viernes, 7 de enero de 2011

LA FAMILIA DEL REY, LOS TÍOS DE CARLOS II: EL INFANTE DON CARLOS (PARTE II)

Detalle del retrato del infante don Carlos por Velázquez.

En agosto de 1627 Felipe IV caía gravemente enfermo. Hubo un momento, aunque breve, en el que se llegó a temer por su vida. Para el Conde-Duque, que afirmaba que “acá hemos visto estos días la mar por el cielo”, la enfermedad del Rey no podía llegar en peor momento. También él había caído enfermo mientras cuidaba al Rey, y le costó no poco trabajo levantarse de su lecho para correr al lado del de su señor. Ahora tenía que enfrentarse a todas las incertidumbres que suponía una enfermedad real, en un momento en el que la clase dirigente de Castilla empezaba a mostrar con mayor solidez su oposición a su privanza.

La inseguridad respecto a la sucesión agravaba aún más el peligro. El único vástago de Felipe IV que había sobrevivido, la infanta María Eugenia, había muerto en julio (1) y, aunque la Reina se hallaba de nuevo encinta, llevaba ya todo un record de embarazos malogrados (2). Si llegaba a dar a luz y el Rey moría, la Monarquía se vería sometida a los azares incalculables de una regencia. Si, por el contrario, el embarazo se malograba o la criatura moría en la infancia, la sucesión recaería en el infante don Carlos. Durante toda la enfermedad del Rey, don Carlos demostraría una discreción extrema, cercana a la autoexclusión, rasgo que caracterizaría toda su breve existencia.

A través de sus espías, el Conde-Duque de Olivares mantenía una estrecha vigilancia de los dos infantes. Se percataba, sin duda, de que don Carlos mantenía una correspondencia secreta con el Almirante de Castilla (3), que se encontraba desterrado en sus posesiones a consecuencia de una descortesía con el Rey durante la visita real a Barcelona de 1626. Olivares se encontraba además muy alarmado por creciente influencia que sobre el Cardenal-Infante ejercía el sobrino del Duque de Lerma, don Melchor de Moscoso, hasta el punto de organizar convenientemente su salida de la Corte consiguiéndole el Obispado de Segovia (4).

Fueron muchos los ires y venires de aristócratas malquistados con Olivares a los aposentos de los infantes durante la enfermedad del Rey. El viejo Duque de Lerma había fallecido en 1625, pocos meses después de su hijo, el Duque de Uceda, sin embargo, a pesar de la pérdida de sus dirigentes, los miembros, deudos y amigos de la familia Sandoval, como el cuñado de Lerma, el desterrado Almirante de Castilla, seguían constituyendo una poderosa facción en la Corte. Es por ello que Olivares tomó la medida, sin precedentes, de impedir el acceso de los grandes al aposento real, hecho que creó gran indignación.

Felipe IV por Velázquez. Meadows Museum de Boston.

La gravedad de la enfermedad del Rey condujo a la necesidad de disponer de un testamento real para el caso de que muriera. El documento fue redactado por el doctor Álvaro de Villegas, administrador de la Archidiócesis de Toledo, y el protonotario Jerónimo de Villanueva, al parecer basándose en ciertas notas que había esbozado el Marqués de Montesclaros, partidario de Olivares (5). El documento era bastante extraño. Según el mismo, la Reina había de actuar como regente del príncipe que había de nacer. Además, en caso de que fuera una niña, había de casarse, a su debido tiempo, con su tío, el infante don Carlos, simple recurso para tenerlo “muy agradecido y respetuoso”. Los dos infantes habían de aconsejar a la Reina madre, y el Conde-Duque había de continuar al frente del gobierno. En materias de estado, los tres votos reales (de la Reina y los dos infantes) debían ir acompañados del de un consejero de estado o del del presidente del consejo pertinente, así como del del Conde-Duque, al cual se le encargaba además la educación del futuro monarca (6).

Con todo, el Conde-Duque no tuvo necesidad de poner en práctica ninguno de los planes de emergencia que había trazado. El 4 de septiembre, el estado de salud de Felipe IV empezó a mejorar, y para el día 10 ya estaba en condiciones de levantarse de la cama.

El 10 de octubre de 1627, Olivares escribiría un memorial para el Rey. Era necesario aclarar inmediatamente una oscuridad extrema. Había llegado a sus oídos que durante la enfermedad de Su Majestad, el pueblo había estado hablando por las calles, en el confesionario y por los rincones de Palacio con un desenfreno nunca visto acerca del propio Rey, mientras que alababan a sus hermanos. Pero lo más grave del caso era que dentro del Alcázar había habido muchas habladurías peligrosas. El Conde-Duque tenía buenas razones para creer que “M” (utilizando una clave secreta que sólo conocían el Rey y él) había intentado crear una unión indisoluble de los dos infantes, utilizando a “A” y a instancias de “S”. Entre los tres conspiradores se las habían arreglado para ganarse a don Carlos, tal y como temía el Consejo de Castilla que sucediera cuando recomendó que se alejara discretamente a “M” de la compañía de los infantes, el cual, probablemente, no era otro que el Marques de Castel-Rodrigo.

Ante todo había que tomar una decisión respecto al futuro del infante don Carlos, pero si el Rey tomaba alguna medida, debía hacerse ver que lo hacia por propia iniciativa, sin hacer referencia alguna al Conde-Duque. Sin embargo, el infante don Carlos siguió viviendo en Palacio, debido a la dificultad de encontrar un ministro de confianza que lo acompañase a Portugal, pero se tomaron cuidadosas y complejas medidas para mantenerlo al margen de influencias indeseables.

Con todo, el infante don Carlos continuó siendo el primero en la línea de sucesión al trono hasta el 17 de octubre de 1629. Ese día nacía el príncipe Baltasar Carlos, el tan deseado heredero varón. El pequeño príncipe fue bautizado el 4 de noviembre siguiente, siendo sus padrinos la infanta doña María, reina de Hungría, y propio el infante don Carlos. Este hecho ayudó a calmar todas las inquietudes que la figura del infante había creado durante los últimos año a consecuencia de la falta de un heredero directo por parte de Felipe IV y de las intrigas políticas en contra del Conde-Duque de Olivares. El nacimiento de Baltasar Carlos volvió además a plantear el qué hacer con los infantes, y los destinos propuestos volvieron a ser los mismos: don Carlos debía ser virrey de Portugal, y don Fernando debía partir para los Países Bajos como gobernador general.

El 12 de abril de 1632, Felipe IV salió, en compañía de sus dos hermanos y del Conde-Duque de Olivares, rumbo a Barcelona para inaugurar una nueva sesión de las Cortes catalanas, destino al que llegarían el 3 de mayo siguiente. El 31 de mayo, el Rey, el infante don Carlos y el Conde-Duque volvieron de la capital catalana, dejando al Cardenal-Infante como nuevo virrey del Principado, con la tarea de conducir y llevar a buen puerto las Cortes. Don Fernando debía quedar en Barcelona hasta que todo estuviese listo para su ida a los Países Bajos.

Al poco de la vuelta de Barcelona, don Carlos cayó enfermo muriendo el 30 de julio de ese mismo año de 1632 a la edad de 24 años.

En todas las sátiras de aquel tiempo se dirige una grave acusación contra el Conde-Duque de Olivares: la de haber apresurado la muerte del infante don Carlos por medio de una sangría hecha contra lo que aconsejaba la conveniencia o con una lanceta envenenada:

Carlos, tu hermano, murió,
Y con él nuestra esperanza;
Que una lanceta fue lanza
De Longinos, que le hirió (7).

En otra sátira se dice, aludiendo al temor que tuvo el Conde-Duque de que don Carlos pudiera reinar en caso de morir su hermano:

Aunque príncipe modesto,
Y en el hablar tan sucinto,
A Carlos le hicieron quinto
Porque no llegase a sexto (8).

El gran Lope de Vega escribió una “Égloga panegírica al epigrama del señor infante don Carlos”. Calderón de la Barca compuso a la muerte del infante don Carlos una larga elegía que empieza:

¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!

José de Pellicer y Tovar escribió igualmente una “Glosa al epigrama del señor infante don Carlos”. El doctor Juan Pérez de Montalvan, en su “Para todos”, puso también este soneto con el epígrafe de “Apolo a la crueldad de Anarda, segunda Dafne”, y con este elogio: “El asunto es melancólico; y así, sus sentencias graves, sus voces misteriosas y bien colocadas y sus versos gallardos, profundos y elegantes” (9).

Luis de Ulloa lo insertó también entre sus obras con un soneto en su elogio, lo mismo hizo Gracián en su “Agudeza y arte de ingenio”. El mismo Pellicer escribió, con el título de “Pira augusta”, una oración fúnebre en la muerte del infante don Carlos. Don Antonio de Solís y Rivadeneira también dedicó un soneto a su muerte que empieza así:

Tanto reposo en jóvenes alientos,
Y tanta madurez en verdor tanto,
Denotaban su muerte y nuestro llanto,

Y termina:

O vivo yace, o, si murió parece
Que, sin turbar la paz de sus sentidos,
Continuó la muerte de su sosiego

Finalmente, Quevedo le dedicó el soneto titulado “Túmulo al serenísimo infante don Carlos” (Parnaso español 118):

Entre las coronadas sombras mías
que guardas. ¡oh glorioso monumento!,
bien merecen lugar, bien ornamento,
las llamas antes, ya cenizas frías.

Guarda, ¡oh!, sus breves malogrados días
en religioso y alto sentimiento;
ya que en polvo atesora el escarmiento,
su gloria a las supremas monarquías.

No pase huésped por aquí que ignore
el duro caso, y que en las piedras duras,
con los ojos que el título leyere,
a don Carlos no aclame y no le llore,
si no fuere más duro que ellas duras,
cuando lo que ellas sienten no sintiere.



Fuentes principales:

* Aldea Vaquero, Quintón: “El cardenal-infante don Fernando o la formación de un príncipe de España”. Real Academia de la Historia, 1997.

* Castro, Adolfo de: “Poetas líricos de los siglos XVI y XVII”. Tomo II. Madrid, 1857.

* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.

* Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Universidad de Córdoba, 2006.


Notas:

(1) González Palencia: “Noticias de Madrid”, pg. 163.

(2) Hasta ese momento la reina Isabel de Borbón había dado a luz tres niñas que habían muerto siendo muy niñas: la infanta María margarita (14-15 de agosto de 1621), la infanta Margarita María Catalina (25 de noviembre-22 de diciembre de 1623) y la citada infanta María Eugenia (21 de noviembre de 1625-21 de julio de 1627).

(3) Juan Alonso Enríquez de Cabrera, duque de Medina de Rioseco, conde de Melgar y Almirante de Castilla (1600-1647). El 9 de abril de 1626, Jueves Santo, cuando el Rey estaba en los oficios de Pasión, realizando el lavatorio ritual de pies de los pobres, se volvió hacia el Marqués de Heliche para pedirle la toalla. A quien correspondía pasársela era al Sumiller de Corps, en este caso el Conde-Duque de Olivares, pero éste no se hallaba presente, y pedirle la toalla a Heliche equivalía a reconocerlo como representante de su suegro. El Almirante, que era el primer Grande de España, protestó inmediatamente y se retiró. Esa misma noche el Almirante entró en la Cámara de Su Majestad para presentar su protesta. Cuando el Rey le contestó que “a quien yo he dado el oficio de Sumiller es tan bueno como vos”, el Almiranse te quitó del cuello la cadena de la que pendía la llave de oro que daba acceso a la real cámara, y, besándola, se la entregó al Rey al tiempo que solicitaba permiso para retirarse a sus tierras. Esa misma noche Felipe IV estampó su firma en un documento para el Consejo de Estado, en el que se denominaba al Almirante como “este pobre caballero tan mal enseñado”. Posteriormente el Almirante fue puesto bajo arresto domiciliario y luego se vio desterrado a sus estados.

(4) Melchor de Moscoso y Sandoval, hijo de Lope de Moscoso Osorio y Castro, VI conde de Altamira, y de Leonor Sandoval y Zúñiga, hermana del Duque de Lerma. J.H. Elliott en su libro sobre el Conde-Duque de Olivares afirma que se le consiguió el Obispado de Santiago, sin embargo he podido comprobar que el dato es erróneo y que el Obispado que se le otorgó fue el de Segovia.

(5) Juan Manuel de Mendoza y Manrique, III conde de Montesclaros (1571-1628). Perteneciente a la poderosa familia de los Mendoza, cuya cabeza era el Duque del Infantado, fue virrey de la Nueva España y el Perú, convirtiéndose en el primer ex-virrey de las Indias que era nombrado consejero de estado. Su relativa juventud (contaba sólo 51 años), su experiencia en el gobierno de los reinos de Indias y su evidente talento le auguraban una larga e influyente carrera ministerial, que se vio truncada prematuramente por su repentina muerte en 1628.

(6) ADI Manuscritos de Montesclaros, lib. 130, nº 1. Notas de puño y letra del propio Montesclaros.

(7) Quevedo, “Padre nuestro glosado”.

(8) Se refiere al hecho de que de no haber nacido en quinto lugar, don Carlos, habría reinado como Carlos VI.

(9) El infante don Carlos, aficionado a la poesía, compuso algunos versos como veremos en la próxima entrada.

22 comentarios:

  1. Menudo ajetreo se traía el Conde Duque: gobernar, tener al rey a buen recaudo, frenar a los conspiradores... muchas piezas para una complicada partida de ajedrez. Menos mal que con el nacimiento de Baltasar Carlos y el fallecimiento del infante don Carlos se le cerró un frente problemático. El dilema volverá después cuando muera el heredero de Felipe IV.
    Un saludo.

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  2. Olivares, no la tuvo fàcil, realmente.

    que tiempos.

    un abrazo.

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  3. Quien lo diría, que poético el Conde-Duque..."la mar por el cielo".
    Saludos.

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  4. Que buenas las satiras. Me gusta la de la lanza de Longinos, tan expresiva.
    Y por supuesto me fascina todo ese asunto de la M, la A y la S... Todo un mundo a investigar!

    Feliz fin de semana, monsieur

    Bisous

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  5. Sí, como dice José Eduardo, el Conde Duque era amante de la poesía, sobre todo de la de Quevedo. Jejeje.

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  6. Lo que me hace gracia de todo este asunto es que siempre había que redactas memoriales, los antecedentes de los informes actuales. ¿Servían realemente de algo los memoriales? ¿Alguien los leía y actuaba en consecuencia?

    De todos modos no creo que el conde-duque asesinara al infante don Carlos, porque siempre les quedaba a los conspiradores el infante don Fernando. Además estamos en la España del siglo XVII no en la Roma de Nerón.

    Un beso

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  7. Me encanta esta historia, sobre todo si la adorna usted de esta manera con citas de Lope o de Quevedo, creo que nunca llegaremos de nuevo a dominar el idioma español con la inteligencia, originalidad e ingenio de nuestros grandes escritores del Siglo de Oro.
    Muchas gracias por su artículo, he disfrutado realmente con su lectura amigo Carolus.

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  8. Cayetano: el Conde-Duque era uno que le gustaba tener hasta el último resorte controlado, sin dejar nada al azar...su supervivencia política dependía de ello...

    ...la muerte de Baltasar Carlos marcará un antes y un después en la historia de la Monarquía de los Austrias, siendo la causa primera de su desaparición...

    Un saludo.

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  9. Gaucho: pues no, tuvo una vida muy ajetreada.

    Un abrazo.

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  10. José Eduardo: ya ves jejeje, el Conde-Duque era un hombre muy docto al fin y al cabo.

    Un saludo.

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  11. Madame: cuando estaba escribiendo sobre estas intrigas pensé en usted, sabía que le encantarían jejeje...muy propias de la Corte del Rey Luis.

    Un beso.

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  12. Cayetano: si si, jajaja, amante de la poesía de Quevedo y gran amigo suyo...amigo como el barça y el real madrid jajaja

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  13. Carmen: el Conde-Duque, que se había educado en tiempos de Felipe II, fue un gran burócrata, de ahí su afición a los memoriales...

    ...yo tampoco creo que le asesinara, eran los rumores que extendían sus enemigos políticos...

    Un beso.

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  14. Pedro: me alegra que le haya gustado la entrada, aún me queda una sobre el infante don Carlos. Yo tampoco creo que lleguemos a dominar la lengua como lo hacían los grandes del Siglo de Oro, por desgracia España ha caído en los últimos años en la cultura del borreguismo y la mediocridad...

    Un saludo.

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  15. Como dice Cayetano, que ajetreo, que intrigas, que planes de emergencias, planes B, confidencias, conversaciones secretas durante la enfermedad del Rey. Pero creo que Olivares maniobró bien, aparatando a la nobleza de la cama del rey y vigilando al infante Don Carlos. Al final sana el rey y muere enseguida el infante, lo que es la vida. Maravilloso Quevedo, como siempre. Un placer pasar por aquí, comentar y saludarle, Majestad.

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  16. Paco: mantenerse en el poder tantos años como lo hizo el Conde-Duque implicaba tener todo bajo control y además contar con alguna pizca de surte como fue para él la muerte de don Carlos y la marcha a Flandes del Cardenal-Infante. Quevedo, como dices, simplemente sublime.

    Para mi es un placer leer tus comentarios amigo ;)

    Un abrazo.

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  17. Para nossa sorte, quem veio como vice-rei, foi a duquesa de Mântua. No caso de em Lisboa estar o infante D. Fernando - de longe o mais capaz dos irmãos -, a história talvez fosse diferente, pelo menos,durante uns anos mais. Antes assim...

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  18. Nuno: sin duda la presencia de un hermano del Rey, en especial del enérgico y belicoso don Fernando, habría dado mayor fuerza a la autoridad real que la de Margarita de Saboya, pues habría además aglutinado más voluntades en torno a su persona...

    Un saludo.

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  19. Como siempre digo, este don Carlos como su hermano Fernando pudieron haber sido la esperanza de la Monarquía. No fue.

    Una entrada perfecta, para descubrir a este infante algo olvidado, y llena de intrigas en la Corte de Madrid, que las hubo y no pocas. No solo en París las había.

    Un saludo, Alberto

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  20. Precioso:

    "Tanto reposo en jóvenes alientos,
    Y tanta madurez en verdor tanto,
    Denotaban su muerte y nuestro llanto"

    Los jóvenes príncipes muertos, los jóvenes amigos muertos...

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  21. Jordi: fue un error no casar a ambos infantes, y asegurar una rama paralela que sustituyese a la primogénita en caso de desaparición como así sucedió...

    En Madrid, como ves, también estaba Palacio lleno de intrigas jejeje..y sí, bonitos versos.

    Un abrazo.

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  22. EStoy buscando más información sobre los infantes Carlos y Fernando. Sobre Carlos la información en internet es prácticamente nula (enigmático, extraño y enfermizo eso es todo). Creo que se cometió un grave error con ambos. Al primero por tenerlo aislado y al segundo por nombrarlo arzobispo quedando por tanto fuera de la línea de sucesión. Una de las principales funciones de la monarquía era tener hijos. Si ambos hubieran tenido descendencia no habría sucedido la ruptura dinástica de Carlos II e incluso es posible que siendo un monstruo endogámico de tal calibre no hubiera llegado ni a reinar. Desde luego un grave error de Felipe III cortar la línea sucesoria de ambos infantes sabiendo como estaba el tema. Felipe II ya tuvo un grave problema sucesorio, los hijos en esa época tenían una mortandad enorme y sólo 3 reinados hacia atrás ya hubo una ruptura dinástica en España que cambió el rumbo de nuestra historia (de mirar al Atlántico a perder el tiempo y dinero en constantes guerras en el medio de Europa que sólo interesaban a los reyes y no a sus reinos). Me gustaría conocer más información sobre ambos infantes. Un saludo

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