juan, en el código de las Siete Partidas, como se ha atrevido a afirmar Sevilla González, tenía posibilidades legales para acceder al trono de la Monarquía en ausencia de los herederos legítimos. Pudiera parecer disparatada esta aserción pero lo cierto es que el fantasma de la sucesión en don Juan José persiguió en más de una ocasión a monarcas como Luis XIV o Leopoldo I. Y es que según el derecho castellano los hijos ilegítimos pero “legitimados” podían acceder a la sucesión en caso de la ausencia de hijos legítimos por lo que la plausible muerte de Carlos II y la renuncia a la Corona de las otras dos herederas legítimas (María Teresa y Margarita) posicionaría a don Juan José en el heredero universal de la Monarquía; al menos así podía suceder atendiendo al código de las Partidas que versaba así para este tipo de herederos: “el más propinco pariente que oviesse, leyendo ome para ello” (2). Sin embargo, en su testamento, Felipe IV se preocupó precisamente por esta peliaguda cuestión y excluyendo totalmente a don Juan José de la sucesión en las cláusulas 57 y 81, pasando aquellos derechos a los descendientes de la princesa Margarita y a otras ramas colaterales. Aún y todo y a pesar de que el testamento incapacitó jurídicamente a don Juan para ostentar la Corona, muchos creyeron ver en don Juan dotes merecedoras de una coronación mientras que otros sospecharon que su máximo anhelo era sustituir a su medio hermano en el trono.

Con la publicación del testamento y sus resoluciones, don Juan José pasó a engrosar la lista de descontentos con el estrenado sistema de regencia, listado que aumentó considerablemente con el hasta cierto punto inesperado ascenso de Nithard y la ineficacia burocrática e institucional de la Junta de Gobierno. La relegación de don Juan a la lista de nobles marginados del gobierno, así como la regalía regia practicada por doña Mariana de Austria y que no gustó a los descontentos, constituyeron el inicio del fenómeno “juanista”. Medina de las Torrres, el Duque de Montalto, el Duque de Alba, el Cardenal de Aragón… por distintos motivos y con intereses diversos se aglutinaron en determinados momentos alrededor de don Juan, personaje carismático, capaz de catalizar aquella disconformidad dotándola de un sentido político. Aquellos que por definición se consideraron contrarios al gobierno de la regencia y sobre todo, al valimiento del jesuita Nithard, se posicionaron de manera natural en el bando “juanista”, pues si Nithard se erigió en “cabeza de turco” por el contrario don Juan pasó a ser el “Mesías salvador”, arrastrando a dominicos (3) y pueblo a su singular, heterogéneo y versátil “partido”, compuesto por nobles, eclesiásticos y populacho de lealtad variable, coyuntural y veleidosa.

Por lo que se refiere a la Junta de Gobierno en sí, ésta parece que estaba destinada a tropezar con la frontal oposición de importantes sectores de la oligarquía aristocrática, de no surgir, como así ocurrió casi inmediatamente con la figura del padre confesor de la Reina regente, Juan Everardo Nithard, un nuevo favorito que se convirtiese en blanco de los descontentos de todos quello resentidos.

Cuando se abrió el testamento de Felipe IV, uno de los miembros de la Junta, el cardenal Baltasar Moscoso y Sandoval ya había fallecido, muerto sólo unas horas antes que Felipe IV. La Reina hubo de buscar soluciones y con la intención de dejar vacante el puesto de Inquisidor General, obligó a don Pascual de Aragón a ocupar el Arzobispado de Toledo. De este modo el puesto de Inquisidor General quedó libre para ser copado por su confesor, el padre jesuita austriaco Nithard.

Una vez conseguida la destitución de don Pascual de Aragón, el segundo paso fue naturalizar castellano al jesuita pues un extranjero no podía alcanzar el puesto de Inquisidor General, lo que consiguió después de complicadas negociaciones con las diferentes ciudades con voto en Cortes. Concluidas estas negociaciones que enfrentaron a la Reina regente con poderes religiosos y municipales, faltaba un único paso para sellar la empresa iniciada: Nithard, como padre jesuita y, por tanto, debido a las reglas de su compañía no podía aceptar cargo alguno sin el consentimiento del Sumo Pontífice: sólo la autoridad papal podía salvar esta última traba. La reina no dudó entonces en dirigirse al papa Alejandro VII, quien eximió a Nithard de su voto jesuítico, que le impedía ejercer cargos políticos, en la bula promulgada el 15 de octubre de 1666. Con este último acto el padre jesuita obtuvo el cargo de Inquisidor General que instantáneamente lo convirtió en miembro de la Junta de Regencia. De este modo se daba inicio a un nuevo valimiento, con todas las precauciones que este término implica. Por otra parte, la influencia del austriaco venía a suponer en cierto modo la reducción del papel y de las competencias de la Junta de Gobierno

No obstante todo, y a pesar de la aparición de un nuevo valido, que dirigiese los destinos de la Monarquía, pudiera parecer que aquella institución llegaba a su fin, sin embargo, la Junta de Gobierno siguió funcionando muchos años más siendo renovados sus cargos en diversas ocasiones (4).


Grabado en el que se representa a la reina regente doña Mariana de Austria. Biblioteca Nacional de España.
Mientras tanto, don Juan había perseguido obtener paulatinamente una serie de cargos públicos de relevancia con el ánimo de engrandecer su Casa, por un lado, y, por otro y más importante todavía, su presencia en los engranajes de la Corona. La idea que perseguìa era su inclusión en la Junta de Gobierno, o al menos, su incorporación al Consejo de Estado. En este sentido don Juan escribió un memorial a la reina doña Mariana en la que le hacía conocer su estado de prostración en el que había quedado tras su completa exclusión de todo cargo político:

"[...] que no se dirá contra lo más sagrado de mi intención si viesen que Su Majestad me cerraba la puerta que Su Majestad que Dios haya [Felipe IV] me abrió para concurrir en los bancos de un Consejo, que es la puerta del toque de la confianza, y el aprecio de los más relevantes vasallos, ¿acaso lo he desmerecido después acá con mi proceder, o se ha visto sombra o asomo que pueda oscurecerlo? No señora, ni esto ha sido, ni puede Vuestra Majestad permitir que me haga un disfavor de este tamaño” (5).

Por otra parte, en los inicios de la regencia y tras su alejamiento de la Corona, don Juan nunca pensó en capitanear un partido de oposición al gobierno de regencia, muy al contrario, su descontento lo inclinó a entrar en el juego cortesano, la vía más segura para obtener mercedes y cumplir ambiciones: su primer movimiento fue el acercamiento amistoso y cortés al padre Nithard, nueva cabeza coronada por la regente, y casi único personaje que le podía facilitar el acceso a la persona real, fuente de prebendas y honores. El 10 de octubre de 1665 don Juan se entrevistó con el padre Nithard para hacerle saber sus intenciones: don Juan quería contraer matrimonio con la hermana del Duque de Enghien (6), el posible sucesor de la corona polaca, con el fin de, en un futuro, poder sentarse él mismo en el trono de Polonia. Nithard le recomendó que se pusiera en contacto con el Barón de Lisola, embajador extraordinario del Imperio en Madrid el cual podía hacer valer su pretensión.

No se sabe si por influencias de Lisola o por propia iniciativa, don Juan dejó de lado el proyecto polaco. La decadencia y la falta de rentas de aquella monarquía debieron tener su peso en esta decisión que don Juan cambió rápidamente por otra: el matrimonio con la archiduquesa Claudia Felicitas (7), enlace con el cual pensaba podía acceder al gobierno del Tirol. Estas negociaciones que Lisola apoyó sin el consentimiento previo del emperador Leopoldo I y sin haberlas comunicado al embajador ordinario Eusebio Pötting, estaban respaldadas por la regente que quiso ver en aquel enlace el destierro perpetuo de don Juan. Es posible que el permiso que don Juan obtuvo de la Reina para presentarse en el Alcázar el 20 de noviembre ante ella y el Rey, significara la aprobación de la regente a las pretensiones del bastardo.

El emperador Leopoldo nunca vio plausible esta pretensión de don Juan por el feudo del Tirol, según él, no tenía potestad para ceder aquel territorio a un hijo bastardo y tampoco le sería permitido a don Juan por su sangre plebeya, contraer matrimonio con una archiduquesa; sin embargo y a pesar de estos insalvables inconvenientes, Leopoldo quiso atraerse a don Juan al partido imperial, por ello no desaprovechó la oportunidad de ganarlo para su causa cuando el hijo bastardo de Felipe IV inició una aproximación al Conde de Pötting con el fin de conseguir el apoyo imperial en su matrimonio con la archiduquesa. El 10 de mayo de 1666, el secretario de don Juan, Patiño fue a visitar a Pötting para concertar una entrevista con su amo. Dos días después el embajador imperial comunicó a la Reina las pretensiones de don Juan, doña Mariana, lejos de prohibirle entrar en tales negociaciones, le dio permiso y licencia para concertar la entrevista2. Mariana de Austria deseaba la lejanía de don Juan José, la presencia del hijo natural de Felipe IV en la corte podía perturbar la tranquilidad de una regencia que ya había nacido de la inestabilidad y la incertidumbre. Así el 2 de junio de 1666 don Juan y Pötting se entrevistaron de incógnito. Poco se sabes de los pormenores de aquella visita sin embargo es muy probable que trataran el asunto del matrimonio con la archiduquesa Claudia Felicitas, don Juan estaba muy interesado en ese casamiento que el Conde de Pötting sabía ya de antemano que era irrealizable por la imposibilidad que tenía el embajador para ceder el Tirol a don Juan en calidad de feudo por el hipotético matrimonio. Pötting hizo vanas promesas a don Juan con el fin de acercarlo al partido imperial: había recibido órdenes de Leopoldo para tratarlo con cautela “dando y al mismo tiempo negando”. Ante esta situación de promesas incumplidas el bastardo tomó otras direcciones: agotada la vía exterior, don Juan inició su camino hacia el gobierno. A partir de entonces la tensión en la regencia estaría asegurada. Su principal objetivo fue entrar a formar parte del Consejo de Estado, con el que ya se había relacionado en otras ocasiones. Sería en junio de 1667 cuando don Juan José obtendría el derecho a asistir a las sesiones del Consejo como un miembro más, aunque nunca plenamente reconocido por la Reina.


Fuentes principales:

* Castillo Soto, Josefina. Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV) : su labor política y militar. Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1991.

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Vermeulen, Anna: “A quantos leyeren esta carta… estudio historico-critico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668”. Leuven University Press, 2003.



(1) Kalnein, Graf von: “Juan José de Austria en la España de Carlos II: historia de una regencia”. Editorial Milenio, 2001.

(2) Partida II, XV, 2. Citado por Sevilla González, María del Carmen: “La Junta de gobierno de la minoridad del rey Carlos II”. En: “Los validos”. Ed. Dykinson. Madrid, 2005.

(3) Los dominicos mantenían un enconado enfrentamiento con la Compañía de Jesús, a la que pertenecía Nithard, sobre el tema de la Inmaculada Concepción de la Virgen, pero también por la primacia en el confusionario real.

(4) En próximas entradas trataré en profundidad sobre dicha junta.

(5) A.H.N., Estado, Libro 873.

(6) Enrique Julio de Borbón-Condè (1643 - 1709), Príncipe de la Cangre, además Príncipe de Condè, Par de Francia como Enrique III. Nació siendo el primer varón de Luis de Borbón-Condé, “el Gran Condè” y de Clara Clemencia de Maillé Brezé. Usó hasta la muerte de su padre el título de Duque de Enghien y desde 1686 el de Príncipe de Condé, siendo conocido por el título de “Monsieur le prince”. Fue educado en la carrera militar. En 1668 fue nombrado brigadier de caballería, marical de campo en 1672 y teniente general en 1673. Después de la muerte de su padre se instaló en el castillo de Chantilly.

(7) Se trataba de la hija del archiduque Fernando Carlos de Austria, conde del Tirol y de su esposa, Ana de Médici, hija del gran duque Cosme II de Toscana.. El 15 de octubre de 1673 se casó en Graz con el emperador Leopoldo I de Habsburgo.

5 comentarios:

  1. Me ha encantado su estudio de las razones de Felipe IV para alejar a su bastardo de la regencia. Está profundamente meditado, bien hilado y esplendidamente explicado.
    En cuanto a la reina, logico que quisiera verlo mas alejado aun. Escalofrios debian de darle con solo pensar en tenerlo en las sesiones del consejo. Pero no era Juan Jose hombre que arrojara la toalla facilmente.

    Muy buena entrada, monsieur Carolus. Se supera usted dia a dia.

    Buenas noches

    Bisous

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  2. Gracias madame, es siempre un lujo contar con sus comentarios.

    Un saludo.

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  3. En aquella época no se hablaba de "trastorno bipolar" ni de actitudes esquizofrénicas, pero esto de pasar del pecado al arrepentimiento, de la alegría de pecar a la tristeza por haber pecado, de considerar válido al bastardo para algunas faenas guerreras pero no válido para acceder a la herencia responde un poco a una forma contradictoria de entender la vida.
    Muy buena entrada como siempre.
    Un saludo.

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  4. Desde luego que es una situaciòn cuanto menos curiosa, cuan diverso habrìa sido el devenir històrico si al puesto de Mariana de Austria, don Juan Josè hubiese ejercido la Regencia del Reino...Luis XIV por ejemplo, pretendiò que su hijo ilegìtimo, el Duque de Maine ejerciera como Regente del rey-nino Luis XV, aunque al final el Duque de Orleans consiguiò que el parlamento revocase el testamento del difunto rey, alzàandose asì con la regencia...

    Un saludo

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  5. Todo esto me suean de haberlo visto estos días al preparar las entradas sobre el infante don Luis: intención de eliminar a toda costa un miembro de la familia real a la línea de sucesión al trono, teniendo como excusa su relación con los plebeyos, bien por sus orígenes o por casamiento.

    La diferencia estribaba en que don Juan José probó de todas todas su valía en todos los ámbitos, desde los campos de batalla a la popularidad en todos los estamentos.

    Un beso

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