miércoles, 14 de abril de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XXVII...FIN)

Detalle del retrato anónimo de don Juan José de Austria situado en el Aula de la Columna de las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca (h.1680).

En el último de sus años de vida, 1679, cuentan las crónicas que en la tradicionalmente fastuosa procesión del Corpus, don Juan, a diferencia de lo exhibido en el año anterior, portaba en opinión de los que le vieron un semblante agotado, además de sentirse afectado por la soledad del poder, por más que su capacidad de acción continuase siendo grande. En efecto, desde que a finales de 1676 apareciese ante muchos como el cerebro e instigador principal de la caída de Valenzuela y el exilio toledano de la reina madre doña Mariana de Austria, don Juan ostentaba un poder casi infinito. Pero es que además don Juan contaba como elemento básico a su favor con el apático carácter de su hermano el rey Carlos, inhabilitado para mantener todo criterio personal, en cualquier acto que supusiera pasar el filtro de la recia personalidad de su hermano.

Carlos II sentía auténtico pánico cuando se le obligaba a fijar la atención en un asunto concreto y, seguramente por ello, aborrecía lo tedioso de los asuntos de gobierno. Además, la bondad infantilizada de su persona y la irascibilidad caprichosa de su temperamento le empujaban a estar siempre asitido y acompañado. Y eso precisamente fue lo que hizo siempre don Juan desde aquel mismo instante de la mañana del 23 de enero de 1677 cuando el bastardo se presentase en el Palacio del Buen Retiro para sumir el poder, proclamándose allí mismo, y ahora de manera efectiva a diferencia de lo acontecido en 1675, la mayoría de edad del Rey al librarle de las influencias de su madre y de aquella camarilla de gentes que liderase don Fernando de Valenzuela.

En todo caso, y como se venía exponiendo, en la procesión del Corpus de 1679, el envejecimiento de don Juan resultaba evidente. Y si Carlos II portaba elegantes bordados y tafetanes, y orgulloso de la famosa perla Peregrina (1), mostrándose exultante, feliz, como un adulto capaz de asumir sus responsabilidades como Rey; su hermano don Juan carecía ya del brío necesario para lucir su magnífico traje. Quedaban ya lejos los tiempos en los que don Juan se paseaba por media Europa en busca de aquel lugar al que por su origen creía pertenecer (2).

En este momento don Juan aparece y se siente más frágil que nunca, observa la vida con relativo desprendimiento, las miradas entre agresivas y torvas de aquellos que no mucho antes le alababan hasta el infinito, y percibe de primera mano la fragilidad de la ambición que antaño parecía indestructible.

Cuentan las crónicas que el verano del año que vio morir a don Juan fue fresco. En ese sentido nos relata Maura en su obra sobre el reinado de Carlos II, como el hijo bastardo de Felipe IV, en ese intento de acompañar al joven Rey hasta casi en los momentos más íntimos de su vida, ante el temor de que su frágil carácter se viese expuesto a cualquier perturbación por parte de terceros, y con ello perder su afecto, continuaba a su lado a pesar de no hallarse en buen estado de salud.

Ese notable afán por acompañar al joven Carlos II, en ese intento por controlar su voluntad, le acarrearía a don Juan no pocas críticas por parte de sus adversarios políticos. Así rezan numerosos pasquines que circulaban por aquel Madrid que le vio desarrollar sus tareas de gobierno:

colocado Don Juan en el alto ministerio, no pudo corresponder a los buenos deseos, ni a las esperanzas de la Nación. Se le censuró que se ocupara más de procurarse las distinciones de su empleo, que en buscar la felicidad de los pueblos ya que las desgracias que padecía la Monarquía en su tiempo eran todavía mayores que las que habían padecido en los años antecedentes” (3).

Pero su salud seguía empeorando. En este sentido, el jueves 24 de agosto de 1679 sintió don Juan a su regreso de sus habituales paseos campestres, una ligera destemplanza acompañada de un dolor de cabeza, retirándose a su habitación para descansar. Ya al día siguiente no pudo levantarse, debido a continuar con su recuperación.

Cuenta un texto de la época, que ya el 27, a las dos de la tarde, le repitió un crecimiento manifiesto con leve frío en los extremos y algún quebranto en todo el cuerpo, que terminó después de ocho horas de calentura con un sudorcillo universal, quedando libre todo el día siguiente, en el cual se le sangró, precediendo la seguridad del vientre. Ya nunca más volvería don Juan a recuperar la salud por completo, continuando en ese trance cuando el 31 de agosto se celebrase la ceremonia de juramento de las paces entre las Coronas de España y Francia.

Poco tiempo después, el 7 de septiembre, y a la vista de que su enfermedad continuaba agravándose por momentos, don Juan decidió realizar testamento (4), en donde dictaba sus últimas voluntades. Cuenta Maura que se hallaba atormentado por los cirujanos con purgas, sangrías, sajas, sedales y “cuentas puertas fueron posibles para dar éxito a tanta y tan maligna materia”. La cosa se agravó cuando el lunes 11 del mismo mes hizo mella en su espalda y tórax una erisipela, que vino a durarle dos días. A partir del día 13 no cesaría su situación de delirio, repitiéndose constantemente ataques compulsivos.

El sábado 16 de septiembre de 1679 don Juan se encontraba agonizando en su lecho, muriendo al día siguiente, exactamente 14 años después de que lo hiciese su padre, el Rey Felipe IV. Tenía don Juan la edad de cincuenta años.

A tenor de los resultados de la autopsia del cuerpo de don Juan, algunos de sus partidarios vinieron a atribuir su fallecimiento al veneno, como si aquel intento que años antes protagonizara el Conde de Aranda o el Marqués de Aytona ahora se hubise manifestado nuevamente. En este sentido los forenses, tras analizar su cadáver proporcionan datos relevantes:

halláronse en la vejiga de la hiel dos piedras blancas, redondas y leves como piedra pómez: la una del tamaño de una nuez de especia, la otra del de una avellana; ésta tapaba el ducto o vena por donde se expurga la cólera en su estado natural, y se halló muy enviscado t teñido el hígado de este humor y difundido por la masa de la sangre. Ha causado admiración el no haber en el hábito del cuerpo ni en la orina (que siempre estuvo natural) señal de ictericia, y no menos el haber hallado gangrenado por lo interno del tórax, en correspondencia de la irisipela, sin haber precedido dolor ni dificultad de respiración. En las venas de la cabeza se halló la sangre concreta, mucha hubo extravsada en los ventrículos y demás espacios”.

Mientras tanto, Carlos II, como si la cosa no fuse con él, seguía su actividad ociosa, incluso se dice que no se acercó a su lecho a lo largo de toda su enfermedad o, tras ésta, a su ataúd. Don Juan murió solo y olvidado por muchos que en otras épocas aprovecharon su poder. El Rey había alegado temores de contagio.

Un día después de la muerte de don Juan, al mismo tiempo que su cadáver era embalsamado conforme a los mandatos del propio Carlos II, un correo portaba un billete del Rey para su madre doña Mariana de Austria:

Madre y señora mía: ayer no pude escrbirte por la muerte de don Juan, que se le llevó Dios a las dos, y ahora te despacho con este aviso, y después de él responderé a tus cartas. Tu hijo que más te quiere, Carlos”.

Se acercaba la hora de que la antaño regente regresara a la Corte desde su destierro dorado en el Alcázar de Toledo. Esa misma noche contestaba a su hijo dándole a entender sus pretensiones: “Hijo mío de mi vida: no he querido dilatar el responder a tu carta, que recibí poco ha, con el correo que me despachastes avisándome de la muerte de don Juan. Dios le haya dado el Cielo, que nada se le podía desear mejor. Me avisarás si haces alguna demostración or su muerte, para que haga yo lo mismo, pues no quisiera errar en nada...

Hijo mío: con el cariño de madre que te tengo, no puedo dejar de decirte que, ya que Dios ha permitido la muerte de don Juan, y tu por ti mismo puedes ya entrar en conocimiento de todo, estoy con grande confianza que has de reconocer lo que por malos consejos e intención me han hecho padecer tan sensiblemente después que me aparté de tu compañía, que estoy con tan segura confianza de que te he de deber mi restauración en todo y por todo, que em pongo en tu voluntad para que dispongas lo que fuere de tu mayor gusto y servicio, que ése será el mío siempre, como has podido reconocer siempre; y obrando por ti, pues tienes tanta capacidad y conocimiento en todo, Dios te asistirá con su claridad para tus aciertos”.

Carlos II esperaría al día siguiente del entierro de don Juan para salir al encuentro de su madre, anunciándolo así el mismo día del entierro del bastardo: “madre y señora de mi vida: he recibido tu carta, de ayer, y no dudando de que te habrá causado todo el gusto que dices la noticia de habernos de ver tan presto, puedo asegurarte que no es menor que el mío. Yo llegaré a esa ciudad, queriendo Dios, mañana a las once, y no tienes que salir de casa, sino aguardarme en ella, y si hubieras de responder me enviarás la respuesta a Aranjuez, donde dormiré esta noche”.

En este sentido, el martes 19 de septiembre sus restos mortales, excepto su corazón que volvería a sus amadas tierras de Aragón para que encontrase su cobijo en la basílica de El Pilar de Zaragoza, serían introducidos en una caja de plomo, y ésta en otra de madera forrada en brocado rojo, metiéndose en la bóveda abierta bajo el coro del convento de las Descalzas Reales de Madrid.

Llevaba su cuerpo el manto capitular de la Orden de San Juan, además de bastón. Esa misma noche partirían sus restos mortales en dirección al monasterio de El Escorial, para depositar su cadáver en el pudridero, siendo acompañado en este si último viaje por sus más fieles partidarios.

Hoy día podemos acercarnos a visitar los restos de este gran militar y político a ese magno monasterio escurialense. En su tumba, situada detrás del mausoleo del primer don Juan de Austria (hijo bastardo del emperador Carlos V), se puede leer “Philippi IV filius notus”.

(FIN)

Con estas 27 entradas finaliza la biografía general de mi gran ídolo histórico, éste gran hombre que marcó la vida político-militar de los reinados de los dos últimos reyes de la Casa de Austria con sus éxitos y fracasos. Su figura, pese a su capital importancia para comprender ese período clave de la historia española, europea y mundial, no ha sido tratada al mismo nivel que los otros grandes políticos que le precedieron en ese siglo XVII (el Duque de Lerma, el Conde-Duque de Olivares, don Luis de Haro,…). Valgan estas entradas para darle a conocer y honrar su figura.



Fuentes principales:

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. “Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : “Orígenes, ascenso y caída de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008



(1) Esta perla llamada la Peregrina fue pescada en el Mar de Sur en 1515, perteneció a un antepasado de los Condes de Puñonrostro, luego a doña Isabel de Bobadilla, de la Casa de Chinchón, y, finalmente, a la emperatriz Isabel, mujer de Carlos V, que la incorporó al patrimonio de la Corona. Pesaba 52 quilates y 3 gramos.

(2) Baste como ejemplo recordar la descripción que de don Juan hiciese una dama de la Corte francesa cuando éste volvía a España tras los desastres de los Países Bajos: “Vino vestido de camino con grueso traje gris, coleto de terciopelo negro y botones de plata, todo ello a usanza francesa. El príncipe nos pareció pequeño de estatura, pero bien formado. Tenía rostro agradable, cabellos negros, ojos azules llenos de fuego; sus manos eran bellas y su fisonomía inteligente”.

(3) B.N., mss., 18.206.

(4) “Testamento que ordenó el serenísimo señor don Juan de Austria, segundo de este nombre” y “Testamento del serenísimo señor don Juan de Austria (segundo de este nombre) y fervoroso acto de amor de Dios, que antes de recibir el divino Sacramento, hizo Su Alteza y el despedimiento amoroso de su hermano don Carlos Segundo, con las demás particularidades que verá el curioso lector”. Ambos en la Biblioteca Nacional de Madrid.


16 comentarios:

  1. Me ha encantado esta entrada. Es el broche de oro perfecto. Desde un punto de vista literario me gusta como va introduciendo usted el tema de su muerte, comenzando por ese cansancio, ese semblante agotado que denota el ocaso del guerrero.
    Mis felicitaciones, monsieur!

    Buenas noches

    Bisous

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  2. Gracias Madame, espero que todas estas entradas sirvan para dar a conocer a este gran hombre tantas veces olvidado por la historiografía hasta hace bien poco.

    Un saludo.

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  3. Una maravilla de fin de biografía. Da gusto leerte, Turinense.

    Debieras de subir, a este blog o a otro nuevo, una nueva biografía tan detallada de algún personaje poco conocido por lo común.

    Del Conde-Duque ya escribió Marañón una estupenda biografía.

    Existe un personaje que está muy oscuro y que debió de ser algo muy diferente a lo contado brevemente por la Historia. Y es la vida de la hija bastarda de Enrique IV de Trastamara, sobrina de Isabel La Católica, que se ocupó muy mucho de esconderla de este Mundo. La llamada hija de la Beltraneja, desterrada a Portugal, y auténtica heredera de la Corona de Castilla.

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  4. Una entrada super completa y detallada como todas a las que nos tienes acostumbrados.

    Muchos Besos

    Gema

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  5. Tellagorri: gracias...en cuanto a la hija de La Beltraneja tendrìa que ser en otro blog, pues mi intenciòn es dedicar por esntero éste al reinado de Carlos II que es tan desconocido para tantos.

    Por otra parte yo soy experto de los dos ùltimos Austrias, Felipe IV y Carlos II, aunque muy a menudo trato tambièn de ese otro gran desconocido que es Felipe III, sin embargo, si me gustarìa que esto sirviese como ejemplo para otras personas que sean màs expertas que yo en otro sreinado para asì darnos a conocer a los escondidos o ocultados por la historia.

    Un saludo.

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  6. Gema: muchas gracias por tu comentario, es siempre un placer verte por aquì.

    Un saludo.

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  7. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  8. Un completo recorrido por una figura no demasiado conocida de nuestra historia. El ascenso, la gloria, la decadencia y la muerte de un hijo bastardo de Felipe IV. Fin de un ciclo.
    Saludos.

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  9. CAROLVS

    Tengo un blog dedicado a la última etapa republicana de Roma, llena de intrigas, influencias dinerarias, etc. que , con la excusa de Cayo Julio Cesar, refleja el mundo de aquella Roma.
    Y no es nada diferente a la actual.

    Por si quieres darle un vistazo, está en =

    http://trebonium.blogdiario.com/

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  10. Cayetano: sì, era el fin de un ciclo, a partir de ahora iniciarìa una progresiva polarizaciòn del podr hasta llegar a la caòtica situaciòn de 1700.

    Un saludo.

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  11. Tellagorri: leeré tu blog con el mismo interés que lo hago ya con el otro.

    Un saludo.

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  12. Triste final el de don Juan, y como bien dices, su figura no ha sido tratada con la misma vehemencia que otros personajes anteriores.

    El comportamiento de Carlos II bastante inexplicable y el de la reina, execrable.

    ¿El testamento de don Juan es localizable en algún lugar que no sea la Biblioteca Nacional?

    Te felicito por este trabajo genial sobre don Juan.

    Un saludo

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  13. Llevas razón en lo que dices Dissortat, el Rey se comportó de una manera absurda con el que, a pesar de todo, era su hermano.

    El testamento es perfectamente localizable en la BN en Madrid, pero si esperas un par de entrads me dispongo a publicarlo en sus partes ppales.

    Un saludo.

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  14. Será genial poder leerlo.

    Esperaré tu regreso con impacincia

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  15. He seguido todo el relato del bastardo, del hermano de Carlos II, personajes superdesconocidos, pues recuerdo que cuando estudiábamos historia de España del siglo XVII, se estudiaba la expulsión de los moriscos, la guerra de los treintas años, el conde-duque, la crisis de 1640 y poco más, se pasaba de puntillas en el reinado de Carlos II, como si no existiese y fueron más de treinta años de reinado. El colofón final de la historia ha estado muy bien, acorde a la historia. ¿y de quién nos hablará ahora uste, majestad?. Mis respetos.

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  16. El poder y las precoupaciones siempre agotan y envejecen... y si no que se lo digan a Carlos V. No me extraña que don Juan estuviese envejecido y enfermo, aunque bien es verdad que los dictámenes médicos de entonces no podían diagnosticar enfermedades de la misma forma que ahora. Bien pudiera ser que le adoleciera algún mal y, si a esto unimos la corta esperanza de vida de la Edad Moderna, podríamos concluir que los 50 años de don Juan a la hora de su muerte eran la media usual. Se podría considerar una persona anciana, sin ser decrépita, claro. Sin embargo se nos hace extraño imaginarnos a don Juan con los rasgos de un anciano, después de conocerle en la plenitud de su gloria.

    Y mientras tanto, volvemos a tener a doña Mariana en el ojo del huracán, al lado de su débil hijo.

    Un saludo

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